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JUSTICIA Y JUSTICIEROS - Martin Lutero

UN PEQUEÑO COMENTARIO ACERCA DE LA EPÍSTOLA DE ROMANOS EN COMBINACIÓN CON LA DE GÁLATAS

Traducción Castellana – Juan Luis Molina

UNA COMBINACIÓN ENTRE LA DOCTRINA DE ROMANOS Y DE GÁLATAS

           La teología de las obras que empapa a todas las religiones de este mundo, rechaza la gracia que Dios providenció a través del sacrifico ÚNICO de Jesucristo para todos aquellos que  lo aceptan como pago completo de redención y de vuelta a Dios. Sin NADA que podamos aportar de nuestra parte. No hay una sola religión proveniente de los hombres que no desprecie Su gracia, y todos los que dependen de ellas esperan ser salvos, no por los méritos de Cristo, sino por los que provienen de sus propias obras.

          Debemos estar enteramente persuadidos de que la justificación y la salvación del hombre, es obra SOLAMENTE de Dios. Solo por Su gracia. Esta es “la sana doctrina” que no podrán soportar los que enseñan a confiar en los méritos de las obras; aquellos que, despreciando el sacrificio único de Jesucristo, procuran la salvación a través de los suyos propios.

           Pablo, en la Epístola a los Romanos afirma, con denuedo y de manera contundente, que el Evangelio de la Gracia vino para emanciparnos de toda especie de ley y de su cumplimiento, y que esta es “la libertad de los hijos de Dios que no tienen confianza en el hombre natural” - porque conocen la escritura:

           «…yo soy carnal, vendido al pecado. Porque lo que hago, no lo entiendo; pues no hago lo que quiero, sino lo que aborrezco, eso hago.
Y yo sé que en mí, esto es, en mi carne, no mora el bien; porque el querer el bien está en mí, pero no el hacerlo. » Romanos 7:14b, 15,19.

           La suma de esta Epístola de Romanos es destruir, extirpar, y desbaratar toda sabiduría y justicia humana; es decir, todo cuanto pueda parecer de tal a los ojos de los hombres y a nuestra propia conciencia. - Y plantar, establecer, y magnificar el pecado. Por eso, el Espíritu Santo, por la pluma de Pablo, lucha contra los soberbios y arrogantes que presumen de sus propias obras, porque no creen a Dios cuando nos dice, a todos, que las obras que produce nuestra carne no contienen nada de bueno.

           El principio fundamental que Romanos nos presenta es que el pecado permanece siempre. El hombre, desde su concepción en las entrañas de su madre, es pecador e injusto; nace en iniquidad porque nace con la concupiscencia genética de su primer padre - Adán.
         ¿Qué se entiende por pecado original? - Según las sutilezas de algunos, es solo una privación o carencia de la justicia original; pero según el apóstol, no solamente es la privación de una cualidad en la voluntad y de una luz en el entendimiento y de un vigor en la memoria, sino también la absoluta privación o carencia de toda rectitud y fuerza en todas las potencias del alma y del cuerpo; y además, la inclinación al mal, la nausea del bien, el hastío de la luz y de la sabiduría, el amor al error y a las tinieblas, y esto permanece en todos los hombres hasta la muerte. Todos, aun los más santos, permanecen siempre en pecado; o, más exactamente, el pecado permanece en ellos.
JUSTIFICACIÓN
          La Justicia de Dios se basa en la sola fe o confianza en Cristo. Por la fe, solamente, queda el hombre justificado sin ningún mérito propio. Dios GRATUITAMENTE lo reputa justo, deja de imputarle los pecados y le aplica los méritos de Cristo.
Podremos denominar entonces de “imputada” a esta justicia, es decir, no admite regeneración ni santificación por méritos del alma humana. Esta justicia se le reveló a Pablo, y la dio a entender en Romanos, después de demostrar la total imposibilidad de ser obtenida por méritos humanos en los primeros contextos de la epístola.

         Una vez que Pablo demuestra la radical corrupción humana, se preguntarán algunos: ¿Cómo obtendrá entonces el hombre esa justificación y salvación? – Y dice Dios: No por las propias obras o el cumplimiento de la ley, suya o impuesta, sino reconociéndose siempre MUERTO en delitos y pecados en sí mismo, y confiando solamente en las promesas que le ha hecho el Dios misericordioso a través de los méritos de Cristo; porque así, Dios deja de imputarle los pecados y le reputa igual de justo que a Su primogénito. Porque, aunque nuestras obras sean malas, Dios ya no las reputará como tales, sino que sobre la fealdad de nuestro pecado extenderá el velo de la justicia de Cristo. Por eso necesitamos lo que se perdió en la caída del hombre y que Jesucristo conquistó y mejoró para nosotros: el espíritu o poder desde lo alto (pneuma hagion), que nos conecta de nuevo con el Padre y nos recubre de Su justicia.

         Así pues, el hombre es simultáneamente justo y pecador: pecador en su vieja naturaleza muerta, y justo a los ojos de Dios.

         En nada nos daña el ser pecadores con tal que creamos y deseemos ser justos. Pero el diablo, con mil artificios y maravillosas astucias, nos tiende asechanzas induciéndole a algunos la tibieza; es decir, haciéndoles creer que son justos por sus méritos y engañando a otros con supersticiones y singularidades de sectas para que, con soberbia, también desprecien la gracia y rechacen el pago que efectuó solo Jesucristo: el único sacrificio válido para Dios; y además, les apremian a que neciamente trabajen para ser puros y santos, y sean sin pecado; pero, cuando pecando se dejan sorprender de alguna cosa mala y se hallan en falta, de tal manera les atormentan sus conciencias y le aterrorizan con “el juicio de Dios”, que les hace caer en desesperación y de la presencia de Dios se apartan.

         Conviene, pues, saber que todo hombre está muerto en delitos y pecados y agradecer la maravillosa imputación que Dios nos da en su gracia divina, la cual es gratuita.

         Todos los hombres son siempre intrínsecamente pecadores, por eso su justificación y salvación tuvo que venir siempre de fuera, de arriba, de lo alto. Así que los hipócritas, que se creen intrínsecamente justos, lo creen por sus propios méritos; pero nosotros, los que a Dios creemos y amamos, somos extrínsecamente justos por la sola imputación de Dios. Y como esa imputación no depende de nosotros, tampoco de nuestras obras, méritos, o sacrificios.
LOS JUSTICIEROS
        Con esta verdadera justicia, entonces, tenemos que revestirnos para enseñar a los que la contradicen con los méritos y obras de los hombres: los “justicieros”.
       ¿Quiénes son los justicieros? Los que, confiando en sus propias obras, procuran y afirman ser justos y santos por sí mismos, sin admitir para nada o mezclándola con la justicia que Dios que, de libre gracia, la otorga plenamente a todo aquel que cree. Los justicieros son aquellos que esperan ser premiados y coronados en sus sacrificios muertos, y no le dan valor al único sacrificio válido para la redención de sus vidas con Dios: al sacrificio de Jesucristo. Los justicieros son, los que siguen estrictamente la observancia regular, los que le dan toda la importancia a las obras externas, a los rituales y a lo ceremoniático.

         Así, hasta hoy, los justicieros esperan alcanzar tanto más alto grado de salvación, cuanto más grandes sean las obras que hicieren; señal ciertísima de que son incrédulos, soberbios y despreciadores de la gracia; porque anhelan la magnitud de las acciones, emprenden y enseñan aquellas obras que los hombres estiman por grandes y que el vulgo admira. A eso miran los predicadores indoctos que seducen al pueblo rudo e ignorante; y lo que en sermones y lecciones solo inculcan al pueblo y ensalzan son: “Las grandes obras de los santos;”  Y aquellos  ignorantes que en vez de poner sus ojos en Dios los ponen en el hombre, oyendo y creyendo que eso es lo que tiene más valor en frente del Creador, también aspiran y suspiran después por imitarlos, para ganarse así también su salvación. Así descuidan ellos lo que Jesucristo logró para todos los hombres con su sacrificio No dándole gracias a Dios, sino intentando negociar con Él a través de sus propios méritos, en orden a ganarse aquella salvación. Por eso no se debe recomendar a nadie que se hagan cosas semejantes, sino que se revistan en todo de Cristo.

        ¡OH estultos y cochinos teólogos! - Yo me siento obligado a prestar al Señor este servicio de ladrar contra la religión de vuestra filosofía, y exhortaros al estudio y aplicación de la Sagrada Escritura.

        Todo hereje y hombre soberbio incurre primero en ignorancia de la Verdad; y, si esto no le importa, ya cayó en el lazo. Abraza luego lo que le parece verdadero; ya está cazado, pues camina seguro, como si estuviese en la verdad y libre del lazo de la captura. Después, tropieza en todo lo que se le ofrece contrario a su opinión, y aparta su oído. Por fin, se indigna y defiende celosamente sus propias invenciones, persiguiendo, infamando y causando daño a quien con la Palabra divina le contradiga.

         Pues aunque todo el mundo me condene por hereje, y aunque todos los teólogos y religiones discrepen de mi doctrina, yo estoy con la Verdad y con Cristo, no ellos; y con Cristo repito que todos los hombres vienen a este mundo muertos en delitos y pecados y que, por muy aparentes que luzcan sus obras, nada de bueno hay: ni en ellas ni en ellos: «La carne para nada aprovecha, solo el espíritu (que Dios otorga por gracia) es el que vivifica.» Lo dijo mi Señor Jesucristo.

         La ley dice: Paga lo que debes; la buena nueva de la gracia: “Perdonados te son tus pecados.” El cumplimiento no justifica a nadie; solamente la fe en Cristo. - Mejor y más claro dicho: La ley no la podemos cumplir con nuestras obras, pero la cumplió Cristo por nosotros, y nuestra fe o confianza en Cristo debe ser firme y categórica.
CONEXIÓN CON LA CARTA A LOS GÁLATAS
        Las tradiciones que nos fueron enseñadas invalidan y anulan la Palabra divina, y fueron repudiadas por Dios en la epístola de Pablo a los Gálatas, y no se refiere solamente a las doctrinas farisaicas, como nos lo quieren hacer creer algunos religiosos, sino a toda la ley que se dio en Moisés también.
        En esta epístola, donde se pone en evidencia el error doctrinal que se había introducido en la Iglesia, existe una muy dura reprensión del apóstol Pablo a una de sus columnas - al apóstol Pedro. OH amados míos ¡Como quisiera yo que todos los cristianos la leyesen y entendiesen! especialmente los religiosos y los no pocos supersticiosos que, por causa de sus leyes y preceptos, destruyen, no raras veces, la fe y el Evangelio de la Gracia en que Dios desea ardientemente que vivamos. Porque no tienen juicio suficiente para sacrificar sus deberes en aras del amor fraternal, a no ser, comprando con dinero dispensas e indultos.

         Esta salvación que proviene solamente por la fe, llevará a muchos a reprocharme, y me dirán que exime las obras al condenar todo esfuerzo moral y ascético, y que las desprecio. Pero para estos inconstantes e indoctos, les enseñaré de nuevo a través de la Escritura, y les repetiré que la fe o confianza en Cristo es un árbol bueno plantado en nosotros por el Espíritu Santo, árbol bueno que espontáneamente producirá sus buenos frutos:

         En primer lugar, es de saber que no hay más obras buenas que las declaradas por Dios, como tampoco hay más pecados que los declarados por Él en Su Palabra. Por eso, quien desee conocer y hacer las obras justas, no tiene sino que conocer la Palabra Divina y conforme a ella vestirse de Cristo, que las cumple natural y espontáneamente en nosotros.

        Segundo: La primera, y más alta, y más noble obra buena y justa es la fe en el enviado de lo alto, en el Cristo resucitado, como dice S. Juan: « Esta es la obra de Dios, que creáis en el que él ha enviado » (Juan  6:29).
         En esta obra deben resumirse todas las demás, y de ella deben recibir todas, como en feudo, la influencia de su bondad. Tenemos que subrayarlo para que se entienda: - Conocemos a muchos que oran, ayunan, hacen fundaciones, practican esto y aquello, llevan una vida buena a los ojos de los hombres; pero les preguntas si están ciertos de que aquello agrade a Dios, y te responden que no, que no lo saben, o por lo menos dudan. Y, sin embargo, hay “grandes sabios” que les engañan, asegurándoles que no es necesaria la certeza, pero, con todo, no hacen otra cosa sino enseñarles las buenas obras. - Pues mira, todas esas obras están fuera de la fe, y, por tanto, son obras muertas y no valen de nada. De ahí viene que, cuando yo ensalzo la fe y rechazo las obras, sin la fe, me acusan de que prohíbo las verdaderas obras.

        Tercero: Sigue tu preguntándoles si tienen por buenas obras el trabajar en su oficio, el caminar, el pararse, el comer, el beber, y las demás obras para el sustento del cuerpo o la pública utilidad, y si creen agradar a Dios en esto, y verás que te dicen que no, porque ellos limitan las buenas obras a las plegarias en sus iglesias, a los ayunos, a las limosnas, a las reuniones; el resto lo consideran inútil y sin importancia ante Dios.

       Cuarto: Cualquiera puede aquí notar y sentir cuando uno obra el bien y cuando el mal; porque si está persuadido, si advierte en su corazón la confianza y certeza de que en Cristo agrada a Dios, haga lo que haga, entonces la obra es buena, por pequeña que sea, como alzar una paja; más, si no encuentra allí la confianza, o encuentra la duda, entonces la obra no es buena, aunque resucite a todos los muertos y aunque se deje quemar vivo. Lo enseña S. Pablo: « Todo lo que no proviene de fe, o no se hace con fe, es pecado.» (Romanos – 14:23). Por la fe, y no por otra obra alguna, tenemos el nombre de cristianos; esa es la obra capital – la fe; pues todas las demás las puede realizar también un pagano, un judío, un pecador y un incrédulo; pero tener la firme confianza de agradar a Dios solo es posible a un cristiano iluminado y reconfortado por la gracia. Solo para el que vive en lo secreto del Padre revestido de Su justicia por la sola fe se encuentra disponible. Porque para Dios no hay heroísmos ni mediocridades: Todas las obras son iguales a Sus ojos, con tal que procedan de la fe.

        Quinto: Por tanto, en esta fe, como ya hemos tratado, todas las obras son iguales, y la una es como la otra; toda diferencia entre ellas debe venir abajo y derribarse, ya sean grandes o pequeñas, cortas o largas, muchas o pocas, pues las obras no son agradables a Dios por sí mismas, sino a causa de la fe de Cristo que lleven dentro.

         Sexto: El que no está unido con Dios por Cristo, o duda de ello, intenta, busca y procura el modo de satisfacer y mover a Dios en su favor con muchas obras. Corre acá y allá, hace oraciones, reza esto o lo otro, ayuna tal y tal día, se confiesa allí, pregunta a éste y a aquel, asiste a muchas reuniones y seminarios, más no encuentra reposo, y todo esto lo cumple con gran molestia, con desesperación y mucho disgusto.
        Además, para ellos, el grado sumo de las obras es cuando Dios les castiga la conciencia, no con penas temporales, sino con la muerte, el infierno y el pecado; porque no conocen al Padre y niegan Su gracia y Su misericordia, y luego tratan con un dios inventado por ellos que eternamente condena y se encoleriza.

        Así pues, debemos aceptar Su gracia gratuita, que no se basa en los méritos humanos, y rechazar todas las obras que no provengan de la fe; a fin de conducir a los hombres de las “buenas obras muertas,” que son hipócritas, farisaicas e impías, de las cuales hoy rebosan muchas religiones, conventos, iglesias, casas, y personas de alto y bajo rango, y guiarlos hacia las “obras de fe,” justas y fundamentadas en su Palabra con los solos méritos del Cristo que llevamos dentro.

        Esta es la mente de S. Pablo en muchos lugares. Porque si la justicia consiste en la fe, está claro que el creyente cumple todos los mandamientos y justifica todas sus obras en Cristo. - Hoy en día se tiene por obras del primer mandamiento el cantar en los coros, el leer, el tocar el órgano, el ir a reuniones, el adorar templos y altares, el fundar monasterios, el hacer voluntariados, el acumular santos, las peregrinaciones; Más aún, el inclinarse, el ponerse de rodillas, las vanas repeticiones y recitas... todo esto se dice honrar a Dios, adorarlo y no tener otros dioses conforme al primer mandamiento. Pero eso lo pueden hacer, y lo hacen diariamente, los usureros, los hipócritas, los adúlteros y toda suerte de pecadores.

         Estos textos de las epístolas en Romanos y Gálatas, y otros muchos semejantes, me han movido y moverán a cualquiera que los crea a reprobar ese gran aparato de religiosidad conque al pueblo se le induce a construir sus obras y a dar limosnas, a hacer fundaciones y a orar con vanas repeticiones, mientras que la confianza en Cristo, único mediador entre Dios y los hombres, es pasada por alto y pisoteada.

        ¿Dónde están los que reprochaban a Pablo que al enseñar la fe, no enseñaba las obras ni el deber de cumplirlas? - este solo mandamiento, “el deber de cumplirlas” ¿No manda obrar más de lo que cualquier persona pueda cumplir o soportar? Pero, si venida la fe, como dice Dios por Pablo en Gálatas, ya no estamos más debajo de ese pedagogo que era la ley, ¿para que quiero yo rechazar la fe, volviéndome a las obras de la ley?

        Tú dices: ¿Cómo puedo yo estar cierto de que todas mis obras son agradables a Dios, puesto que a veces caigo, parloteo demasiado, como, duermo, y me excedo en otras cosa que me son imposibles de evitar? - Respondo: Esta pregunta demuestra que tú consideras todavía la fe como una obra más entre tantas y no la pones por encima de todas. Pues precisamente por eso es la obra más alta, porque permanece y borra esos pecados. Más aún, aunque acontezca que erres continuamente, lo cual a los que viven en fe y confianza en Dios nunca o rara vez ocurre, la fe se alza de nuevo y no duda de que su pecado, y la consecuencia de su pecado, ya ha sido borrado y ha desaparecido. Si perece este artículo, toda la Palabra se derrumba en nosotros; y si florece en nuestros corazones, Su Palabra vence en nosotros.

        Quien no sostenga este artículo, por muy religioso que sea, solo podrá predicar las obras muertas. ¿Qué hacen los fanáticos, que con sus leyes y sus actos de culto quieren destruir el pecado? - Firmemente juzgo que son vanas todas esas sectas que obscurecen la gloria de Cristo e iluminan la propia.

         El único que nos salva es Cristo, que murió por nuestros pecados, aunque sean ellos grandes e innumerables. Si la conciencia te hace el recuento de tus grandes pecados, dile: Escrito está: “por los pecados murió.” ¡Y tú! ¡santo demonio! ¿Me quieres hacer santo a mí? - Precisamente porque estos son verdaderos pecados, por eso fue entregado Cristo a la muerte.

        Por eso hay que echar en olvido las obras, los sacrificios y toda suerte de rituales y de desvaríos mentales religiosos.
         ¿De que han servido la institución de tantas clases de religiones para la abolición del pecado? ¿Qué utilidad ha tenido esforzarse en tantas obras grandes y molestísimas, llevar ese cilicio, azotar el cuerpo en sacrificios, o peregrinar en los méritos? - pero si a los hombres se les enseñase y ellos admitiesen este artículo de la justificación por la sola fe y por la gracia concedida en Cristo, ciertamente reposarían en los brazos del Padre.
                
       Yo tengo que ser humilde, pero, ante los que enseñan tales desvaríos, santamente soberbio. Solamente por la muerte y resurrección de mi Cristo alcanzamos la remisión de nuestros pecados, y no por la observancia de tus leyes. Si cedéis en esto, no os quitaré vuestra corona; pero, si no, gritaré sin cesar: ¡Dice Dios, que sois el anticristo!
EL USO ESPIRITUAL DE LA LEY
        Algunos dirán: Si la ley no justifica, entonces es nulo su valor. Pero esta consecuencia no es lógica, como tampoco sería lógico decir: “El dinero no justifica, luego nada vale”, o, “los ojos no justifican, luego los arrancaré”; “las manos no justifican, pues me las cortaré” ¡No! Hay que atribuir a cada asunto espiritual el propio oficio y empleo que Dios le dio, y no el nuestro; y si Él no anula ni abroga la ley, tampoco nosotros la destruimos o condenamos porque su cumplimiento no justifique.
       
        Conviene saber, por tanto, el doble uso de la ley: que uno es de origen y uso civil (de los hombres), y el otro espiritual (de Dios).
        Las leyes civiles fueron establecidas para reprimir (sin conseguirlo) y castigar las transgresiones; luego aquí, toda la ley se dicta intentando impedir los errores. Pero aún en este uso, pregunto ¿Quiere esto decir que, intentando reprimir mis errores, la ley me justifica? - De ningún modo.
                 
         El otro uso de la ley es espiritual, que sirve para lo contrario, no para reprimir sino para aumentar las transgresiones. Esta es la principal finalidad de la ley de Moisés Hace aumentar, crecer, y multiplicarse el error o pecado; sobre todo en la conciencia. Así, pues, el verdadero y principal oficio y el uso propio de la ley divina es revelarle al hombre su pecado, su ceguera, su miseria, su impiedad, su odio, y su desprecio de Dios. - El pensar que somos justos es un monstruo grande y horrible. Para aplastarlo y quebrantarlo, Dios tiene necesidad de un duro y enorme martillo, que es la ley. Cuando la ley acusa a la viva conciencia, diciéndole: “esto y lo otro deberías haber hecho, y no lo hiciste, por lo cual eres reo de la justicia divina”, entonces la ley cumple su finalidad.
          
        Pero aunque el pedagogo o ayo fue muy útil y necesario para la formación del niño, sin embargo, no encontrarás a ningún niño que ame a su pedagogo. ¿Cómo podrá amar al que le encierra en la sala, es decir, no le permite hacer lo que por su gusto y por su corriente natural haría? - Si obra contra su mandato, inmediatamente recibe reprensión y castigo - ¿Será que la ley tiene por objetivo este duro y odioso dominio de pedagogo y la servidumbre del niño a perpetuidad? - De ningún modo, sino hasta un tiempo determinado; porque al llegar la fe que nos justifica de gracia, gratuitamente, no estamos ya más debajo del pedagogo; ya no nos asusta ni nos atormenta, después que la fe se nos revela diciéndonos que, en os méritos de Cristo, se nos abrió la única salida.
 
        Ahora, que la fe se nos ha revelado y ha llegado a nuestros corazones, con la misma certeza y seguridad que Pablo habla contra todas las leyes, aún la Mosáica, pronuncio yo mi dictamen contra los decretos y las tradiciones y leyes y reglas de los religiosos, que al ser depravadas y corruptas en sus demandas, ignorando la gracia de Su justicia, no solo son impotentes, pobres e inútiles en orden a la conducta y los hábitos, sino también execrables, malditas y diabólicas, porque reniegan de la gracia, destruyen el Evangelio de Pablo, borran la fe y suprimen a Cristo.- Si las religiones exigen, por tanto, sus observancias religiosas como cosas necesarias para la salvación de los hombres, son anticristos y vicarías de Satanás.
     
        A los que se esfuerzan más y más por observar y cumplir la ley, les sucede que más y más la infringen y le son transgresores. Cuanto más se esfuerza uno por apaciguar su conciencia con obras buenas, tanto más la vuelve irrequieta. Cuanto más se afanan con suma diligencia vivir según las prescripciones de sus sectas y seguirlas, cumpliendo sus penitencias o las impuestas, más se angustian y aterrorizan sus conciencias; porque siempre dudan y dicen: “esto y aquello no hice bien; no tuviste bastante constricción; omití o añadí tal cosa... etc.”. De modo que, cuanto más se empeñan en poner remedio con humanos preceptos a sus conciencias inciertas, débiles, y afligidas,- tanto más inciertas, débiles y perturbadas las dejan.
  
        Los que enseñan estas cisternas rotas son tiranos y verdugos de las conciencias, y por encima, pusieron las cargas de sus tradiciones - ¿Quién os dio potestad, ¡Oh mensajeros de Satanás! para aterrorizar y condenar con vuestras injustas sentencias las almas, en vez de darles ánimo, en vez de librarlas de mentiras y de llevarlas a la refrescante verdad que hay en Cristo?  Todos ellos tienen cierta apariencia de justicia y santidad, pero son hipócritas e impíos; porque no esperan justificarse por la sola fe en Cristo, sino por la observancia de sus propias reglas. Y, aunque por fuera simulen santidad, refrenen los ojos, las manos, la lengua y otros miembros, tienen el corazón manchado, lleno de concupiscencias, envidia, ira, liviandad, idolatría, desprecio y odio de Dios. Porque son acérrimos enemigos de la verdad, y porque por ellos, la gracia, la gloria, y los beneficios de Cristo quedaron enterrados. El único vehículo de la justicia por gracia, es la Palabra de Dios que vive en nuestro Cristo, y no en la de los hombres. La fe o confianza en Cristo, como ya fue dicho, es un árbol bueno que espontáneamente dará sus buen fruto a su tiempo; los buenos frutos aparecen en el árbol de una manera natural y espontanea, no porque nosotros los colguemos ni le demos patadas al árbol; es decir, jamás sus frutos espirituales aparecerán por nuestros propios esfuerzos. Es solamente Dios quien amorosa y gratuitamente los provee a través de Cristo, quien por la fe vive ahora en nosotros, y por quien nosotros ahora vivimos.

                                                             MARTÍN LUTERO
                                                                              
                                                                                              Traducción: Juan Luis Molina
                                                                                              

Comentarios

  1. Me ha parecido impresionante este artículo de Martín Lutero... Qué discernimiento más puro y preciso el de este hombre en cuanto a la gracia de Dios... Cuanta verdad hay en sus palabras referente a cómo a lo largo de la historia el dios de este mundo ha robado y tergiversado la libertad con la que Dios nos ungió bajo su divino plan de reconciliación, bajo el terrible sacrificio, la entrega de Su Unigénito, en quien siempre tuvo complacencia, a quien no escatimó, en pago, en rescate por toda la humanidad... ¿Quién podría añadir obra alguna por grande que esta pudiera parecerle? ¿Cómo puede el hombre invalidar este terrible sacrificio? ¡Realmente Satanás consiguió su propósito, de manera tal, que el hombre continúa y continúa esforzándose en y por presentarse aprovado ante Dios! ¡Qué desgaste, qué inutil, qué horrible PECADO CONTRA DIOS! Charo Quesada

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