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EL DESAFIO DE VALIENTES - Por George M. Lamsa

FRAGMENTO DEL LIBRO "MI VECINO JESÚS"
Una visión de nuestro Salvador a la luz de su lenguaje, gente y tiempo.
Traducción: Juan Luis Molina y Claudia Juárez.

Nota de introducción:
Amados de Dios:


Es muy hermoso el testimonio de George Mueller, aquel hombre que vivió en los 1800’s, que fue un asombroso predicador y cuidó de aproximadamente 10 000 huérfanos a lo largo de su vida, recibiendo en donativos billones de dólares sin pedir un solo centavo a ningún hombre, él recibió este dinero como respuesta a sus sencillas oraciones de fe. Esto dijo su entrevistador:


“El Sr. Mueller fue a buscar en otra sala una copia de su biografía, en la cual inscribió mi nombre. Su ausencia me dio la oportunidad de echar un vistazo al apartamento. El mobiliario era de lo más sencillo, práctico y en armonía con el hombre de Dios que había estado hablando conmigo. Este es un gran principio con el que vivía George Mueller, que los hijos de Dios no deberían ser ostentosos en su estilo, cargos o posición, forma de vestir, o modo de vivir. Él creía que la ostentación y el lujo no concuerdan con aquellos que se declaran discípulos de aquel  manso y humilde ser que no tuvo donde recostar su cabeza.”


Y preguntó a Mueller:

“Y, está claro que nunca pensó en su propio beneficio, ¿no es así?”
…“Todo lo que poseo se encuentra en ese monedero – ¡Cada centavo! ¿Lo guardo en beneficio propio? ¡Jamás! Cuando se me envía dinero para mi uso personal, lo reencamino a Dios. Más de cinco mil dólares me han sido enviados de una sola vez; pero jamás he pensado que esos donativos me perteneciesen a mí; le pertenecen a Él, de Quien soy y a Quien sirvo. ¿En beneficio propio? Nunca procuré nada; eso sería deshonrar a mi amoroso, elegante, y todo bondadoso Padre.”

Esto tiene que ver con la publicación que compartimos con gran amor de Dios para ustedes hoy. Si después desean leer completo este maravilloso testimonio de George Mueller aquí está el enlace:


¡Es un gran placer presentarles otro fragmento del libro “Mi Vecino Jesús”!

Dios los bendiga.
Alabando a nuestro Padre,
Claudia Juárez 

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CAPITULO V. El Desafío De Valientes

“No os proveáis de oro, ni plata, ni cobre en vuestros cintos; ni de alforja para el camino, ni de dos túnicas, ni de calzado, ni de bordón; porque el obrero es digno de su alimento”

El oro es el alma del mundo material y el dios de la tierra. Por tiempos indefinidos este metal precioso ha ejercido una enorme influencia en la vida política y económica del mundo, y por él, la humanidad ha luchado batallas históricas. El dinero también ha ganado control en el reino o los asuntos del espíritu. Los sacerdotes y los comerciantes lo han codiciado; sumos sacerdotes lo han amado más que a Dios. Incluso los religiosos han utilizado todos los métodos imaginables para adquirirlo. El oro y plata pueden comprar honores, elevar a los hombres de la oscuridad a la prominencia, convertir a los siervos en amos, hacer de agricultores doctores en filosofía, y a zapateros presidentes. Por otra parte, los pecados pueden ser "perdonados" por dinero. Altos religiosos y oficinas gubernamentales pueden ser vendidos y comprados. El dinero también puede bendecir, sanar y maldecir. Hay pocas cosas que los mortales no puedan comprar con el poder del dinero.

Sin embargo, para Jesús, el oro y la plata que los hombres amaron tanto, no eran más preciosos que el suelo y el agua que contienen la vida. Estos dos metales escasos y preciosos, fueron creados por Dios para que los hombres se valiesen de ellos, para que se hicieran cucharas, tazas, platos y adornos para la belleza. No los hizo con la intención de que fuesen enterrados en algún campo, o escondidos en las cajas fuertes de los bancos. De hecho, los pueblos de la prehistoria, denominados salvajes, le dieron la utilidad original que tenían al principio, pero las naciones llamadas “civilizadas” siempre los han venerado como a un dios.

"¿De qué sirve si un hombre gana el mundo entero, pero pierde su alma?" Lo que puede ser comprado con oro, puede ser vendido por más oro. Lo que el dinero puede construir, el dinero puede destruir. El templo judío fue saqueado y destruido muchas veces por el contenido de sus tesoros ricos en oro. El cúmulo de la riqueza abundante, que los reyes judíos y sacerdotes habían recolectado entre el pueblo, se almacenaba en el lujoso templo, y eso trajo, debido a la ambición y envidia, la llegada de los ejércitos asirios y caldeos a Judea.
Por otra parte, el judaísmo se debilitó y llegó a corromperse en manos de gobernantes  y sumos sacerdotes rivales, que amargamente se enfrentaban entre sí para adquirir los altos cargos que les dieran más dinero. Los jarrones de oro macizo y ornamentos del templo no ayudaron nunca a mejorar la vida de los fieles, en vez de eso, los altares sagrados de oro y los ricos tesoros del templo les hicieron orgullosos, autoritarios y déspotas.
El nuevo mensaje a la humanidad proclamado por el Profeta desconocido, no contemplaba ni templos, ni sacerdotes, ni tesoros. Sus enseñanzas no guardaban relación alguna con el antiguo sistema. Las viejas pieles de oveja, los viejos odres, no pueden contener el vino nuevo. Los hombres iban a ser movilizados para alistarse en el servicio del nuevo reino, sin sueldos, ni honores y se les pidió no sólo que dejaran sus posesiones terrenales, sino sus esposas e hijos. Los predicadores del nuevo evangelio tendrían que dejarlo todo en la vida, si fuera necesario, por el evangelio. No debían mirar hacia atrás para ver cuánto habían logrado hacer, o quejarse por las cargas pesadas. "Ninguno que poniendo su mano en el arado y mira atrás, es apto para el reino de Dios." En el Oriente, un siervo que, mientras está arando, mira para atrás para ver lo mucho que ha logrado, es considerado un trabajador ineficiente, mientras que el mejor trabajador es el servidor que mira constantemente la tierra que está sin arar delante de él.

Jesús no odiaba el dinero en sí mismo, pero menospreciaba la codicia y el uso que se le daba. Si el sacro dinero del templo proveniente de las ofrendas de buena voluntad, había corrompido a los sacerdotes de su Padre, ¿por qué no corrompería también a sus propios discípulos? De hecho, los judíos amaban a su Dios y no solo le ofrecían dádivas generosamente para adorarlo, sino que estaban dispuestos a morir por su religión, pero la mayoría de sus sacerdotes lo único que amaban era al dinero, Jesús sabía muy bien los métodos que usaban para robárselo a los pobres, con el fin de enriquecer la ganancia de los sacerdotes y funcionarios del gobierno. Había oído hablar en voz alta a los sacerdotes, bendiciendo a los que ofrendaban generosamente, y murmurando en voz baja cuando la dádiva de los pobres se reducía a pequeñas monedas de cobre. Una vez, en el templo se fijó en una pobre mujer de mucha edad, que andaba inclinada por el exceso de trabajo, caminando lentamente y depositó en la caja de las limosnas dos de las monedas de menor valor en el templo, el único dinero que tenía. Esto significaba privarse a sí misma de pan y ropa al desprenderse de él, pero el sacerdote que estaba a cargo de las limosnas no se dio por satisfecho. Ni tan siquiera se dignó a mirar a esta pobre mujer o a dirigirle algunas palabras de consuelo por su generosa contribución. Sin embargo Jesús elogió su sacrificio.

Sus seguidores fueron reclutados de las filas de los pobres. Eran hombres que nunca habían visto el brillante metal amarillo, excepto cuando iban al templo. Así que tenían, por tanto, más probabilidades de volverse codiciosos de ganancias deshonestas, y de caer en la tentación de las riquezas. Cuando un hombre pobre adquiere en poco tiempo riqueza y fortuna, por regla general se vuelve como un caballo que no tiene riendas. Jesús quería que sus discípulos fuesen libres de ese fardo y que permanecieran sencillos en su manera de ser. Sin el peso del oro y la plata en sus corazones, andarían mucho más aliviados de peso y se conducirían como hombres libres en el mundo.

Por otra parte, si los hombres que se les acercasen para ser sanados, no recibiesen su sanidad, los discípulos no tenían porqué sentirse avergonzados. Al no haberle sido cobrado nada a los enfermos, ya no se les podía culpar a ellos por no haberle sido restaurada su salud. Ellos sabían que algunos de los astutos judíos y sirios, añoraban y suspiraban por cosechar donde no habían sembrado. Esperaban que le llegase todo a sus manos de manera gratuita. Así, pues, les decía Jesús a sus discípulos: ¿Qué sucedería en el caso de que ellos os hubiesen pagado para obtener su sanidad, y no se curasen?

En el Oriente a un viajero sólo se le asesina en sus viajes cuando los bandidos en el camino le encuentran dinero en su bolsa. Eso se hace para que la identidad de los asesinos no pueda ser revelada. Así, pues, un viajante que no lleve consigo dinero, no tiene nada que temer. Si se encuentra con ladrones en esa circunstancia, es muy probable además que le ofrezcan ayuda hasta el próximo destino, y le dejen ir en paz. Algunos bandoleros, no exentos de la virtud de la hospitalidad, por lo general comparten sus escasos suministros de alimentos con los viajeros que se encuentran, y estos a cambio les ofrecen zapatos, ropa u otros artículos que traigan.

En Siria y Palestina, así como en otras partes del Oriente, el robo y el bandidaje son ocupaciones bastante comunes y rentables; en la mayoría de las ciudades son consideradas actividades honorables. Curiosamente, muchos de los bandidos mantienen en paralelo altos cargos o funciones religiosas; algunos son considerados como santos. Cuando mueren se les edifican santuarios sobre sus tumbas. Estos bandidos, por lo general, además, oran, ayunan y dan limosna a los pobres con más frecuencia, que los  que roban y engañan con el pretexto de la religión del templo. De hecho, los ladrones y bandidos orientales, son tan buenos haciendo negocios como los comerciantes e industriales.

Jesús sabía que sus discípulos tenían autoridad para ejercer los dones de sanidades,  y que serían honrados por sus admiradores con ropas lujosas, zapatos y otros regalos preciosos. Muchos darían toda su riqueza a cambio de la sanidad de sus cuerpos,  tener su vista restaurada, o llegar ver a sus seres queridos levantados de los muertos. La posesión de  riqueza, con todo eso, haría fácilmente nacer rivalidades y odios entro ellos que debilitarían sus relaciones, levantaría muchos obstáculos al progreso de su obra. Algunos de los discípulos repudiarían aquellos que también ejercitasen dones de sanidades en sus territorios, alegando que sólo a ellos les había sido confiado por el Señor el poder de curación. La curación espiritual así, sería fácilmente comercializada y dominada por hombres mercenarios, que a su vez la pervertirían en brujería en aras de ganancias mundanas. Así, pues, serían además víctimas en manos de los salteadores de caminos profesionales, de los bandoleros que estarían deseando secuestrarlos para pedirles un rescate.

Por eso su maestro les enseñó un camino más excelente y les fijó un modelo más práctico a seguir. Estos simples campesinos debían comportarse como ovejas en medio de lobos; iban a ser odiados, perseguidos e incluso asesinados por las cosas que predicaban. "El discípulo no es más que su maestro, ni el siervo más que su señor", sus enemigos ya lo habían insultado a él, ya le habían odiado, e incluso más de una vez trataron también de apedrearlo, así que ellos tampoco debían esperar un trato diferente.

Jesús enseñó que no hay mejor arma con la que sus hombres puedan conquistar al mundo, que no sea la pura fuerza del amor de Dios en sinceridad y humildad. El poder de la Palabra de Dios es para combatir el poder del dinero. Grandes emperadores y genios militares que habían intentado conquistar naciones, fueron humillados y cosecharon la derrota. La riqueza no ha podido hacer nunca un mundo mejor, sino todo lo contrario. Las oraciones y súplicas de los sumos sacerdotes no llegaron nunca a subir más alto que a las torres de sus “dorados” altares.

De acuerdo con esta nueva doctrina, el dinero no puede hacer santos a los pecadores. Los sacrificios no pueden otorgar el perdón. Dios, de la manera como lo reveló Jesús era quien cuidaba de los que cooperaban con Él por la causa de su Reino. Los discípulos de Jesús tenían que predicar de libre gracia, sanar de libre gracia y vivir de libre gracia. Tenían que enseñarle al mundo la locura y necedad de lo mundano y su corrupción. Tenían que cambiar los corazones de aquellos que adoraban la riqueza. Ellos mismos debían tener sólo una túnica, con el fin de ser capaces de decirles a otros que diesen la extra y que dependiesen sólo de Dios.
Estos hombres que había dejado unas pocas redes sin mucha vacilación y le habían seguido, pronto iban a dejar a sus esposas e hijos y a dedicar sus vidas a la causa del Evangelio. “Si alguno viene a mí y no aborrece(1) a su padre, y madre, y mujer e hijos, y hermanos, y hermanas, y aun también su propia vida, no puede ser mi discípulo." Sus discípulos incluso recibieron instrucciones, de no permitirle a hombre alguno que les llamasen “maestros;” ni debían ser los que se encontrasen a la cabecera de los lugares principales en los banquetes y las fiestas. Debían contentarse con una túnica, un par de sandalias, y con lo que la gente generosamente les ofreciera para comer. Tenían que depender de Dios por su seguridad, y de la generosidad de sus semejantes para su mantenimiento.

Los trabajadores son dignos de su salario, y si no, al menos son dignos de su comida.  La palabra aramea sebarta significa alimento. En el Oriente un trabajador ineficiente es sólo contratado a cambio de lo que come. El alimento como paga por el trabajo, nunca ha sido cuestionado en los países del Este. Tanto si un trabajador es eficiente como si no lo es puede ser empleado a cambio solo de su comida. Las buenas nuevas que estos hombres iban a predicar a sus semejantes, si no fuesen dignos de oro o plata, serían sin duda alguna por lo menos dignos de unos pocos trozos de pan y queso, y unos cuantos higos y  pasas. ¿Qué más podría la gente sencilla del campo ofrecerle a un extraño?

La hospitalidad de los pueblos del Este supera todas sus demás virtudes. El desconocido que inesperadamente llama a la puerta en una casa para descansar de su viaje, no sólo espera alojamiento gratuito, sino también las comodidades precisas para sus pies cansados.


Cuando las salutaciones de un viajero son bien recibidas por el dueño de la casa, las mujeres inmediatamente se apresuran a quitarle los zapatos. Una joven se pondrá deprisa a extraer agua fría del pozo para lavar sus pies. Se le hace sentir como si estuviera en su propia casa, y él cuenta con permanecer allí durante todo el tiempo que se halle en la ciudad. Como muestra de una genuina hospitalidad, a un convidado oriental se le pregunta generalmente unas siete veces si quiere comer. El huésped educadamente se niega entonces diciendo "Gracias. Acabo de comer. No tengo hambre." Pero el anfitrión insiste y se aferra a su ropa, instándole: "Por Dios y sus Sagradas Escrituras, usted debe comer algo antes de salir de mi casa." Esta es la costumbre a la que se refiere Jesús en la parábola de los convidados “forzados” a entrar a las bodas.
Hay veces en que un huésped no es bienvenido, y entonces los hombres de la casa no se levantan ante su presencia cuando llega. Si, puede ser que formulen las mismas palabras entre convidado y  hospedador a modo de saludo entre sí, pero el saludo del invitado de "paz," se le devuelve de una manera tan fría al huésped, que de inmediato entiende y se percata de que no es bienvenido. La misma descortesía podría repetirse en otras casas. El cansado y desanimado extranjero entonces afloja las correas de sus sandalias y sacude la arena. Cuando esto se lleva a cabo cerca de la entrada de la casa, eso significa que aquella casa ha quebrado el código de la hospitalidad. El polvo se convierte en un testigo. El viajero aunque esté cansado y polvoriento, incluso se negará a apagar su sed en aquella casa.

La tshalamo'n lamdinata dbeth Israel damma dnetey brey dnasha: "Aún no habréis acabado de convertir todas las ciudades de la casa de Israel hasta que el Hijo del hombre venga de nuevo." Los campos están blancos, y la cosecha es abundante, pero los segadores son pocos. Los discípulos tienen que cooperar con Dios hasta el final. En primer lugar entre su propia gente, a continuación, entre los paganos. Era una tarea difícil, una nueva carrera para hombres que nunca habían hablado en público, que nunca se habían atrevido a protestar cuando eran tratados injustamente por funcionarios del Estado. Ahora estos hombres iban a ponerse de pie y firmes delante de gobernadores y reyes. El Espíritu será el que les diga qué decir. La obra avanzaría despacio. Debían esperar encontrarse con oposición, pero tendrían que seguir siempre marchando hacia adelante. No podrían terminar de convertir las ciudades de Israel hasta que Jesús volviera. Amén Amarna Ikhon dla Tebar sharbta dhalen hadey damma nevlan koolhen: ". En verdad os digo, que esta generación [la tribu] no pasará hasta que todo esto suceda." La raza judía fue constituida para ser preservada hasta el último día. Será la última raza o nación en ser convertida. Pero esta obra de evangelización de todos los pueblos debe continuar durante siglos, a pesar de la oposición y persecución.

(1) La palabra sanei  (aborrece), en arameo significa quitar y dejar de lado, y por lo tanto aborrecer aquí tiene la idea de una preferencia menor y más baja en comparación con las exigencias del Evangelio.



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