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LA SANGRE DE CRISTO - Por Watchman Nee

 

                                                      FRAGMENTO DEL LIBRO 
                                              "UNA VIDA CRISTIANA NORMAL"
                                                Traducción por Juan Luis Molina
    NOTAS DEL EDITOR

El ministerio de Watchman Nee solo llegó a ser conocido en Inglaterra por la trascripción en artículos de revistas de diversos mensajes orales por él realizados. Cuando, en 1.957, se publico por primera vez UNA VIDA CRISTIANA NORMAL en Bombay, fue unánimemente recibido con agrado y enorme satisfacción. Las recopilaciones que hicieron parte de esta publicación fueron retiradas de registros y notas privadas de sus cuadernos y fue editada en la ausencia del autor (encarcelado desde 1.952 hasta el día de su muerte en 1.972), y se fundamentan en las cartas originales que fueron dirigidas por Nee después de una corta visita a Europa entre 1.938-39.

Desde el día de 1.920 cuando, siendo su autor estudiante universitario, encontró al Señor Jesucristo como su Salvador, durante la visita de un misionero chino evangelista a su ciudad nativa de Foochow, Nee To-sheng se entregó sin reservas a Dios y trabajó con él para ministrar a su propio pueblo. Durante muchos años llegó a ser reconocido y considerado en China como hábil predicador del Evangelio y como original maestro de la Palabra. Su ministerio produjo frutos maravillosos tanto en individuos como en grupos de espiritualidad y vitalidad Cristiana. Este libro nos muestra una buena parte del entendimiento personal, sobre la vida Cristiana, que él adquirió durante aquellos primeros años en los cuales se entregó sin reservas al servicio de su Señor.

En los veinte años siguientes, La Iglesia de Dios en China pasó por repetidos periodos de severas tribulaciones mezclados con breves intervalos de alivio, y el autor, junto con otros muchos colaboradores que trabajaban y predicaban con él, no dejó de compartir con mucha gente las experiencias que aquí se encuentran expuestas. Por eso tal vez no sea ninguna sorpresa que su ministerio nos halla llegado hoy en día en toda su frescura y poder gracias a Dios. Han sido muchas las personas que han testificado de la transformación que se produjo en sus vidas leyendo este libro, cuando descubrieron y entendieron la grandeza de Cristo y de su trabajo acabado en la Cruz.

La demanda de una nueva edición ha hecho posible una más cuidadosa revisión del texto. Los lectores deben tener en cuenta que estas son recopilaciones de mensajes orales hechos por Nee, y que no se trata, salvo raras excepciones, de un tratado sistemático de doctrina Cristiana. No debe, por tanto, ser asimilado como un ejercicio intelectual, sino como un mensaje que se dirige directamente al corazón. Si se lee así producirá, estoy convencido, que se note la presencia del Espíritu de Dios mismo hablando con dinámico poder.
Angus I. Kinnear
Londres 1961


CAPITULO 1
LA
SANGRE
De
CRISTO

¿Qué es una vida normal Cristiana? Es bueno que comencemos por ponderar esta pregunta. El objetivo de estos estudios será demostrar que se trata de algo muy diferente que la vida regular que llevan la mayor parte de los Cristianos, si consideramos honestamente cualquier sección de la Palabra de Dios escrita – el Sermón de la Montaña por ejemplo – nos preguntaremos a nosotros mismos si será posible vivir, aquí en la tierra, un estilo de vida semejante a aquel que allí se encuentra referido. ¿Quién, salvo solamente el Hijo de Dios mismo podrá vivir así? Pero en esta última cláusula en itálico reside inmediatamente la respuesta a nuestra pregunta.
El apóstol Pablo nos da su propia definición de la vida Cristiana en Galatas 2:20 y dice así:

“Ya no vivo yo, mas vive Cristo en mi.”

Aquí no se está declarando nada de especial o peculiar – un estrado superior de Cristiandad. Él está, nos parece, presentando una norma de parte de Dios para un Cristiano, y que puede ser condensada en las palabras: ya no vivo yo, sino que Cristo vive su vida en mí.
Dios ha dejado esto tan patente en Su Palabra que tan solamente tiene una respuesta para toda necesidad humana – Su Hijo, Jesucristo. Siempre que Dios trata con nosotros lo hace quitándonos del medio y poniendo a Cristo en nuestro lugar. El Hijo de Dios murió en vez de (en sustitución de) nosotros para nuestro perdón: El vive en vez de (en sustitución de) nosotros para nuestra liberación. Así que podríamos decir que hay dos sustituciones – un Sustituto en la Cruz que aseguró nuestro perdón y un Sustituto dentro de nosotros que nos asegura la victoria. Será de gran ayuda y provecho, y nos librará de muchas confusiones, que mantengamos esta declaración siempre delante de nosotros, es decir, que Dios responderá a todas nuestras cuestiones una por una, y solamente a través de una única vía, a saber, por mostrarnos más aspectos de Su Hijo que ahora mora en nosotros.

NUESTRO DOBLE PROBLEMA: PECADOS Y PECADO

Vamos a tomar ahora como punto de partida para nuestro estudio sobre la vida normal del Cristiano la grandiosa exposición que se encuentra en los ocho primeros capítulos de la Epístola a los Romanos, y abordaremos este objetivo bajo un punto de vista práctico y experimental. Primeramente será de gran ayuda que señalemos la división natural, en dos partes, que ocurre en esta sección de Romanos, y que notemos las ciertas y sonantes diferencias que se dan en los temas que trata cada una de estas partes.
Los ocho primeros capítulos de Romanos forman una unidad propia particular. Los primeros cuatro capítulos y medio, desde 1:1 hasta 5:11, forman la primera mitad de dicha unidad, y los tres capítulos y medio, desde 5:12 hasta 8:39, la segunda. Una lectura cuidadosa nos mostrará que el tema principal de las dos mitades no es el mismo. Por ejemplo, en el argumento de la primera sección se encuentra la palabra plural “pecados” de una manera relevante. En la segunda sección, sin embargo, se cambia esta norma, porque mientras que la palabra “pecados” difícilmente aparece, la singular “pecado”, se utiliza una y otra vez ¿Por qué será?

Esto se debe a que, en la primera sección, se está tratando sobre los pecados que he cometido ante Dios, los cuales son muchos y que podrían ser enumerados, mientras que, en la segunda parte, lo que se está refiriendo es el principio del pecado que opera en mí. No importa cuantos pecados cometa, es siempre el principio único de pecado que me lleva a cometer pecado. Yo necesito ser perdonado por mis pecados, pero, al mismo tiempo, también necesito ser libertado del poder que me lleva a cometer pecado. Lo primero tiene que ver con mi conciencia, lo segundo con mi vida. Yo puedo haber recibido perdón por todos mis pecados, pero, aún así, debido al pecado que habita en mi propia naturaleza, no tener paz conmigo mismo.

Cuando la luz de Dios brilló en mi corazón por primera vez lo único que le pedía era que me perdonase, porque me di cuenta de los pecados que había cometido ante él; pero cuando recibí su perdón por los pecados hice un nuevo descubrimiento, esto es, descubrí aquel principio de pecado, y me di cuenta de que no solamente había cometido pecados ante Dios, sino que, además, había algo errado dentro de mí. Descubrí que tenía la naturaleza de un pecador. Existe una inclinación natural para el pecado, un poder interior que nos lleva a pecar. Cuando este poder sobresale, cometemos pecados. Entonces debo procurar y recibir perdón, pero después cometo nuevamente pecado. Y así sigue la vida en un círculo vicioso de pecado y de perdón nuevamente. Agradezco el hecho de que Dios los perdone, pero yo quiero y necesito algo más: yo quiero ser libertado de aquel principio que reside en mí. Yo necesito perdón por lo que he hecho, pero también necesito ser libertado de lo que soy por naturaleza.

EL DOBLE REMEDIO DE DIOS: LA SANGRE Y LA CRUZ

Así pues, en los ocho primeros capítulos de Romanos se nos presentan dos aspectos de la salvación: Primeramente, el perdón de nuestros pecados, y a seguir, nuestra liberación del pecado. Pero ahora, junto con este hecho, debemos darnos cuenta también de otra diferencia.

En la primera parte de Romanos 1 a 8, tenemos dos referencias a la sangre del Señor Jesús, una en el capítulo 3 versículo 25 y la otra en el 5 versículo 9. De esta segunda referencia, se introduce una nueva idea en el capítulo 6:6, donde se nos dice que fuimos “crucificados” con Cristo. El argumento de la primera parte trata sobre el aspecto del trabajo del Señor Jesús que se representa en “la Sangre” derramada tanto para nuestra justificación como para “la remisión de los pecados.” Esta terminología, sin embargo, no se utiliza en la segunda sección, donde el argumento se centra en el aspecto de su trabajo representado por “la Cruz,” o lo que es lo mismo, por nuestra unión e identificación con Cristo en su muerte, sepultura, y resurrección. Esta distinción es de gran importancia. Vamos a ver que la Sangre tiene que ver con el problema de lo que hacemos, mientras que la Cruz trata con aquello que somos. La Sangre nos despoja de nuestros pecados, mientras que la Cruz afecta a la raíz de nuestra capacidad para pecar. Este último aspecto será el tema principal que consideraremos en capítulos posteriores.

EL PROBLEMA DE NUESTROS PECADOS

Comencemos, por tanto, con la preciosa Sangre del Señor Jesucristo y el valor que tiene lidiando con nuestros pecados y nos justifica a los ojos de Dios. Esto se nos muestra en los siguientes pasajes:

“Por cuanto todos pecaron” (Romanos 3:23).

“Mas Dios muestra su amor para con nosotros, en que siendo aún pecadores, Cristo murió por nosotros. Pues mucho más, estando ya justificados en su sangre, por él seremos salvos de la ira.” (Romanos 5:8 y 9).

“Siendo justificados gratuitamente por su gracia, mediante la redención que es en Cristo Jesús, a quien Dios puso como propiciación por medio de la fe en su sangre, para manifestar su justicia, a causa de haber pasado por alto, en su paciencia, los pecados pasados, con la mira de manifestar en este tiempo su justicia, a fin de que él sea el justo, y el que justifica al que es de la fe de Jesús.” (Romanos 3: 24-26).

En otra parte de nuestro estudio tendremos oportunidad de ver más de cerca la verdadera naturaleza de la Caída del hombre y el camino de la restauración. Pero ahora debemos tener en cuenta solamente que cuando el pecado entró con aquella Caída, fundó su expresión a través de un acto de desobediencia a Dios (Romanos 5:19). Ahora debemos recordar que, siempre que esto sucede, lo que inmediatamente le sigue es la culpa.
El pecado se introdujo por la desobediencia, creando antes que nada una separación entre Dios y el hombre por la cual el hombre tiene que salir fuera de la presencia de Dios. Dios ya no puede seguir teniendo comunión con él, pues hay algo que se lo impide, y ese algo es lo que se conoce en la Escritura como “pecado.” Por eso, en primer lugar, es Dios quien dice:

“Todos están bajo pecado” (Romanos 3:9).

 Entonces, en segundo lugar, aquel pecado en el hombre, que lleva consigo y constituye una barrera para su comunión con Dios, hace resaltar en el hombre un sentimiento de culpa y de condenación – de separación de Dios. En esta situación, con ayuda de su despierta conciencia, el hombre se dice a sí mismo: “yo he pecado” (Lucas 15:18). Y no sólo eso, sino que además, el pecado también le da a Satanás la oportunidad y la base para acusarnos ante Dios, mientras que la condenación que sentimos es el fundamento que le permite introducir la acusación en nuestros corazones; por eso, en tercer lugar, se encuentra “el acusador de los hermanos” (Apocalipsis 12:10) quien ahora nos repite, “tú has cometido pecado.”

Para redimirnos a nosotros, por tanto, y para traernos de vuelta al propósito de Dios, el Señor Jesús tuvo que hacer algo acerca de estas tres cuestiones del pecado, de la culpa y de las acusaciones que nos imputa Satanás. Lo primero que tuvo que tratar fue la cuestión del pecado, y esto se efectuó a través de la preciosa Sangre de Cristo. Nuestra culpa también quedó resuelta con ella y ahora nuestras conciencias de culpa permanecen descansadas mostrándosenos el valor de aquella Sangre. Y finalmente, el ataque del enemigo tuvo que ser repelido y sus acusaciones respondidas. En las Escrituras se muestra siempre a la Sangre de Cristo para operar con efectividad en estas tres áreas, para las competencias de Dios, para las competencias del hombre y para las competencias de Satanás.

Es de vital importancia que nos apropiemos y que seamos conscientes de estos valores de la Sangre si queremos seguir adelante. Este es el primer requisito, lo más esencial. Debemos tener un conocimiento básico del hecho de la muerte del Señor Jesús como nuestro Sustituto sobre la Cruz, y debemos entender con claridad la eficacia de su Sangre por nuestros pecados, porque sin este entendimiento no se puede decir que hayamos comenzado nuestro camino. Vamos a ver entonces más detalladamente estos tres asuntos.

LA SANGRE ES FUNDAMENTALMENTE PARA DIOS

La Sangre es el precio que se ha pagado como expiación de nuestros pecados, el valor que se dio por ellos, y ese pago tiene que ver primeramente con nuestra posición ante Dios. Todos los hombres necesitábamos el perdón que pagó aquel precio por nuestros pecados cometidos, aquellos pecados nos colocaron debajo del juicio; y esos pecados están olvidados y perdonados, no porque Dios pase por alto lo que hemos hecho sino porque mira la Sangre. Por eso decimos que la Sangre es primero y fundamentalmente, no para nosotros, sino para Dios. Si yo quiero saber cual es el valor o precio de la Sangre debo aceptar la evaluación que Dios le da. Y si yo no sé cuál es el valor que Dios le ha conferido tampoco se nada acerca del verdadero valor que tiene para mí aquella Sangre. Se debe solamente a la estimativa que Dios le ha dado a la Sangre de Cristo, y que me ha hecho saber por espíritu santo, por lo que ahora me doy cuenta de lo preciosa que es de hecho para mí, y que sé todos los tesoros que contiene para mí. Pero la primacía de su valor le corresponde a Dios. A través de todo el Antiguo y del Nuevo Testamento la palabra “Sangre” se utiliza en conexión con la idea de expiación, creo que cerca de cien veces, y en todas es algo que se ofrece para Dios.

En el calendario que estaba vigente en el tiempo del Antiguo Testamento había un determinado día que tenía mucho que ver con el asunto de nuestros pecados y ese día era el Día de la Expiación. No hay nada que explique la cuestión de los pecados más claramente que la descripción de lo que ocurría en aquel día. En Levítico 16 nos encontramos que, en el Día de la Expiación, la sangre era tomada de la ofrenda por el pecado y se llevaba al Lugar Santísimo donde era rociada delante del Señor siete veces. Debemos entender bien esto. En aquel día, la ofrenda por el pecado era ofrecida públicamente en el patio del tabernáculo. Todas las cosas estaban bien a la vista y podían ser observadas por todos los hombres. Pero el Señor ordenó que ningún otro hombre traspasase el tabernáculo a no ser que fuese el sumo sacerdote. Solamente podía ser él quien tomase la ofrenda y, penetrando solo adentro del Lugar Santísimo, la rociase allí para hacer la expiación delante del Señor siete veces. ¿Por qué? Porque el sumo sacerdote representaba al Señor Jesús en su trabajo de redención (Hebreos 9:11, 12), y por eso, figuradamente, él era el único que podía hacer ese trabajo. Ningún otro, sino él, se podría haber siquiera acercado a la entrada. Además, en conexión con su entrada en aquel lugar solo podía realizar un acto, y era, la presentación de la sangre a Dios, eso era lo único que aceptaba, lo único con lo que Él se daba por satisfecho. Era una transacción que se daba entre el sumo sacerdote y Dios en el Santuario, fuera del alcance de los hombres que se irían a beneficiar por aquella transacción. Así lo requería el Señor. Por eso la Sangre es, en primer lugar, no para nosotros sino para Él.

Tiempo antes que esto sucediese, también se describe en Éxodo 12:13 la señal de la sangre del cordero que se sacrificaba en la pascua en Egipto para redimir a Israel. Esta es otra, a mi modo de ver, de las mejores ilustraciones en el Antiguo Testamento que ilustra nuestra redención. La sangre se colocaba en el dintel, delante de la puerta, mientras que la comida, la carne del cordero, se comía siempre dentro de casa; y dijo Dios:

“Y veré la sangre y pasaré de vosotros.”

 Aquí vemos, por tanto, otra ilustración que nos muestra como la sangre no fue ofrecida primeramente para el hombre sino para Dios, puesto que la sangre se ponía sobre el dintel y enfrente de la puerta, donde no podía ser vista por los que estaban dentro de la casa.

DIOS ESTÁ SATISFECHO

Es la santidad de Dios, la justicia de Dios, quien demanda que una vida sin pecado le fuese otorgada al hombre. Existe vida en la Sangre, y esa Sangre tuvo que ser derramada para mí, por mis pecados. Dios es Quien lo ha determinado así. Dios es Quien demanda que la Sangre debe ser presentada, con la mira de satisfacer su propia justicia, y es Él quien dice: “Para que viendo la sangre, pase sobre vosotros.” La Sangre de Cristo satisface plenamente a Dios.

Ahora me gustaría decir una palabra sobre este punto a mis jóvenes hermanos en el Señor, pues de aquí han salido muy a menudo muchas dificultades y confusiones. Cuando éramos incrédulos normalmente no sufríamos tantas tribulaciones con la conciencia como ahora que la Palabra ha comenzado a florecer en nuestras vidas. Nuestras conciencias estaban muertas, y aquellos que tienen muerta su conciencia no son útiles para Dios. Pero después, cuando creímos, nuestras vivificadas conciencias pueden pasar a ser muy incisivas y sensibles, lo que constituye un grave problema para nuestras vidas. El sentimiento de pecado y de culpa llega a ser tan grande, tan terrible, que casi nos deja inválidos, pues hace que perdamos de vista la verdadera eficacia de la Sangre. Nos parece como si nuestro pecado fuese sumamente real, y algún pecado particular nos puede atribular por tanto tiempo que, llegamos a un punto en el cual pensamos que estamos demasiado lejos de la Sangre de Cristo.

Ahora bien, todo el problema que tenemos se resume a que estamos intentando sentirlo. Estamos intentando sentir su valor y a estimar subjetivamente lo que la Sangre es para nosotros. No podemos hacer eso; así no funciona. La Sangre es para que Dios la vea en primer lugar. Nosotros después tenemos que aceptar la evaluación que Dios le da. Si lo hacemos así encontraremos nuestra sanidad completa. Pero si hacemos al contrario e intentamos acercarnos al valor por el camino de nuestros sentimientos no obtendremos nada; permaneceremos en tinieblas. No, no puede ser, este es un asunto que depende exclusivamente de creer la Palabra de Dios. Es necesario que creamos que la Sangre es preciosa para Dios PORQUE ASÍ LO HA DECRETADO (1ª Pedro 1:18, 19). Si Dios puede aceptar la Sangre como pago por nuestros pecados y precio de nuestra redención, entonces podemos descansar confiados de que la deuda ha sido saldada. Si Dios está satisfecho con la Sangre, entonces es porque la Sangre le es aceptable. La evaluación que tenemos ahora está de acuerdo con Su evaluación – ni más ni menos. No puede, por supuesto, ser más, pero no debe tampoco ser menos. Recordemos que Él es santo y justo, y que un Dios justo y santo tiene el derecho de decidir que la Sangre le es aceptable a sus ojos y que le satisface plenamente.

EL ACCESO A DIOS DE LOS CREYENTES

Dios se ha quedado satisfecho con la sangre, también debe satisfacernos a nosotros. Por eso existe un segundo valor que dice respecto al hombre, en el lavamiento de nuestras conciencias. Cuando adentramos en la Epístola de los Hebreos encontramos que la Sangre también lava nuestras conciencias. Tenemos que tener

“corazones purificados de malas conciencias” (Hebreos 10:22).

Esto es lo más importante. Observe cuidadosamente lo que dice este versículo. El escritor no dice que la Sangre del Señor Jesús nos limpia nuestros corazones, y allí termina su raciocinio. Si conectamos el corazón con la Sangre de esta manera estamos equivocados. Debe verse un malentendido en este asunto de cómo opera la Sangre cuando se ora, “Señor, por favor, lava mi corazón de pecado con la Sangre.” El corazón, dice Dios, es:

“Engañoso y más perverso que todas las cosas” (Jeremías 17:9)

Por eso es necesario que haga y opere algo más fundamental que simplemente lavarlo y limpiarlo: Tiene que darnos uno nuevo.

No nos ponemos a lavar una armadura de hierro que vamos a tirar a la basura. Así como vamos a ver brevemente, la “carne” es demasiado inútil como para ser limpia y pulida; debe ser crucificada. Lo que Dios opera dentro de nosotros es algo completamente nuevo.

“Os daré corazón nuevo, y pondré espíritu nuevo dentro de vosotros” (Ezequiel 36:26).

No, no encuentro ninguna declaración en la Biblia que diga que la Sangre nos lave nuestros corazones. Su operación no es de esa manera subjetiva, sino que es una operación totalmente objetiva, delante de Dios. Es verdad, el trabajo de limpieza de la Sangre que está expuesto aquí en Hebreos 10 se refiere al corazón, pero con relación a la conciencia. “Purificados los corazones de mala conciencia.” ¿Qué significa esto?

Significa que había alguna cosa que estaba interfiriendo entre Dios y yo mismo, como resultado de la mala conciencia que tenía siempre que pretendía aproximarme de Él. Estaba siempre recordándome la barrera que se levantaba entre los dos. Pero ahora, a través de la operación de la preciosa Sangre, algo nuevo a sucedido delante de Dios que ha derribado y diluido esa barrera, y Dios ha dado a conocer esa realidad en Su Palabra. Cuando por fin se cree y se acepta esta realidad, aclaro mi conciencia de una vez por todas y mi complejo de culpa desaparece, nunca más tengo una mala conciencia cuando estoy en la presencia de Dios.

Todos nosotros sabemos cuan preciosa es una conciencia libre de ofensas en nuestro trato con Dios. Un corazón de fe y una conciencia clara de toda y cualquier acusación son ambos necesarios para nuestras vidas, pues son interdependientes entre sí. Tan pronto como tengamos la conciencia intranquila, nuestra creencia se evapora, e inmediatamente sabemos que no podemos permanecer en Su Presencia. Para poder seguir andando con Dios, por tanto, tenemos que saber cual es el valor vigente y actual de la Sangre. Dios lo guarda bien presente, y somos hechos cercanos por la Sangre todos los días, a todas las horas y en todos los minutos. Si nos mantenemos descansados y la tenemos como base de acceso a Su presencia nunca perderá su eficacia. A la hora de entrar en el Lugar Santísimo, ¿De qué otra manera podríamos hacerlo si no fuese por la Sangre?

Pero debo preguntarme a mí mismo, ¿Estoy realmente procurando el camino a la presencia de Dios a través de la Sangre, o estoy intentando hacerlo por cualquier otra vía? ¿Qué quiero decir cuando digo, “por la sangre”? Quiero simplemente decir que reconozco mis pecados, que confieso mi necesidad de ser limpio y que se ha pagado mi deuda, y que vengo a Dios basándome solamente en la obra acabada que ejecutó el Señor Jesús. Me aproximo a Dios solamente por su mérito, y jamás por mi propio comportamiento; jamás, por ejemplo, por haber sido hoy muy paciente, o por haber hecho algo bueno para el Señor esta mañana. Tengo que acercarme por vía de la Sangre en todo momento. La tentación que tenemos muchos cuando nos intentamos aproximar a Dios es pensar que porque Dios se ha ocupado de nosotros - porque ha tenido que dar varios pasos para traernos al interior de algo más de Sí mismo y tuvo que estar enseñándonos lecciones más profundas sobre la Cruz- por tanto, ha debido establecernos nuevos modelos para que cumplamos, y que solamente cuando los acatemos podremos tener nuestras conciencias claras delante de Él. ¡NO! Una conciencia clara JAMÁS se basa en nuestro comportamiento; solamente se puede basar sobre la obra del Señor Jesús en el derramamiento de su Sangre.

Puede que esté equivocado, pero tengo un sentimiento muy arraigado de que algunos de nosotros están pensando con términos semejantes a estos: “Hoy voy a tener un poco más de cuidado; hoy voy a hacerlo un poco mejor; voy a leer la Palabra de Dios con empeño redoblado, y así podré orar mejor”! O entonces, “Hoy he tenido un día difícil con la familia; voy a comenzar el día sintiéndome amargado y deprimido; no me estoy sintiendo bien ahora; me parece que hay algo que está equivocado; por eso no veo claro que pueda acercarme a Dios.”

¿En qué basas tú, a final de cuentas, tu aproximación a Dios? ¿Te acercas a Él en la incerteza de tus sentimientos?, ¿Por sentir que hoy has hecho algo para Dios? ¿O fundamentas tu aproximación en algo bien más seguro, es decir, en el hecho de que la Sangre fue derramada, y en que Dios mirando la Sangre se da por satisfecho? Por supuesto que no puede caber en la cabeza de nadie ninguna alteración en la Sangre, por eso, el fundamento de tu aproximación a Dios, cualquiera que sea, no debe ser digno de confianza. Pero la Sangre nunca muda y nunca mudará, jamás perderá su valor. Por eso puedes siempre acercarte a Dios con total confianza; y esa confianza es tuya por medio de la Sangre y jamás a través de tu propio comportamiento. Cualquiera que sea tu grado de comportamiento hoy o ayer o antes de ayer, tan pronto como tomas conciencia de que te encuentras en el Lugar Santísimo, inmediatamente tienes que tomar tu posición de salvaguardia y basarte solamente en la Sangre derramada. Tanto da que hayas tenido un buen día como si lo has tenido malo, si tienes una conciencia pecadora como si no la tienes, tu fundamento de aproximación es siempre el mismo – la Sangre de Cristo. La aceptación de parte de Dios de esa Sangre es el suelo donde asienta tu aproximación, y no hay otro.

Así como muchos otros hechos de nuestra experiencia Cristiana, este asunto de aproximación y acceso a Dios tiene dos fases, una inicial y la otra progresiva. La primera se nos presenta en Efesios 2 y la segunda en Hebreos 10. Inicialmente, nuestra posición con Dios fue asegurada por la Sangre, pues hemos sido:
“Hechos cercanos por la Sangre de Cristo” (Efesios 2:13)

Pero cuidado, porque también posteriormente, la base donde asienta nuestro acceso permanente continúa a ser la Sangre, pues el apóstol nos exhorta:

“Así que, hermanos, teniendo libertad para entrar en el Lugar Santísimo por la sangre de Cristo... acerquémonos” (Hebreos 10:19, 22).

 Mi aproximación ha comenzado a ser posible gracias a la Sangre, y para continuar con esa nueva relación me valgo de la Sangre en todo momento. No se trata de haber sido salvo en un fundamento y de que ahora mantenga mi comunión en otro. Tu puedes decir, “Eso es demasiado simple; es el A. B. C. del Evangelio.” Si, pero el problema que se da en la vida de muchos de nosotros es que se nos ha olvidado el A. B. C. Hemos pensado que ya habíamos progresado y que podíamos dispensarlo, pero esto no se puede hacer nunca. ¡No! Mi aproximación a Dios inicial es a través de la Sangre, y siempre que me acerco a él será por lo mismo. Y hasta el final será siempre con el fundamento de la preciosa Sangre.

Eso no significa que debamos vivir una vida descuidada, pues brevemente estudiaremos otro aspecto de la muerte de Cristo que contempla esa materia. Pero de momento démonos por satisfechos con la Sangre, que está estipulada y que es más que suficiente para Dios.

Puede que seamos débiles, pero enfocar nuestra debilidad nunca nos hará más fuertes. No por intentar que nos sintamos mal y que hagamos penitencia vamos a conseguir ser ni tan siquiera un poquito más santos. Nunca será una ayuda hacer eso, así que tengamos libertad para acercarnos confiados gracias a la Sangre y digamos: “Señor, aunque no sepa todavía cuál es el verdadero valor de la Sangre, yo sé que la Sangre te satisface a ti; por tanto, la Sangre me basta, y es mi única súplica. Me doy cuenta de que aunque thaya progresado, aunque haya verdaderamente conseguido algo o no lo haya conseguido, eso no es lo importante. Siempre que me acerque a ti, será siempre con el fundamento de la preciosa Sangre.” Así es como nuestras conciencias se aclaran y se lavan delante de Dios. Ninguna conciencia se aclara de otra manera, sólo por la Sangre. La Sangre es, a partir de ahora, la única vía que nos inspira confianza.

“No más ninguna conciencia de pecado”

Estas son las tremendas palabras que se encuentran en Hebreos 10:2. Ya fuimos limpios de todo pecado; y debemos ciertamente, como Pablo, repetir las palabras de David cuando dice:

“Bienaventurado el varón a quien el Señor no inculpa de pecado” (Romanos 4:8).

VENCIENDO AL ACUSADOR

Teniendo en cuenta lo que hemos dicho, podemos ahora enfrentar cara a cara nuestro enemigo, pues hay un aspecto más de la Sangre que trata con las luchas de Satanás. La principal actividad estratégica de Satanás hoy en día es acusar a los hermanos (Apocalipsis 12:10) y es contra esto que nuestro Señor lo confronta en su particular ministerio de Sumo Sacerdote.

“A través de su propia sangre” (Hebreos 9:12).

¿Cómo opera y enfrenta la Sangre a Satán? Lo hace colocando a Dios del lado y a favor del hombre y en su contra. La Caída proporcionó un estado al hombre en el cual introdujo a Satanás, y trajo como consecuencia que Dios fuese obligado a apartase. El hombre está ahora fuera del paraíso – apartado de las riquezas de la gloria de Dios (Romanos 3:23) – por eso se encuentra interiormente separado de Dios. Por su desobediencia, ahora tiene inherente, hasta que se le quite, una total incapacidad moral de justificarse ante Dios y de defenderse. Pero la Sangre es lo que destruye esa barrera y restaura al hombre con Dios y a Dios con el hombre. El hombre tiene otra vez a Dios de su lado, y porque Dios está de su parte, el hombre puede enfrentar sin miedo a Satanás.
Recuerde aquel versículo de la primera epístola de Juan 1:7 – esta es la traducción que yo veo más apropiada:

“La sangre de su Hijo Jesús nos limpia de todo pecado.”

 No se trata de “todo pecado” exactamente en un sentido general, sino de todo pecado, cada uno en particular. ¿Qué significa esto? ¡OH! ¡Es algo maravilloso! Dios es luz, y a medida que nosotros andamos en luz con él todas las cosas son visibles y abiertas a esa luz, por eso se dice que Dios lo puede ver todo – y POR ESO la Sangre es provechosa para limpiarnos de todo pecado. ¡Y qué limpieza! No significa que yo no sepa bien quien soy, ni que Dios no me conozca perfectamente. Tampoco se trata de que intente esconderle alguna cosa, ni que Dios pase por alto o ignore algo. ¡No! De lo que se trata es que Él está en luz y de que yo estoy también en la luz, y de que POR ESO la preciosa Sangre me limpia de todo pecado. ¡La Sangre es suficiente para eso!
Algunos de nosotros, oprimidos por nuestras propias debilidades, hemos sido tentados algunas veces a pensar que existen pecados que son casi imperdonables. Déjeme que le recuerde la palabra: “La sangre de Jesucristo su Hijo nos limpia de todo pecado.” Pecados grandes, pecados pequeños, pecados que luzcan muy obscuros y pecados que luzcan menos obscuros, pecados que creas que puedan ser olvidados y pecados que me parezcan inolvidables, sí, de TODOS los pecados, conscientes e inconscientes, memorizados u olvidados, todos están incluidos en aquellas palabras: “todo pecado”. “La sangre de su Hijo Jesús nos limpia de todo pecado,” y lo hace porque en primer lugar le satisface a Dios.
Una vez que Dios, viendo todos nuestros pecados en la luz, puede olvidarlos a base de la Sangre, ¿Cuál podría ser el fundamento de acusación que tenga Satanás? Puede que se atreva a acusarnos ante Él, pero,
“Si Dios es por nosotros, ¿Quién contra nosotros?” (Romanos 8:31).

 Dios le señala la Sangre de Su amado Hijo. Es la respuesta que le basta y que no tiene apelación posible.

“ ¿Quién acusará a los escogidos de Dios? ¿Dios el que justifica? ¿Quién los condenará? ¿Cristo el que murió, el que también resucitó, el que además está sentado a la diestra de Dios y que hace intercesión por nosotros? (Romanos 8:33, 34)

 Así es como le responde Dios a todas sus acusaciones.
Por eso lo que necesitamos es reconocer la absoluta y total suficiencia de la preciosa Sangre.

“Estando ya presente Cristo, sumo sacerdote de los bienes venideros... por su propia sangre entró en el Lugar Santísimo, habiendo obtenido eterna redención” (Hebreos 9:11, 12).

 Él fue Redentor de una vez por todas. Lleva siendo Sumo Sacerdote y Abogado cerca de dos mil años. Y se mantiene en la presencia de Dios, y:

“Es la propiciación por nuestros pecados” (1ª Juan 2:1, 2).

 Observe las palabras de Hebreos 9:14;

CUANTO MÁS la sangre de Cristo... limpiará vuestras conciencias.”

Aquí se muestra la suficiencia de su ministerio. ES LO SUFICIENTE para Dios.
¿Cuál debe ser, por tanto, nuestra actitud con Satanás? Esto es importante, pues no solamente nos acusa delante de Dios sino también a nuestras conciencias, y dice, “Tú has pecado, y continuas pecando. Tú eres débil, y Dios no quiere saber más nada de ti.” Este es su argumento. Y nuestra tentación es cuestionarla y defendernos tratando de buscar en nosotros mismos, en nuestros sentimientos o en nuestra conducta, algún posible argumento para que nos convenza de que no tiene razón. Y alternativamente también somos tentados a admitir que no tenemos ayuda posible y, yendo hacia el extremo opuesto, caemos en depresión y desespero. Tal acusación llega a ser una de las armas más grandes y eficaces de Satanás. Nos apunta nuestros pecados y procura con ellos acusarnos delante de Dios, y si aceptamos sus acusaciones nos vamos al fondo inmediatamente.
Ahora bien, la razón por la que aceptamos con tanta facilidad sus acusaciones es porque todavía estamos esperando encontrar algún tipo de justificación en nosotros mismos. El fundamento de esta procura es totalmente falso, nunca será de confianza. Satanás tiene mucho éxito haciéndonos mirar para el sitio equivocado. Por eso gana muchos puntos, causando nuestra ineficacia. Pero si hemos aprendido a no poner nuestra confianza en la carne, no nos sorprenderá que pequemos. ¿Entiendes lo que te quiero decir? No tenemos que venir a apreciar nuestra verdadera naturaleza y ver cuan débiles somos para que todavía tengamos alguna expectativa de justicia en nosotros mismos, y después, cuando Satanás se nos acerca y nos acusa, caigamos en su trampa.

Dios está muy bien capacitado para tratar con nuestras debilidades y pecados; pero no puede hacer nada con un hombre que se mantenga bajo acusación, puesto que ese hombre no confía ni cree en la Sangre. La Sangre defiende en su favor, pero él decide oír y aceptar las acusaciones de Satanás. Cristo es nuestro Abogado, pero nosotros, los acusados, nos ponemos al lado del acusador. No reconocemos que somos y que estamos limitados en todo excepto para morir; es decir, como veremos brevemente, estamos aptos para ser crucificados de cualquier manera. No hemos reconocido que solamente Dios puede responder al acusador, y que esto es lo que YA ha hecho en la preciosa Sangre.

Nuestra salvación se encuentra en mantenernos mirando al Señor Jesús y en que veamos que la Sangre del Cordero ha suplido y cubierto toda la situación creada por nuestros pecados- en saber que ya ha sido resuelta y respondida. Esta es la segurísima fundación en que nos basamos. Nunca deberíamos intentar responder a Satanás con nuestra buena conducta sino siempre con la Sangre. Sí, claro que somos pecadores, pero, ¡gloria a Dios! La Sangre nos limpia de todo pecado. Dios mira la Sangre en la que su Hijo ha diluido las acusaciones y Satanás ya no tiene base alguna para sus ataques. Nuestra fe en la preciosa Sangre y nuestra recusa de salirnos de esa posición son las que únicamente pueden silenciar sus cargos contra nosotros y echarlo fuera de nuestra presencia (Romanos 8:33, 34); y así será hasta el fin de los tiempos (Apocalipsis 12:11). ¡OH que maravillosa liberación se da en nuestras vidas cuando vemos el valor que tiene a los ojos de Dios la preciosa Sangre de su amado Hijo!

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