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DIEZ SERMONES SOBRE LA SEGUNDA VENIDA-II. LA INTERPRETACIÓN DE PROFECÍA. Por E.W. Bullinger


II. LA INTERPRETACIÓN DE PROFECÍA

 “ENTENDIENDO PRIMERO ESTO, QUE NINGUNA PROFECÍA DE LA ESCRITURA ES DE INTERPRETACIÓN PRIVADA. PORQUE NUNCA LA PROFECÍA FUE TRAÍDA POR VOLUNTAD HUMANA, SINO QUE SANTOS HOMBRES DE DIOS HABLARON SIENDO INSPIRADOS POR EL ESPÍRITU SANTO”. 2ª. Pedro 1:20,21.

Las palabras del versículo 20 son difíciles de traducir, y han dado ocasión a muchas y variadas interpretaciones. Los revisores, nosotros después podemos revisar la completa consideración, se han adherido a la Versión A.V. omitiendo simplemente la palabra “ninguna”, y haciendo el vers. 21, así: “Porque la profecía no llegó (y al margen, fue traída) por la voluntad del hombre, sino que los hombres hablaron de parte de Dios a través del Espíritu Santo”.

La dificultad surge, en parte, por el hecho de que, la palabra traducida “interpretación”, no aparece en ningún otro sitio en toda la Biblia (y solamente una o dos veces en los escritos seculares). Tenemos, por tanto, que buscar su significado principalmente por el contexto. Incluso el verbo proveniente de este sustantivo, aparece solamente dos veces en el Nuevo Testamento (Marcos 4:34 y Hechos 19:39); y en el Antiguo Testamento solamente una vez (Génesis 41:12). Significa literalmente un acto de soltar, desapretar, desprender, aflojar: y se deduce que sea una explicación, o un desatar la explicación de  lo que antes se desconocía. De ahí que se traduzca “interpretación.”     

A seguir, la palabra “privada” es la traducción de una palabra griega que aparece 112 veces, ¡y nunca se traduce “particular o privada” a excepción de este versículo! Setenta y dos veces se traduce “suyo” por ejemplo, “sus propias ovejas,” “su propia ciudad”, “su propio hermano”, “su lugar propio”, “su propio cuerpo”, etc., etc.

Sin embargo, ninguna traducción de este versículo puede ser correcta si no le permite al verbo su fuerza completa y adecuada. El verbo aquí traducido “es”, no hace parte del verbo “ser” común; sino que es un verbo completamente diferente, y significa comenzar a ser, pasar a existir, originar, producir, llegar a ser.

Ahora bien, si agrupamos todos estos factores, y recordamos que el próximo versículo comienza con “porque” (“porque nunca la profecía”, etc.), así dependiendo y fluyendo desde el versículo 20,  llegamos al siguiente sentido: “Entendiendo esto primeramente, que ninguna profecía de la Escritura proviene (o se originó) de su propio desenvolvimiento o desarrollo (esto es, de los profetas), porque nunca la profecía vino por voluntad del hombre; sino que santos hombres hablaron de parte de Dios (no por ellos mismos) movidos por el Espíritu Santo”.  
 
Profecía es la explicación o declaración del futuro, y aunque los hombres hayan servido como medio o instrumentos, aun así, no fueron ellos los que la originaron o produjeron, sino que provino de Dios, a través de Su espíritu santo.

Siendo así, la profecía llega a nosotros como una interpretación del futuro, y nuestro cometido con ella no es tanto interpretar esta interpretación, sino recibir y creer la interpretación que se da a nosotros. El mismo Espíritu Santo que inspiró esta profecía, está presente con la Iglesia de Cristo, y Su Misión especial es exponernos las Escrituras a nosotros. “Él os guiará a toda la verdad”: “Y os hará saber las cosas que habrán de suceder” (Juan 16: 13,14). Hablando del hombre natural, se ha escrito: “Cosas que ojo no vio, ni oído oyó, ni han subido en el corazón de hombre, son las que Dios ha preparado para los que le aman. Pero Dios nos las reveló a nosotros a través de Su espíritu”. (1ª Corintios 2:9, 10).

David fue un profeta, y en 2ª Samuel 23:1-3, leemos, “Dijo David hijo de Isaí…dijo el dulce cantor de Israel, el Espíritu de Jehová ha hablado por mí, y su palabra ha estado en mi lengua. El Dios de Israel ha dicho, me habló la Roca de Israel.” No es posible enfatizar la verdad contenida en nuestro texto de manera más resonante, y aquí tenemos una confirmación maravillosa de su verdad e importancia. La profecía, por tanto (y en esta declaración se incluye por supuesto toda la Biblia) no es proveniente de ningún punto de vista particular, o ideas peculiares, o de teorías personales de hombre alguno. Es divina, y no importa cuán inteligente,  escolarmente hablando, algún estudiante de la profecía pueda ser: tiene siempre que tener la iluminación del Espíritu de Dios. La luz artificial puede iluminar o revelar la belleza de la estructura de un día de sol, y exponer sus figuras, o mosaicos, o externa apariencia, pero solamente la luz Celestial puede mostrar los tiempos o edades Celestiales. Así pues, la sabiduría natural del hombre puede ver muchas cosas bellas en la geografía, historia, antigüedades, y el lenguaje de la Biblia; pero solamente la Sabiduría Celestial puede dar a entender la mente Celestial, porque “el hombre natural no percibe las cosas que son del Espíritu de Dios; porque para él son locura, y no las puede entender, porque se han de discernir espiritualmente”. (1ª Corintios 2:14). Los escolares pueden entender la carta escrita, pero solamente el hombre que sea enseñado por el Espíritu que dio esta profecía podrá comprender su significado. Esto es tan verdad hoy en día como cuando Dios le dijo a David: “La comunión íntima de Jehová es con los que le temen, y a ellos hará conocer Su pacto” (Salmos 25:14). Tal persona “conocerá su enseñanza”. Se requiere que el estudiante de la profecía esté equipado de manera más meticulosa  que una mera escolaridad eficaz, o con lo que una simple crítica Bíblica pueda darle. Los dones más altos solo pueden ser santificados y ofrecidos por el Divino Intérprete Mismo. 
 
Cuando cualquier hombre, o cualquier Iglesia, asumen esta prerrogativa del Espíritu Santo, la lógica consecuencia es la certeza de que la Palabra de Dios es inefable (que no se puede explicar con palabras). Este, por  tanto, es el primer, más grande e importante punto. “Sabiendo esto primeramente”, dice el Espíritu Santo a través de S. Pedro, “que ninguna profecía de la Escritura provino a través de la interpretación de los propios profetas”.

Es significativo, e interesante de señalar, que los dos hombres que se distinguen en el Antiguo Testamento como intérpretes de sueños y visiones enviados por Dios, José y Daniel, ambos enfatizaron puntualmente esta verdad. José le dijo al Faraón, cuando le pidió que le diese a conocer el futuro revelado en el sueño: “No está en mí: Dios será el que dé respuesta a Faraón.” (Génesis 41:16); y Daniel le dijo a Nabucodonosor: “Y el que revela los misterios te mostró lo que ha de ser, y a mí me ha sido revelado este misterio, no porque en mí haya más sabiduría que en todos los vivientes.” (Daniel 2:29, 30).

El tema que tenemos enfrente es un tema de Revelación. Fuera de este bendito Libro no sabemos nada del futuro. El mundo es oscuro y tenebroso, y este Libro es la única luz que hay en él. La especulación, la imaginación, y la filosofía no tienen parte alguna o lugar aquí; no tienen valor alguno a la hora de responder a la cuestión “Cuál o qué es la Verdad”. No habría ninguna dificultad si tuviésemos una Biblia que estuviese exactamente de acuerdo a nuestros propios pensamientos, si cada uno pudiese asentar así su propio razonamiento como el estándar de lo que es posible que la Escritura sea, o lo que sea que Dios puede hacer. Así es como las personas actúan en todas partes. Sin embargo no es eso lo que resuelve las cuestiones reveladas en este Libro. Este Libro clama ser proveniente de Dios. Afirma que da a conocer Sus pensamientos, y revela Su voluntad y propósitos. Los hombres que lo escribieron, no escribieron en él lo que ellos mismos se imaginaron o presumieron razonar; ni tampoco lo que ellos pensaron que sería aceptable para otros; ni lo que a ellos mismos les parecía ser sabio, o benéfico; sino que escribieron lo que Dios pensaba, lo que Dios escogió decir, lo que Dios ordenó, si, ¡y lo que Dios quiso dar a entender! “Santos hombres de Dios hablaron de parte de Dios”. Nuestra actitud por tanto en cuanto a lo que debemos procurar está perfectamente clara, y nuestro deber es muy simple, esto es, aceptar lo que revelan como siendo Palabra de Dios. No tenemos más opción, ningún derecho de debatir o apelar las cosas reveladas, somos meramente como los estudiantes que se sientan para estudiar los estatutos del Reino. La sola y única cuestión es, ¿qué es lo que la Escritura dice? Para nada importa si el estudiante puede entender lo que dicen, o explicarlo, o armonizar lo que digan con sus propios puntos de vista o de terceros. ¡Su labor como estudiante es conocer sus dichos; y como sus ciudadanos, obedecerlos!    
 
Así, pues, estas Santas Escrituras revelan lo que a Dios le agradó decir, y nuestro deber es aceptar y creer lo que dicen debido a este hecho, y no debido a nuestra habilidad en comprender sus dichos. La única gran dificultad surge cuando la autoridad de la Escritura no se toma como absolutamente suprema. Mientras más los hombres insistan en encuadrar la Escritura con la razón, más carecerán de la certeza en los asuntos de Fe. No podrá haber unidad de pensamiento doctrinal a menos que haya primeramente una unidad de autoridad. No tenemos que hacer nada más, ni nada menos, que lo que tuvo que hacer Israel cuando Moisés fue enviado por Dios y descendió de Horeb, y les dio a conocer lo que Dios había escrito y revelado.

Nosotros, por tanto, no tenemos que interpretar la Revelación, porque la Revelación se da para interpretarnos a nosotros lo que de otra manera jamás podríamos conocer. Este debe ser nuestro fundamento, y este nuestro espíritu, cuando nos acercamos a la “palabra profética”. Esta debe ser nuestra base, y mientras más profundo y firme se mantenga, más alta deberá ser la sobre estructura que edifiquemos encima de ella; al mismo tiempo, una débil estructura, erguida sobre una débil fundación, debe acabar siempre en ruina y en desastre.

Si Dios no nos hubiera dado a conocer “las cosas que están por suceder”, entonces jamás las conoceríamos. Pero si Él las ha declarado, entonces no hay necesidad de que seamos ignorantes.

Ahora bien, no podremos negar que esta Revelación algunas veces emplea figuras literarias, tipos y visiones (aunque yo estoy persuadido de que siempre que se emplea un símbolo, la explicación generalmente se da por el Espíritu Santo Mismo). Pero si fuese imposible distinguir entre el lenguaje figurativo y los hechos literales de los cuales habla ese lenguaje, entonces no tendríamos de manera alguna la Revelación: lo que tendríamos sería un Apócrifo, tendríamos solo confusión; tendríamos algo tan inútil y tan ambiguo como los oráculos de los paganos. Que haya algo en el lenguaje de la Escritura que sea figurativo, eso es una cosa; pero afirmar (como mucha gente afirma) que la cosa en sí de la cual habla el lenguaje sea también figurativo, eso, es algo muy diferente. 

Ahora bien, para continuar; todos nosotros confesamos que la profecía concerniente al primer adviento o venida de Cristo ya se cumplió a la letra. De hecho, todos nosotros basamos un poderoso argumento a favor de la inspiración de la Biblia sobre este hecho. Si investiga las Escrituras encontrara ciento nueve predicciones literales cumplidas acerca de la primera venida de Cristo en la carne. El lugar de su nacimiento, su concepción, vida, milagros, la manera como fue despreciado y traicionado; los azotes, como le escupieron, la burla que le hicieron y como fue traspasado; el repartimiento de sus vestidos, el echar a suerte de su túnica; el vinagre que le dieron a beber, la humillación; su muerte y sepultura; su Resurrección y Ascensión. ¡TODO SE CUMPLIÓ LITERALMENTE! ¿Por qué, entonces, cuando leemos acerca de su DESCENSO de los Cielos (1ª Tes.4:16), deberíamos aplicar un canon de interpretación totalmente opuesto, y decir que todo en este caso es figurativo?

Ambas venidas o advientos asientan sobre la misma autoridad, y sin duda alguna, si aceptamos esa autoridad, no será difícil entenderla con respecto a lo que suceda, esto es, no será difícil creer todo lo concerniente a cómo ha de suceder. Las dos son iguales en sus respectivos turnos y contrarias a los pensamientos del hombre, y ocasión de tropiezo para el razonamiento humano. ¿Cómo sabemos que Jesús nació, sufrió, murió y fue levantado de nuevo?  Sencillamente, porque así lo leemos en la Palabra de Dios. Pues, entonces, basados precisamente en esa misma palabra de autoridad, así conocemos las circunstancias que se relacionan con su nueva venida.

Una vez que ya hemos hablado de la autoridad de la Escritura, veamos ahora su Lenguaje. Porque la Inspiración es la fuente de la autoridad; esa autoridad es la base de todo conocimiento; y la vía o canal de su conocimiento es el Lenguaje. La Revelación está revestida en palabras. Si se admite que las palabras no quieren decir lo que dicen, sino cualquier otra cosa, y algo diferente, entonces, cada una de las varias escuelas de pensamiento teológico, y cada uno de los individuos en estas escuelas pueden espiritualizar como quieran en directa oposición a la autoridad establecida, para asentar en ella sus propios puntos de vista. 

A menos que Dios quiera decir exactamente lo que dice de acuerdo a las leyes de todo lenguaje, hasta entonces todas las líneas positivas de demarcación entre la verdad y el error sobre todas las realidades vitales de la Cristiandad están en ese momento borradas. No es meramente la profecía de la Segunda Venida la que sufre; sino todas las Doctrinas, y todos los artículos de la fe Cristiana, se hayan envueltos en un caos ordinario.   

Veamos ahora unos pocos ejemplos, demostrando cómo el lenguaje, y las palabras de la Divina Revelación son tratadas por manos de este ejército de espiritistas y figurados intérpretes, que no le permiten a Dios decir lo que Él dice, ¡y difícilmente tener un significado para cualquier cosa que Él diga!

Todos los Credos de la Cristiandad, antiguos y modernos, con cientos de Escrituras, proclaman el hecho concerniente a Cristo: “Él regresará de nuevo”.

Pero veamos de qué diferentes maneras, tratan los “intérpretes” con esta profecía:

I. Ellos aseguran que La venida del Espíritu Santo en Pentecostés es su cumplimiento.

Pero será suficiente observar, que tanto la Venida del Espíritu Santo, y la venida de nuevo de Cristo, ambas fueron predichas, y la primera ya se cumplió literalmente. Está clarísimo y podemos deducir así, que la otra también se cumplirá. Recordemos una vez más, que en muchos ejemplos el Espíritu Santo y el Salvador se distinguen enfáticamente en una única y la misma Escritura, por ejemplo: “Os conviene que yo me valla; porque si no me fuese, el Consolador no vendría a vosotros; más si me fuere, os lo enviaré”. (Juan 16:7). La Venida del Espíritu Santo es suplementaria a la primera venida de Cristo y preparatoria de Su segunda venida. ¿Cómo entonces sería posible que la venida del Espíritu tomase el lugar de la segunda antes que de la primera? No tiene fundamento alguno el decir que lo que significa es “un más abundante derramar del Espíritu”, porque no podría tener sentido alguno que tal hecho de la venida sea una figura apropiada de un mero incremento.

Aquellos que así espiritualizan no pueden tener sino una muy vaga idea de la misión del Espíritu Santo en este mundo durante esta dispensación; o del triste deshonor que así acarrean sobre Su obra maravillosa.

No debemos olvidar que cientos de referencias al Segundo adviento del Señor fueron inspiradas antes de Pentecostés, y solo este hecho por sí mismo, forma una barrera insuperable contra tales violaciones de la letra de la Escritura.

II. Otros dicen que la destrucción de Jerusalén llevada a cabo por Tito cumplió la profecía.

Esta interpretación se basa únicamente en Mateo 24, Marcos 13 y Lucas 21. En el cuarto Sermón examinaremos de cerca estas Escrituras, y su mutua relación. Será suficiente ahora con observar que, mientras que en ciertos lugares coincidan, Mateo 24 no contiene referencia alguna a la Destrucción de Jerusalén, sino que hace una ampliación de los acontecimientos que preceden inmediatamente a la Venida del Hijo del hombre. S. Lucas condensa esos acontecimientos en solo cuatro versículos (8-11) y luego después (12-24) se alarga sobre la destrucción de Jerusalén, de la cual él dice que sucederá “antes de estas cosas”, y a seguir (en el vers.25) se asocia con Mateo hablando de la Venida de Cristo después que los “tiempos de los gentiles se hayan cumplido”.

Pero bajo ningún sentido Mateo se refiere a Tito y sus ejércitos, cuando habla de “el Hijo del hombre, viniendo en las nubes del Cielo con poder y gran gloria”. Porque cuando estaba en pie delante de Pilato, (Mateo 26:64) Jesús repite las mismas palabras (Mateo 24:30). ¿!Se podría haber referido a Tito!? Sus enemigos de modo alguno lo entendieron así, pues a este punto la evidencia habría sido conflictiva y con testigos contradictorios, ¡pero pronunciando estas palabras, el caso quedó concluido, sus vestidos fueron echados a suerte, y le sentenciaron culpable de muerte!

III. Otros dicen que la Venida Espiritual de Cristo cumple ahora la profecía.

Gracias a Dios, es cierto que hay una presencia Espiritual de Cristo ahora a través de Su Espíritu, porque “donde dos o tres estén juntos reunidos”, (Mateo 17:20) o “dispersos hasta las partes más remotas de la tierra”, la promesa se mantiene válida, “Yo estoy ustedes”. (Mateo 28:20). Pero seguramente quiere decir más que eso cuando está escrito que “este mismo Jesús que ha sido tomado al cielo, regresará de igual manera que lo habéis visto marcharse al Cielo”. (Hechos 1:11.) Con toda seguridad debe haber algo más reservado para la iglesia de Dios y para el mundo, cuando leemos que “tiempos de refrigerio descenderán de la presencia del Señor y Él enviará a Jesucristo, lo cual de antemano se os predijo; a quien los Cielos deben recibir hasta los tiempos de la Restauración de todas las cosas” (Hechos 3:20, 21). Ciertamente existe un intervalo definido entre el “ser tomado”, y la “venida”, entre el “recibimiento en el Cielo”, ¡y el que el Padre lo envíe! Sí, la Promesa de este intervalo es “Volveré otra vez”, el orden de este intervalo es: “Hasta que vuelva Él;” el Mandamiento es “ocuparos hasta que Yo vuelva”; y la Oración es “Si, ven Señor Jesús”, “Venga Tu Reino”.

IV. Y por último, se ha sugerido que, La Muerte de los Creyentes, cumple la profecía. Tan común es esta creencia que bien a denegrido la Resurrección y el Adviento como una “esperanza” como la esperanza de la Iglesia. Jesús dijo, como palabras del más grande consuelo para los familiares del difunto, “tu hermano resucitará de nuevo”; pero la noción popular de la muerte replica prácticamente así: ¡No, Señor, yo cuando muera iré a Ti! Y así no hay necesidad, ni espacio alguno para el cumplimiento de esta y de muchas otras promesas; no hay necesidad alguna de esperar, y de aguardar y de ansiar el cumplimiento de esa venida; ningún deseo de estar entre aquellos que “estén vivos y permanezcan.” ¡No! esta interpretación tuerce la Escritura, y destruye la bendita esperanza que representa. En la Escritura, la Muerte se representa como un “enemigo” – “el último enemigo”, el gran enemigo (1ª Cor.15:26, Jeremías 31:15); como una cárcel (Job 3:17, 18); como un sueño (Deut.31:16, Job 14:2, Ecles.9:10, Salmos 115:17, Juan 11:11). Hasta que no se dé nuestra Resurrección en la venida personal de Cristo no podremos cantar “Oh muerte, donde está ahora tu aguijón, dónde Oh sepulcro tu victoria!” “ENTONCES DESPUÉS” dice, “se cumplirá la palabra que está escrita” (1ª Co. 15:54, 55). Es cuando seamos “revestidos” con nuestro cuerpo de Resurrección que “lo mortal va a ser absorbido por la vida” (2ª Co. 5:4). Fue solamente de un único Resucitado que fue dicho “Él no está aquí” (Mateo 18:6). Cuando Jesús dijo de Juan “Si quiero que él quede hasta que yo venga”, “este dicho se extendió entonces entre los hermanos: que aquel discípulo no moriría”, lo cual demuestra la creencia que tenían de que “quedar” hasta que Jesús viniese, significaba “no morir” (Juan 21:22, 23). Y esto es precisamente lo que la Escritura enseña. Dice que “No todos dormiremos” (1ª Co. 15:51); dice que aquellos que hayan “quedado vivos” no precederán a los que durmieron”. Este pasaje enseña que es solamente a través de Resurrección (o Traslación) y Ascensión que podemos entrar en el Cielo. “Porque si creemos que Jesús murió y se levantó de nuevo, también creemos que a los que durmieron en Cristo los volverá a traer Dios de nuevo de la muerte como trajo al Gran Pastor de las ovejas (Hebreos 13:20) con Él (1ª Tes.4:14, 15, R.V.). Por lo menos una generación de Cristianos nunca llegará a morir, sino que serán “transformados” a la hora de la aparición de “Cristo nuestra Vida”. Esto explica las palabras de Jesús en Juan 11:25, 26, “Yo soy la resurrección, y cualquiera que viva (esto es, que esté vivo en mi venida), y crea en mí, no morirá”. Para ese, “!Yo soy la vida!”Y “cuando Cristo nuestra vida aparezca, entonces vosotros apareceréis también con Él en Gloria” (Col.3:4).   
 
Ahora pasemos a ver las verdaderas palabras que emplea el Espíritu Santo, y

I. La palabra que se españoliza como APOCALIPSIS, significa un quitarle el velo a algo, para que, lo que anteriormente se hallaba en oculto, se pueda ahora ver. Aparece diecinueve veces, y se traduce Revelación catorce veces; manifestación, una; venida, una; y “encender” también una sola vez. Así que Revelación es el significado apropiado, y de hecho ninguna otra palabra griega se traduce así en el Nuevo Testamento. Siempre y cuando se emplea hablando de una persona, siempre requiere su visible apariencia. Solamente hay dos aparentes excepciones. Una está en Gálatas 1:16, “Cuando a Dios le plació revelar a Su Hijo en mí,” etc. “En” cuando se emplea hablando de tiempo, siempre significa “en” o “sobre”; y el apóstol se está refiriendo al tiempo de su conversión. En los tres registros habla de una aparición personal de Cristo que constituye su clamor para el apostolado: “Y al último de todos, como a un abortivo, se me apareció a mí” (1ª Co. 15:8). La otra se halla en Mateo 11:27: “Ni al Padre conoce alguno, sino el Hijo, y aquel a quien el Hijo lo quiera revelar.” Pero esta no es excepción alguna, porque el propio Jesús a través de Su presencia personal reveló al Padre, como dijo “aquel que me ha visto a mí, ha visto al Padre” (Juan 14:9).  

II. La palabra españolizada por EPIFANÍA. Significa manifestación a través de la apariencia personal, y se traduce aparición, cinco veces; y brillantez, una. Se emplea, en todos los casos excepto en uno, de Su segundo Adviento: y esta excepción prueba la regla porque se refiere a Su primer Adviento que todos concordamos fue personal. “La gracia que ahora se ha manifestado por la Epifanía de nuestro Salvador Jesucristo” (2ª Timoteo 1:10). El uso del verbo le da más luz al tema. Vea Hechos 27:20. “Y no apareciendo (“epifanía”) ni sol ni estrellas por muchos días.” El contexto de cada pasaje, hace imposible que se le de cualquier otro sentido excepto el literal.

III. La palabra PAROUSIA, que significa PRESENCIA. Aparece veinticuatro veces, y se traduce venida veintidós veces; y presencia, dos. Diecisiete de ellas se refieren a la segunda Venida. Y aquí una vez más la excepción comprueba la regla. 1ª Co.16:17, “me regocijo con la venida de Estéfanas, de Fortunato y de Acaico, pues ellos han suplido vuestra ausencia”. Está claro que si la venida de Cristo fuese figurativa, así debería ser también la venida de éstos; pero si estos hombres estuvieron corporalmente presentes con el Apóstol, y su ayuda fue sustancial, así debe ocurrir también con la presencia de Cristo. 2ª Co.7:6, “Dios…nos confortó con la venida de Tito, y no solo con su venida, sino también con la consolación con que él había sido consolado en cuanto a vosotros.” Y 2ª Co.10:10, “Su presencia corporal es débil”, etc. En todos estos casos hay de hecho “presencia corporal”. La parousia señala el momento cuando cesa la ausencia y comienza la presencia, y resalta muy poderosamente la futura, real, personal y gloriosa venida y presencia de nuestro bendito Señor.

Veamos más de cerca otras palabras que califican y definen las promesas de Su venida.
I.                            “ESTE MISMO JESÙS que ha sido tomado de vosotros, así vendrá como le habéis visto ir al cielo” (Hechos 1:11). Cuán enfáticas son las palabras, “este mismo;” no otro, no Sus influencias, ni Tito y sus ejércitos, no el muerto sino.

II.                        “EL SEÑOR MISMO descenderá del cielo”, etc. (1ª Tes. 4:16), no los ángeles, no un arcángel, sino el Señor Mismo”.
III.                     Las palabras “UNA” y “POR SEGUNDA VEZ” en Hebreos 9:28 son conclusivas. “Cristo fue una vez ofrecido para llevar los pecados de muchos y de los que aguardan por Él que aparezca por segunda vez”, etc. Todas las palabras, y aun las más pequeñas palabras protestan contra cualquier interpretación figurativa. Todas las acciones y verbos señalan la misma conclusión. Son todos actos que requieren la presencia de una persona para realizarlos y concluirlos. Los Muertos en Cristo van a ser levantados; los santos Vivos van a ser transformados: El Juicio va ahora ser administrado, y los Falsos Cristos están para aparecer. Si todas estas cosas fuesen figurativas, entonces todas las profecías de la venida de Cristo también deberían ser entendidas en el plano, literal sentido en que un niño las entendería. No fueron dadas por desarrollo alguno humano, ni por o para la interpretación de hombre alguno. Son la propia interpretación de Dios de lo que nos era oculto, y tienen que ser recibidas en este plano, en su gramatical sentido con la misma simplicidad y fe que la de los niños.

En el Sermón Número 7 consideraremos los maravillosos Pactos que Dios ha hecho con Abraham y David. Para ambos, estos pactos eran profecías. ¿Cómo las entendían ellos? ¡Literalmente! El juramento concerniente a los pactos era “No olvidaré mi pacto, ni mudaré lo que ha salido de mis labios” (Salmo 89:34). ¡Pero esto es justamente lo que mejor hace el hombre! Cuando está leyendo la parte cumplimiento del Pacto en Lucas 1:32, 33, el hombre no vacila en interpretar mitad de él literalmente, y la otra mitad figurativamente, para hacerla concordar con su razonamiento. Su nombre de hecho era “llamado Jesús”, etc., pero en cuanto a Su reinado sobre la casa de Jacob en el trono de Su padre David, eso es carnal, eso es irrazonable, eso no tiene sentido alguno con nada, y por tanto el hombre se sienta a hacer juicios sobre Dios, ¡y altera las cosas que han salido de Sus labios!

Mientras agradecemos que Él nos haya dado “preciosas y grandísimas promesas”, recordemos lo que Él ha dicho concernientes a ellas: “estas palabras son fieles y verdaderas de Dios”. “Una vez que Él lo ha dicho, ¿no las ejecutará?”

Entre Sus últimas palabras, Él dijo (Juan 14:1-3): “Y si me fuere, vendré otra vez y os tomaré a Mí Mismo.” “Si me fuere”, significa literalmente yendo; y así “vendré otra vez” debe significar también viniendo. Podríamos ni tener que repetir Sus seguras palabras “si así no fuera, yo os lo hubiera dicho”. Él no nos ha dicho así, y por tanto debe ser verdad. Su misma última palabra desde el Cielo, que cierra toda la Verdad Revelada confirma y ratifica todas Sus muchas promesas: “Ciertamente vengo en breve”, y si no cesamos de esperarle, o cesamos de desearle, nuestra ansiosa, sentida respuesta de corazón será: “Si, ven, Señor Jesús”.


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