DIEZ SERMONES SOBRE LA SEGUNDA VENIDA-II. LA INTERPRETACIÓN DE PROFECÍA. Por E.W. Bullinger
II. LA INTERPRETACIÓN DE PROFECÍA
“ENTENDIENDO PRIMERO ESTO, QUE
NINGUNA PROFECÍA DE LA ESCRITURA ES DE INTERPRETACIÓN PRIVADA. PORQUE NUNCA LA
PROFECÍA FUE TRAÍDA POR VOLUNTAD HUMANA, SINO QUE SANTOS HOMBRES DE DIOS
HABLARON SIENDO INSPIRADOS POR EL ESPÍRITU SANTO”. 2ª. Pedro 1:20,21.
Las palabras del versículo 20 son difíciles de traducir, y han dado
ocasión a muchas y variadas interpretaciones. Los revisores, nosotros después
podemos revisar la completa consideración, se han adherido a la Versión A.V.
omitiendo simplemente la palabra “ninguna”, y haciendo el vers. 21, así:
“Porque la profecía no llegó (y al margen, fue
traída) por la voluntad del hombre, sino que los hombres hablaron de parte
de Dios a través del Espíritu Santo”.
La dificultad surge, en parte, por el hecho de que, la palabra traducida
“interpretación”, no aparece en ningún otro sitio en toda la Biblia (y
solamente una o dos veces en los escritos seculares). Tenemos, por tanto, que
buscar su significado principalmente por el contexto. Incluso el verbo
proveniente de este sustantivo, aparece solamente dos veces en el Nuevo
Testamento (Marcos 4:34 y Hechos 19:39); y en el Antiguo Testamento solamente
una vez (Génesis 41:12). Significa literalmente un acto de soltar, desapretar, desprender, aflojar: y se deduce que
sea una explicación, o un desatar la
explicación de lo que antes se
desconocía. De ahí que se traduzca “interpretación.”
A seguir, la palabra “privada” es la traducción de una palabra griega
que aparece 112 veces, ¡y nunca se traduce “particular o privada” a excepción
de este versículo! Setenta y dos veces se traduce “suyo” por ejemplo, “sus propias ovejas,” “su propia ciudad”, “su
propio hermano”, “su lugar propio”, “su propio cuerpo”, etc., etc.
Sin embargo, ninguna traducción de este versículo puede ser correcta si
no le permite al verbo su fuerza completa y adecuada. El verbo aquí traducido
“es”, no hace parte del verbo “ser” común; sino que es un verbo completamente
diferente, y significa comenzar a ser,
pasar a existir, originar, producir, llegar a ser.
Ahora bien, si agrupamos todos estos factores, y recordamos que el
próximo versículo comienza con “porque”
(“porque nunca la profecía”, etc.), así dependiendo y fluyendo desde el
versículo 20, llegamos al siguiente
sentido: “Entendiendo esto primeramente, que ninguna profecía de la Escritura
proviene (o se originó) de su propio desenvolvimiento o desarrollo (esto es, de
los profetas), porque nunca la profecía vino por voluntad del hombre; sino que
santos hombres hablaron de parte de Dios (no por ellos mismos) movidos por el
Espíritu Santo”.
Profecía es la explicación o declaración del futuro, y aunque los
hombres hayan servido como medio o instrumentos, aun así, no fueron ellos los
que la originaron o produjeron, sino que provino de Dios, a través de Su
espíritu santo.
Siendo así, la profecía llega a nosotros como una interpretación del
futuro, y nuestro cometido con ella no es tanto interpretar esta interpretación, sino recibir y creer la interpretación
que se da a nosotros. El mismo Espíritu Santo que inspiró esta profecía, está
presente con la Iglesia de Cristo, y Su Misión especial es exponernos las
Escrituras a nosotros. “Él os guiará a toda la verdad”: “Y os hará saber las
cosas que habrán de suceder” (Juan 16: 13,14). Hablando del hombre natural, se
ha escrito: “Cosas que ojo no vio, ni oído oyó, ni han subido en el corazón de
hombre, son las que Dios ha preparado para los que le aman. Pero Dios nos las
reveló a nosotros a través de Su espíritu”. (1ª Corintios 2:9, 10).
David fue un profeta, y en 2ª Samuel 23:1-3, leemos, “Dijo David hijo de Isaí…dijo el dulce cantor de Israel, el
Espíritu de Jehová ha hablado por mí,
y su palabra ha estado en mi lengua. El Dios de Israel ha dicho, me habló la Roca de Israel.” No es posible enfatizar la
verdad contenida en nuestro texto de manera más resonante, y aquí tenemos una
confirmación maravillosa de su verdad e importancia. La profecía, por tanto (y
en esta declaración se incluye por supuesto toda la Biblia) no es proveniente
de ningún punto de vista particular, o ideas peculiares, o de teorías
personales de hombre alguno. Es divina, y no importa cuán inteligente, escolarmente hablando, algún estudiante de la
profecía pueda ser: tiene siempre que tener la iluminación del Espíritu de
Dios. La luz artificial puede iluminar o revelar la belleza de la estructura de
un día de sol, y exponer sus figuras, o mosaicos, o externa apariencia, pero
solamente la luz Celestial puede mostrar los tiempos o edades Celestiales. Así
pues, la sabiduría natural del hombre puede ver muchas cosas bellas en la
geografía, historia, antigüedades, y el lenguaje de la Biblia; pero solamente
la Sabiduría Celestial puede dar a entender la mente Celestial, porque “el
hombre natural no percibe las cosas que son del Espíritu de Dios; porque para
él son locura, y no las puede entender, porque se han de discernir
espiritualmente”. (1ª Corintios 2:14). Los escolares pueden entender la carta
escrita, pero solamente el hombre que sea enseñado por el Espíritu que dio esta
profecía podrá comprender su significado. Esto es tan verdad hoy en día como
cuando Dios le dijo a David: “La comunión íntima de Jehová es con los que le
temen, y a ellos hará conocer Su pacto” (Salmos 25:14). Tal persona “conocerá
su enseñanza”. Se requiere que el estudiante de la profecía esté equipado de
manera más meticulosa que una mera
escolaridad eficaz, o con lo que una simple crítica Bíblica pueda darle. Los dones
más altos solo pueden ser santificados y ofrecidos por el Divino Intérprete
Mismo.
Cuando cualquier hombre, o cualquier Iglesia, asumen esta prerrogativa
del Espíritu Santo, la lógica consecuencia es la certeza de que la Palabra de
Dios es inefable (que no se puede explicar con palabras). Este, por tanto, es el primer, más grande e importante
punto. “Sabiendo esto primeramente”, dice el Espíritu Santo a través de S.
Pedro, “que ninguna profecía de la Escritura provino a través de la
interpretación de los propios profetas”.
Es significativo, e interesante de señalar, que los dos hombres que se
distinguen en el Antiguo Testamento como intérpretes de sueños y visiones
enviados por Dios, José y Daniel, ambos enfatizaron puntualmente esta verdad.
José le dijo al Faraón, cuando le pidió que le diese a conocer el futuro
revelado en el sueño: “No está en mí: Dios será el que dé respuesta a Faraón.”
(Génesis 41:16); y Daniel le dijo a Nabucodonosor: “Y el que revela los misterios
te mostró lo que ha de ser, y a mí me ha sido revelado este misterio, no porque
en mí haya más sabiduría que en todos los vivientes.” (Daniel 2:29, 30).
El tema que tenemos enfrente es un tema de Revelación. Fuera de este
bendito Libro no sabemos nada del futuro. El mundo es oscuro y tenebroso, y
este Libro es la única luz que hay en él. La especulación, la imaginación, y la
filosofía no tienen parte alguna o lugar aquí; no tienen valor alguno a la hora
de responder a la cuestión “Cuál o qué es la Verdad”. No habría ninguna
dificultad si tuviésemos una Biblia que estuviese exactamente de acuerdo a
nuestros propios pensamientos, si cada uno pudiese asentar así su propio
razonamiento como el estándar de lo que es posible que la Escritura sea, o lo
que sea que Dios puede hacer. Así es como las personas actúan en todas partes.
Sin embargo no es eso lo que resuelve las cuestiones reveladas en este Libro.
Este Libro clama ser proveniente de Dios. Afirma que da a conocer Sus
pensamientos, y revela Su voluntad y propósitos. Los hombres que lo
escribieron, no escribieron en él lo que ellos mismos se imaginaron o
presumieron razonar; ni tampoco lo que ellos pensaron que sería aceptable para
otros; ni lo que a ellos mismos les parecía ser sabio, o benéfico; sino que
escribieron lo que Dios pensaba, lo que Dios escogió decir, lo que Dios ordenó,
si, ¡y lo que Dios quiso dar a entender!
“Santos hombres de Dios hablaron de parte de Dios”. Nuestra actitud por tanto
en cuanto a lo que debemos procurar está perfectamente clara, y nuestro deber
es muy simple, esto es, aceptar lo que revelan como siendo Palabra de Dios. No
tenemos más opción, ningún derecho de debatir o apelar las cosas reveladas,
somos meramente como los estudiantes que se sientan para estudiar los estatutos
del Reino. La sola y única cuestión es, ¿qué es lo que la Escritura dice? Para
nada importa si el estudiante puede entender lo que dicen, o explicarlo, o
armonizar lo que digan con sus propios puntos de vista o de terceros. ¡Su labor
como estudiante es conocer sus dichos; y como sus ciudadanos, obedecerlos!
Así, pues, estas Santas Escrituras revelan lo que a Dios le agradó
decir, y nuestro deber es aceptar y creer lo que dicen debido a este hecho, y
no debido a nuestra habilidad en comprender sus dichos. La única gran
dificultad surge cuando la autoridad de la Escritura no se toma como
absolutamente suprema. Mientras más los hombres insistan en encuadrar la
Escritura con la razón, más carecerán de la certeza en los asuntos de Fe. No
podrá haber unidad de pensamiento doctrinal a menos que haya primeramente una
unidad de autoridad. No tenemos que hacer nada más, ni nada menos, que lo que
tuvo que hacer Israel cuando Moisés fue enviado por Dios y descendió de Horeb,
y les dio a conocer lo que Dios había escrito y revelado.
Nosotros, por tanto, no tenemos que interpretar
la Revelación, porque la Revelación se da para interpretarnos a nosotros lo que de otra manera jamás podríamos
conocer. Este debe ser nuestro fundamento, y este nuestro espíritu, cuando nos
acercamos a la “palabra profética”. Esta debe ser nuestra base, y mientras más
profundo y firme se mantenga, más alta deberá ser la sobre estructura que
edifiquemos encima de ella; al mismo tiempo, una débil estructura, erguida
sobre una débil fundación, debe acabar siempre en ruina y en desastre.
Si Dios no nos hubiera dado a
conocer “las cosas que están por suceder”, entonces jamás las conoceríamos.
Pero si Él las ha declarado, entonces no hay necesidad de que seamos
ignorantes.
Ahora bien, no podremos negar que esta Revelación algunas veces emplea
figuras literarias, tipos y visiones (aunque yo estoy persuadido de que siempre
que se emplea un símbolo, la explicación generalmente se da por el Espíritu
Santo Mismo). Pero si fuese imposible distinguir entre el lenguaje figurativo y
los hechos literales de los cuales habla ese lenguaje, entonces no tendríamos
de manera alguna la Revelación: lo que tendríamos sería un Apócrifo, tendríamos
solo confusión; tendríamos algo tan inútil y tan ambiguo como los oráculos de
los paganos. Que haya algo en el lenguaje de la Escritura que sea figurativo,
eso es una cosa; pero afirmar (como mucha gente afirma) que la cosa en sí de la
cual habla el lenguaje sea también figurativo, eso, es algo muy diferente.
Ahora bien, para continuar; todos nosotros confesamos que la profecía
concerniente al primer adviento o
venida de Cristo ya se cumplió a la letra. De hecho, todos nosotros basamos un
poderoso argumento a favor de la inspiración de la Biblia sobre este hecho. Si
investiga las Escrituras encontrara ciento nueve predicciones literales
cumplidas acerca de la primera venida de Cristo en la carne. El lugar de su
nacimiento, su concepción, vida, milagros, la manera como fue despreciado y
traicionado; los azotes, como le escupieron, la burla que le hicieron y como
fue traspasado; el repartimiento de sus vestidos, el echar a suerte de su
túnica; el vinagre que le dieron a beber, la humillación; su muerte y
sepultura; su Resurrección y Ascensión. ¡TODO SE CUMPLIÓ LITERALMENTE! ¿Por
qué, entonces, cuando leemos acerca de su DESCENSO de los Cielos (1ª Tes.4:16),
deberíamos aplicar un canon de interpretación totalmente opuesto, y decir que
todo en este caso es figurativo?
Ambas venidas o advientos asientan sobre la misma autoridad, y sin duda
alguna, si aceptamos esa autoridad, no será difícil entenderla con respecto a
lo que suceda, esto es, no será difícil creer todo lo concerniente a cómo ha de
suceder. Las dos son iguales en sus respectivos turnos y contrarias a los
pensamientos del hombre, y ocasión de tropiezo para el razonamiento humano.
¿Cómo sabemos que Jesús nació, sufrió, murió y fue levantado de nuevo? Sencillamente, porque así lo leemos en la
Palabra de Dios. Pues, entonces, basados precisamente en esa misma palabra de
autoridad, así conocemos las circunstancias que se relacionan con su nueva
venida.
Una vez que ya hemos hablado de la autoridad de la Escritura, veamos
ahora su Lenguaje. Porque la Inspiración es la fuente de la autoridad; esa
autoridad es la base de todo conocimiento; y la vía o canal de su conocimiento
es el Lenguaje. La Revelación está revestida en palabras. Si se admite que las palabras
no quieren decir lo que dicen, sino cualquier otra cosa, y algo diferente,
entonces, cada una de las varias escuelas de pensamiento teológico, y cada uno
de los individuos en estas escuelas pueden espiritualizar como quieran en
directa oposición a la autoridad establecida, para asentar en ella sus propios
puntos de vista.
A menos que Dios quiera decir exactamente lo que dice de acuerdo a las
leyes de todo lenguaje, hasta entonces todas las líneas positivas de
demarcación entre la verdad y el error sobre todas las realidades vitales de la Cristiandad están en ese momento
borradas. No es meramente la profecía de la Segunda Venida la que sufre; sino
todas las Doctrinas, y todos los artículos de la fe Cristiana, se hayan
envueltos en un caos ordinario.
Veamos ahora unos pocos ejemplos, demostrando cómo el lenguaje, y las
palabras de la Divina Revelación son tratadas por manos de este ejército de
espiritistas y figurados intérpretes, que no le permiten a Dios decir lo que Él
dice, ¡y difícilmente tener un significado para cualquier cosa que Él diga!
Todos los Credos de la Cristiandad, antiguos y modernos, con cientos de
Escrituras, proclaman el hecho concerniente a Cristo: “Él regresará de nuevo”.
Pero veamos de qué diferentes maneras, tratan los “intérpretes” con esta
profecía:
I. Ellos aseguran que La venida
del Espíritu Santo en Pentecostés es su cumplimiento.
Pero será suficiente observar, que tanto la Venida del Espíritu Santo, y
la venida de nuevo de Cristo, ambas fueron predichas, y la primera ya se
cumplió literalmente. Está clarísimo y podemos deducir así, que la otra también
se cumplirá. Recordemos una vez más, que en muchos ejemplos el Espíritu Santo y
el Salvador se distinguen enfáticamente en una única y la misma Escritura, por
ejemplo: “Os conviene que yo me valla; porque si no me fuese, el Consolador no
vendría a vosotros; más si me fuere, os lo enviaré”. (Juan 16:7). La Venida del
Espíritu Santo es suplementaria a la primera venida de Cristo y preparatoria de
Su segunda venida. ¿Cómo entonces sería posible que la venida del Espíritu
tomase el lugar de la segunda antes que de la primera? No tiene fundamento
alguno el decir que lo que significa es “un más abundante derramar del
Espíritu”, porque no podría tener sentido alguno que tal hecho de la venida sea una figura apropiada de un mero incremento.
Aquellos que así espiritualizan no pueden tener sino una muy vaga idea
de la misión del Espíritu Santo en este mundo durante esta dispensación; o del
triste deshonor que así acarrean sobre Su obra maravillosa.
No debemos olvidar que cientos de referencias al Segundo adviento del Señor
fueron inspiradas antes de Pentecostés, y solo este hecho por sí mismo, forma
una barrera insuperable contra tales violaciones de la letra de la Escritura.
II. Otros dicen que la destrucción
de Jerusalén llevada a cabo por Tito cumplió la profecía.
Esta interpretación se basa únicamente en Mateo 24, Marcos 13 y Lucas
21. En el cuarto Sermón examinaremos de cerca estas Escrituras, y su mutua
relación. Será suficiente ahora con observar que, mientras que en ciertos
lugares coincidan, Mateo 24 no contiene referencia alguna a la Destrucción de
Jerusalén, sino que hace una ampliación de los acontecimientos que preceden
inmediatamente a la Venida del Hijo del hombre. S. Lucas condensa esos
acontecimientos en solo cuatro versículos (8-11) y luego después (12-24) se
alarga sobre la destrucción de Jerusalén, de la cual él dice que sucederá
“antes de estas cosas”, y a seguir (en el vers.25) se asocia con Mateo hablando
de la Venida de Cristo después que los “tiempos de los gentiles se hayan
cumplido”.
Pero bajo ningún sentido Mateo se refiere a Tito y sus ejércitos, cuando
habla de “el Hijo del hombre, viniendo en las nubes del Cielo con poder y gran
gloria”. Porque cuando estaba en pie delante de Pilato, (Mateo 26:64) Jesús
repite las mismas palabras (Mateo 24:30). ¿!Se podría haber referido a Tito!?
Sus enemigos de modo alguno lo entendieron así, pues a este punto la evidencia
habría sido conflictiva y con testigos contradictorios, ¡pero pronunciando
estas palabras, el caso quedó concluido, sus vestidos fueron echados a suerte,
y le sentenciaron culpable de muerte!
III. Otros dicen que la Venida
Espiritual de Cristo cumple ahora la profecía.
Gracias a Dios, es cierto que hay una presencia Espiritual de Cristo
ahora a través de Su Espíritu, porque “donde dos o tres estén juntos reunidos”,
(Mateo 17:20) o “dispersos hasta las partes más remotas de la tierra”, la
promesa se mantiene válida, “Yo estoy ustedes”. (Mateo 28:20). Pero seguramente
quiere decir más que eso cuando está escrito que “este mismo Jesús que ha sido
tomado al cielo, regresará de igual manera que lo habéis visto marcharse al
Cielo”. (Hechos 1:11.) Con toda seguridad debe haber algo más reservado para la
iglesia de Dios y para el mundo, cuando leemos que “tiempos de refrigerio
descenderán de la presencia del Señor y Él enviará a Jesucristo, lo cual de
antemano se os predijo; a quien los Cielos deben recibir hasta los tiempos de
la Restauración de todas las cosas” (Hechos 3:20, 21). Ciertamente existe un
intervalo definido entre el “ser tomado”, y la “venida”, entre el “recibimiento
en el Cielo”, ¡y el que el Padre lo envíe! Sí, la Promesa de este intervalo es
“Volveré otra vez”, el orden de este intervalo es: “Hasta que vuelva Él;” el
Mandamiento es “ocuparos hasta que Yo vuelva”; y la Oración es “Si, ven Señor
Jesús”, “Venga Tu Reino”.
IV. Y por último, se ha sugerido que, La Muerte de los Creyentes, cumple la profecía. Tan común es esta
creencia que bien a denegrido la Resurrección y el Adviento como una
“esperanza” como la esperanza de la
Iglesia. Jesús dijo, como palabras del más grande consuelo para los familiares
del difunto, “tu hermano resucitará de nuevo”; pero la noción popular de la
muerte replica prácticamente así: ¡No, Señor, yo cuando muera iré a Ti! Y así
no hay necesidad, ni espacio alguno para el cumplimiento de esta y de muchas
otras promesas; no hay necesidad alguna de esperar, y de aguardar y de ansiar
el cumplimiento de esa venida; ningún deseo de estar entre aquellos que “estén
vivos y permanezcan.” ¡No! esta interpretación tuerce la Escritura, y destruye
la bendita esperanza que representa. En la Escritura, la Muerte se representa
como un “enemigo” – “el último enemigo”, el gran enemigo (1ª Cor.15:26,
Jeremías 31:15); como una cárcel (Job 3:17, 18); como un sueño (Deut.31:16, Job
14:2, Ecles.9:10, Salmos 115:17, Juan 11:11). Hasta que no se dé nuestra
Resurrección en la venida personal de Cristo no podremos cantar “Oh muerte,
donde está ahora tu aguijón, dónde Oh sepulcro tu victoria!” “ENTONCES DESPUÉS”
dice, “se cumplirá la palabra que está escrita” (1ª Co. 15:54, 55). Es cuando
seamos “revestidos” con nuestro cuerpo de Resurrección que “lo mortal va a ser
absorbido por la vida” (2ª Co. 5:4). Fue solamente de un único Resucitado que
fue dicho “Él no está aquí” (Mateo 18:6). Cuando Jesús dijo de Juan “Si quiero que
él quede hasta que yo venga”, “este dicho se extendió entonces entre los
hermanos: que aquel discípulo no moriría”, lo cual demuestra la creencia que
tenían de que “quedar” hasta que Jesús viniese, significaba “no morir” (Juan
21:22, 23). Y esto es precisamente lo que la Escritura enseña. Dice que “No
todos dormiremos” (1ª Co. 15:51); dice que aquellos que hayan “quedado vivos”
no precederán a los que durmieron”. Este pasaje enseña que es solamente a
través de Resurrección (o Traslación) y Ascensión que podemos entrar en el
Cielo. “Porque si creemos que Jesús murió y se levantó de nuevo, también
creemos que a los que durmieron en Cristo los volverá a traer Dios de nuevo de
la muerte como trajo al Gran Pastor de las ovejas (Hebreos 13:20) con Él (1ª Tes.4:14,
15, R.V.). Por lo menos una generación de Cristianos nunca llegará a morir,
sino que serán “transformados” a la hora de la aparición de “Cristo nuestra
Vida”. Esto explica las palabras de Jesús en Juan 11:25, 26, “Yo soy la
resurrección, y cualquiera que viva (esto es, que esté vivo en mi venida), y
crea en mí, no morirá”. Para ese, “!Yo soy la vida!”Y “cuando Cristo nuestra
vida aparezca, entonces vosotros apareceréis también con Él en Gloria”
(Col.3:4).
Ahora pasemos a ver las verdaderas palabras que emplea el Espíritu
Santo, y
I. La palabra que se españoliza como APOCALIPSIS, significa un quitarle el velo a algo, para que, lo
que anteriormente se hallaba en oculto, se pueda ahora ver. Aparece diecinueve veces, y se traduce Revelación catorce veces; manifestación,
una; venida, una; y “encender”
también una sola vez. Así que Revelación es el significado apropiado, y de
hecho ninguna otra palabra griega se traduce así en el Nuevo Testamento.
Siempre y cuando se emplea hablando de una persona, siempre requiere su visible
apariencia. Solamente hay dos aparentes excepciones. Una está en Gálatas 1:16,
“Cuando a Dios le plació revelar a Su Hijo en mí,” etc. “En” cuando se
emplea hablando de tiempo, siempre
significa “en” o “sobre”; y el apóstol se está refiriendo al tiempo de su
conversión. En los tres registros habla de una aparición personal de Cristo que
constituye su clamor para el apostolado: “Y al último de todos, como a un
abortivo, se me apareció a mí” (1ª Co. 15:8). La otra se halla en Mateo 11:27:
“Ni al Padre conoce alguno, sino el Hijo, y aquel a quien el Hijo lo quiera
revelar.” Pero esta no es excepción alguna, porque el propio Jesús a través de
Su presencia personal reveló al Padre, como dijo “aquel que me ha visto a mí,
ha visto al Padre” (Juan 14:9).
II. La palabra españolizada por EPIFANÍA. Significa manifestación a través de la apariencia personal, y se traduce aparición, cinco veces; y brillantez, una. Se emplea, en todos los
casos excepto en uno, de Su segundo Adviento: y esta excepción prueba la regla
porque se refiere a Su primer Adviento que todos concordamos fue personal. “La
gracia que ahora se ha manifestado por la Epifanía de nuestro Salvador
Jesucristo” (2ª Timoteo 1:10). El uso del verbo le da más luz al tema. Vea
Hechos 27:20. “Y no apareciendo (“epifanía”) ni sol ni estrellas por muchos
días.” El contexto de cada pasaje, hace imposible que se le de cualquier otro
sentido excepto el literal.
III. La palabra PAROUSIA, que significa PRESENCIA. Aparece veinticuatro
veces, y se traduce venida veintidós
veces; y presencia, dos. Diecisiete
de ellas se refieren a la segunda Venida. Y aquí una vez más la excepción
comprueba la regla. 1ª Co.16:17, “me regocijo con la venida de Estéfanas, de
Fortunato y de Acaico, pues ellos han suplido vuestra ausencia”. Está claro que
si la venida de Cristo fuese figurativa, así debería ser también la venida de
éstos; pero si estos hombres estuvieron corporalmente presentes con el Apóstol,
y su ayuda fue sustancial, así debe ocurrir también con la presencia de Cristo.
2ª Co.7:6, “Dios…nos confortó con la venida de Tito, y no solo con su venida,
sino también con la consolación con que él había sido consolado en cuanto a
vosotros.” Y 2ª Co.10:10, “Su presencia corporal es débil”, etc. En todos estos
casos hay de hecho “presencia corporal”.
La parousia señala el momento cuando
cesa la ausencia y comienza la presencia, y resalta muy poderosamente la
futura, real, personal y gloriosa venida y presencia de nuestro bendito Señor.
Veamos más de cerca otras palabras que califican y definen las promesas
de Su venida.
I.
“ESTE
MISMO JESÙS que ha sido tomado de vosotros, así vendrá como le habéis visto ir
al cielo” (Hechos 1:11). Cuán enfáticas son las palabras, “este mismo;” no
otro, no Sus influencias, ni Tito y sus ejércitos, no el muerto sino.
II.
“EL SEÑOR MISMO descenderá del cielo”,
etc. (1ª Tes. 4:16), no los ángeles, no un arcángel, sino el Señor Mismo”.
III.
Las palabras “UNA” y “POR SEGUNDA VEZ”
en Hebreos 9:28 son conclusivas. “Cristo fue una vez ofrecido para llevar los
pecados de muchos y de los que aguardan por Él que aparezca por segunda vez”, etc.
Todas las palabras, y aun las más pequeñas palabras protestan contra cualquier
interpretación figurativa. Todas las acciones y verbos señalan la misma
conclusión. Son todos actos que requieren la presencia de una persona para
realizarlos y concluirlos. Los Muertos en Cristo van a ser levantados; los
santos Vivos van a ser transformados: El Juicio va ahora ser administrado, y
los Falsos Cristos están para aparecer. Si todas estas cosas fuesen
figurativas, entonces todas las profecías de la venida de Cristo también
deberían ser entendidas en el plano, literal sentido en que un niño las
entendería. No fueron dadas por desarrollo alguno humano, ni por o para la
interpretación de hombre alguno. Son la propia interpretación de Dios de lo que
nos era oculto, y tienen que ser recibidas en este plano, en su gramatical
sentido con la misma simplicidad y fe que la de los niños.
En el Sermón Número 7 consideraremos los maravillosos Pactos que Dios ha
hecho con Abraham y David. Para ambos, estos pactos eran profecías. ¿Cómo las
entendían ellos? ¡Literalmente! El juramento concerniente a los pactos era “No
olvidaré mi pacto, ni mudaré lo que ha salido de mis labios” (Salmo 89:34). ¡Pero
esto es justamente lo que mejor hace el hombre! Cuando está leyendo la parte
cumplimiento del Pacto en Lucas 1:32, 33, el hombre no vacila en interpretar
mitad de él literalmente, y la otra mitad figurativamente, para hacerla
concordar con su razonamiento. Su nombre de hecho era “llamado Jesús”, etc.,
pero en cuanto a Su reinado sobre la casa de Jacob en el trono de Su padre
David, eso es carnal, eso es irrazonable, eso no tiene sentido alguno con nada,
y por tanto el hombre se sienta a hacer juicios sobre Dios, ¡y altera las cosas
que han salido de Sus labios!
Mientras agradecemos que Él nos haya dado “preciosas y grandísimas
promesas”, recordemos lo que Él ha dicho concernientes a ellas: “estas palabras
son fieles y verdaderas de Dios”. “Una vez que Él lo ha dicho, ¿no las
ejecutará?”
Entre Sus últimas palabras, Él dijo (Juan 14:1-3): “Y si me fuere, vendré
otra vez y os tomaré a Mí Mismo.” “Si me fuere”, significa literalmente yendo; y así “vendré otra vez” debe
significar también viniendo. Podríamos
ni tener que repetir Sus seguras palabras “si así no fuera, yo os lo hubiera
dicho”. Él no nos ha dicho así, y por tanto debe ser verdad. Su misma última
palabra desde el Cielo, que cierra toda la Verdad Revelada confirma y ratifica
todas Sus muchas promesas: “Ciertamente vengo en breve”, y si no cesamos de
esperarle, o cesamos de desearle, nuestra ansiosa, sentida respuesta de corazón
será: “Si, ven, Señor Jesús”.
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