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“POR MÍ REINAN LOS REYES”. Por E.W. Bullinger

Es increíble lo actual y válido que es este pequeño estudio para nuestros días. Es así siempre.  La Palabra de Dios no caduca ni se debilita con el paso del tiempo, sino que Dios cumplirá con ella todo lo que se propuso desde el principio. No! Su Palabra no se difumina; sino que son los hombres y su procura de un justo gobierno mundano los que se alejan de Dios y de Su gloria; y en vez de alabar al Autor de toda Justicia verdadera, enaltece antes las obras y logros huecos de los seres humanos.

De todas formas, las estrellas siempre brillaron más aun cuando reina la oscuridad y la tiniebla, y los pocos que tengan los ojos de fe en este día verán brillar más y más las Palabras de Aquel que hizo todas las cosas para Sí Mismo, y así mismo con mucho regocijo sabrá que se van cumpliendo todos los propósitos de nuestro amoroso Abba Padre!

Si, si, si, Padre....sí, y cuanto antes!

Juan Luis Molina


“POR MÍ REINAN LOS REYES”
Agosto, 1897
Un Sermón en el 60 aniversario de la Ascensión de la Reina.
Por el Dr. E.W. Bullinger
Trad. Juan Luis Molina

Proverbios 8:15 “Por mí reinan los reyes”

En pocas cosas se demuestra con tan manifiesta claridad que los pensamientos del hombre y los caminos del hombre sean tan enteramente opuestos a los de Dios que en este asunto.

El pensamiento o idea del hombre es, que el poder reside en él –poder para gobernar en las cosas temporales; poder para la salvación en las cosas espirituales.

Aquí se resume y acaba la “sabiduría” del hombre –que el origen o fuente de todo poder, y además el canal o medio suyo, existe en, y se deriva de la persona; y que el poder para la salvación habita también en sí propio.

Ahora bien, Aquel que “conoce lo que hay en el hombre”, nos ha avisado de antemano, y nos había predicho que:

Cuando Dios tuvo por bien encomendar el poder en manos de los Gentiles, empleó los más grandes sufrimientos posibles (si podemos decirlo así), para dejar bien impreso y sabido al primer recipiente del tal poder (Nabucodonosor), y también a nosotros a través de él, aquello que Daniel ya sabía (2:21), que: - “Él muda los tiempos y las edades; quita reyes, y pone reyes; da la sabiduría a los sabios, y la ciencia a los entendidos.”

Para enseñarle a Nabucodonosor esta lección, llegó a afligirle, y a humillarlo durante siete años seguidos, hasta que hizo de él un penitente adorador y un real predicador; hasta que su trono se volvió en un púlpito y su papel de estado en un sermón; y le fue dada a conocer esta gran verdad. Así salió el decreto:

“Que te echarán de entre los hombres, y con las bestias del campo será tu morada, y con hierba del campo te apacentarán como a los bueyes, y con el rocío del cielo serás bañado; y siete tiempos pasarán sobre ti, hasta que sepas que el Altísimo tiene dominio en el reino de los hombres, y que lo da a quien Él quiere”.

Y así vino a suceder.

“Más al fin del tiempo, yo Nabucodonosor alcé mis ojos al cielo, y mi razón me fue devuelta; y bendije al Altísimo, y alabé y glorifiqué al que vive para siempre, cuyo dominio es sempiterno, y Su reino por todas las edades. Todos los habitantes de la tierra son considerados como nada, y Él hace según Su voluntad en el ejército del cielo, y en los habitantes de la tierra, y no hay quien detenga Su mano y le diga ¿qué haces?...Ahora yo Nabucodonosor alabo, engrandezco y glorifico al Rey del cielo, porque todas Sus obras son verdaderas, y sus caminos justos; y Él puede humillar a los que andan con soberbia.” (Daniel 4:32, 34, 35, 37).

Dios no habría delegado poder alguno en la tierra, sin dejar perfectamente claro que El  hiciera parte con él. Es por eso que justo al mismo tiempo de darlo, Él describe primero al poder en cuanto su origen, y su historia, y su carácter, y su finalidad.

Y notarás además que en esta Revelación, Él nos demuestra que en el caso del poder, como con las demás cosas que se le hayan alguna vez confiado al hombre, se da y existe un deterioro. ¡El hombre ha pervertido siempre los mejores dones de Dios!

El hombre de hecho clama a plenos pulmones que se está desarrollando; políticos economistas y hombres de estado nos aseguran que el progreso se puede ver por todos lados, y así se da: pero es un progreso que siempre y en todos lados se degrada yendo más bajo.

Este poder en la tierra comienza con Dios, ¡pero acaba en la basura!

Dios lo ve con Sus ojos y lo describe en su siempre inclinado, nunca cesante, camino descendente. Primero, oro; la siguiente fase, plata; la tercera (que el hombre siempre toma como la edad de oro), bronce; y después viene la cuarta, hierro, -mezclado en su última fase con sucio barro, hasta que se hace como lo vemos ahora hoy en día: más barro que metal.

Y tal y como Dios predijo, así sucedió.

Babilonia era una monarquía absolutista, y como tal, Dios la compara haciéndola igual que el oro.

Persia fue una monarquía gobernada por rey y nobles, y Dios la iguala a la plata.
Grecia fue una aristocracia, no de nacimiento, sino de intelecto, y Dios la compara al bronce.

Roma fue al principio un Imperialismo democrático, y Dios lo comparó al hierro. En su fase posterior de los días de hoy, se halla dividida entre monarquías constitucionales, y otras formas más de gobierno republicano, y Dios lo compara al barro sucio y a la fragilidad del recipiente de arcilla, el cual puede ser mezclado con el hierro, pero no puede nunca realmente combinarse con él.

¿Y qué tenemos a seguir? ¡Oh! Menos mal que Dios no nos deja a las oscuras. Lo que tenemos a seguir es el reino del poder universal, y, debido a que sea el Reino de Cristo, Dios lo compara a una Piedra que llega a hacerse una gran montaña, y llenó toda la tierra, porque es solo y precisamente proveniente de la montaña que se sacan tanto el oro como la plata y el bronce y el hierro, y sean de sí misma derivados y obtenidos. Aquel que tiene “atado todo poder en el cielo y en la tierra” está tomando presentemente para Si Su gran poder y reinado, y los reinos de este mundo están pasando a ser los reinos de nuestro Dios, y de Su Cristo.

Toda la historia no es otra cosa sino el cumplimiento de lo que Dios ha previsto de antemano, y ha providenciado poner, y provisto quitar. Cualquiera que fuera el motivo que hiciera actuar y balancear sus actores,  el consejo de Dios permanece firme. Atendamos por tanto nuestros deberes, pero no olvidemos nunca que hay un Dios en la historia.

“Dios” (dijo S. Pablo cuando estaba en la capital del Tercer Imperio), “el Dios que ha hecho el mundo y todo lo que hay en él, visto que Él es Señor del cielo y la tierra…ha hecho de una sola sangre a todas las naciones de los hombres para que habiten sobre la faz de la tierra, y les ha determinado los tiempos señalados, y los límites de su habitación.”

En estas palabras, se nos enseña que Dios es el gobernador Supremo y el Legislador en la historia, dándole a las naciones, así como a los individuos, sus designados tiempos y sus límites establecidos.

Al ojo de los sentidos, de hecho, los caminos de Dios son ocultos y desconocidos, sin embargo para el ojo de la fe se despliega un gran plano divino corriendo a través de la historia pasada. Con todos los acontecimientos llamándole su atención, el hombre de Dios, con la Senda de la palabra de Dios en su mano, “la palabra profética más segura” en su corazón, y la “ley y el testimonio” como “una lámpara para sus pies y una antorcha a su camino” –está capacitado para estimar o evaluar en su verdadero precio el tumulto de lo que se ve y se oye por todos lados a su alrededor.

Él sabe que su salvación está ahora ya más cerca que cuando creyó. Ve además que los imperios y los reinos han ido disminuyendo de la recolección de la gente que vendría después; que el lugar de las grandes dinastías ya no lo reconocen. Pero “En el Rollo del Libro está escrito” para las personas que entonces no habían aun nacido, que, a los finales tiempos mismo de la tierra, tiene que darse a conocer que “Hay un Dios en el cielo”: “que cambia los tiempos y las edades: Que Él depone a los reyes y asienta los reyes: Que le da la sabiduría al sabio, y conocimiento a los que tienen entendimiento” (Daniel 2:28, 21).
Como una nación, querida congregación, nos orgullecemos en nuestra propia sabiduría y nuestro entendimiento; pero – ¿no estamos ingratamente dejando de lado más y más aquel recuerdo, que nuestros antepasados compraron nuestra libertad con su sangre?

¿Te has puesto alguna vez a considerar el real origen de nuestras presentes libertades? ¿Te has dado cuenta, que fue solo la introducción de la palabra de Dios que nos dio la luz, capacitándonos para entender lo que sea la verdadera libertad, y por fin desatar de nosotros los lazos de tiranía y poder arbitrario en el cual tantas naciones, ignorantes de esa bendita Palabra, todavía gimen sin ninguna esperanza real de liberación?

Por todos lados se ve el descontentamiento. Un buen Gobierno es el clamor universal único del mundo. El fuego de la anarquía socialista está a punto de encenderse en un intento vano para asegurarlo. Pero no es por eso que se ganó nuestra libertad. Nuestra nacional liberación siempre va de la mano, a mano con aquella libertad con que Cristo nos hizo Su gente libre. Nuestras libertades se identifican con la causa de la Protestante Evangélica verdad.

El hombre al día de hoy tiene mucho que decir concerniente al crecimiento de nuestro Imperio, la extensión de nuestras Colonias, los maravillosos progresos en las artes y las ciencias, los descubrimientos e invenciones. Tenemos 60 años de drama, 60 años de filantropía, 60 años de literatura, 60 años de cada cosa.

¿Pero qué tal 60 años de Protestantismo? ¿Será que nuestras libertades están ahora más seguras que entonces, 60 años pasados? ¿Cuántas de nuestras garantías han desaparecido? ¿Cuántos de nuestros baluartes han caducado? ¿Cuántas de nuestras defensas han sido desalojadas?

Entre tanto, en estos 60 años el servicio del 5 de noviembre ha sido abolido por deferencia o atención al hombre, proveniente de una falsa caridad hacia nuestros enemigos, hemos dejado de agradecerle a Dios por Su misericordiosa liberación a nuestro Trono e Iglesia y Nación.

No se puede dejar  de hablar del incremento del Papado dentro y fuera de la Iglesia, sin referir el aminoramiento de las reales verdades Evangélicas.

Su influencia se comprueba mismo aun en el servicio señalado para emplearse hoy precisamente.

En vez del antiguo servicio que era supuesto para este día (esperamos que el designio para perpetuar el cambio fracase) no hace referencia a los enemigos, ni a sus conspiraciones o complots. Ni tiene oración alguna “por la protección de Dios de la Reina contra todos sus enemigos” en la cual se pida especialmente que “debilite las manos, oscurezca la vista y los designios, y deshaga las artimañas de todos sus enemigos, para que no haya secretas conspiraciones, ni violencias en abierto, que inquieten su reinado.”

El propio servicio para el 20 de junio también ha sido retirado hace ya algunos años, y en muy pocos libros de Oración se puede encuentra ahora. No hay que maravillarse que, desde entonces,  tanto la Reina como la Nación hayan estado sujetos una y otra vez a conspiraciones secretas y abiertas violencias.

Aun mismo en la tan propuesta nueva versión del antiguo Cántico Nacional o Himno, cualquiera que pueda ser el mérito o desmérito de la nueva versión propuesta, todos están unánimes y de acuerdo en que se debería omitir el verso que dice:

“Confunde sus consejos
Frustra sus ardiles planos.”

Esto está demasiado claro y palpable para la moderna y falsa tolerancia y caridad que prevalece en nuestros días*

*Estamos agradecidos de que en condescendencia, como se entendía generalmente, con el propio deseo de su Majestad el buen antiguo texto de “Dios salve a la reina” se haya fielmente mantenido. En el vigoroso coro, el bien asentado verso proclama, acerca de aquellos que son nuestros enemigos:

Confunde sus consejos
Frustra sus ardiles planes.
(Daily Telegraph, 21, Junio, 1897).

Las voces de los sentimentales y los consejeros de los Jesuitas han prevalecido.

¡La observancia de estos días solemnes de acción de gracias se ha abolido! ¿Pero se podrá decir que Roma es pacífica? ¿No es tan hostilmente mortal tanto para Inglaterra como para las libertades religiosas como lo ha sido siempre?

Bien podemos estar agradecidos a Dios que vivimos para ver una conmemoración del servicio para el 20 de Junio – así públicamente reconociendo la verdad y enseñanza de nuestro texto. La frase de apertura nos da su nota clave – (1ª Tim.2:1-3),

“Exhorto ante todo a que se hagan rogativas, oraciones, peticiones y acciones de gracias, por todos los hombres –por los reyes y por todos los que están en eminencia, para que vivamos quieta y reposadamente en toda honestidad. Porque esto es bueno y agradable delante de Dios nuestro Salvador.”

Así que no tiene que ver con nuestro deber, sino con nuestro propio interés; que mientras oramos por nuestro Soberana, al mismo tiempo promovamos la continuación de nuestras libertades.

El mandamiento de Dios a Su antiguo pueblo todavía es más explícito (Jer.29:7): “Procurad la paz de la ciudad a la cual os hice transportar, y rogad por ella a Jehová; porque en su paz tendréis vosotros paz” ¿Qué motivo podría existir para obligar al Judío a un acuerdo con este mandamiento que no se extienda con diez veces más peso en cada área de nuestro imperio?
Porque a pesar de todo lo que haya de deplorable, también hay mucho por lo que verdaderamente podemos alabar a Dios. Al ofrecer hoy en día nuestras oraciones y acciones de gracias, estamos llevando a cabo Su voluntad como se registra en a Tim.2:1-3 y 1ª Pedro 21:13-15. Y si estas exhortaciones se dieron en el tiempo cuando Nerón era emperador, ¡con cuánta más razón no se debería dar en nuestros días!

Si cuando Nerón estaba siendo el destructor de la fe, los Cristianos se sometieron y oraron, ¡cuánto más ahora cuando Victoria es la defensora de la fe!

Solamente tenemos que meditar en qué posición estaríamos hoy en día si hubiésemos estado experimentando 60 años de la Reina María en vez de la Reina Victoria!

La reflexión debe con toda seguridad poner en sentido aun mismo al más exclusivo de los Cristianos, y exaltarle nuestro servicio al más alto grado. Ennoblece nuestra lealtad hacia nuestra Soberanía. Nos despoja de la mera política partidista, de las emociones sentimentalistas o huecos servilismos. Nos obliga a tener en cuenta nuestras mercedes, las mercedes nacionales y los privilegios eclesiásticos, los cuales nos capacitan para adorar de acuerdo a nuestra conciencia, sin trampas ni obstáculos, ni nada que cause nuestro temor.

Al estimar la causa de todas nuestras mercedes nacionales y nuestra grandeza, los hombres se regulan en peculiaridades físicas, en los progresos navales y militares, posesiones geográficas, en los recursos y los productos naturales. Pero otras naciones se han apoyado en todo esto y han desaparecido como un sueño. ¡No! Esas nos son la causa, sino las condiciones bajo las cuales la causa actúa y opera.

La causa es la bendición de Dios, y aparte de esta, todas las demás cosas son indignas y sin valor. El mundo bien puede seguir yendo como le plazca, el “huérfano” bien puede usar de sus mentiras y “hablar vanidad”, y decir que la felicidad nacional consiste en la prosperidad visible, pero nosotros replicamos que ¡NO! Que:

“Feliz es el pueblo cuyo Dios es el Señor” (Salmo144)