¿POR QUÉ AMAS A DIOS? Por Roxanne Brant
¿Será porque te ha
concedido dones, te ha dado prosperidad, te ha sanado y ha derramado
bendiciones en tu vida? Está bien, esto puede que sea parcialmente verdad, pero
no debería serlo totalmente. Sin embargo, para muchas personas, su religión es
la moneda que compra los beneficios de Dios.
¿No habrá una manera más sublime de amar a
Dios?
Cuando comenzamos a ver
quién es Dios y apreciamos Su Persona, ¿no es maravilloso amarle por Quién es
Él en Sí Mismo?
Nosotros no amamos a
nuestros hijos debido a sus habilidades. Los amamos por lo que son en sí
mismos. Igual ocurre con nuestras esposas, nuestros maridos, nuestros padres y
madres: estamos agradecidos por lo que han hecho por nosotros, pero los amamos
por quienes son en sí mismos.
Amamos a Dios por aquello
que es en Sí, y "porque Él nos amó primero" (1ª Juan 4:19). Dios
anhela nuestro amor y que le ministremos; sin embargo, muy a menudo, sólo
nos dirigimos a Él para recibir cosas
Suyas y para obtener Sus favores.
Esto me recuerda una
historia que escuché una vez acerca del Presidente Lincoln con una mujer
anciana que hizo un pedido para encontrarse con él una tarde. Cuando se
presentó en la oficina del Presidente, éste se levantó, le pidió que se sentase
y le preguntó, "¿En qué puedo servirla, señora mía?" La pequeña
anciana respondió, "Sr. Presidente, yo sé que usted es un hombre muy
ocupado. Yo no he venido para pedirle nada. He venido simplemente para traerle
esta cajita de galletas, porque he oído que a usted le gustan mucho."
Hubo un silencio en el
cual las lágrimas afloraron de los ojos del Presidente. Finalmente, levantó su
cabeza y le dijo a la mujercita: "Señora, le agradezco mucho por su gentil
regalo. Estoy profundamente emocionado por eso. Desde que soy Presidente de
este país, miles de personas han pasado por esta oficina pidiéndome favores y
demandándome pedidos. Usted es la primera persona que ha pedido presentarse
aquí sin pedir favores y además, trayéndome este regalo. Se lo agradezco desde
lo más profundo de mi corazón."
De la misma manera,
Dios anhela y espera que nos acerquemos a Él porque le amamos, en vez de
simplemente por lo que pueda ofrecernos. Él fue Quien nos hizo para Él, y somos
nosotros los que podemos presentarnos a nosotros mismos a Él y ofrecerle
nuestra adoración.
La Biblia dice que nosotros, así como Israel,
somos heredad Suya. "Porque la porción de Jehová es su pueblo, Jacob la
heredad que le tocó." (Deuteronomio 32:9). ¡Dios tiene una herencia en los
santos!!
Pablo oró sin cesar por
la iglesia que estableció. A la iglesia en Éfeso escribió:
No ceso de dar gracias por vosotros, haciendo memoria de vosotros en mis
oraciones, para que el Dios de nuestro Señor Jesucristo, el Padre de gloria, os
de espíritu de sabiduría y de revelación en el conocimiento de él, alumbrando
los ojos de vuestro entendimiento, para que sepáis cual es la esperanza a que
él os ha llamado, y cuales las riquezas de la gloria de su herencia en sus
santos. (Efesios 1:16-18).
¡Date cuenta! La Biblia
dice que Dios quiere que sepamos cuán ricos somos en Cristo. Y quiere que nos
acerquemos a Él por nuestro libre albedrío. Dios está interesado en
relacionarse con nosotros en amor.
Cuán erradamente ha
enseñado la iglesia a los nuevos cristianos que fuimos salvos para servir a
Dios. ¡No! Nosotros fuimos salvos, antes que nada, porque Él quiso tener una
familia. Eso es por lo que a Él le "…agradó
librar mi vida del hoyo de la corrupción; y por lo que echó tras sus espaldas
todos mis pecados." (Isaías 38:17).
Dios no negocia, ni se
interesa en salvar a las personas porque precise de un gran número de siervos
que ganen el mundo para Cristo, o porque sin nosotros Él pueda perder la
batalla que sostiene contra el Diablo. Sin embargo, muchos son los cristianos
que están convencidos de que están trabajando para un Dios parcialmente
impotente que necesita de ayuda, y que espera de ellos correspondencia debido a
Su bondad.
La Biblia no habla ni
una sola vez, ni nos dice nunca que hagamos algo por Dios. Nos dice que, en Su
amor y gracia, Dios desea envolvernos en la obra que Él está llevando a cabo.
Podemos, eso sí, trabajar con Él para llevar a buen puerto esa finalidad.
Desafortunadamente,
debido a que la iglesia ha enseñado tan a menudo que estamos aquí para servir a
Dios, hoy en día tenemos un abundante número de Martas repletas de culpa, que
están cargadas con un sentimiento de ansiedad y de servicio. Y hay una gran escasez
de sentidas adoradoras Marías, que se hayan involucrado en una relación amorosa
con Dios, la cual suple naturalmente todas las necesidades humanas.
Cuan sencillamente las
palabras de nuestro Señor nos muestran la prioridad de Dios:
Aconteció que yendo de camino, entró en una
aldea; y una mujer llamada Marta le recibió en su casa. Esta tenía una hermana
que se llamaba María, la cual sentándose a los pies de Jesús, oía su palabra.
Pero Marta se preocupaba con muchos quehaceres, y acercándose dijo: Señor, ¿No
te da cuidado que mi hermana me deje servir sola? Dile, pues, que me ayude.
Respondiendo Jesús, le dijo: Marta, Marta, afanada y turbada estás con muchas
cosas. Pero sólo una cosa es necesaria; y María ha escogido la buena parte, la
cual no le será quitada. (Lucas 10:38-42).
Jesús no reprendió el
servicio de Marta, sino su excesiva y ansiosa preocupación con "muchas
cosas" antes que poner primero a Dios. El servicio que nace de una
relación de amor no es ansioso, sino lleno de sentido y pleno de gozo.
Nuestra prioridad en
nuestra relación con Dios es el amor. Sin embargo, hemos fijado nuestra
atención en ministerios, dones, órdenes y diferentes tipos de programas y
servicios. Hemos puesto nuestra atención en todo, menos en nuestro Padre.
Podemos observar el resultado que ha producido esa falta de atención en la vida
de nuestra iglesia hoy en día.
Dios nos dice a
nosotros lo mismo que le refirió a Israel, diciendo,
Porque dos males ha hecho mi
pueblo; me dejaron a mí, fuente de agua viva, y cavaron para sí cisternas,
cisternas rotas que no contienen agua. (Jeremías 2:13).
Dios me asombró hace
unos años atrás cuando me enseñó que muchas de las personas en el movimiento
carismático se habían vuelto "cisternas rotas" en vez de mirarle a
Él. Debido al flujo de buenas enseñanzas, las personas estaban adquiriendo
cintas grabadas, libros y atendiendo seminarios para aprender más acerca del
poder de Dios y de Sus caminos y de lo que Él estaba realizando en ese tiempo.
Las cintas, libros y conferencias son
buenas, pero Dios me mostró que Su gente fue sustituyéndolas y ya no le daban
importancia al tiempo que invertían mirándole solamente a Él.
Muchas veces, es tan
fácil oír por boca de otros hombres las cosas de Dios y lo que está haciendo,
que no nos damos al trabajo de ir a Su Presencia para procurar saber lo que
quiere decirnos personalmente. No nos molestamos en comunicar y en recibir
directamente de parte de Dios Su Palabra de Vida. Cuando así ocurre, entonces,
esas cintas, libros y conferencias llegan a ser cisternas rotas. Y las aguas
provenientes de las cisternas nunca serán tan frescas y puras como las aguas
que corren y fluyen vivas de la fuente de Dios.
El peligro que existe
hoy en día es que nos centremos básicamente en el "árbol de la ciencia" (Génesis 2:9) y nos olvidemos del "árbol de la vida" (vers.9);
que nos demos por satisfechos con el conocimiento y nos olvidemos de la vida de
Dios; que nos sintamos llenos recibiendo sólo palabras de hombres y nos
olvidemos de la necesidad que tenemos de recibir las palabra de vida que
provienen directamente de Dios.
Muchos de nosotros
tenemos el deseo y la necesidad de volvernos a Dios y de permitirle a Él, la
"fuente de agua viva", (Jeremías 2:13), que fluya a través de
nuestras vidas, limpiándonos y llenándonos diariamente con Su Misma Vida.
Precisamos llenarnos de Dios a través de Su espíritu, revelándonos todas las
cosas de una manera fresca y viva. Necesitamos acercarnos a Dios por lo que Él
es en Sí Mismo y para recibir de Él Su "Palabra vivificante."
Los Fariseos sabían lo
que Dios había declarado. Pero se dedicaron a edificar cisternas rotas. Se
hicieron ciegos y sordos a lo que Dios estaba declarando en aquel tiempo en el
cual vivían, simplemente porque prefirieron olvidarle y construir cisternas
alrededor de Su Palabra. Necesitamos saber lo que Dios ha dicho y lo que nos
dice en nuestro tiempo. Cuando nosotros, igual que los Fariseos de entonces, no
estamos inmersos en el flujo vivificante de Dios, entonces nuestros sentidos
espirituales tienden a quedarse vacios y dormidos. Entonces tenemos muy poca o
ninguna percepción o discernimiento espiritual.
Dios nos dice a voces, "Venid a mí." (Lee, por
ejemplo Isaías 55:3; Mateo 11:28; Juan 7:37). Él nos ha sacado del Egipto de
tinieblas y esclavitud y nos ha dado herencia en Su Reino. Pero nosotros, igual
que Israel, nos hemos salido de Su Presencia y nos hemos vuelto a los ídolos,
aunque sean ídolos religiosos. Verdaderamente, la adoración a las tradiciones,
programas, órdenes, y otras cosas que sobreponemos a Dios en importancia, es
idolatría. Si nosotros, igual que Israel, ponemos el énfasis en lo externo y
olvidamos la vida, entonces pasamos a ser meros legalistas, sectarios y
eventualmente nos quedaremos dormidos espiritualmente. Estaremos aferrándonos a
la basura de las cosas externas, mientras que la vida de Dios se moverá en el
corazón de los que lo ponen a Él por encima de todas las cosas. Igual que
Israel, nos estaremos volviendo a la esclavitud de Egipto si no ponemos a Dios
primero ni le amamos sobre todas las cosas.
Cuando Israel era muchacho, yo lo
amé, y de Egipto llamé a mi hijo. Cuanto más yo los llamaba, tanto más se
alejaban de mí; a los baales sacrificaban, y a los ídolos ofrecían sahumerios.
Yo, con todo eso enseñaba a andar al mismo Efraín, tomándole de los brazos; y
no conoció que yo le cuidaba. (Oseas 11:1-3).
En nuestras relaciones
humanas, al igual que en nuestra relación con Dios, nuestra prioridad es amar.
El éxito fuera del hogar no justifica la falta de amor dentro del hogar. El
orden de Dios en un hogar, no significa nada si no hay el amor y la vida de Cristo.
Sin embargo, muchas
personas prefieren invertir su tiempo en el servicio antes que al amor.
Desafortunadamente, somos por naturaleza hacedores igual que Marta, en vez de
amantes y adoradores como María. Pero Dios está buscando a quienes le amen y se
acerquen a Él para adorarle. No está buscando hacedores, sino que busca con
gran anhelo adoradores. Él procura aquellos que le "adoren en espíritu y en verdad". (Juan 4:24).
Solamente después de
que esa relación amorosa se arraigue y permanezca estable y de que centremos
todas las atenciones en Él, podrá Dios enviarnos a trabajar y a cooperar con
Él.
El hombre es hecho por
Dios. Pero Dios es también de alguna manera hecho para el hombre. Dios hizo al
hombre para establecer una dependencia con Él. En otras palabras, Dios quiere
darse a Sí Mismo al hombre. El nos ha creado no solamente para que nos
entreguemos a Él, sino también para que Él pueda ofrecerse a nosotros.
Fue Dios quién
descendió y se acercó primeramente para andar con Adán y Eva en el paraíso.
(Génesis 3:8). Él nos creó con la capacidad de recibirle. Cuán a menudo sucede,
cuando adoramos a Dios en el espíritu y en verdad, que Su Espíritu desciende
sobre nosotros. Eso es lo que vemos reflejado en las Escrituras y también en
nuestra experiencia: la adoración nos lleva a la Presencia de Dios y nos trae
la Presencia de Dios en nosotros. A medida que adoramos a Dios, Él se nos
ofrece a Si Mismo.
En 2ª Crónicas 5, es
interesante notar que cuando el templo de Salomón fue concluido y los ancianos
de Israel fueron reunidos, el arca fue traída al templo por los Levitas, pero
la gloria de Dios no descendió en ese momento. Hubo innumerables sacrificios,
sin embargo, la gloria de Dios no descendió mientras se ofrecían.
Fue solamente cuando
sonaron “las trompetas y cantaban todos a
una, para alabar y dar gracias a Jehová" (vers.13) que la gloria de Dios
descendió. "…Entonces la casa se llenó de una nube, la casa de Jehová. Y
no podían los sacerdotes estar allí para ministrar, por causa de la nube; porque
la gloria de Jehová había llenado la casa de Dios." (2ª Crónicas 5:13-14).
No fue cuando
construyeron el templo. No fue cuando ofrecieron los sacrificios. Fue solamente
cuando alabaron y adoraron a Dios que la gloria de Jehová llenó toda la casa.
Yo creo que cuando Dios
oye a Su gente adorándole y encomendándose en Sus manos, Él se derrite y se
dice a Sí Mismo: "Tengo un deseo enorme de descender y escuchar a mi
gente, para ver cómo Me adoran. Se están poniendo en Mis manos, por eso, ahora
seré Yo quien Me ofrezca a ellos."
Es, por tanto, cuando Le adoramos que Él desciende sobre nosotros.
Porque la adoración nos lleva a estar en Su Presencia y nos trae Su Presencia
en nosotros.
Siempre que asisto a
servicios en los que se realizan dones de sanidad, le enseño a la gente cómo
ministrar al Señor. Yo estoy persuadida de que es cuando le ministramos a Él,
que Él desciende y nos ministra y un flujo de vida aparece donde estamos
reunidos. A medida que adoramos a Dios, las personas sanan y Dios desciende sobre
ellas. Pero lo más maravilloso es la nítida sensación de Su Presencia.
FRAGMENTO
DEL LIBRO "MINISTRANDO AL SEÑOR - EL PODER DE SU PRESENCIA" Por
Roxane Brant
Traducción
Juan Luis Molina y Claudia Juárez Garbalena
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