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LA ESPADA DEL ESPIRITU - Juan Luis Molina

CARTAS ENTRE CREYENTES

De: Juan Molina, Santarém, Portugal
Para: La Iglesia de Dios
Enviado: jueves, 14 de octubre, 2010 4:42:24
Asunto: La Espada del espíritu.
Archivo adjunto: "JUSTICIA Y JUSTICIEROS"

Amadísimo Teófilo:
                            Hay un mal que yo he visto se mantiene muy arraigado entre algunos de nuestros hermanos cristianos,  y es que, aún teniendo la nueva vida, que es vida eterna, dentro de ellos, aun así no les aprovecha, ni manifiestan la vida abundante que reside en su espíritu. Ni la manifiestan ellos ni la enseñan a los que tienen cerca.
                          Y ¿por qué sucede esto? ¿Por qué será que hay muy pocos en este día y tiempo, que ven y palpan las maravillas y señales que producían los discípulos del Libro de Hechos? - ¿A qué se debe que no veamos una expansión semejante en nuestras iglesias de la sana doctrina como la hubo después del día de Pentecostés en la iglesia del primer siglo? - ¿Cómo es posible que hombres y mujeres (en su mayoría iletrados) viviesen en medio de los milagros en aquel tiempo, y ahora, sin embargo, con tantas clases y seminarios, y con tantos años intentando adiestrar el cuerpo de muerte, no palpemos ni veamos la abundancia prometida por el Padre en Su Palabra?
                         Yo estoy persuadido y creo que, ese mal se mantiene entre nosotros, porque pura y simplemente no hemos separado ni discernido bien las dos naturalezas - la que recibimos de nuestros padres terrenales y la que recibimos de lo alto. Así de fácil y así de sencillo. No hay muchos que usen la vara o bordón de Moisés que llevan dentro para dividir las aguas del Mar Rojo. Son muy pocos que desenvainan la espada que les dio Dios, para cortar de raíz el viejo mundo del nuevo Reino. Pero, sin hacer esta división, mezclando las dos naturalezas y haciendo de las dos una sola, no podremos discernir ni asimilar "todavía" los asuntos espirituales. Hasta que venga Cristo y se nos caiga ese velo de nuestros ojos, no sabremos lo que ya nos HA SIDO CONCEDIDO.
                         Por eso está escrito, amadísimos miembros del Cuerpo que: No podemos depositar el vino nuevo, que es Cristo en nosotros, en los odres viejos de nuestro viejo hombre. Si mezclamos las dos naturalezas, el paño nuevo que es Cristo en nosotros, en nuestro paño antiguo, el nuevo tira del paño viejo que éramos nosotros y la rotura se hace peor y más grande.   
          Tenemos que discernir muy bien este asunto:
                                                                           Es cierto, que enorme poder y autoridad nos ha delegado nuestro Abba Padre en nuestras manos, pero después de injertar en nosotros el "árbol bueno" con sus frutos naturales. Sin embargo antes de haber sido injertados con la vida de Cristo, nuestro "árbol malo" no producía buenos frutos. Aunque nuestras hojas fuesen verdes y frondosas, en cuanto a frutos éramos tan estériles como la higuera que condenó Jesucristo en el camino a Betania en frente de sus discípulos. En esta ilustración que nos ofrece Dios en Su Palabra, reside una verdad que tenemos que discernir bien. ¿Qué nos puede hacer pensar que ahora, aquella vieja y decrépita higuera venga a producir algo de bueno? - Cuando a un árbol salvaje y estéril, se le injerta la naturaleza de uno bueno y que da frutos, hay que cortar y dejar secar los ramos del malo y estéril. No se les debe permitir que crezcan, para que no quite la fuerza que proviene de la raíz al injerto bueno. Si procedemos así, si dejamos desarrollar el crecimiento de las ramas salvajes, el injerto nuevo no podrá dar muchos frutos, porque la fuerza que proviene de la raíz será absorbida por los ramos salvajes y el injerto no será más que una de tantas ramas que componen el árbol.
                       ¿Te das cuenta? si no cortamos de nosotros nuestra vieja identidad, jamás podremos identificarnos con la nueva de lo alto. A los creyentes del primer siglo, se les comenzó a denominar "cristianos" porque estaban siempre confesando y testificando que ya no vivían ellos, sino que era Cristo quien se encontraba viviendo su propia vida "en" ellos, desde el día que renacieron de lo alto.
                         Yo creo que nunca será demás enfatizar esta realidad que produjo Dios en nuestras vidas. A los que nos acerca Dios y a nosotros mismos debemos repetir con insistencia esta gran verdad, para que no nos confundamos ni nos ciegue la religión de los hombres, que siempre intentan con sus leyes y ordenanzas "modificarnos," sin ser humildes y mansos a lo que Dios dice y ha dejado por escrito; es decir, que, en Cristo, YA FUIMOS MODIFICADOS.
                         Con Cristo estoy juntamente crucificado, y ya no vivo yo, mas vive Cristo en mí; y lo que ahora vivo en la carne, lo vivo en la fe del Hijo de Dios, el cual me amó y se entregó a sí mismo por mí.
                        No desecho la gracia de Dios; pues si por la ley fuese la justicia, entonces por demás murió Cristo. Gálatas 2:20,21
                         Aquí reside toda la diferencia, este es el principio de la vida abundante, no en las clases, ni en los seminarios, ni en los esfuerzos ni sacrificios de la carne, vamos a encontrar esta vida buena y agradable. Esta Tierra Prometida donde fluye leche y miel, brota natural y espontáneamente de tu Cristo. ¿Sabes por qué te ama Dios tanto, y ama tantísimo a cada uno de Sus hijos? pues precisamente porque Él ya no mira ni ve en ti otra cosa, sino el árbol bueno que en ti y en mí ha injertado. ¿Te das cuenta?, ¿comprendes ahora porque no se presentan con justicia delante de Dios muchos de nuestros hermanos? ¿Cómo pueden presentarse intentando mostrarle lo buenos que son y las muchas obras que hacen ellos? por eso se condenan, porque por mucho esfuerzo que pongan, jamás podrán producir ni mostrarle al Padre los frutos que son solo espontáneos y naturales de su Cristo. Y si son los  frutos naturales del espíritu, que solo Dios injertó de pura gracia, entonces ya no podremos nosotros quedarnos con la gloria, sino que glorificamos, agradecemos, alabamos y adoramos a nuestro Padre, por Su infinita misericordia. Así de fácil y así de sencillo.
                         Estoy persuadido de que, cuando con el espíritu  nos ilumina el entendimiento, y separamos las dos naturalezas, la que recibimos de nuestros padres en el primer nacimiento (de la línea de Adán), con la que fuimos injertados de lo alto el día que fuimos re-nacidos (de la línea de Cristo), es cuando se le puede dar toda la gloria a Dios y se comienza a vivir en medio de los milagros.
                         Y, ¿cómo puede hacerse esto? ¿Cómo puedo yo cortar mis ramas naturales para dejar que el "buen injerto" ocupe todo mi árbol y lo cargue con sus frutos espirituales? Simplemente: Dios ya lo ha hecho. Nuestro Padre, cuando entregó a la muerte  en aquella cruz a Su hijo, con él simplemente también nos puso a nosotros, por eso es que Jesús fue "nuestro sustituto." Por eso dice Dios que  “nuestro viejo hombre FUE CRUCIFICADO JUNTAMENTE CON ÉL, PARA QUE EL CUERPO DEL PECADO SEA DESTRUIDO” (Romanos 6:6) La destrucción de ese cuerpo ya fue realizada por Dios hace ahora unos dos mil años. ¿Entiendes ahora lo que es la gracia? - A los ojos de Dios, todo lo que ve en nosotros y a quien dirige Su Palabra es al Cristo que nos injertó. Si no entendemos esto jamás entenderemos Su Palabra. ¿Por qué? pues porque intentaremos dirigir la fuerza que proviene de nuestro Abba Padre hacia nuestras ramas salvajes naturales, y así, acoplando en la carne lo que hay que acoplar solo en el espíritu, no podremos discernir bien nada. Los asuntos espirituales tienen que ser discernidos o digeridos espiritualmente. A las ramas salvajes, por mucho que se las alimente con lo que de la raíz proviene, jamás podrán producir ningún fruto, porque son estériles por naturaleza.  
                      Amadísimo hermano, antes de separar yo estas aguas, las dulces de las amargas, también como Israel anduve por un desierto en el cual nuestro amoroso Padre me sustentaba, pero sin lograr entrar en la "Tierra Prometida" que tenía tan "a la mano." - Dios tiene una infinita paciencia con todos Sus hijos, hasta que se dan cuenta de que es cierto lo que Él pregona a voces en Su divina Palabra: “EL ESPÍRITU ES EL QUE DA VIDA; LA CARNE PARA NADA APROVECHA” (Juan 6:33). Sin embargo, yo, andando por aquel desierto de "mí mismo," intenté presentarme aprobado ante Dios produciendo los frutos en mi carne, que solo eran naturales en mi Cristo. Por eso, cuando acabé rendido y agotado viendo mi absoluta incapacidad, terminé confesando como Pablo: Miserable de "MI," ¿quién me librará de este "cuerpo de muerte"? (Romanos 7:24) - entonces, y solo entonces, fue cuando escuché la Voz del que clamaba en el desierto diciéndome: “YA TE LIBRÉ CON CRISTO HACE AHORA MAS O MENOS DOS MIL AÑOS”. Entonces, y solo entonces, fue cuando creí, y permití que Dios iluminase mi entendimiento, mostrándome en Su Palabra que yo ya había sido crucificado con Cristo. Entonces, y solo entonces, me consideré literalmente muerto y sepultado en "mí mismo," y, considerándome así,  infructuoso en "mí mismo" para producir lo que en mi Cristo es natural y espontáneo, le permití entonces a mi Cristo que se desbordase por mi vaso de barro, dirigiendo para él la fuerza que me infundía la raíz del Espíritu Santo y ahora vivo en medio de los milagros. (Romanos 6:3-11).
                        Querido Teófilo, quiero señalarlo, y repetírtelo para que lo veamos bien claro: cuando renací del espíritu de Cristo, con toda mi sinceridad me persuadí de que, todo aquel poder desde lo alto que me había sido otorgado de pura gracia, sería el instrumento por el cual se modificaría mi vieja naturaleza. Así, pensando siempre que eso era lo que Dios me demandaba (pues así fui enseñado), me llevé vagando por ese desierto durante treinta años,  cargando con mis ramas salvajes que no producen fruto y ahogando el buen injerto que produjo mi Padre. Siempre estaba intentando grabar en mi corazón de carne lo que Dios me decía; sin embargo, todo ese esfuerzo que realicé en esos treinta años nunca modificó, ni un ápice, la corrupción que en mi carne residía.
                        Esto es de suma importancia entenderlo. Podemos vivir intentando modificar nuestros viejos hábitos, repitiendo a martillazos con un cincel la Palabra de Dios en nuestro corazón de carne, y ser muy religiosos, pero si no somos mansos y humildes aceptando que, en nuestra carne, nada teníamos de bueno, entonces, hasta que venga Cristo, no vamos a poder seguir adelante ni descansar como "muertos" en los brazos de nuestro Todopoderoso Padre. Aunque tengamos la Tierra Prometida aquí tan a mano, solo disfrutaremos de ella en el retorno de nuestro hermano mayor. Sin embargo, para los que crean, está disponible desde el primer día que se renace, dejar caer en el desierto nuestro viejo hombre y que la Nueva Generación la tome por posesión y herencia. Pero si pensamos que con nuestra disciplina y con nuestros sacrificios llegaremos a darle una vida nueva a nuestro hombre viejo y que algún día produciremos buenos frutos, no vamos a dejar natural y espontáneamente desbordar por nuestro vaso de barro a nuestro Cristo, nuestra Tierra Prometida otorgada de pura gracia por el Padre . Pensaremos que nuestros esfuerzos y sacrificios son los que han producido esos pocos frutos del injerto, y seguiremos persuadidos de que eso es lo que más le agrada a nuestro Padre. Así, la gloria, en vez de dársela a Dios, Quien solo es digno de recibirla, nos la atribuiremos, consciente o inconscientemente, a nosotros mismos.
                          ¿Te das cuenta? - el motivo de haberte hecho renacer Dios de lo alto, con una nueva creación, se debió precisamente a eso, a que Él sabía de antemano que tú, por mucho que te esforzases en completar el vacío de espíritu que sufrías, no podrías jamás pasar a Su "nuevo reino" en tu cuerpo de muerte. Quien nos libró de la maldición genética a la que estábamos condenados, fue Jesucristo en su sacrificio - Ni tú, ni yo, ni el más "santo" de los hombres (hablando en términos religiosos) podrá acercarse al Lugar Santísimo sin revestirse de Cristo primero. - Dios, cuando condena, condena eternamente y para siempre. Toda carne humana fue condenada por Dios en la caída del hombre. El intentar modificar sus hábitos y conductas los hombres, no es más que intentar modificar el veredicto del Dios Creador de los cielos y la tierra.
                         Sin embargo, nuestro Padre, siempre que los cielos, y la tierra que creó se volvieron: la primera desordenada y vacía (tohu bohu - ruin, vacía, devastada, desolada) en las manos de Satanás (Génesis 1:1 y 2); y maldita, corrupta e impregnada de muerte la actual, en la cual vivimos ahora (Génesis 3:17), en las manos de Satanás y del hombre, nunca se dedicó a remendarlos, ni a volverlos completos otra vez, sino que  siempre ha ido CREANDO DE NUEVO, algo muy distinto y superior. Por eso la administración denominada del estado eterno, al final de los tiempos y de las edades, comenzará como está expuesto en Apocalipsis 21:1 con "LOS NUEVOS CIELOS Y LA NUEVA TIERRA" que a Pablo se le dio a contemplar. (2a Corintios 12:2 - el tercer cielo) 
                          Porque Dios, que mandó que de las tinieblas (en que se volvió la primera creación) resplandeciese la luz, es el que resplandeció en nuestros corazones (llenos de tinieblas que lo poblaban desde la caída), para iluminación del conocimiento de la gloria de Dios en la faz de Jesucristo. (2a Corintios 4:6).
                          Cuando en Su infinita gracia y poder Dios creó antes que a nosotros Sus hijos a los ángeles, y los puso sobre los primeros cielos y tierra, Él jamás se imaginó que después de otorgarles tantas riquezas de pura gracia, un tercio de ellos se rebelase contra Él y se hiciesen Su adversario. Nunca se lo imaginó nuestro Abba Padre. Por eso, cuando en sustitución de ese tercio de ángeles creó al primer hombre, nuestro Padre tenía escondida una carta en su manga. Es decir, sabiendo de antemano que el hombre, en su  libre decisión y el libre albedrío que Le otorgó Su Creador, podría ponerse del lado de Su adversario, se escondió para Sí lo que conocemos hoy como el Gran Secreto que le fue revelado a Pablo. ¿Para qué? - pues para poder en Su infinita misericordia y amor reconciliar conSigo DE NUEVO al hombre, si este en su prueba en el paraíso, tomase la decisión de creer a Satanás y despreciarlo a Él (como sucedió).                                         

                         ¿Ves, hermano mío, te das cuenta  porque no se deben mezclar las dos naturalezas? - Nada tiene que ver el primer Adán, con el segundo hombre Jesucristo. Lo que Dios creó en ti el día que renaciste de lo alto es la vida del Cristo resucitado. Mezclar estas dos naturalezas y no distinguirlas bien nos roba la bendición de no saber lo que es la gracia. La vida buena y abundante es la vida de Cristo corriendo por tus venas espirituales, fundiéndose con el Padre y siendo UNO con Él. Tu Cristo vive absolutamente fundido y dependiente del Padre. Así de fácil y así de sencillo. Si nosotros permitimos por nuestro libre albedrío y por la sola fe  desbordar ese Cristo por nosotros, y nos consideramos muertos y sepultados como Dios nos dice a voces que estamos en el viejo hombre, nuestro Padre es Quien se deleita enseñándonos todas las cosas. Cuando permitimos por la  sola fe desbordar a Cristo su vida en nuestro recipiente, donde Dios lo ha depositado, el fuego de su espíritu quema dentro de nosotros toda influencia del mundo que tengamos y seremos limpios de toda maldad, sin sacrificios ni esfuerzos de nuestra parte. ¿Qué tipo de esfuerzos puede hacer un cadáver? Desde el primer día se puede hacer esto, desde el primer día que el Padre nos injerta a Cristo dentro de nosotros podemos manifestar la vida abundante, y dejar toda condenación de lado. Todo lo demás vendrá siempre por añadidura.
En Cristo,
Juan Luis Molina.   
  

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