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"EL SANADOR" - Por George M. Lamsa

DEL ARCHIVO DE ARTÍCULOS ANTERIORES.
FRAGMENTO DEL LIBRO: "MI VECINO JESÚS"
Una Visión de Nuestro Salvador A La Luz De Su Lenguaje, Gente Y Tiempo. 
Capitulo III. 
El Nazareno errante que poco tiempo antes había sido denunciado, condenado y expulsado de la sinagoga de Nazaret por ser considerado como un soñador peligroso y hereje, y abandonado incluso por su propio pueblo, era ahora recibido y mirado en forma diferente. Él encontró el favor de Dios y los hombres. Descubrió que no era ya Jesús de Nazaret; no era más el pastor y carpintero, ni el hijo de José y María. Él era el Cristo, el Hijo del Dios Vivo; ya no era de este mundo, sino de otro reino.

Los secretos de la naturaleza ya no estaban más ocultos para él. Los pensamientos de los bienes materiales habían desaparecido de su mente. Para él, la barrera que separaba a esta tierra del cielo se había literalmente desvanecido.

El no tuvo miedo de la crítica y la hostilidad. El amor que desbordaba y que le llevó a sufrir la peor de las torturas por la humanidad, le había hecho olvidar incluso a sus padres: "¿Quién es mi madre y mis hermanos?"
El hombre que no había podido satisfacer a la gente de Nazaret, como carpintero y sucesor de su padre, se había convertido en un orador popular en su país. Nunca estudió filosofía, pero se convirtió en un  maestro lleno de pura lógica. No hubo más dudas en su mente ni deseos de tentar a su Dios.

El Sermón de la Montaña le había hecho ganar la admiración pública. La simpatía de parte de aquellos que le oyeron tomó lugar en vez del odio; la admiración había reemplazado a los insultos. Los corazones rotos de sus compatriotas fueron consolados. Un nuevo camino de salvación fue hallado para los hombres. La Ley que Moisés había escrito en las duras tablas de piedra, ahora iba a ser escrita en los corazones de los seres humanos. Los secretos de los libros sagrados que los profetas y sacerdotes habían ocultado al pueblo iban a ser declarados y expuestos. Los cuerpos y las mentes de los afligidos iban a ser sanados. Los hombres que estaban enfermos y los pecadores, iban a ser entrenados como sanadores de la humanidad. Los pescadores ignorantes, a quienes no se les permitía ni tan siquiera tocar los libros sagrados, fueron instruidos para explicar correctamente la ley y los profetas.

Un nuevo capítulo en la historia del pueblo de Dios que resumía la Ley y los Profetas, estaba a punto de ser escrito. El Dios que hasta ahora se había revelado sólo a través de los profetas, se aproximaba incluso a los más humildes. ¡Qué gran victoria para un predicador desconocido, que había surgido con poca notoriedad e importancia y que, sin temor alguno, denunció a los fariseos y los sacerdotes!

"De cierto os digo, que los publicanos y las rameras van delante de vosotros al reino de Dios.” Jesús no tenía miedo de quebrantar el día de reposo, la institución más sagrada en la religión judía. En sus enseñanzas, él no impuso una estricta observancia de la Ley. Él no tenía vínculos con ninguna organización que pudiese bloquear su camino u obstaculizar su progreso.

Sin ningún tipo de propaganda ni de sustento para vivir, Jesús entró en su carrera o ministerio depositando su total confianza solamente en Dios. Habló en nombre de Dios, pero con autoridad. Sus palabras no fueron tanto lo que la Escritura dice, sino que él declaró lo que  la Escritura quiere decir.

Su popularidad incrementó cada día. Su poder persuasivo para predicar atrajo a multitudes. En lugar de buscar a los hombres para que le escuchasen, él muchas veces se apartó lejos de la multitud. El predicador solitario de Nazaret, que se había dirigido hasta ahora sólo a grupos de mendigos, obreros desocupados y muchachos que habían venido a oírlo sólo por diversión, era acosado ahora por una multitud entusiasta. Mientras más lo conocían, menos lo entendían. No mostró arrogancia en sus discursos o en su poder sanador. Después de largas y cansadas horas de predicación, en lugar de aceptar una buena invitación y retirarse a los mejores lugares de la ciudad, se dirigía a una cueva para descansar. Unos pocos peces y unos cuantos pedazos de pan seco brindados por algún amigo eran suficientes para suplir sus necesidades, mientras se refugiaba en una pequeña cueva como cama y una piedra por almohada.

Vivió como un trabajador pobre entre los pobres, un conciudadano predicando entre la gente del campo, Jesús atraía a la gente de todos los ámbitos sociales. Su poder era un viento fuerte que propagó su fama hasta el extranjero. Incluso representantes de la ciudad capital vinieron para hacerle preguntas. "¿Con qué poder haces todas estas cosas?" le preguntaron. "Tú no tienes ninguna relación con el sistema sacerdotal en Jerusalén. No eres ni un rabino, ni siquiera un buen judío. Dinos con qué autoridad haces estas cosas. ¿Para que Dios estás trabajando? ¿Quién te facultó la potestad para predicar y sanar?"

Era totalmente innecesario que Jesús discutiera todos estos puntos con ellos. No le hubieran creído si él les hubiera dicho que estaba autorizado por su Dios. Ellos le pidieron una señal, y él les contestó: "Si me decís de donde vino el bautismo de Juan, si del cielo o de la tierra, entonces yo os diré con qué autoridad hago estas cosas”. Ellos tuvieron miedo de responderle, porque el pueblo que estaba alrededor creía que Juan era un profeta, y ellos, cuando Juan estaba vivo, no creyeron en él. "Este hombre hace las sanidades en el nombre del jefe de los demonios", dijeron algunos de los judíos. "Sabemos que hay espíritus malignos que tienen poder para sanar y que pueden ofrecer dones a sus seguidores. Este hombre es un samaritano. Está haciendo estas cosas en el nombre de Belcebú, el jefe de los demonios y el dios de Ecrón."

Jesús no podía quedarse callado. Podía perdonar, pero no podía permanecer en silencio ante tal insulto. "Si un hombre blasfema contra el Hijo, sus pecados le serán perdonados. Pero cualquiera que blasfeme contra el Espíritu Santo, sus pecados no le serán perdonados ni en este mundo ni en el venidero".

La palabra aramea rokha significa espíritu, el poder sanador, no Dios, el Espíritu Santo. Rokha es el espíritu de Dios que los orientales invocaban para sanar sus enfermedades. Este es el espíritu que pasa del sanador a los enfermos, el espíritu que habla a través de los profetas. Este es aquel espíritu que Eliseo tanto buscaba en aquel memorable encuentro con Elías: "Y sucedió que, cuando se habían ido, Elías dijo a Eliseo: Pide lo que quieres que haga por ti, antes de que yo sea quitado de ti. Y Eliseo dijo: Te ruego que una doble porción de tu rocka espíritu, sea sobre mí."

Esta palabra rokha (espíritu), también significa viento, orgullo, temperamento y reumatismo, aunque los traductores en inglés siempre han traducido esta palabra como espíritu o Espíritu Santo. Por ejemplo, en las muy conocidas bienaventuranza debería ser traducida: "Bienaventurados los pobres en orgullo", no “espíritu;” un hombre con un espíritu maligno a menudo significa un hombre con un temperamento fuerte y amargo; por otra parte, la mujer que sufría por un espíritu de enfermedad desde hacía doce años y estaba jorobada por esa causa, estaba aquejada de reumatismo rokha, de acuerdo a la versión aramea del Evangelio de Lucas.

Los ciegos maestros de la ley entendieron bien lo que Jesús quiso decir, pero dudaban  que él estuviera invocando al espíritu santo en las sanidades que efectuaba. Jesús les dirigió una severa reprensión en respuesta a sus falsas acusaciones: “Por tanto os digo: Todo pecado y blasfemia será perdonado a los hombres; mas la blasfemia contra el Espíritu no les será perdonada. A cualquiera que dijere alguna palabra contra el Hijo del Hombre, le será perdonado; pero al que hable contra el Espíritu Santo, no le será perdonado, ni en este siglo ni en el venidero.”

Vosotros sois de este mundo, pero yo no soy de este mundo. ¿Cómo podríais llegar a ser perdonados si viendo con vuestros ojos que los demonios son echados fuera, los ojos de los ciegos abiertos y los enfermos sanados, vosotros decís que esto se hace por el diablo?  ¿Cuándo se ha visto que el espíritu del diablo sane a los enfermos? ¿Puede el demonio luchar contra sí mismo? ¿Puede un reino estar dividido contra sí mismo y prevalecer?".

La gente que siguió a Jesús no sólo estaba enferma del cuerpo, sino también del corazón y la mente. Las palabras sin las obras y señales no hubieran significado nada para ellos, como las piedras no significaron nada para él cuando tuvo hambre en el desierto. Si él pudo haberse ganado sus corazones, ¿por qué no hablar una palabra de consuelo para sanar también sus cuerpos? Si una palabra puede transformar a un hombre y darle una vida nueva, ¿por qué no podía sanar un cuerpo? Aquel que puede sanar almas, también puede sanar cuerpos. Cuando el alma está bien, la mente está en paz y el cuerpo está sano.

Jesús vivió en una tierra donde no había nada nuevo y nada se había hecho viejo. Los habitantes de Judea y Galilea creían en la sanidad espiritual. Ellos no tenían escuelas de medicina ni médicos, pero los sanadores espirituales surgían de vez en cuando en las aldeas. Por otra parte, los pueblos que habían conquistado su territorio en el pasado, los asirios y los babilonios, habían sido astrónomos, filósofos y magos.

Los hombres que habían tratado de construir una torre para contender con Dios, también buscaron en la tierra la ayuda de los cuerpos celestes, para prevenir la enfermedad y la muerte y vivir para siempre. Sus religiones paganas tenían formas mágicas de sanidad. No había nada que no hubiesen intentado para sanar los cuerpos. Beber el agua de ciertos manantiales y descansar a la sombra de árboles aislados fueron la única medicina y remedio contra ciertas enfermedades, tales como la fiebre y la lepra. Los árboles sagrados habían consolado viajeros cansados, restaurado a los que habían buscado refugio bajo sus refrescantes ramas y sanado a los enfermos con fiebre. Bajo sus sanadoras ramas vivieron santos hombres de Dios famosos. De igual forma, las fuentes también daban nuevo ánimo a los viajeros cansados del desierto. Estos hombres que se dedicaban a las sanidades utilizaban la naturaleza contra la enfermedad. Había videntes y practicantes de la magia negra. Los galileos eran creyentes en los diablos y los demonios, los espíritus invisibles que la mayoría de los hombres no sabían cómo tratar.

Las enfermedades habían hecho estragos entre los palestinos debido a su poco conocimiento de la higiene. En un país donde el agua era escasa y el bañarse poco común, la gente estaba expuesta a enfermedades de la piel, problemas del estómago y a otros problemas debido a las comidas y bebidas que servían en las bodas y fiestas.

Algunos problemas de esta índole no eran comprendidos en aquella época, e incluso hoy en día tampoco son entendidos por los orientales. Aun aquellos que no estaban enfermos, buscaban la ayuda de Jesús para prevenirse de las enfermedades contagiosas. Para algunos recomendó el ayuno, para otros, la oración en comunión con Dios.

Algunos estaban enfermos de la mente, y otros aterrorizados con la idea de que habían contraído enfermedades. Los leprosos, los ciegos, los parias, eran su principal público. A la mayoría de ellos les preocupaba poco lo que él decía. Sólo habían venido para ser sanados.

Estos enfermos, por lo general, ya habían estado con otros sanadores e intentado usar remedios de todo tipo, y estaban listos para ir a cualquiera que pudiera sanar sus cuerpos. Jesús se dio cuenta desde el principio que su ministerio mayormente tenía que ver tanto con sanar cuerpos, como con sanar sus almas; el cuerpo es tan importante como el alma. El alma no puede ser vista sin un cuerpo, ni puede el organismo existir sin un alma. Los profetas habían sanado enfermos, limpiaron leprosos, resucitaron muertos. ¿Por qué no sería capaz de hacerlo él? ¿Es acaso el Mesías menos que un profeta? Incluso a los pueblos escondidos y olvidados llegaban los sanadores hablándoles palabras de consuelo a los enfermos y moribundos. ¿Por qué no lo haría él?  Al no tomar nada a cambio de los que buscasen su ayuda, no tendría por qué sentirse incómodo entre ellos si, por falta de fe, no recibiesen la sanidad que buscaban.

Él no actuaba movido por ninguna obligación, su única motivación era el amor. Había recibido libremente de su Padre, también dio libremente a su prójimo. Él no comercializó su poder sanador. Nunca recomendó medicamentos; algunas simples observaciones fueron suficientes: "Como creíste, te sea hecho. Si confías, vas a recibir."

Su obra de sanidad lo llevó a la fama y le hizo ganar amigos, y también trajo consigo decepciones y despertó la envidia de sus enemigos. En ocasiones, cientos de enfermos le fueron llevados a su presencia pero sólo unos pocos eran sanados, los que tenían fe en él. Pero otros, cuyos cuerpos no recibieron la sanidad, dejaron el lugar maldiciendo y gritando insultos. El puso a prueba su capacidad de resistencia simpatizando así con los afligidos. Nunca trataba de sanar si veía que no había fe en los que le buscaban. Nunca se jactó de su poder. Él nunca pretendió ser el único sanador en el mundo. En cierta ocasión, cuando sus discípulos no estaban consiguiendo sanar a un enfermo, le dijo al padre del enfermo: "Por tu poca fe; porque de cierto te digo, que si tuvieras fe como un grano de mostaza, dirías a este monte: Pásate de aquí allá, y se pasaría; y nada os será imposible.”

Los orientales estaban acostumbrados a las largas oraciones, conjuros, hechizos y a la magia de los curanderos que pervertían la sanidad espiritual en una profesión rentable. Los hombres y las mujeres se sintieron muchas veces decepcionados, porque las palabras que Jesús pronunciaba eran demasiado simples, y no como las evocaciones mágicas y las recetas o fórmulas complicadas de los ‘sanadores profesionales’. Él no tenía tambores para ahuyentar los malos espíritus, ni carbón para manchar sus caras, ni serpientes para asustar a los que tenían fiebre. Sus únicas palabras fueron tan suaves como el viento de primavera, y tan libres como todos los que acudían a él.

De vez en cuando, algunos de los que no estaban satisfechos con sus sencillas palabras, le pedían que añadiese alguna fórmula o conjuro. Él les sonreía. Sabía que eran campesinos ingenuos y que entendían las cosas solo de manera material y literalmente. A menudo, cuando así sucedía,  les concedía su petición. Pero en lugar de prescribirles agua de siete fuentes, o que pisasen el suelo de siete caminos que nunca se cruzan entre sí y que sólo son atravesados por las vírgenes, en vez de esas fórmulas, tomaba un poco de tierra y escupía en ella, y entonces les untaba con lodo el lugar que iba a ser sanado, porque muchos orientales juzgan que la saliva de un santo es milagrosa. A los que sufrían les dijo: "Tus pecados te son perdonados, no lo digas a nadie".

"No lo digas a nadie" es una expresión que se usa en el arameo y que significa, "Ve y díselo a todo el mundo." No podía significar otra cosa, porque las obras de sanidad que hizo  Jesús, se realizaron sobre todo en medio de grandes multitudes. En el Oriente, las cosas que se decían en confianza se predicaban desde las azoteas de las casas. No hay otra manera de que las noticias puedan ser pregonadas con tanta rapidez como cuando se nos revela un secreto con la instrucción: "No le digas a nadie", que lo que significa es: "Lo que os digo en tinieblas, decidlo en la luz; y lo que oís al oído, proclamadlo desde las azoteas.”

Entre los que vinieron a buscar su ayuda había muchos que tenían espíritus inmundos. La palabra aramea para los malos espíritus es shedy. El término se utiliza también para los que hablan demasiado o que son dementes. A Jesús le llegaron a calificar a menudo de shedana, que significa “loco”, porque decía ciertas cosas que nadie entendía, ni siquiera los hombres que con él estaban y a los cuales instruía, sabían bien el significado de algunos de sus comentarios.

Entre aquellos que se le acercaron, también estaban los que dudaban, los que vivían bajo la esclavitud del pecado y una mente débil. Estos no eran capaces de pensar con claridad o de hablar lógicamente. Sus mentes estaban desordenadas y hambrientas de la verdad. Algunos hablaban demasiado y no decían nada. Cuando sus ojos se encontraron con los de Jesús y miraron su rostro tranquilo, y escucharon sus palabras persuasivas, se dieron cuenta inmediatamente de que había algo errado dentro de ellos mismos. Es el poder que irradia de la personalidad del sanador lo que sana a los enfermos. La personalidad es el instrumento magnético a través del cual pasa el poder divino a otro individuo. El sanador es simplemente el medio a través del cual el poder divino se manifiesta. Cualquier duda en la mente del que busca liberación, obstruye el paso a la sanidad, así como la oxidación entre la conexión de dos cables interrumpe la corriente eléctrica. Jesús reconocía, con tan solo echar una mirada a los rostros de los hombres y mujeres, la parte interior del corazón de sus vidas.

Los hombres que discutían con los rabinos y que no creían en las Escrituras, comenzaron a darse cuenta de que carecían de entendimiento. La lógica del sentido común de Jesús les hizo maravillarse. Las fuertes acusaciones que tendía a los líderes religiosos les agradaban mucho. Estos hombres que despreciaban a los religiosos, con quienes los rabinos no pudieron ponerse de acuerdo, y a los que no pudieron convencer para unirse a sus congregaciones, eran denominados por otros judíos de "endemoniados," pero ellos amaban y admiraban a Jesús, porque denunciaba la estricta formalidad de la religión. Lo llamaron el Cristo, el Hijo del Dios Vivo. De los hombres comunes no podría levantarse un santo hombre con esa personalidad. La lengua humana común no podía hablar con este asombroso poder. Ellos vieron a Dios en él. ¿Quién más podía ser sino el Hijo del Dios Vivo?

Una tarde, cuando Jesús terminó de predicar, se fue a la casa de Pedro en Capernaum, un pequeño pueblo de pescadores cerca del lago. La esposa de Pedro estaba ausente y su suegra estaba enferma con fiebre. En el Oriente la fiebre no se considera una enfermedad grave. Los hombres y las mujeres afectados con fiebre no dejan sus trabajos; cosechan, ordeñan vacas, cuidan de las ovejas, cocinan y hacen todo tipo de trabajo. Cuando no hay trabajo por hacer, algunos prefieren dormir o pasear bajo el calor del sol.

El sonido de pisadas, y la conversación de los invitados que Pedro conducía por el estrecho callejón hacia su casa, emocionaron a la enferma que se despertó de su sueño. No había nadie en la casa para atender a un invitado inesperado tan popular: el Maestro de su yerno. Jesús entró y se quedó junto al lecho de la enferma, mirando a la mujer. Al ver el rostro de Jesús ya no pudo más quedarse quieta bajo las sábanas. Ella no podía tolerar que este honorable invitado esperase en casa sin nada preparado para él. Con la inesperada llegada de Jesús se olvidó de que estaba enferma. Abandonó todos sus pensamientos y su mente se concentró en la presencia de aquel querido huésped que su yerno había traído a casa. Ella se levantó rápidamente y empezó a preparar la comida.

Un hombre del oriente se sentiría avergonzado si tuviese que ser él quien cocinase o sirviese los alimentos en la ausencia o enfermedad de las mujeres miembros de su familia. Ese era un trabajo destinado a la mujer. Así pues, esta mujer, que había estado enferma y llena de fiebre durante semanas, ahora caminaba por las calles, corría de casa en casa buscando pan prestado, huevos y platos. De repente se dio cuenta de que había cosas más importantes que ella y su fiebre. Ella siempre había deseado ver el maestro de su yerno en su casa. Emocionada y ocupada como estaba, no tenía tiempo para pensar acerca de su fiebre. Sus manos estaban ocupadas preparando los alimentos, sus oídos estaban escuchando las palabras que fluían con tanta gracia de la boca del Profeta. La fiebre la dejó y ella fue sanada.

MY NEIGHBOR JESUS – Paginas 18-31
Copyright, 1932, by Harper & Brothers
Printed in the United States of America

Traducción: Claudia Juárez y Juan Luis Molina

George Mamishisho Lamsa (1892-1975)
Debido a su gran capacidad lingüística, y sus logros académicos, George M. Lamsa era ideal para llevar a cabo su destacada contribución al campo de la investigación bíblica. El Dr. Lamsa fue un erudito y autor asirio. Él nació en Mar Bishu en lo que hoy es el extremo oriental de Turquía. Un nativo arameo, tradujo la Peshitta aramea en versiones en Inglés del Antiguo Testamento y del Nuevo Testamento.
Lamsa produjo su propia traducción de la Biblia en forma de La Santa Biblia de Manuscritos Antiguos del Este, más conocida como la Biblia Lamsa. En esta Biblia Mateo 27:46 está correctamente traducido: Mi Dios, mi Dios con este propósito he sido guardado.


Cortesía de “Palabra sobre el mundo”.