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EL VERDADERO TESORO - Por George M. Lamsa

 FRAGMENTO DEL LIBRO
"MI VECINO JESUS"
Una visión de nuestro Salvador a la luz de su lenguaje, gente y tiempo.

Traducción: Juan Luis Molina y Claudia Juárez


Capitulo VI. El Verdadero tesoro
 “No os hagáis tesoros en la tierra, donde la polilla y el orín corrompen, y donde ladrones minan y hurtan; sino haceos tesoros en el cielo, donde ni  la polilla ni el orín corrompen, y donde ladrones no minan ni hurtan. Porque donde esté vuestro tesoro, allí estará también vuestro corazón.”
Enterrar tesoros en la tierra es la forma más segura que alguien tiene para guardar su dinero en el Oriente. Esta costumbre fue adoptada hace miles de años y se lleva a cabo hoy en día en la mayoría de los países del Este sin la más mínima modificación.
Debido a los robos, a las revoluciones y a las continuas guerras, los orientales se han contentado con el método del "entierro" en lugar de depositarlo en los bancos, o en la bolsa, o en las compañías de seguros. El dinero enterrado puede estar a salvo de las fluctuaciones y la quiebra, pero no de los ladrones. Aunque el robo de los bienes que se encuentran en una casa en el Oriente se considera un pecado, no en tanto, el robo de los campos y localidades fuera de la casa es considerado legal. Así, pues, mientras que algunos hombres se dedican a enterrar su oro y plata, otros se dedican a cazar buscando esos tesoros.
Los ahorros de las familias son enterrados en los campos, o debajo de las rocas, o furtivamente ocultos en las paredes de la casa. Nadie sabe dónde está el dinero oculto, excepto el hombre que en la noche enterró su tesoro. Ni siquiera se lo dice a su propia esposa e hijos. En general, los hombres que entierran su dinero juran que no tienen ningún tesoro. "Juro por Dios que no tengo dinero o tesoros. Usted puede buscar en mi campo si lo desea. Si tuviera dinero compraría zapatos para mi esposa." Esto se hace con el fin de escapar a préstamos indeseados a amigos y parientes que no pueden pagar. Si el dinero se descubre, entonces el propietario no tiene derecho a reclamarlo y el que lo encuentra se convierte en el poseedor legal del tesoro. En los casos de muerte súbita, el tesoro se pierde para siempre.
Los cazadores de oro, a través de la experiencia y la búsqueda continua, aprenden los secretos más profundos de estos enterradores. Cada vez que ven una señal que les da el menor indicio de un tesoro, inician rápidamente una nueva búsqueda. Por lo tanto, aquel cuyo dinero se encuentra enterrado en el suelo lejos de su casa, no puede dormir tranquilo. Con frecuencia pasa cerca del lugar donde están enterrados sus ahorros, para ver si los ladrones lo han descubierto o hecho alguna excavación próxima del lugar. Sus pensamientos, día y noche, generalmente están tan enterrados en la tierra como su dinero. Si, por casualidad, por la noche tiene una pesadilla de algo relacionado con la pérdida de dinero, se levantan de la cama para ir a ver si el tesoro se mantiene seguro. Con su riqueza, tanto su felicidad como su vida espiritual también se mantienen enterradas.
Jesús, desde su temprana juventud, había visto a hombres y niños que habitualmente salían a cazar estos tesoros. En Oriente nunca hubo una ley para impedir que los hombres procurasen la riqueza enterrada de otros. Lo que el hombre encuentra se considera suyo. Si le sucede que lo encuentra en un campo perteneciente a otro hombre, entonces se apresura a comprar ese terreno, o trata de robar el dinero enterrado en la noche. A menudo se dan riñas por la posesión de ciertos lugares donde se supone que se encuentra dinero. Jesús había visto a hombres que trabajan en los campos, y a sospechosos que estaban enterrando su dinero.
Esta riqueza podría haber sido prestada a los que estaban en necesidad, pero la codicia de estos hombres excedía todas sus virtudes. Jesús consideró el dinero como una bendición para aquellos que lo usan con un buen propósito; y una maldición para aquellos que lo adoran. La abundancia de los recursos naturales fue creada para el uso de los hombres, no para un hombre en particular, sino para todos los hombres en general. Dios y la naturaleza, no pueden ser engañados. ¿Qué diferencia hay si el oro se guarda como un tesoro escondido o enterrado en las profundidades de una montaña? El material está ahí, pero no tiene provecho alguno.
Ninguno puede servir a dos señores, porque o aborrecerá al uno y amará al otro, o estimará al uno y menospreciará al otro. No podéis servir a Dios y a las riquezas. Por tanto os digo: No os afanéis por vuestra vida, qué habéis de comer o qué habéis de beber; ni por vuestro cuerpo, que habéis de vestir. ¿No es la vida más que el alimento y el cuerpo más que el vestido?... Mas buscad primeramente el reino de Dios y su justicia, y todas estas cosas os serán añadidas en abundancia”.
La humanidad nunca ha sido capaz de entender cuan prácticas y reales experimentalmente hablando son estas palabras. ¿Será posible que el hombre nunca haya sido capaz de aprender las realidades básicas de la vida humana? Algunos de estos mandatos o dichos imperativos pueden parecer poco prácticos y de corta duración, sin embargo, para Jesús eran prácticos y sencillos. Ni siquiera todos sus discípulos fueron capaces de llevarlos a cabo en sus vidas. Si al menos los hombres aprendiesen a pensar no solo en sí mismos, sino a pensar también en los demás, nadie tendría que preocuparse por el mañana o por enterrar su dinero. Si el que emplea trabajase buscando el interés del empleado, y el empleado procurase primero los intereses de quien le contrató, no habría problemas molestos de trabajo, pobreza o robo. Si el productor y el consumidor considerasen en primer lugar los intereses del otro, una gran parte de las cargas fastidiosas de las empresas serían eliminadas, y los hombres aprenderían rápidamente a confiar los unos en los otros.
Jesús ilustró su argumento señalándoles a sus discípulos las aves del cielo y los lirios del campo como los mejores ejemplos para la humanidad. A través de siglos y sin programarlo, los pájaros y otras criaturas a las que denominamos creación inferior,  han sabido desarrollar su propia y peculiar vida social mejor que los hombres. ¿! Cuántas veces no nos damos cuenta de que, estas criaturas “inferiores,” viven una vida más pacífica que los seres humanos!?  Ellos parecen estar contentos con su manera de vivir, no la cambiarían por nada. Están más cerca de la naturaleza porque la naturaleza es su único Dios y casa de refugio, y sus leyes sus únicos poderes de gobierno. Por otra parte, durante todo su programa de progreso, el hombre se ha rebelado contra la naturaleza. Ha desafiado sus leyes y tratado de inventar las religiones y dioses para satisfacer su propia fantasía.
Al pasar sobre las colinas cercanas del lago de Galilea, Jesús vio a los lirios silvestres creciendo sin leyes, sus flores regadas con el rocío que había caído del cielo durante las horas refrescantes de la noche, sus raíces absorben la poca humedad del duro suelo y esperan a que la lluvia y el sol del cielo supla sus necesidades. En Palestina los lirios no se cultivan como en América. Florecen en su propio hábitat natural, sin ser molestados o tratados por el cultivo humano. Los orientales no tienen conocimiento del cultivo de la vida de las plantas. Ellos nunca han estudiado la Biología. Ellos de hecho ni tan siquiera reconocen que estas creaciones de la naturaleza estén buscándose su "vida". Los orientales definen a estas formas de  vida como instintiva, porque es muy poco lo que de ellas se sabe. Pero mudas y silenciosas como son, las flores silvestres comparten la misma creación y crecimiento que nosotros tenemos. La mano del Padre Celestial en la obra de toda Su creación es reconocida en toda la tierra, y Su amor y cuidado se expresan a través de toda Su creación con tan abundantes muestras de gracia.
Las aves y las flores de hoy, viven en las mismas condiciones y ambientes naturales como en las que vivían sus antepasados ​​hace miles de años. El progreso les resulta innecesario. Los graneros, tesoros y egoístas ganancias por los que un hombre llega a vender su alma, no les conciernen.
El hombre, sin embargo, nunca se ha contentado con su vida natural, sino que debe avanzar, y crear su propio mundo artificial a través del camino de su progreso. Él prefiere vivir en condiciones antinaturales, como si lo natural no hubiese sido preparado para su bienestar. Come alimentos que no fueron hechos para que él los comiera. Viola las leyes naturales, y luego hace sus propias leyes y religiones para proteger esas violaciones. Él trabaja y ahorra; instruye a su generación para ascender más arriba de sus logros. Cava y extrae oro de alguna parte de la tierra, y lo entierra en otra. Si los pájaros y otras criaturas “inferiores”, observaran todas las cosas malas que el hombre hace y que les parecen “instintivas”, llegarían a la conclusión de que tienen que engañar, matar, robar y enterrar su dinero, porque pensarían que ellos fueron creados para vivir de esta forma.



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