ALABANZA POR SU DIVINA BONDAD. Por E.W. Bullinger
Traducción: Juan Luis
Molina
Con la colaboración de Claudia
Juárez Garbalena
“Alaben la misericordia de Jehová, y sus
maravillas para con los hijos de los hombres” (Salmos 107:8).
Esta sagrada declaración, este devoto deseo
se repite cuatro veces en este Salmo. Pareciera como si, una vez que Dios hubo
oído el clamor de Su gente y los libró, ellos hubiesen fallado en glorificarle
por ello. Al igual que sus antepasados, ellos también fueron una generación
incrédula y desagradecida. Esta falta de gratitud parece llevarla estampada
consigo la raza humana. Es por eso que cuando el Señor sanó a los diez leprosos
de su azote, una repugnante e incurable enfermedad, tan solo uno de ellos se
volvió para darle gracias a Dios; de entre los diez, solamente uno clamó: “Alabado
sea el Señor por Su bondad”.
Ojalá que aprendamos esta lección. Que nuestros
corazones rebosen de gratitud, para que podamos ser inspirados por el espíritu
de nuestro texto a dar gracias a Su nombre por sus obras maravillosas para con
los hijos de los hombres. Aquí en este relato, la gente de Dios se
hallaba clamándole a Él en medio de sus tribulaciones, cuando estaban en la
mano del enemigo, cuando tenían hambre y sed, cuando sus almas dentro de de
ellos desmayaban, cuando estaban profundamente deprimidos, cuando andaban
errantes por el desierto; sin embargo cuando llegó el tiempo de la liberación,
no se oyeron sus alabanzas. Ese fue el motivo por la exclamación del texto: “Alabad
a Jehová, porque Él es bueno…Díganlo los redimidos de Jehová, los que ha
redimido del poder del enemigo”.
DOS TEMAS DE LA ALABANZA
Aquí aparecen dos temas de la alabanza; la
bondad de Dios, y Sus obras maravillosas, y ambos son benditos temas de
meditación, así como de alabanza. No estamos suficientemente acostumbrados a
pensar en el atributo de la bondad de Dios. Algunas veces nos detenemos en la
misericordia de Dios, y el amor, y la santidad, pero nuestro texto nos convida
a contemplar esta gloriosa declaración, Su bondad. En todo lo que ha revelado
de Sí Mismo en Su Palabra ¿qué otra cosa podemos descubrir? ¡Sí! Aun en Sus
juicios sobre los pecadores podemos verla; porque si no fuese capaz de
manifestar Su aborrecimiento del pecado, ¿dónde estaría Su bondad en tener
misericordia sobre los pecadores?
Él no pasará por alto el pecado, “no
dará por inocente al culpable”, así entonces, qué bueno es en proveer una
garantía para los pecadores y un salvador para los perdidos, y una expiación
para los culpables. Él no pasará por alto el pecado en Su gente; este Salmo es
un testimonio de cómo atrae sobre ellos tribulación, y los carga con pesares,
los humilla y los aflige. ¿Fue esto bondad? ¡Sí! Porque si no los hubiese
visitado, ellos hubiesen ido de iniquidad en iniquidad, y nunca hubiesen
clamado por misericordia. Así habría sucedido contigo, y conmigo. ¡Oh, cuanta
bondad hay en habernos traído de vuelta de nuestro extravío, nuestra rebelión,
nuestra ingratitud y nuestro abandono de Dios!
Observe las palabras de David: “Por
cuanto me has alegrado, oh Jehová, con tus obras” (Salmos 92:4). “Tus
obras,” y no “mis obras”. Esto hará realmente que seamos agradecidos y que
estemos listos para alabar al Señor. Eso es por lo que dice en el último
versículo de nuestro Salmo (107): “Quién es sabio y guardará estas cosas, y
entenderá las misericordias (las amorosas amabilidades) de Jehová”.
¡Vea la obra de Dios en Ana después de su
oración! Ella se marchó a su casa sin guardar en sí tristeza alguna, pero con
una bendita canción en sus labios. Vea la obra de Dios con Noemí, ella abandonó
su hogar contrariamente a tener fe en Dios. Aunque anduvo cargada de pesares no
pudo con ella la muerte. Dios la amaba de igual manera en Moab como en Judea, y
acabó satisfaciendo sus deseos a través de Su obra en ella. En un Salmo dice
David: “Estoy puesto en alto, no seré conmovido” y sin embargo en otro
dice “Sácame, oh Dios mío, de mis prisiones”. ¿Para
qué? ¿Para que pueda ir detrás de las vanidades del mundo? ¡No! sino
“para que pueda alabar Tu nombre”. Esto es lo que conlleva este
Salmo (vers. 6, 13, 19, 28). Así que si vemos el poder del Señor, Su omnisciencia,
omnipotencia, inmutabilidad, compasión, o fidelidad, siempre hallamos en todas
exhibida la bondad de Dios. Si Su misericordia se ejerciese a expensas de Su
justicia, Su fidelidad sería violada, Su verdad sería quebrada. Pero Dios es
bueno en toda la perfección de Su naturaleza, y en todos Sus atributos.
LOS PROPÓSITOS DE DIOS
De una manera especial, nos damos cuenta de
Su bondad en Sus propósitos. “Mi palabra permanecerá, y hará todo lo que Yo
quiero”. Observe bien estos propósitos:
(1). Él se propuso tener una familia propia
diferente del mundo, distinta de los ángeles, y hacerlos partícipes de la vida
Divina. ¿No hay en esto bondad? La entera posteridad de Adán se hallaría
completamente perdida, de no haber sido por la bondad de este propósito.
(2). Además se propuso adoptarlos como a
hijos, para darles en sus manos una Garantía bajo responsabilidades solemnes.
Se propuso que esta Garantía los librase de la condenación del pecado, del
dominio del pecado, y del poder de Satán, y para que fuesen “celosos de
buenas obras”. ¡Oh, cuán maravillosa es la bondad de este propósito!
El hombre puede hablar acerca de la bondad
de Dios en la creación, cómo brilla Su sol sobre los malos y los buenos, cómo
Su lluvia desciende sobre los justos e injustos, cómo le da de comer a toda
carne, y los frutos de la tierra en sus debidas estaciones. ¡Todo ha sido
debido a Su propia obra, y todo tiende a maravillarnos! Otros podrán hablar de
Su bondad en la providencia, cómo ha protegido a los reyes justos, los ha
librado de sus enemigos, y causó que los vientos mudasen de repente por este
propósito. Pero solamente aquellos que conozcan Su bondad así dispuesta y
exhibida para Su Iglesia viviente podrán introducirse en las palabras de
nuestro texto y decir “Oh, Alaben los hombres al Señor por Su bondad, y por
las obras maravillosas que hace para los hijos de los hombres”.
Podemos considerar como “humilla a los
poderosos, y exalta a los humildes y mansos”. Podemos ver cómo depone
a reyes y emperadores; en todo esto hay bondad, pero palidece ante todo aquello
que se conecta con la salvación en Cristo Jesús. Todo el propósito de
redención, satisfacción, substitución, todo el propósito de operación sobre los
corazones pecadores en su llamamiento, justificación, santificación,
preservación y glorificación; todos fueron propósitos de la bondad de Dios, y
por eso mismo son infalibles. No podríamos hablar acerca de la bondad si todas
estas cosas fuesen asuntos que sufriesen mudanza alguna y fuesen falibles. Si
todo hubiese sido dejado al capricho del hombre, y a la decisión de los gusanos
carnales de la tierra. Pero cuando nos damos cuenta de que todo lo
perteneciente a la salvación de un pecador ha sido resuelto y afirmado en el
eterno propósito de Dios, entonces exclamamos: “¡Alabad al Señor por Su
bondad, y por Sus obras maravillosas para con los hijos de los hombres!”.
LA BONDAD EN EL SALVADOR
Ahora entonces veamos cómo se exhibe en el
Salvador Mismo. Toda la bondad que hay en Él. Si se hubiese dejado este
propósito de salvación a la transacción del hombre carnal individual, a los
esfuerzos mortales, ¡todo habría sido un rotundo fracaso! Pero cuando vemos
este propósito eterno, ungiendo, ordenando, apuntando, providenciando,
otorgando, enviando un Salvador en la persona de Cristo, constituyéndole como
Cabeza del Pacto, haciéndole “cabeza sobre todas las cosas a la Iglesia”, constituyendo
a cada creyente individual, un miembro de Su Cuerpo, asegurándoles con todo Su
cuidado para que ni uno solo se pierda en la muerte, contando por su nombre a
cada uno de ellos en Su mano, entonces es cuando nos damos cuenta de la bondad
de Dios que se propuso todo esto en Cristo. Entonces es cuando vemos la bondad
de nuestro precioso y glorioso Salvador en el cumplimiento de todo lo que se
había propuesto. “Entonces dije: He aquí, vengo; en el rollo del Libro está
escrito de mí, el hacer Tu voluntad, Dios mío, me ha agradado, y Tu ley está en
medio de mi corazón” (Salmos 40:7, 8). ¡Oh, qué gran bondad! “He
aquí, vengo” igualado con el Padre, compartiendo la gloria
eterna. Él miró desde el Cielo y vio la raza caída y apóstata, al diablo
llevándolos cautivos, y se encargó de rescatar a Sus propias ovejas. Vio la
perversión del corazón del hombre, y se encargó de someter su enemistad,
conquistar su rebelión y puso Sus afiladas flechas y ayunos en las conciencias
de los hombres. ¿No es esto pura bondad? Así que todo esto no se ha dejado en
manos del hombre. Si así hubiese sido, ya se habrían destruido todos entre sí.
LA BONDAD DE DIOS PARA CON LA IGLESIA
Hemos pasado por alto la bondad de la vida
terrenal de Cristo y Sus padecimientos y muerte, todo fue bondad en el Buen
Pastor dando Su vida por las ovejas, pero dirijamos ahora a Él nuestros
pensamientos. Ascendió de nuevo a la diestra del Padre, vive siempre para
interceder por nosotros, nunca se cansa de Su obra, nunca nos deja solos, no
solamente ha puesto en nosotros el espíritu de oración, ¡No! Sino que nos ha
concedido y ofrecido utilizar Su nombre y aducir, invocar Sus méritos, y es Él
Mismo quien intercede y ora por nosotros. ¡Oh, qué maravillosa bondad! Y mientras
que nuestras almas se sienten abrumadas por ella, le escuchamos decir: “Padre,
aquellos que me has dado, quiero que donde yo estoy, también ellos estén, para
que vean mi gloria que me has dado; porque me has amado desde antes de la
fundación del mundo” (Juan 17:24).
Y no solo individualmente, sino que esta
bondad la vemos colectivamente para Su Iglesia. Los miembros de la misma no
podrían subsistir ni un solo día sin la preservación y cuidado del Buen Pastor.
Estarían arruinados por su propia depravación. El diablo los destruiría si le
fuese posible, pero Cristo los preserva; la preservación que gozan es en Cristo
Jesús. Lo mismo sucede con el crecimiento de Su Iglesia. El Señor es el gran
Obrero, y hasta ahora trabaja, no hay rebelde tan orgulloso, ni enemigo tan reacio,
ni incrédulo tan osado, ni pecador tan vil, que Cristo no pueda conquistarlo y
que Su bondad no pueda guiarlo al arrepentimiento.
LA BONDAD DE DIOS EN SU DON
Ahora vamos a señalar la bondad de Dios en
Su don del espíritu santo. Él es el Hacedor de estas obras maravillosas para
los hijos de los hombres. ¡Qué maravillosa obra es que haya creado en un
depravado corazón la capacidad de poder deleitarse en Dios! Cuando les hace oír
a los muertos la voz del Hijo de Dios, y le da la vida para alabar a Dios. Aquí
reside toda la diferencia que hay entre los hombres carnales y los hombres
espirituales, entre el mundo y la Iglesia de Dios, entre creyentes e impíos.
Nadie puede disfrutar a Dios sino las almas vivientes, que son aquellos en
quienes el espíritu de Dios ha soplado aliento de vida, y que han pasado a ser
“almas vivificantes” en esta nueva creación. Aparte de esto, los deberes
religiosos (así denominados) son una penosa tarea, pero dentro se halla la
verdadera Cristiandad, el alimento y la bebida de las almas. Entonces se
manifiestan Sus obras maravillosas en el confort que nos brinda, en Sus
consolaciones, en Sus regalos de gracia, en el cumplimiento de Sus promesas,
proveyéndonos de la fuerza necesaria para cada día, y tomando de las cosas de
Cristo y revelándolas a Su gente. Fue contemplando precisamente todo esto que
estableció la confianza de S. Pablo: “Estando persuadido de esto, que el que
comenzó en vosotros la buena obra, la perfeccionará hasta el día de Jesucristo” (Filipenses
1:6). “¡Alabad al Señor porque Él es bueno, y por Sus obras maravillosas
para con los hijos de los hombres!”.
Cuando nos damos cuenta de esta bondad, y
experimentamos estas maravillosas obras la alabanza se torna real. No será la
mera repetición de oraciones, tampoco los simples sonidos armoniosos cantados
correctamente, ni consistirá meramente en un brillante servicio, una bonita
melodía y palabras apropiadas, sino que estas preciosas verdades serán la
experimental expresión del corazón. “¡Alabadle!” ¿Quién debe alabarle? Vea la respuesta en el versículo 2. “Díganlo
los redimidos de Jehová, los que ha redimido del poder del enemigo”. Ningún
otro hombre puede decirlo. ¿Decir qué? “Dar gracias al Señor, porque Él es
bueno, porque para siempre son Sus misericordias” (vers.1). Porque el
Señor ha perdonado sus iniquidades, redimido de las manos del enemigo, de la
maldición de la ley, del poder de Satán, del fardo del pecado; porque los ha
redimido con Su preciosa sangre.
¿Habrá alguno que desobedezca la exhortación de este Salmo, y que nunca
haya alabado a Dios por Su gran salvación? El hombre puede glorificar al
hombre, glorificarse a sí mismo, gloriarse en sus posesiones, sus
conocimientos, y sin embargo olvidarse de glorificar a Dios. Seamos más bien
del número de los que claman con el Salmista: “Bendice alma mía al Señor, y
no te olvides de todos sus beneficios”.
E.W.
BULLINGER
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