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“CREYÓ ABRAHAM A DIOS”. Por E.W. Bullinger



Traducción: Juan Luis Molina

“Porque, ¿Qué dice la Escritura? `Creyó Abraham a Dios, y le fue contado por justicia” (Romanos 4:3)
En estas palabras tenemos la esencia del Evangelio de Dios y de Su Gracia. Este Evangelio se dice en Romanos 1:1 que es el “Evangelio de Dios.” La Buenas Noticias de Dios; y la fe viene por oírlo. Este es el Evangelio que Abraham creyó; él creyó a Dios; creyó lo que Él había dicho. Los pies del patriarca se hallaban firmemente arraigados en el suelo de Dios; sus ojos se hallaban fijos en Dios Mismo. Él no tenía ni sombra de duda en cuanto a su posesión, a su debido tiempo, de todo lo que Dios le había prometido. Él no lo esperó, en medio de la duda ( y mucho menos lo dudó), ni continuó pidiendo en oración lo que Dios le había dicho que le había dado.
¡Oh, Dios mío! ¡Cuán pocos son comparativamente los hijos de Dios que realmente cren a Dios, y que sin reserva alguna tomen para sí esta bendita fundación de haber muerto con Cristo, de haber sido levantados con Cristo, de haber sido todos sus pecados olvidados, aceptos en el Amado, y sellados por el Espíritu Santo! Si, de tiempos a tiempos tienen esa esperanza; cuando todo va bien en sus vidas puede que se aventuren a hablar con la esperanza puesta en sus labios, pero cuando soplan vientos contrarios, sienten la obra de la vieja naturaleza, y rápidamente comienzan a razonar acerca de sí mismos, y a cuestionar si verdaderamente son hijos de Dios. Es por tales razonamientos que se pasa tan fácilmente al abatimiento y al desespero.
Todo esto es destructivo para el sosiego y la paz interior, porque deshonra a Dios. Es imposible que hagamos progresos en esta condición. ¿Cómo podría alguno comenzar una carrera si no está seguro dónde debe comenzar? ¿Cómo podría alguno erguir un edificio si no ha puesto la fundación? ¿Cómo podría alguno crecer en la gracia si está dudando que tiene vida, o que haya sido “plantado”? Pero alguno podrá preguntarse “¿Cómo puedo estar seguro acerca de esto? ¿Cómo puedo tener la certeza de que soy salvo?” La respuesta es: ¿Cómo sabes que eres un pecador y que necesitas salvación? ¿Será por sentir que lo eres? Posiblemente sea así, pero los sentimientos no son fundamentos de la fe; la fe que se base en sentimientos no es para nada una fe Divina. “La fe viene por el oír”. La fe debe surgir respecto a la promesa y no a un sentimiento. La verdadera fe asienta sobre el testimonio de la Palabra de Dios. No cabe duda que es por energía en gracia del Espíritu Santo que alguien pueda ejercitar esta fe viviente, pero ahora estamos hablando del fundamento de la fe, la autoridad para la fe, la base sobre la cual únicamente puede asentar, y esa base segura con toda la certeza es la Palabra de Dios, la cual es capaz de hacernos sabios para la salvación sin ningún tipo de intervención humana alguna.
RELIGIÓN VERSUS CRISTIANDAD
Difícilmente podremos encontrar un punto en el cual la religión sea más opuesta a la Cristiandad. La religión anula y hace inútil la Palabra de Dios por su tradición y su superstición, y se halla de esta manera en directa hostilidad a la verdad de Dios. La religión tiene que ver con la carne; admite que hay una Divina revelación; pero niega que alguien pueda comprenderla a no ser por la interpretación que el hombre le dé; o, en otras palabras, la Palabra de Dios no es suficiente sin la autoridad del hombre. Dios ha hablado, pero a mí se me ha dicho que no podría oír Su voz o entender Su Palabra sin la intervención humana. ¡Esto es religión!
 La infidelidad, por otro lado, niega con osadía una Revelación, no cree que haya tal cosa. Los infieles pueden escribir libros, pueden decirnos lo que piensan, sin embargo (así dicen ellos) ¡Dios no lo puede hacer! Pero ¿dónde está la diferencia entre negar que Dios haya hablado, y sostener que Él no pueda darnos a entender lo que nos haya dicho? Ambas ideas deshonran a Dios de igual manera. Las dos cosas le privan al hombre del tesoro sin precio de Su Palabra. Ambas exaltan a las criaturas y blasfeman del Creador. Ambas cosas dejan de fuera a Dios, y le roban el corazón del fundamento de su fe.
Este ha sido desde siempre el engaño del enemigo, apagar la luz de la inspiración, inclinar las almas a las tinieblas de oscuridad de la infidelidad y la superstición, menospreciar la autoridad de la Palabra de Dios por cualquier medio que tenga en su poder. No importa cuál sea el medio que emplee para alcanzar este objetivo. Mire cómo ocasionó la Caída introduciendo la duda sobre la Palabra de Dios, “Así que… ¿Os ha dicho Dios…?” Por eso es tan importante aferrarse a este hecho que nos ofrece nuestro texto, “Abraham creyó a Dios”. Aquí tenemos la fe Divina. No se trata de una cuestión de sentimientos ni de religión. De hecho, si Abraham hubiese sido influenciado por sus sentimientos se habría deparado con una duda en vez de una certeza, puesto que ¿qué es lo que tendría en sí mismo para soportar la fe, si su cuerpo estaba ya como muerto (vers. 19)? Este sería un pobre fundamento sobre el cual asentar una fe en la promesa de una posteridad innumerable. Pero se nos dice que “no consideraba su propio cuerpo que estaba como muerto” así, pues, ¿qué es lo que consideraba? ¡La Palabra del Dios viviente! Y sobre ella se mantuvo reposado. Eso es la fe.
Escrito por nuestra causa
  Observe lo que el Espíritu Santo dice de él: “Tampoco dudó, por incredulidad, de la promesa de Dios…por lo cual su fe le fue contada por justicia” (vers.20-22). ¡Oh! Pero alguno ansioso podrá decir: “¿Qué es lo que todo esto puede tener que ver conmigo?” ¡Yo no soy Abraham! Yo no puedo esperar que Dios me dé una revelación especial. ¿Cómo voy yo a saber si Dios me ha dicho alguna cosa? ¿Cómo puedo yo adueñarme de una fe así tan preciosa?” Observe ahora la respuesta a estas preguntas en las palabras posteriores del Espíritu en el versículo 23: “Y no solamente con respecto a él se escribió que le fue contada, sino también con respecto a nosotros a quienes ha de ser contada, a los que…” ¿a quiénes?  ¿A quienes lo sientan? ¿A quienes experimenten algún sentimiento dentro de ellos? ¡No señor! Sino “a los que creemos en el que levantó de los muertos a Jesús, Señor nuestro”. 
¡Oh, cuán solido descanso hay aquí, qué dulce consuelo! Esto le asegura a la persona ansiosa  que en sí mismo tiene igual fundamento y autoridad para reposar que Abraham poseía, y además con más luz que Abraham tenía. Porque Abraham fue llamado a creer la Palabra de Dios en cuanto a lo prometido, mientras que nosotros tenemos el privilegio de creer en un hecho que Dios ya ha cumplido. A él se le pidió que mirase en frente hacia algo que todavía no había sido realizado; nosotros miramos hacia atrás, ponemos los ojos en un hecho ya realizado, una redención ya cumplida y garantizada por el hecho de un Salvador ascendido y glorificado, sentado a la mano derecha de la Majestad en las alturas.
Pero en cuanto al fundamento o autoridad sobre la cual se basa esta fe, es el mismo en nuestro caso como en el de Abraham: la Palabra de Dios. Por eso está escrito: “la fe viene por el oír, y el oír por la Palabra de Dios”. No hay otra base para la fe que no sea esta; y la fe que se asiente sobre cualquier otro fundamento no es fe de ningún modo. Una fe que se asiente en la tradición humana, o sobre la autoridad de alguna iglesia, no es la fe Divina; es solo mera superstición, es una fe que asienta en la sabiduría de hombres, y no en el poder de Dios (1ª Corintios 2:5). No podemos realzar suficientemente el valor y la importancia de este gran principio, el fundamento de una fe viviente. Este es el antídoto Divino para todos los errores, males y hostiles influencias del día presente. Hay una tremenda agitación alrededor nuestro, y va en aumento y siendo cada vez peor. Las mentes están siendo agitadas; los disturbios nos rodean; las fundaciones están siendo mermadas; las instituciones están tambaleando; las almas que en ellas se refugiaban están siendo dislocadas y no saben a dónde volverse. La confusión y los juicios están escritos en todos los asuntos eclesiásticos y políticos.
¿Qué es lo que necesitamos?
¿Cuál es la única cosa que precisamos? Simplemente esto: ¡Una fe viva en el Dios viviente! Esto es lo que precisa todo aquel que esté preocupado con lo que ve a su alrededor, o con sus sentimientos interiores. Nuestro infalible recurso es este, confiar en el Dios viviente, y en Su Hijo Jesucristo, que fue revelado por el Espíritu Eterno en las Escrituras de la Verdad.
Aquí se halla el lugar de asiento para la fe. Aquí os exhortamos solemnemente a descansar completamente vuestras almas. Aquí tenemos la autoridad para todo lo que necesitamos conocer, creer y hacer. ¿Tienes alguna cuestión pendiente acerca de tu salvación? Escucha lo que dicen las Divinas palabras: “Por lo cual también contiene la Escritura: He aquí, pongo en Sión la principal piedra del ángulo, escogida, preciosa; y el que creyere en él no será avergonzado” (1ª Pedro 2:6). ¡Qué gran consuelo tenemos aquí, qué profundo, y asentado reposo! Dios ha puesto la fundación, y esa fundación es nada más y nada menos que Su propio Hijo Eterno, que ha hecho igual a Él. Esta fundación es suficiente para mantener, para sustentar todos los consejos de Dios, para satisfacer todas las necesidades del alma. Cristo es la preciosa y escogida, Piedra Angular del propio Dios. Aquel Bendito que se rebajó hasta las más oscuras aguas de la muerte; y, habiéndose humillado así, fue luego levantado de la muerte, fue recibido en Gloria, y se halla ahora sentado a la mano derecha de la Majestad en los lugares celestiales. Tal es el fundamento de Dios hacia el cual con Su gracia nos llama nuestra atención a todos los que realmente sentimos la necesidad de algo divinamente sólido sobre lo cual podamos edificar, teniendo en cuenta el vacío y tenebroso escenario del mundo actual, y en perspectiva de la severas realidades que se avecinan en el futuro. 
¡Dios ha hablado!
Querido lector, si esta es tu posición, si has llegado a este punto, puedes estar seguro que es para ti tan positiva y tan distintamente como si hubieses oído una voz del Cielo hablándote en tu corazón. A pesar del pecado en todas sus formas, y en todas sus consecuencias, a pesar del poder de Satán y de la malicia de Satán, ¡Dios ha hablado! Él ha hecho que Su voz se oiga en este oscuro y pecador mundo, y ¿qué es lo que ha dicho? “¡He aquí que pongo en Sión…una fundación!” ¡Esto es algo completamente nuevo! Es como si nuestro bendito, amado y siempre lleno de gracia Dios nos dijese: “¡He aquí mi nuevo comienzo, he puesto una fundación, y en Mi palabra prometo que cualquiera que se encomiende a sí mismo en Mi fundación, cualquiera que confíe y repose en Mi Ungido, es decir, en Mi Cristo, cualquiera que se dé por satisfecho con Mi preciosa, escogida, Piedra Angular, nunca, nunca, nunca será confundido, nunca será avergonzado, nunca será decepcionado, nunca perecerá, por los siglos de los siglos!”
¡Oh, cuán grande bendición, cuán grande salvación, cuán grande seguridad! Si hubiese alguna cuestión, si se impusiese alguna condición, si se irguiese alguna barrera, bien podrías llegar a dudar. Si fuese una cuestión de sentimientos, o de experiencia, o de otra cosa cualquiera que tu pudieses hacer, sentir, ser o producir, entonces bien justamente podrías titubear, pero no hay nada que se haya dejado al acaso. Todo está hecho en el Cristo de Dios, todo está concluido por Palabra de Dios, así, pues, ¿Qué nos queda por hacer? “Aquel que en Él cree, no será avergonzado”.
En pocas palabras, no es ni más ni menos que creer lo que Dios dice, ¡simplemente porque es Él Quien lo dice! Es encomendarte a Su palabra, la palabra de Quien no puede mentir. Es hacer exactamente lo mismo que hizo Abraham “Abraham creyó a Dios, y le fue contado por justicia”. No dice que Abraham entendiese a Dios, porque no le comprendió; ni tampoco dice que Abraham creyó en parte las palabras de Dios, sino que Abraham creyó a Dios, esto es, todo lo que Él dijo. Así es como vivió en paz con Dios, y murió en la esperanza de la Resurrección, de una Ciudad Celestial, de un Hogar en el Cielo. Es reposar en la inmutable roca de Su Santa Escritura, y así probando la Divina y sanadora virtud de aquello que no puede fallar a quien en ella confíe, nunca falló, y nunca fallará, y nunca puede fallar. ¡Oh, qué bendita inexplicable bendición es esta de tener tal fundación en un mundo como este, donde la muerte y la decadencia y las mudanzas son claramente visibles en todas las cosas, donde las amistades más entrañables son cortadas en un instante por las bruscas manos de la muerte, donde todo lo que parece (a la vista natural) más firme y estable está sujeto a ser destruido en un instante por una Revolución popular, donde no hay absolutamente nada sobre lo cual el corazón se pueda reclinar y decir, “ahora sí que encontré el permanente reposo.” ¡Oh! ¡Qué gran misericordia hay en tal escenario teniendo una fe viva en la Palabra viviente y en la Palabra escrita del Dios viviente!
El alma que en Jesús se recline para reposar,
Yo no, no la he de abandonar;
Aquella alma, aunque todo el infierno se empeñe en saquear,
Jamás, nunca jamás, Dios se lo permitirá.


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