LA GRAN NUBE DE TESTIGOS - CAPITULO 1 (2a. PARTE). Por E.W. Bullinger
3 La Fe de Abel. El Testimonio que Dios Dio.
Por lo cual (por la fe) alcanzó testimonio de que
era justo, dando Dios testimonio de sus ofrendas (Hebreos 11:4)
Aquí
tenemos dos declaraciones en una, porque se trata del mismo verbo en cada
clausula. La Versión A.V. traduce el primer verbo como “testigo” y el segundo
“testimonio”. La Versión R.V. traduce así: por
lo cual obtuvo testimonio para él de que era justo, dando Dios testimonio con respecto
a sus ofrendas. En esta traducción, tenemos una nota al margen: sobre sus ofrendas. Y la nota dice que El texto griego en esta clausula, es un tanto incierto.”
La
incerteza que refiere es acerca de la
palabra de Dios, en cuanto a bien que sea el caso genitivo, o el dativo: es
decir, si es que es el genitivo, como lo han mantenido las dos Versiones, o si
bien es que alcanzó testimonio a través de sus ofrendas para Dios, lo cual
sería el dativo. Pero el alcance de ambas clausulas es el mismo. Es el
testimonio que Abel alcanzó y que Dios le dio. Dios lo dio…no lo obtuvo Abel.
En
otras palabras, Abel alcanzó el testimonio, porque Dios se lo dio. Él solo
recibió lo que Dios dio.
El
cómo se hizo esto de darle el testimonio no se nos explica en la historia de
Génesis 4. Aquí, todo el acto se condensa y resume en las palabras Y aceptó Dios con agrado su ofrenda:
pero no se nos dice cómo Dios manifestó este asunto. Debió ser hecho de tal
forma que no quedaron dudas al respecto; y que Caín pudo de igual manera
evidenciarlo y verlo, como Abel; y supo inmediatamente que lo opuesto fue
verdad en su caso; y que en cuanto a su ofrenda, que trajo, Dios no la vio ni recibió con agrado.
Es
la palabra que la versión R.V. al margen traduce sobre, la que nos da la clave a la solución, porque nos recuerda el
hecho posteriormente revelado en conexión con todos los Sacrificios: es decir, que
los sacrificios que Dios aceptó con agrado, nunca se consumieron por fuego emanando de la tierra, o encendido
por fuego hecho con manos humanas; sino por
fuego que Dios hacia descender desde el cielo.
En
Génesis 15:17, Abram, en su sueño profundo, vio un horno humeante; el cual, siendo un modelo de la aflicción de Israel
en el horno de hierro de Egipto, era
sin duda alguna el medio material y la evidencia por el cual los sacrificios,
que Abram había tan cuidadosamente preparado y arreglado, se consumieron.
En
Génesis 22:6, 7, cuando dice que Abram tomó
el fuego en su mano, tenemos la figura metonimia, por la cual el fuego se pone por el resplandor del
tronco de madera que iba a ser consumido.
Si el fuego es literal, entonces la “mano” también que ser literal, y
Abraham tomó el fuego es su mano natural: lo cual es absurdo.
En
Levítico 9:24, con ocasión de la primera ofrenda encendida formal sobre el
Altar, leemos: Y salió fuego de delante
de Jehová (1) , y consumió el holocausto con las grosuras sobre el altar, y
viéndolo todo el pueblo, alabaron, y se postraron sobre sus rostros.
Cuando
Gedeón preparó su ofrenda en Ofra extendió
el ángel de Jehová el báculo que tenía en su mano, tocó con la punta la carne y
los panes sin levadura, y subió fuego de la peña, el cual consumió la carne y
los panes sin levadura. (Jueces 6:21).
Este
no fue un fuego encendido por Gedeón, o hecho
con sus manos de hombre. Fue un fuego sobrenatural producido por el milagro
que realizó el mensajero de Jehová, para mostrar que Él había recibido con
agrado la ofrenda de Gedeón.
Cuando
Manoa hizo su ofrenda y la ofreció sobre
una roca para el Señor, el ángel actuó maravillosamente, y Manoa y su mujer lo
contemplaron. Porque aconteció que cuando
la llama subía del altar hacia el cielo, el ángel de Jehová subió en la llama
del altar ante los ojos de Manoa y de su mujer, los cuales se postraron en
tierra (Jueces 13:19, 20).
Aquí,
una vez más, vemos que se trató de un fuego de Jehová, consumiendo y aceptando
sus ofrendas. No fue un fuego encendido por manos humanas.
Cuando
David ofreció su ofrenda sobre el altar que edificó en el campo que compró de
Ornan el Jebusita, el Señor le respondió
por fuego sobre el altar de la ofrenda encendida (1ª Crónicas 21:26).
En
la dedicación del Templo, cuando Salomón hubo terminado su oración, leemos que
el fuego descendió desde el cielo, y
consumió la ofrenda encendida y los sacrificios; y la gloria del Señor llenó
toda la casa…y cuando todos los hijos de Israel vieron cómo el fuego descendió,
y la gloria de Jehová sobre la casa, postraron sus rostros en tierra, sobre el
suelo, y adoraron (2ª Crónicas 7:1-3).
Cuando
Elías hubo ofrecido un sacrificio en el Templo donde Jehová había decidido
poner Su nombre, y donde el fuego caído del cielo se mantuvo continuamente
ardiendo(2), el fuego tuvo que descender desde el cielo especialmente para la
ocasión. Después de que los profetas de Baal habían en vano intentado producir
el mismo fenómeno apelando a su dios, y después que Elías hubo empapado con
agua la madera y las ofrendas leemos que: entonces
cayó fuego de Jehová, y consumió el holocausto, la leña, las piedras y el
polvo, y aun también el agua que estaba en la zanja. Viéndolo todo el pueblo,
se postraron y dijeron: ¡Jehová es Dios! ¡Jehová es Dios! (1ª Reyes 18:38,
39). (1) (2).
1. Compare el cap.10, donde
Nadab y Abiu utilizan, no este fuego del
brasero del altar para encender
el incienso en sus incensarios, sino que tomaron otro fuego: es decir, salido
de esta tierra, o encendido por manos
humanas. A este fuego se le denominó fuego
extraño o ajeno, y la consecuencia
fue que, salió fuego de delante de Jehová
y les devoró a ellos y murieron delante del Señor
(Lev.10:2).
Cuando meditamos acerca del incienso de adoración en el Altar de oro
que debía ser encendido con fuego tomado del brasero del Altar de la
expiación, podemos comprender el pecado de
ofrecer en adoración hoy en día el fuego
extraño de todo aquello que se produce por la carne, y no por el Espíritu Santo.
2. Es con el intento de imitar
eso mismo, que la Iglesia de Roma pretende guardar la luz perpetua delante de sus altares, a
pesar del hecho de que sea encendido por manos humanas y no consume nada sino sus propias
pretensiones.
Además
de todos estos ejemplos, tenemos que añadir las palabras del Salmo 20:3, Jehová haga memoria de todas tus ofrendas y
acepte tu holocausto. Aquí, al margen de la Versión A.V. leemos, de la palabra acepte, que en el hebreo significa reduzca a cenizas. ¿Por qué? Pues porque esta era siempre la vía en
que Jehová aceptaba y veía con agrado las ofrendas que se le ofrecían. Por fuego del cielo. Todas las reducía a
cenizas, y así les demostraba que eran agradables para Él, y que las
recibía en sustitución de aquel quien las ofrecía.
¿Cómo
obtuvo testimonio Abel de que era justo?
¿Qué otra cosa hizo Dios testificando de su
ofrenda?
¿Cómo
se dio cuenta Caín de que Dios no miró
con agrado su ofrenda?
Ciertamente
no podemos tener duda alguna acerca de la palabra, puesto que fue por fuego que
descendió sobre el sustituto del
pecador, en vez de sobre el pecador mismo; sobre el cordero de Abel en vez de sobre Abel. Así que la doctrina de sustitución fue la primera doctrina
enseñada a la humanidad; la primera registrada en las Escrituras de la verdad;
la primera con respecto a lo que al hombre se le requería que creyese,
habiéndolo oído antes de parte de Dios.
Dios
había hablado. Lo que dijo puede ser resumido en las palabras que
posteriormente se dijeron también a Israel: sin
derramamiento de sangre no hay remisión (Hebreos 9:22). Es la sangre la que hace expiación por el
alma (Levítico 17:11). La paga del
pecado es muerte (Romanos 6:23).
Este
fue el dictamen para el pecador en Génesis 3:17. Y es en Génesis 4 que tenemos
la posterior revelación que Dios proveyó un sustituto
cuya muerte aceptaría en sustitución del pecador.
Eso
es por lo que la aceptación debe ser un acto de Dios. Todo lo que el pecador
podía hacer residía en la fe para traer su ofrenda, poner su mano sobre ella y
confesar la ofrenda como su sustituto. (Levítico
1:4). Le correspondía a Dios dar Su testimonio, sobre si Él la había aceptado.
Lo
mismo sucede hoy en día.
Es
por la ignorancia de esta primera gran lección el origen y fuente de mucha de
la moderna fraseología evangelista del día actual. Las habladurías
convencionales de este siglo 20 (de la presente era) debaten acerca de la
aceptación del pecador de Cristo. La Palabra de Dios en cambio, durante cerca
de sesenta siglos, debate acerca de la
creencia del pecador, en lo que ha dicho Dios.
Dios
ha hablado. Él nos ha dicho que no puede y no aceptará a los caídos hijos de
los hombres en sus pecados. En nosotros mismos, no solo somos pecadores arruinados
debido a lo que hemos hecho, o dejado de hacer; sino que somos criaturas
arruinadas debido a lo que SOMOS desde la caída de Adán. La cuestión es,
¿Creemos a Dios en cuanto a este hecho solemne?
Lo
que aceptó Dios fue la “ofrenda” de Abel (Hebreos 11:4); Abel fue acepte
solamente en su ofrenda (Génesis 4:4). De igual manera, Dios nos ha dicho que
puede aceptarnos, como tales, solamente en los méritos y Persona del perfecto
Sustituto: Su Cristo. Aquel que Él ha provisto. ¿Creemos en esto a Dios?
Si
lo hacemos así pondremos por fe nuestras manos en Él, confesaremos nuestra
convicción en cuanto a nuestra propia naturaleza perdida y arruinada, y que
Cristo es la salvación provista por Dios; sabiendo que, por la fe, Dios nos
declara justos, aceptes en la persona del Sustituto; y nos declara aceptes en el Amado, porque Dios aceptó
Su ofrenda única cuando le levantó a Él de la muerte.
La
resurrección de Cristo es la prueba y evidencia de que Dios aceptó a Cristo. El
Cristo levantado es el recibo de pago que Dios ofreció para demostrar que había
aceptado el pago en Cristo de la deuda del pecador.
No
hay más recibos de pago.
La
sangre de Cristo no es el recibo. Eso es el pago o expiación.
La
fe del pecador no es el recibo. No sirve para que hombre alguno vaya a su acreedor
y le diga que crea que ha pagado lo que debe. Debe extender el recibo.
¿Cuál
es el recibo que podemos extender nosotros que le sirva a Dios como prueba de
que nuestra deuda ha sido saldada?
No
hay otra prueba sino el hecho bendito de que la Palabra de Dios nos asegura que
Él ya aceptó el pago en nuestro respaldo en la persona de nuestro Sustituto,
cuando lo levantó de la muerte.
Tenemos
que creer lo que Él dice cuando nos afirma esto, y a Él le agrada aceptarnos en
el Sustituto.
Es
siempre el acreedor quien acepta el pago que le hace el deudor. Y, cuando el
pago ha sido acepte, ninguna demanda más puede pesar sobre el antiguo deudor.
Así
es como Abel fue acepte; y así es como el pecador se salva hoy en día. Por la
misma fe en lo que Dios ha dicho, ponemos nuestras manos en el Cordero de Dios
como nuestro Sustituto; y entonces obtenemos el testimonio de Dios de que somos
justos. Dios basa Su testimonio en que levantó a Cristo de la muerte, y aceptó
la creencia del pecador EN ÉL.
No
es una cuestión de si el pecador acepta a Cristo, sino de si el pecador cree a
Dios cuando dice que Él ha aceptado a Cristo. Alguien podría decir que eso es
decir la misma cosa, en lenguaje moderno; entonces, ¿Pero por qué no decirlo
así? ¿Por qué no guardar el lenguaje de la Escritura? ¿Para qué cambiarlo?
Hacemos todo lo que tenemos a nuestro alcance para afirmarnos y que prevalezca
como base lo que el hombre pueda HACER, en vez de creer lo que Dios HA DICHO.
¿Por qué gira todo en torno a lo que el hombre acepta, y no alrededor de lo que
el hombre debe creer?
Dios
ya le recalcó al pecador lo inútil que es que le traiga cualquier cosa de su
propia cosecha de méritos. Será inútil y en vano que le lleve o le suplique
acepte un sustituto diferente, si no es Aquel por Él señalado. Sería como decir
que “eso no es necesario”. También es inútil y en vano traerle cualquier cosa
añadida además del Sustituto, porque sería lo mismo que decir que “no es
suficiente”. En cualquier caso, eso sería una prueba de que el mandamiento de
Dios ha sido despreciado y desacreditado; que Su palabra no se ha creído; y que
Su provisión ha sido desvalorizada y despreciada.
Todos
estamos hoy en día o bien en el camino de Abel, o en el de Caín: en el camino
de Dios, o en el del hombre.
Todos
estamos o bien confiando en el Sustituto que Dios providenció, o mal laborando
y produciendo una nueva provisión por nosotros mismos. Eso es por lo que tiene
tanta importancia este tema de la fe, en Romanos 10. La justicia que es por la fe dice así… ¿Qué dice? Cerca de ti está la
palabra, en tu boca y en tu corazón: Esta es la palabra de fe que predicamos [esta
cerca de ti]: Que si confesares con tu
boca que Jesús es el Señor [como tu Sustituto] y creyeres en tu corazón que
DIOS LE LEVANTÓ DE LOS MUERTOS
Serás salvo.”
Así
es la fe que viene por oír, y oír (que
viene) por la Palabra de Dios. (Romanos
10:6-11, 17). Pero en vez de creer el
reporte que Dios y ha dicho, lo que los pecadores se les enseña hoy en día es a
creer en lo que pueden hacer. ¡Como si fuesen ellos los acreedores, y se
imaginasen que Dios fuese su Deudor!
Y
todo esto se debe a que no han visto o entendido que todo es de Dios; y todo es de:
LA LIBRE GRACIA DE DIOS
No
hay mérito alguno en la fe, en sí misma. No se considera como un mérito entre
los hombres, cuando un hombre cree aquello que lo otro hombre dice. ¿Cómo
entonces podría haber mérito alguno en creer lo que Dios ha dicho? Es nuestro
primer deber ineludible, sin el cual todo lo demás es “pecado”.
Sin
embargo, en vez de eso, el pecador intenta hacer que Dios le crea en lo que él
hace, y que es capaz por sí mismo de HACER ALGO.
¡En
su ceguera e ignorancia lo que prácticamente le dice a Dios, es que él, el
pecador, se complace en aceptar el pago que Cristo le ha hecho a Dios! Pero
todo esto no es más que salvación “por
obras” en su forma más sutil y engañosa. ¡Tan sutil que millares y millares
son confundidos en el mismísimo umbral de su camino de vuelta a Dios!
Es
por eso que, mientras se persista en enseñarles a las multitudes a que hagan
algo, muchos se reducirán a hacer ciertas cosas como “obras”; y aun estarán
dispuestos a confesar, y decir: “no es la obra de mis manos”. Sin embargo no se
dan cuenta de que esta forma de aceptación de Cristo es, después de todo, una
“obra”: cuando esta obra se pone en lugar de creer a Dios.
!Si!
es cierto, no es el fruto o labor de mis
manos. Nada hecho con las manos puede
obtener de Dios un equilibrio en la nueva creación de Dios, donde todas las cosas pertenecen a Dios: pues
el fundamento de la nueva creación es el fundamento de la resurrección.
Aunque
fuese fundido por la humanidad un dios con sus manos, sería un dios hecho y
habría salido de su propia imaginación, y de los delirios de sus propios
corazones. Pero el Dios de nuestra
salvación es el Dios que nos ha hablado por Su Hijo, y nos ha dejado el
simple deber de señalarle al pecador lo que Él ha dicho. Eso es por lo que hay
que Predicarle al Mundo. Esta es la
primera gran lección de la Santa Escritura.
Es
la más antigua lección en el mundo.
Y,
es para mostrarnos que creer a Dios en este asunto de aceptar un sustituto es
el único camino de salvación, la única vía para estar con Dios; ¡porque El justo, por fe vivirá!
4 La Fe de Abel: El Testimonio que Abel Alcanzó
Aunque
se traduzca testimonio alcanzado y testimonio dado, el verbo es el mismo en
ambas clausulas.
Por medio de la cual (fe) alcanzó testimonio de que era justo; dando Dios
testimonio de su ofrenda.
Ya
hemos hablado del testimonio que Dios dio; ahora debemos hablar del testimonio
que Abel alcanzó: es decir, aquel de que era justo.
Ya
hemos también resaltado el hecho de que ambos, tanto Abel como Caín, los dos
oyeron lo que Dios dijo, en cuanto a lo que ambos hombres eran, por naturaleza,
a Sus ojos. Ambos eran exactamente lo mismo; ambos habían nacido igualmente de
Adán en su semejanza (Génesis 5:3).
Eran hijos de hombres y no (como Adán
había sido) hijos de Dios: es decir, hijos del Adán y Eva, caídos. No había diferencia alguna. (Romanos 3:21).
Es
cierto que Adán había estado en una categoría diferente. Había sido creado (no nacido) en la semejanza de Elohim; y creado en el Paraíso: Sin embargo estos
dos habían nacido por igual en la semejanza
de Adán propiamente; y fueron nacidos fuera del Paraíso.
Nuestra
lección comienza por tanto a partir de este punto. Ese es el motivo o por qué
esta es la primera lección que se nos pone delante. Esa es la causa de que se
halle justo al principio de la Revelación de Dios.
En
Adán debió haber algo de bueno, aunque
fuese un humano. Pero nada de bueno tenían
Caín ni Abel. Lo que es nacido de la
carne ES (y permanece siendo) carne. Incluso Pablo en días posteriores tuvo
que aprender la más importante de todas las lecciones, y confesó “Yo sé (como una solemne realidad) que, en mi, esto es, en mi carne, no mora
el bien”.
Este,
pues, es clara y llanamente el evangelio del hombre humano, y la Divina inmanencia en el hombre, puesto
de parte y expulsado, sin tener parte o lugar a los ojos de Dios.
Todos
los que son nacidos en la semejanza caída de nuestros primeros caídos padres,
son nacidos sin nada de bueno dentro de
ellos.
Esto
aquí no es una cuestión, ni aquí ni en parte alguna, de lo que el hombre haya hecho, o dejado de hacer, sino una
cuestión, simplemente, de lo que el hombre ES.
El
hombre más impío que haya alguna vez vivido se lamentará, y arrepentirá, y se
disculpará profundamente de muchas cosas que haya hecho, o dejado por hacer. La
vasta mayoría, hoy en día, caerá en sí sabiendo que son pecadores. Pero eso es
una parte muy pequeña de todo el asunto; tan pequeña que difícilmente diríamos
que es una porción de todo.
Hay
una antigua confesión o dictado pagano que dice errar es humano, es humano que erremos. Igualmente humano es lamentarlo. Sin embargo,
aquí, NO es una cuestión de lo que el hombre haya hecho. Es más que probable que
tanto Caín como Abel habian pecado, pero era una cuestión de lo que ellos ERAN,
por naturaleza.
Como
sucedió también con Isaías, cuando se vio a sí mismo en la presencia de Dios, y
en la presencia que era del todo tres veces “Santo”; y vino a saber cuan
necesitado estaba de llegar a ser absuelto del verdadero carácter de su humana
naturaleza. Las palabras de Isaías fueron estas
YO SOY,
Indigno. “No fue como nuestra “confesión general y
comúnmente repetida”: dejamos de hacer
aquellas cosas que deberíamos haber hecho, e hicimos aquellas cosas que no
deberíamos haber hecho.
Debió
ser esto y mucho más; pero hay algo por detrás, y algo por debajo, y alguna
cosa más allá de todo eso en la confesión de Isaías, y eso es:
QUE
NO HAY NADA SANO EN NOSOTROS
Esta
es la confesión, que, no solamente somos perdidos pecadores, sino también
criaturas arruinadas. No solamente somos hijos
de los hombres, nacidos por Adán, sino nacidos de Eva. Ella fue quien se
hallaba en la Transgresión. Adán no se encontró en ella envuelta (1ª Timoteo
2:13, 14).
Así
que estamos doblemente arruinados: pecadores arruinados, y criaturas arruinadas
o caídas. Arruinados y caídos, y no solo debido a lo hayamos HECHO, sino por
causa de lo que SOMOS.
Si
nunca hubiésemos hecho nada, ni bueno, ni malo, o indiferente, todavía no
tendríamos derecho a ser readmitidos en el paraíso, o de entrar a la presencia
de Dios. No tendríamos derecho alguno al
árbol de la Vida, sino que deberíamos estar sujetos por entero a la muerte.
Necesitando todavía por lo menos de una justicia forense: es decir,
necesitamos ser absueltos; ser
pronunciados como no culpables; y ser
puestos en una posición en donde nuestros pecados no nos sean imputados (Salmos
32:1, 2).
¡Pero
esto es, ciertamente, muy diferente a tener una justicia Divina imputada a
nosotros!
Una
es negativa, y la otra positiva.
Lo
que tenemos que preguntarnos es: ¿Fue la
justicia de Abel la misma que la de Abraham? Nosotros vemos que Lot fue un hombre justo (1ª Pedro 2:7, 8), y sin
embargo no se incluye en este capítulo. El propio Abraham, desde el tiempo de
su llamamiento en Génesis 12, fue seguramente, tan justo cómo Lot que se alejó
de él y se introdujo en Sodoma. Seguramente él fue, igual que Abel judicialmente
absuelto. En Génesis 13 Dios le hizo promesas añadidas, y en Génesis 14 Dios
estuvo con él, y le prosperó, y envió a Melquisedec para que le bendijera. Pero
no es sino hasta que llegamos a Génesis 15 que vemos escrita una muy diferente
justicia, la cual se le imputa a él.
Esta
no eran meramente una simple bendición negativa de no imputación del pecado. No
era una mera sentencia de no culpable, sino
que fue el positivo reconocimiento a Abraham, de que le había sido imputada
justicia. Sucedió en la ocasión donde Dios le dio la promesa adicional de un hijo
en su vejez bajo circunstancias muy especiales que eran adversas y contrarias
no solo a la razón, o a la vista, sino a todas las leyes de la naturaleza.
ENTONCES,
es cuando está escrito, Abraham creyó a
Dios y le fue contado por justicia. Lo que sea que esto significase para
Abraham en la vía de bendición bajo el punto de vista de Dios, no se nos dice.
Pero debe haber habido una señal distintiva visible de antelación del favor
Divino; y cuenta para mucho de lo que leemos de Abraham, que no encontramos en el caso de otros, los
cuales no se mencionan en este capítulo.
Este
positivo reconocimiento de justicia se revela solamente en conexión con Cristo
en el Evangelio. Ese es el motivo de por qué Pablo ya estaba listo para predicar las buenas nuevas en Roma. Para esta
presteza en anunciar estas buenas nuevas o evangelio, él da cuatro razones:
cada una de ellas introducida por la palabra por:
1
Porque no me avergüenzo del Evangelio.
2
Por
esta razón: porque es poder de
Dios para salvación a todo aquel que cree a Dios.
3
Por
esta razón añadida; que en este
Evangelio se revela la justicia, por fe
y para fe, es decir, Dios ha dado nuevas revelaciones de los objetos de
la fe del hombre; y ha revelado la manera cómo el hombre puede no solo ser absuelto sino también justificado.
4
Por
la concluyente razón que constituye esto como las buenas nuevas: que,
no solamente es revelada la justicia de Dios, sino que también la ira de Dios
se revela, de la cual, este evangelio trae buenas nuevas de completa
liberación.
Esta
es la justicia revelada en el Evangelio. Es algo más grande y distinto que una
justicia legal. Es algo dado y recibido a través de imputación sobre el
principio de la fe. Y es esta justicia, la que se imputa a los creyentes hoy.
No es el legítimo derecho de Dios de imputar justicia, ni es Su actuación
conforme a ese atributo; sino que es algo que imputa o atribuye Él o reconoce
para el creyente. En otras palabras, es la justicia
imputada o atribuída.
En
Romanos 3:25, 26, nos encontramos los dos aspectos de la palabra justicia, con
referencia (1) al tiempo pasado (en el Antiguo Testamento), y (2) ahora en este tiempo (en el Evangelio).
(1)
En
cuanto al tiempo pasado, Dios actuó justamente pasando por alto los pecados, en
Su abundante gracia, es decir, en absolver aquellos que creyeron en Él cuando
habló en los diversos tiempos y de varias
maneras”.
(2)
En cuanto al presente, en este tiempo, Él declara que es igualmente justo en justificar;
es decir, en imputar como justo a todo
aquel que creyó en Jesús; todo aquel que creyó lo que se le dio a conocer
acerca del Salvador.
Por
eso en 2ª Corintios 5:21, se nos adelanta una revelación posterior, esto es,
que aquellos que ahora creen a Dios en lo que les ha revelado de Cristo, son
divinamente hechos justos en Él.
Por
eso creer a Dios en lo que ahora dice, en Su Evangelio, concerniente a Su Hijo,
no solamente es para ser salvos de la ira venidera por Su poder, no solamente
para ser absueltos y dados por no
culpables, sino para ser contados como positivamente justos, por Su gracia.
Romanos
5 es por tanto un señalado anticipo en el argumento y el trato de esta justicia
imputada.
Pero
todo esto es por fe; es decir, por creer lo que Dios ha revelado.
Abel
creyó a Dios, y fue judicialmente absuelto. Dios dio testimonio de su ofrenda,
al aceptar la muerte del cordero sustituto, en vez de la muerte que Abel se
merecía como pecador. Por eso fue justificado Abel; y permanece aún
judicialmente absuelto delante de Dios.
Pero
esto nos lleva a una cuestión posterior, que es tanto interesante como importante. ¿Por qué esta justicia, tanto si
es legal como si imputada, depende sobre nuestra creencia en lo que dice Dios?
¿Por qué no hay más condición ninguna delegada por Dios de entre todas las
muchas cosas que Dios podría haber requerido del hombre, ¿por qué esta fe sola se mantiene como único suelo o
base de justificación, y esto además, durante todas las edades o tiempos, desde
aquel día hasta ahora? ¿No será esa pregunta digna de cuestionarse?
Desde
Génesis 4 vimos en acción la condición; y en la Epístola a los Romanos la vemos
establecida y afirmada. Además se nos da una razón, que es por fe para que pueda ser por gracia, pero en ninguna parte se
nos da explicación en cuanto a la causa o por qué debe ser así, y por qué la fe
deba ser la razón o causa de que el hombre venga a ser absuelto judicialmente
de su pecado; o por qué la justicia Divina le deba ser imputada y reconocida a
él.
LA
EXPLICACIÓN
No
se nos da con muchas palabras; pero se nos pone delante de nosotros muy
claramente al principio de las páginas
que abren el segundo, tercer y cuarto capítulos de Génesis.
La
condición que se hace es la Fe,
porque la incredulidad fue la causa de la Caída del Hombre, de la incursión del
pecado, y de la Muerte indicada para el hombre.
Esto
reside en la superficie de la historia.
Eva
cayó por no creer lo que Dios había dicho. Tropezó con las palabras que Dios habló.
Ella
trató con estas palabras de las tres formas en que el hombre puede manipularlas
engañosamente.
(1)
Eva
omitió la palabra “libremente” (en la
vers.inglesa, podrás (libremente) comer)
Génesis 3:1. (Vea Génesis 2:16).
(2)
Después
añadió la frase “ni le tocaréis” en
Génesis 3:3. (Vea Génesis 2:17).
(3)
Y
por fin alteró la certeza “ciertamente
morirás”, (Génesis 2:17), por la contingencia para que (tal vez) “no moriréis”.
Estas son las dos
garantías que Satanás le da:
“Ciertamente no moriréis”, y
“Seréis como Dios”,
Estas fueron las
sentencias que Eva creyó; y las palabras de Dios, habiendo sido omitidas,
añadidas y alteradas, fueron al fin y al cabo desacreditadas.
Así, pues, por creer las
palabras de Satanás, se introdujo el pecado en el mundo, y por el pecado la muerte. Por tanto, solo por la creencia a la Palabra
de Dios puede el hombre reconquistar la vida, y dejar de lado el pecado.
(1)
Solamente
por creer a Dios en lo que Él ha revelado acerca del hombre mismo, puede el pecador
ser absuelto, y declarado no culpable,
y, en este sentido (legalmente) justo.
(2)
Solamente
por creer a Dios en lo que ha revelado concerniente a Cristo, puede el hombre
ser contado o reputado como realmente justo, en Cristo, y como teniendo una real
justicia divina imputada a él.
Esta es LA RAZÓN POR LA
CUAL creer lo que Dios dice es la única condición de justificación.
El hombre DEBE CREER A
DIOS en lo que dice en Su Palabra; y debe creer TODO lo que Dios dice.
¡Oh, Dios mío! ¡Cuán
diferente contraste tiene todo esto con lo que lleva a cabo la religión! La religión
ocupa al hombre enteramente consigo mismo: con lo que haya hecho, con lo que
pueda hacer, y con lo que debe hacer. Dios ocupa al hombre Consigo Mismo, y con
lo que ha dicho.
Esto es lo que caracteriza
a toda “religión” en el día actual y presente, en “El Día del Hombre”. El hombre es exaltado, y Dios es relegado y
puesto de parte. Los hechos del hombre sustituyen la creencia del hombre. Eso es por lo que,
por todas partes, las palabras del hombre han sustituido las palabras de Dios.
Y a medida que la importancia de las obras del hombre vaya creciendo en su
estima, más irá decreciendo la Palabra de Dios. Eso es por lo que, en el mundo
religioso las dos grandes cuestiones que ocupan al hombre son: (1) aquello que
él debe hacer para ser justo, y (2)
aquello que debe hacer para ser santo.
Son siempre “QUEHACERES”, desde el principio hasta el final, en vez de creer a
Dios.
Pero el evangelio moderno que
está de moda en la humanidad es el evangelio de la Vieja Serpiente. De hecho
también se basa en la fe; pero es la fe en las dos grandes mentiras del diablo:
“Seréis como Dios” y
“Ciertamente no moriréis”.
Tan sutil es el veneno de
la Vieja Serpiente, que no solo hace al hombre, en los días actuales, en esta
su nueva teología que no crea en las palabras de Dios; sino que
además le hace no creer nada de todo lo que hay en la Palabra de Dios. Eso es
por lo que pone su máximo empeño y esfuerzo en menospreciar y dejar de lado todo lo que sea sobrenatural
en las Escrituras de verdad.
Aquí es donde Dios hace
hincapié con Su decreto irreversible. Se establece la única condición indispensable
de que Él no tiene respeto alguno a las obras del hombre; no altera Su sentencia
de muerte debido a lo que el hombre haya dejado de hacer.
EL HOMBRE DEBE CREER A
DIOS
Aquí, en la fe de Abel,
tenemos el Camino de vuelta al favor de Dios, inalterablemente puesto al frente
de la revelación de Dios acerca de Sí Propio, y de la humanidad.
La única vía de acceso a
Dios es por fe, es decir, por creer
lo que Dios ha dicho.
Cualquiera que lo haga
así, y dé este simple primer paso, permanece judicialmente absuelto, como
permaneció Abel.
Cualquiera que crea a Dios
en su promesa posterior, en, por, y a través de Cristo, su fe le es contada (reconocida o imputada) por justicia, como le
fue contada a Abraham. Porque no solo por
su causa se escribió, que le fue contada, sino POR NOSOTROS TAMBIÉN, nos será
contada si creemos en Aquel que levantó a Jesús nuestro Señor de la muerte, el
cual fue entregado por causa de nuestras ofensas, y levantado para nuestra
justificación. (Romanos 4:22-25).
Abraham y David creyeron a
Dios con respecto a Sus promesas en Cristo. Por eso está escrito que la
justicia se les imputó (Génesis 15:6 y Romanos 4:3; Salmos 32:2 y Romanos 4:6).
Dios le había predicado, anteriormente, el Evangelio a Abraham (Gálatas 3:8),
David habló de Cristo (Hechos 2:31); y ambos creyeron a Dios.
¿CREEMOS NOSOTROS?
¿Creemos lo que Dios ha
dicho acerca de nosotros propios como caídas y arruinadas criaturas; y, que
somos declarados justos habiendo sido judicialmente absueltos?
Y, ¿Vamos a seguir
creyendo todo lo que Dios ha dicho acerca de Sus promesas en Cristo, como
levantado de la muerte, y que así somos
en esa cuenta justificados, siéndonos nuestra fe imputada por justicia,
¡sí! Una justicia Divina que se nos imputa y reconoce, por la cual somos hechos
divinamente justos en Cristo?
Estas son las cuestiones
que se resuelven por considerar la fe de Abel. Nos lleva desde la no imputación de pecado, hasta la imputación de justicia.
Nos lleva más allá de la
doctrina de la sustitución; más lejos que el sacrificio de un animal para el
pecado del hombre; y guía al pecador, a la más alta doctrina de su
identificación, como un santo con Cristo.
La única cuestión que
permanece es esta: ¿Vamos a vivir por fe
para fe? (Romanos 1:16, 17).
Abraham fue siguiéndola.
En Génesis capítulos 12, 13, y 14 él creyó a Dios en muchas áreas acerca de sí
mismo. Pero en Génesis 15 comenzó a andar por
fe y para fe. Abraham creyó a Dios, en otro asunto: esto es, ¡acerca de la
Simiente prometida! Fue esta fe que le fue imputada por justicia. ¿Vamos así a
seguir creyendo a Dios?
Bien podemos creer lo que
Dios ha revelado de Cristo en Romanos, Corintios, y Gálatas pero, ¿vamos a
seguirle creyendo en lo que después ha revelado respecto a Cristo en Efesios,
Filipenses, Colosenses, y así darle
gloria a Dios?
¿No va todo esto mucho más
lejos que los meros razonamientos teológicos y escolásticos argumentos en
cuanto a lo que sea la justicia de Dios,
y de la ley envuelta en la justificación
de Cristo, que fue muy discutida entre la Hermandad* hace ahora unos pocos
años atrás?
*El autor se refiere a un tema de debate en un
seminario organizado por la iglesia “la Hermandad” en el Reino Unido, que causó
una gran controversia y alcanzó mucha fama en la época.
Estas controversias
crearon mucha amargura, y dejaron mucha confusión por detrás. Sin embargo,
nuestro tema nos lleva más allá y se sobrepone a todo esto, y nos revela el
hecho bendito de que Cristo Propio, en todo lo que Él ES, y TIENE, y HA HECHO,
es, de Dios, hecho igual en nosotros, los que creemos en Él: “JUSTIFICACIÓN”.
En vez de regocijarse en
este hecho bendito, y alabar a Dios por todas las cosas maravillosas que ha
hecho para nosotros, muchos de Sus hijos se enredan en una especie de
controversia pos muerte; y se ponen a disecar la vida y el sufrimiento de
Cristo. Por eso, en vez de sujetarse a la
Cabeza y de vivir en la unidad de la
paz, se hallan mordiéndose y
devorándose unos a otros, entre los “miembros”.
¡Ojalá que podamos seguir
andando por fe y para fe, y creamos a
Dios en todo lo que nos revela en cuanto a nuestra identificación con Cristo, que
tenemos Su justicia, Su santidad. ¡Su perfección, que ha sido imputada a nosotros,
y toda Su sobreabundante gracia!
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