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LA GRAN NUBE DE TESTIGOS - CAPITULO 1 (2a. PARTE). Por E.W. Bullinger


3 La Fe de Abel. El Testimonio que Dios Dio.

Por lo cual (por la fe) alcanzó testimonio de que era justo, dando Dios testimonio de sus ofrendas (Hebreos 11:4)

Aquí tenemos dos declaraciones en una, porque se trata del mismo verbo en cada clausula. La Versión A.V. traduce el primer verbo como “testigo” y el segundo “testimonio”. La Versión R.V. traduce así: por lo cual obtuvo testimonio para él de que era justo, dando Dios testimonio con respecto a sus ofrendas. En esta traducción, tenemos una nota al margen: sobre sus ofrendas.  Y la nota dice que El texto griego en esta clausula, es un tanto incierto.”

La incerteza que refiere es acerca de la palabra de Dios, en cuanto a bien que sea el caso genitivo, o el dativo: es decir, si es que es el genitivo, como lo han mantenido las dos Versiones, o si bien es que alcanzó testimonio a través de sus ofrendas para Dios, lo cual sería el dativo. Pero el alcance de ambas clausulas es el mismo. Es el testimonio que Abel alcanzó y que Dios le dio. Dios lo dio…no lo obtuvo Abel.

En otras palabras, Abel alcanzó el testimonio, porque Dios se lo dio. Él solo recibió lo que Dios dio.
El cómo se hizo esto de darle el testimonio no se nos explica en la historia de Génesis 4. Aquí, todo el acto se condensa y resume en las palabras Y aceptó Dios con agrado su ofrenda: pero no se nos dice cómo Dios manifestó este asunto. Debió ser hecho de tal forma que no quedaron dudas al respecto; y que Caín pudo de igual manera evidenciarlo y verlo, como Abel; y supo inmediatamente que lo opuesto fue verdad en su caso; y que en cuanto a su ofrenda, que trajo, Dios no la vio ni recibió con agrado.

Es la palabra que la versión R.V. al margen traduce sobre, la que nos da la clave a la solución, porque nos recuerda el hecho posteriormente revelado en conexión con todos los Sacrificios: es decir, que los sacrificios que Dios aceptó con agrado, nunca se consumieron  por fuego emanando de la tierra, o encendido por fuego hecho con manos humanas; sino por fuego que Dios hacia descender desde el cielo.
En Génesis 15:17, Abram, en su sueño profundo, vio un horno humeante; el cual, siendo un modelo de la aflicción de Israel en el horno de hierro de Egipto, era sin duda alguna el medio material y la evidencia por el cual los sacrificios, que Abram había tan cuidadosamente preparado y arreglado, se consumieron.

En Génesis 22:6, 7, cuando dice que Abram tomó el fuego en su mano, tenemos la figura metonimia, por la cual el fuego se pone por el resplandor del tronco de madera que iba a ser consumido.  Si el fuego es literal, entonces la “mano” también que ser literal, y Abraham tomó el fuego es su mano natural: lo cual es absurdo.

En Levítico 9:24, con ocasión de la primera ofrenda encendida formal sobre el Altar, leemos: Y salió fuego de delante de Jehová (1) , y consumió el holocausto con las grosuras sobre el altar, y viéndolo todo el pueblo, alabaron, y se postraron sobre sus rostros.

Cuando Gedeón preparó su ofrenda en Ofra extendió el ángel de Jehová el báculo que tenía en su mano, tocó con la punta la carne y los panes sin levadura, y subió fuego de la peña, el cual consumió la carne y los panes sin levadura. (Jueces 6:21).

Este no fue un fuego encendido por Gedeón, o hecho con sus manos de hombre. Fue un fuego sobrenatural producido por el milagro que realizó el mensajero de Jehová, para mostrar que Él había recibido con agrado la ofrenda de Gedeón.

Cuando Manoa hizo su ofrenda y la ofreció  sobre una roca para el Señor, el ángel actuó maravillosamente, y Manoa y su mujer lo contemplaron. Porque aconteció que cuando la llama subía del altar hacia el cielo, el ángel de Jehová subió en la llama del altar ante los ojos de Manoa y de su mujer, los cuales se postraron en tierra (Jueces 13:19, 20).
Aquí, una vez más, vemos que se trató de un fuego de Jehová, consumiendo y aceptando sus ofrendas. No fue un fuego encendido por manos humanas.

Cuando David ofreció su ofrenda sobre el altar que edificó en el campo que compró de Ornan el Jebusita, el Señor le respondió por fuego sobre el altar de la ofrenda encendida (1ª Crónicas 21:26).
En la dedicación del Templo, cuando Salomón hubo terminado su oración, leemos que el fuego descendió desde el cielo, y consumió la ofrenda encendida y los sacrificios; y la gloria del Señor llenó toda la casa…y cuando todos los hijos de Israel vieron cómo el fuego descendió, y la gloria de Jehová sobre la casa, postraron sus rostros en tierra, sobre el suelo, y adoraron (2ª Crónicas 7:1-3).

Cuando Elías hubo ofrecido un sacrificio en el Templo donde Jehová había decidido poner Su nombre, y donde el fuego caído del cielo se mantuvo continuamente ardiendo(2), el fuego tuvo que descender desde el cielo especialmente para la ocasión. Después de que los profetas de Baal habían en vano intentado producir el mismo fenómeno apelando a su dios, y después que Elías hubo empapado con agua la madera y las ofrendas leemos que: entonces cayó fuego de Jehová, y consumió el holocausto, la leña, las piedras y el polvo, y aun también el agua que estaba en la zanja. Viéndolo todo el pueblo, se postraron y dijeron: ¡Jehová es Dios! ¡Jehová es Dios! (1ª Reyes 18:38, 39). (1) (2).
            
    1. Compare el cap.10, donde Nadab y Abiu utilizan, no este fuego del brasero del altar para      encender el incienso en sus incensarios, sino que tomaron otro fuego: es decir, salido de esta tierra, o encendido por manos humanas. A este fuego se le denominó fuego extraño o ajeno, y la          consecuencia fue que, salió fuego de delante de Jehová y les devoró a ellos y murieron delante del           Señor (Lev.10:2).
                Cuando meditamos acerca del incienso de adoración en el Altar de oro que debía ser encendido con fuego tomado del brasero del Altar de la expiación, podemos comprender el pecado        de ofrecer en adoración hoy en día el fuego extraño de todo aquello que se produce por la carne, y no   por el Espíritu Santo.
                2. Es con el intento de imitar eso mismo, que la Iglesia de Roma pretende guardar la luz               perpetua delante de sus altares, a pesar del hecho de que sea encendido por manos humanas y no         consume nada sino sus propias pretensiones.

Además de todos estos ejemplos, tenemos que añadir las palabras del Salmo 20:3, Jehová haga memoria de todas tus ofrendas y acepte tu holocausto. Aquí, al margen de la Versión A.V. leemos,  de la palabra acepte, que en el hebreo significa reduzca a cenizas. ¿Por qué? Pues porque esta era siempre la vía en que Jehová aceptaba y veía con agrado las ofrendas que se le ofrecían. Por fuego del cielo. Todas las reducía a cenizas, y así  les demostraba que eran agradables para Él, y que las recibía en sustitución de aquel quien las ofrecía.

¿Cómo obtuvo testimonio Abel de que era justo?
 ¿Qué otra cosa hizo Dios testificando de su ofrenda?
¿Cómo se dio cuenta Caín de que Dios no miró con agrado su ofrenda?

Ciertamente no podemos tener duda alguna acerca de la palabra, puesto que fue por fuego que descendió sobre el sustituto del pecador, en vez de sobre el pecador mismo; sobre el cordero de Abel en vez de sobre Abel. Así que la doctrina de sustitución fue la primera doctrina enseñada a la humanidad; la primera registrada en las Escrituras de la verdad; la primera con respecto a lo que al hombre se le requería que creyese, habiéndolo oído antes de parte de Dios.

Dios había hablado. Lo que dijo puede ser resumido en las palabras que posteriormente se dijeron también a Israel: sin derramamiento de sangre no hay remisión (Hebreos 9:22). Es la sangre la que hace expiación por el alma (Levítico 17:11). La paga del pecado es muerte (Romanos 6:23).
Este fue el dictamen para el pecador en Génesis 3:17. Y es en Génesis 4 que tenemos la posterior revelación que Dios proveyó un sustituto cuya muerte aceptaría en sustitución del pecador.

Eso es por lo que la aceptación debe ser un acto de Dios. Todo lo que el pecador podía hacer residía en la fe para traer su ofrenda, poner su mano sobre ella y confesar la ofrenda como su sustituto. (Levítico 1:4). Le correspondía a Dios dar Su testimonio, sobre si Él la había aceptado.
Lo mismo sucede hoy en día.

Es por la ignorancia de esta primera gran lección el origen y fuente de mucha de la moderna fraseología evangelista del día actual. Las habladurías convencionales de este siglo 20 (de la presente era) debaten acerca de la aceptación del pecador de Cristo. La Palabra de Dios en cambio, durante cerca de sesenta siglos, debate acerca  de la creencia del pecador, en lo que ha dicho Dios.

Dios ha hablado. Él nos ha dicho que no puede y no aceptará a los caídos hijos de los hombres en sus pecados. En nosotros mismos, no solo somos pecadores arruinados debido a lo que hemos hecho, o dejado de hacer; sino que somos criaturas arruinadas debido a lo que SOMOS desde la caída de Adán. La cuestión es, ¿Creemos a Dios en cuanto a este hecho solemne?

Lo que aceptó Dios fue la “ofrenda” de Abel (Hebreos 11:4); Abel fue acepte solamente en su ofrenda (Génesis 4:4). De igual manera, Dios nos ha dicho que puede aceptarnos, como tales, solamente en los méritos y Persona del perfecto Sustituto: Su Cristo. Aquel que Él ha provisto. ¿Creemos en esto a Dios?
Si lo hacemos así pondremos por fe nuestras manos en Él, confesaremos nuestra convicción en cuanto a nuestra propia naturaleza perdida y arruinada, y que Cristo es la salvación provista por Dios; sabiendo que, por la fe, Dios nos declara justos, aceptes en la persona del Sustituto; y nos declara aceptes en el Amado, porque Dios aceptó Su ofrenda única cuando le levantó a Él de la muerte.

La resurrección de Cristo es la prueba y evidencia de que Dios aceptó a Cristo. El Cristo levantado es el recibo de pago que Dios ofreció para demostrar que había aceptado el pago en Cristo de la deuda del pecador.

No hay más recibos de pago.
La sangre de Cristo no es el recibo. Eso es el pago o expiación.
La fe del pecador no es el recibo. No sirve para que hombre alguno vaya a su acreedor y le diga que crea que ha pagado lo que debe. Debe extender el recibo.

¿Cuál es el recibo que podemos extender nosotros que le sirva a Dios como prueba de que nuestra deuda ha sido saldada?

No hay otra prueba sino el hecho bendito de que la Palabra de Dios nos asegura que Él ya aceptó el pago en nuestro respaldo en la persona de nuestro Sustituto, cuando lo levantó de la muerte.
Tenemos que creer lo que Él dice cuando nos afirma esto, y a Él le agrada aceptarnos en el Sustituto.
Es siempre el acreedor quien acepta el pago que le hace el deudor. Y, cuando el pago ha sido acepte, ninguna demanda más puede pesar sobre el antiguo deudor.
Así es como Abel fue acepte; y así es como el pecador se salva hoy en día. Por la misma fe en lo que Dios ha dicho, ponemos nuestras manos en el Cordero de Dios como nuestro Sustituto; y entonces obtenemos el testimonio de Dios de que somos justos. Dios basa Su testimonio en que levantó a Cristo de la muerte, y aceptó la creencia del pecador EN ÉL.

No es una cuestión de si el pecador acepta a Cristo, sino de si el pecador cree a Dios cuando dice que Él ha aceptado a Cristo. Alguien podría decir que eso es decir la misma cosa, en lenguaje moderno; entonces, ¿Pero por qué no decirlo así? ¿Por qué no guardar el lenguaje de la Escritura? ¿Para qué cambiarlo? Hacemos todo lo que tenemos a nuestro alcance para afirmarnos y que prevalezca como base lo que el hombre pueda HACER, en vez de creer lo que Dios HA DICHO. ¿Por qué gira todo en torno a lo que el hombre acepta, y no alrededor de lo que el hombre debe creer?

Dios ya le recalcó al pecador lo inútil que es que le traiga cualquier cosa de su propia cosecha de méritos. Será inútil y en vano que le lleve o le suplique acepte un sustituto diferente, si no es Aquel por Él señalado. Sería como decir que “eso no es necesario”. También es inútil y en vano traerle cualquier cosa añadida además del Sustituto, porque sería lo mismo que decir que “no es suficiente”. En cualquier caso, eso sería una prueba de que el mandamiento de Dios ha sido despreciado y desacreditado; que Su palabra no se ha creído; y que Su provisión ha sido desvalorizada y despreciada.

Todos estamos hoy en día o bien en el camino de Abel, o en el de Caín: en el camino de Dios, o en el del hombre.

Todos estamos o bien confiando en el Sustituto que Dios providenció, o mal laborando y produciendo una nueva provisión por nosotros mismos. Eso es por lo que tiene tanta importancia este tema de la fe, en Romanos 10. La justicia que es por la fe dice así… ¿Qué dice? Cerca de ti está la palabra, en tu boca y en tu corazón: Esta es la palabra de fe que predicamos [esta cerca de ti]: Que si confesares con tu boca que Jesús es el Señor [como tu Sustituto] y creyeres en tu corazón que

DIOS LE LEVANTÓ DE LOS MUERTOS
Serás salvo.”

Así es la fe que viene por oír, y oír (que viene) por la Palabra de Dios. (Romanos 10:6-11, 17).  Pero en vez de creer el reporte que Dios y ha dicho, lo que los pecadores se les enseña hoy en día es a creer en lo que pueden hacer. ¡Como si fuesen ellos los acreedores, y se imaginasen que Dios fuese su Deudor!

Y todo esto se debe a que no han visto o entendido que todo es de Dios; y todo es de:

LA LIBRE GRACIA DE DIOS

No hay mérito alguno en la fe, en sí misma. No se considera como un mérito entre los hombres, cuando un hombre cree aquello que lo otro hombre dice. ¿Cómo entonces podría haber mérito alguno en creer lo que Dios ha dicho? Es nuestro primer deber ineludible, sin el cual todo lo demás es “pecado”.
Sin embargo, en vez de eso, el pecador intenta hacer que Dios le crea en lo que él hace, y que es capaz por sí mismo de HACER ALGO.

¡En su ceguera e ignorancia lo que prácticamente le dice a Dios, es que él, el pecador, se complace en aceptar el pago que Cristo le ha hecho a Dios! Pero todo esto no es más que salvación “por obras” en su forma más sutil y engañosa. ¡Tan sutil que millares y millares son confundidos en el mismísimo umbral de su camino de vuelta a Dios!

Es por eso que, mientras se persista en enseñarles a las multitudes a que hagan algo, muchos se reducirán a hacer ciertas cosas como “obras”; y aun estarán dispuestos a confesar, y decir: “no es la obra de mis manos”. Sin embargo no se dan cuenta de que esta forma de aceptación de Cristo es, después de todo, una “obra”: cuando esta obra se pone en lugar de creer a Dios.

!Si! es cierto, no es el fruto o labor de mis manos. Nada hecho con las manos puede obtener de Dios un equilibrio en la nueva creación de Dios, donde todas las cosas pertenecen a Dios: pues el fundamento de la nueva creación es el fundamento de la resurrección.

Aunque fuese fundido por la humanidad un dios con sus manos, sería un dios hecho y habría salido de su propia imaginación, y de los delirios de sus propios corazones. Pero el Dios de nuestra salvación es el Dios que nos ha hablado por Su Hijo, y nos ha dejado el simple deber de señalarle al pecador lo que Él ha dicho. Eso es por lo que hay que Predicarle al Mundo. Esta es la primera gran lección de la Santa Escritura.

Es la más antigua lección en el mundo.
Y, es para mostrarnos que creer a Dios en este asunto de aceptar un sustituto es el único camino de salvación, la única vía para estar con Dios; ¡porque El justo, por fe vivirá!

4 La Fe de Abel: El Testimonio que Abel Alcanzó
Aunque se traduzca testimonio alcanzado y testimonio dado, el verbo es el mismo en ambas clausulas.

Por medio de la cual (fe) alcanzó testimonio de que era justo; dando Dios testimonio de su ofrenda.

Ya hemos hablado del testimonio que Dios dio; ahora debemos hablar del testimonio que Abel alcanzó: es decir, aquel de que era justo.

Ya hemos también resaltado el hecho de que ambos, tanto Abel como Caín, los dos oyeron lo que Dios dijo, en cuanto a lo que ambos hombres eran, por naturaleza, a Sus ojos. Ambos eran exactamente lo mismo; ambos habían nacido igualmente de Adán en su semejanza (Génesis 5:3). Eran hijos de hombres y no (como Adán había sido) hijos de Dios: es decir, hijos del Adán y Eva, caídos. No había diferencia alguna. (Romanos 3:21).

Es cierto que Adán había estado en una categoría diferente. Había sido creado (no nacido) en la semejanza de Elohim; y creado en el Paraíso: Sin embargo estos dos habían nacido por igual en la semejanza de Adán propiamente; y fueron nacidos fuera del Paraíso.

Nuestra lección comienza por tanto a partir de este punto. Ese es el motivo o por qué esta es la primera lección que se nos pone delante. Esa es la causa de que se halle justo al principio de la Revelación de Dios.

En Adán debió haber algo de bueno, aunque fuese un humano. Pero nada de bueno tenían Caín ni Abel. Lo que es nacido de la carne ES (y permanece siendo) carne. Incluso Pablo en días posteriores tuvo que aprender la más importante de todas las lecciones, y confesó “Yo sé (como una solemne realidad) que, en mi, esto es, en mi carne, no mora el bien”.

Este, pues, es clara y llanamente el evangelio del hombre humano, y la Divina inmanencia en el hombre, puesto de parte y expulsado, sin tener parte o lugar a los ojos de Dios.

Todos los que son nacidos en la semejanza caída de nuestros primeros caídos padres, son nacidos sin nada de bueno dentro de ellos.

Esto aquí no es una cuestión, ni aquí ni en parte alguna, de lo que el hombre haya hecho, o dejado de hacer, sino una cuestión, simplemente, de lo que el hombre ES.

El hombre más impío que haya alguna vez vivido se lamentará, y arrepentirá, y se disculpará profundamente de muchas cosas que haya hecho, o dejado por hacer. La vasta mayoría, hoy en día, caerá en sí sabiendo que son pecadores. Pero eso es una parte muy pequeña de todo el asunto; tan pequeña que difícilmente diríamos que es una porción de todo.

Hay una antigua confesión o dictado pagano que dice errar es humano, es humano que erremos.  Igualmente humano es lamentarlo. Sin embargo, aquí, NO es una cuestión de lo que el hombre haya hecho. Es más que probable que tanto Caín como Abel habian pecado, pero era una cuestión de lo que ellos ERAN, por naturaleza.

Como sucedió también con Isaías, cuando se vio a sí mismo en la presencia de Dios, y en la presencia que era del todo tres veces “Santo”; y vino a saber cuan necesitado estaba de llegar a ser absuelto del verdadero carácter de su humana naturaleza. Las palabras de Isaías fueron estas

YO SOY,
Indigno. “No fue como nuestra “confesión general y comúnmente repetida”: dejamos de hacer aquellas cosas que deberíamos haber hecho, e hicimos aquellas cosas que no deberíamos haber hecho.

Debió ser esto y mucho más; pero hay algo por detrás, y algo por debajo, y alguna cosa más allá de todo eso en la confesión de Isaías, y eso es:

QUE NO HAY NADA SANO EN NOSOTROS

Esta es la confesión, que, no solamente somos perdidos pecadores, sino también criaturas arruinadas. No solamente somos hijos de los hombres, nacidos por Adán, sino nacidos de Eva. Ella fue quien se hallaba en la Transgresión. Adán no se encontró en ella envuelta (1ª Timoteo 2:13, 14).

Así que estamos doblemente arruinados: pecadores arruinados, y criaturas arruinadas o caídas. Arruinados y caídos, y no solo debido a lo hayamos HECHO, sino por causa de lo que SOMOS.

Si nunca hubiésemos hecho nada, ni bueno, ni malo, o indiferente, todavía no tendríamos derecho a ser readmitidos en el paraíso, o de entrar a la presencia de Dios. No tendríamos derecho alguno al árbol de la Vida, sino que deberíamos estar sujetos por entero a la muerte. Necesitando todavía por lo menos de una justicia forense: es decir, necesitamos  ser absueltos; ser pronunciados como no culpables; y ser puestos en una posición en donde nuestros pecados no nos sean imputados (Salmos 32:1, 2).

¡Pero esto es, ciertamente, muy diferente a tener una justicia Divina imputada a nosotros!
Una es negativa, y la otra positiva.

Lo que tenemos que preguntarnos es: ¿Fue la justicia de Abel la misma que la de Abraham? Nosotros vemos que Lot fue un hombre justo (1ª Pedro 2:7, 8), y sin embargo no se incluye en este capítulo. El propio Abraham, desde el tiempo de su llamamiento en Génesis 12, fue seguramente, tan justo cómo Lot que se alejó de él y se introdujo en Sodoma. Seguramente él fue, igual que Abel judicialmente absuelto. En Génesis 13 Dios le hizo promesas añadidas, y en Génesis 14 Dios estuvo con él, y le prosperó, y envió a Melquisedec para que le bendijera. Pero no es sino hasta que llegamos a Génesis 15 que vemos escrita una muy diferente justicia, la cual se le imputa a él.

Esta no eran meramente una simple bendición negativa de no imputación del pecado. No era una mera sentencia de no culpable, sino que fue el positivo reconocimiento a Abraham, de que le había sido imputada justicia. Sucedió en la ocasión donde Dios le dio la promesa adicional de un hijo en su vejez bajo circunstancias muy especiales que eran adversas y contrarias no solo a la razón, o a la vista, sino a todas las leyes de la naturaleza.

ENTONCES, es cuando está escrito, Abraham creyó a Dios y le fue contado por justicia. Lo que sea que esto significase para Abraham en la vía de bendición bajo el punto de vista de Dios, no se nos dice. Pero debe haber habido una señal distintiva visible de antelación del favor Divino; y cuenta para mucho de lo que leemos de Abraham,  que no encontramos en el caso de otros, los cuales no se mencionan en este capítulo.

Este positivo reconocimiento de justicia se revela solamente en conexión con Cristo en el Evangelio. Ese es el motivo de por qué Pablo ya estaba listo para predicar las buenas nuevas en Roma. Para esta presteza en anunciar estas buenas nuevas o evangelio, él da cuatro razones: cada una de ellas introducida por la palabra por:

1 Porque no me avergüenzo del Evangelio.
2 Por esta razón: porque es poder de Dios para salvación a todo aquel que cree a Dios.
3 Por esta razón añadida; que en este Evangelio se revela la justicia, por fe y para fe, es decir, Dios ha dado nuevas revelaciones de los objetos de la fe del hombre; y ha revelado la manera cómo el hombre puede no solo ser absuelto sino también justificado.

4 Por la concluyente razón que constituye esto como las buenas nuevas: que, no solamente es revelada la justicia de Dios, sino que también la ira de Dios se revela, de la cual, este evangelio trae buenas nuevas de completa liberación.

Esta es la justicia revelada en el Evangelio. Es algo más grande y distinto que una justicia legal. Es algo dado y recibido a través de imputación sobre el principio de la fe. Y es esta justicia, la que se imputa a los creyentes hoy. No es el legítimo derecho de Dios de imputar justicia, ni es Su actuación conforme a ese atributo; sino que es algo que imputa o atribuye Él o reconoce para el creyente. En otras palabras, es la justicia imputada o atribuída.

En Romanos 3:25, 26, nos encontramos los dos aspectos de la palabra justicia, con referencia (1) al tiempo pasado (en el Antiguo Testamento), y (2) ahora en este tiempo (en el Evangelio).

(1)              En cuanto al tiempo pasado, Dios actuó justamente pasando por alto los pecados, en Su abundante gracia, es decir, en absolver aquellos que creyeron en Él cuando habló en los diversos tiempos y de varias maneras”.

(2)               En cuanto al presente, en este tiempo, Él declara que es igualmente justo en justificar; es decir, en imputar como justo a todo aquel que creyó en Jesús; todo aquel que creyó lo que se le dio a conocer acerca del Salvador.

Por eso en 2ª Corintios 5:21, se nos adelanta una revelación posterior, esto es, que aquellos que ahora creen a Dios en lo que les ha revelado de Cristo, son divinamente hechos justos en Él.
Por eso creer a Dios en lo que ahora dice, en Su Evangelio, concerniente a Su Hijo, no solamente es para ser salvos de la ira venidera por Su poder, no solamente para ser absueltos y dados por no culpables, sino para ser contados como positivamente justos, por Su gracia.
Romanos 5 es por tanto un señalado anticipo en el argumento y el trato de esta justicia imputada.
Pero todo esto es por fe; es decir, por creer lo que Dios ha revelado.

Abel creyó a Dios, y fue judicialmente absuelto. Dios dio testimonio de su ofrenda, al aceptar la muerte del cordero sustituto, en vez de la muerte que Abel se merecía como pecador. Por eso fue justificado Abel; y permanece aún judicialmente absuelto delante de Dios.

Pero esto nos lleva a una cuestión posterior, que es tanto interesante como  importante. ¿Por qué esta justicia, tanto si es legal como si imputada, depende sobre nuestra creencia en lo que dice Dios? ¿Por qué no hay más condición ninguna delegada por Dios de entre todas las muchas cosas que Dios podría haber requerido del hombre, ¿por qué esta fe sola se mantiene como único suelo o base de justificación, y esto además, durante todas las edades o tiempos, desde aquel día hasta ahora? ¿No será esa pregunta digna de cuestionarse?

Desde Génesis 4 vimos en acción la condición; y en la Epístola a los Romanos la vemos establecida y afirmada. Además se nos da una razón, que es por fe para que pueda ser por gracia, pero en ninguna parte se nos da explicación en cuanto a la causa o por qué debe ser así, y por qué la fe deba ser la razón o causa de que el hombre venga a ser absuelto judicialmente de su pecado; o por qué la justicia Divina le deba ser imputada y reconocida a él.

LA EXPLICACIÓN
No se nos da con muchas palabras; pero se nos pone delante de nosotros muy claramente al principio de las  páginas que abren el segundo, tercer y cuarto capítulos de Génesis.
La condición que se hace es la Fe, porque la incredulidad fue la causa de la Caída del Hombre, de la incursión del pecado, y de la Muerte indicada para el hombre.
Esto reside en la superficie de la historia.
Eva cayó por no creer lo que Dios había dicho. Tropezó con las palabras que Dios habló.
Ella trató con estas palabras de las tres formas en que el hombre puede manipularlas engañosamente.
(1)              Eva omitió la palabra “libremente” (en la vers.inglesa, podrás (libremente) comer) Génesis 3:1. (Vea Génesis 2:16).
(2)              Después añadió la frase “ni le tocaréis” en Génesis 3:3. (Vea Génesis 2:17).
(3)              Y por fin alteró la certeza “ciertamente morirás”, (Génesis 2:17), por la contingencia para que (tal vez) “no moriréis”.

Estas son las dos garantías que Satanás le da:

“Ciertamente no moriréis”, y
“Seréis como Dios”,

Estas fueron las sentencias que Eva creyó; y las palabras de Dios, habiendo sido omitidas, añadidas y alteradas, fueron al fin y al cabo desacreditadas.

Así, pues, por creer las palabras de Satanás, se introdujo el pecado en el mundo, y por el pecado la muerte. Por tanto, solo por la creencia a la Palabra de Dios puede el hombre reconquistar la vida, y dejar de lado el pecado.

(1)              Solamente por creer a Dios en lo que Él ha revelado acerca del hombre mismo, puede el pecador ser absuelto, y declarado no culpable, y, en este sentido (legalmente) justo.
(2)              Solamente por creer a Dios en lo que ha revelado concerniente a Cristo, puede el hombre ser contado o reputado como realmente justo, en Cristo, y como teniendo una real justicia divina imputada a él.

Esta es LA RAZÓN POR LA CUAL creer lo que Dios dice es la única condición de justificación.

El hombre DEBE CREER A DIOS en lo que dice en Su Palabra; y debe creer TODO lo que Dios dice.

¡Oh, Dios mío! ¡Cuán diferente contraste tiene todo esto con lo que lleva a cabo la religión! La religión ocupa al hombre enteramente consigo mismo: con lo que haya hecho, con lo que pueda hacer, y con lo que debe hacer. Dios ocupa al hombre Consigo Mismo, y con lo que ha dicho.

Esto es lo que caracteriza a toda “religión” en el día actual y presente, en “El Día del Hombre”. El hombre es exaltado, y Dios es relegado y puesto de parte. Los hechos del hombre sustituyen  la creencia del hombre. Eso es por lo que, por todas partes, las palabras del hombre han sustituido las palabras de Dios. Y a medida que la importancia de las obras del hombre vaya creciendo en su estima, más irá decreciendo la Palabra de Dios. Eso es por lo que, en el mundo religioso las dos grandes cuestiones que ocupan al hombre son: (1) aquello que él debe hacer para ser justo, y (2) aquello que debe hacer para ser santo. Son siempre “QUEHACERES”, desde el principio hasta el final, en vez de creer a Dios.

Pero el evangelio moderno que está de moda en la humanidad es el evangelio de la Vieja Serpiente. De hecho también se basa en la fe; pero es la fe en las dos grandes mentiras del diablo:

“Seréis como Dios” y
“Ciertamente no moriréis”.

Tan sutil es el veneno de la Vieja Serpiente, que no solo hace al hombre, en los días actuales, en esta su nueva teología  que no crea en las palabras de Dios; sino que además le hace no creer nada de todo lo que hay en la Palabra de Dios. Eso es por lo que pone su máximo empeño y esfuerzo en menospreciar  y dejar de lado todo lo que sea sobrenatural en las Escrituras de verdad.

Aquí es donde Dios hace hincapié con Su decreto irreversible. Se establece la única condición indispensable de que Él no tiene respeto alguno a las obras del hombre; no altera Su sentencia de muerte debido a lo que el hombre haya dejado de hacer.

EL HOMBRE DEBE CREER A DIOS

Aquí, en la fe de Abel, tenemos el Camino de vuelta al favor de Dios, inalterablemente puesto al frente de la revelación de Dios acerca de Sí Propio, y de la humanidad.

La única vía de acceso a Dios es por fe, es decir, por creer lo que Dios ha dicho.

Cualquiera que lo haga así, y dé este simple primer paso, permanece judicialmente absuelto, como permaneció Abel.    

Cualquiera que crea a Dios en su promesa posterior, en, por, y a través de Cristo, su fe le es contada (reconocida o imputada) por justicia, como le fue contada a Abraham. Porque no solo por su causa se escribió, que le fue contada, sino POR NOSOTROS TAMBIÉN, nos será contada si creemos en Aquel que levantó a Jesús nuestro Señor de la muerte, el cual fue entregado por causa de nuestras ofensas, y levantado para nuestra justificación. (Romanos 4:22-25).

Abraham y David creyeron a Dios con respecto a Sus promesas en Cristo. Por eso está escrito que la justicia se les imputó (Génesis 15:6 y Romanos 4:3; Salmos 32:2 y Romanos 4:6). Dios le había predicado, anteriormente, el Evangelio a Abraham (Gálatas 3:8), David habló de Cristo (Hechos 2:31); y ambos creyeron a Dios.

¿CREEMOS NOSOTROS?

¿Creemos lo que Dios ha dicho acerca de nosotros propios como caídas y arruinadas criaturas; y, que somos declarados justos habiendo sido judicialmente absueltos?

Y, ¿Vamos a seguir creyendo todo lo que Dios ha dicho acerca de Sus promesas en Cristo, como levantado de la muerte, y que así somos  en esa cuenta justificados, siéndonos nuestra fe imputada por justicia, ¡sí! Una justicia Divina que se nos imputa y reconoce, por la cual somos hechos divinamente justos en Cristo?

Estas son las cuestiones que se resuelven por considerar la fe de Abel. Nos lleva desde la no imputación de pecado, hasta la imputación de justicia.

Nos lleva más allá de la doctrina de la sustitución; más lejos que el sacrificio de un animal para el pecado del hombre; y guía al pecador, a la más alta doctrina de su identificación, como un santo con Cristo.

La única cuestión que permanece es esta: ¿Vamos a vivir por fe para fe? (Romanos 1:16, 17).

Abraham fue siguiéndola. En Génesis capítulos 12, 13, y 14 él creyó a Dios en muchas áreas acerca de sí mismo. Pero en Génesis 15 comenzó a andar por fe y para fe. Abraham creyó a Dios, en otro asunto: esto es, ¡acerca de la Simiente prometida! Fue esta fe que le fue imputada por justicia. ¿Vamos así a seguir creyendo a Dios?

Bien podemos creer lo que Dios ha revelado de Cristo en Romanos, Corintios, y Gálatas pero, ¿vamos a seguirle creyendo en lo que después ha revelado respecto a Cristo en Efesios, Filipenses, Colosenses, y así darle gloria a Dios?

¿No va todo esto mucho más lejos que los meros razonamientos teológicos y escolásticos argumentos en cuanto a lo que sea la justicia de Dios, y de la ley envuelta en la justificación de Cristo, que fue muy discutida entre la Hermandad* hace ahora unos pocos años atrás?
*El autor se refiere a un tema de debate en un seminario organizado por la iglesia “la Hermandad” en el Reino Unido, que causó una gran controversia y alcanzó mucha fama en la época.

Estas controversias crearon mucha amargura, y dejaron mucha confusión por detrás. Sin embargo, nuestro tema nos lleva más allá y se sobrepone a todo esto, y nos revela el hecho bendito de que Cristo Propio, en todo lo que Él ES, y TIENE, y HA HECHO, es, de Dios, hecho igual en nosotros, los que creemos en Él: “JUSTIFICACIÓN”.

En vez de regocijarse en este hecho bendito, y alabar a Dios por todas las cosas maravillosas que ha hecho para nosotros, muchos de Sus hijos se enredan en una especie de controversia pos muerte; y se ponen a disecar la vida y el sufrimiento de Cristo. Por eso, en vez de sujetarse a la Cabeza y de vivir en la unidad de la paz, se hallan mordiéndose y devorándose unos a otros, entre los “miembros”.

¡Ojalá que podamos seguir andando por fe y para fe, y creamos a Dios en todo lo que nos revela en cuanto a nuestra identificación con Cristo, que tenemos Su justicia, Su santidad. ¡Su perfección, que ha sido imputada a nosotros, y toda Su sobreabundante gracia!



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