Presentación del libro "LUZ A TRAVÉS DE UNA VENTANA ORIENTAL VOL. I" Del Obispo K.C. Pillai
Amados lectores:
!Dios los bendiga!
Hace algunos años Juan
Luis Molina tradujo tres libros sobre orientalismos del Obispo K.C. PIllai. Dos
de ellos con el mismo título “Luz a través de una ventana Oriental”, y un
tercero llamado “Orientalismos de la Biblia Vol. I”. Hoy me he dado cuenta que
en vez de hacer disponibles el Volumen I y II del primer libro que he
mencionado, estaba el volumen II duplicado en nuestra sección de libros.
Lamento mucho el error pero hoy les hacemos disponible, como regalo de fin de
año, el Volumen I de “Luz a través de una ventana Oriental”, aunque el
contenido de dicho libro sí está disponible en publicaciones del blog. Se los
envío junto con el primer capítulo, “El Árbitro”, traducido por mi amada
hermana Charo Quesada.
¡Feliz 2015! ¡Que
nuestro amado Padre derrame bendiciones como las estrellas del cielo sobre sus
vidas y sobre las de los que aman!
¡Ojalá que este 2015
sea el bendito año en que nuestro Salvador regrese entre las nubes por
nosotros!
Con gran amor en
Cristo,
Claudia Juárez
Garbalena
EL
ÁRBITRO
Del Obispo K.C. Pillai
Capítulo 1 de
"Luz a través de una ventana Oriental Vol. I"
Traducción
por Charo Quesada
Vayamos esta noche al libro de Job capítulo
9, versículos 32 y 33:
Job
9:32-33 Porque
no es hombre como yo, para que yo le responda, Y vengamos juntamente a
juicio. 33 No hay entre nosotros árbitro Que
ponga su mano sobre nosotros dos.
Mientras lees estos versículos permíteme
hacer un pequeño resumen para ponerte en antecedentes. Erase una vez un hombre
llamado Job quien era perfecto y recto delante de Dios. El mismo Dios dijo que
Job era un hombre perfecto y recto, respetuoso de Él y apartado del mal, Job 1:1.
Pero un día Satanás vino a Dios para tratar
acerca de Job, diciéndole: ¿Acaso no le has dado bendición al trabajo de
sus manos y has aumentado sus bienes sobre la tierra? Pero extiende ahora tu
mano y toca todo lo que tiene, y verás si no blasfema contra ti en tu misma
presencia. Dijo Jehová a Satanás: He aquí, todo lo que tiene está en tu mano;
solamente no pongas tu mano sobre él. Y salió Satanás de delante de Jehová. Job
1:10-12.
De modo tal que Dios dio permiso a Satanás
para ir a tentar a Job. Aún cuando Dios permitió que Satanás le quitase
todo lo que Job poseía –hijos, hijas, ovejas, ganado, bueyes– todo lo que
Job poseía le fue arrebatado por Satanás. Uno tras otro, uno tras otro, todo le
fue sustraído sin haber cometido este falta alguna, Job 1:13-20.
A menudo, cuando perdemos algo enseguida
comenzamos a refunfuñar y a quejarnos diciendo: “he sido una buena persona;
nunca he dañado a nadie; si es que realmente existe un Dios, ¿por qué he
de sufrir la pérdida de estas cosas?” En el momento en que perdemos algo, la
mayor parte de nosotros, inmediatamente empezamos a quejarnos y refunfuñar
contra Dios. Job bien podría haber tenido una discusión con Dios, bien podría
haberle dicho: ¡Señor mírame! Tú dijiste que soy un hombre perfecto, recto, sin
defecto ante Tus ojos. Incluso cuando me has quitado todo lo que poseía,
excepto a mi mujer quien es una anciana refunfuña, quien no me ayuda en
absoluto. Estando Job tan afligido vino esta, su mujer, a decirle:
¡Maldice a Jehová y muere! Job
2:9.
Hoy día en medio de tanta “aparente” crisis,
similar a la que Job padeció, sabemos que muchas esposas hablan de este mismo
modo refunfuñón. Esto es el porqué un cristiano debería casarse con una
mujer cristiana y una cristiana debería casarse con un hombre cristiano, porque
si este cristiano pierde algo, su esposa cristiana no vendrá a fastidiar a su
marido u obstaculizarle, o venir a serle una carga adicional. Pero la mujer de
Job era una refunfuñona, –maldice a Dios, y muere– le dijo esta. “Como
suele hablar cualquiera de las mujeres fatuas, has hablado, respondió Job a su
mujer. ¿Qué? ¿Recibiremos de Dios el bien, y el mal no lo recibiremos? Bendito
sea el nombre del Señor”, Job
2:10.
Cuando sientas que tienes motivos para
quejarte, refunfuñar y sientas que quieras tirar los trastos porque estás que
echas humo, y acusar a Dios o a alguna persona por tu mal, entonces ¡Alaba a
Dios! Cuando Dios consintió que Satanás quitara todo a Job, Job alabó a Dios,
diciendo: “Desnudo salí del vientre de mi madre, y desnudo volveré allá”, Job 1:21. La próxima
vez que algo malo nos acucie, tanto a ti como a mí, en vez de quejarnos,
alabemos a Dios, y veremos las maravillas que Él hará que acontezcan en
nuestras vidas.
Me entristeció mucho hoy según pasaba por una
ciudad al este de Stanwood, al ver como una tienda acaba de quemarse completamente.
No conozco en absoluto al propietario de la tienda, pero viendo como esta
tienda de comestibles, de electrónica y carnicería se había quemado totalmente;
me dolió inmensamente en mi corazón, en mi mente y me dejó muy desconcertado.
Amado hermano, propietario de esta tienda, si estás aquí, si eres un hijo de
Dios, no te aflijas ni te quejes contra Dios, ¡Alaba a Dios! Verás como Dios
puede darte un edificio diez veces mejor. Él puede darte un negocio mejor, sí,
cien veces mejor, que el que acabas de perder. “Todas las cosas ayudan a bien a
los que aman a Dios”, Rom
8:28. Cuando sea que un creyente pierda algo, incluso cuando
“aparentemente” se haga duro o costoso de sobrellevar, debería de alabar a
Dios, sabiendo y creyendo [aceptando] que todas las cosas nos ayudarán para
bien. Entonces no tendremos una queja, porque estaremos alabando a Dios.
Entonces Dios hará cosas maravillosas y buenas y aún cien veces mejores, de las
que hubieran resultado si hubiéramos estado quejándonos.
Y ¡Job era este estilo de hombre! Poco
después dijo: “Aunque Él me matare, en Él confío”, Job 13:15.Aún cuando
Job tenía su cuerpo plagado de llagas azotado por esa sarna, aún cuando se las
rascaba con un tiesto de barro, aún cuando se encontraba sentado en medio de
polvo y ceniza, Job 2:7-8,
Job pudo decir: “Aunque Él me matare, en Él confío”. ¡Pobre Job! Había
perdido todos sus hijos e hijas, todo su rebaño de ovejas, todas sus
propiedades, lo había perdido todo “excepto su mujer”, y para colmo tenía esta
terrible enfermedad, su cuerpo estaba cubierto de llagas y se encontraba
sentado en medio de polvo y cenizas.
¿Entiendes el significado de polvo y cenizas?
En Oriente, nos sentamos en el polvo y
vertemos ceniza cubriendo nuestro cuerpo en señal de la máxima y extrema humildad
posible. Es una manifestación de máxima humildad sentarse en el polvo. Decimos:
“Señor, de polvo fui hecho y al polvo regreso, vuelvo al polvo en vida”. Este
es el verdadero significado de estar sentado en medio de polvo y cenizas. “Todo
volverá al polvo en la muerte, pero ahora Señor, regreso al polvo en vida, como
señal de mi humildad y arrepentimiento”. Esto es lo que decimos y esto es
lo que significa estar sentado en el polvo.
Ahora, ¿qué significa cenizas? Las cenizas
simbolizan la salvación para los gentiles no cristianos, estas son el símbolo
de salvación bajo sacrificio. Las cenizas son símbolo de sacrificio, recordemos
que mataron y quemaron una vaca roja e hicieron cenizas de ella, Números 19:1-9. Los
gentiles no cristianos, rocían sus cuerpos de polvo y ceniza y ponen en sus
frentes significando: “Señor, sálvame por el mérito de estas cenizas”
–merecedor por este sacrificio– las cenizas son el símbolo del
sacrificio. Si algún hindú pone cenizas en su frente por la mañana antes del desayuno,
eso significará que le está diciendo a Dios: “Señor no por mis méritos, si no
por los méritos del sacrificio, el cual es representado con las cenizas –por el
mérito de las cenizas– por favor Dios perdona mi pecado”. “Estaré protegido,
Señor, a lo largo de este día por el mérito de las cenizas que llevo en mi
frente, las cuales son el símbolo de la salvación a través del sacrificio”. De
modo que, colocaban cenizas en sus frentes, antes incluso de la existencia de
los cristianos.
Para los hindúes las cenizas son el símbolo
del sacrificio, esta es la razón por la que la mayor parte de los hindúes se
sientan en polvo y cenizas para arrepentimiento. Mientras el cristiano diría:
“estoy cubierto de sangre” el hindú dirá “estoy cubierto de ceniza”. Para
el hindú la ceniza tiene el mismo significado que la sangre de Jesucristo tiene
para nosotros los cristianos. Es por esto que si vemos un hindú cubierto de
ceniza o con ella en su frente, no significa que este hombre esté sucio; es tan
pulcro y aseado como cualquier otro hombre que podamos encontrar en cualquier
otra ciudad del mundo, ya que este hindú primero se habrá duchado, y después se
habrá puesto ceniza en su frente. Para el occidental que desconoce la cultura
oriental, este hombre puede resultarle sucio debido a su apariencia por llevar
ceniza en su frente. ¿Veis cuan confundidos podemos llegar a estar ante
el desconocimiento de las costumbres orientales?
El hindú incluso pone un poco de ceniza en
sus labios y en su lengua, significando que: “no solo pongo ceniza en mi cuerpo
para mi protección, sino que pongo todo mi ser bajo la protección de Dios
rociando ceniza dentro de mi propia boca, dentro de mí mismo”. Por esta
razón David decía: “he comido ceniza como pan. Veámoslo en el Salmo 102:9,
donde dice: “Por lo cual yo como ceniza a manera de pan, Y mi bebida mezclo con
lágrimas”, ¡qué maravillosa declaración esta de David! He comido ceniza a
manera de pan, significa: “Señor, protejo todo mi ser, no solo por fuera, sino
por dentro con las cenizas las cuales simbolizan mi salvación” y mi bebida
mezclo con lágrimas, significa: “Señor, he llorado tanto que mis lágrimas
cayeron en el agua que bebía mezclándose con ella.” Hay muchas expresiones
simbólicas orientales que tienen un significado mucho más profundo de las que
en occidente puedan explicar con su lenguaje.
Entonces Job se sentó en las cenizas, y
estaba satisfecho. Veamos ahora lo que es un sayal o arpillera, Job 16:15, y cuál es su significado. Este saco o
sayal es áspero y tosco; regularmente hecho de pelo de camello o de cabra, lo
cual se viste en señal o muestra de duelo o lamento. En lugar de un vestido
suave hecho de una tela buena o delicada, nos vestimos con un material áspero y
burdo hecho de pelo de camello. Vestimos este sayal cuando ayunamos, para
manifestar a Dios que en lugar de vestidos de seda, cubrimos nuestros cuerpos
con este áspero material para que hiera nuestro cuerpo. Estas vestimentas
hechas de pelo de camello o de pelo de cabra, se sienten como alfileres
pinchándonos en la piel. Por tanto, “Señor en lugar de estar cómodo cuando te
oro, sacrifico mi cuerpo llevando estas vestimentas hechas de pelo de camello o
cabra”. De modo que, esto es lo que simbolizan tanto el sayal, como el polvo y
las cenizas. Cuando entramos en una iglesia católica romana, nos encontraremos
con “agua bendita”, incluso también encontramos ceniza. Los católicos también
ponen un poco en sus bocas por la misma razón que lo hacen los hindúes, como es
bien conocido.
Por supuesto esta costumbre les llegó desde
India, de los hindúes, dado que el cristianismo solo tiene 2000 años de
antigüedad, mientras que la religión hindú, el hinduismo, tiene miles de años
más de antigüedad [años: 1.400-1.500 A.C.]. India ha dado muchas de estas cosas
a otras naciones durante generaciones, pero esto no hace que India sea mejor
que ninguna otra nación. India es tan pecadora como América pueda ser, o
incluso aún peor, porque cada hindú que peca en India debe sentarse en polvo y
ceniza, y rezar y ayunar y lamentarse con el áspero sayal por vestimenta. Los
hinduistas nunca encontraran la paz de Dios hasta que no abandonen el sistema
hecho por mano de hombres y miren a Jesús. Esta es mi postura, de lo cual hago
partícipes a todas las naciones del mundo. No es por esfuerzo, ni
forzando a nadie, ni por cenizas, ni por vestimentas ásperas, no es ayunando,
no es orando; es única y exclusivamente por la fe en el sacrificio de Cristo
por el cual el hombre puede ser salvo y tener la paz de Dios.
Entonces Job se sentó en polvo y cenizas y
dijo: “Desnudo salí del vientre de mi madre, y desnudo volveré allá: el Señor
me dio y el Señor se lo ha llevado, bendito sea el nombre de Jehová”. Job, al
principio, creía que era Dios quien se había llevado todo lo que poseía.
También pensaba que había sido bajo el permiso o consentimiento de Dios que él
hubiera tenido toda esa pérdida, porque cuando Dios nos da todas las cosas,
Dios está en su absoluto derecho de llevárselas. Y al igual que tiene ese
derecho de llevárselas igualmente puede devolvérnoslas, siempre que mantengamos
nuestros ojos clavados en Dios de quien provienen todas las bendiciones. Esto
era en lo que Job creía. De este modo, pudo alabar a Dios cuando tenía legítimas
razones para maldecirle por toda su devastadora pérdida.
Sus amigos vinieron a verle de tanto en tanto
¿sabes cómo funciona esto? Cuando pierdes algo, o tienes problemas, tus amigos
se acercan para “consolarte”. ¿Sabes lo que realmente tus amigos hacen? ¡Pues
bien, mayormente lo que hacen es atemorizarte aún más! Ve a tus amigos cuando
tienes problemas y ve por ti mismo como te amedrantarán. Ellos querrán tu
mejor, pero te asustarán igualmente. Así que los amigos de Job le dijeron:
¡Pobre Job! “Mira, yo ya sabía que esto iría a acontecerte” Eras un hombre
fiel, ¿verdad? ¡Fíjate aún siendo tan fiel, mira como lo has perdido todo! No
creo que Dios tenga nada que ver con este asunto. ¡Creo que hay algo errado en
ti mismo Job!” Esta es la forma en que los amigos hablan, ¿sabes? “Yo ya lo
sabía, ya me lo imaginaba”, te dirán estas cosas aún cuando no pretendían
dañarte. Así que, ¡no vayas a tus amigos cuando tengas problemas!
Volvamos a Job quien estaba satisfecho
sentado en polvo y cenizas, y dijo: “Aunque Él me matare, en Él confío”, pero
en este punto vinieron a él sus amigos. Estos le hablaron tal y conforme lo
haríamos cualquiera de nosotros. Se les llama: “los consoladores de Job”, pero
estos no le consolaron en lo absoluto. Todos ellos fueron hombres muy sinceros,
pero solo veían la “apariencia” de las cosas. Cuando tenemos problemas, la
tendencia natural es juzgar las cosas según su apariencia, lo mismo que les
ocurre a nuestros amigos. Jesús dijo: “No juzguéis según las apariencias, sino
juzgad con justo juicio”, Juan
7:24. No
nos dejemos desconcertar ni ser engañados mirando las apariencias de las cosas,
contrariamente no consideramos las “apariencias” porque los juicios justos
están basado en la verdad.
No bases tus juicios en hechos, porque los
hechos cambian pero la verdad no cambia. Los hechos pueden ser hoy estos pero
mañana pueden ser otros. Puede que sea un hecho, pero no tiene porqué ser la
verdad. La verdad no cambia, los hechos sí. Por tanto tus problemas pueden ser
muy reales y un hecho –puede que tengas problemas hoy– pero mañana tus
problemas pueden haberse esfumado y los hechos haber cambiado. Pero la verdad,
la cual es Jesucristo, nunca cambia, y esta es siempre paz, la verdad es
siempre gozo, la verdad es siempre libertad, la verdad es siempre regocijo, la
verdad es siempre éxito, victoria, por eso Jesús dijo: “No juzguéis según las
apariencias, sino juzgad con justo juicio”. Lo que significa que debemos
basar nuestro juicio en la verdad, la cual es inalterable.
Muchos podréis decir, “¡Oh pero es un hecho!”
Puede que sea un hecho para ti, pero eso no implica que sea la verdad, porque
los hechos cambian. La verdad es siempre la misma. Miremos la verdad cuando un
día yendo al trabajo al llegar a él, te encuentras que te han despedido. De
modo que habiendo sido despedido ya no tienes entrada económica y tu mujer
empieza a regañarte, por supuesto que te perseguirá regañándote, porque se
pregunta cómo vais a pagar el alquiler. Sus ojos están puestos en el alquiler,
y por esta razón se preocupa. Cuando eres despedido los hechos son que no
tienes entradas para poder hacer frente a los gastos del alquiler y demás
facturas, estos son hechos reales, pero no es la verdad. La verdad es que “Mi
Dios pues, suplirá todo lo que me falta conforme a sus riquezas en gloria en
Cristo Jesús, Filipenses
4:19. ¡Esto es la verdad! El hecho es que te echaron, pero puede
que mañana tengas un trabajo aún mejor, porque los hechos cambian. Este juicio
es siempre victorioso, siempre es glorioso, siempre es exitoso.
La forma de creer de Job era la de juzgar con
“justo juicio”, pero sus amigos le dijeron: “perdiste todos tus hijos, todas
tus hijas, todas tus ovejas, todos tus camellos y sin embargo nunca
perjudicaste o dañaste a nadie. Si realmente Dios existe, ¿por qué razón has de
perder todo de una sola vez? Quizá habría un Dios si te hubiera quitado una
cosa tras otra, ¿!pero todas a la vez!? Pues bien, nosotros no creemos que
realmente exista un Dios. ¡Pobre viejo Job! ¡Todos siempre pensaron que eras un
hombre fiel y religioso, pero nosotros siempre vimos que había algo incorrecto
en ti!” Esto es lo que nuestros amigos nos dirán. Gente como los consoladores
de Job siempre nos dirán algo negativo, cosas que nos harán ver las “aparentes
circunstancias” aún peor de lo que realmente son.
Ahora vamos al capítulo 9 de Job, a los
versículos 32 y 33, donde Job habla acerca de Dios, diciendo: “Porque no es
hombre como yo, para que yo le responda, Y vengamos juntamente a juicio”.
De hecho lo que Job está diciendo a sus amigos es: “Mirad amigos, ha sido Dios
quien me ha permitido que perdiera todo esto que perdí, pero Dios no es un
hombre como yo para que vayamos juntos a juicio. Si Dios fuera hombre y pudiera
llevarle a juicio y sentarle y que los jueces interrogasen a Dios el porqué
permitió que estas cosas me acontecieran; pero Dios no es un hombre, como lo
soy yo, para que vayamos juntos a juicio”.
Ahora leamos el versículo 33. No hay entre
nosotros árbitro Que
ponga su mano sobre nosotros dos, Job 9:32-33. En esta parte de Oriente de la
que estamos hablando, la cual es India, Palestina y Egipto, hay tres sistemas
de Ley o gobierno: Tenemos la ley de los ancianos de la puerta; tenemos al
árbitro; y tenemos el tribunal civil. El gobierno de los ancianos de las puertas
de la ciudad, es un antiguo estilo democrático, del cual encontraremos
muchos registros en la Biblia. En cada ciudad de Oriente hay ancianos de las
puertas, quizá 20 ó 30 de ellos, estos son escogidos por el pueblo anualmente.
Son escogidos por el pueblo, para el pueblo, y son el gobierno del pueblo. Este
sistema tiene tantos años como las mismas montañas. Para América, un gobierno
del pueblo, escogido por el pueblo, para el pueblo puede que sea un concepto
nuevo, pero no para Oriente, ni en las Escrituras. Los ancianos de las puertas
son por tanto uno de los sistemas de gobierno.
Otro sistema de gobierno es el tribunal
civil, o policía judicial, o juzgado del condado, o juzgado de paz, o
cualquiera que sea el nombre que adjudiquen para denominarlo, en su ciudad. En
India este sistema era llevado por el tribunal británico, cuyos jueces eran
escogidos por el gobierno inglés. Los ancianos de la puerta y la policía
judicial llevan los casos de forma bastante similar, y hacen prácticamente el
mismo trabajo. Si un hombre ha tenido una disputa con su mujer, o su mujer con
él, ambos son llevados ante los ancianos para ser juzgados. Estos ancianos se
sientan a las puertas de la ciudad durante 2 horas cada mañana para juzgar
todos los casos que les traen ante ellos. Juzgan pequeños crímenes locales. Si
un hombre debe dinero a otro y no ha pagado su deuda, este es llevado ante los
ancianos para que le juzguen. Los ancianos le dirán algo como: ¡Oye mira, ve y
paga tu deuda!, porque si no lo haces entregaremos tu vaca o tu buey al hombre
a quien debes dinero.
Si algún muchacho de la ciudad está
comportándose revoltosamente, será llevado junto con sus padres ante los
ancianos. Estos les dirán: “¡Mirad si no educáis bien a vuestros hijos para que
mantengan un comportamiento civilizado, os haremos vacío! No consistáis que
vuestros hijos corran salvajemente por la ciudad, haced que estén en la cama a
las 8 de la noche. Si vuestros hijos continúan corriendo salvajemente por la
ciudad os castigaremos por ello, porque estáis trayendo desgracia y vergüenza a
nuestra sociedad.” Esta es la manera que corregimos en nuestra sociedad. Nadie
puede desviarse durante mucho tiempo en el Oriente sin ser encontrado, e
inmediatamente esa persona es llevada ante los ancianos de las puertas para ser
juzgada. Cuando castigan a alguien y ese alguien tiene que pagar una multa, el
dinero va para la caridad, para los hospitales y para la comunidad.
La policía judicial, nombrada por la ciudad,
hace más o menos lo mismo en sus juicios. Si un hombre está borracho, la
policía le lleva ante el juez y este le da 6 meses de cárcel o una multa de
50$. Si este vuelve a emborracharse el juez le da 3 meses de cárcel y una multa
de 40$, de esta forma funciona la policía judicial. Por tanto, ambos hacen lo
mismo, penalizan al malhechor ante 2 ó 3 testigos. Pero castigando al
malhechor, no sana la herida desde dentro. La cárcel nunca cura a nadie. Cuando
se pone a un hombre en la cárcel y cuando este sale de ella, infringirá la ley
incluso aún peor que la vez anterior. De modo que castigar al malhechor no cura
la herida desde dentro, los fieles o religiosos no se presentarán ante los
ancianos o ante la policía judicial. Los fieles irán al árbitro ó “arbitrador”
para que este arbitre y arregle sus disputas.
¿Qué es un arbitrador? ¿Quién es él? ¿Cómo
surgió? Bien, voy a explicártelo. Este árbitro o arbitrador no es nominado o
elegido. No es fijado o determinado como son los jueces. Cada ciudad tiene su
propio árbitro como la ciudad del Este de Standwood; este hombre surge a causa
de su dignidad, por su divinidad o teología, por su buen carácter y por su
educación. Este hombre viene a ser el arbitrador convirtiéndose en el líder de
la ciudad, por el mero respecto que la gente le profesa. Su objetivo y cometido
es velar por la paz y armonía de su ciudad. Los orientales hemos sido enseñados
que la palabra “daysman” significa árbitro. ¡Pero esta palabra no
significa árbitro! Un árbitro puede ser un hombre que permanece de pie en el
campo de béisbol y dice: “tú bien, ó tú mal” Un árbitro puede que lo que haga ó
diga no tenga ningún sentido, por este motivo hay una enorme diferencia entre “daysman” y “árbitro”, tanto como entre el queso
y la tiza.
La palabra daysman en algunas lenguas de Oriente
significa: “great soul”, grate: gran-magnífico, soul:alma-espíritu”. En
India esta palabra es: “Mahatma”, del sánscrito maha: gran, atman: alma-espíritu. Como es por todos bien
conocido, este era el nombre que se le otorgó a Gandhi, llamándole: “Mahatma
Gandhi”; gran espíritu, espíritu magnífico, extraordinario. “Un
arbitrador es un magnífico espíritu”, es alguien altamente respetado, altamente
honrado por el pueblo, generalmente adinerado, quien no tiene que trabajar para
vivir. Y dado que no tiene que trabajar, tiene todo el tiempo para dar de sí
mismo desempeñando su labor como arbitrador de su ciudad, velando por que en
ella no haya disputas, ni peleas, no haya chismes, ni murmuraciones, no se
cometan crímenes, etc. Velando por mantener su ciudad en perfecta paz y armonía.
Muchos van diciendo algo como: ¡este hombre
fuma y bebe y maldice, por tanto es un mal hombre! Sin embargo, ¡fijaos! hay
muchos creyentes que hacen cosas peores que estas ¿no crees? Los creyentes
mayormente asesinarán el carácter de su prójimo –dirán algo como: “No hay nada
malo en contra de usted Sr. López, PERO” y dejan colgando la frase con ese
martillearte “PERO”. Haciendo eso, asesinan, destruyen el carácter del Sr.
López. Quizá no bebamos, fumemos, o maldigamos, pero hacemos mucho más daño destruyendo
ó menoscabando el carácter de alguien.
Destruir el carácter de una persona, ya sea
esta buena o mala, es algo terriblemente equivocado, aun cuando los hechos lo
mereciesen. Incluso cuando lo que digamos sea correcto, seguiremos estando
errados. No somos conscientes de esta realidad y creo que aún todavía no lo
comprendemos. Incluso hablando verdades sobre alguien, estamos errados ante
Dios, porque nos entristeceremos nosotros mismos hablando mal de nuestro
hermano. No solo habremos dañado a la persona a quien hablamos duramente, sino
que uno se daña a sí mismo, porque cualquier negativo “chupa [contamina] la
sangre” dañándonos el espíritu y la carne. Nuestro Señor Jesucristo nos
dijo estas verdades para nuestro beneficio.
De modo que este arbitrador, supervisa que
todos vivamos en paz. Voy a poneros un ejemplo: tres hombres que viviendo en la
misma comunidad, tienen un problema legal entre ellos. Uno de ellos le dice a
los otros dos: “Mis amados hermanos, los tres somos hinduistas ¿verdad? Deberíamos
avergonzarnos de ir a la policía judicial o a los ancianos de las puertas de la
ciudad, ¿acaso no somos capaces de juzgarnos a nosotros mismos?” De forma que
resuelven llevar su diferencia al arbitrador para que les ayude a resolverlo.
Los hinduistas son enseñados de esta forma, cuando surgen diferencias y no son
capaces de resolverlas por sí mismos, las llevan ante el arbitrador antes de
llevarlas a la policía judicial o a los ancianos. Pablo dice en: 1ª Cor. 6:1-6: ¿Osa alguno de vosotros, cuando tiene
algo contra otro, ir a juicio delante de los injustos, y no delante de los
santos? 2 ¿O no
sabéis que los santos han de juzgar al mundo? Y si el mundo ha de ser juzgado
por vosotros, ¿sois indignos de juzgar cosas muy pequeñas? 3 ¿O no sabéis
que hemos de juzgar a los ángeles? ¿Cuánto más las cosas de esta vida? 4
Si, pues, tenéis juicios sobre cosas de esta vida, ¿ponéis para juzgar a los
que son de menor estima en la iglesia? 5 Para avergonzaros lo digo. ¿Pues
qué, no hay entre vosotros sabio, ni aun uno, que pueda juzgar entre sus
hermanos, 6 sino que el hermano con el hermano pleitea en juicio, y esto
ante los incrédulos?
Voy a daros otro ejemplo para que lleguéis a
ver con toda claridad como este “magnífico espíritu-arbitrador” maneja las
situaciones que le presentan o le traen. Supongamos que el hermano Paco y yo
somos chicos, de 18 y 19 años, vivimos en India o Palestina y ambos dos somos
fieles. Puede que seamos hinduistas o mahometanos o cristianos, la religión
diferente no es lo importante. Supongamos que surge una diferencia entre
nosotros, supongamos que el hermano Paco me ha prestado un dinero y yo todavía
no se lo he devuelto. Cada vez que Paco me pregunta cuando voy a devolvérselo,
yo le contesto una y otra vez: “Ya te pagaré, ya te pagaré” pero nunca lo hago.
Así que, llega un día que vuelve a preguntarme y entonces Paco enfadándose me
golpea.
Cuando por la noche mi padre y el suyo se
enteran, se dan cuenta de que hay un problema que hay que solucionar, porque
ellos también son hombres fieles, religiosos y por ello son conscientes de que
estas situaciones han de resolverse correctamente. Ellos saben que si
encerrasen respectivamente a sus hijos, eso no solucionaría el problema porque
castigar no sanará la herida, eso solo causará o provocará amargura. Así que mi
padre y el padre del hermano Paco nos dicen: “sois unos chicos muy revoltosos,
vais a tener que veros de frente cada día por el resto de vuestras vidas.
Debéis amaros mutuamente. La cárcel o la policía judicial no va a resolver
vuestra disputa, tampoco lo harán los ancianos.
Queremos que resolváis vuestras diferencias
curando vuestra herida y vuestra amargura, así que ¡iremos al arbitrador!”
Nuestros padres nos agarran y nos llevan ante
el “gran espíritu ó arbitrador”. Llegamos a su casa y llamando a la puerta, nos
dicen: “entren”. Este hombre es muy amado y honrado por esta ciudad.
Entramos y nos pregunta: ¿Querrían tomar algo? Entonces pide que nos traigan
leche de coco. No nos preguntará quienes somos, ni si pertenecemos a su misma
religión, o a la misma iglesia a la que él mismo pertenece, ni nada parecido.
El nos tratará como seres humanos, y como alguien que nos respeta como sus
hermanos. “Entra”, dice, y enseguida nos sirve una bebida, sin tan siquiera
preguntar nuestros nombres. Tampoco dirá: ¿Puedo hacer algo por ti? Ni echará
una ojeada a través de una ventana como hacen en Inglaterra para ver quién es
antes de abrir la puerta. El arbitrador dirá: “Entren” indistintamente de quien
pueda ser quien esté llamando a su puerta.
Entonces, bebemos y nos sentamos. El
arbitrador espera hasta que alguien le cuente el por qué estamos ahí. Mi
padre se pone de pie y le dice: “Mahatmaji” (en India, tenemos que poner
siempre el: “ji”, después del nombre de un señor, si este señor es nuestro
pastor, le llamaremos: “Pastorji”). Este chico es mi hijo, dirá mi padre, y
como todos en el cuarto son hindúes, mi padre pone tres dedos en su frente y
hace una pequeña reverencia. Esto solo se hace cuando un hindú conoce a otro, y
significa: “Dios, usted y yo Uno somos”, Jesús decía: “El Padre y Yo Uno somos”
esto se extendió por toda la filosofía oriental y se mantiene desde hace miles
de años. Cada padre presentará a su hijo al arbitrador.
Entonces estos le dirán: nuestros hijos han
tenido una disputa y queremos que usted les ayude a resolverla. No queremos
llevarles ante el tribunal porque el tribunal no curará sus heridas. Queremos
que estos chicos se amen, por ello les hemos traído ante usted.
¡Oh, es eso! Entiendo, dice él. Venid chicos,
¿cómo os llamáis? Supongamos que mi nombre es Juan. Bueno Juan siéntate aquí me
dice. Él se sienta en el medio y pone su mano encima de nuestros hombros. Al
chico que hizo el mal, Paco el que me golpeó porque le debía dinero, el
arbitrador lo sentará a su lado derecho. Al culpable le sentará siempre a su
derecha porque es a quien más amará. Al otro siempre le sentará a su izquierda.
Entonces el arbitrador siempre pondrá sus brazos por encima de nuestros hombros
mostrándonos su afecto hacia ambos. Entonces, Paco ¿qué es lo que hiciste?
Bueno, Paco dirá: “Juan me debía dinero, pero
nunca me lo devolvía, y no me lo devolvía y nunca me lo devolvió”, hasta que
¡me enfurecí y le arremetí un puñetazo en su nariz! Ahora bien si somos
Hinduistas el arbitrador sacará una Biblia Hindú, “el Veda”, si somos
Mahometanos sacará la Biblia Mahometana, “el Corán”, si somos Cristianos sacará
la Biblia. Él tiene todos estos libros y sacará el que corresponda acorde a la
creencia o religión de cada cual. Como somos hinduistas saca el Veda, lo abre y
dice: “Ah, le golpeaste en la nariz, pero… ¿sabes que él es tu hermano?
“Sí, Señor”
“Y, sabes que si Dios te hubiera golpeado en
tu nariz por todo lo malo que hiciste desde que fuiste pequeño, ya no tendrías
nariz ¿no es así? Cuando prestas a un hermano, no debes esperar que este te lo
devuelva, el arbitrador le dice a Paco. La religión hinduista y la judía ambas
enseñan que cuando encontramos un hermano de nuestra comarca (dentro de las
puertas) necesitado y le prestamos dinero, no debemos esperar que este nos lo
devuelva, a no ser que él mismo venga a devolvérnoslo. Paco le pregunta:
entonces, ¿lo perdemos? Bueno, si tu hermano no viene a devolvértelo, tú no se
lo pides.
El árbitro continúa convenciendo a Paco
probándole y enseñándole en las escrituras que hizo mal. Se toma todo el tiempo
que necesita, dos o tres o más horas si fueran necesarias, hasta que Paco vea
por sí mismo que lo que hizo, no fue lo correcto. Cuando prestas dinero, lo
das. Si él no puede devolverlo, no debes pedírselo. Quebrantaste una ley,
pidiéndoselo, luego quebrantaste otra ley golpeándole. Además lo que le
prestaste no era tu dinero, era dinero de Dios, pertenece a Dios.
La Biblia nos enseña esto también, que lo que
tienes no es únicamente tuyo. Si Dios no te hubiera concedido la fuerza para
ganarlo, ¿cómo habrías podido ganar ese dinero? Dios te dio el poder para
ganarlo de modo que puedas prestar a un hermano. La Biblia enseña que
cualquiera que diere un vaso de agua fría en el nombre del Señor, será por Él
bendecido. Marcos 9:41 Y cualquiera que os diere un vaso
de agua en mi nombre, porque sois de Cristo, de cierto os digo que no perderá
su recompensa.
Tú pudiste ganar dinero, mientras tu hermano
no pudo ganarlo, el arbitrador continúa diciéndole a Paco y sigue mostrándole
hasta que el propio muchacho ve cuan errado estuvo lo que hizo y comenzando a
llorar dice al árbitro: “Señor, lo siento, hice mal desde el principio,
realmente lo siento mucho. No sabía todo esto. Nadie me enseñó de este modo. Me
siento culpable y avergonzando de principio a fin. ¿Qué debo hacer ahora para
reconducir esto?” Paco sigue llorando –su corazón se ha derretido– Este es el
trabajo que hace este hombre de “magnífico espíritu”.
Si fueras pillado quebrantando una ley y
fueras llevado ante el tribunal, el juez preguntaría al policía: ¿Qué ha
pasado? El policía entonces contestaría: “Señor, a tal hora en tal lugar
encontré a este hombre borracho, rompiendo una ventana y robando. El juez
sentenciará: “cárcel durante seis meses” y el caso queda concluido. Pero
cualquier papanatas puede decir que este o aquel han hecho mal. Cualquiera
puede castigar a un malhechor, pero se requiere de alguien amable, que pueda
amar al malhechor. Jesús nos amó aún cuando podía habernos condenado a todos
al infierno. Sin embargo, de tal manera nos amó que murió por todos
nosotros, ¿acaso podemos mostrar nosotros ese amor por nuestro vecino de la
puerta de a lado? Esta es la clase de amor que este “arbitrador” tiene.
Ahora el arbitrador gira hacia mi –ya ha
acabado con Paco– quien ahora ya está dejando de llorar. “Mira Juan”, me dice a
mí, “tu hermano te dio el dinero. Podrías habérselo devuelto, incluso aunque
fuera dándole 10 céntimos por día. Pero no tenías intención de devolvérselo
¿verdad? Fuiste a él en una necesidad, y él te ayudó. Deberías estarle
agradecido, pero en lugar de eso, has provocado que se enfureciera. Si no
se hubiera enfurecido, no te habría golpeado. Has sido ingrato con él.
Supongamos que Paco se muriera, tendrías que pagar cada céntimo a Dios. No te
engañes, Dios no puede ser burlado, pues lo que cada uno siembra, eso mismo
recogerá.” El arbitrador, seguirá hablándome de este modo, mostrándome y
enseñándome en las escrituras, haciéndome ver cuán equivocadamente he actuado. Hará
que mi corazón igualmente se derrita, aun cuando esto le tome varias horas para
conseguirlo. Él no tiene prisa, tiene todo el tiempo del mundo.
Ahora ya estamos los dos llorando y
preguntando “¿qué podemos hacer?”
Ahora Juan, me dirá: ¿estás arrepentido?
“Sí Señor, mucho”
Entonces el arbitrador dirá “Paco agáchate y
besa los pies de Juan”, y Paco besará mis pies. Besar los pies es una costumbre
oriental la cual expresa no solo reconocer y confesar nuestra falta, sino el
deseo de reconciliarnos. Permíteme que lo repita, besar los pies significa dos
cosas, nuestra confesión de culpabilidad y nuestro deseo de reconciliarnos con
la persona que hemos dañado. Tal como dice en:
Lucas
7:36-39 Uno de los fariseos
rogó a Jesús que comiese con él. Y habiendo entrado en casa del fariseo, se
sentó a la mesa. Entonces una mujer de la ciudad, que era pecadora, al saber
que Jesús estaba a la mesa en casa del fariseo, trajo un frasco de alabastro
con perfume; y estando detrás de él a sus pies, llorando, comenzó a regar con
lágrimas sus pies, y los enjugaba con sus cabellos; y besaba sus pies, y los
ungía con el perfume. Cuando vio esto el fariseo que le había convidado, dijo
para sí: Este, si fuera profeta, conocería quién y qué clase de mujer es la que
le toca, que es pecadora.
Lucas 7: 44-48 Y vuelto a
la mujer, dijo a Simón: ¿Ves esta mujer? Entré en tu casa, y no me diste agua
para mis pies; mas ésta ha regado mis pies con lágrimas, y los ha enjugado con
sus cabellos. No me diste beso; mas ésta, desde que entré, no ha cesado de
besar mis pies. No ungiste mi cabeza con aceite; mas ésta ha ungido con
perfume mis pies. Por lo cual te digo que sus muchos pecados le son perdonados,
porque amó mucho; más aquel a quien se le perdona poco, poco ama. Y a ella le
dijo: Tus pecados te son perdonados.
Esta mujer no pidió perdón a Jesús, pero el
hecho de que besara sus pies [los de Jesucristo] significó que estaba pidiendo
que sus pecados le fueran perdonados. Así que besar los pies significa que
estamos reconociendo y confesando nuestros pecados. No tenemos que decir nada
con nuestros labios. Besar los pies también significa que deseamos
reconciliarnos con la persona con quien cometimos nuestra falta.
De modo que, Paco besaba mis pies pidiendo mi
perdón y no dejará de hacerlo hasta que yo le diga: “Te perdono”. Ahora
el arbitrador me pedirá a mí que me agache y bese los pies de Paco, tras
habernos demostrado y hecho ver que ambos dos actuamos mal. Ambos actuamos mal.
Y esta es la filosofía del mediador-arbitrador. Por tanto besaré los pies de
Paco hasta que él me diga: “Te perdono”.
Entonces el arbitrador nos trae algo de
comida que contenga sal y nos hará que mojemos los dos del mismo plato, para
que la compartamos y los dos comamos de esta comida sacramental. Con este pacto
de sal nos prometemos mutua y solemnemente que lo que pasó nunca más será
recordado. Ahora tenemos naturalezas nuevas, somos hermanos, donde nada malo
jamás ocurrió entre nosotros. Al igual que cuando los discípulos preguntaron a
Jesús, Señor, Mateo
26:22-23 Y
entristecidos en gran manera, comenzó cada uno de ellos a decirle: ¿Soy yo,
Señor? Entonces él respondiendo, dijo: El que mete la mano conmigo en el
plato, ése me va a entregar.
Una vez que metemos nuestra mano en el mismo
plato y comemos juntos, nunca más recordaremos el pasado. Lo olvidamos, queda
todo enterrado. Nos convertimos en nuevas criaturas, como si jamás hubiera
pasado cosa alguna entre nosotros.
Entonces el arbitrador me dirá: “Juan esto no
significa que no debas a Paco ese dinero, ¿sabes? Has sido perdonado y tu falta
ha sido borrada, pero sigues debiéndole ese dinero ¿Cuándo vas a devolvérselo?”
Entonces diré: “Bueno, se lo devolveré tan
pronto tenga un trabajo”
El arbitrador dirá: “¡uhm! eso puede que tome
algún tiempo y quiero ayudarte”. Así que el arbitrador saca dinero de su
cartera y entrega a Paco la cantidad que yo le debía. Entonces me dice: “ahora
ya olvidas la deuda. Yo la he pagado por ti y tú no me debes nada, quiero que
empieces desde cero para bien, de modo que ahora ya no debas nada a nadie.”
Y… Job dijo: Porque El [Dios] no es hombre
como yo, para que yo le responda, Y vengamos juntamente a
juicio. Dios está en el cielo y yo en la tierra. Dios es espíritu y yo soy
carne. Si Dios fuera un hombre podría llevarle ante los ancianos de las puertas
de la ciudad, o ante el arbitrador. Si la causa fuera entre hombres podría
llevarle ante cualquiera de las tres vías para juzgarle, pero Dios no es un
hombre. Tampoco existe un arbitrador entre nosotros quien ponga sus manos sobre
nuestros hombros. Lo que Job necesitaba era alguien que pusiera una mano sobre
Dios y otra sobre su propio hombro, pero Job no tenía este arbitrador, este
mediador. 3 No hay entre nosotros árbitro Que
ponga su mano sobre nosotros dos.
El árbitro que Job buscaba y no tuvo,
nosotros ahora sí lo tenemos en Cristo. Él es el árbitro para el mundo entero,
el mediador entre Dios y el hombre. Él es quien pagó la deuda para reconciliar
a todos con su Padre, con Dios, y a Él es a quien debemos toda nuestra gratitud
y a quien nos consagramos con íntima sumisión. Le amamos porque cuando nadie
pudo reconciliarnos con Dios, el Padre, mandó a Jesucristo para cumplirlo.
Nuestro árbitro celestial, nuestro Señor y Salvador. Jesucristo vino en el
tiempo justo y nos redimió de la muerte y del pecado.
¡Oh!, que el mundo y todas las almas cargadas
abandonen sus propios métodos y leyes de salvación y vuelvan sus ojos al
Redentor de toda la humanidad, al abogado para con el Padre, al árbitro, al
mediador, el unigénito hijo amado, que encuentren en él la paz y el descanso
que tanto anhelan y que jamás encontrarán en ningún otro lugar. La Palabra de
Dios nos dice: Y en ningún
otro hay salvación; porque no hay otro nombre bajo el cielo, dado a los
hombres, en que podamos ser salvos, Hechos
4:12. Solo
hay un nombre Jesucristo. Solo hay un Dios quien otorgó un nombre en quién y
por quién a su llamada, no solo perdona todas nuestras deudas, sino que nos
reconcilia con Dios, con el Padre, contra quien toda la humanidad pecó.
Jesucristo sigue llamándonos, diciendo: ¡ven
a mí, y te daré descanso! No necesitamos seguir buscando un árbitro, no tenemos
que seguir viviendo en tinieblas, en penumbras, en ignorancia. Sabemos que
Jesús está aquí y que podemos ser salvos volviéndonos a él. Depende de ti
amado, si vas a aceptar volverte al poderoso Salvador del mundo, al más
maravilloso árbitro y encontrar en él, todo lo que tu alma anhela. Dios te
bendiga. Buenas noches.
Por Bishop K.C. Pillai
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