Tu cuerpo escucha tus palabras: Activa tu autoridad sanadora ahora. De Kenneth Hagin

 


Ahora, escuchen atentamente, quiero que me escuchen con su espíritu, no solamente con sus oídos. Si la Palabra creó tu cuerpo, entonces la Palabra puede recrear tu cuerpo. No vienes de átomos aleatorios, no fuiste un accidente en el vientre de tu mamá. Fuiste creado por la Palabra hablada de Dios.

Juan 1:3 Todas las cosas por él fueron hechas, y sin él nada de lo que ha sido hecho, fue hecho.

Eso incluye tu sangre, incluye tus huesos, incluye tu cerebro, tus pulmones, tu piel, tus células, tus cromosomas y sí, tu ADN.

Tu cuerpo no vino de un laboratorio, vino de la Palabra esta Palabra sigue viva, y si te hizo una vez (bendito sea Dios), te puede hacer otra vez. Es posible que estés sentado ahí con un diagnóstico en una mano, y una receta en la otra. Pero lo único que puede hablar más fuerte que la enfermedad es la Palabra que te formó en primer lugar, ¿me escuchas?

Tu ADN no es tu señor, tus síntomas no son tu amo. Di conmigo: "Jesús es mi Señor y Su Palabra gobierna mi cuerpo”.

Ahora, al diablo no le importa que leas la Palabra, a él no le importa si cantas sobre ella o lloras sobre ella, pero se pone nervioso, quiero decir realmente nervioso cuando comienzas a hablarla. Porque cuando hablas la Palabra sobre tu cuerpo, tu cuerpo comienza a recordar de dónde viene.

El Salmo 139:15-16 nos dice que tu cuerpo no fue oculto de Dios. Él te vio antes de que nadie más lo hiciera, y escribió todos los detalles. Todas las partes de tu cuerpo fueron escritas en Su libro incluso antes de que ellas existieran. Eso significa que tu verdadera identidad, tu verdadera condición, tu verdadero estado no está en un informe de hospital está en un informe Celestial.

Proverbios 4:20-22 Hijo mío, está atento a mis palabras; Inclina tu oído a mis razones. No se aparten de tus ojos; Guárdalas en medio de tu corazón; Porque son vida a los que las hallan, y medicina a todo su cuerpo.

¿Qué significa esto? Significa que la Palabra es salud para tu cuerpo, no solo para tu espíritu, no solo para tu alma, no solo para tus emociones, la Palabra es medicina para tu cuerpo. Ahora, no permitas que el diablo te convenza de lo contrario, no dejes que algún predicador con muchos títulos y poca agudeza te convenza de no recibir sanidad divina. Dios dijo que Su Palabra es vida, y no mentía.

La palabra hebrea para “salud” en ese versículo es “marpe” y significa cura, remedio, medicina; y la palabra para “carne” es “basar” que literalmente significa “cuerpo, piel, músculo, tejido”, eso es tu cuerpo físico, amigo.

Si Dios dice que Su Palabra es medicina para tu cuerpo, y tú no la estás tomando, ¿entonces qué es lo que estás tomando? Lo he dicho antes y lo diré otra vez, no puedes tener una sobredosis de la Palabra. El único efecto secundario es integridad en cada parte de tu ser.

Di esto después de mí: “la Palabra de Dios está trabajando desde la coronilla de mi cabeza hasta la planta de mis pies”. Ahora, algunas personas dicen “hermano Hagin, intenté eso y no funcionó”. No, no se trata de intentarlo, se trata de creerla y hablarla hasta que tu cuerpo obedezca. Verás, tu cuerpo escucha. Tus células son sirvientes. Tu ADN no es un dictador, es alguien que responde y responde a las palabras. Palabras de miedo provocarán un mal funcionamiento, pero palabras de fe, las palabras de la Biblia cubiertas con la sangre de Cristo e inspiradas por el aliento del Espíritu, las palabras de Jesús haciendo eco, harán que tu cuerpo se alinee con el diseño del cielo.

Ahora, esta noche vamos a conocer a una mujer, su nombre es Clara, y el ADN de Clara le contó una historia diferente de lo que declaraba la Palabra de Dios. Pero Clara aprendió algo que la mayoría de la gente nunca aprende: que su boca era la clave de su milagro. Permítanme decirles qué fue lo que le pasó a ella. Ahora, antes de que caminemos con Clara en su viaje, antes de que veamos qué es lo que sucedió en su sangre y en sus huesos, tenemos que construir algo sólido bajo nuestros pies, porque no puedes caminar en el aire, no se puede construir la sanidad sobre la emoción, necesitas un fundamento y ese fundamento es la Palabra de Dios. Quiero que te quedes con esto en lo más profundo de tu espíritu: la sanidad no es una niebla mística que cae del Cielo, la sanidad es el derecho legal comprado con sangre para cada hijo de Dios, te pertenece a ti porque Jesús pagó por ello.

Tú puedes decir hermano Hagin, ¿dónde está eso en la Palabra? Permíteme mostrarte 1 Pedro 2:24

1 Pedro 2:24 quien llevó él mismo nuestros pecados en su cuerpo sobre el madero, para que nosotros, estando muertos a los pecados, vivamos a la justicia; y por cuya herida fuisteis sanados.

Ahora bien, no dice que podrías ser sanado, no dice un día podrías ser sanado, no, Él dijo que tú fuiste curado, ¿cuándo? Cuando Jesús llevó esas llagas.

2000 años atrás se logró tu sanidad. Tú dices, “bueno no me siento sanado”. Bueno, los sentimientos no cambian la Palabra, pero la Palabra cambiará tus sentimientos.

Vayamos a Romanos 8:11. Yo cito este versículo cada mañana antes de poner mis pies en el suelo:

Romanos 8:11 Y si el Espíritu de aquel que levantó de los muertos a Jesús mora en vosotros, el que levantó de los muertos a Cristo Jesús vivificará también vuestros cuerpos mortales por su Espíritu que mora en vosotros.

¿Qué significa esa palabra “vivificar”? Significa dar vida, energizar, restaurar función. ¡Gloria a Dios! No estamos hablando de tu cuerpo resucitado que tendrás algún día, estamos hablando de tu cuerpo mortal ahora mismo en el que estás sentado, aquel que puede tener dolor en las articulaciones, azúcar en la sangre, niebla en la mente, ese es a quién el Espíritu Santo quiere vivificar. Di conmigo: El Espíritu de Dios está vivificando mi cuerpo ahora.

Tomemos otros versículos, vayamos al Salmo 103:

Salmos 103:1-5

1Bendice, alma mía, a Jehová,

Y bendiga todo mi ser su santo nombre.

2 Bendice, alma mía, a Jehová,

Y no olvides ninguno de sus beneficios.

3 Él es quien perdona todas tus iniquidades,

El que sana todas tus dolencias;

4 El que rescata del hoyo tu vida,

El que te corona de favores y misericordias;

5 El que sacia de bien tu boca

De modo que te rejuvenezcas como el águila.

Ahora, déjame preguntarte, ¿cuántas enfermedades dijo Él que sana? ¡Todas!, ¿Cuántos pecados Él perdonó? ¡Todos! ¿Cuántas partes de tu cuerpo Él toca? ¡Todas! ¿Y viste esa última parte donde dice: “Él sacia de bien tu boca”? ahí es donde la sanidad comienza, en tu boca. Te lo voy a decir ahora mismo, si tu boca está llena de la Palabra, tu cuerpo no permanecerá lleno de enfermedad porque lo que está en tu boca eventualmente se desborda en cada parte de tu cuerpo.

Recuerdo una mujer que vino a mí después de una reunión una noche y me dijo: “hermano Hagin, necesito que me imponga las manos para sanidad”. La miré y dije “puedo hacer eso pero permítame preguntarle algo primero, ¿qué es lo que ha estado diciendo acerca de su cuerpo?” Ella miró hacia abajo y dijo: “bueno he estado diciendo que estoy empeorando”. Entonces le dije “no necesita mis manos, necesita su boca”. La sanidad no comienza con las manos, comienza con palabras. Las palabras son contenedores que llevan vida o muerte, que llevan fe o llevan miedo, llevan la Palabra o llevan el mundo, es por eso que Isaías 55:11 dice:

Isaías 55:11 así será mi palabra que sale de mi boca; no volverá a mí vacía, sino que hará lo que yo quiero, y será prosperada en aquello para que la envié.

Cuando la Palabra de Dios sale de tu boca no regresa vacía. Y el diablo lo sabe, es por eso que hará todo lo que pueda para callarte, para mantenerte callado, para hacerte creer que tus palabras no importan. Pero será mejor que me escuches, tu cuerpo está escuchando, tu sangre está escuchando, tu ADN está escuchando.

Déjame decirte esto claramente, la Palabra de Dios tiene autoridad sobre tu biología, no porque seas fuerte, no porque seas estridente, no porque seas perfecto, sino porque Jesús compró tu biología con Su sangre. Clara no sabía eso, ella estaba atrapada en la trampa del miedo. Su voz estaba llena de la confesión equivocada, pero algo estaba a punto de cambiar. Llegó el día en que sus palabras y su cuerpo entraron en una batalla, y sólo uno podía ganar. Déjame contarte qué pasó.

Quiero presentarles a una mujer llamada Clara Jennings. Clara era una buena mujer, ella era lo que llamamos una feligresa fiel, todos los domingos ella se sentaba en la tercera fila, en el frente, en el mismo asiento, con su misma Biblia, y la misma sonrisa. Ella servía en el equipo del hospital, horneaba el mejor pan de plátano de todo el estado, amaba a Jesús, cantaba himnos y diezmaba cada semana. Pero escúchenme ahora, ella era fiel, pero no estaba llena de fe. Hay una diferencia. Puedes asistir a la iglesia y aun así no saber cómo pelear la buena batalla de la fe, ¿puedes gritar amén? Aun así, puedes permitir que el diablo entre por tu puerta de la entrada, y se siente en tu sofá.

Un día Clara fue a un chequeo de rutina, solo para comprobar. Tenía algo de cansancio, un poco de niebla mental, algunos dolores musculares, nada serio o grave, o eso era lo que ella pensaba. El médico entró después de la prueba que le hicieron con una mirada en su cara, ya sabes, esa clase de mirada que dice: “no quiero decir esto, pero tengo que hacerlo”. Se sentó y dijo: “señora Jennings debo ser sincero, sus síntomas son parte de un problema mayor, detectamos una enfermedad genética rara transmitida en su sangre”. Ella parpadeó “¿quiere decir que está en mis genes?” “Sí, está en su ADN, siempre estuvo allí solamente esperando para despertar”. Ella salió de esa oficina no solo con un diagnóstico sino con una nueva identidad, y era la equivocada.

Ella comenzó a decirle a la gente: “bueno, ya saben eso viene de familia”. Ella le dijo a su esposo: “supongo que nací con esto”, ella miró a sus hijos y dijo: “mejor que ustedes también se hagan un chequeo, eso lo llevamos en la sangre”, y cada vez que lo decía no estaba simplemente informando, ella estaba reforzando, reforzando lo que el enemigo quería que ella creyera.

Verás, en el momento en que aceptas una mentira de tu identidad se convierte en una fortaleza. Clara creía en Dios, leía su Biblia, pero en su corazón ella también empezó a creer algo más. “Quizá simplemente así es como yo soy, quizá la sanidad no es para todos”. Sus amigos en la iglesia comenzaron a orar, a imponerle las manos, a enviarles tarjetas. Pero Clara comenzó a desvanecerse con dolor en las articulaciones, rigidez muscular, caída de cabello, no podía sostener más su taza de café sin temblar. Una noche, su hija adolescente entró en el dormitorio y la encontró sentada en la oscuridad susurrando. Se acercó más y escuchó a su mamá decir: “tal vez esta solo sea mi cruz que tengo que cargar, ¡oh, Señor, ayúdame!”

¡Nunca digas eso!, Jesús no dejó un pedacito de la cruz para que tú lo cargaras, Él no dijo “yo tomaré el pecado, tú toma la enfermedad”. Él no dijo “yo me quedo con la vergüenza, tú te quedas con el cáncer”. No, no, no, Él lo soportó todo para que tú pudieras caminar libre. Pero Clara no sabía eso, nunca se le había enseñado que la sanidad era suya.

Ahora, esa redención que Jesús hizo disponible, no fue solo espiritual, fue física. El cuerpo de Clara, su boca, su mente, todo se sometió a un veredicto falso.

Déjame decirte algo, el diablo ama la ignorancia y Clara, aunque era sincera estaba desarmada. La Biblia dice en Oseas 4:6: mi pueblo fue destruido porque le faltó conocimiento. No dice que la gente de Dios sea destruida porque el diablo es fuerte, no dice que la gente de Dios sea destruida porque la enfermedad es rara, dice que ellos son destruidos porque no saben. Y si no sabes lo que la Palabra de Dios dice sobre tu cuerpo, tu cuerpo creerá lo que el mundo dice sobre él. Pero gracias a Dios que Clara no había terminado, porque el Cielo estaba a punto de interrumpir su dolor. Jesús estaba a punto de enviar un mensajero y un sueño, sí un sueño divino que cambiaría su lenguaje, y su lenguaje cambiaría su vida.

Déjame contarte lo que pasó después. Ahora, recuerda que Clara recibió el diagnóstico, ella escuchó las palabras en los labios del médico: Está en tu ADN. Y esa sola oración, esa sola frase llegó a ser su confesión. Ella comenzó a decirlo como si fuera la Escritura: “yo nací con eso, es algo que viene de familia, es solo cuestión de tiempo”. No te pierdas esto, ella convirtió una opinión médica en una verdad espiritual. Y su cuerpo, oh su cuerpo, escuchó. Porque tu cuerpo está entrenado para obedecer todo lo que sale de tu boca consistentemente, y Clara no sabía eso. La Palabra de Dios dice en Proverbios 18:21: la vida y la muerte están en poder de la lengua y el que la ama comerá de sus frutos.

Y ella estaba comiendo de ese fruto, y era amargo. Cada vez que ella hablaba enfermedad, su cuerpo obedecía. Cada vez que ella decía decadencia, sus células decían “sí señora”, cada vez que ella decía esto está empeorando, su sistema inmunológico tomaba la orden. Quiero que me escuches esta noche, tu boca es un termostato no un termómetro. No solo describe la temperatura, la establece.

Un día Clara se sentó en el sofá de la sala de estar tratando de sostener una taza de café, su mano temblaba tanto que derramó la mitad de la taza en su regazo, ella miró la mancha y susurró, “esta cosa se está apoderando de mí”. Su esposo Tom, un hombre dulce y trabajador, vino y le secó suavemente el regazo con una toalla, “tal vez deberías descansar más”, dijo él. El descanso no ayudó, la medicación no ayudó, las oraciones en el altar parecían no ayudar, y fue entonces cuando el enemigo apareció sigilosamente con su mentira más antigua.

“¿Ves? esta debe ser tu cruz para cargar, quizá Dios está tratando de enseñarte algo”. Cuántos creyentes se han tragado esta mentira venenosa. Pero déjame decirte amigo, Jesús no enseñó a las multitudes con enfermedad, les enseñó con la Palabra. Él no dijo “vengan a mí todos los que están trabajados y les voy a dar artritis”, Él dijo “yo les haré descansar”. Pero Clara no había escuchado esa clase de predicación, ella escuchó sermones acerca de resistencia, paciencia, sufrimiento, pero no sobre victoria, no sobre sanidad completada con sangre, ni sobre autoridad divina sobre el cuerpo físico. Así que su fe no tenía dirección, su boca no tenía confesión y su cuerpo no tenía motivos para recuperarse. Unas semanas más tarde el médico volvió a llamar, “Señora Jennings, su recuento de glóbulos blancos está bajando rápidamente, necesitamos prepararnos para la siguiente etapa”. Ella asintió en silencio y le rodaron las lágrimas. Después de la llamada se dirigió al espejo y miró su cara pálida, delgada, con el pelo cayéndose alrededor de las sienes, los dedos temblorosos. Ella susurró algo y rompió el corazón del Padre, “quizás así es como debe ser”. “¡No Clara, no hija, así no es como debe ser!”. Pero el cielo no anula tu voz, el espíritu no grita sobre tu confesión. La declaración de Clara no fue solo física, era verbal. Ella estaba creando su propio resultado con un guion escrito por el diablo. Pero, ¿no te alegra que la gracia interviniera cuando la ignorancia estaba hablando? ¿No te alegra que Dios no nos deje en la oscuridad incluso cuando somos nosotros mismos los que bajamos las persianas?

Porque aquella noche en que Clara se quedó dormida con un frasco de pastillas al lado de la cama y su corazón lleno de desesperación, el Cielo envió una visita.

La palabra dice en Job 33:14-16:

14 Sin embargo, en una o en dos maneras habla Dios;

Pero el hombre no entiende.

15 Por sueño, en visión nocturna,

Cuando el sueño cae sobre los hombres,

Cuando se adormecen sobre el lecho,

16 Entonces revela al oído de los hombres,

Y les señala su consejo,

Clara estaba a punto de recibir instrucción, no de un predicador, ni de un médico, ni de un terapeuta, sino de la boca del Señor. Y en ese sueño, su cuerpo escuchó. Déjenme decirles lo que ella vio. Clara yacía en su cama agotada por otro día de debilidad, su cuerpo le dolía, su alma estaba entumecida, su fe en silencio. Pero el Cielo no estaba en silencio.

Esa noche Clara soñó, pero no era como las sombras y los recuerdos a medias de siempre. No, este sueño tenía peso, tenía voz, tenía presencia.

Se encontró a sí misma de pie en lo que parecía una habitación de hospital, pero una que nunca había visto antes. Las paredes brillaban, no con bombillas sino con una especie de calidez, una presencia. Y sobre una mesa frente a ella había un libro, un gran libro antiguo y viviente. Se acercó. Las letras se movían en las páginas como fuego envuelto en oro. No podía leerlas, no todavía. Pero la trajeron hacia adelante, entonces escuchó la voz. No era fuerte, pero la estremeció profundamente como un susurro que resonó a través de la eternidad. “Lo que tú digas lo sellaré en tus células”. Ella miró alrededor, “¿Quién dijo eso?” De nuevo vino la voz, “lo que digas, lo que hables, lo sellaré en tus células”. Ella miró hacia abajo a sus manos y vio que brillaban, sus venas eran como hilos de luz, su piel estaba sana y sus articulaciones intactas.

Y entonces enfrente de ella el libro pasó una página y en él estaba escritas las palabras del Salmo 107: 20 Envió Su Palabra y los sanó, y los libró de su ruina. Ella lo susurró, y luego más fuerte esta vez, “Él envió Su Palabra y me sanó”, y mientras lo decía algo en la habitación cambió, el libro se levantó y se movió, sí, flotó y se acercó hacia su pecho, ella jadeó, lo apretó contra ella y al hacerlo las palabras entraron en su cuerpo, su columna vertebral se enderezó, su respiración se profundizó y en ese momento ella comprendió algo que años de iglesia nunca le habían enseñado: “Mi sanidad no espera en el Cielo, espera en mi boca”. Se despertó de repente, se sentó erguida en la cama jadeando con lágrimas que rodaban por su cara, sus manos temblaban, pero no de enfermedad sino de gloria. Agarró su Biblia de mesita de noche y la abrió en los Salmos, la página cayó en Salmo 103:3 Él es quien perdona todas tus iniquidades, El que sana todas tus dolencias, y ella no solo lo leyó, lo gritó. “Tú sanas todas mis enfermedades, Tú las sanas todas”. Su esposo se despertó sobresaltado. “Clara ¿qué te pasa? ¿estás bien?” se giró hacia él con una cara como la de Moisés bajando de la montaña. Ella dijo: “lo que diga, Él lo sellará en mis células”, Tom parpadeó, “¿Qué significa eso?” ...ella señaló su boca “Aquí, aquí es donde comienza la sanidad”. Esa mañana Clara hizo algo que nunca había hecho antes, no esperó a que el dolor pasara, no miró las manos a ver si temblaban. Se paró enfrente del espejo y comenzó a hablar: “yo no soy maldecida, no estoy atada, yo no soy propiedad de la genética, yo soy una propiedad comprada con sangre. Mi cuerpo es un templo, mi ADN no es mi identidad, la Palabra sí lo es. Cada célula, cada tejido, cada línea de código ahora se alinea con el Cielo”.

Y déjenme decirles algo amigos, cuando el diablo escucha ese tipo de discurso sabe que ha sido desalojado. Verán, Clara no solamente tuvo un sueño, ella tuvo una revelación de que su cuerpo no tenía la final autoridad, que sus células no eran soberanas, que su linaje no era más poderoso que la sangre de Jesús. Y esa revelación se convertiría en su arma diaria, porque mientras la sanidad es un don, la sanidad entera es una confesión . Tienes que hablar para llegar a un acuerdo con Dios. Tienes que decir lo que Él dice sin importar lo que grita el espejo o que el dolor insista. Y eso es exactamente lo que Clara comenzó a hacer.

Déjame decirte cómo la Palabra comenzó a obrar en su cuerpo. Ahora escúchame, Clara no saltó de la cama la siguiente mañana y corrió un maratón. Muchas sanidades no empiezan con fuegos artificiales, algunas veces comienza con un susurro. Algunas veces comienza contigo mismo arrastrándote hasta el borde de la cama, levantando las manos temblorosas y diciendo “yo creo y recibo”. Eso es lo que Clara hizo, abrió su Biblia y comenzó a leerla en voz alta, lenta y deliberadamente leyó el Salmo 103:

Salmo 103:1-5

Bendice, alma mía, a Jehová,

Y bendiga todo mi ser su santo nombre.

Bendice, alma mía, a Jehová,

Y no olvides ninguno de sus beneficios.

Él es quien perdona todas tus iniquidades,

El que sana todas tus dolencias;

El que rescata del hoyo tu vida,

El que te corona de favores y misericordias;

El que sacia de bien tu boca

De modo que te rejuvenezcas como el águila.

Ella hizo una pausa, lo susurró otra vez y luego lo leyó más fuerte. Para la tercera vez, su voz era firme. La cuarta vez, su cuerpo dejó de temblar; y para la quinta ella caminaba por toda la casa repitiéndolo en cada habitación:

“No estoy muriendo aquí, no le voy a dar un hogar a esta enfermedad. Esta casa pertenece al que ha sido sanado, este cuerpo le pertenece al Señor”. Déjame decirte qué ocurrió después. Clara se topó con un viejo sermón esa noche mientras buscaba meditaciones para dormir, pero en lugar de los sonidos de la lluvia o las olas del mar, hizo un clic en un mensaje que decía: “La confesión crea realidad” de Kenneth Hagin. Ella escuchó el mensaje, escuchó la voz firme, mesurada, llena de fuego y ternura al mismo tiempo y escuchó algo que nunca había oído en 30 años de asistencia el domingo: “Tu cuerpo escucha tus palabras, tu sanidad comienza en tu boca. Si dices que estás enferma estás invitando a la enfermedad a quedarse, si dices lo que Dios dice, la estás echando a la calle”. Ella se incorporó a la cama y la voz del hermano Hagin dijo: “dilo ahora mismo: “estoy sano, estoy completo, tengo lo que Dios dice que tengo, soy lo que Dios dice que soy”.

Entonces ella lo dijo en voz alta: “estoy sanada, estoy completa, tengo lo que Dios dice que tengo, yo soy lo que Dios dice que soy”. Y a la siguiente mañana escribió su propia lista. No una lista de cosas por hacer, no una lista del supermercado, sino una lista de confesiones. Ella escribió en la parte superior “mi cuerpo obedece la Palabra”. Debajo escribió: “mis células obedecen a la Palabra de Dios. Mi ADN es redimido por la sangre, mi sistema inmune escucha al Cielo, mis nervios se están alineando con mi espíritu, mis órganos fueron creados por la Palabra y responden a la Palabra. Mi sangre lleva vida, no enfermedad. Mi juventud se renueva como la de las águilas, no estoy sujeta a patrones hereditarios, me rigen las promesas divinas”.

Cada día se paró frente al espejo y lo decía en voz alta. Al principio nada cambió, el enemigo le susurró: “¿ves? Son solo palabras, todavía estás débil, tus articulaciones todavía te duelen”, pero ella recordó la voz en el sueño: “lo que digas lo sellaré en tus células”.

Así que ella siguió hablando, porque la fe no habla cuando ve resultados. La fe habla hasta que ve resultados. Déjame decirlo otra vez, quizá quieres escribirlo: “La fe no habla porque ve resultados, la fe habla hasta que ve resultados”.

Clara finalmente había tomado su espada, y su cuerpo, lento como parecía, comenzó a obedecer. Empezó poco a poco, un poco más de energía por la mañana, menos temblores, una mente más aguda. Pero no se calló ni se detuvo, ¡no!, ella siguió adelante con fuerza, porque una vez que pruebas esa primera gota de restauración quieres todo el río. Déjame mostrarte cómo su confesión comenzó a cambiar no solo su cuerpo, sino su biología.

Ahora, quiero que escuches, pon atención, porque aquí mismo, aquí es donde el milagro llegó a existir. Clara había confesado por días, hablando Escrituras como medicina. Tres veces en la mañana, mediodía y noche. No tenía un coro detrás de ella, no tenía una fila de oración, ni aceite en la frente. Solo una Biblia, una voz y una decisión.

Una mañana se paró frente al espejo del baño con la bata colgando suelta sobre sus frágiles hombros, se miró a los ojos y dijo algo que nunca había dicho antes ni en la iglesia, ni a su esposo, ni siquiera a sí misma: “me perdono a mí misma por creer más en la enfermedad que en las Escrituras”. Y ahí mismo algo se rompió. Se llevó la mano a su pecho y dijo “cuerpo, no te lo estoy pidiendo, te estoy ordenando, alinéate con la Palabra”, y señaló su mano todavía débil, todavía temblorosa y dijo: “nervios, escuchen el nombre de Jesús, ustedes no tienen la autoridad aquí, la Palabra la tiene, y la Palabra dice que yo he sido curada”. Luego puso su mano en su estómago y dijo: “sistema digestivo, sé que estás cansado, sé que el informe dice que te estás apagando, pero yo tengo otro informe: Isaías 53:5 y lo estoy leyendo sobre ti ahora, por sus llagas yo he sido curada”.

Ella hizo esto cada día, no con desesperación, sino con autoridad. Clara ya no estaba más rogándole a Dios, ella estaba haciendo cumplir lo que Dios había dicho. Esto es lo que la mayoría de los cristianos pasan por alto. Creen que la fe es clamar más fuerte, pero la fe no llora, no ruega. La fe ordena.

Ahora escúcheme, la fe no niega los síntomas, pero les niega el derecho a permanecer. Déjame decirlo otra vez “la fe no niega los síntomas, la fe les niega el derecho a permanecer”.

La hija de Clara, Megan, pasaba por el pasillo una mañana y escuchó a su mamá hablar, “estará ella en el teléfono”, pensó Megan. Se asomó a la habitación y se quedó paralizada. Ahí estaba su madre de pie en medio del dormitorio, con los ojos cerrados y la mano sobre su corazón diciendo: “ADN escúchame, tú le perteneces a Dios, no te está permitido fallar o revelarte, te ordeno que regreses al orden del Edén, regresa al diseño del Cielo, alinéate con la sangre de Jesús”. La boca de Megan estaba abierta de par en par, más tarde esa noche dijo “mamá ¿con quién estabas hablando?”, Clara sonrió, “con mi cuerpo”. Megan parpadeó, “¿con tu cuerpo?”, “Así es, el hermano Hagin dijo que mi cuerpo escucha palabras, así que le estoy dando nuevas palabras”, Megan no lo entendió, no todavía, pero sabía que algo era diferente. Su mamá ya no estaba cojeando como solía hacer antes, sus ojos brillaban más, sus palabras eran más agudas, su risa había regresado.

Ahora bien, no estoy aquí para predicar cuentos de hadas, no les estoy diciendo que Clara flotó por la cocina y le salieron alas de ángel. Pero les voy a decir esto: su cuerpo comenzó a obedecer a su voz. Porque su voz estaba llena de la Palabra, y la Palabra nunca regresa vacía. Di esto conmigo: “mi cuerpo no está a cargo, mi Dios lo está. Mi ADN escucha a Jesús. El mismo espíritu que resucitó a Cristo de entre los muertos está vivificando mi cuerpo mortal ahora, ¡gloria a Dios!”. Clara no estaba tratando de convencerse más a sí misma, estaba declarando la verdad, y la verdad no necesita permiso, requiere autoridad.

Su médico aún no lo sabía, pero su confesión ya se había hecho antes de la siguiente cita. ¿Quieres saber lo que la Palabra hizo después? Déjenme mostrarles cómo el Espíritu comenzó a transformar su sistema entero desde dentro hacia fuera. Ahora, escuchen con atención, porque lo que sucedió después no empezó con fuegos artificiales, pero terminó con un fuego poderoso.

Clara confesaba la Palabra a diario, hacía declaraciones por las mañanas, decretos por las tardes, escrituras en el refrigerador, versículos de sanidad pegados en el espejo, notas adhesivas en el tablero. Incluso se grabó a sí misma leyendo la Palabra, y la ponía mientras dormía. Ella ya no estaba solo leyendo la Palabra, sino que estaba viviendo en ella, y algo comenzó a cambiar. Sus articulaciones, las que antes estaban trabadas con dolor, comenzaron a aflojarse. Sus manos antes encorvadas por la rigidez comenzaron a estirarse, no instantáneamente, ni mágicamente pero progresivamente.

Esta es una palabra que alguien necesita oír esta noche, la sanidad progresiva sigue siendo sanidad divina. Damos gracias a Dios por los milagros instantáneos, pero algunas sanidades vienen en oleadas. Primero el dolor disminuye, luego el movimiento regresa, luego la fuerza aumenta. La sanidad de Clara llegó en estas oleadas.

Una tarde ella caminó hasta el buzón del correo sin dolor, la primera vez en todo un año. Su vecina la miró y le dijo “¡mírate!”, Clara sonrió y dijo “la Palabra está caminando conmigo”. Otro día, cocinó la cena sin dejar caer un solo utensilio. Su hija le dijo “mamá, ya no están temblando tus manos”. Clara sonrió y dijo: “ahora escuchan a Jesús". Ahora no se pierdan esto, la sanidad no solo afectó el cuerpo de Clara, comenzó a reconstruir su identidad. Antes del diagnóstico, Clara siempre se había visto a través de la lente de la limitación. Era solo una mamá, solo una mujer, con una familia disfuncional, solo alguien que cantaba en el coro. Pero la Palabra cambió su espejo, ella comenzó a ver lo que Santiago 1:25 dice sobre la perfecta ley de la libertad.

 Santiago 1:25 Mas el que mira atentamente en la perfecta ley, la de la libertad, y persevera en ella, no siendo oidor olvidadizo, sino hacedor de la obra, este será bienaventurado en lo que hace.

Ella ya no estaba solo leyendo Escrituras de sanidad, sino que se veía a sí misma dentro de ellas. Y cuanto más se veía a ella misma en la Palabra, menos se veía en la enfermedad, y lo más que se veía a sí misma en la Palabra, lo menos que se veía a sí misma en la enfermedad. Eso es lo que pasa cuando tu confesión comienza a arder. Tu identidad se recupera.

Una noche, Clara se paró frente al espejo de nuevo, y esta vez ella no se veía más cansada, no se veía triste, ella se veía fuerte y dijo en voz alta: “yo no soy una enferma intentando sanar, yo soy una mujer sana que se para firme contra enfermedad”. Se pasó los dedos por su cabello que había comenzado a crecer de nuevo y dijo con denuedo “tú no eres tu historia, tú eres una nueva creación”.

Ahora escúchenme iglesia, Clara no llegó a ser una nueva persona a causa de la medicina, llegó a ser una nueva persona porque la Palabra reprogramó su sistema. Eso es lo que Romanos 12:2 significa cuando dice “sé transformado por la renovación de nuestro entendimiento”. La palabra griega para transformados es “metamorfo” de donde viene la palabra “metamorfosis”. Es lo que le sucede a una oruga cuando se convierte en una mariposa. No es solo un cambio, es una estructura completamente nueva. Eso es lo que le ocurrió a Clara, lo más declaraba la Palabra, lo más reescribía el guion. Las células que una vez se arrodillaron ante una maldición, ahora respondieron al pacto.

Y aunque no supo el momento exacto en que se produjo el cambio, la prueba se estaba imprimiendo, porque su próxima visita al médico, dejaría al mundo médico sin palabras. Déjame contarte qué fue lo que sucedió cuando fue a su tomografía final. El día había llegado, Clara entró en esa clínica no como una paciente sino como una mujer en una misión. Con su cabeza en lo alto, su Biblia en la mano, su confesión en la boca. La enfermera le dijo, “Señora Jennings, ¿está de vuelta tan pronto?”. Clara sonrío, “así es señora, solo estoy aquí para confirmar lo que el Cielo ya me dijo”. Se rieron cortésmente, pero Clara no estaba bromeando. Ella se sentó en la sala de espera mientras preparaban la tomografía.

Los demás pacientes se quedaron mirando, a ella no le importó. Ella estaba repasando su lista: “Cada célula obedece a la Palabra, mi sistema inmunológico funciona perfectamente, por Su llaga he sido curada, este cuerpo le pertenece al Señor”. El técnico la acompañó de regreso para realizarse la tomografía. “Simplemente respire normalmente” le pidió. Ella susurró “estoy respirando con poder de resurrección”.

Pocas horas después el médico entró a la sala de consulta con las historias clínicas en la mano. La misma sala, el mismo hombre. Pero esta vez él no estaba preocupado, parecía confundido. Parpadeó, se aclaró la garganta, miró la carpeta como si le hubieran mentido. Luego levantó la vista y dijo: “Señora Jennings necesito preguntarle ¿qué es lo que ha estado haciendo?” Clara se inclinó hacia adelante tranquila y sonriente, “hablando”. Él frunció el ceño, “¿hablando?” Sí, dijo ella, “hablándole a mi cuerpo, hablando la Palabra de Dios, diciendo la verdad más fuerte que los síntomas". Él abrió la carpeta y le dio la vuelta, “mire esto”, dijo señalando la tomografía, “donde había deterioro ahora algo está creciendo de nuevo, donde su sistema inmunitario estaba atacando su cuerpo, ahora está en perfecto equilibrio” y aquí se detuvo tocando el informe. “El análisis de sangre… no sé cómo decir esto”, Clara sonrió, él dijo “no hay ningún rastro de la afección, no solo no está latente, ha desaparecido”. Se sentó desconcertado. “Lo comprobamos tres veces, lo comparamos con sus anteriores tomografías. Es como si su ADN se hubiera invertido y se hubiera reparado a sí mismo”. Levantó la vista lentamente y preguntó “¿qué es lo que dice que ha estado haciendo?” Ella sonrió, se inclinó hacia delante y dijo con denuedo: “he estado diciendo lo que Dios ya dijo”.

Se quedó mirando en silencio y Clara dijo: “doctor, yo cambié la receta, empecé a hablar las Escrituras”. Ahora no se pierdan esta parte, cuando se levantó para irse él la detuvo, “espere” le dijo, “¿quiere decir que esto pueden hacerlo otros también?” Ella se dio la vuelta con la Biblia en su mano y dijo “la Palabra funciona para cualquiera que la crea y la diga”. Y con eso Clara salió no solo sana sino comisionada, porque cuando Dios te sana no solo te restaura, te destina, no solamente te devuelve la vida, te da una voz.

Clara sabía que su historia no era solo para ella, era para cualquiera cuyo cuerpo le había estado mintiendo, para cualquiera que crea que su ADN es más fuerte que su destino, cualquiera que haya creído más el informe del hombre que el informe de Dios.

Amigo mío, ese puedes ser tú esta noche. Puedes estar ahí sentado con dolor en tus huesos o con debilidad en tu estómago, puede que los médicos hayan dicho que no hay forma de salir de eso, tal vez tu familia ha luchado contra la misma enfermedad durante generaciones, pero déjame decirte algo, la maldición podría correr por tu familia, pero deja de correr en el momento que toca la sangre de Cristo. Déjame mostrarte cómo activar esa sanidad con tu boca ahora mismo.

No solamente te quedes sentado ahí y digas “bueno, alabado sea Dios por Clara”. No, no, este no es solo su testimonio, esta es tu invitación. No necesitas esperar un sueño, no necesitas esperar a un predicador que imponga las manos sobre ti, no necesitas esperar a sentir la piel de gallina corriendo por tu espalda, tienes la misma Palabra, el mismo Espíritu, el mismo poder y la misma boca. La Palabra está en tu boca ahora mismo. Romanos dice: cerca de ti está la palabra en tu boca y en tu corazón, esa es la Palabra de fe que predicamos. ¿Quieres sanidad? ¿Quieres restauración? ¿Quieres que tu cuerpo obedezca al Cielo? Entonces abre tu boca y habla la Palabra conmigo. No voy a gritar, no voy a suplicar, pero te guiaré en una confesión del Espíritu Santo que sacudirá tu ADN, y le recordará a tu cuerpo quién está a cargo. Ahora di esto en voz alta, no mentalmente, no en un susurro, en voz alta. Confiesa tu sanidad con autoridad, repite después de mí:

Padre te doy gracias porque tu Palabra es salud para todo mi cuerpo, yo no soy un enfermo que está intentando ser sanado, yo soy alguien sanado resistiendo la enfermedad, mi ADN escucha la voz del Señor. Mi cuerpo fue hecho por la Palabra y es sostenido por la Palabra. Cada célula, cada tejido, cada sistema se alinea con el divino orden. Rechazo maldiciones hereditarias y recibo las promesas del Pacto, la sangre de Jesús habla más fuerte que mi historia familiar. El mismo Espíritu que resucitó a Cristo de entre los muertos, vive en mí, y está vivificando mi cuerpo mortal ahora. Declaro que soy sano, que estoy entero, que soy libre.

Ahora haz una pausa, respira y mientras tu espíritu recibe estas palabras. Algunos de ustedes no sienten nada ahora mismo, está bien, no nos guiamos por sentimientos, nos guiamos por fe. Caminamos por fe, no por vista. Hablamos por fe, no por síntomas. Vivimos por la Palabra, no por el informe médico.

Ahora, no dices esto solamente una vez, la fe no es un evento, es un estilo de vida. Lo dices esta noche, lo dices mañana, lo dices hasta que tu lengua lo aprenda de memoria. Lo dices hasta que tu cuerpo obedezca. Puede que te despiertes con dolor, pero tú dices: “cuerpo, tú estás curado”. Puede que veas otro informe, pero tú di: “Jesús ya me dio Su reporte”.

Puede que escuches dudas en tu mente, pero tú di “mi mente pertenece a Cristo, calla en el nombre de Jesús”. Hablas hasta que los síntomas no tengan dónde vivir. Déjame decirte algo, sí Clara pudo hablar palabras de vida hasta ser sana, tú también puedes. Si Jesús sacó a Lázaro de la tumba, tú puedes hablar sanidad a tus tejidos, a tu columna vertebral, a tu sangre. Tu ADN no tiene la última palabra. La Palabra tiene la última palabra y cuando tú dices lo que el Cielo dice, la tierra, incluyendo tu cuerpo, no tiene elección sino obedecer. Así que esta noche te dejo con este último encargo: no esperes un milagro, háblalo. No esperes un sentimiento, dilo, no esperes pruebas, háblalas. Porque cuando la Palabra está en tu boca, tu ADN no tendrá elección sino obedecer.

 Que Dios te bendiga y repítelo mañana.



Mi inmensa gratitud a Micaela Pertini por su colaboración con la corrección de este documento.

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