Donaciones
Fuera de México:

Check out with PayPal

ORIENTALISMO: MUERTE Y SEPULTURA Por Bishop Pillai


Del libro "Luz a través de una ventana Oriental"
 Traducción al español por Juan Luis Molina
Con la colaboración de
Claudia Juárez Garbalena 


 Capítulo 5


Muerte y Sepultura

El entierro o sepultura de los muertos en el Oriente no es ni por sombras un asunto tan costoso como lo es en el Occidente. Los orientales están convencidos de que una vez que la vida de alma ha salido del cuerpo, no es necesario gastar dinero de esa manera con el entierro del cuerpo.
Un entierro típico oriental se encuentra registrado en el capítulo doce del libro de Eclesiastés. Este es el capítulo que comienza así:
Acuérdate de tu Creador en los días de tu juventud, antes que vengan los días malos, y lleguen los años de los cuales digas: No tengo en ellos contentamiento.
La mayor parte del resto del capítulo es una continuación de esta misma idea, describiendo la vejez y la muerte:
Antes que se oscurezca el sol, y la luz, y la luna y las estrellas, y vuelvan las nubes tras la lluvia:
Cuando temblarán los guardas de la casa, y se encorvarán los hombres fuertes, y cesarán las muelas porque han disminuido, y se oscurecerán los que miran por las ventanas (los ojos).
Y las puertas de afuera se cerrarán (los oídos) por lo bajo del ruido de la muela (del molino, con poco grano por moler para comer); cuando se levantará la voz del ave (hasta el ruido de un pájaro le causa temor y le aflige), y todas las hijas del canto serán abatidas (su voz apagándose, ya no es fuerte como era antes).
Cuando también temerán de lo que es alto (miedo de caer de lugares altos), y habrá terrores en el camino; y florecerá el almendro (la flor del almendro es blanca y el almendró luce como la cabeza llena de canas del anciano) y la langosta será una carga, y se perderá el apetito; porque el hombre va a su morada eterna (sepultura), y los endechadores andarán alrededor por las calles.
Los endechadores andarán por las calles es realmente una buena descripción, una vez que toda la ciudad sale fuera detrás del funeral que se está realizando. Los orientales piensan que le están haciendo un servicio a Dios participando en el entierro; hasta los príncipes estarán presentes en el funeral de un mendigo de su ciudad por esta razón. Jesús dijo, “Sígueme,” y el hombre joven le respondió, “Señor, deja que primero entierre a mi padre” (Mateo 8:21). (Esta expresión es muy antigua y significa: mi padre es muy anciano y no sé cuando se va a morir; déjame primero que lo entierre antes de ir contigo.) Y Jesús le contestó, “Deja que los muertos entierren a sus muertos” (Mateo 8:22). Esta es una mala interpretación del idioma oriental que debería haber sido traducida: “Deja que los de la ciudad se encarguen de eso,” lo cual hace mucho sentido cuando sabemos que toda la ciudad participa de esa manera en los funerales.
Al cuerpo se le viste con las mejores ropas que la persona poseía: si es una mujer, se le viste su vestido de boda; si es un obispo, se le entierra con sus indumentarias y así sucesivamente. El cuerpo se coloca en una camilla tipo féretro  (también denominada Rueda) para ser transportado hasta el cementerio. Hay varios portadores de féretros, y a lo largo del camino existen varios puntos donde se relevan del peso hasta el cementerio. Este es el origen del dictado: “Pon tu hombro al ataúd.”
El hijo mayor es de gran importancia en el entierro. Si un hombre no tiene ningún hijo, él antes de su muerte adopta uno con ese propósito. Este hijo lleva consigo un cuenco de barro dorado por fuera y lleno de carbón encendido en su interior. Esta vasija es quebrada por el hijo a la cabecera de la tumba simbolizando la separación del alma del cuerpo.
La única mujer que puede acompañar al cuerpo es la esposa, si es que la tiene, porque tiene que depositar en la tumba el cordón de plata que recibió cuando era novia y a dejarlo allí junto con el cuerpo. (Pablo dijo, “si una mujer se separa de su marido…”) Ella debe entonces partir inmediatamente, porque los hombres que han ido transportando el féretro deben ir hasta la fuente del cementerio y lavarse. Los objetos empleados como las vasijas que lavaron al cuerpo deben ser quebrados para que la contaminación asociada con la persona fallecida no se propague. Las mujeres se lavan en sus casas, y lavan también toda la casa, juntando las ropas del fallecido y quemándolas.
Con estas pocas palabras de explicación, entenderemos bien el siguiente versículo:
Antes que la cadena de plata se quiebre, y se quiebre el cuenco de oro, y el cántaro se quiebre junto a la fuente, y la rueda sea rota sobre el pozo.
Y la frase que cierra este pensamiento:
Y el polvo vuelva a la tierra, como era, y el espíritu vuelva a Dios que lo dio.
A mí me parece que los hindús saben cómo pasar por la muerte de una manera mucho más sencilla que muchos cristianos. El hindú cree que la muerte es como mudar de vestuario, y que cuando él muere, él recibirá inmediatamente un nuevo cuerpo. Un hindú parece que tiene una premonición en saber cuando va a morir, así que se viste de sus mejores atuendos, se recuesta en su cama y llama a los familiares para darles una bendición final. El Libro Sagrado se trae en su presencia entonces y se lee algún pasaje apropiado para la ocasión. Entonces después levanta su mano en señal de bendición y fallece. Es el honor y el deber del hijo mayor  cerrar sus ojos. En Génesis 46:4 encontramos la promesa de Dios a Jacob diciéndole: Yo descenderé contigo a Egipto, y yo también te haré volver; y la mano de José cerrará tus ojos.” El hijo que le cierra sus ojos al padre es aquel que heredará su lugar en la familia. Algunas veces, sin embargo, el padre designa al heredero solo a la hora de su muerte. Esto se lleva a cabo colocando una túnica o manto sobre el hijo y depositándole las llaves de la casa de familia con un cordel sobre sus hombros. Sin duda alguna este era el significado de la túnica que José vestía, y que enfureció tanto a sus hermanos mayores. Una referencia posterior a la llave sobre los hombros podemos encontrarla en Isaías 22:22: “Y pondré la llave de la casa de David sobre su hombro…) hablando, claro está, de Cristo que recibió la llave de manos de su Padre celestial.
No sería posible disertar sobre la muerte y la Biblia sin incluir algunos aspectos sobre la muerte más importante y significativa en la historia de la humanidad, la crucifixión de Cristo. Me gustaría mencionar solamente unas pocas ideas.
En primer lugar, ¿Sería Jesús quien cargó su propia cruz o fue cargada por Simón de Cirene? Uno de los escritores, Juan, nos da la primera de las hipótesis: los otros tres dicen que la segunda. ¿Quién tiene razón? Yo estoy convencido de que todos la tienen, debido a una costumbre oriental: de colocar una pequeña cruz alrededor del cuello del condenado en señal de culpabilidad. Esta fue la cruz que Jesús cargó; aquella otra donde fue crucificado fue transportada por Simón.
Es interesante notar que a Jesús le ofreciesen “vino mezclado con mirra; mas él no lo aceptó” (Marcos 15:23). Esta era una manera de anestesiar que se utilizaba con las personas que iban a ser operadas o crucificadas; fueron mujeres compadecidas que se lo ofrecían a Jesús para atenuar su dolor. Pero Cristo no lo aceptó, porque él prefirió cargar con todo el sufrimiento cuando murió por nosotros.
Observe en Mateo 27:46: “Cerca de la hora novena, Jesús clamó a gran voz, diciendo, Elí, Elí, lama sabactani, Esto es: Dios mío, Dios mío, ¿por qué me has abandonado?” En Marcos también se encuentra registrada esta misma frase (Marcos 15:34).  
     Me gustaría comentar esta aparente contradicción, porque algunos críticos la utilizan para decir que la Biblia está llena de mentiras, y que los escritores del evangelio ni tan siquiera concuerdan entre sí en las últimas palabras de Jesús.
La frase “Elí, Elí, lama sabactani” es una frase escrita en la lengua aramea que aparentemente no ha sido traducida al español durante muchos siglos. Cuando por fin alguien se aventuró a traducirla, parece que tuvo por bien copiar el primer versículo del Salmo 22, que ocasionalmente se encuentra mal traducido también en la versión Reina - Valera. El Salmo 22:1 debería decir, “Dios mío, Dios mío, ¿por qué me has permitido vivir?”
Existen en el mundo muy pocos escolares de la lengua aramea, una vez que deben ser unas 20.000 personas las que todavía existan y que hablen esta lengua Galilea arcaica, que es la lengua que Jesús habló. Sin embargo, estos escolares aseguran que la frase debería escribirse: “Elí, Elí, lemana Shabakthani y que su correcta traducción es: “! Dios mío, Dios, para esto fui reservado!” O, “! Este era mi destino!” Compare esto ahora con las palabras registradas por Juan (Juan 19:30): “Consumado es,” o como son traducidas en el texto Peshitta: “Ya se cumplió todo.” ¡Sustancialmente, las dos frases concuerdan muy bien! Amigos míos cristianos, no le permitáis a nadie deciros que la Biblia está llena de contradicciones. Es cierto que han sido hechos y que contiene un cierto número de errores en su traducción, pero podéis tener la certeza que la Palabra original, como le fue dada a los santos hombres de Dios que hablaron siendo inspirados por el Espíritu Santo (2ª Pedro 1:21) era perfecta, ¡del mismo modo que Aquel que la dio es perfecto! Con el descubrimiento de los manuscritos antiguos, y cuando sean hechas las subsecuentes comparaciones, la mayoría, si no la totalidad de estos errores podrán ser corregidos. ¡Y que Dios siga bendiciendo aquellos que creen a pesar de los errores!
Algunos estudiantes Bíblicos se ofenden con la frase: “Para esto fui reservado,” en vez de “¿por qué me has abandonado? Porque fueron instruidos con la segunda que aquel fue un grito del aspecto humano de Cristo, y que en ella se encuentra resumida todos los pecados del mundo sobre Cristo delante de Dios. Dios no podía soportar el verlos, y que por eso abandonó la escena durante un cierto tiempo. Esto no es más que una loable intento de explicar esta frase, pero no concuerda en absoluto con el resto de la Escritura.
Toda la Escritura es inspirada por Dios, y Él no se contradice a Si mismo. Hay muchas, muchas partes en la Biblia donde Dios promete: “Yo nunca te abandonaré,”  y Jesús dijo también: “Mi Padre y yo uno somos.”
El último grito de Jesús fue un grito de victoria. El enfrentó su sufrimiento de buena voluntad tal como el soldado que cae en la batalla por su patria. Si un soldado está dispuesto a morir por su patria, ¡cuanto más Cristo se entregó de todo corazón y murió para que nosotros pudiésemos obtener la vida eterna!
Como prueba final, puedo señalar que el famoso historiador Josefo, no hace en sus relatos de la crucifixión mención alguna de cualquier queja expresada por Jesús en la cruz. Sus enemigos hubiesen con mucho gusto registrado alguna frase de ese tipo si Jesús  hubiese pronunciado algo similar. Pero no existe un registro tal.


Si deseas recibir nuestras publicaciones directamente en tu dirección de e-mail o contactarnos escríbenos a: mirasoloadios@live.com

Comentarios