LAS TRES ESFERAS DE LA GLORIA FUTURA Por. E. W. Bullinger
Extracto de: “Los Fundamentos de la Verdad en las
Dispensaciones”
Traducción Juan Luis Molina
Hay
algo más que tenemos que aprender concerniente a las dispensaciones, antes de
que podamos entender correctamente la posición única y la maravillosa enseñanza
de las posteriores Epístolas Paulinas, escritas desde la prisión en Roma.
Estas
dispensaciones son referidas comúnmente como siendo: dos, la antigua y la
nueva, pero debemos traerlas y ponerlas, como todo lo demás, a la balanza de la
Palabra escrita, para ver si las hemos aprendido así del hombre, o directamente
de Dios, por la tradición o por revelación.
Hasta
cierto punto todos nosotros concordamos en que hay tres esferas.
1. Todos concordaremos
que el gran tema de las
profecías del Antiguo Testamento es un
Israel restaurado y una tierra regenerada (Mateo
19:28). Será innecesario que citemos las muchas profecías que hablan del tiempo
cuando la tierra sea llena del
conocimiento y gloria del Señor, a la manera como las aguas cubren el mar (Números 14:21, Salmo 72:9, Isaías
6:3; 11:9, Habacuc 2:14, etc.).
Somos
unánimes con nuestros lectores en que, estas profecías, se deben tomar en su
significado literal; y no intentar explicarlas, ni aguarlas, dándoles una
interpretación espiritualista que les prive o robe de toda su verdad y poder.
Todos
esperamos y tenemos delante el tiempo en que,
Aquel que esparció a Israel, lo vuelva a reunir y guarde (Jeremías 31:10); y cuando todos sean enseñados por Dios (Juan 6:45, Isaías 51:13); esto
sucederá, cuando los reinos de
la tierra vengan a ser los reinos de nuestro SEÑOR, y de Su Cristo (Ap.11:15); y además, cuando la Jerusalén terrenal sea
restaurada en mayor gloria que la de antiguamente.
Ese
reino y esfera de bendición y gloria se hallará sobre la TIERRA; y será la
nueva Israel, con un corazón
de piedra cambiado en un corazón de carne, y con un nuevo espíritu, con el
cual producirán, los frutos de
justicia (Ezequiel 36:1-36).
Esta será la tal regeneración o palingenesia, y en ese tiempo, los
apóstoles se sentarán sobre
doce tronos para juzgar a las tribus de Israel (Mateo 19:28).
Esta
será la primera y más baja
esfera de bendición. Se hallará sobre la TIERRA, y debajo de todos los cielos.
Este nuevo Israel compone el pueblo de los santos del Altísimo (Daniel 7:27). Y con este Israel, todas las naciones
de la tierra participarán de esa bendición, de acuerdo a la promesa original
que le hizo Dios a Abraham.
2. Pero, además, todos
concordaremos en que, Abraham
y su simiente espiritual, son los santos del Altísimo, y distintos o separados por tanto del pueblo (de estos santos) sobre la tierra
(Daniel 7:18, 22, 25); esta diferenciada “simiente espiritual” de
santos, ocupan un lugar
diferente en la ESFERA CELESTIAL del mismo Reino. Son espirituales, y de
acuerdo a la palabra del Señor en Lucas, son iguales que los ángeles, hijos
de la resurrección (Lucas
20:34-36) levantados en la primera
resurrección, antes,
por tanto, del comienzo de los Mil Años de bendición terrenal para el nuevo
Israel, y para las naciones debajo
de los cielos (Deuteronomio 4:19, Ap.20:4-6).
Estos de la simiente espiritual pertenecen a la
gran ciudad, la santa Jerusalén, que
Juan vio descender del cielo
con toda la gloria de Dios; y cuya luz era como la de las piedras más
preciosas. Esta santa Jerusalén se encuentra descrita con mucho
pormenor en Ap.21:9-27. Es la ciudad
que tiene LOS fundamentos por
la cual Abraham fue instruido a esperar (Hebreos 11:10). Esto sucedió cuando vio el día de Cristo, y se
regocijó (Juan 8:56). Una vez
que, concordando todos, la fe
viene por el oír, Abraham
entonces debió haber oído hablar de ella: y este oír debe haber venido de la palabra que Dios le habló (Romanos
10:17).
Esta
ciudad es la herencia de aquellos que, como Pedro
declaró a los creyentes de la Dispersión, habían
alcanzado una misma preciosa fe que la nuestra. Esta herencia es incorruptible,
incontaminada e inmarcesible, reservada en LOS CIELOS para vosotros. En el griego, por la figura homoioteleutos, se enfatiza y señala esta herencia, como siendo no terrenal, sino aphtharton, amianton, amaranton (1ª Pedro 1:4). Y los moradores y
habitantes de esta ciudad celestial se declara escrituralmente que son la novia, la esposa del
Cordero (Ap.21:9).
Ahora
bien, siempre hubo conocimiento de estas dos
simientes desde el
llamamiento de Abraham, la terrenal y
la celestial. La una fue comparada por Jehová al polvo de la tierra o a la arena del mar (Génesis 13:16; 22:17); y la otra
la comparó a las estrellas del
cielo (Hebreos 11:12; Génesis
15:5).
Ambas
expresiones sugieren una gran multitud, pero la primera se asocia especialmente
con la bendición terrenal,
mientras que la posterior señala y distingue a los participantes del llamamiento
celestial (Hebreos 3:1).
Esta
simiente posterior, igual que su padre Abraham, también aguardan por una
porción celestial y una bendición celestial, por la ciudad que tiene fundamentos.
Conforme a la fe murieron todos estos sin haber recibido lo prometido,
sino mirándolo de lejos, y creyéndolo y saludándolo, confesaban que eran
extranjeros y peregrinos sobre la tierra. Porque lo que esto dicen, claramente
dan a entender que buscan una nueva patria; pues si hubiesen estado pensando en
aquella de donde salieron, ciertamente tenían tiempo de volver. Pero anhelaban
una mejor, esto es, CELESTIAL; por lo cual Dios no se avergüenza de llamarse
Dios de ellos; porque les ha preparado una ciudad (Hebreos 11:13-16).
¿Dónde
y cuál podría ser esta ciudad si no fuera la ciudad que Juan vio descender del cielo proveniente de
Dios, cuyos fundamentos se describen específicamente en
Apocalipsis 21:19, 20?
Y los cimientos del muro de la ciudad estaban adornados con toda
piedra preciosa. El primer cimiento era jaspe; el segundo, zafiro; el tercero,
ágata; el cuarto, esmeralda; el quinto, ónice; el sexto, cornalina; el séptimo,
crisólito; el octavo, berilo; el noveno, topacio; el décimo, crisoprasa; el
undécimo, jacinto; el duodécimo, amatista.
Estos participantes del llamamiento
celestial pueden ser trazados
a través de todas las edades, desde los días de Abraham hasta el día de hoy.
Todos ellos componen la
congregación del Señor, y son
continuamente nombrados como tales.
Pero
esto es muy importante recordar, que no todos los de Israel, eran los
frecuentadores y adoradores del Tabernáculo y del Templo. No todos llevaban
consigo las leyes dadas a Moisés, ni ofrecían los sacrificios prescritos, ni
atendían a las fiestas de
Jehová, ni cumplían los rituales ordenados. Estos pocos (probablemente los
menos, como vemos también hoy en día) eran los que se reunían para la adoración establecida de Jehová.
Solo estos son llamados
la asamblea o la congregación.
La
palabra hebrea para congregación proviene de kahal. El verbo significa llamar, en asamblea, reunidos
juntos: y el nombre se
utiliza de cualquier llamada asamblea. En setenta ocasiones del Antiguo
Testamento de la versión Septuaginta, se traduce como ekklesia (la misma palabra para iglesia que se usa en el Nuevo
Testamento). Actualmente, esta es la misma palabra que se emplea en la
expresión la ekklesia (o iglesia) del SEÑOR, en Deuteronomio 23:1, 2, 3, 8; 1ª
Crónicas 28:8; Miqueas 2:5 y en Nehemías 13:1 donde se denomina la ekklesia (o iglesia) de Dios.
Esta
es la ekklesia (o iglesia) de la cual se refiere
como siendo la
congregación, en Salmos 22:22; 26:12; 35:18; 40:9, 10; 68:26. En el
Salmo 22:25 se denomina como la
gran congregación, y en el
Salmo 149:1 como la ekklesia de los santos.
Esto
es lo que David quiere decir en el Salmo 22:22, cuando dice:
En medio de la congregación te alabaré, y en el vers.25: De ti será mi alabanza en la gran
congregación.
Y
este es además el uso que tiene la misma palabra en los Evangelios cuando el
Señor dijo:
Sobre esta roca edificaré Mi ekklesia (Mateo 16:18).
Él
no empleó, cuando se dirigía a los israelitas, la palabra en el nuevo,
exclusivo y especial sentido en que, posteriormente, la utilizó el Apóstol con
la revelación del gran
secreto en las
Epístolas escritas en Prisión; sino en el más extenso y amplio sentido del
Antiguo Testamento que aquellos israelitas oyentes pudiesen entender, y que
abarcaba la totalidad de la asamblea de los creyentes y adoradores de Jehová,
los cuales eran, los partícipes
del llamamiento celestial (Hebreos
3:1).
Cuando
el Espíritu por Esteban habló de la
ekklesia en el desierto (Hechos
7:38) quiso decir y se refirió a esta particular congregación de devotos
adoradores. También todos aquellos que habían vivido a la sombra del
Altísimo durante los 38 años del deambular penando por el Desierto, vea Samos
90 y 91.
Este es aquel Moisés que estuvo en la congregación en el desierto con
el ángel que le hablaba en el monte Sinaí, y con nuestros padres, y que recibió
palabras de vida que darnos.
Y
cuando el Señor añadió a la tal ekklesia, los
que fueron salvos en Hechos 2:47, después
de Pentecostés, los añadió a los 120 que antes de Pentecostés se reunían en asamblea continua y
diariamente en el Tempo, ya no para ofrecer sacrificios, sino para, partir el pan (o comer
juntos; como en Lucas 24:30, 35 y Hechos 27:35) en las casas, con alegría y
sencillez de corazón, alabando a Dios, y teniendo favor con todo el pueblo.
Y el Señor añadía a la iglesia (ekklesia) a los que habían de ser
salvos (Hechos 2:46, 47).
Es
cierto que las palabras la
iglesia (Gr. ekklesia) en el
versículo 47, se omiten en todos los Textos Críticos (hasta en los más
conservadores y los menos “modernos”) Lachmann, Tischendorf, Tregelles, Alford,
Wescott y Hort, y la versión Revisada; pero nosotros no hemos dejado de ponerla
aquí, para mostrar que incluso aquí, se usaría con el sentido del Antiguo
Testamento de la congregación del SEÑOR, y no podría usarse en el
sentido posterior, es decir, en el sentido cómo se emplea en la Epístola a los
Efesios; pues, está claro que no la habrían comprendido entonces (ni tampoco
nosotros hoy en día, si nunca hubiésemos visto la Epístola posterior).
Así
que cuando Pablo dijo que él persiguió
a la iglesia de Dios (1ª
Corintios 15:9; Gálatas 1:13), tampoco habría podido emplear la palabra en un
sentido diferente a éste, pues era hasta entonces el único que se conocía, con
la misma idea o significado más remoto. Sus palabras deben ser entendidas por
tanto en el mismo sentido en que entonces las empleaba en ese momento, tanto él
como sus lectores; y no debemos leer en ningún pasaje de Escritura aquel especial tema principal de la subsecuente
revelación; especialmente, cuando el sentido está tan perfectamente expuesto, y
se ve tan claramente su más alta posición.
Así
que, la palabra ekklesia en los Evangelios, los Hechos y
las primeras Epístolas Paulinas debe ser tomada en el sentido de su uso en el
Antiguo Testamento, como significando sencillamente la congregación o asamblea, o compañía de gente adoradora de Jehová, partícipes de un llamamiento
celestial, que tienen una
esperanza celestial, una esfera de bendición celestial, y que aguardan por su
lugar y participación en la resurrección de vida.
Desde
los tiempos antiguos estaba revelado que habría una resurrección, (vea Job
19:25-27; Oseas 13:14; Juan 11:24); pero fue revelado subsecuentemente también
que no habrá solo una, sino que habría dos
resurrecciones, una para vida, y otra para juicio. Pablo testificó de la
primera como siendo la esperanza de aquellos que eran los adoradores de Dios
(Hechos 24:14, 15); David esperó por ella (Salmo 16:19-11; 49:14, 15). Igual
hizo Daniel (Daniel12:1-3).
El
Señor expone claramente y habla de la primera como la resurrección de los justos (Lucas 14:14); y, como la resurrección de vida (Juan 5:29). Por la palabra del Señor fue revelada una esperanza posterior,
o mejor dicho, una expresión de la esperanza en Juan 11:25, 26.
No
solamente hay una esperanza para aquellos que hacen parte en la primera resurrección, sino para aquellos que queden vivos y permanezcan cuando tal acontecimiento suceda.
La palabra del Señor hace mención de ella primero, y el
Espíritu Santo a través de Pablo la expande en 1ª Tes.4:16, 17. Concierne al
Señor, no solamente en cuanto a ser Él mismo la
Resurrección, sino como
siendo además la Vida también. Él dice:
A. Yo soy la Resurrección
B. Y la vida
C. Aquel que en Mi cree, aunque muera,
vivirá de nuevo. Para él, Yo seré la
resurrección.
D. Y todo aquel que vive, y cree en Mi no
morirá para siempre. Para él
Yo seré la “Vida”.
Esta
fue (y todavía sigue siendo) la esperanza para todos los que son partícipes del llamamiento
celestial (Hebreos 3:1).
Muchos
de estos se hallaban presentes cuando el Mesías llegó. Eran aquellos que
aguardaban por la consolación
de Israel (Lucas 2:25), que aguardaban por la redención en
Jerusalén (Lucas 2:38), que esperaban
que el Señor sería quien redimiría a Israel (Lucas
24:41, que aguardaban por el
reino de Dios (Marcos 15:43; Lucas 23:51) eran todos los que le recibieron (Juan 1:12, los que solícitos
recibieron las palabras de Pedro o Pablo en el día de Pentecostés y
posteriormente (Hechos 2:41, 8:14, 11:1, 17:11), los que recibieron la
palabra en medio de gran tribulación (1ª
Tes.1:6), y que cuando
recibieron esa palabra, la aceptaron no como palabra de hombres, sino según es
en verdad la palabra de Dios, la cual opera efectivamente en los que creen (1ª Tes.2:13), y que no recibieron lo prometido (Hebreos 11:39) pero que la
creyeron y la abrazaron por la fe.
¿Quién
de nosotros no ha pasado por dificultades como estos a los cuales denominamos los santos del Antiguo Testamento?
Pues
bien, a esos, que muchas veces vemos en nuestras propias tribulaciones también, aquí los vemos a todos a través
del Antiguo Testamento, como siendo la
iglesia de la asamblea de Dios, y partícipes
(con nosotros) del llamamiento celestial. Teniendo
una esperanza celestial, y aguardando una esfera de bendición celestial.
3. Y esto por fina ahora nos
lleva a la tercera esfera,
la cual es la más grande bendición de todas, y la más alta en gloria.
Había sido mantenida en secreto desde todos los tiempos y las
edades. Es el propósito eterno de Dios, hecho antes de la fundación del mundo, y no se manifestó a través de
cometido alguno por los escritos proféticos.
Era un secreto que no se refería
a Israel en la tierra; ni tan siquiera a los partícipes
del llamamiento celestial; sino
a Cristo solo y a los electos miembros de Su cuerpo.
Incluso en el ministerio de
Cristo, este secreto se hallaba entre las cosas que no podía entonces revelar,
ni tan siquiera se lo pudo decir a los doce apóstoles estando con ellos en
privado y a solas, en el aposento alto después de la última cena. No solamente
no pudo hablarles de él entonces, sino que los propios apóstoles no estaban
capacitados ni preparados para asimilarlas si de él les hubiera hablado.
Y, si el Señor no hizo mención de
estas cosas en los Evangelios, entonces, con toda seguridad los apóstoles no
habrían podido ni afirmarlas
ni confirmarlas en los Hechos
de los Apóstoles posteriores.
Era el secreto de las cosas de Cristo, es decir, aquellas cosas que dicen
respecto a Él, especial y específicamente; las
cosas que dicen respecto a toda la verdad. Y La
verdad, que no podría estar
completa sin todas estas Sus cosas.
Sus riquezas fueron,
necesariamente, reservadas para ser reveladas por el Espíritu de verdad. Estas preciosas riquezas de gracia y de gloria, fueron la doctrina
que tenía por fundamento los hechos sucedidos de la misión de Cristo, que
todavía no había tenido lugar en aquel tiempo, aunque lo tuvieran entonces tan
cerca y a la mano.
Esos acontecimientos en la vida
de Cristo sobre la tierra fueron los fundamentos de las doctrinas edificadas
por encima de ellas, de sus sacrificios aquí en la tierra entonces; y sin esos
acontecimientos las doctrinas posteriores del secreto no se habrían podido dar
a conocer.
Hasta que Él no hubo sufrido,
muerto, sido levantado y ascendido, ¿Cómo hubiera sido posible que las
doctrinas de Efesios 2:5,6 fueran reveladas y enseñadas, ya que en estos mismos
hechos se basan?
Pero esta especial esfera,
ministerio y guía del Espíritu
de verdad debemos tratarla más al pormenor en nuestra
próxima Editorial; porque allí debemos necesariamente incluir también esa
última fase de lo que Jehová
habló, antes de que
comencemos nuestra consideración de las Epístolas escritas en Prisión; porque
es ahí, y solamente ahí, donde encontramos las riquezas de gracia y gloria a las que el
Espíritu guía: las buenas nuevas que estaban destinadas a llenar el largo
periodo de tiempo de la ceguera de Israel y la noche oscura (espiritual) como nación (Isaías
60:1-3).
La Epístolas escritas en Prisión,
que se hacen inmediatamente después a la proclamación de la ceguera dictada judicialmente
y el endurecimiento de corazón de Israel (registrado en Hechos 28:25, 26),
tienen por su tema principal, la revelación de la tercera de las tres esferas de bendiciones y gloria, y se hallan
en especial relación solo a Cristo y Su iglesia.
Esta esfera no se halla en la
tierra.
No está sobre la tierra.
Se halla por encima de los
cielos.
Por eso, esta tercera esfera no
tiene nada que ver con las maravillas
y señales terrenales que
seguirían a los que, en feliz obediencia, creían en lo que estaba escrito hasta
entonces.
Un lenguaje tan superlativamente
exaltado, nunca antes había sido pronunciado por labios humanos creyentes.
La propia gloria de esta esfera
es incompatible con cualquier tipo de señales
o manifestaciones terrenales, por muy maravillosas que sean, o con
ordenanzas algunas, por muy significativas que sean.
Ni tan siquiera incluso los
“afectos” y las “ideas” que contiene esta esfera conciernen para nada a las
cosas de la tierra; se centran solo en las
cosas de lo alto, donde
Cristo está sentado a la diestra de Dios
Estas Epístolas ven al creyente
suyo, no con señales
siguiéndoles, sino que los ve
como muertos para este mundo y para todas sus
terrenales asociaciones y conexiones, habiendo sufrido juntamente, muerto
juntamente, levantados juntamente, y sido sentados a la diestra de Dios
juntamente con Él. Es por eso que, en estas Epístolas, no leemos nada acerca de
la venida de Cristo a la tierra, sino más bien acerca de nuestra recogida para
estar juntamente con Él donde reside, no acerca de Su parousia, o presencia sobre la
tierra, o en el aire, sino acerca de nuestra presencia y
manifestación con Él en Su propia gloria; no acerca de anastasis o resurrección (que es el sujeto o
tema de las primeras Epístolas Paulinas), sino acerca de una ex-anastasis (Filipenses 3:11) y al llamamiento de lo alto (Filipenses 3:14) que es el tema principal
de las Epístolas posteriores; no acerca del gozo personal que podamos tener,
sino acerca de la gloria personal de Cristo, la cual tenemos el maravilloso
privilegio de compartir.
En esta conexión nos gustaría
llamar la atención a una palabra, la cual, a nuestro juicio, es la verdadera
palabra clave de las Epístolas escritas en Prisión, y de esta tercera y más
alta esfera. Es una palabra muy significativa, que se encuentra, en esta forma,
solamente aquí, en todo el Nuevo Testamento. Aparece una sola vez anteriormente
también en Romanos 13:9, pero aquí se halla en la voz pasiva presente, anakephalaiaoutai, y significa reunidos arriba. Sin embargo en Efesios 1:10 es el
Infinitivo Aoristo de la voz media, anakephalaiosasthai. Esta diferencia la ignoran tanto
la versión Autorizada como la Revisada, las cuales traducen la voz media de
Efesios 1 como si fuese la Activa. Este es un casi imperdonable descuido, en el
interés del común lector de la Biblia, que tiene un indudable derecho a una
traducción correcta gramaticalmente de este pasaje tan importante.
Traducido correctamente, la
palabra y el pasaje completo resaltan el hecho subyacente de que, en todas las
cosas ahí reveladas, fue nuestro Padre Celestial, POR SÍ MISMO, Quien se
propuso establecerlas aquí; esto es, que:
… De
acuerdo a Su buena voluntad, la cual se propuso en SÍ MISMO, de REUNIR todas
las cosas en Cristo en la dispensación del cumplimiento de los tiempos: así las
que están en el cielo, como las que están en la tierra. En Él asimismo tuvimos
herencia, habiendo sido predestinados conforme al propósito de Aquel que hace
todas las cosas según el designio de Su voluntad, a fin de que seamos para
alabanza de Su gloria, nosotros los que primeramente esperábamos en Cristo.
Esto será suficiente para
demostrarnos que el Cosmos, tal como se muestra en Colosenses 1:15, 16, es una
más larga, ancha, y mayor esfera que (1) aquella otra de la gloria terrenal, o (2) incluso que
la gloria reservada para aquellos que son partícipes
del llamamiento celestial.
El Antiguo Testamento, los Hechos
y las primeras Epístolas Paulinas tratan con estas dos esferas de gloria más
bajas, pero las Epístolas posteriores revelan una tercera esfera de Comando y
de Herencia por encima de la tierra y de los cielos.
1ª Corintios 15:40 nos habla de
una gloria “terrenal” y de una gloria “celestial”, que son diferentes entre sí.
Es cierto. Pero además, existe una
tercera esfera; una esfera de
gloria cósmica, por encima de todos los seres creados, sobre principados, sobre
potestades, o tronos o los
dominios, sobre todas las autoridades que se mencionan (aunque no se
definen ni se explican) en Efesios 1:21, Colosenses 1:16 en relación a Cristo,
quien será la Cabeza sobre
todo.
Eso incluye la humillación de
todos Sus enemigos también, y el
aplastamiento finalmente de la cabeza de la vieja serpiente, el diablo.
Eso es precisamente por lo que,
el gran cometido del enemigo, en este momento, es cegar el entendimiento de los
hombres para que la luz del evangelio (o buena nueva) de la gloria de Cristo,
no les resplandezca en sus corazones (2ª Corintios 4:3)
Y eso es por lo que nosotros, que
obedecemos a Dios creyéndole en cuanto a Su
más grande y más gloriosa revelación, deberíamos abrazarla como la más seria
esperanza, y mantenerla en constante presencia; y, no ignorando además las
artimañas de Satanás, porque se nos avisa el objetivo que persiguen sus
asaltos, y por tanto conocemos dónde debe nuestra defensa dirigirse.
En otras palabras, tenemos que
fijar nuestra labor en dar a conocer las
riquezas de la gloria que se
conectan con esta tercera y Más Alta esfera de bendición y gloria y honor, para
Cristo y Su Iglesia.
E.W. Bullinger
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