¿Por Dónde Debo Comenzar a Leer Las Escrituras? (4) Por Stuart Allen
Muy amados de Dios:
Hoy les hago disponible la primera parte del libro “¿Por dónde debo comenzar a leer las Escrituras?” escrito por
Stuart Allen y traducido por Juan Luis Molina. La segunda parte no la haré
disponible en este blog porque apoya doctrina ultradispensacionalista con la
cual personalmente no concuerdo. Esta primera parte la considero simplemente
una joya hablando de la gracia tan maravillosa que nuestro Dios ha derramado
sobre Sus amados hijos en la presente Administración. Pido a Dios les sea de
gran bendición y luz a su entendimiento para seguir comprendiendo el gran amor
con el que hemos sido amados y la INMENSA liberación que nuestro amado Señor
Jesucristo nos ha hecho disponible en su obra PERFECTA y FINALIZADA.
Les envío esta sección del libro junto con la última parte del mismo que es
realmente muy hermosa. Mi gratitud a Juan Luis Molina por su trabajo de traducción.
Que el Dios de paz y de todo amor siga alumbrando los ojos de nuestro
entendimiento para crecer en Su verdad, y sobre todo, en una muy intima
relación con El. En la Palabra de Dios se encuentran los más ricos tesoros
jamás conocidos, y es solamente Dios, Espíritu a espíritu, Quien nos revela
esas joyas y los más hermosos paisajes contenidos en Su Palabra.
¡Dios los bendiga!
Con amor en Cristo,
Claudia Juárez Garbalena
¿Por Dónde Debo
Comenzar a Leer
Las
Escrituras?
(4)
Por
Stuart Allen
Traducción: Juan Luis Molina
LAS DOS NATURALEZAS EN EL HIJO
DE DIOS
No debemos asumir que porque los pecados del creyente han venido a ser
perdonados y cancelados (habiéndolos cargado Cristo), el creyente ahora no
tenga problema alguno en su vida diaria con respecto al pecado y la caída. En
otras palabras, él aprende por la experiencia y por la enseñanza de la Palabra
de Dios que todavía no es “santo” en sí mismo aunque tenga una perfecta
posición en Cristo. De tiempos a tiempos encuentra que su experiencia es
similar a la del apóstol Pablo, la cual se describe gráficamente en el séptimo
capítulo de Romanos: Porque el bien que
quiero hacer, no lo hago; sino el mal que no quiero hacer, eso hago. Así que he
hallado una ley, y es que queriendo hacer el bien, el mal está presente en mí.
Todo verdadero creyente en Cristo conoce esto experimentalmente, y puede
ser un descubrimiento demoledor, pues es posible que alguien pensase que,
habiendo de una vez por todas sido alguno gloriosamente salvo, el problema del
pecado deje de existir para siempre, pero existe. ¿Qué tiene uno que hacer para
remediarlo? ¿Andar errantes y de alguna manera por el poder de la voluntad
intentemos tratar de erradicar el pecado que tenemos dentro? Muchos cristianos
intentan hacer justamente esto y llegan a caer en desespero y depresión viendo
que están luchando y siendo derrotados en la contienda.
Una vez más la respuesta al problema se halla en la Palabra de Dios. Cada
creyente tiene dos naturalezas: una es pecadora y la heredó del Adán caído, y
la otra sin pecado, debido a que fue implantada por el Espíritu Santo, Quien es
el Espíritu de santidad.
El apóstol Pedro en su segunda epístola escribe:
De acuerdo a Su (de Dios) divino
poder nos han sido dadas todas las cosas que pertenecen a la vida y a la
piedad, a través del conocimiento de Aquel que nos llamó a la gloria y al
poder: por lo cual nos son dadas sobre excedentemente grandes y preciosas
promesas; para que podáis ser partícipes de la divina naturaleza…
Una de estas sobre excedentemente
grande y preciosa promesa es el don ofrecido por Dios de una porción de Su
propia naturaleza santa que por el poder del Espíritu Santo reside
permanentemente en el creyente. El apóstol Pablo la menciona como el “espíritu”
(con minúscula), siendo el don de Dios, el Espíritu Santo. Así que cada persona
que es salva tiene dos inquilinos, dos “moradores”: el pecado que habita en mí (Romanos 7:20) y el Espíritu de Dios
(Romanos 8:9) y estos dos son de lo más obviamente contrarios el uno del otro
(Gálatas 5:16-18), de ahí el conflicto interno que experimenta el cristiano de
tiempos a tiempos.
Ahora, por tanto, es correcto decir que ningún consistente servicio
cristiano y testimonio puede ser ofrecido en la vida diaria, si estamos
constantemente yendo y viniendo en esta experiencia, algunas veces en la vieja
naturaleza y otras la nueva. Con Pablo esta conflictiva experiencia llegó a ser
tan aguda que acabó por clamar ¡Oh cuán
miserable hombre soy! ¿Quién me librará de este cuerpo de muerte? Y
habiendo formulado la pregunta, entonces fue capaz de suplir una respuesta: Le doy gracias a Dios a través de Jesucristo
nuestro Señor (Rom.7:24, 25).
Así que una vez más se nos lleva de vuelta a la plenitud de lo que el Señor
ha cumplido por nosotros y Su enorme poder, y la siguiente cosa que debemos
aprender y creer es esto, que en el plan de Dios y por Su operación, el
creyente ha sido identificado con Cristo en Su muerte, sepultura y
resurrección. Esta es la maravillosa instrucción ofrecida en Romanos 6:1-14.
Significa que Dios nos ve en Cristo tan próximamente identificado con Él, que
cuando Él fue crucificado, nosotros vinimos a ser crucificados también.
Consecuentemente, Romanos 6:6 nos enseña que nuestra vieja naturaleza pecadora
fue crucificada con Cristo y así puede ser puesta
de fuera o inutilizada. Esto significa si es que consideramos esto en la
fe, que la vieja natura, la cual es la raíz de todos los obstáculos, no puede
operar y esclavizarnos. Observe que la traducción de la palabra destruida de la Versión A.V. es muy
enfática. Esta raíz del pecado en nosotros no es destruida y removida hasta la
muerte o hasta que nuestra esperanza se realice.
Hay una frase de F.F. Bruce que nos servirá de ayuda aquí:
“Hay que
comprender esto: nuestro viejo hombre heredado fue crucificado juntamente con
Él, para que el material con el que el pecado podía operar pudiera ser puesto
fuera de acción [o fuera de combate]. Por lo tanto, ya no estamos más en
esclavitud para pecar, una vez que un hombre ha muerto, el está libre de los
clamores del pecado sobre él” (Romanos 6: 6).
Aquí por tanto se halla la base de la santidad del creyente en su andar
diario, y la divina respuesta al problema del insistente pecado. No se
encuentra primariamente en el esfuerzo del creyente o su resolución, sino una vez más en lo que Dios ha hecho por
él en Cristo. Esto es lo que se le ordena tener en cuenta por sí mismo,
(Rom.6:11) y solamente cuando se hace esto se realizará la liberación del
dominio del pecado. Esta es la santificación en práctica y experiencia, y es
posible cuando realmente nos reconocemos en la igualdad o semejanza de la
muerte y resurrección de Cristo hecha nuestra por Dios (vea el versículo 5). No
será preciso decir, que nuestro haber sido levantados con Cristo no tiene nada
que ver con nuestra resurrección física, del mismo modo que nuestra crucifixión
con Él tampoco fue una crucifixión física. Pero lo que significa es que podemos
servir en novedad de vida, sobre la
base de la resurrección aquí y ahora, y el poder de Su resurrección puede ser
ampliamente operado a través de nosotros.
Cuan maravilloso es darnos cuenta que, justo igual que no se nos deja de
nuestra parte la salvación por nuestro propio esfuerzo, así tampoco somos dejados
para vivir la vida cristiana en nuestras propias fuerzas.
El ilimitado poder de la resurrección del Señor aguarda ser apropiado por
la fe. En su primera oración registrada en Efesios, Pablo ora para que los
creyentes en Éfeso pudieran conocer:
…cuál sea la sobre excelente
grandeza de Su poder para con nosotros los que creemos, de acuerdo a la
operación de la fuerza de Su poder que hubo en Cristo, cuando Él le levantó de
la muerte, e hizo que se sentase a Su mano derecha en los lugares celestiales,
por encima de todo gobierno, y autoridad, y poder, y dominio, y todo nombre que
se nombra, no solamente en este mundo, sino además también en el venidero…(Efesios
1:19-21).
Y no solo esto, sino que Romanos ocho nos asegura que tanto el Espíritu
Santo como el Señor Jesús están continuamente intercediendo por nosotros (8:26,
27, 34) y ambos están habitando en nosotros (Juan 14:17; Efesios 3:16, 17). Si
un Dios así es por nosotros (o está de
nuestro lado): ¿Quién contra nosotros? (Rom.8:31). Con tan ilimitado poder
y amor en nuestro respaldo, ¿Por qué iríamos a dudar de llevar a cabo y
completar cualquier cosa que nos pida el Señor para Él?
No nos admira nada que el apóstol pudiera llegar a decir:
Tengo fuerzas para cualquier
cosa a través de Aquel que me da el poder (Filip.4:13 N.E.B.).
Y esto puede de manera continúa ser nuestra gozosa experiencia también: que
cada creyente en Cristo pueda vivir la vida abundante y fructífera que Él
prometió, y así brille para Él en un mundo que está llegando a ser más oscuro y
más peligroso a medida que se va alejando más y más de Aquel quien es la única
fuente de verdadera vida, luz, sabiduría y amor.
"POR DÓNDE DEBO COMENZAR A LEER LA BIBLIA?"
De Stuart Allen
De Stuart Allen
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