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DE VICTORIA EN VICTORIA - Por Juan Luis Molina

FRAGMENTO DE "EL ARQUITECTO DE ZOE"

NOVENA CARTA

Quiera Dios afirmarnos del todo a Cristo, a nosotros y a todos Sus hijos, porque es necesaria la explosión de Cristo por todo Su Orbe. El mundo es un hervidero de infecciones. Si detonamos esa explosión, conectados a la Cabeza, surgirán milagros, maravillas y señales que confirmen nuestro anuncio. Por eso están surgiendo las manifestaciones de poder por la mano de Sus embajadores no sólo en India, sino también por Estados Unidos y América Latina y por toda Europa. En cada miembro de Cristo reside un tremendo poder; conviene saber y conocer, por experiencia, los privilegios que inundan nuestra nueva naturaleza y desbordarlos por la fe sola.

Porque, EN CRISTO, todo lo que confesamos lo respalda el Todopoderoso con maravillas y señales. Sin Cristo no podemos hacer nada. Cuando manifestamos nuestros derechos en Cristo, entonces somos muy poderosos para hacer cumplir la Ley de nuestro Reino aquí donde habitamos. Eso implica pensar como la Cabeza y no como quisiéramos. La Cabeza está repleta de la Palabra Divina. Esa Palabra se hace Viva en nuestros corazones cuando nos conectamos a Cristo y andamos en su espíritu.

Lo que logró aquel cuerpo partido y la sangre que se derramó sobre la cruz, puso de patas arriba este mundo y el venidero, eso es lo que está escrito. La cruz es el final del hombre terrenal, y el principio del celestial. Si ignoramos nuestros privilegios allí conquistados y no los manifestamos, si no los reclamamos todos los días, a todas las horas y en todos los momentos, seremos robados AHORA de todo lo que ya es nuestro y se nos ha otorgado en Cristo. Pero el deseo de Dios es este:

Amado  yo deseo que tú seas prosperado en todas las cosas y que tengas salud así como
prospera tu alma.

Esa Justicia, esa Fe, esa Comunión, ese Bautizo, son algunas de las joyas celestiales que enseñamos a los hombres que nos acerque Dios.
Nuestro Padre, en Cristo, nos sentó en un lugar de abundancia y autoridad como nunca pensamos que podía existir. Habrá muchas personas que se volverán a nuestro Padre Celestial si ven la abundancia y el brillo de las joyas que portamos en Cristo y ejercemos su autoridad. Querrán acercarse a Su Margen. Rescataremos muchas almas de manos del adversario. Pues el adversario sabe que ese Cristo, del cual hacemos parte integralmente, lleva dentro una Justicia mucho mayor que la de los Escribas y Fariseos. Mostrándole a Cristo, le despojamos de su semblante altivo y altanero al diablo. Le exhibimos de parte de Dios todos los trofeos que estaban ocultos en la otra margen de la cruz. El Secreto que se mantuvo oculto durante todas las edades y que, si hubiera sabido esta vieja serpiente, no hubiese crucificado al Señor de Gloria. Aquella sentencia confinó a Satanás y  a todas sus huestes al “corredor de la muerte.” Por eso tiembla el adversario y todo su campamento, porque somos  y hacemos parte de la semilla que Dios prometió que vendría y le heriría su cabeza. Nunca se imaginó que él mismo desencadenaría ese proceso crucificando a Jesucristo. No se dio cuenta de que, ahora, habría millones de copias fieles de Cristo andando por la Tierra y tomando conciencia de quienes SON en Cristo.


ESFORZAOS EN LA GRACIA

Un solo esfuerzo nos pide Dios, por tanto, que hagamos; veamos sin interpretaciones privadas en lo que nuestro Padre quiere que nos esforcemos Sus hijos amados. En qué desea que nos sacrifiquemos y nos apliquemos. Porque nos irá bien en la tierra que habitamos y prosperaremos si obedecemos a la Voz del espíritu de Cristo. Veamos, pues, la relación tan estrecha que Dios ha establecido entre dos peculiares términos: Gracia y Esfuerzo.

¿Entiendes lo que es verdaderamente la joya de Su Gracia? ¿Sabes en que está escrito que pongamos nuestro único esfuerzo?

Gracia es todo aquello que Dios realiza por y para el hombre, solamente por Su favor divino. Es exactamente lo opuesto y contrario de todo lo que el hombre intenta hacer por, y para Dios: Todo lo que el hombre intenta hacer para y por Dios es, con su esfuerzo, querer cumplir la ley. Pero no puede.

Por eso nuestro espíritu nos revela un solo deseo: ESFORZAOS EN LA GRACIA.  Así que el hombre tiene que tomar una decisión, tiene que escoger en cuál de las dos vías va a poner su esfuerzo ¿En lo que Dios realiza para todos y cada uno de los hombres, EN SU GRACIA o, en lo que todos y cada uno de los hombres intenten hacer para Dios, pos sí mismos? Si nos decidimos a escuchar el anuncio de Dios y a obedecerlo, para que nos vaya bien y prosperemos en la tierra que habitamos, merecerá todo nuestro empeño que sigamos la Gracia, para ver las verdaderas obras que nuestro Padre preparó de antemano, para que en ellas andemos. Dios desea que le pidamos al espíritu de Sabiduría que nos ilumine nuestro entendimiento, que nos encienda las luces de Sus escenarios y nos revele Su Gracia.

Cuando el hombre se coloca debajo de la ley, por su libre albedrío, Dios le dice que si quiere verdaderamente obedecer a la Ley vigente y actual, debe vestirse de Cristo conectándose a su Cabeza, y vivir en la ley de la libertad que hay en Cristo Jesús,  porque de todas las demás leyes, buenas y malas, ya ha sido librado en Jesucristo. Ahora tenemos una sola Ley en Cristo Jesús. Dios pide que no pongamos en las demás nuestro esfuerzo porque de ellas nos hizo exentos de cumplir. Adán no tenía noción del bien y del mal antes de la Caída. Lo bueno y lo malo eran términos que todavía no le habían sido mostrados. Nadie le había instruido en esa margen: esos términos son los que le brindó la vieja serpiente. Adán se puso a los pies del adversario para que éste le instruyese y le enseñase en esos términos. Pero antes de tomar esa decisión, no había leyes, ni malicia ni temor en sus intenciones, todo era bueno y agradable en gran manera tanto fuera, como dentro de él; poseía a sus pies todos los árboles del huerto que Dios le había destinado; tenía debajo de su señorío todas las riquezas divinas que había a su alrededor; solamente el árbol del bien y del mal producía un fruto envenenado que él no debería degustar, porque solamente Dios conocía perfectamente todo lo que era bueno en gran manera y cómo se accedía a esa abundancia: Solamente Dios estaba por encima de él, por eso debía estar atento a lo que Él le enseñaba. Así ahora recibimos en Cristo toda Su abundancia, sin cuestionarle o ponerle nosotros interpretaciones privadas a Su Palabra, y hacemos morir por fin el juicio del hombre en nosotros: lo que juzga el hombre que es bueno o es malo.

Todo se ha vuelto en Cristo excelente otra vez. Así pues, ¿Qué otra cosa podríamos hacer ahora que no sea esforzarnos en Su Gracia, en lo que nuestro Abba Padre realiza para y por nosotros sólo por Su favor divino? ¿Qué es lo que habita en nuestra propia naturaleza que podamos ofrecerle, además de nuestros vasos de barro, donde Él deposite Su Luz?

Todo lo que ha dicho Dios se cumple, ni una jota ni una tilde se pierde. Todas las leyes que Dios le ha ido dando a la Humanidad, a través de las diversas edades, han tenido siempre un sólo propósito: Mostrarle al hombre su total incapacidad de verse libre por sí, y para que se esfuerce a entrar por lo seco a Su nueva Margen que Él abrió de pura Gracia. Las leyes de Dios han sido las perlas más hermosas que Dios le ha concedido a la Humanidad después de su caída. Una sola de Sus leyes, es cien veces más hermosa y efectiva que todas las leyes humanas juntas, y no estoy exagerando, eso es lo que está escrito. Si el hombre no mezcla las Leyes de Dios con las leyes del mundo, Dios le mostrará con ellas lo que habita en Su Cristo -Su Verdadero Camino de Vuelta al Árbol de la Vida- y llegará sumiso para no juzgarlo, para no añadir ni sustraer nada a Sus Juicios, para no mezclarle sus opiniones ni juicios humanos.

Por supuesto que todos reconocemos que no podemos cumplir la Ley con nuestra vieja levadura. Jamás deberíamos intentar que nuestro árbol malo produzca buenos frutos, por eso tenemos que vestirnos de Aquel árbol bueno, donde residen naturalmente, El día que los hombres y mujeres pongan su esfuerzo en lo único que nos pide Dios, en Su Gracia, nuestra vida reposará dependiente de todo lo que Él hace por y para nosotros. Y todo lo que hace Dios por nosotros es bueno en gran manera. Si no entendemos esto Teófilo, todavía vamos a dar unas cuantas vueltas por el desierto de “Sí Mismo.” A mí me gustaría saber cantar como Plácido Domingo, sería maravilloso interpretar una Aria como Pavarotti, ¿Quién me diera poder tener esa capacidad? ¡Pero bien se yo que no le llego a sus calcañares! Por eso sólo canto en la ducha y no en el Coliseo. Pues mucho más difícil es para mí hombre viejo guardar la Ley: sería verdaderamente más fácil que yo aprendiese a cantar como Pavarotti, que para mi hombre natural guardar la Ley. Sin embargo, es así que muchos son persuadidos por el príncipe de éste podrido mundo, usando de su sinceridad, pero no sujetándose a lo que Dios les dice. Sinceridad no es garantía de verdad. Podremos ser muy sinceros y estar haciendo lo contrario de lo que Dios nos dice. Así que Sinceridad no es garantía de Verdad. Mi Dios me dice que yo no canto como Placido Domingo, ¿Cuánto más guardar Su Ley? ¡Quién le diera! ¡Quién le diera a Dios que yo tuviese un corazón así! Porque, entonces, no hubiese Él tenido necesidad de mandar a la muerte a Su amado Hijo para ganar el perdón de todos mis pecados. ¡No! El pecado jamás desaparecerá del viejo hombre por muy sinceramente que quiera verme yo libre de él. Hay muchos que predican que, cuando recibimos a Cristo, nuestra naturaleza se queda limpia de pecado; pero eso es completamente falso. Todo lo contrario sucede. Cuando nos damos cuenta de que Dios ha hecho de nosotros una nueva criatura, es precisamente cuando se nos revela lo plenamente empapada que está de pecado la nuestra vieja. Jamás deberíamos pretender modificar nuestros hábitos.

A mí me gustaría modificar mis viejos hábitos. Antes, intentaba refrenar mi conducta y lucir una aparente piedad por encima de mis actos, los tapaba pensando que así desaparecerían; pero sucedía todo lo contrario, siempre caía en los mismos deseos y tenía que hacer grandes esfuerzos para no obedecerlos. Pero, cuando en Cristo, diciéndome Dios que no tapase esos pecados con mis esfuerzos, entonces aparecieron en toda su fuerza y me hicieron comprender lo que ya Él me había dicho: Cuan convictamente pecador era en mi vieja naturaleza. Y al contrario de lo que sucedía antes, cuando pretendía tapar mis debilidades en Su presencia, con mis actos, ahora, anteponiendo el sacrificio de Su Hijo, esos pecados ya no me pesan. Perdieron su fuerza y vigor y fueron desactivados, al darme a saber mi Padre que esa era la naturaleza que Él ya había crucificado juntamente con Jesucristo, que no tenía ni tan siquiera que mirarla ya o cargar con ella a mis espaldas. A partir de ese día comencé a discernir perfectamente las dos naturalezas, y a poner mis ojos sólo en Cristo, y, sin dar por eso, aquellos pecados ya no me afectan un pimiento, van simplemente desapareciendo. El espíritu me hizo reposar, al quitar de mí toda mi condena en la expiación que hizo Su Hijo. Me enseñó que aquella vida  jamás podría ser modificada. Ya venía así cuando mis padres terrenales me la dieron. Me di cuenta entonces de que no era Dios Quien me condenaba ya más por mis pecados, y comenzó este descanso como “muerto” en Su Presencia sanadora. Dándome por muerto delante del Padre, ahora distingo bien lo que proviene de mi Cristo, y sin prestarle atención a las acusaciones del adversario, porque antepongo siempre la sangre del cordero, veo cuan distinto y opuesto es este Cristo, mi nueva naturaleza, de quien era juan luis molina.

Los religiosos enseñan, sin embargo, que Dios condena el comportamiento y la conducta que no sea buena. Pero la conducta del hombre no tiene nada de buena. Todos los que mezclan las dos naturalezas, la vieja con la nueva, no se podrán ver nunca libres de las acusaciones del diablo, porque los liberta de ellas cuando hacen obras, y les condena cuando repiten sus fracasos. Es un círculo vicioso que los esclaviza en la Torre. No es que sea Dios quien nos acuse ahora, como se convencen muchos, puesto que Dios ya nos ha condenado y ha justificado para siempre en Cristo hace ahora unos 2000 años. Desde ahora en adelante, por toda la eternidad, Dios ya nos ve como Sus hijos amados sólo por los méritos de Jesucristo. Para eso derramó su sangre y entregó su carne: para limpiarnos de conciencias muertas y hacernos completos y de nuevo en Cristo.

Aunque pequemos mil veces al día, al hombre que se esfuerce en Su Gracia le recoge Dios en Sus brazos, y le reviste de Su justicia y de todos los privilegios que habitan en Su Margen. El problema del hombre no es que caiga en sus deseos, porque somos pecadores y pecaremos siempre, hasta que recibamos el nuevo embase en el Bema;  ¡No! El problema del hombre no es que caiga en sus deseos, sino que se excuse y se esconda de la Presencia de Dios presentándole su justicia. Tapándose con las hojas de higuera de su propia justicia, en vez de vivir en Su Gracia con la justicia divina que nos ha impartido sólo Dios en Cristo. Amadísimo hermano, Dios ama a los pecadores convictos, por ellos mandó a Su Hijo a la muerte; pero, al mismo tiempo, también abomina de los pecadores fingidos, pues quieren acercarse a Su Presencia tapándose con su viejo plumaje. Sin embargo, nada se queda oculto a los ojos de Dios. Todo se mantiene desnudo en Su Presencia. Sólo cuando le mostramos abiertamente toda nuestra desnudez e infección, podremos darnos cuenta de todo el amor que tuvo por nosotros y del poder que tuvo Su detergente desinfectándonos. Entenderemos Su Voz cuando nos dice: Os envié a Mi Hijo amado en vuestro rescate, cuando aún erais pecadores. En frente de Dios, los miembros no hacemos el mínimo esfuerzo por tapar de Su Presencia todas nuestras debilidades y pecados, porque sabemos que Él no nos condena ya, simplemente las da por muertas y, como el nos garantiza, se van debilitando por sí y sin ninguna obra para Él de nuestra parte.

A medida que nos vestimos de Cristo, no sólo desaparece de nosotros toda condenación, sino que, además, aquellas debilidades que nosotros queríamos reforzar con nuestros sacrificios, van progresivamente desapareciendo. Porque el pecado continúa embebiendo aquella naturaleza, pero el criado que lo servía y vivía en una permanente lucha con las acusaciones, se ha pasado ahora a estar conectado a la Cabeza, que es Cristo Jesús. Ese es el espíritu con el cual se nos enciende el fuego de lo alto despojándonos de todo peso que nos asediaba, y nos hizo vivir en Su gracia.

A medida que el viejo hombre se va desgastando en nosotros, no obstante, el nuevo se renueva en nosotros de día en día.


LAS INFECCIONES

Hace algún tiempo atrás, quemé mi pierna izquierda con el tubo de escape incandescente de mi moto. Una quemadura interior como aquella no es dolorosa, pero son las más peligrosas que hay; al morir el tejido y los nervios, debido al calor tan intenso a que fueron sometidos, no sentí casi dolor en mi pierna; por eso pensé que sanaría por sí, y no le di más importancia. Sin embargo, una semana después, la infección producida con los tejidos muertos afectados, se propagó tan alarmantemente por toda mi pierna, que me convencieron los síntomas a ir al hospital cuanto antes. Durante dos meses enteros tuve que dirigirme a diario a la enfermería para limpiar de tejidos muertos la quemadura; la misma quemadura que, de haber yo asistido al hospital en aquel mismo día que se produjo, hubiera parado a tiempo la infección, y no hubiera yo tenido que sufrir así durante tanto tiempo. Esa es la misma situación que criamos cuando intentamos subsanar por nosotros mismos nuestro pecado, sin acudir al Hospital Divino de inmediato. Tenemos que permanecer en el Hospital Divino, Teófilo, y mostrarle todas las infecciones a nuestro Médico. No podemos guardarnos nada de nuestra infección porque empodrece. En Cristo, tenemos todo lo necesario para limpiarnos de nuestra vieja levadura infectada. 



EL VINO GRAN RESERVA

Hay un relato en los Evangelios donde se nos compara a los pámpanos de una vid. Este relato nos dará una maravillosa ilustración acerca de la “poda” que Dios realiza en nuestras vidas cortando todo lo que no lleva fruto en nosotros, es decir, cortando de nosotros todo lo que pertenecía a la carne infectada del mundo y no a Su espíritu divino:

Yo soy la vid verdadera, y mi Padre es el labrador. Todo pámpano que EN MÌ no lleva fruto, lo quitará; y todo aquel que lleva fruto lo limpiará, para que lleve más fruto. Ya vosotros estáis limpios por la Palabra que os he hablado. PERMANECED EN MÍ, Y YO EN VOSOTROS. Como el pámpano no puede llevar fruto por SÍ MISMO, si no permanece en la vid, así tampoco vosotros, si no permanecéis EN MÍ. Yo soy la vid y vosotros los pámpanos; el que PERMANECE EN MÍ, Y YO EN ÉL, éste lleva mucho fruto; porque separados DE MÍ nada podéis hacer. El que EN MÌ no permanece, será echado fuera como pámpano, y se secará; y los recogen, y los echan en el fuego, y arden. Si permanecéis EN MÍ, y MIS palabras permanecen en vosotros, pedid todo lo que queréis, y os será hecho.

Tenemos que darnos cuenta de quién es ese “MÍ.” Tenemos que recordar que, el día que fuimos Bautizados con aguas espirituales, se nos puso dentro una nueva vida, una vida que no tiene nada que ver con la que trajimos en el primer nacimiento; la vida primera no se modificó ni un ápice cuando fuimos bautizados. Ni se modificó ni podrá jamás ser modificada. Dios no quiere saber nada de esa antigua vida. Por tanto, cuando Dios nos abre nuestro entendimiento para darnos cuenta de esta realidad, y sabemos lo que tenemos “EN MÍ” y mansamente lo aceptamos, Dios entonces comienza a producir los “frutos” que naturalmente posee Cristo en nosotros y, al mismo tiempo, va limpiando y podando en nosotros aquellas cosas que, muchas veces, pensábamos sinceramente que eran buenas y agradables a Sus ojos, pero que no pasaban de ser remiendos inútiles en Su Esfera. Porque el deseo de Dios es que la plenitud de los “frutos” de la nueva vida se desborden por sí. Sin remiendos nuestros. Permitiendo que viva en nosotros naturalmente Cristo por Su sola gracia, y por la fe sola.

Los frutos que se manifiestan en cualquier creyente que Dios va progresivamente limpiando de su vieja levadura, son las características del Cristo que vive a Su Diestra y que ha multiplicado en nosotros: Un ser repleto de todo lo que es bueno en gran manera. Todo en él es amor, gozo, paz, paciencia, benignidad, bondad, fe, mansedumbre y dominio propio. Todos los que viven y PERMANECEN en el espíritu están siendo regados de la plenitud que habita y proviene de Cristo. Así lo ha establecido Dios. Esa plenitud son los frutos que manifiestan los hijos que le permiten a Su Padre limpiarlos de lo que traían suyo del mundo. Ese es el verdadero vino que sale de nuestras uvas ahora. El vino que le damos a beber a los hombres de éste mundo, para que se olviden de su amargura y se arrepientan de sus caminos,  alegrándose y volviéndose también en Cristo para Dios.

A un vino Gran Reserva, la peor cosa que se le puede hacer es aguarlo, aunque sea en pequeñas cantidades; si le mezclamos agua a ese vino vamos a echarlo a perder irremediablemente. Nuestro Padre celestial no permite nunca que pongamos nada extraño en Su Vino, nos va limpiando de las impurezas y no permite que le mezclemos nosotros nada impuro a Su Caldo ¿Te das cuenta? ¿Entiendes ahora por qué no podemos hacer nosotros nada por nosotros mismos, aunque quisiéramos?

Hay bodegas que guardan los vinos más excelentes para ser vendidos en el mercado y en subastas a precios exorbitantes, son vinos elaborados con un cuidado y un esmero peculiar y extremado; si les mezclásemos una ínfima cantidad de agua en su interior perderían completamente todo su valor, un centímetro cúbico de agua que le añadiésemos echaría todo a perder. Igual sucede con los creyentes que intentan mezclar sus viejas vidas en la vida de Su Hijo: Un poco de levadura leuda toda la masa. Por muy pequeñas que sean sus aportaciones, siempre le restarán ellos el verdadero sabor que tiene Su Cristo. Por eso repetimos muchas veces que, los que ya no tenemos ninguna confianza en la carne, ni en la nuestra ni en la de nadie, tenemos siempre recelo y desconfianza de nosotros mismos, es decir, de nuestra vieja naturaleza. No queremos quitarle su pureza al Vino que Dios ha elaborado en nosotros. No nos lo permitimos ni haremos lo que quisiésemos, sino que, cada vez más, le permitimos a Dios que vaya sepultando todo lo muerto en nosotros, para que aquel Vino brille en todo su esplendor y vaya haciendo su efecto en la vasija de barro que lo ha colocado Dios, porque así somos verdaderos testigos de la Resurrección de Su Cristo: Así luce en toda su transparencia el mensaje que le entregamos al mundo. 

A nuestro hombre viejo, sin embargo, no le parece nunca que él, en sí mismo, sea así tan malo como supone que sean algunos. Por eso se azota y se engaña diciendo: «Si yo orase más…, o si yo fuese más…, o si yo me quisiera.., si hiciese…,  si dejase de hacer…, si no fuese tan…  entonces podré presentarme limpio ante Dios y ¡todo irá sobre ruedas!» - Pero eso no son más que falacias, pura verborrea semántica. Lo podrá intentar una y mil veces, y por fin, si no se muere de su infección antes en el intento, desistirá y llegará  rendido al Hospital Divino diciendo con Pablo: ¡MISERABLE DE MI! ¡QUIÉN ME LIBRARÁ DE ÉSTE CUERPO DE MUERTE!

En los tiempos del apóstol Pablo, había una pena muy cruel para castigar a los homicidas. El imperio Romano, en todas las tierras donde imponía sus reglas y tributaciones, exigía entonces que el condenado fuese atado con cadenas al cuerpo cadáver del hombre que había asesinado, y era enviado encadenado con el cuerpo muerto para el desierto. ¿Os imagináis el sufrimiento de aquel homicida? Ciertamente era peor ese sufrimiento que su propia muerte.

Esa es la referencia al “cuerpo de muerte” al cual se refería Pablo y se preguntaba quien lo libraría, la misma figura utiliza Dios para definir nuestro hombre viejo, el cuerpo encadenado que trajimos al mundo y del cual nos libró Dios en Cristo Jesús.

Pablo se desuñaba para cantar igual que Plácido Domingo, pero no podía, pretendía que su legalismo produjera el Vino excelente que sólo es Gran Reserva cuando contiene sólo el caldo de Cristo. A él no le importaba morir, con tal de anunciar Su evangelio entre sus hermanos celosos por la ley que estaban en Jerusalén, sin embargo, Dios ya le había dicho, siete veces, que aquel sentimiento no provenía de la Cabeza, aquel sentimiento que Pablo tenía, siendo completamente sincero, no pasaba de ser un sentimiento de la carne, un sentimiento de aquellos que Dios nos pide que dejemos muerto y sepultado. Siempre que desenterramos aquello que Dios ha sepultado, se sufren las consecuencias, porque tendremos que cargarlo a nuestras espaldas hasta que se acepte la Gracia.  

Podemos ser muy sinceros y emprender acciones que nos dejan a merced de las mordeduras de la serpiente; por eso es tan importante que no salgamos a la calle sin Su vara. Revestidos siempre de Su gracia. Por eso es tan importante que dejemos sepultado todo lo nuestro y que sólo dependamos de Cristo.  Todo aquel  que “todavía” no sabe que la Ley ha sido solamente nuestro ayo para llevarnos hasta Cristo, a fin de que fuésemos justificados por la fe sola, sigue persuadido de que con su esfuerzo logrará cumplirla. Pero para eso sirvió aquella ley: La ley es buena, justa y santa: La ley cumple su cometido cuando lleva a reconocer al hombre  que, sin Su espíritu y sólo por Su gracia divina, su sangre le inclina para el mal, le lleva a aborrecer de todo lo bueno y a cometer pecado. ¡Sí!- Puede ser que con su esfuerzo consiga mantener y cumplir con mucha molestia algo de lo que se propone, pero, más tarde o más temprano, volverá siempre a tener sed, a ser arrastrado con sus deseos, y tanto da si los refrena como si no los refrena: el sólo deseo le provoca “la muerte.”

Después de yo ser salvo, hace unos treinta años atrás, el pleno reposo y la absoluta certeza de que Dios me había investido de Su espíritu fueron maravillosos para mi alma. Yo supe en mi espíritu que había sido completamente perdonado por mis pecados. Pero, casi inmediatamente después, apareció en mí un temor que se sobrepuso a todo mi gozo, y me caí de Su gracia. Desde el día que Dios me mostró Su plenitud en mí, al no hacer bien la distinción entre Cristo y mi viejo hombre, y querer ser agradable para Dios, vivía más pendiente de no pecar que de entrar en Su reposo. Porque la sutil y mañosa serpiente, a través de mis conceptos aprendidos sobre Dios, y no de Dios directamente, siempre me decía: si Dios ha sido tan amoroso, perdonándote todos tus pecados, ahora entonces no podrás defraudarlo más, debes comportarte como se espera de un “buen cristiano”. Y así vivía permanentemente en el terror de caer en cualquiera de mis deseos, por eso me volví muy religioso, y en vez de vivir en Su reposo, viví durante treinta años en una lucha encarnizada contra mí mismo, como pretende el gusano que vivan los religiosos, y se olviden de la gracia de Dios. Bien me soportó Dios en aquel desierto, y de vez en cuando me sanaba y confortaba, pero ni era manso ni humilde a Sus palabras, ni entraba en Su reposo. Sólo cuando desesperé de “mí mismo,” con la misma desesperación del apóstol Pablo, es que por fin pudo hacerme ver Dios mi verdadera identificación en Cristo, cuando me visto de Cristo por la fe sola, y dejo al viejo hombre crucificado en el madero que Él providenció, por su sola gracia, Dios es Quien produce que nuestro nuevo hombre interior se renueve en nosotros, a medida que se desgasta en nosotros el viejo hombre exterior. Así de fácil y así de sencillo. Por eso, estos creyentes recientes que han aceptado mansa y humildemente a Cristo dentro de ellos, dándose a sí mismos por muertos, ya no tuvieron que pasar por ningún desierto.
 
Sin embargo, yo lo hice durante treinta años al revés. Es como si un hombre intentase nadar contra corriente en los rápidos de las cataratas del Niágara; ese es el inútil esfuerzo de aquel que quiera cumplir la ley por sí mismo, y no depender de AQUEL ÚNICO que la cumple naturalmente: Cristo en nosotros. Por eso tuvo que ser copiado y multiplicado en millones de vidas. Todos llevamos en la sangre una naturaleza genéticamente envenenada, y si decimos lo contrario hacemos de Dios un mentiroso:

 Si decimos que no tenemos pecado, nos engañamos a nosotros mismos, y la verdad no está en nosotros.  


EL CORAZÓN VIEJO

Nota bien que Dios, en Su Palabra, nunca nos dice que la Sangre del Señor Jesús nos limpie nuestros corazones viejos. Con el corazón viejo pura y simplemente no podemos acercarnos a Su Presencia. Debe haber muchos que no lo han entendido bien todavía, porque aun hay una mayoría que ora así: “Señor, por favor, fortalece mi corazón,  lava mi corazón de pecados y debilidades, dale más amor a mi corazón…..”, así se pasan la vida los que todavía no han aprendido bien lo que corresponde a cada una de las naturalezas. Si mezclamos los dos hombres – el viejo con el nuevo, como yo hice durante treinta años, no vamos a poder quemar todo el lastre de la vieja vida que nos oprimía en el tiesto de barro.   Rápidamente caeremos en las acusaciones que nos presenta el diablo y acabaremos en su condenación. Seguiremos pensando que, para obedecer a Dios, debemos seguir siempre aquello que nos salga de nuestros corazones sinceros. Pero, sinceramente hablando, ese corazón, dice Dios, es engañoso y más perverso que todas las cosas.  Está escrito que, no es lo que entra por la boca del hombre lo que contamina al hombre, sino que la sangre contaminada del hombre, proviene y fluye de su propio corazón. De la sede de su vida íntima y personal brota toda su muerte y corrupción. Por eso fue necesario que Dios operase algo más eficaz en él, no solamente lavarlo y limpiarlo: tuvo que crucificarlo, y darnos uno nuevo en el espíritu de Cristo. Nadie se pone a lavar un trapo viejo que se destine a la basura. Así como estamos viendo, todo lo que hace parte de la “carne” es demasiado inútil como para perder el tiempo intentando pulirlo o limpiarlo. Todo él, y en él, tuvo que ser crucificado, ni un ápice se quedó de fuera. Lo que Dios operó en nosotros Teófilo fue algo totalmente distinto y creado de nuevo.

Os daré corazón nuevo, y pondré espíritu nuevo dentro de vosotros.

Este es el único corazón que puede presentarse ante Él con absoluta y total confianza, para disfrutar de Su Común-unión.  Todos los que mezclan aún los dos Corazones, los dos Hombres, las dos Naturalezas y las dos Creaciones deberían preguntarse: ¿Para qué nos habría copiado Dios un corazón nuevo en Cristo, si remendando el viejo nuestro hubiésemos podido entrar en Su Comunión? ¿Para qué murió Jesucristo entonces derramando su sangre? ¿Para que dejo caer Su grano de trigo en tierra el Padre? - Si yo puedo ganarme el cielo con la sinceridad de mi corazón ¿Cuál podría ser el propósito de entregar a Su Hijo más amado a toda aquella brutal, animal y diabólica tortura?

Es verdad que, el trabajo de limpieza de la Sangre que en algún versículo está escrito, se refiere al corazón, si, pero con relación a la conciencia: Purificados los corazones de mala conciencia  ¿Qué significa esto? Significa que había algo interpuesto entre Dios y yo, como resultado de la mala conciencia que brotaba de mi corazón carnal siempre que quería acercarme a Él; por eso hacía obras, para modificarme y ganarme Su acceso y Su comunión por mis méritos, y aquietar así mi conciencia; pero esa viva conciencia era como una espada que se revolvía entre Dios y yo. Siempre que me esforzaba en mis obras para acercarme a Su Presencia me hallaba en falta y me acusaba. No podía beber de Sus aguas amargas. Sin embargo, ahora, a través de lo que operó el Cuerpo y la Sangre del madero que Dios nos señaló, algo nuevo ha sucedido delante de nuestro Padre, que ha diluido esa barrera. Cuando por fin se acepta el Anuncio de Su Voz y sabemos el valor legal de la Sangre, se aclaran entonces nuestros corazones de malas conciencias. Cuando se acepta que Cristo ha venido para vivir su vida en nosotros, y nosotros se lo permitimos, desaparece de una vez por todas cualquier tipo de culpa o condenación que tuviéramos. Porque por el espíritu sabemos ahora, que no sólo la nuestra, sino que también la conciencia de todos los hombres que llegan a este mundo, se encuentra ciertísimamente muerta en delitos y pecados. Lo mejor es dejar enterrada esa vieja naturaleza y vivir por la nueva - nos dice Dios. Jamás tendremos una mala conciencia cuando estamos en la Presencia de nuestro Padre revestidos de Cristo, por la fe sola.

Todos nosotros sabemos cuán preciosa es una conciencia libre de ofensas en nuestro trato con Dios. Un nuevo corazón de fe y una conciencia purificada de toda y cualquier acusación, son ambos necesarios en nuestras vidas, pues son interdependientes entre sí. Ambas cualidades brotan de la Cabeza y se transmiten a los miembros. Para poder seguir andando con Dios, no perdemos de vista la Escritura que ha firmado el Supremo Notario, podemos permanecer descansados en Su Presencia todos los días, a todas las horas y en todos los momentos. Eso es lo que significa que murió por nuestros pecados, por eso es incomprensible a los cinco sentidos el amor de Dios hacia nosotros, porque apenas si habría alguno que osara morir por uno bueno o justo, pero Dios nos demuestra lo que no entendemos con nuestros viejos sentidos, que mandó a Su propio Hijo a la Muerte por nosotros “cuando aún éramos pecadores.”

El mayor gozo que trae consigo Cristo a nuestras vidas consiste en saber que todo nos ha sido ofrecido a cada uno de pura Gracia, sin embargo, éste es el calcañar de Aquiles del viejo hombre, lo que más le cuesta recibir y aceptar de Dios. Por eso no se deleitan “todavía” los hombres y muchos “creyentes.” Pero Jesucristo no sólo se entregó por ti para salvarte, sino para vivir su vida en ti si se lo permites, para que vivas sin culpa ni defecto en la Presencia del Padre desde ahora y para siempre, y además, para que sepas toda la verdad que sale de Su Boca. ¿Crees esto? Porque solamente los que reciben como niños esta leche no  adulterada saben que Dios siempre los ve sin mancha ni arruga en Cristo. Los demás, la inmensa mayoría, hace obras para ganarse Su Comunión. Nunca nos ve de otra manera Dios. Siempre santos y sin mancha en Cristo. Si mantenemos enfocada la imagen que  Dios tiene de nosotros, como nos muestra directamente en Su espejo, sin tener en cuenta opinión o interpretación alguna de lo que nos enseñe, nos vamos volviendo como él es. Disfrutando cada vez más de la Presencia sanadora del Padre, seremos renovados como el águila santa y nos deleitaremos revoloteando confiadamente en Sus Alturas. El propósito y deseo ardiente de nuestro Padre ha sido siempre que nos mantengamos confiados y seguros en Su Palmeras, alimentándonos de Sus dátiles, y de todo lo que Él nos acerque. Y Hemos sido hechos cercanos a la Palmera del Padre por la sangre de Jesucristo:


EL TRIGO Y LA CIZAÑA

Debemos separar el trigo de la cizaña; acordaros de que la espada del espíritu es muy poderosa para discernir los pensamientos del corazón, para separar las coyunturas de los tuétanos y para dividir el alma del espíritu. Debemos escuchar la voz que Dios nos revela en Su espíritu y dejar de lado todo lo que asimilaron nuestros sentidos. No hay otra manera. No hay “término medio.” Dios desea que todos los hombres sean salvos y vengan al conocimiento de toda la verdad; pero, el Dios que lo desea así, estableció un sólo mediador entre Dios y los hombres - no vírgenes, ni santos, ni mártires ni sagrados corazones; ni voluntades, ni esfuerzos, ni obras muertas de la carne. Si alguno quiere acercarse a Él “por otra puerta,” sea cual sea la puerta de “sus obras,” el Señor le repudia y reprende llamándole ladrón y salteador. Esa es la sentencia que puso Dios en el hombre, la espada que se revolvía y revuelve por todas las partes en el abismo, para que ni nosotros ni nadie pretenda acercase a Él edificando miserablemente una torre con sus propias manos, y o abriendo Su puerta.


El único requisito para entrar a Su Presencia, y disfrutar de la verdadera Comunión con Dios, consiste en saber y aceptar que todo el mérito y esfuerzo le compitió solo a Dios. Él  solo HIZO TODO lo necesario rescatando al hombre a través de Su único sacrificio válido y llevando al hombre, así, a disfrutar de Comunión en Su Presencia Sanadora.

 Si alguien cree con mansedumbre esto, la primera vez que Dios se lo muestra, no tendrá otra vez que atravesar el desierto de “sí mismo”. Pedirá a Dios que ilumine su entendimiento y, cuando le muestra Dios la parte que le corresponde en Su negocio, entenderá finalmente que: Si  EL SEÑOR no edifica la casa, en vano se esfuerzan los edificadores.” Haga frío o calor en el mundo, Sus hijos saben que tienen en su espíritu, una estancia con aire acondicionado, saben que están revestidos, de pura Gracia, con la túnica de piel más hermosa de la nueva creación. Se revisten de Cristo y esa es su parte en Su negocio.



EL FRÍO EN EL ABISMO

Todo hombre que nace, amadísimo Teófilo, está envuelto en el desorden y vacío que impregna éste mundo. Por eso, todo aquel que todavía no haya creído el anuncio tiene delante de sí dos opciones: o se convence de que no hay Dios alguno por detrás de todas las cosas agradables que se ven, y vive su vida de alma como le place a sus ojos; o se inventa un dios a su imagen y semejanza. Todo lo que ese hombre puede aprender, por sí mismo, tiene entonces que aprenderlo a través de la experiencia, con sus tentativas y fracasos y alejado de Dios.
  
Menospreciando Su espíritu y Su instrucción, el hombre prefirió antes cavar por sus propios medios cisternas rotas que no contienen aguas dulces ni potables por sus cinco sentidos; y lo hizo para ser como el diablo le sedujo. Para que no muriese y pasase a ser como Dios. Desde ese mismo día en que decidió gobernar su vida por sus propios sentidos, queriendo tomar el lugar de Dios, el hombre no ha parado de cavar su propio abismo y autodestrucción. En ese abismo se va hundiendo la humanidad. Dios, ya lo hemos dicho, no puede intervenir ahí, ¡Dios no tiene que ver absolutamente nada con ese mundo! Es el reino antagónico y enemigo. Por eso nos dice Dios que Él sólo se mueve e incuba por la faz de las aguas dulces y potables. No por la faz del frío abismo.

Adán, dejando de lado conscientemente el espíritu con el cual tenía todas las cosas en común con Su Creador, escogió antes gobernar su vida por sus propios sentidos. Decidió determinar, por SI MISMO, lo que era bueno y malo en la creación que Dios le había depositado en sus manos.  No quiso tener en cuenta al Creador que había hecho todas las cosas. No quiso escuchar el anuncio de Quien estaba enseñándole e instruyéndole en verdad; con aquella decisión produjo conscientemente su propia separación, y comenzó el proceso de su autodestrucción: cayó en la faz del abismo. Hay muchos que están persuadidos de que Dios opera en esa esfera, pero eso es imposible, porque Dios es luz y no hay ningunas tinieblas en Él. Cualquiera que desee ser instruido por Dios y quiera aprender a oír Su Voz, por tanto, precisa mudar de Esfera. Necesita aceptar esa realidad y cruzar el abismo de la mano de Su Único Mediador, porque Dios sólo se mueve e incuba todo en la faz de Sus aguas espirituales. Y sólo con Su Mediador se pueden navegar Sus aguas, y penetrar en los asuntos de Su margen.

Yo soy el Camino, la Verdad y la Vida. Profirió Jesucristo. ¡Todos los caminos van a dar a Roma! replican las Altas Autoridades.

Pero para que se abriese un Camino que le llevase de vuelta a Dios, el hombre tuvo que esperar que Dios lo creara, a pesar de lo que dijeran las Altas Autoridades. Aquel Adán examinado y reprobado, con toda la descendencia que salió de su sangre (la suma de toda la humanidad) fue instruida por Dios a esperar a Su Redentor. Tenían que aguardar que llegase aquel que pagaría su deuda. Sólo aquel Cordero podría pagar el rescate necesario, que cubriría su maldición al hombre.

 ¿Quién ha creído a nuestro anuncio ahora? Porque nuestro anuncio a Quien pregona, ahora, NO ES ya más al Cordero que estaba para venir y expiar nuestra deuda, sino al Rey que vino y levantó Dios de la muerte con pruebas y señales indubitables; pero también a éste Señor ascendido hay muy pocos que hayan creído. Habiendo ya venido el Redentor y pagado nuestra deuda, la mayoría se encuentra todavía dormida en esa faz o esfera: muerta en delitos y pecados y sin Dios ni esperanza en este mundo. – Prefiere desechar una salvación tan grande y quedarse viviendo en las lindes del “hombre muerto.” - No quiere echar mano del camino que Dios ha trazado. Quieren abrir el suyo propio con sus propias manos y se desuñan en esfuerzos para lograrlo. - Pero un muerto no podrá jamás abrir una lata de sardinas, ¡cuanto más trazar un camino! ¿Qué tipo de “ingeniero de caminos” es un cadáver? ¿Qué puede aportar con sus manos? ¡NADA! El hombre que quiera acercarse, ahora, a Él, tiene que atravesar ese abismo por Su único camino: el camino que Dios trazó. Pasar por lo seco.  Dejar de desuñarse abriendo su propio camino y aceptar entrar por la puerta que Dios nos abrió,  porque en vano se desuñan así los edificadores.



EL EXAMEN

¿Qué es lo que el hombre estaba haciendo en el Paraíso? según el espíritu dice por sí mismo, aquello que hacía el hombre en el Paraíso, era muy diferente de lo que nos enseñaron las Altas Autoridades en Babel, cualquiera que fuese la sucursal que frecuentásemos. En la mía particular se nos embriagaba con licor de “manzanas” y “tentaciones.” ¡Todo no pasaba de licores aguados! Pero el espíritu afirma y declara, en contraste con lo que está seducida la mayoría, que el hombre estaba ciertamente a ser probado por Dios. No a comer manzanas. Estaba, por así decirlo, a ser examinado. Y el simple examen que le presentó Dios al hombre en el paraíso consistió en está sola pregunta: ¿Creerá el hombre a lo que Yo, Dios, le diga, o a lo que le diga Satanás? Con esa sola y sencilla pregunta examinó Dios al hombre. Y el hombre fracasó en su prueba o examen: “dando oídos” al anuncio de la vieja serpiente y rechazando la Palabra de Dios. El hombre fracasó en su prueba, respondiendo antes al consejo del diablo: Eva se dejó seducir y se persuadió de que serían iguales que Dios, y el hombre, dándole oídos a Eva, se volvió también un colaborador de Su adversario, juzgando también que no moriría si de Dios se separase. Con esa decisión, el hombre y la mujer acarrearon el juicio y la separación de Su Creador y se dio la Caída. La colaboración del hombre con Satanás precipitó, desde ese momento, la corriente corrupta que impregna hasta hoy la sangre del hombre.

Suponer que el hombre está siendo juzgado, hoy en día, es una falsa y peligrosísima mentira que ataca a la raíz del evangelio de la Gracia. El hombre ya fue examinado y fracasó en su examen. Probó ser, no sólo depravado y ruin en todos sus actos, sino peor aún: EN SÍ MISMO, el hombre no pasa de ser una criatura arruinada por NATURALEZA. Por eso fue acusado y condenado y jamás volverá a ser examinado, a pesar de lo que pregonen algunas de las Altas Autoridades. Porque aquel hombre, que había sido creado para ayudar a Su Padre en Su Propósito eterno, y para que disfrutase en Común-unión de todas las cosas con Su Creador, se volvió, por su propia decisión, cómplice y coheredero del archi-enemigo de Dios: el padre de los espíritus inmundos que mueven ahora la rueda de éste mundo. El padre de mentira que labora en Babel, quien intentó siempre obstruir el propósito divino y también se rebeló; prefirió ser también como el hombre y la mujer desearon: Independiente e iguale que Dios. Los dos se engañaron, tanto Satanás como el hombre, los dos se persuadieron en sus razonamientos, los dos pensaron que podían ocupar el lugar del Creador. Y los dos dieron un ejemplo de cómo todas las criaturas se destruyen, entre sí, fuera de la común-unión con el Creador.

Pero en Su Presencia, en la Esfera de Dios, todas Sus criaturas no sólo subsisten, sino que también existen en Común unión a Su Creador. No se pueden separar. Son absolutamente dependientes entre sí. Son UNO e inseparables. Andar juntos es el mismo deseo en ambos. Así, pues, nosotros, porque somos parte integrante del Cristo resucitado, también estamos sentados igualmente a la Derecha de Nuestro Padre y jamás nos separaremos ¿Habría algo mejor?  Dios, después de juzgar, condenar y echar fuera de Su Presencia al coheredero de la vieja serpiente, por el AMOR que le tuvo al hombre - porque le amaba y quiso detener lo que se merecía, lo primero que le señaló fue: Una Espada que se revolvía por todas partes, para que no se permitiese al hombre, extendiendo su propio brazo,  alcanzar y comer del fruto del Árbol de la Vida. Para que esa espada le señalase la única puerta disponible para llegar a Su Presencia.


 La humanidad, desde entonces, después que se le hiciera conocer EL ÚNICO CAMINO de vuelta a Su Presencia con Su espada, podía y puede intentar toda suerte de artificios, y edificar torres y muros, e ingeniar filosofías y religiones. Puede vestirse de todas las hojas de higuera que quiera para tapar su desnudez de espíritu: Pero aquella espada estaría y estará siempre revolviéndose. Estará negándole al hombre que, por sus manos, por sus propios medios y méritos, quiera entrar así a comer del fruto del Árbol de la Vida.

EL EFECTO DE SU ESPADA EN LA CONCIENCIA VIEJA

Todos los hombres que nacen en éste mundo, siempre que quieren acercarse a Dios (el Árbol de la Vida) por sus propios medios, esfuerzos arduos, obras y sacrificios, siempre se deparan y tropiezan en su propia “viva conciencia de pecado.” Se revuelve y aviva. No pueden vencerla ni ultrapasar; y en su desesperación el hombre, buscando llenar el vacío que siente en su abismo, queriendo tapar su desnudez de espíritu, en vez de aceptar Su gracia y aquietar con ella su conciencia, muchas veces lo que prefiere es pasarse la vida cuestionando lo que le dice Dios. Edificando en sus imaginaciones sus propios muros de lamentaciones, donde unos se inventan una cosa, y otros predican la contraria; donde nadie se entiende porque se les confundieron sus lenguas.

  ¿Por qué, después de seis mil años, el hombre no ha encontrado todavía un sistema adecuado de gobierno? ¿Cuál ha sido el método que ha resultado y que modifique su comportamiento? ¿Cuántos siguen buscando ese sistema y esos métodos? ¿Cuántos no se persuaden de ideas que no pasan de “ideales espejismos”? Porque son todos ideales y espejismos que no pasan de tentativas y fracasos muertos, transitorios y corruptos. Son las obras de madera, heno y hojarasca que, dice el espíritu de Cristo, arderán como los espinos secos el día que sean probados por el fuego.

En vano se esfuerzan los que así edifican, aunque muchos ya sean salvos y se persuadan, con total sinceridad, que se esfuerzan para acercarse por sus manos al Árbol de la Vida. Pero para acercarse al Dios de toda Gracia y disfrutar de Su Comunión, todos los descendientes de Adán y Eva (para todos los que lo aceptan)  desde ese mismo día, desde el día que el hombre fue expulsado del Paraíso, Dios, con un amor que  no se merecían, les mostró cuál era SU VERDADERO Y ÚNICO Camino de vuelta a la paz con Dios. Yo soy el Camino y la Verdad y la Vida.

Por eso Abel, obedeciendo a la voz de este anuncio, le trajo y ofreció a Dios “UN CORDERO”: obedeció a Dios y creyó en el  Cordero, aquel que Dios le dijo que vendría para ser inmolado en sacrificio para pagarle su deuda. El Cordero que derramaría su sangre y partiría su cuerpo en el madero en sustitución suya: y recibió Dios la ofrenda de Abel CON AGRADO. 

Y por eso, Caín, intentó traerle una ofrenda a Dios del fruto de la tierra, exactamente de aquella tierra a la cual Dios acababa de maldecir en Su Anuncio -y no lo aceptó Dios de SUS MANOS.

Todas las religiones del mundo pueden ser trazadas desde Adán y Caín. Todas ellas quieren acercarse a Dios con ALGO DE TIERRA en sus manos. En lo único que varían las religiones mundanas es en el “tipo de tierra” que traigan en sus manos. Hay tierras de musulmanes y tierra de islamitas, hay tierra de budistas y muchas tierras de otros que se denominan cristianos. Pero  se distinguen todas, como el día de la noche, del verdadero y Su único Camino, en el cuál y para entrar, todos tienen que confesar que NADA DE TIERRA llevan en sus manos,  sino que TODO lo depositaron  en las manos de Su Cordero.

Así, pues, ¿Qué entendemos por Fe, Bautizo, Comunión, o Justicia y Ley y Gracia? Porque del conocimiento exacto de estos términos celestiales depende nuestra vida en abundancia. Para responder correctamente a ésta, y a todas las preguntas que nos surjan, debemos escuchar atentamente Su Palabra, la Palabra que sale de la Boca de Dios. Porque de nuestra boca, sin espíritu, solamente pronuncia palabras degradadas de nuestro propio paladar. Pero del espíritu de Dios sale la respuesta de los enigmas del hombre, y cuando los enigmas se aclaran, nace una paz que sobrepasa todo entendimiento y guarda nuestros corazones.


COMO ÉL ES

Hay dos expresiones en la Escritura de la Verdad, que iluminan el entendimiento (a los que tengan oídos para oír) y que introducirán más luz a la hora de “oír de Dios” directamente Su Voz, sin que nosotros demos nuestra opinión, o que hombre alguno tenga que enseñarnos. Una de esas  expresiones fue utilizada por el Señor Jesucristo hablando de sí mismo y de su relación con el Padre: “yo y el Padre uno somos.” Esto no significa que Jesucristo sea Dios, porque la palabra UNO griega que se utiliza aquí, significa la unidad que hay entre dos, de diferentes clases. Cuando se juntan dos minerales, y se funden en uno, se da una aleación. Ese mismo significado tiene UNO. La íntima relación que ambos mantenían, la que mantienen ahora, y la que mantendrán eternamente es, sin duda alguna, sin manchas ni fisuras. Sin el más mínimo defecto ni polvo de zapatos: el propósito de ambos armoniza perfectamente, ambos tienen un mismo objetivo y los dos se mueven hacia un mismo sentido. Jesucristo, tuvo la misma voluntad propia de todos los seres humanos, no era ninguna marioneta en los brazos de su Padre; Jesús pudo haber hecho todo lo que le dictasen sus pensamientos y emociones, pudo, por ejemplo, haberse retirado a un monasterio pensando que esa era la mejor manera de servir a Dios; o podía haber fundado su propia organización y establecido los patrones que le dictase su mismo corazón y decir después: “Así dice Dios.” - ¡Podía haber hecho lo que le diese la gana! Pero ¡NO! Lo que hizo fue ser manso y humilde a lo que Su Padre le dijo fundido con Él. Y lo que Su Padre le mostró fue: Que solo por sí mismo no podía él hacer nada. Y Jesús, después de recibir sin conflictos mentales lo dicho, se lo enseñó otra vez a los hombres sin añadir ni omitir ni una jota ni una tilde y repitiendo: No he venido yo para hacer mi voluntad, sino la voluntad del que me envió. No puedo hablar por mí mismo, sino lo que escucho del Padre eso hablo. Yo no puedo hacer nada por mí mismo sino lo que veo hacer al Padre eso hago. Eso es lo que carga consigo la expresión el Padre y yo uno somos.

Y a seguir a esta expresión, me gustaría que tuviésemos en cuenta otra que utiliza Dios hablando de nosotros, los que tenemos a Cristo: “Porque como Cristo ES, así SOIS vosotros ahora.” Estas dos declaraciones contienen una clave fundamental para que disfrutemos eternamente con Dios, desde ahora y para siempre,  Su ZOE ABUNDANTE. 

¿Qué entendemos por humildes y mansos?

 Humildad es saber y aceptar que los pensamientos de Dios son más altos que todos los pensamientos, nuestros o del mundo; y mansedumbre es aceptar esa Verdad sin conflictos mentales. Sin discutirle ni cuestionarle nada.

No es más que eso, o por otra parte, esa es la esencia de los dos términos. La sencillez de Sus joyas es una de Sus características comunes en todas. Podremos profundizar un montón de años y deleitarnos siempre en todo lo que contengan esas joyas dentro, pero la sencillez de su esencia nos iluminan desde el primer momento.- ¿Cuánto vino añejo y trapos sucios no se han vendido en la maldita torre abusando de éstos dos términos divinos?  Porque hay una gran parte de personas, denominadas también “cristianos,” que dan una imagen deplorable abusando de Sus términos. Enseñan y manifiestan sus propios sufrimientos y los sufrimientos del mundo entero, pregonando que eso es “humildad”.- Llevan la vida condenándose por sus pecados como esclavos y siendo el  “hazme reír” de los incrédulos, propagando que eso es “mansedumbre”.  Juzgan  ese desvarío, que le han hecho creer  el acusador y sus Altas Autoridades, por encima de lo que les dice Dios, que esa es la humildad y la mansedumbre que Dios les demanda para ganarse el cielo y Su favor, para acercarse a Dios.

Pero O MIENTE DIOS O MIENTEN ELLOS. Y si Dios no miente, Él nos dice que exactamente igual, igual que el Cristo Ascendido, somos nosotros ahora. - Cristo y nosotros son los dos una misma persona. ¡No hay ni la más mínima diferencia!- Tampoco tiene manchas ni arrugas ni fisuras nuestra común - unión con él. Eso es lo que está escrito. Y si Dios no miente, por tanto, si esto es verdad, entonces nosotros ahora, en Cristo, también somos uno con el Padre. El poder del Dios Todopoderoso llevamos dentro, directamente de él podemos aprender todas las cosas.

Porque vosotros tenéis la unción del santo y no precisáis que nadie os enseñe.

Es posible que no lo sintamos, o que no lo materialicemos, o que no lo entendamos y que nos deje perplejos, pero eso es lo que está escrito y seguirá siendo verdad eternamente como clave única para entrar en Su reposo. Puede ser que nuestros sentimientos, o los sentimientos de alguien que tengamos por maestro digan lo contrario. Siempre va a ser una cuestión de a quién le hacemos caso ¿A Dios, o a los sentimientos?- ¿Al “trapo viejo” o al “Vestido Nuevo”? ¿Al “hombre muerto” o al “Hombre Renacido”? - Porque, hasta que Cristo vuelva, y Dios dice que vuelve pronto, siempre nos vamos a tener que decidir por creer y servir en una de las dos Esferas. Sin término medio: O andamos por la carne o vivimos en el espíritu.

El hombre natural, por eso, necesita primero arrodillarse delante del Nombre de Su único Mediador con la mansedumbre y humildad verdadera, para que Dios le invista primero del espíritu de sabiduría, es decir, del espíritu que habita y le conecta en Cristo: le haga parte de sus miembros - Pero después que recibe ese espíritu, haciéndole Dios igual a Cristo, parte integrante de él, de su cuerpo, entonces, no solamente recibe todo lo que es del Padre, sino que, además, si quiere, nadie ni nada podrá impedirle de manifestarlo plenamente en su nueva vida NATURALMENTE. Esos son sus nuevos derechos. Todos los términos que  estamos viendo y que Dios nos muestra hacen parte de los derechos y privilegios de la nueva naturaleza. Esa es la Común unión que poseen con Su Padre todos en este bendito y celestial Cuerpo: los miembros dormidos y los que están despiertos; aunque los primeros ni sepan que la tienen disponible.

¿Qué entendemos por “natural”? Ya lo hemos referido, por natural entendemos todas las cosas que nacieron inherentes en el hombre sin intervenir para nada él con su esfuerzo. Todas las cosas que posee el hombre sin que él las haya provisto primero, ni por sus méritos ni por sus sacrificios. Todos nacemos en el mundo naturalmente con nuestros cinco sentidos, todos traíamos dentro un cierto código de crecimiento, y cuando nuestras madres nos dieron a luz y vinimos al mundo, ya traíamos consigo una serie de factores y características que, siendo comunes a todos los hombres, no tuvimos que hacer nada para integrarlas en nuestras vidas, ya las portamos NATURALMENTE. Así también ahora en Cristo. También poseemos sus características SOBRENATURALES que ahora son hechas nuevas en nosotros. Como él es, exactamente igual somos nosotros ahora. ¿Se condena Cristo en la Presencia de Su Padre, o se regocija para siempre en Su Presencia y disfruta de Su Justicia descansando a Su Diestra? - ¿Le faltará algo a  Cristo?  ¿Dispondrá de todas las riquezas celestiales de Su Padre? - Pues así dice Dios que somos nosotros en nuestra nueva naturaleza. Todo esto hace parte de los tesoros que tenemos en nuestra común unión a Cristo con el Padre. Todo esto solamente es Verdad CONECTADOS EN CRISTO A DIOS - Y ESA ES: La ZOE en Abundancia que edifica en ti el Arquitecto hasta que el día sea perfecto.

“Yo he venido para que tengan vida y para que la tengan en Abundancia”








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