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DELEÍTATE EN DIOS (CAP. 1, 2 y 3)


Una Biografía de George Mueller

Por Roger Steer

TRADUCCIÓN ESPAÑOLA – Juan Luis Molina


Amadísimos miembros del Cuerpo, ha puesto el Padre en mi corazón traducir la biografía de George Mueller que Roger Steer publicó en su tercera edición de 1.990.

Esta biografía es un poderosísimo testimonio de la suficiencia de Dios en todas las cosas. No es propiamente la vida de Mueller lo que debemos ver en esta obra, sino el poder maravilloso que tiene nuestro Dios para confinarnos Sus promesas. Sus promesas siempre han sido inquebrantables y han permanecido disponibles para quien se levante a creerlas. “El espíritu” de la vida de Mueller se está levantando poderosísimamente en muchos miembros a la vez hoy en día. Igual de efectivo que operaba en la vida de Mueller el espíritu santo, se encuentra operando efectivamente ahora en muchos miembros de Cristo, conectados a la Cabeza del Cuerpo. Quiera Dios desnudarnos de nuestras pluralidades y del pecado que nos asedia, y seguir revistiéndonos de Cristo solo. Así lo hizo Dios con Mueller y con todos los que se ponen en Sus manos sin condición alguna.

Que Dios nos siga bendiciendo.

Juan Luis Molina.



1
Un Oportunista Prusiano


Un cuarto de siglo antes, el castillo medieval de Wolfenbuttel había sido la residencia favorita de una noble familia local; a principios del siglo XIX, aunque los asiduos visitantes de la casa real ya habían partido, aun así, la pequeña ciudad del siglo XVII asentada sobre las colinas de la Baja Sajonia no había perdido nada de su encanto. En uno de sus edificios medio heráldico, localizado alrededor del castillo, un oficial de policía alza sus ojos por encima de su mesa de despacho. Dos soldados se mantienen firmes y en guardia flanqueando a un joven prusiano. El oficial comenzó su interrogatorio.
´ ¿Cómo te llamas?´

´George Muller.´

´ ¿Edad?´

´Dieciséis años.´

´ ¿Lugar y fecha de nacimiento?´

´Kroppenstadt, Prusia, 27 de Septiembre de 1805.´

´ ¿Es cierto que has estado viviendo a la larga y a la francesa en el Hotel Wolfenbuttel, y que no tienes medio de pagar el alojamiento?´

´Si, es verdad, pero...´

´ ¿Es además verdad que has permanecido hospedado la semana pasada en otro hotel próximo de Brunswick, viviendo de manera similarmente lujosa, y que cuando te pidieron que pagases tuviste que entregar tu ropa como garantía de pago?´

Mueller tenía muy poco que decir en su defensa. Se encontraba sin un centavo en sus bolsillos y metido en deudas: después de tres horas de interrogatorio, y sin ningún tipo de información acerca de cuando sería juzgado, los dos soldados lo custodiaron hasta la prisión. Una estrecha ventana cubierta con barrotes de hierro proveía la única luz, y pesados compartimientos de madera la repartían entre las celdas adyacentes. En aquella tarde, Mueller recibió algunos alimentos para comer con un trozo de pan, pero él inmediatamente que los olió los puso de lado y ni tan siquiera los probó. Este desprecio debió haber ofendido al cocinero, porque no se dignó  hacerle ningún favor especial más. Al segundo día se le ofreció el mismo tipo de menú que tenían sus compañeros de prisión: para la comida, agua y un trozo de pan duro; para cenar, vegetales y carne fría – y, comenzando a sentirse evidentemente debilitado, se decidió a comer un poco.

El carcelero vigilaba a Mueller en su celda de día y de noche y no le permitía que hiciese trabajo o ejercicio alguno.

´ ¿Podrían darme alguna Biblia para leer?´ pidió Mueller queriendo hacer pasar el tiempo.
´No.´
Al tercer día se comió todo lo que le pusieron en la mesa, y después del cuarto siempre agradecía que le diesen más.

Algunos días después, se enteró de que había otro prisionero en la celda próxima a la suya. Se comunicó con él a través de los entalles de las través de madera, y vino a saber que su vecino se encontraba allí por haber cometido un robo. Tal vez fuese porque se comunicasen en voz baja y de manera ordenada, el motivo porque el jefe de la prisión le permitió que compartiese la misma celda de Mueller, y desde entonces se pasaban el tiempo contándose mutuamente sus aventuras. En el calor de los relatos, Mueller comenzó a inventarse historias que impresionaron enormemente a su amigo; y entonces, unos diez días después que se pasaron así, los dos prisioneros se envolvieron en una disputa y durante días y días se rehusaron a hablarse entre sí, el uno con el otro. En medio del silencio, Mueller comenzó entonces a repensar su vida.

Sus primeras memorias se remontaban a Enero de 1810 cuando, a la edad de cuatro años, su familia se mudó desde Kroppenstadt donde vivían, para Heimersleben en donde su padre fue destinado en su puesto como recolector de impuestos para el gobierno. Antes de completar los diez años de edad, ya había estado más de una vez robándole a su padre dinero del gobierno; y se acordó del día en que su padre orquestó un manera de sorprenderlo en el acto victoriosamente. Sospechando de su hijo, Herr Mueller separó y contó una pequeña cantidad de dinero y la dejó en el cuarto donde él se hallaba. Le dejo sólo por unos instantes, George se había apoderado de parte del dinero y escondió las monedas en sus zapatos. Su padre regresó poco después y volvió a contar el dinero; George fue inquirido y obligado a confesarlo todo. Se acordaba de haber sido castigado en este episodio y en otras ocasiones, pero su reacción al ser descubierto en estas ocasiones, era generalmente considerar cómo se las ingeniaría la próxima vez, de manera más suspicaz, para que no le detectaran su falta.

Herr Mueller guardaba íntimamente la esperanza de que su hijo se hiciese clérigo: no para que sirviese a Dios, sino para poder gozar de una vida holgada y sin obstáculos. En aquella su celda, George reflejaba en su memoria los cinco años que pasó en la escuela catedralicia clásica de Halberstadt; y se acordó  - con alguna vergüenza – de un Sábado por la noche, unos dos años atrás, cuando, sin saber que su madre había caído gravemente enferma, Mueller había estado jugando a las cartas hasta las dos de la mañana del domingo. Y después, habiendo matado su sed en una taberna, deambuló por las calles, medio borracho, con sus amigos.
Se acordó también de que uno de los días siguientes, lo pasó asistiendo a la primera de una serie de clases acerca de la confirmación. Cuando llegó de vuelta a su habitación, se encontró con la visita de su padre esperando por él
´Tu madre ha muerto, ´ le dijo Herr Mueller. ´! Prepárate para su funeral!´
Tres o cuatro días antes había recibido su confirmación, se sentía culpable de lo que más tarde denominó en su periódico de ´inmoralidad grosera´; y el día anterior a su confirmación, en una sacristía para confesar sus pecados, engañó a un sacerdote declarándole solamente un doceavo de la cantidad que su padre le daba para costear sus gastos.
Sin nada que le distrajese la rutina de la vida en la celda, y con ninguno de los presos dispuesto  conversar uno con el otro, Mueller continuó revisando su pasado. Había hecho su primera comunión en la catedral de Halberstadt en el domingo a seguir a la Pascua de 1820. En esa tarde y al anochecer, buscando descansar, se había quedado en casa, mientras que los demás jóvenes que habían sido confirmados con él se encontraban afuera y celebrando el evento.
´Me volveré una nueva levadura y aprovecharé más mi tiempo estudiando’, se propuso.
Pero en muy breve tiempo quebró su decisión, y su comportamiento se volvió peor en vez de mejor que antes. Entre los veinte meses siguientes a seguir a su confirmación, se pasa alguna de su tiempo estudiando, pero la mayor parte de su tiempo, lo invierte tocando piano y guitarra, leyendo novelas, bebiendo en tabernas, y tomando decisiones para remediar los daños, pero quebrando todas esas mismas decisiones casi tan de repente como las tomaba.
En el 12 de enero de 1822, el sonido del llamador de la puerta de su celda  interrumpió los pensamientos de Muller.
´Te requieren en la oficina de policía´ le dijo el carcelero. ´Acompáñame.´

´Tu padre ha enviado el dinero que precisas para tus gastos de viaje, para pagar tus deudas en el hotel y por tu mantenimiento aquí en la prisión, ´ le dijo el comisario de policía. ´Así que eres libre de marcharte cuando quieras.´

Herr Mueller celebró su reunión con su hijo castigándole severamente; lo alojó en Schoenebeck, cerca de Magdeburgo, donde le había sido asignado un nuevo lugar por el gobierno en su cargo desde el verano de 1821. George procuró desesperadamente ganarse otra vez el favor de su padre y comenzó a frecuentar clases de latín, francés, gramática alemana y aritmética. Hizo progresos en sus estudios, llegó a ser bastante popular en medio de todos en la escuela –incluso después de un cierto tiempo, con su padre. Sin embargo, admitiría posteriormente que aun en eso tiempos todavía era culpable secretamente con frecuencia de ‘grandes pecados´.

Cuando acababa de cumplir diecisiete años, Mueller entró en el gimnasio (escuela pre-universitaria) de Nordhausen, una de las más antiguas ciudades de Prusia. A pesar de su entusiasmo por los estudios, e intentos para reformar su conducta, a Mueller todavía le era casi  imposible finalizar algo que se tuviese un buen final. En una ocasión, después de recibir una mensualidad de su padre, intencionalmente les mostró la cantidad enviada a algunos amigos suyos. Y entonces a solas deliberadamente dañó la funda de su guitarra donde lo guardaba. Unos pocos minutos más tarde se precipitó corriendo en la sala del director con su chaqueta quitada.

´! Todo el dinero que mi padre me envió ha sido robado!´ anunció sofocantemente.
Todos fueron maravillosamente solidarios con él. Algunos de sus amigos se juntaron e hicieron una asociación y se organizaron eventos para conseguir que le fuese devuelta la totalidad de la suma que había perdido, mientras que sus acreedores concordaron en extender por más tiempo sus deudas. Sin embargo, el director –más anciano y sabio– tenía algunas sospechas y nunca restauró a Mueller a su confianza. Y por su parte, Mueller nunca se vio tan pronto en la presencia de la esposa del director, quien se había comportado y le había tratado como una madre durante una enfermedad anteriormente contraída.

La mayor ambición de Mueller era entrar en la Halla, la famosa universidad fundada en 1694 por Federico III de Brademburgo que después llegó a ser Rey de Prusia. Lo más importante para el futuro desarrollo que se produjo en la vida de Mueller, fue que la Halla era un pilar de la teología y práctica Pietista. El Pietismo había cobrado un nuevo aliento en la vida religiosa de Alemania en el siglo XVII; Cuando los pensamientos de Lutero y de los reformadores cayeron penosamente en rígidas normas y fórmulas religiosas, los Pietistas revitalizaron y enfatizaron la importancia del nuevo nacimiento, la fe personal de cada uno en Cristo, y el celo ardiente de experiencias cristianas que sirvan de estímulo para una evangelización efectiva.
Mueller vio cumplida su ambición de entrar en la Halla en la Pascua de 1825.

La Universidad Halla está edificada en una llanura a las márgenes del Rio Saale. La plaza del mercado principal en el interior de la ciudad se ve rodeada por una estrecha muralla, y el Gótico Marienkirche – donde Handel aprendió a tocar el órgano. Así que llegó a la Universidad, Mueller se decidió de nuevo a vivir un estilo de vida mejor que el que llevaba; y está vez se lo propuso de verdad. Sabía perfectamente que ninguna parroquia lo escogería para ser su pastor, si seguía llevando aquella vida. Y aun cuando le aceptasen, precisaría siempre para justificarse de un buen entendimiento de divinidad, y para obtener una vida confortable, la cual en Prusia depende en el estándar del grado universitario de la persona.
Pero la libertad que reinaba en la vida universitaria le ofrece innúmeras tentaciones, y George Mueller vuelve a encontrarse con su imposibilidad de manejar sabiamente el dinero. Llegó incluso a tener  que empeñar su reloj y parte de su ropa; comenzó de nuevo a pedir prestado grandes sumas de dinero. Se sintió interiormente miserable; desesperado por sus inconstantes fracasos e intentos por mejorarse.

En una de las tabernas de la Halla (en donde una vez se bebió diez pintas (una pinta equivale más o menos a cerca de tres cuartos de litro) de cerveza en una sola tarde), pensó haber reconocido un hombre joven de su antigua escuela en Halberstadt. Nunca habían sido amigos muy próximos, pues Beta era tranquilo y serio, pero, aun así, a Mueller se le ocurrió que si edificase con él una cercana amistad, eso podría ayudarle a obtener una vida de buenos hábitos. Se dirigió a través del coronado Bierkeller y agarró cordialmente a su antiguo amigo por la mano.
´Beta, ¿Cómo estás?´ Cuanto placer volver a verte después de tanto tiempo!´
Beta recibió con mucho agrado su amistad, porque juzgaba que lo introduciría en su vida social.  
Mueller adoraba viajar y le hizo una sugerencia a sus amigos.
´ ¿Por qué no hacemos una excursión a Suiza?´
´Pero si nosotros no tenemos ni dinero ni pasaportes.´

 ´Dejad eso de mi parte, ‘dijo Mueller. ´He aquí mi plan. Inventaros cartas dirigidas a vuestros padres para que os saquen los pasaportes. Encargadles dinero para comprar de todo, especialmente libros caros, para que podamos arrecadar el dinero suficiente para hacer el viaje. Dejadme ser el tesorero y compraré los billetes que son necesarios.
La comitiva, que también incluía a Beta, abandonó la Halla el 18 de agosto de 1825. Viajaron hasta Erfurt y después hacia el oeste para Frankfurt y al sur vía Heidelberg, Stuttgart y Zúrich hasta el corazón de Suiza. Y allí en frente de ellos, asentado entre caminos de piedras y un valle, reposaba y se extendía el Lago Lucerne. Habían subido hasta la cima del Rigi y su panorámica vista le cortó la respiración a Mueller. Fijó su vista en las montañas que descansaban sobre el lago: Burgenstock, Seelisburg y más alejado hacia el sud-oeste, Pilatus, tan irregular como magnificente.
´Ahora’, pensó, ´!ya he vivido lo suficiente!´
Viajaron de regreso a casa vía el Lago Constance y luego hacia el este hasta Ulm y la medieval Nurembreg en Babaria llegando a la Halla a finales de Septiembre. Ninguno de los amigos de Mueller descubrió que el hombre en quien habían depositado la confianza y su dinero, había preparado astutamente las cosas para que, él mismo, participase mucho menos en los costos del viaje que cualquier otro miembro de la comitiva.




2
Constreñido por el Amor de Jesús

´He estado asistiendo desde hace varias semanas a una reunión los sábados por la tarde en la casa de un cristiano, ´ le dijo Beta a Mueller a mediados de noviembre de 1825. Hizo una pausa, queriendo ver cómo Mueller reaccionaría.
´ ¿Y qué es lo que sucede en esas reuniones?´
´Leen la Biblia, cantan, oran y alguien normalmente lee un sermón.´
´A mí me gustaría asistir a esa reunión´
´Yo no estoy del todo seguro de que te guste.´
Y George expuso lo que pensaba: ´Estoy muy ansioso por ir.´
´Si es así, entonces pasaré a buscarte esta tarde.´
Mueller estaba seguro de que Herr Wagner, en cuya casa se celebraba la reunión, no le recibiría de brazos abiertos. En cuanto llegó, se excusó por haber aparecido. Pero Herr Wagner en cambio le tributó una cálida sonrisa.
´! Aparece las veces que quieras; tanto las puertas de la casa como el corazón se encuentran libremente abiertos para recibirte siempre que quieras venir! Ahora pasa y regocíjate con los demás.
Cantaron un himno y entonces Herr Kayser –que posteriormente sería un misionero en África a cargo de la Sociedad Misionera de Londres– se arrodilló y le pidió a Dios que bendijera la reunión. Mueller nunca anteriormente había visto a nadie arrodillarse; tampoco él jamás se había arrodillado para orar.

Herr Kayser leyó un capítulo de la Biblia y después un sermón impreso. La ley Prusiana en ese tiempo prescribía que la exposición pública de la Escritura era una ofensa, a menos que alguien del clero previamente autorizado u ordenado estuviese presente en la reunión. Al final del encuentro, cantaron de nuevo otro himno y Herr Wagner cerró la reunión con una oración. Mientras estaba orando, Mueller pensaba par sí, Yo mismo no podría orar tan bien o mejor, aunque sea mucho más educado que este hombre.

´Todo lo que nosotros habíamos visto en nuestro viaje a Suiza, y todos nuestros mejores placeres, no son nada en comparación con lo que aquí ha sucedido esta tarde, ´ le dijo a Beta mientras se dirigían de vuelta para casa.

Este fue el punto de cambio de su vida; y durante toda aquella noche permaneció con su corazón en paz y feliz tumbado sobre su cama. El día siguiente, y en varios días sucesivos de las semanas siguientes, Mueller regresó a casa de Herr Wagner para estudiar la Biblia. Escribiendo posteriormente acerca de ese tiempo relató:
Le plació a Dios enseñarme algunas cosas acerca del significado de la preciosa verdad: ´Que Dios amó tanto al mundo, que dio a Su hijo unigénito para que todo aquel que en él cree, no se pierda, más tenga vida eterna.´ Comprendí algo acerca del motivo o razón por el cual el Señor Jesús murió en la cruz, y sufrió semejantes agonías en el huerto de Getsemaní: para que así, pudiese cargar consigo el castigo que merecíamos nosotros, para que no tuviéramos que cargarlo nosotros mismos. Y, por tanto, aprendiendo en alguna medida el amor que Jesús tuvo por mi alma, fui constreñido a amarle a él de vuelta. Todas las exhortaciones y los preceptos de mi padre y de otros educadores, no habían producido en mí efecto alguno; todas mis predisposiciones que no pude alcanzar y mis malogrados intentos de renunciar a una vida de pecado e inmoralidad, ahora, en cambio, me veía capacitado a realizar, constreñido por el amor de Jesús. El individuo que desee obtener el perdón de sus pecados, debe procurarlo en la sangre de Jesús. El individuo que desee alcanzar poder sobre el pecado, debe por la misma vía procurarlo a través de la sangre de Jesús.


En enero de 1826, seis o siete semanas después de convertirse en cristiano, y después de muchas oraciones, Mueller tomó una importante decisión y se dirigió hacia su casa para ver a su padre.
´Padre, yo creo que Dios quiere que me haga misionero. Vengo buscando tu permiso porque así se requiere en la sociedad Alemana misionera.´

Su padre le respondió alzando su voz:

´He gastado largas sumas de dinero en tu educación: Guardaba la esperanza de que podría pasar mis últimos días contigo en un presbiterio. Y ahora me estás diciendo que todos estos proyectos que he hecho se han venido abajo. ¡Ya no te puedo considerar más como mi hijo!´

Entonces Herr Mueller comenzó a llorar.
´Te pido que reconsideres tu decisión´, le rogó.

Pero George estaba decidido firmemente y persuadido de que Dios le daría la fuerza necesaria para cumplir lo que a sus ojos era Su llamamiento.
Mueller regresó a la Universidad Halla. Y aunque todavía le quedaban dos años más de estudio, tomó la firme decisión de no aceptar más el dinero proveniente de su padre. Le pareció incorrecto hacerlo, sobre todo ahora que su padre no había podido obtener lo que pretendía de su hijo y no iba a verlo como hubiese sido su deseo –un hombre del clero con una vida holgada y tranquila.

Mueller ahora se enfrentaba con el problema de cómo sobreviviría sin el sustento de su padre. ¿Sería capaz de honrar su decisión? Rápidamente se le hizo muy claro que si podría. Debido a un acontecimiento que ocurrió enseguida –el primero de muchos que después le seguirían en su  remarcable vida–  le demostró a Mueller, y posteriormente al mundo entero, que ´no hay nada que les falte a los que temen a Dios´ (Salmos 34:9).
Sucedió de esta manera. Poco tiempo después de su regreso de la visita a su padre, algunos americanos llegaron a la Halla para estudiar, y tres de los cuales eran docentes provenientes de universidades americanas. Tenían el problema de no entender la lengua germánica. En tanto, en la Halla se encontraba un nuevo Profesor de Divinidad, el Dr. Tholuck, un Sacerdote, quien le hizo una sugerencia a sus nuevos alumnos:
´Tengo en mis clases un estudiante que sería un excelente tutor para vosotros en la lengua alemana.´
Los americanos se quedaron encantados.
´El estudiante se llama George Mueller, ´ les dijo Tholuck.

Estos americanos remuneraron de manera tan espléndida a Mueller por su tutoría que, en la ausencia del soporte económico de su padre, pudo obtener la suficiente cantidad de dinero no solo para costear sus gastos, sino que además también le sobraba para guardar algo poniéndolo a parte.

 Ahora dedicaba básicamente todo su tiempo en la obra de proclamar su nueva y hallada fe, con la enérgica dedicación que llegó a caracterizarlo toda su vida. Hacía circular mensualmente cerca de doscientos documentos misioneros en diferentes lugares del país; llenaba sus bolsillos con panfletos que pudiese repartir entre las personas con que se encontrase en sus paseos; escribió cartas a sus primeros amigos rogándoles para que se volviesen a Cristo; y durante trece semanas estuvo visitando a un hombre enfermo que eventualmente se volvió cristiano.
No todos sus primeros esfuerzos por evangelizar marcharon bien. ´Una vez me encontré con un mendigo por los campos, y le hablé acerca de su alma. Pero cuando me di cuenta de que no le hizo la menor impresión, comencé a hablarle en voz más alta; y cuando aun así se mantuvo inalterable, no dejé persistentemente de hablarle, aunque al final tuve que marcharme, viendo que era inútil todo intento mío por convencerlo.´
En Agosto de 1826 se le acercó un maestro de escuela que vivía en una villa cercana a la Halla con una propuesta.
´ ¿Estarías dispuesto a predicar en mi parroquia?´
´Pues la verdad es que yo nunca he predicado un solo sermón´ replicó Mueller, ´pero creo sinceramente que si memorizo el sermón, entonces podré ser capaz de ayudarte.´
Le ocupó casi una semana memorizar el sermón y por la mañana temprano del día 27 de agosto de 1826, en una pequeña capilla, lo expuso sin demasiado regocijo ante los que se habían congregado allí. Volvió a repetir el mismo sermón palabra por palabra posteriormente en la iglesia parroquial; y por la tarde pensó utilizar el mismo sermón una tercera vez. Pero cuando se encontraba en pie en el púlpito mirando a su congregación, sintió que algo le decía que leyese Mateo 5 y que hiciese espontáneamente los comentarios inspirados que le viniesen a su mente.

Cuando comenzó a explicar el significado de las palabras ´Bienaventurados los pobres en espíritu´ sintió también que estaba siendo ayudado en las palabras que decía. Y mientras que por la mañana su sermón se había hecho difícil de entender para las personas que lo oyeron, notó en cambio que por la tarde la congregación le escuchaba con gran atención. Sintió que estaba siendo comprendido, y verdaderamente se regocijó en su labor.

Desde entonces, comenzó a predicar frecuentemente en las ciudades y pueblos cercanos a la Halla. Los sábados por la tarde le gustaba seguir yendo a la reunión en casa de Herr Wagner. Los domingos por la tarde un grupo de estudiantes de la universidad se reunían juntos, y desde la Pascua de 1827 estos encuentros se comenzaron a celebrar en el cuarto residencial de Mueller.

En agosto de 1827 la Sociedad Continental Misionera en Inglaterra decidió enviar un ministro a Bucarest. Le pidieron al profesor Tholuck, de la Halla, que estuviese atento buscando alguien capacitado para el cargo. Mueller meditó y oró acerca de todo esto, y se dio cuenta de que a su padre Herr Mueller no le disgustaría la idea.

´Yo creo que esta es la oportunidad para servir al Señor que hace tanto estoy buscando.´ ´Me gustaría ir a Bucarest.´

Mientras esperaba que le llegasen más detalles acerca del viaje desde Londres, hizo los cálculos de sus gastos hasta Bucarest y oró diligentemente acerca de su futura labor. Al mismo tiempo, en parte porque no podía hacer nada sino esperar al respecto de su planeada mudanza para Bucarest, desarrolló un apasionado interés en la lengua hebrea y comenzó a estudiarla con un profundo entusiasmo.

A finales de Octubre de 1827 un inesperado pero bienvenido visitante se presentó en la reunión del domingo por la tarde en la habitación de Mueller. Hermann Ball era un misionero destinado a los judíos en Polonia, a quien Mueller había conocido en la Pascua de 1826.

´Debido a mi falta de salud en este momento, ´ le dijo a Mueller, ´Tendré que dejar de lado mi obra entre los Judíos.´
A medida que iba escuchando a Ball, Mueller sintió lo que describió ser como un ´peculiar deseo de ocupar aquel lugar´, pero no le dio excesiva importancia teniendo en cuenta su compromiso con Bucarest.
En noviembre, vinieron a llamar a Mueller para que fuese a encontrase con el Profesor Tholuck.
´ ¿Has tenido alguna vez el deseo de ser un misionero enviado a los Judíos?´ le preguntó Tholuck. ´Yo hago parte y soy corresponsal de una Sociedad Misionera en Londres que trabaja entre ellos.´
Mueller se quedó sorprendido y le contó a Tholuck su encuentro con Ball.
´Pero no sería correcto para mí pensar más acerca del caso, una vez que estoy de partida para Bucarest, ´ le dijo.
Tholuck concordó con él.
A la mañana siguiente, sin embargo, Mueller sintió que había perdido todo su interés en ir para Bucarest y no se sentía indulgente consigo mismo por haber perdido su entusiasmo.
´Querido Dios´, oró, ´restáurame mi perdido deseo por trabajar en Bucarest.´
Sus oraciones recibieron una respuesta inmediata, pero su regocijo por el hebreo también continuó.
Cerca del fin de noviembre, la Sociedad Continental Misionera escribió lo siguiente a Tholuck: ´Debido a la guerra que se está trabando entre Turcos y Rusos, el comité ha decidido para los tiempos más próximos abandonar la idea de enviar un ministro a Bucarest.´
´ ¿Has seguido pensando algo más acerca de hacerte un misionero para los Judíos?´ le preguntó entonces Tholuck a Mueller.
Antes de responder Mueller oró; meditó; comentó el caso a sus amigos, y los convidó a exponer si aprobaban sus motivos; y por fin le dio su respuesta a Tholuck.
´No puedo decir que esté seguro de que sea la voluntad de Dios que yo me haga un misionero para los Judíos. Pero estoy persuadido de que debo comprometerme y dejárselo todo en las manos del Señor para que haga conmigo como le parezca que sea lo mejor para Él.
A principios de 1828 se estableció en la Halla un nuevo cetro de trabajo para hombres culpables de ofensas o delitos menores. Mueller se inscribió con éxito para cubrir una plaza de capellán en aquellas instalaciones temporalmente, mientras aguardaba noticias de Londres. Además de predicar, también se dedicaba a aconsejar aquellos hombres individualmente, explicándoles la fe Cristiana. ´He adquirido por fin algunas calificaciones para ministrar en este lugar, ´ escribió, ´pues conocía bien el estado de estos pobres pecadores, habiendo yo sido anteriormente, con todas las probabilidades, uno mucho peor que muchos de ellos, y tanto mi sencillez como mi manera de hablar franca y abierta con ellos debido a mi experiencia no se encuentra fácilmente en todos los ministros.´

A pesar de todas sus actividades complementarias, Mueller acabó con mucho éxito su curso en la Pascua de 1828. Ahora era un Mueller completamente diferente y graduado de la Halla, comparado con el dudoso e infeliz emigrante que había llegado hasta allí en 1825. Ahora su vida tenía un propósito, un reposo y un gran regocijo; y aunque con el paso del tiempo, las memorias de la Halla se fueron desvaneciendo, siempre recordaría, sin embargo, muy vivamente aquel sábado por la tarde en 1825, cuando visitó por primera vez la casa de Herr Wagner y su vida se transformó radicalmente.

En junio de 1828 Mueller recibió una carta a la Sociedad Promotora de la Cristiandad entre los Judíos de Londres (que posteriormente llegó a denominarse Iglesia Misionera a los judíos). El comité había tomado la decisión de aceptarlo como estudiante misionero durante seis meses a prueba, cuidando de todos los detalles para su traslado a Londres.
 Había sin embargo un obstáculo que ultrapasar, antes de que Mueller pudiese obtener su pasaporte para poder viajar hasta Inglaterra. A todos los varones prusianos graduados se les exigía servir durante un año en el ejército para poder probar que gozaban de buena salud. Mueller había sido declarado apto para servir cuando tenía veinte años de edad, pero a su propio pedido se le había concedido aplazar su servicio hasta que completase su curso. Sin embargo, todos aquellos que querían llegar a ser misioneros se excluían generalmente de tener que cumplir este deber. Algunos amigos de Mueller que tenían influencias en los círculos de la casa real escribieron exponiendo el caso al propio Rey, exponiéndole el problema para que le declarasen exento. Pero el Rey Frederick William III, sin embargo, les respondió que el asunto había sido encaminado al ministro pertinente de estos casos y que ninguna excepción se había concedido al caso de Mueller.
La solución al problema apareció de una manera inesperada: Mueller se puso seriamente enfermo. Un eminente doctor le prescribió entonces algunos tónicos y vino, y un camarada y amigo mundano –uno de los profesores americanos– cogió a Mueller y se lo llevó al campo cercano a Berlín. ´Entre tanto que me pasaba días y días al aire libre, yendo de sitio en sitio, bebiendo vino y tomando tonificantes me fui sintiendo mejor; pero en cuanto regresé a la Halla, los antiguos síntomas volvieron a aparecer.´ Los mismos síntomas parecían haberse agravado severamente, debilidad de estómago, y unos escalofríos de los que Mueller no podía verse libre.
Mueller y su amigo americano fueron juntos a la famosa celebración festiva de S. Miguel en Leipzig, y después asistieron a la ópera, pero Mueller no la pudo disfrutar. Después del primer acto bebió un vaso de agua helada; después del segundo acto se sintió débil. Recobró su fuerza lo suficiente como para emprender el regreso hasta al hotel donde se hospedaban, y allí por fin pudo pasar durmiendo una noche confortablemente y en sosiego.

´No me siento feliz con lo que nos está sucediendo, ´ le dijo Mueller a su amigo el día siguiente.
´Ni yo tampoco, ´ le replicó su amigo, que era un cristiano cuyo amor por Jesús se había venido enfriando cada vez más. ´! Cuando te sentiste débil en la ópera la noche pasada, me pareció que sería un sitio detestable para morir!´

En el regreso de ambos a la Halla, Mueller sufrió una hemorragia en su estómago que sofocó tomando otro vaso de agua con hielo.
´¿Por qué no te alistas ofreciéndote para servir en el ejército y esperas que por estar tan enfermo te rehúsen tu pedido?´ le sugirió a Mueller un oficial cristiano del ejercito prusiano, adoptando más bien un dudable principio ético de conducta.
Mueller fue examinado y le dieron por inepto para el ejército; le fue diagnosticada una propensión para la tuberculosis. Uno de los generales en el ejército prusiano, en la ausencia de su ayudante, escribió el mismo los papeles necesarios que le daban a Mueller una total exención vitalicia para todo y cualquier reclutamiento militar.
´ ¿Puedo particularmente avisarle para que llame su atención a los judíos sobre el capítulo 11 de la epístola de Pablo a los Romanos?´ le dijo el general, un devoto cristiano.

La salud de Mueller siguió siendo débil hasta que, poniendo en práctica los avisos de un profesor de medicina, se sometió a todos los medicamentos que le prescribió y su condición física comenzó desde entonces a mejorar.
En febrero, Mueller salió de Berlín con dirección a Londres, visitando de camino a su padre en Heimersleben donde había pasado su infancia. En Rotterdam, los hielos del invierno solo ahora habían comenzado a deshacerse en el río y ningún barco de vapor tenía la osadía de aventurarse en sus aguas. Sólo más o menos un mes después, Mueller pudo subirse a bordo de un barco que se dirigía hacia Inglaterra; y el 19 de marzo de 1829 consiguió llegar a Londres. 


3

Inglaterra - 1829

Se podía muy bien oler la primavera en Londres en 1829. La ciudad había comenzado a extenderse y a invadir el campo al norte de Hyde Park Corner. John Nash había recientemente limpiado de hierba cuatrocientos acres de tierra al norte de la calle Oxford y la había transformado en un precioso jardín para el Príncipe Regente: le pusieron por nombre Regent´s Park. Ladeando al sur desde el Parque hasta la alameda, donde el príncipe vivía, Nash había diseñado y construido la calle Regent. Como uno de las más prominentes edificios de la calle, había edificado una elegante iglesia con un pórtico circular de tipo Iónico: La Iglesia de Todas las Almas, en la Plaza Langham, justo cinco años antes de que Mueller llegase a Londres.

En el año 1829 Nash estaba ocupado con la reconstrucción de del Palacio Buckingham para George IV, pero el Rey falleció al año siguiente antes de que la obra fuese concluida. William IV prefirió residir en el Palacio S. James y la joven princesa Victoria, que ahora vivía en Kensington, no mudaría su residencia en el Palacio hasta después de su coronación en 1837. Mueller sin duda alguna no dejaría de sorprenderse con los recientes y modernos candeleros a gas que alumbraban Pall Mall: una señal de que Londres era la ciudad más avanzada del mundo.
Mueller encontró eventualmente alguna morada poco ostentosa –no en la lujosa parte oeste de la ciudad– sino en Hackney, de la cual se decía en aquel tiempo ser un lugar infestado de salteadores. Se propuso llegar a dominar fluyentemente el idioma ingles tan rápidamente como le fuera posible, pero siendo sus colegas estudiantes la mayoría alemanes, las oportunidades de progresar en sus ambiciones eran en ese sentido limitadas. En el campo que rodeaba Hackney  habló en ingles por primera vez ´a un niño pequeño… acerca de su alma, pensando que él me excusaría mi escaso ingles´.

´Anthony Norris Groves, ´ uno de los compañeros de Mueller le dijo, ´trabajaba como dentista en Exeter, pero había desistido de sus 1.500 libras  al año que ganaba como salario y planeado irse como misionero a Persia con su esposa y su hijo. No iría a recibir salario alguno sino simplemente depender solo de Dios para suplir sus necesidades.
Esta noticia le causó tanta alegría a Mueller que escribió un artículo sobre ella en su periódico y también en cartas que envió para sus amigos en Alemania. Como ya venía siendo una característica suya, Mueller trabajaba con ahínco en Londres: durante cerca de de doce horas al día, principalmente en el hebreo, caldeo y el alfabeto rabínico. ´Ponía mis ojos en el cielo buscando al Señor mientras abría las páginas de mi diccionario hebreo, pidiendo Su ayuda, para que encontrara rápidamente la palabra que buscaba.´

En mayo de 1829 Mueller, ahora con veintitrés años de edad, cayó nuevamente enfermo. Ya no se sentía bien cuando llegó de Alemania, pero ahora las largas horas de estudio en Londres cobraban la factura y empeoró. Sintió sin duda alguna que se estaba muriendo; se asentó en él un ánimo introspectivo pero un gozo interior prevaleció también. ´Parecía como si todos mis pecados de los que fui culpable me fuesen traídos uno por uno a mi memoria; pero, al mismo tiempo, me pude dar cuenta también de que todos mis pecados me habían sido perdonados –de que había sido lavado y hecho limpio, completamente limpio, en la sangre de Jesús. El resultado que esto trajo consigo fue un tremendo reposo. Desee muchísimo partir de esta vida y encontrarme con Cristo.´ Pero esta partida no llegó a suceder en aquel tiempo.
´Tu salud está mejorando, ´ le dijo su médico.
´Esta noticia, en vez de producir en mí algún gozo, ´ escribió después ´me deprimió bastante, tanto era mi deseo de estar con el Señor; aunque casi inmediatamente a seguir y por la gracia de Dios se me concedió que me sometiese plenamente a la voluntad de Dios.´

´Debes marcharte al campo para cambiar de aires, ´ le aconsejaron sus amigos. ´ ¿Qué te parece al sur de Devon?´
Y fue así que en Teignmouth, en el verano de 1829, Mueller entabló amistad que se mantendría durante los últimos treinta y seis años y que mudaría el curso de su vida.
Henry Craick era un hombre escocés, quien, al igual que Mueller, era de veinticuatro años de edad y quien, también igual que Mueller, había sido convertido en sus tiempos de estudiante universitario. Después de graduarse con alguna distinción en St. Andrews, se había ido a vivir a Exeter en 1826 para llegar a ser el tutor privado en la casa de Anthony Norris Groves –el dentista con quien Mueller había estado hablando en Londres. Groves ejerció una notable influencia en la manera de pensar de Craik.

´He sido durante años un activo hombre en la iglesia, ´ le había dicho Groves a Craik. ´En 1822, comencé un estudio intensivo de la Biblia y puedo asegurar que las Escrituras por sí solas son suficientemente capaces de ser la fuente del crecimiento espiritual.´
Groves le dejó a Craik una copia de un panfleto que él mismo había escrito en 1825 titulado La Devoción Cristiana en donde exponía los motivos por los que pensaba que Cristo estaba hablando la verdad literal, y debía ser comprendido como tal, cuando dice cosas tales como: ´Vende tus posesiones y dale el dinero a los pobres´ (Mateo 19:21). Argumentaba el regreso al espíritu y la práctica de la iglesia del primer siglo cuyos miembros ´vendían sus pluralidades y bienes y ponían el dinero en manos de quien precisase´ (Hechos 2:45).

´Esto´ le dijo Groves a Craik, ´armoniza y está en consonancia con la razón, de la misma manera que concuerda también con la revelación.´
Groves había decidido proceder a practicar lo que predicaba: tanto él como su esposa ya ponían a parte, primero el diez por ciento, y después un cuarto de sus sueldos y lo distribuían entre los pobres. Después abandonaron la idea de guardarse cantidad alguna de dinero o de ponerlo a parte para su hijo y, reduciendo sus gastos, simplificando su manera de vivir, se deshicieron de todo lo restante.

Para su preparación en el servicio misionero, Groves se inscribió como estudiante externo en el Colegio Trinitario, en Dublín, pretendiendo obtener una licenciatura en teología antes de ser ordenado en la Iglesia de Inglaterra. En Dublín se había encontrado al grupo de hombres que hoy se conocen como los fundadores de la ´Hermandad de Plymouth´ (debido a la localización algún tiempo después de su primera de muchas iglesias). Ellos no se hacían ni la menor idea de que estuviesen fundando un movimiento: de hecho, la última cosa que hubieran deseado hacer, sería formar una nueva denominación como las que tan tristemente veían que había sido dividida la Cristiandad.

La decisión de Groves de ir para Persia como misionero había hecho que Craik por fuerza se tuviese que buscar un nuevo empleo; y en el verano de 1828 pasaría a ocupar un puesto en Teignmouth como tutor de un miembro de una familia que estaba también vinculado al círculo del cual Groves había encontrado en Dublín. Lo que realmente le atrajo más a Mueller de Craik, fue ´su tierno y cálido corazón hacia el Señor´; ambos estaban fascinados con el estudio del hebreo. Mueller recibió un completo informe de parte de Craik acerca de los acontecimientos ocurridos en Dublín. Además, el vínculo de Craik y Mueller con Groves continuó, y en el caso de Mueller llegó a ser particularmente cercano.

Unos pocos días después de su llegada a Teignmouth, Mueller asistió a la reapertura de la Capilla Ebenezer y se quedó gratamente impresionado con uno de los predicadores. Él registró lo siguiente: ´Aunque es cierto que no me gustó todo lo que dijo, vi en él una solemnidad y profundidad que le hacía ser diferente de los demás.´ Después del servicio, Mueller hizo averiguaciones para saber más acerca de este predicador y fue convidado a ir a Exmouth, donde se encontraba, para pasar diez días con él en la misma casa. Mueller aceptó rápidamente la invitación y recordó que ´A través de este hermano que sirvió como instrumento del Señor, me ha sido concedida una gran bendición en mi vida, por la cual le estaré agradecido a Dios por toda la eternidad´. Desafortunadamente no sabemos quien era ´este hermano´; lo que está claro, sin embargo, es que el desarrollo de sus futuros pensamientos durante e inmediatamente a seguir a su estadía en Exmouth reflejarían bien la influencia de sus contactos con el principiante movimiento de la Hermandad.

Mueller sintió que Dios le estaba enseñando un más ´alto grado de devoción´ que los que había conocido anteriormente. Sus comentarios en esta materia en su periódico, sugieren que él había estudiado cuidadosamente el panfleto de Groves La Devoción Cristiana: ´Esa devoción es la que llega a convertir a un hombre en siervo, ´ escribió, ‘en contraste a procurar ser rico, y grande y honorable en un mundo, donde Su Señor era pobre, y humilde, y desprendido de todo.´
También describió el cambio que experimentó en su estadía en Devon como si hubiese sido ´ una segunda conversión´. En una carta escrita muchos años después, Mueller escribió acerca de ese tiempo lo siguiente:
´Yo pasé a ser un creyente en el Señor Jesús a principios de noviembre de 1825…Durante los primeros cuatro años siguientes, los pasé en buena parte en gran debilidad y enfermo; pero en julio de1829…me vino y sucedió una completa y total entrega de corazón. Me entregué totalmente al Señor. El honor, los placeres, el dinero, mis habilidades físicas, mi poder mental, todo lo deposité a los pies de Jesús, y pasé a ser un gran amante de la Palabra de Dios. Me fundí del todo en Dios…

Mueller regresó a Londres en septiembre, decidido a compartir sus nuevas meditaciones y entusiasmo con sus compañeros. Organizó un encuentro todas las mañanas para orar y leer la Biblia, en donde a cada uno de los presentes se le convidaba a exponer lo que Dios le enseñaba de la porción de la Biblia que había sido leída. Uno de sus estudiantes, un seguidor en particular compartió con Mueller su mismo entusiasmo por los asuntos espirituales. En varias tardes, cuando Mueller disfrutaba especialmente de buenos momentos de comunión con Dios, se iba a las habitación de este amigo suyo y se quedaba en un estado similar, compartiendo con él hasta después de la media noche lo que Dios le había mostrado. Ambos continuaban juntos en oración hasta la una o las dos de la mañana. Mueller después regresaba a su habitación, pero poco tiempo después su entusiasmo era tanto que difícilmente se dormía antes de las seis, cuando llegaba el tiempo de encontrase con sus compañeros de nuevo para orar y tener con ellos comunión.

Mueller estaba persuadido de que Dios le había llamado para predicar el evangelio, y no estaba dispuesto a esperar hasta que llegase a ser calificado enteramente como misionero antes de comenzar a trabajar entre los judíos de Londres. Inscribió su nombre y dirección en cientos de panfletos, y, enviándolos, invitaba a los receptores a venir para que hablasen con él acerca de la fe Cristiana. Predicó en los principales centros de encuentro judíos y leyó regularmente la Biblia a cerca de cincuenta niños Judíos: vino a ser maestro en una escuela de domingo.

A finales de noviembre de 1829, Mueller comenzó a cuestionarse si debería seguir asociado con la Sociedad de Promoción Cristiana de Londres entre los judíos. Se había dado cuenta de que como siervo de Dios que era, él debía dejarse guiar por el Espíritu Santo en su obra misionera y no por los hombres. Uno de los requisitos del comité sería que él debía pasar gran parte de su tiempo trabajando entre los judíos. Ahora le parecía que el abordaje Bíblico suyo, llegando a cualquier lugar, debía hacerse procurando y trabajando principalmente entre los judíos, pero predicando también a los gentiles.
En diciembre ya estaba más o menos resuelto a escribir al comité de la Sociedad para darles a conocer su punto de vista. Pero, se decidió a esperar un mes más para considerar el asunto; antes de que tomara su decisión, volvió a viajar a Devon, con la intención de pasar allí unas cortas vacaciones. Como las cosas se invirtieron, sin embargo, nunca más regresó a Londres como estudiante.
Él había planeado pasar quince días en Exmouth y estaba determinado a no desperdiciar su tiempo. Al segundo día, un devoto Devoniano se aproximó de él.
´He estado orando durante todo el mes pasado para que el Señor hiciese alguna cosa por Lympstone, una enorme parroquia donde hay muy poca luz espiritual. Hay una capilla Wesleyana, y no tengo duda alguna de que se te permitiría predicar allí.´
Mueller aceptó de buen grado la sugerencia, y al día siguiente, un domingo, se encontraba en Lympstone disfrutando como un niño obteniendo el permiso para predicar dos veces al día en la capilla Wesleyana de la ciudad. Durante la mayor parte de los días de las siguientes semanas mantuvo una reunión ´en una habitación con varias damas, para leer con ellas las Escrituras´.
Teniendo en cuenta este creciente compromiso se decidió a escribir pormenorizadamente al comité de la Sociedad en Londres para que mientras les notificara lo que estaba haciendo pudiese seguir predicando. Su carta exponía lo que su punto de vista tenía acerca del servicio misionero antes de haberse vinculado a la Sociedad, y cómo había cambiado desde entonces. Les dijo que se debía a ellos en gran parte que hubiese llegado a Inglaterra; y de que se daría por muy dichoso si en el futuro pudiese prestarle algún servicio no remunerado con salario, si le permitiesen ir de sitio en sitio a través de toda Inglaterra, como al Señor le pareciera y le guiase, y a predicarles tanto a los así denominados cristianos, como a los judíos. El quería obtener sus provisiones de las Escrituras hebreas y panfletos para los judíos que tenía la Sociedad.

En respuesta recibió una cordial carta personal de uno de los secretarios, además de una carta oficial donde se le informaba educadamente que la Sociedad no podía emplear a nadie que no tuviese el deseo y la voluntad de someterse a su guía, y que por tanto, no podían continuar considerándole ya más a él como un estudiante misionero. Si alguna reconsideración posterior hiciese, que cambiara su forma de pensar, la Sociedad estaría dispuesta a reconsiderar también el caso.
Así acabó la participación estudiantil con la Sociedad por la cual se vino a Londres para servir. Nunca profirió acusación alguna o habló mal de la Sociedad, y siempre supo apreciar la ayuda que le habían brindado; sin embargo, al mismo tiempo, nunca recompuso la quiebra o ruptura que se dio entre él y la Sociedad. Ahora estaba libre para poner en práctica su convicción ´Un siervo de Cristo no tiene sino un solo Maestro´ y para trabajar donde y cuando su Maestro le indicara y guiase personalmente.

Después de tres semanas en Exmouth, Mueller salió de Teignmouth pretendiendo pasar diez días con los amigos que había hecho allí durante su convalecencia en el verano anterior. El trayecto desde Exmouth a Teignmouth no es muy largo si se hace directamente: Exmouth se encuentra justamente al este del estuario donde la región de Exemouth se encuentra con el mar, y Teignmouth se halla en al otro lado a unas pocas millas hacia el suroeste, pero para aquellos como Mueller, que no están capacitados para volar, el trayecto envuelve además o un desvío de veinte millas hasta el enlace más corto por tierra, o el uso de un fastidioso barco desde Exmouth a Starcoss. No en tanto, en contrapartida con el tedioso viaje, se encontraba la magnífica panorámica del paisaje. Tiene unas vistas fabulosas a lo largo del estuario hasta Powderham y los bosques de Mamhead. Y más adelante, sobre las colinas de Haldon. Belveere Tower era igual, en 1830 como se mantiene idéntica en nuestros días, como una imagen de marca de la región de Devon. Esta era la tierra que llegó a ser tan familiar para Mueller –no como él suponía solamente durante más o menos diez días, sino durante los próximos dos años y medio. ¿Quién se podría haber imaginado que el joven prusiano que tan recientemente había sido dispensado del ejército por causa de su salud, y con un tal inglés tan limitado como el que hablaba, pudiese ahora hacer del Oeste del país su hogar hasta su muerte al final del siglo? Viajó hasta Teignmouth con poco más de cinco libras en sus bolsillos, sin sueldo ni empleo. Pero en esos dos años y medio George Mueller comenzó a aprender la lección que le capacitaría para llevar a cabo la obra que tenía en frente.           



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