Donaciones
Fuera de México:

Check out with PayPal

“MINISTRANDO AL SEÑOR” EL PODER DE SU PRESENCIA. POR ROXANNE BRANT

Amada familia de Dios:

¡Dios los bendiga en el precioso y dulce nombre de nuestro Salvador viviente que regresa: Jesucristo!

¡Es indescriptible el regocijo que tengo al presentar a ustedes el libro “Ministrando al Señor- El Poder de Su Presencia”! Simplemente no hay palabras para describir el hermoso regalo que es aprender a cultivar y desarrollar una comunión personal, cada vez mas intima y estrecha con nuestro Abba Padre. Su compañía y Su Amistad se ha hace muy viva, dinámica y hermosa cuando Él nos revela el poder que hay en la verdadera alabanza y adoración. Las palabras vivas de Su bendita Palabra brillan cada día más hermosas. ¡Parecen saltar del libro y cantarnos las canciones más sublimes del Corazón de amor de nuestro Padre!

Una lección que nuestro Dios me ha dado personalmente, es el gran privilegio que hay en aprender tremendas verdades Suyas de otros creyentes  -miembros muy dignos del Cuerpo de Cristo- aunque  tengan, en ciertos aspectos, un entendimiento diferente al mío. Simplemente he entendido que nadie es capaz de comprender toda la Palabra de Dios y que nuestro Padre se mueve, trabaja y enseña a cada hijo Suyo que lo busca con anhelo. Esta nueva visión en mi vida espiritual, me ha permitido aprender aspectos de la Voluntad de nuestro Padre que yo no entendía o no veía, de hermanos en Cristo que tienen, por ejemplo, la creencia de que Jesucristo es Dios.

Cada hijo de Dios es muy  preciado y amado para Él. Por cada uno de nosotros murió Cristo, y el Padre se manifiesta en TODOS los que le buscan, Él NO hace, ¡jamás! acepción de personas. Él simplemente es hallado de los que le buscan así sean niños, ancianos, jóvenes, analfabetas, doctos, amas de casa o médicos. A todos los que buscan Su Rostro, Él tiene el infinito y profundo amor eterno para responderles y enseñarles conforme a la humildad de cada corazón, aun con las limitaciones que podamos tener (de entendimiento, de conocimiento, de educación o de edad, por ejemplo). Y de estos corazones humildes nuestro Padre me ha mostrado muchas hermosas verdades de Su Palabra.

Por supuesto que vivo profundamente agradecida por la vida de hombres y mujeres que se han parado firmes por Dios y de los cuales he aprendido la precisión y exactitud de las Sagradas Escrituras. Agradezco mucho por la vida y el ministerio de hombres como el Dr. V. P. Wierwille o E.W. Bullinger y otros más a quienes Dios alumbró poderosamente su entendimiento. La Biblia es la maravillosa Palabra y Voluntad revelada de Dios y amo contemplar su exactitud, su precisión y belleza. Sin embargo, Dios me ha mostrado que Él se muestra majestuosamente a TODOS aquellos que lo buscan con humildad y sencillez de corazón y, para mí, ha sido una gran bendición y edificación  darme la oportunidad de escuchar y leer lo que Dios les ha mostrado a hijos Suyos aunque no tengan exactamente el mismo entendimiento que yo.

Dios mira a la Iglesia como una sola. El no ve denominaciones, programas y estructuras humanas. Dios mira a la Iglesia en conjunto como el hermoso y engalanado Cuerpo de Cristo. Y cada hombre o mujer que es renacido del espíritu de Dios, tiene la oportunidad y el privilegio de estar conectado a la Cabeza y la posibilidad de ser enseñado por Dios si él o ella así lo desean.

¿Quién puede tener el pleno entendimiento de TODA la Verdad??? ¡Sólo Dios! Y Él se manifiesta majestuoso en la vida de cada hijo Suyo que le busca. Agradezco mucho a Dios que recientemente me haya enseñado a escuchar Su Voluntad  por medio de cualquier hijo Suyo que le ame y con quien Él me acerca, independientemente del grupo al que pertenezca y reconozco que, teniendo “oídos para oír”, he sido muy edificada y enriquecida “escudriñándolo todo y reteniendo lo bueno”.

En este libro, podemos “diezmar la menta el eneldo y el comino” -es decir mirar solamente las pequeñas imprecisiones que pueda tener-  y desecharlo por su titulo o por alguna sección de su contenido que nos parezca inexacta, pero haciendo esto, desecharemos también la oportunidad de aprender tremendas verdades espirituales de un miembro honroso del Cuerpo, como lo es Roxanne Brant.  Dios le ha mostrado a ella la profundidad de Su Corazón y esto es lo que ella, con su entendimiento, nos comparte.

“Ministrando al Señor- El poder de Su Presencia” nos acerca al Padre haciéndonos comprender el propósito de toda Su Creación y el maravilloso deleite, gozo y privilegio que hay en desarrollar una profunda, personal, intima y estrecha relación con Él.

Roxanne Brant habla en este libro de la verdadera adoración en espíritu y en verdad que es sumamente poderosa y nos abre una puerta maravillosa de entendimiento a Su Voluntad, entre muchos otros beneficios. Yo reconozco haber sido, por mucho tiempo, una verdadera ignorante respecto al tema tan precioso de LA ADORACIÓN, que es algo de lo que habla la Palabra de Dios y que el engañador se ha empeñado en ensombrecer y ha envuelto en un manto de misticismo, religiosidad y hasta fanatismo.

¡En amar a nuestro Dios con todo nuestro ser está involucrada la adoración!!!

Hay mucha distorsión y mal entendimiento de lo que es la adoración en espíritu y en verdad de la cual habló Jesucristo con la samaritana. Se entiende muy poco acerca de la alabanza y aun menos sobre esta verdadera adoración que NADA TIENE QUE VER con religión o misticismo, ¡SINO CON OFRENDAS DE AMOR DEL CORAZÓN AL DIOS VIVO Y VERDADERO!

Los que hemos sido alumbrados en nuestro entendimiento con este libro, hemos descubierto, en intimidad y a puerta cerrada con nuestro Padre, que NO hay mayor deleite que tener una profunda relación con El. ¡Adorarle es sencillamente maravilloso!!

¡Engrandezcamos a Dios en nuestros corazones! ¡Permitámosle que nos muestre cada día más Su grandeza, gloria y poder!  ¡Qué hermoso era el corazón de David quien pudo contemplar la hermosura de su Dios en la intima y muy personal relación que tuvo con Él mientras lo adoraba, alababa, bendecía y exaltaba! David dijo:

Salmos 143:10
Enséñame a hacer tu voluntad, porque tú eres mi Dios;
Tu buen espíritu me guíe a tierra de rectitud.

Padre Celestial, alúmbranos cada día más el entendimiento a todos tus hijos para que contemplemos lo que ojo no vio, ni oído oyó, ni ha subido en corazón de hombre y que Tú has preparado para los que te amamos! ¡BENDITO, ALABADO Y ADORADO SEAS ETERNAMENTE Y PARA SIEMPRE!

Con gran amor de Dios les presentamos “Ministrando al Señor- El poder de Su Presencia”.

Adorando al Padre,

Claudia Juárez Garbalena.


 “MINISTRANDO AL SEÑOR”

EL PODER DE SU PRESENCIA

DE: ROXANNE BRANT

INTRODUCCIÓN


L
as verdades que contiene este pequeño libro han revolucionado mi vida y mi ministerio. Son verdades Divinas. Después de varios años de enseñar y predicar este mensaje, siento más intensamente que nunca que, si sólo miramos a Dios y antes que nada le ministramos, veremos a la iglesia de Jesucristo erguirse con una nueva gloria y brillo, encendida con Su fuego e inundada de una santa pasión por hacer Su voluntad.


Hemos estado demasiado tiempo adorando los ídolos de nuestros días. Se han exaltado las tradiciones por encima de Su Evangelio y la institución se ha sobrepuesto a Su Señor. Precisamos mudar el rumbo. Hemos permitido que todas las demás cosas prevalezcan en la iglesia, y ahora es el tiempo de que se "levante Dios, y sean esparcidos Sus enemigos." (Salmos 68:1) a medida que nos volvemos a Él completamente para ministrarle y para hacer Su voluntad.


Este pequeño libro no cubre de ninguna manera todos los detalles acerca de este tema de ministrar al Señor. Se escribe simplemente para dar a conocer lo que Cristo ha hecho tan palpablemente en mi vida. También se ha escrito porque esa ha sido la voluntad de Dios, Él me dijo que lo escribiera. Espero que cambie tu vida de la misma manera que mudó la mía.

Dios te bendiga

Roxanne Brant


 Capitulo Uno
QUÉ ES MINISTRAR AL SEÑOR
“Nosotros le amamos a Él, porque El nos amó primero”
1ª Juan 4:19


U
na de las más importantes razones, por las que hay "falta de poder" hoy en día en la iglesia Cristiana, se debe a que los cristianos han dejado de ministrar al Señor. Bíblicamente hablando, es evidente que nuestra ministración al Señor debe ser primordial y anterior con respecto a la ministración a los hombres si queremos ser eficaces. Aun después de ser llenos con  espíritu santo, si nuestras prioridades con respecto a estas dos ministraciones están al contrario, vamos a ser de poca ayuda e impotentes delante del mundo pagano en el cual vivimos.

Necesitamos de una vez por todas volver a sumergirnos en el manantial de la vida Divina y embebernos en Él, La Fuente Única de aguas vivas. Precisamos envolvernos del maravilloso Cristo resucitado, conocerle íntima y profundamente. Sólo entonces veremos que nuestra ministración a Dios es la que nos capacita con renovada frescura y poder para ejercer nuestra ministración posterior a los hombres. Será entonces que, no sólo hablaremos del poder de Dios, sino que también lo veremos demostrado y en manifestación en nuestras vidas.

Nunca antes me había Dios iluminado tanto y grabado mi alma con otra verdad: la verdad de que nuestra primera ministración es para Él y no para los hombres.

La revolución en mi vida se dio un día en el que el espíritu santo comenzó gentilmente a insistirme diciendo: "Ministra al Señor. Ministra al Señor." Durante varios días seguidos, esta frase continuó repitiéndose en mi mente. Por eso comencé a investigar en las Escrituras. En ellas encontré que, servir al Señor, o ministrar al Señor, podían haber sido traducidas de las mismas palabras hebreas y griegas (“sharath” en hebreo; “diakoneo” en griego).

Hay muchas maneras en las que los creyentes ministran, o sirven, al Señor. Podemos ministrarle a través de ministrar a los que Él ama (Mateo 25:40). Podemos hacerlo también presentándole nuestros diezmos y ofrendas. Y podemos ministrarle ofreciéndole nuestras alabanzas y adoraciones.

A pesar de las numerosas maneras en las que podemos ministrar a Dios, yo sabía que el espíritu santo se refería a esta última vía en su insistencia – la vía que dice respecto a ministrar a Dios con nuestras alabanzas y adoraciones.

Es impresionante ver cuán a menudo se menciona en la Biblia este asunto de "ministrar al Señor."

Cuando Israel llegó a Sinaí, durante su travesía en el desierto, “…apartó Jehová  la tribu de Leví para que llevase el arca del pacto de Jehová, para que estuviese delante de Jehová para servirle, y para bendecir en su nombre..." (Deuteronomio 10:8).

Durante los tiempos de esterilidad espiritual anteriores al gobierno de los reyes de Israel, cuando la Palabra de Jehová era escasa y había pocas visiones, el pequeño Samuel "ministraba a Jehová en  presencia de Eli". (1ª Samuel 3:1).

Cuando el templo fue acabado de edificar, durante el reinado de Salomón, el arca fue traída desde Sión y puesta en el Lugar Santísimo:

                                      Y cuando los sacerdotes salieron del santuario...sonaban pues las trompetas, y cantaban todos a una, para alabar y dar gracias a Jehová, y a medida que alzaban la voz con trompetas y címbalos y otros instrumentos de música, y alababan a Jehová, diciendo: Porque él es bueno, porque su misericordia es para siempre; entonces la casa se llenó de una nube, la casa de Jehová. (2ª Crónicas 5:11a, 13-14).

María, la madre de Jesús, ministraba al Señor mientras desbordaba las adoraciones y alabanzas al Poderoso. (Lee  Lucas 1:46-55 y compara con 1ª Samuel 2:1-10).

Ana, la profetiza, que "hablaba del niño a todos los que esperaban la redención en Jerusalén" (Lucas 2:38) nunca se apartaba del templo "sirviendo de noche y de día con ayunos y oraciones" (vers.37).

Los que eran considerados como columnas de la primera iglesia no sólo ministraban al Señor en privado sino que también se presentaban públicamente para ministrar al Señor. (Hechos 13:1-3).

No somos sólo nosotros los que ministramos al Señor aquí en esta tierra, sino que hay millones de seres ministrándole en los lugares celestiales.

El apóstol Juan escribió lo siguiente:

                                         Y miré, y oí la voz de muchos ángeles alrededor del trono, y de los seres vivientes, y de los ancianos; y su número era de millones de millones, que decían a gran voz: El Cordero que fue inmolado es digno de tomar el poder, las riquezas, la sabiduría, la fortaleza, la honra, la gloria y la alabanza. Y a todo lo creado que está en el cielo, y sobre la tierra, y debajo de la tierra, y en el mar, y a todas las cosas que en ellos hay, oí decir: Al que está sentado en el trono, y al Cordero, sea la alabanza, la honra, la gloria y el poder, por los siglos de los siglos. Los cuatro seres vivientes decían: Amén; y los veinticuatro ancianos se postraron sobre sus rostros y adoraron al que vive por los siglos de los siglos. (Apocalipsis 5:11-14).

¡Cuán numerosas son las referencias en la Biblia que nos exhortan a ministrar al Señor! ¡Cuán importante es que entendamos el amoroso designio que Dios tiene para nosotros a medida que aprendemos a ministrarle ahora y que nos preparemos para ministrarle por toda la eternidad!


ENTENDER EL PROPOSITO DE DIOS

Antes de que podamos entender el privilegio de ministrar al Señor y de verlo en su perspectiva correcta, debemos entender primero el propósito de Dios desde el principio del mundo e incluso antes de la creación. 

Es importante observar que, Dios ha declarado soberanamente que Él hizo todas las cosas, incluyendo al hombre, para Sí Mismo, es decir, para Su deleite y para Su gloria:

                                               Porque en Él fueron creadas todas las cosas, las que hay en los cielos y las que hay en la tierra...todo fue creado por medio de Él y para Él: Y Él es antes de todas las cosas, y todas las cosas en Él subsisten. (Colosenses 1:16-17).

En Apocalipsis 4:8-11 el apóstol Juan describe las cuatro criaturas vivientes que adoraban a Dios día y noche diciendo, "Santo, santo, santo es el Señor Dios Todopoderoso, el que era, el que es, y el que ha de venir " (vers.8b). Juan se refirió a los veinticuatro ancianos que se postraban ante Dios en sus adoraciones diciendo, "Tú eres digno, oh Señor, de recibir la gloria y el honor y el poder porque tú creaste todas las cosas, y para tu gloria fueron todas creadas."

Dios dice, pudiendo aplicarse sobre nosotros, en Isaías 43:7, "Todos los llamados de mi nombre; para gloria mía los he creado, los formé y los hice." Él declara soberanamente, "Este pueblo he creado para mí; mis alabanzas publicará." (vers.21).

Tú has sido hecho por Dios para ser Su delicia y para que le alabes y adores para siempre. Dios te salvó ante todo para que fueses Suyo. Pero Su deseo es que le ofrezcas tu vida libremente, no  porque puedas hacer algo para Él. Sino que Él te salvó porque te amó y te anhela muchísimo.

El hombre es creado por Dios. Dios ama tanto a Cristo que Él quiere llenar el universo con un Cuerpo de miembros creados a su misma imagen (Romanos 8:29). Él quiere personas que le ministren por toda la eternidad y a quienes pueda ofrecerse también a Sí Mismo.

Igual que ocurre con Israel, así sucede con nosotros. Dios nos escogió porque nos amó y no porque nosotros tuviésemos algún tipo de virtud o habilidad. Moisés le dijo al pueblo de Israel:

                                                No por ser vosotros más que todos los pueblos os ha querido Jehová y os ha escogido, pues vosotros erais el más insignificante de todos los pueblos; sino por cuanto Jehová os amó… (Deuteronomio 7:7-8a).

¿Por qué amas a Dios?

¿Será porque te ha concedido dones, te ha dado prosperidad, te ha sanado y ha derramado bendiciones en tu vida? Está bien, esto puede que sea parcialmente verdad, pero no debería serlo totalmente. Sin embargo, para muchas personas, su religión es la moneda que compra los beneficios de Dios.

 ¿No habrá una manera más sublime de amar a Dios?

Cuando comenzamos a ver quién es Dios y apreciamos Su Persona, ¿no es maravilloso amarle por Quién es en Sí Mismo?

Nosotros no amamos a nuestros hijos debido a sus habilidades. Los amamos por lo que son en sí mismos. Igual ocurre con nuestras esposas, nuestros maridos, nuestros padres y madres: estamos agradecidos por lo que han hecho por nosotros, pero los amamos por quienes son en sí mismos.

Amamos a Dios por aquello que es en Sí, y "porque Él nos amó primero" (1ª Juan 4:19). Dios anhela nuestro amor y que le ministremos; sin embargo, muy a menudo, sólo nos  dirigimos a Él para recibir cosas Suyas y para obtener Sus favores.

Esto me recuerda una historia que escuché una vez acerca del Presidente Lincoln con una mujer anciana que hizo un pedido para encontrarse con él una tarde. Cuando se presentó en la oficina del Presidente, éste se levantó, le pidió que se sentase y le preguntó, "¿En qué puedo servirla, señora mía?" La pequeña anciana respondió, "Sr. Presidente, yo sé que usted es un hombre muy ocupado. Yo no he venido para pedirle nada. He venido simplemente para traerle esta cajita de galletas, porque he oído que a usted le gustan mucho."

Hubo un silencio en el cual las lágrimas afloraron de los ojos del Presidente. Finalmente, levantó su cabeza y le dijo a la mujercita: "Señora, le agradezco mucho por su gentil regalo. Estoy profundamente emocionado por eso. Desde que soy Presidente de este país, miles de personas han pasado por esta oficina pidiéndome favores y demandándome pedidos. Usted es la primera persona que ha pedido presentarse aquí sin pedir favores y además, trayéndome este regalo. Se lo agradezco desde lo más profundo de mi corazón."

De la misma manera, Dios anhela y espera que nos acerquemos a Él porque le amamos, en vez de simplemente por lo que pueda ofrecernos. Él fue Quien nos hizo para Él, y somos nosotros los que podemos presentarnos a nosotros mismos a Él y ofrecerle nuestra adoración.

La Biblia dice que nosotros, así como Israel, somos heredad Suya. "Porque la porción de Jehová es su pueblo, Jacob la heredad que le tocó." (Deuteronomio 32:9). ¡Dios tiene una herencia en los santos!!

Pablo oró sin cesar por la iglesia que estableció. A la iglesia en Éfeso escribió:

                                              No ceso de dar gracias por vosotros, haciendo memoria de vosotros en mis oraciones, para que el Dios de nuestro Señor Jesucristo, el Padre de gloria, os de espíritu de sabiduría y de revelación en el conocimiento de él, alumbrando los ojos de vuestro entendimiento, para que sepáis cual es la esperanza a que él os ha llamado, y cuales las riquezas de la gloria de su herencia en sus santos. (Efesios 1:16-18).

¡Date cuenta! La Biblia dice que Dios quiere que sepamos cuán ricos somos en Cristo. Y quiere que nos acerquemos a Él por nuestro libre albedrío. Dios está interesado en relacionarse con nosotros en amor.

Cuán erradamente ha enseñado la iglesia a los nuevos cristianos que fuimos salvos para servir a Dios. ¡No! Nosotros fuimos salvos, antes que nada, porque Él quiso tener una familia. Eso es por lo que a Él le "…agradó librar mi vida del hoyo de la corrupción; y por lo que echó tras sus espaldas todos mis pecados." (Isaías 38:17).

Dios no negocia, ni se interesa en salvar a las personas porque precise de un gran número de siervos que ganen el mundo para Cristo, o porque sin nosotros Él pueda perder la batalla que sostiene contra el Diablo. Sin embargo, muchos son los cristianos que están convencidos de que están trabajando para un Dios parcialmente impotente que necesita de ayuda, y que espera de ellos correspondencia debido a Su bondad.

La Biblia no habla ni una sola vez, ni nos dice nunca que hagamos algo por Dios. Nos dice que, en Su amor y gracia, Dios desea envolvernos en la obra que Él está llevando a cabo. Podemos, eso sí, trabajar con Él para llevar a buen puerto esa finalidad.

Desafortunadamente, debido a que la iglesia ha enseñado tan a menudo que estamos aquí para servir a Dios, hoy en día tenemos un abundante número de Martas repletas de culpa, que están cargadas con un sentimiento de ansiedad y de servicio. Y hay una gran escasez de sentidas adoradoras Marías, que se hayan involucrado en una relación amorosa con Dios, la cual suple naturalmente todas las necesidades humanas.

Cuan sencillamente las palabras de nuestro Señor nos muestran la prioridad de Dios:

                                              Aconteció que yendo de camino, entró en una aldea; y una mujer llamada Marta le recibió en su casa. Esta tenía una hermana que se llamaba María, la cual sentándose a los pies de Jesús, oía su palabra. Pero Marta se preocupaba con muchos quehaceres, y acercándose dijo: Señor, ¿No te da cuidado que mi hermana me deje servir sola? Dile, pues, que me ayude. Respondiendo Jesús, le dijo: Marta, Marta, afanada y turbada estás con muchas cosas. Pero sólo una cosa es necesaria; y María ha escogido la buena parte, la cual no le será quitada. (Lucas 10:38-42).

Jesús no reprendió el servicio de Marta, sino su excesiva y ansiosa preocupación con "muchas cosas" antes que poner primero a Dios. El servicio que nace de una relación de amor no es ansioso, sino lleno de sentido y pleno de gozo.

Nuestra prioridad en nuestra relación con Dios es el amor. Sin embargo, hemos fijado nuestra atención en ministerios, dones, órdenes y diferentes tipos de programas y servicios. Hemos puesto nuestra atención en todo, menos en nuestro Padre. Podemos observar el resultado que ha producido esa falta de atención en la vida de nuestra iglesia hoy en día.

Dios nos dice a nosotros lo mismo que le refirió a Israel, diciendo,

                                              Porque dos males ha hecho mi pueblo; me dejaron a mí, fuente de agua viva, y cavaron para sí cisternas, cisternas rotas que no contienen agua. (Jeremías 2:13).  

Dios me asombró hace unos años atrás cuando me enseñó que muchas de las personas en el movimiento carismático se habían vuelto "cisternas rotas" en vez de mirarle a Él. Debido al flujo de buenas enseñanzas, las personas estaban adquiriendo cintas grabadas, libros y atendiendo seminarios para aprender más acerca del poder de Dios y de Sus caminos y de lo que Él estaba realizando en ese tiempo. Las cintas, libros  y conferencias son buenas, pero Dios me mostró que Su gente fue sustituyéndolas y ya no le daban importancia al tiempo que invertían mirándole solamente a Él.

Muchas veces, es tan fácil oír por boca de otros hombres las cosas de Dios y lo que está haciendo, que no nos damos al trabajo de ir a Su Presencia para procurar saber lo que quiere decirnos personalmente. No nos molestamos en comunicar y en recibir directamente de parte de Dios Su Palabra de Vida. Cuando así ocurre, entonces, esas cintas, libros y conferencias llegan a ser cisternas rotas. Y las aguas provenientes de las cisternas nunca serán tan frescas y puras como las aguas que corren y fluyen vivas de la fuente de Dios.

El peligro que existe hoy en día es que nos centremos básicamente en el "árbol de la ciencia" (Génesis 2:9) y nos olvidemos del "árbol de la vida" (vers.9); que nos demos por satisfechos con el conocimiento y nos olvidemos de la vida de Dios; que nos sintamos llenos recibiendo sólo palabras de hombres y nos olvidemos de la necesidad que tenemos de recibir las palabra de vida que provienen directamente de Dios.

Muchos de nosotros tenemos el deseo y la necesidad de volvernos a Dios y de permitirle a Él, la "fuente de agua viva", (Jeremías 2:13), que fluya a través de nuestras vidas, limpiándonos y llenándonos diariamente con Su Misma Vida. Precisamos llenarnos de Dios a través de Su espíritu, revelándonos todas las cosas de una manera fresca y viva. Necesitamos acercarnos a Dios por lo que Él es en Sí Mismo y para recibir de Él Su "Palabra vivificante."

Los Fariseos sabían lo que Dios había declarado. Pero se dedicaron a edificar cisternas rotas. Se hicieron ciegos y sordos a lo que Dios estaba declarando en aquel tiempo en el cual vivían, simplemente porque prefirieron olvidarle y construir cisternas alrededor de Su Palabra. Necesitamos saber lo que Dios ha dicho y lo que nos dice en nuestro tiempo. Cuando nosotros, igual que los Fariseos de entonces, no estamos inmersos en el flujo vivificante de Dios, entonces nuestros sentidos espirituales tienden a quedarse vacios y dormidos. Entonces tenemos muy poca o ninguna percepción o discernimiento espiritual.

Dios nos dice a voces, "Venid a mí." (Lee, por ejemplo Isaías 55:3; Mateo 11:28; Juan 7:37). Él nos ha sacado del Egipto de tinieblas y esclavitud y nos ha dado herencia en Su Reino. Pero nosotros, igual que Israel, nos hemos salido de Su Presencia y nos hemos vuelto a los ídolos, aunque sean ídolos religiosos. Verdaderamente, la adoración a las tradiciones, programas, órdenes, y otras cosas que sobreponemos a Dios en importancia, es idolatría. Si nosotros, igual que Israel, ponemos el énfasis en lo externo y olvidamos la vida, entonces pasamos a ser meros legalistas, sectarios y eventualmente nos quedaremos dormidos espiritualmente. Estaremos aferrándonos a la basura de las cosas externas, mientras que la vida de Dios se moverá en el corazón de los que lo ponen a Él por encima de todas las cosas. Igual que Israel, nos estaremos volviendo a la esclavitud de Egipto si no ponemos a Dios primero ni le amamos sobre todas las cosas.

                                                 Cuando Israel era muchacho, yo lo amé, y de Egipto llamé a mi hijo. Cuanto más yo los llamaba, tanto más se alejaban de mí; a los baales sacrificaban, y a los ídolos ofrecían sahumerios. Yo, con todo eso enseñaba a andar al mismo Efraín, tomándole de los brazos; y no conoció que yo le cuidaba. (Oseas 11:1-3).

En nuestras relaciones humanas, al igual que en nuestra relación con Dios, nuestra prioridad es amar. El éxito fuera del hogar no justifica la falta de amor dentro del hogar. El orden de Dios en un hogar, no significa nada si no hay el amor y la vida de Cristo.

Sin embargo, muchas personas prefieren invertir su tiempo en el servicio antes que al amor. Desafortunadamente, somos por naturaleza hacedores igual que Marta, en vez de amantes y adoradores como María. Pero Dios está buscando a quienes le amen y se acerquen a Él para adorarle. No está buscando hacedores, sino que busca con gran anhelo adoradores. Él procura aquellos que le "adoren en espíritu y en verdad". (Juan 4:24).

Solamente después de que esa relación amorosa se arraigue y permanezca estable y de que centremos todas las atenciones en Él, podrá Dios enviarnos a trabajar y a cooperar con Él.

El hombre es hecho por Dios. Pero Dios es también de alguna manera hecho para el hombre. Dios hizo al hombre para establecer una dependencia con Él. En otras palabras, Dios quiere darse a Sí Mismo al hombre. El nos ha creado no solamente para que nos entreguemos a Él, sino también para que Él pueda ofrecerse a nosotros.

Fue Dios quién descendió y se acercó primeramente para andar con Adán y Eva en el paraíso. (Génesis 3:8). Él nos creó con la capacidad de recibirle. Cuán a menudo sucede, cuando adoramos a Dios en el espíritu y en verdad, que Su Espíritu desciende sobre nosotros. Eso es lo que vemos reflejado en las Escrituras y también en nuestra experiencia: la adoración nos lleva a la Presencia de Dios y nos trae la Presencia de Dios en nosotros. A medida que adoramos a Dios, Él se nos ofrece a Si Mismo.

En 2ª Crónicas 5, es interesante notar que cuando el templo de Salomón fue concluido y los ancianos de Israel fueron reunidos, el arca fue traída al templo por los Levitas, pero la gloria de Dios no descendió en ese momento. Hubo innumerables sacrificios, sin embargo, la gloria de Dios no descendió mientras se ofrecían.

Fue solamente cuando sonaron “las trompetas y cantaban todos a una, para alabar y dar gracias a Jehová" (vers.13) que la gloria de Dios descendió. "…Entonces la casa se llenó de una nube, la casa de Jehová. Y no podían los sacerdotes estar allí para ministrar, por causa de la nube; porque la gloria de Jehová había llenado la casa de Dios."  (2ª Crónicas 5:13-14).

No fue cuando construyeron el templo. No fue cuando ofrecieron los sacrificios. Fue solamente cuando alabaron y adoraron a Dios que la gloria de Jehová llenó toda la casa.

Yo creo que cuando Dios oye a Su gente adorándole y encomendándose en Sus manos, Él se derrite y se dice a Sí Mismo: "Tengo un deseo enorme de descender y escuchar a mi gente, para ver cómo Me adoran. Se están poniendo en Mis manos, por eso, ahora seré Yo quien Me ofrezca a ellos."  Es, por tanto, cuando Le adoramos que Él desciende sobre nosotros. Porque la adoración nos lleva a estar en Su Presencia y nos trae Su Presencia en nosotros.

Siempre que asisto a servicios en los que se realizan dones de sanidad, le enseño a la gente cómo ministrar al Señor. Yo estoy persuadida de que es cuando le ministramos a Él, que Él desciende y nos ministra y un flujo de vida aparece donde estamos reunidos. A medida que adoramos a Dios, las personas sanan y Dios desciende sobre ellas. Pero lo más maravilloso es la nítida sensación de Su Presencia.

Algunas veces, hay un momento en las reuniones que la sensación de Su Presencia llega a ser tan intensa, que se suspenden todas las actividades y esperamos en un conmovedor silencio para ver qué es lo que Él va a hacer. Algunas veces esperamos cinco minutos, otras veces más, simplemente respirando profundamente y siendo conscientes de los latidos de nuestro corazón y de la proximidad de nuestra comunión con el Padre Todopoderoso, a medida que Él se impregna y nos imprime de Sí Mismo.

Hubo una vez, cuando estábamos adorándole y cantando "Él Me Tocó," en que la mitad de las personas presentes en la reunión escucharon ángeles cantando junto con nosotros. Yo misma no los escuché, por eso pregunté cómo era el sonido que producían. Las personas dijeron que el coro de las voces angelicales tenía un tono por lo menos con una octava por encima de un alto soprano y sonaban como una centena de resonantes y magníficas campanas.

En otra reunión, mientras adorábamos al Señor, mis ojos fueron abiertos durante un cierto tiempo, y vi un ángel formidable de pie delante del púlpito donde yo me encontraba. Estaba mirando de frente a las personas, así que yo sólo podía verle sus espaldas. Me di cuenta de lo imponente y poderosa que era su imagen, de cerca de diez pies de alto, y estaba vestido de blanco con una llave Griega estampada y bordada a oro en su vestimenta. Por breves momentos me quedé estupefacta. La Presencia de Dios inundaba el santuario.

Entonces me di cuenta de por qué estaba allí aquel ángel tan poderoso. Comencé a oler la suave fragancia a incienso y sentí la Presencia de Dios de una manera muy especial. Los minutos pasaron a medida que todo se envolvía en el reposo de Su Presencia. El incienso permaneció en el santuario, y era inhalado por cada uno de los presentes. Algunos se arrodillaron, a otros les corrían lágrimas por su cara y otros, sencillamente permanecieron quietos y en silencio adorándole, teniendo comunión con Él en el dulce sosiego de Su Presencia.

Es cuando le adoramos que Él desciende sobre nosotros y se nos ofrece a Sí Mismo para que podamos recibirle de una manera fresca y plena. Él nos creó para que le ministremos. Fuimos creados para Su gloria, para ofrecerle nuestras alabanzas y adoraciones y para comulgar con Él, para que así, cuando lo hacemos, Él pueda ofrecerse a Sí mismo a nosotros.

Cuando Dios sacó los cuatro millones de hebreos fuera de Egipto, es interesante notar que Él plan original de Dios en Su corazón era el hacer de todos ellos sacerdotes. Él no quería una única tribu sacerdotal, la tribu de Leví. Sino que, en un principio, quiso hacer de la totalidad de la nación “un reino de sacerdotes, y gente santa" (Éxodo 19:6) para Él. Ese era Su propósito.

Dios ordenó a Moisés:

                                                          …Así dirás a la casa de Jacob, y anunciarás a los hijos de Israel: Vosotros visteis lo que hice a los egipcios, y cómo os tomé bajo las alas de águilas, y os he traído a mí. Ahora, pues, si diereis oído a mi voz, y guardareis mi pacto, vosotros seréis mi especial tesoro sobre todos los pueblos; porque mía es toda la tierra. Y vosotros me seréis un reino de sacerdotes, y gente santa. (Éxodo 19:3b-6a).

Dios atrajo hacia Sí Mismo a los hijos de Israel. Él les prometió que, si ellos cumpliesen dos condiciones - obedecer a Su voz  y guardar Su pacto, entonces serían Su especial tesoro sobre la tierra, "un reino de sacerdotes, y gente santa." Dios les estaba diciendo "Yo quiero hacer de cada uno de ustedes un sacerdote para Mí. Todo lo que tienen que hacer es obedecer Mi voz y guardar Mi pacto.”

El pueblo respondió: "Haremos todas las palabras que Jehová ha dicho" (Éxodo 24:3b). Pero no pasó mucho tiempo antes de que comenzaran a adorar un becerro de oro (uno de los viejos dioses que adoraban en Egipto) y de que se sentasen a comer y a beber y se levantasen para jugar. (Lee  Éxodo 32).

Antes de que Moisés descendiese del Monte Sinaí con las tablas de la Ley en sus manos, ya el pueblo había quebrado el pacto y desobedecido Su voz. Cuando "ardió la ira de Moisés" (vers.19) y arrojó las tablas de la Ley y las quebró, solamente estaba exteriorizando, al quebrar las tablas, lo que todo el pueblo estaba haciendo interiormente, quebrando la Ley de Dios en sus corazones y a través de sus acciones.

El pueblo violó las dos condiciones que Dios había estipulado. No pudo hacer de ellos un reino de sacerdotes. No solamente desobedecieron Su voz, sino que ellos "rogaron que no se les hablase más, porque no podían soportar lo que se les ordenaba."  (Hebreos 12:19b-20a).

La única alternativa, pues, que le quedó a Dios, fue establecer como sacerdotes para Él una sola de las tribus: la tribu de Leví.

En aquel tiempo apartó Jehová la tribu de Leví para que llevase el arca del pacto de Jehová, “…para que estuviese delante de Jehová para servirle, y para bendecir en su Nombre hasta hoy, por lo cual Leví no tuvo parte ni heredad con sus hermanos: Jehová es su heredad, como Jehová tu Dios le dijo.” (Deuteronomio 10:8b-9).

Dios quiso hacer con todo Israel aquello que acabó finalmente haciendo con una sola tribu. Dios quiso haber hecho de todo Israel sacerdotes para Él: con el propósito de que llevasen el arca del pacto de Jehová, es decir, para que llevasen la Presencia de Dios con ellos y para que estuviesen delante de Dios ministrándole y bendiciendo Su nombre. De esa forma, el mismo Jehová sería la herencia de todos, y todos y cada uno se gloriarían en Él.

¿Te das cuenta de lo que Él quería en aquel tiempo  y de lo que quiere hoy?  Su propósito para los Levitas fue el propósito original que tenía para todo Israel. Y es el mismo propósito que tiene hoy en día para nosotros. Dios desea un Cuerpo de miembros que le ministren y un Cuerpo de miembros Suyos a los que Él pueda ofrecerse.

A través de Cristo (la Cabeza del Cuerpo), Dios ha cumplido Su propósito. ¡Ahora, reuniéndonos en el Cuerpo cuya Cabeza es Cristo, cada uno de nosotros es un hijo Suyo muy amado!

El propósito de Dios ha sido llevado a cabo en Cristo. A través de Cristo, cada creyente ha pasado a ser un hijo Suyo delante de Él, para llevar consigo Su Presencia y para que permanezca delante de Él ministrándole y bendiciendo Su nombre. A su vez, el Mismo Dios y Padre se nos ofrece a nosotros. ¡Él ha llegado a ser nuestra herencia! ¡Qué cosa tan maravillosa!


ALABANZA, ADORACIÓN Y COMUNIÓN

Cuando hablamos de ministrar al Señor, hablamos primeramente de tres cosas: alabanza, adoración y comunión.

Como hijos de Dios que somos, ya no tenemos que ofrecer los sacrificios de sangre del Antiguo Testamento. Nosotros ofrecemos los sacrificios vivos espirituales del Nuevo Testamento.

Hebreos 13:15 nos dice que "…ofrezcamos siempre a Dios por medio de él, (Cristo) sacrificio de alabanza, es decir, fruto de labios que confiesen Su nombre."

Alabanza, adoración y comunión están envueltas en la ministración al Señor. Estas tres cosas son diferentes entre sí.

Yo creo que la razón por la cual hacemos tanto énfasis sobre la alabanza y se habla tan escasamente sobre adoración hoy en día, se debe a que la gente no ha entendido bien la diferencia que existe entre estos dos tipos de ministración. Existen muchos libros que hablan sobre alabanza, pero muy pocos escritos sobre adoración.

Me gustaría centrarme en nuestra ministración al Señor en la adoración, pero será necesario que disertemos primero brevemente sobre la alabanza. Generalmente, la diferencia básica entre alabanza y adoración es que la alabanza es una respuesta a Dios por lo que Él ha hecho (Sus grandes obras, etc.), mientras que la adoración se centra en Quién es Dios, en Su Persona  (por ejemplo, decirle "Cuán Grande y Maravilloso Eres").

La palabra "alabanza" proviene de una variedad muy grande de raíces hebreas y griegas. Algunas de ellas son traducidas de la siguiente manera: "alabanza", "dar gracias" (hillulim en hebreo), "salmo" (tehillah en hebreo), "confesión" (todah en hebreo), "coraje", "excelencia" (arete en griego), "gloria" (doxa en griego), "encomienda" (epainos en griego), "bendecir," "declarar bendiciones" (barak en hebreo), "extender la mano hacia", confesión" (yadah, en hebreo), "hablar bien de" (eulogeo, en griego), "alardear", alabar" (halal en hebreo), "cantar himnos" (humneo en griego).

Por tanto, cuando alabas a Dios, lo que estás haciendo es bendecir, encomendar y engrandecerle a Él. Algunas veces dándole gracias, con salmos e himnos y extendiendo las manos santas hacia Él, glorificándole al hablar acerca de Su excelencia y grandeza.

En todas partes, la Biblia nos manda que alabemos al Señor. De hecho, está escrito que, "Todo lo que respira alabe a Jehová" (Salmos 150:6).

A medida que ministramos a nuestro Padre, nosotros "entramos por sus puertas con acción de gracias, y por sus atrios con alabanzas" (Salmos 100:4) porque estamos llenos de gratitud hacia Él y bendecimos Su Nombre.

Así, pues, yo creo que podemos "entrar por sus puertas con acción de gracias, y dentro de sus atrios con alabanzas," pero si deseamos postrarnos a Sus pies, tenemos que saber cómo adorarle.

Suelo repetir que, la diferencia básica entre alabar y adorar reside en que la alabanza se centra en lo que Dios ha hecho y adoración se centra en Quién es Él. Todos sabemos que podemos agradecer y alabar y enaltecer seres humanos, del mismo modo que al Dios Todopoderoso. Pero no podemos adorar a ningún ser humano. Sólo podemos adorar a Dios. ¿Por qué? Pues porque sólo Dios es digno de recibir adoración.

La palabra "adoración"  (worship en inglés) proviene de la palabra anglosajona, Weorth-scipe. Con el paso de los años llegó a ser Worth-ship. En Inglaterra, para denominar a los señores ingleses, todavía se emplea, your worth-ship. Esta palabra ha pasado a ser ahora en lengua inglesa “worship” y se traduce al castellano como “adoración”.

Adorar significa "atribuir dignidad y honor". Es por eso que, en Apocalipsis 4:11 leemos que el Señor "es digno de recibir la gloria y la honra y el poder." Él creó todas las cosas. Y Las creó para deleitarse con ellas.

Es interesante notar que Dios es digno "de recibir”.

Muy a menudo, estamos solamente interesados en lo que nosotros podemos recibir de parte Suya. David no pidió solamente por las bendiciones de Dios, (lee, por ejemplo, Salmos 67:1). Él también dijo, "Bendice alma mía a Jehová, y bendiga todo mi ser su santo nombre". (Salmos 103:1).

En la adoración nosotros nos dirigimos a Dios por Quién Él es, en vez de simplemente por lo que ha hecho.

Otro aspecto acerca del significado de adoración lo encontramos en Génesis 22, donde aparece su primer uso en la Biblia. Cuando Dios probó a Abraham diciéndole que saliera y ofreciese a Isaac en sacrificio en la tierra de Moriah, Abraham oyó el mandato de Dios y se levantó para obedecerle. En el tercer día de su viaje, Abraham vislumbró el lugar en el cual debía realizar el sacrificio y le dijo a los hombres que le acompañaban, "…Esperad aquí con el asno, y yo y el muchacho iremos hasta allí y adoraremos…" (Génesis 22:5). Vemos, por tanto, que adoración implica la ofrenda de algo a Dios.

La Biblia nos dice, "Dad a Jehová la honra debida a su nombre; traed ofrenda, y venid delante de él; Postraos (adorad) delante de Jehová en la hermosura de Su santidad”. (1ª Crónicas 16:29).

Cuando aquellos hombres sabios provenientes de Oriente vinieron a Jerusalén a adorar a Dios por Su salvación, ellos entraron en la casa donde se encontraba Su Hijo amado y:

                                            …Vieron al niño con su madre María, y postrándose, lo adoraron; y abriendo sus tesoros, le ofrecieron presentes: oro, incienso y mirra. (Mateo 2:11).

La adoración lleva siempre consigo el ofrecimiento de algo a Dios, porque recuerda, Él es digno de recibir.

Algunos años atrás me sucedió algo tan sobrenatural e inolvidable, que me dejó profundamente impresionada. La visión que tuve en aquel día me hizo ver que mi primer ministerio o servicio tenía que ser dirigido al Señor y, además, me hizo comprender que alabarle sin adorarle no era suficiente. El Señor Mismo se me acercó y me mostró esta verdad. Me enseñó la diferencia que existe entre alabanza y adoración en una impresionante visión.

Esto sucedió en un día al final de la tarde, mientras me encontraba ministrando en una iglesia Presbiteriana carismática. La persona que dirigía el auditorio con las canciones, estuvo haciéndolo durante veinte minutos. Estuvieron cantando las músicas habituales de alabanza y de acción de gracias a Dios por sanidad, prosperidad y la salvación de las personas, canciones tales como, "Sublime Gracia," "Él Me Tocó" "Bendita Confianza," y otras.

Cuando llegó mi turno, el ministro comenzó a presentarme a la congregación, y de repente, al lado derecho del ministro, vi la imagen misma de Cristo. Estaba de pie, y con la más insólita expresión de soledad en su cara que yo haya podido contemplar jamás. Sus dulces ojos castaños se encontraban llenos de lágrimas que comenzaron a desbordarse silenciosamente a través de sus vestidos hasta llegar a sus pies. No emitía sonido alguno, ningún gemido, ni hacía cualquier movimiento excepto aquellas lágrimas que descendían por su faz silenciosamente hasta el suelo. La sensación que me produjo su soledad inundó todo mi ser. Quise consolarle. ¡Cuán amargamente solitario se encontraba!, ¡aún en medio de sus hermanos!

Esta visión desapareció, así, tan repentinamente como había surgido. En un instante, Dios me mostró el porqué de aquella visión de Cristo con sus lágrimas. Se mostraba tan solitario porque, a pesar de todas nuestras atenciones cantándole al Padre por su vida, sus hermanos ignoraban esa maravillosa vida que de él fluía como manantial de aguas vivas. No debe extrañarnos sus lágrimas en la visión. ¡Claro que estaba llorando!

Mi alma estaba tan atónita con lo que se me dio a ver que, cuando me di cuenta de que acababa de ser presentada a la congregación, sentí que era incapaz de hablar o de decir cualquier cosa. Por fin reaccioné y miré a todos  y absorta todavía con el impacto de la visión que inundaba mi ser, intenté decir algunas palabras, pero todo lo que salía de mis labios era: "Bien, vamos a adorar a Dios, vamos a adorar a Dios."

Inmediatamente me pareció como si el Espíritu Santo Mismo  inundase el santuario y comenzase a moverse como un viento dulce y apacible a través de una gigante y divina arpa musical.

Durante los quince a veinte minutos siguientes, cada una de las personas que había en la congregación comenzó a cantar de una manera tan exquisita y preciosa, que ninguna mente humana pueda imaginarse jamás.

El espíritu santo llenó nuestros cuerpos y fuimos instrumentos de honra para Dios. Todos aprendimos lo que es la verdadera adoración. Antes, sólo se veía nuestros ignorantes intentos para alabar a Dios. Ahora, nuestro Padre había llenado, a través del Cristo que poseíamos, todo nuestro ser para ofrecerle una perfecta adoración.

¡Cuán indispensable es la interconexión del Cristo que tenemos cada uno, el espíritu santo que reside y nos une a todos y cada uno de nosotros! Me acuerdo, especialmente, de cómo un hombre que se encontraba en uno de los lados del auditorio y una mujer en el otro, cantaban en unísono y manifestaban ríos de agua viva de palabras proféticas de adoración en un tono de escala musical con perfecta armonía entre los dos. Ambos estaban ligados por coyunturas y tuétanos espirituales adorando al Señor. El sonido que producían, era como si los pasajes del Libro de Apocalipsis hubiesen sido traídos en concretización en aquel momento.

A medida que cada uno (entrelazados) íbamos adorando al Padre, me fui dando cuenta de que algo estaba sucediendo dentro de mí. La extrema soledad que había experimentado previamente, fue progresivamente abandonándome. Fue siendo reemplazada por un sentimiento de satisfacción y gozo maravilloso. Aunque la figura de Cristo nunca más me apareció, el espíritu santo me permitió ver que él estaba viviendo y sintiendo con nosotros lo mismo que vivíamos y disfrutábamos. Supe que su soledad había sido modificada, a medida que sus hermanos continuaban  ministrando a Dios. Supe, pues, que el gozo y regocijo de este Cristo que tenemos dentro, reside en la verdadera adoración que le ofrecemos al Padre tan maravilloso que tenemos.

Había en el ambiente una tan maravillosa gloria y una nítida y festiva Presencia del Espíritu Santo, que nos sentimos como si estuviésemos celebrando un banquete celestial en el cual, de un momento para otro, podríamos todos extender nuestros brazos sobre el hombro del Rey de reyes y marcharnos ya juntos con él hacia la gloria del Padre.

Después de un espacio de tiempo, el Espíritu Santo fue gradualmente separando Su brazo del templo  y yo sabía que era el momento de entregar Su mensaje. Una vez más, el espíritu santo me habló claramente y dijo: "Tú has ministrado al Padre y el Padre va a ministrarte a ti." Entonces me levanté y proferí el mensaje que me dio: "Ministrad al Señor."

Comparto este testimonio contigo porque estoy convencida de que, Cristo, el espíritu que puso Dios en cada uno de nosotros, nada tiene que ver con lo que frecuentemente pensamos que estamos haciendo para servir a Dios en su nombre. Hay demasiados servicios centrados únicamente en la alabanza y en los cuales, simplemente, se ignoran totalmente Su Presencia - la Presencia del Padre con nosotros.  ¡La alabanza no basta! - ¡No es suficiente! - También precisamos recogernos en Él y adorarle. Es decir, estar sumergidos en una adoración tal, en la que cada uno de Sus hijos sea impregnado de Su dulce Presencia, siendo consciente  de Quién es Él de una forma viva y presente.

Hemos hablado de alabanza y adoración. Ahora precisamos decir algo acerca de la comunión con Dios, donde nos acercamos al Lugar Santísimo y a Su Presencia, y nos elevamos por encima del incienso que inunda el templo.

Cuando una persona renace es vivificada. Pasa a tener vida espiritual. Comienza a tener comunión con Dios en este santísimo espíritu que nos puso dentro de nuestro ser. En ese espíritu es donde reside la verdadera "Comunión con el Padre, y con su Hijo Jesucristo".  (1ª Juan 1:3).Es en el espíritu - y no la mente - el lugar donde Dios se comunica con nosotros, a medida que simplemente esperamos reposados mirándole solamente a Él. Es exactamente ahí, donde nuestro Padre nos descubre Sus revelaciones, a medida que permitimos recibirlas a través de Su espíritu (Cristo en nosotros) y de Su Palabra.

Déjame recordarte ahora que esto no es ninguna nueva revelación, como algunos predican; sino que estas son, sencillamente, las buenas y sólidas verdades bíblicas hechas nuevas y frescas por el Espíritu Santo. No olvides jamás que todo debe estar en armonía y alineado con los propósitos y la verdad establecida por Dios, Su Palabra escrita.

A medida que tenemos esa dulce comunión con Dios, se establece en nosotros Su flujo de vida en abundancia.

Isaías escribió:
                                          Pero los que esperan a Jehová tendrán nuevas fuerzas; levantarán alas como las águilas; correrán, y no se cansarán; caminarán, y no se fatigarán. (Isaías 40:31).

Cuando esperamos y miramos sólo al Señor, se produce un cambio  o mudanza en nuestra fuerza. Si esperamos reposados en el Señor, intercambiamos nuestra debilidad por el esfuerzo de Él. ("Mudanza" sería una mejor traducción de la palabra hebrea "chalaph," que significa "cambiar”, “mudar por" en vez de "tendrán" como aparece en el pasaje).

A medida que esperamos sólo en el Señor y tenemos comunión con Él, vamos absorbiendo parte de Su fuerza. Él graba o imprime Su imagen y Sus pensamientos y pasan a ser los nuestros. Esto es por lo que el salmista dijo, "Esperé yo a Jehová, esperó mi alma; en su palabra he esperado. Mi alma espera a Jehová más que los centinelas a la mañana, más que los vigilantes a la mañana." (Salmos 130: 5-6).

Necesitamos aprender a ministrar al Señor en alabanza, adoración, y comunión. Es cuando le alabamos y le damos gracias por Su inmensa bondad para con nosotros que podemos tan fácilmente entrar en el reposo de la adoración. Adorándole sencillamente por Quién Él es. Es entonces, cuando le adoramos, que el fluido de esa adoración nos eleva a Su Presencia, justo delante del Trono de Dios Todopoderoso. Su Presencia entonces se mueve dentro de nosotros de una manera que nos hace sentirle y se establece la comunión.

Es entonces cuando el corazón de nuestro Padre se conmueve. Comienza a moverse dentro nuestro derramando Sus bendiciones, es decir, derramándonos Su Presencia, Sus revelaciones y Sus delicias espirituales en nuestro espíritu, en cuanto nosotros simplemente reposamos y esperamos sólo en Él, permitiéndole que nos ministre.

¡Cuán sencillamente cada una de las facetas que conlleva la ministración al Señor fluye y se compagina con las demás! ¡Cuán excitante es permitirle al Espíritu Santo que se mueva a través de nuestro espíritu para ministrarle, para ministrar al Señor de todo el universo!

Una vez que ya hemos hablado sobre lo que es ministrar al Señor y sobre los conceptos y contenidos envueltos en esa ministración, pasaremos a ver ahora la prioridad que le otorga la Biblia a la ministración.


Traducción libre por Juan Luis Molina y Claudia Juárez Garbalena


Comentarios

  1. Error grave al escribir el nombre de Espiritu de Dios o
    Espiritu Santo con minuscula es siempre con mayuscula.Corregir.

    ResponderEliminar
  2. @Josias judá Se escribe "espíritu santo" con minúscula para diferenciar el don del Donador. Dios es Espíritu Santo, Quién dio el espíritu santo (don) el día de Pentecostés. El escrito dice lo que quiere decir, y quiere decir lo que dice. Bendiciones Josias!

    ResponderEliminar
  3. @gloriadesion Dios te bendiga Gloria! Es un placer y gran bendición!!!! Saludos!

    ResponderEliminar
  4. Dios bendiga su vida por excelente mensaje

    ResponderEliminar

Publicar un comentario