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NUESTRO PRIMER MINISTERIO. Capítulo 2. “MINISTRANDO AL SEÑOR” EL PODER DE SU PRESENCIA. POR ROXANNE BRANT‏


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a Biblia dice muy claramente que la prioridad del cristiano es ministrar al Señor. Dios es Quien establece esta prioridad.

Aun en sentido corporativo, cuán claro vemos leyendo las Escrituras que, la razón por la cual existe la iglesia, es primeramente para ministrar al Señor; en segundo lugar, ministrar a los santos, y después, ministrar a todos los hombres naturales.

La primerísima razón por la que fuimos bautizados en el espíritu no fue para que testificásemos a los hombres sino para que adorásemos al Señor, para tener comunión con Él. Cuando ponemos esto en primer plano, todas las demás cosas esenciales de la vida del cristiano caen en su debido lugar. Es por este motivo que el espíritu capacita al creyente para que hable en lenguas desconocidas y sobrenaturales, con las cuales se adora a Dios convenientemente. Nosotros no podemos cumplir correctamente nuestro primer ministerio para Él sin la manifestación del espíritu de hablar en lenguas.

Siempre que Dios hace algo por primera vez, es bueno que veamos de cerca todos los detalles que están envueltos en su realización. Por ejemplo, en el primer capítulo del Libro de Génesis, vemos que, cuando Dios creó los cielos y la tierra, Él primeramente Se movió a través de Su Espíritu (Génesis 1:1), después habló la Palabra y todas las cosas se concretaron. (Lee Génesis 1).

Primero, el Espíritu se movió; segundo, la Palabra de Dios apareció. Dios se mueve de acuerdo a este mismo modelo hoy en día.

Es bueno que leamos cuidadosamente el primer capítulo de Génesis. Necesitamos aprender esta valiosa lección: El Espíritu Santo y la Palabra trabajan siempre juntos.

En Hechos 2, vemos otra vez el mismo modelo de Dios. Pentecostés es el registro de la primera vez que fue derramado el espíritu santo "sobre toda carne" (vers.17), no simplemente sobre los profetas, sacerdotes y reyes. "Toda carne" incluye hombres, mujeres y niños, sin tener en cuenta la posición social que disfrute en su vida.

A medida que estudiamos de cerca cómo Dios operó en el momento en que derramó espíritu santo por primera vez sobre toda carne, vemos que Él inspiró primeramente a los hombres y mujeres para que hablasen las maravillas de Dios. Después inspiró a Pedro a predicar el Evangelio a varios miles de personas y como resultado muchos de ellos fueron convertidos. La adoración a Dios viene primero. Testificar a los obreros que Él nos envíe viene después.

A través del Nuevo Testamento, las Escrituras son siempre testigos de este mismo orden. También en los días de hoy, ésta, es la manera como el Espíritu Santo se mueve, si queremos ser guiados por Él en nuestras vidas.

En Pentecostés, los nuevos cristianos hablaron en otras lenguas, "según el espíritu les daba que hablasen" (Hechos 2:4). Todos los judíos dispersos que estaban reunidos pudieron oírlos y muchos, entendieron las hermosas lenguas que estaban hablando. Ellos oyeron a los nuevos cristianos hablar "las maravillas de Dios" (vers.11) en las lenguas que provenían de manifestar el don de espíritu santo:

                                            Cuando llegó el día de Pentecostés, estaban todos unánimes juntos. Y de repente vino del cielo un estruendo como de un viento recio que soplaba, el cual llenó la casa donde estaban sentados; y se les aparecieron lenguas repartidas, como de fuego, asentándose sobre cada uno de ellos. Y fueron todos llenos del espíritu santo, y comenzaron a hablar en otras lenguas, según el espíritu les daba que hablasen. (Hechos 2:1-4).

La primera cosa que los nuevos cristianos hicieron cuando recibieron espíritu santo fue hablar “las maravillas de Dios”. Sólo después habló Pedro inspirado con ese espíritu y predicó aquel sermón que resultó en la conversión de cerca de tres mil personas. (Vers. 14-41).

Las Escrituras nos dicen, por tanto, que la primera razón por la que fuimos bautizados en espíritu santo, fue capacitarnos para ministrar a Dios -alabarlo, adorarlo y tener comunión con Él, y la evangelización de los obreros que Dios nos envía llega después y es una consecuencia directa de esa ministración a Él.

Para poder ser eficaces a la hora de adorar a Dios en espíritu y en verdad, precisamos de la conexión sobrenatural denominada bautismo en espíritu santo, es decir, nacer desde lo alto.

La primera evidencia que manifestamos en el mundo de los sentidos cuando somos llenos del don de espíritu santo es hablar en un idioma desconocido para nosotros, una lengua sobrenatural que proviene del espíritu. Nuestros corazones se vuelven completamente a Dios, con Quien hemos sido reconciliados por Jesucristo en el justo momento en que renacimos. (Lee Romanos 5:10; 2ª Corintios 5:18-19; Colosenses 1:21-22) Ahora hemos sido hechos cercanos a Él. Vemos una expansión de Dios. Tenemos una nítida revelación Suya. Hemos sido trasladados a una nueva dimensión.

Viendo a Dios con este prisma, deseamos adorarle en las lenguas que ha puesto en nuestro espíritu. No hay otra respuesta posible de un creyente para su Dios, después de haber sido bautizado en espíritu santo, que no sea la de adorarle. Las palabras humanas son demasiado limitadas. Ellas no pueden contener el flujo de adoración que desborda el espíritu. Por tanto, Dios ha puesto dentro de nuestro espíritu una lengua sin limitaciones, un lenguaje que es sobrenatural, una de sus manifestaciones.

Hay muchas personas que me preguntan, "¿Para qué necesito hablar en lenguas?"

Yo sencillamente les digo que si ellos no llevan a cabo esta manifestación del espíritu, entonces no podrán cumplir su primer ministerio, que es el de ministrar a Dios.

Hay una cantidad enorme de gente diciéndole a Dios, que les gustaría evidenciar todas las manifestaciones del espíritu menos la de hablar en lenguas.

¡No confían que sean buenos los dones que les da Dios!

Son como un hombre que entra en una zapatería y compra un par de zapatos pero le dice al dependiente: "Yo no me llevo este par de zapatos hasta que no le corte la lengüeta." ¡Cuán estúpido!!

Confía en Dios y toma partido de todas las manifestaciones del espíritu que te ha ofrecido, para Su gloria y en beneficio de muchos.

Cuán maravilloso es estar capacitado para adorar a Dios sin limitaciones, estar embebidos en la gloria y la maravilla de la persona de Cristo y llegar a conocer a Dios más íntima y profundamente de lo que sería posible por cualquier otra vía.

Y cuando vienen las tribulaciones que se sobreponen hasta al más fuerte de los santos, uno continúa adorando, porque es infundido de poder por el don de espíritu santo.

La Biblia nos muestra muy claramente que nuestro primer ministerio es para el Señor y nuestro segundo, como consecuencia, ministrar a los hombres.

En el segundo capítulo de su primera epístola, Pedro comparó a los cristianos a “piedras vivas”. Esas no son piedras ordinarias. Ellas están vivas. A primera vista, eso parece una manera muy extraña para describir a un creyente en Cristo. Pero cuando nos acordamos de que Cristo es comparado a una roca y nosotros que creemos recibimos su naturaleza de roca, entonces podemos comenzar a entender por qué Pedro utilizó la metáfora de las “piedras vivas”:


                                         Vosotros también, como piedras vivas, sed edificados como casa espiritual  y sacerdocio santo para ofrecer sacrificios espirituales aceptables a Dios por medio de Jesucristo. Mas vosotros sois linaje escogido, real sacerdocio, nación santa, pueblo adquirido por Dios para que anunciéis las virtudes de aquel que nos llamó de las tinieblas a su luz admirable.
(1ª Pedro 2:5, 9).

Pedro declaró que cada creyente es edificado como casa espiritual. Nosotros crecemos juntos como vivas y sonantes piedras. De esta manera, todo el edificio espiritual crece para ofrecer sacrificios espirituales, los sacrificios de alabanza y adoración. Nosotros estamos continuamente ministrando al Señor como hijos amados, para ofrecerle los sacrificios de alabanza y adoración a Dios sin cesar.

Cuán a menudo nos aproximamos a Dios solamente para obtener lo que de Él esperamos: "Dios dame un mensaje para Tu gente. Sana a mis amigos. Provee mis necesidades. Ayuda a este programa," y cosas por el estilo.

Pero Dios está intentando hacernos entender algo. Nos está diciendo: "Si tú solamente me adoras a Mí, si tú sencillamente vienes y Me ministras, entonces cada oración será respondida. Todo lo demás vendrá por añadidura si solamente te acercas y antes que nada Me adoras; si te acercas y Me procuras a Mi, el Único que se encuentra por encima de todas las cosas.”

Dios nos ha creado, formado y hecho y nos ha llenado para que seamos vasos que transbordan, que derraman alabanzas a Dios, derramando un ministerio de adoración para Él que irá en aumento hasta la eternidad.

Nosotros somos el templo de Dios. La Biblia dice que nuestros cuerpos son el templo del Espíritu Santo. Tú sabes lo que ocurre en el templo: Alabanzas y adoraciones, horas de alabanza y adoración.

Cuando estamos llenos del espíritu santo, horas de alabanza y de adoración se derraman a Dios sobre el altar de nuestros corazones. Y no olvides que, el fuego en el altar del tabernáculo en el Antiguo Testamento nunca desaparecía, ni de noche ni de día - tampoco desaparece nunca el fuego del espíritu santo de tu corazón. Arde continuamente, inspirándote a alabar y adorar a Dios sin cesar para ministrarle.

Esto significa que, como hijos de Dios, nosotros le ministramos siempre. Por ejemplo, a las siete de la mañana, cuando ustedes los hombres se están afeitando, ofrezcan algún sacrificio espiritual a Dios, alguna alabanza y adoración para Él.

En ese momento, cuando ustedes mujeres están dándole vueltas a los huevos en la freidera, ofrezcan algún sacrificio espiritual a Dios. 

El espíritu permanece vivo y ardiendo dentro de ti veinticuatro horas al día, tanto da que estés despierto como dormido. El espíritu nunca duerme. El te lleva a que ministres al Señor veinticuatro horas por día, si tú se lo permites.

Estos son los días de la restauración, es decir, de la restauración de la verdad.

¿Te acuerdas de lo que le dijo el maestresala al esposo en la boda de Caná, donde Jesús transformó el agua en vino? - Le dijo así, "Todo hombre sirve primero el buen vino, y cuando ya han bebido mucho, entonces el inferior; mas tú has reservado el buen vino hasta ahora" (Juan 2:10).

Nosotros sabemos que el vino del final del banquete era el mejor, porque Jesús lo hizo así milagrosamente. Y el mejor vino, hablando en buenos términos de enseñanza Bíblica, todavía está por llegar en nuestros días.  Una de las verdades que Dios está mostrando  en el presente tiempo es que la primera responsabilidad del creyente es ministrar a Dios.

Yo creo que es fatuo pensar que podemos ministrar efectivamente a los hombres sin haber aprendido primero cómo ministrar a Dios. Es nuestro ministrar a Dios lo que nos lleva al cuidado de los hombres con una efectividad y poder que necesitamos desesperadamente hoy en día. El bautismo en espíritu santo es el potencial único que provee ese poder. Cuando ministramos al Señor y nos embebemos en Él, a través de Su espíritu, llegamos a un punto en el cual Él es nuestra Recompensa. ¡No un ministerio, no cosas, no sanidad, no prosperidad financiera, sino que el Señor Mismo es nuestra Recompensa! Él es nuestra respiración, nuestro "TODASLASCOSAS."

Hay tantas personas que usan su religión como moneda de cambio para poder ganarse los beneficios de Dios. ¡Qué cosa tan atroz! ¡Dios no lo quiera! Esos miembros religiosos ministran para glorificarse a sí mismos y gastan todas sus energías para la obra del Señor. ¡Qué cosa tan horrible!

Si lo único que hacemos es lo que Dios nos guía, todo lo demás caerá en su debido lugar. Y será siempre Él Quien reciba toda la gloria.

Él dijo, "Mas buscad primeramente el reino de Dios y Su justicia, y todas estas cosas os serán añadidas" (Mateo 6:33).

Hemos visto que Dios habla, responde oraciones, y nos bendice con Su Presencia mucho más abundantemente, cuando le ministramos, que cuando simplemente le pedimos cosas.

Déjame darte un ejemplo varón amado de Dios, imagínate que tienes una hija pequeña de seis años, y que ella sale corriendo para abrazarte cuando llegas del trabajo, salta encima de ti y con sus pequeños brazos alrededor del cuello, te da un abrazo y entonces dice: "Papi, he visto una linda muñeca en la tienda. A mí me encanta porque es de color limón y tiene una deliciosa sonrisa y sólo vale tres dólares. Anda papi, ¿puedes darme tres dólares para comprarla?"

Ahora bien, si solamente te pidiera la muñeca, es posible que le des los tres dólares y es posible también que no se los des. Sin embargo, suponte que la hija pequeña se te acercara de otra manera.

Qué si ella entrara en la sala, saltase sobre tu pecho, pusiese sus lindos bracitos sobre tu cuello, te diese un gran abrazo y te dijese, "Papi, estoy tan feliz de que Dios me haya dado un padre como tú. Tú eres el mejor padre del mundo entero. ¡Te amo tanto!”

Ella no precisó pedirte nada. Pero te garantizo que sé muy bien cómo te complacería cuando te dijera eso: Te sentirías tan bien que echarías mano de tu cartera y la vaciarías en sus manitas. ¿Por qué? Simplemente porque te conmovió el corazón con la expresión de su amor.

Así es con nosotros. Cuando vamos a Dios simplemente por lo que Él es en Sí Mismo y le expresamos nuestro amor, Su corazón se conmueve. Derrama Sus bendiciones sobre nosotros y nos corona nuestros pedidos de una manera tierna y generosa.

¡Cuán a menudo no es satisfecho o saciado el Señor de la obra, mientras nosotros estamos ocupándonos con la obra del Señor!

Hemos puesto nuestra ministración primera en segundo lugar (en Portugal se dice "poner la carroza delante de los bueyes" Nota del traductor). Realmente tenemos que mudar de sentido, porque haciendo así cometemos idolatría. Habremos sobrepuesto la institución por encima del Señor. Estaremos exaltando la tradición de los hombres por encima del Evangelio. Habremos exaltado la obra del Señor por encima del Señor Mismo. Estaremos demasiado ocupados haciendo esto o aquello o lo de más allá.

Lo que Dios está intentando decirnos es: "Haya paz. Ve a cualquier sitio y minístrame a Mí. Entonces no habrá esfuerzos inútiles, ni palabras inútiles, y todo será hecho en el poder de Mi Espíritu".

Algunas personas encuentran muy difícil creer esto, pero, cada vez que me aparto así para buscar a Dios, es Él quien me encuentra. Y quiero decir que en todas partes. No me importa nada dónde sea. Me lleva sólo unos minutos hasta que me elevo en adoración a Él.

Esto también puede darse en tu vida, si cultivas tu relación con Él. Requiere decisión, pero ciertamente nada es tan digno de tu atención como el Dios vivo y verdadero.

Ana, la profetisa, pasaba mucho tiempo ministrando al Señor y en comunión con Él:

                                               Estaba también allí Ana, profetisa, hija de Fanuel, de la tribu de Aser, de edad muy avanzada, pues había vivido con su marido siete años desde su virginidad, y era viuda hacia ochenta y cuatro años; y no se apartaba del templo, sirviendo de noche y de día con ayunos y oraciones. (Lucas 2:36-37).

El pasaje nos dice que Ana estaba "sirviendo de noche y de día con ayunos y oraciones" (vers.37). Podría también haberse traducido que Ana "ministraba al Señor de día y de noche con ayunos y oraciones."

Voy a ser sincera. Cuando llegué a ser cristiana, leía aquel pasaje y pensaba que Ana tenía que ministrar al Señor "de día y de noche con ayunos y oraciones" porque tenía aquella edad tan avanzada. Yo suponía que no tendría más cosas que hacer. O que no podía hacer nada prácticamente, como por ejemplo ganar almas para Dios, una vez que era demasiado anciana y débil.

Después de saber que la primera ministración del cristiano debe ser dirigida para el Señor, me di cuenta entonces de que Ana estaba ejerciendo la cosa más importante, realizando el más importante de los ministerios.

Si intentamos ir a cualquier lugar sin haber orado por ese sitio, o lo que es igual, si intentamos hacer la obra antes de haber ministrado a Dios, entonces estaremos cayendo en nuestros propios esfuerzos. Y todo ese trabajo será con limitado provecho:

                                          Y si sobre este fundamento alguno edificare oro, plata, piedras preciosas, madera, heno, hojarasca, la obra de cada uno se hará manifiesta; porque el día la declarará, pues por el fuego será revelada; y la obra de cada uno cuál sea, el fuego la probará. Si permaneciere la obra de alguno que sobreedificó, recibirá recompensa. Si la obra de alguno se quemare, él sufrirá pérdida, si bien él mismo será salvo, aunque así como por fuego. (1ª Corintios 3:12-15).

Cuando María y José siendo Jesús niño lo trajeron al templo, Ana sabía exactamente lo que estaba sucediendo. Ella estaba en el sitio cierto de Dios, en el momento cierto de Dios, repleta de la revelación que había recibido acerca de quién era Jesús. Ella le dio gracias a Dios y "hablaba del niño a todos los que esperaban la redención en Jerusalén." (Lucas 2:38).

Muchas personas dirían que Ana era consciente de los propósitos de Dios en Cristo y de quién era Jesús porque ella era una profetisa. Por tanto, Dios le revelaría Sus secretos, ya que Amos 3:7 dice que "Porque no hará nada Jehová el Señor, sin que revele su secreto a sus siervos los profetas."

Pero yo estoy convencida de que Dios le mostró Su secreto, no precisamente porque fuese profetisa, sino porque estaba siempre delante de Él ministrándole. Fue cuando se encontraba ministrando al Señor que Dios le reveló Sus planes con el niño.

Si ministramos a Dios, Él también nos declarará Sus secretos, Sus revelaciones y Sus misterios a nosotros.

Ana no estaba haciendo las cosas con su propio esfuerzo. Ella se encontraba esperando en Dios y reposada en Él, ministrando a Dios a través de su espíritu. Ana era una mujer espiritual.

Hay demasiada obra cristiana sin sentido. Sin las bendiciones de Dios, porque no estamos en conexión con Dios.

Muy a menudo, estamos fuera de comunión con Dios y hacemos sólo suposiciones acerca de Dios. Nos adelantamos a Sus propósitos.

Cuán a menudo nos adelantamos al Señor y corremos haciendo un montón de cosas que sólo nos parecen buenas a nuestros propios ojos. Y, sin embargo, el Señor nunca nos pidió que hiciésemos nada. Así, seremos como los falsos profetas que iban de un lado para otro, en tanto, Dios decía acerca de ello: "no envié Yo aquellos profetas." (Jeremías 23:21a).

Debemos aprender a ministrar al Señor y a saber esperar en Su Presencia hasta que nos dé luz verde para movernos. Tenemos que aprender que, hacer lo que Dios no nos haya mandado, es pecado, aunque sean "buenas obras" las que hagamos.

Hay demasiadas personas que están muy ocupadas haciendo cosas buenas y que se encuentran lejos de lo mejor que Dios tiene para ellos. Sus vidas están muy lejos de Su propósito supremo.

Adelantarse al Señor y presuponer que podemos cumplir cualquier cosa para Su Reino es totalmente absurdo. Que Dios nos perdone por este pecado de altivez.

Hasta que no ministremos primeramente al Señor no vamos a poder ser eficaces a la hora de ministrar a nuestros hermanos. No podemos obstinarnos y poner delante de Dios nuestras convicciones  -hacer algo que no nos pide que hagamos. Ni tampoco deberíamos ser rebeldes contra el Señor y andar en nuestros propios caminos y por separado. Tenemos que seguirle a Él y andar con Él. Obstinarnos ante Dios y adelantarnos a Él es un mal pecado comparable en la Biblia al de rebeldía, el cual nos hace seguir nuestros propios caminos por separado y fuera de la Presencia de Dios.

Alguien dijo alguna vez que, si el Espíritu Santo (Dios) saliese de la tierra, el ochenta por ciento de la obra cristiana seguiría realizándose como de costumbre. Si eso es verdad, significaría que ochenta por ciento de las cosas que la iglesia de Dios está realizando estarían impregnadas en el pecado de rebeldía ante Dios.

Cuán convictamente citamos la Escritura, "No con ejército, ni con fuerza, sino con mi Espíritu, ha dicho Jehová de los ejércitos." (Zacarías 4:6b), y, sin embargo, muchas veces ponemos la obra antes de haber ministrado al Señor.

Nuestro ministerio a los hombres debe ser una consecuencia de nuestro ministrar al Señor si queremos que sea eficaz. De otra manera será llevado a cabo con el poder del alma humana y con una motivación equivocada. De alguna manera, podemos decir que la adoración debe venir antes que la obra y que, la adoración intensiva, es la que nos lleva a la ministración eficaz extensiva, o ministración a los hombres.

Cuando ponemos la obra delante de la adoración, todo lo que hagamos se quedará muy corto.

La carne tiende siempre a las obras. La naturaleza carnal nos repite incesantemente: "¡Haz esto...haz lo otro...haz lo de más allá!”

Dios nunca nos dice nada de eso. Todo lo contrario, Él nos dice, "Reposa en Mí, Permanece en Mí. Cuando sea el momento, seré Yo quien te envíe a mis obreros para que los ministres."

Hay una bella imagen en el Cantar de los Cantares en la cual Dios se refiere a la esposa de Israel diciendo, "Tus ojos (son) como los estanques de Hesbon" (Cantar de los Cantares 7:4).

Dios tiene una multitud de ríos. Tiene muchos lagos y océanos y cataratas, pero no tiene muchos estanques. Él tiene una multitud de personas que van deambulando de un lado para otro, que se apresuran haciendo todo tipo de cosas. Pero no hay muchas personas a las cuales Dios pueda decirles, "estate quieto y reposa" y que le obedezcan y se regocijen esperando ante Él.

¿Qué es lo que hace un estanque? Reflejar. El creyente refleja a Cristo exactamente de la misma manera que este almacén de agua refleja al sol en el estado natural. ¿Quieres obtener una fotografía verdadera del sol, de las montañas o de los árboles? Entonces echa una ojeada a un estanque de aguas quietas y profundas.

Eso es lo que Dios quiere hacer de ti y de mí: Un reposado y profundo estanque que refleje a Su propio Hijo.

Después de retirarle el barro, Dios delimita estos depósitos o estanques con las piedras de Su verdad. Y, después, los llena de aguas puras y cristalinas, el espíritu santo, que es la vida de Cristo en ellos. Entonces es cuando surge una profundidad, una frescura y una claridad que no teníamos anteriormente en nuestras vidas.

Este es uno de los resultados de nuestra adoración a Dios, de nuestra comunión con Él. Aprendemos a esperar en el Señor y pasamos a ser sosegados y profundos estanques reflejando a Cristo. De la misma manera que el estanque mantiene el reflejo quieto en él, así tenemos que aprender a estar quietos y a esperar ante el Señor para que vaya progresivamente grabando Su impresión en nosotros.

Llevamos a cabo todo tipo de programas y técnicas de difusión para que el movimiento cristiano se mantenga activo, trabajando y haciendo obras voluntarias, pero realmente no pasará casi nada hasta que el estanque refleje a Cristo. Este tipo de poder no proviene nunca de hacer obras, sino por estar quietos y reposados ante Dios.

Yo ando en seminarios y conozco todos los programas. Me paso cuatro horas allí. Se cuantos programas tenemos para conseguir que las personas se envuelvan trabajando y sirviendo, para mantener a las personas dando. Pero ninguno de esos programas tendrá éxito a menos que el vino de Dios corra en cada estanque. 

Cuando quieras entrar en contacto con el Dios Todopoderoso, métete en una habitación durante varios días, cierra la puerta, y pasa tiempo a solas con la Biblia y con Dios. Cuando le digas a Dios que no saldrás de esa sala hasta que obtengas todo lo que Él tiene para ti en Cristo, Dios tendrá que moverse. Él verá tu persistencia y Su vino fluirá por tu vida. Las personas se te acercarán para oírte, porque tú estuviste ministrando al Señor.

Comenzarás a ver a personas realmente tocadas por la mano del Salvador, no sólo por el mensaje sino por el Espíritu Mismo de Dios.

Permanece quieto. Comienza a leer la Palabra. Comienza a ministrar a Dios. Él nos dará el método a seguir. Él nos dará la forma en que llevemos a cabo nuestra aproximación. No importa nada si el creyente vive en una gran mansión o en una casa de ladrillos, la aproximación a Dios es la misma en todas partes: ¡En adoración y proveniente de la ministración!

Cuando estamos repletos de alabanza y adoración al Señor, se llega a andar en la plenitud del don de espíritu santo. Pablo, en el quinto capítulo de la epístola a los Efesios, nos dice que si nosotros nos mantenemos andando en la plenitud del espíritu santo, entonces aparecerán tres resultados:

                                          ... Sed llenos del espíritu, hablando entre vosotros con salmos, con himnos y cánticos espirituales, cantando y alabando al Señor en vuestros corazones; dando siempre gracias por todo al Dios y Padre, en el nombre de nuestro Señor Jesucristo. Someteos los unos a los otros en el temor de Dios. (Efesios 5:18b-21).

En primer lugar, alabaremos y adoraremos a Dios (vers.19); segundo, le daremos gracias a Dios por todas las cosas (vers.20); y tercero, nos someteremos los unos a los otros en el temor de Dios (vers.21). Estos son los tres resultados básicos que debemos procurar en nuestras vidas a medida que andamos en la plenitud del espíritu santo.

Cuán interesante es observar que Pablo diga que, la primera evidencia de nuestro andar en la plenitud del espíritu santo, es  desbordar  adoraciones y alabanzas que emergen espontáneamente del espíritu de Cristo que habita en nuestros corazones. Estamos empapados de Cristo y de toda su plenitud.

Lo más maravilloso de mi vida no son los milagros o los dones de sanidades, sino el gozoso privilegio que tengo de ministrar a mi Padre en los lugares celestiales. Es la maravillosa conciencia que tengo, en cada minuto del día, de que soy un hija de Dios, guiada y llevada por el espíritu santo y andando con el Rey de reyes.

La iglesia del primer siglo sabía que su primer ministerio era para el Señor.

En Hechos 13, encontramos que los líderes de la iglesia de Antioquía conocían un poderoso secreto. Sabían que, a medida que ministraban a Dios, también Él les ministraría a ellos en sus vidas. Se reunían para celebrar y orar y ministrar ante el Señor. Ellos tenían una iglesia para cuidar, y todo un mundo a ganar para Dios. Pero estaban conscientes de que sólo podrían llevar a cabo ese cometido con el poder de Dios:

                                         Ministrando éstos al Señor y ayunando, dijo el Espíritu Santo: Apartadme a Bernabé y a Saulo para la obra que los he llamado. (Hechos 13:2).

Cuando estaban ministrando al Señor, Dios habló y les entregó Sus métodos, Su sabiduría y Su poder para que conquistasen el mundo.

Muy a menudo decimos, "Señor haz esto por nosotros. Señor, bendice nuestros esfuerzos." Estas oraciones nunca serán las mejores; en vez de eso, deberíamos primeramente ministrar al Señor, ser llenos de Su poder y llegar a ser aquellos estanques donde el espíritu santo pueda imprimir la soberana voluntad de Dios.

Cuando los líderes cristianos del primer siglo se reunían, ellos ministraban al Señor, Y el Espíritu de Dios dirigía sus operaciones y les llenaba de poder para conquistar al mundo.

La prioridad de ministrar al Señor también se encontraba en el corazón de los sacerdotes del Antiguo Testamento, así como en el de los creyentes de Nuevo Testamento.

Los sacerdotes del Antiguo Testamento ministraban al Señor y a la gente. Pero antes que nada, ministraban al Señor.

En Ezequiel 44 hay un hermoso pasaje concerniente a los dos tipos de ministerios que debemos llevar a cabo: La ministración al Señor y la ministración a las personas (porque los demás podemos incluirlos en uno de estos dos ministerios). Los dos tipos de ministerio son esenciales. El trágico error reside en poner primero nuestra ministración a las personas antes que la ministración al Señor.

Ciertos levitas permitieron que Israel cayese en la adoración de los ídolos porque antepusieron otros asuntos delante de Dios. Llegaron a estar tan preocupados con la ministración a la gente que pura y simplemente se alejaron de Dios. Y Dios manifestó Su indignación de la siguiente manera:

                                          Y los levitas que se apartaron de mí cuando Israel se alejó de mí, yéndose tras sus ídolos, llevarán su iniquidad. Y servirán en mi santuario como porteros a las puertas de la casa y sirvientes en la casa; ellos matarán el holocausto y la víctima para el pueblo, y estarán ante él para servirle. Por cuanto les sirvieron delante de sus ídolos, y fueron a la casa de Israel por tropezadero de maldad; por tanto, he alzado mi mano y jurado, dice Jehová el Señor, que ellos llevarán su iniquidad. No se acercarán a mí para servirme como sacerdotes, ni se acercarán a ninguna de mis cosas santas, a mis cosas santísimas, sino que llevarán su vergüenza y las abominaciones que hicieron. Les pondré, pues, por guardas encargados de la custodia de la casa, para todo el servicio de ella, y para todo lo que en ella haya de hacerse. Mas los sacerdotes levitas hijos de Sadoc, que guardaron el ordenamiento del santuario cuando los hijos de Israel se apartaron de mí, ellos se acercaran para ministrar ante mí, y delante de mí estarán para ofrecerme la grosura y la sangre, dice Jehová el Señor. (Ezequiel 44:10-15).

No importa que el ídolo sea de madera o de piedra o motivaciones personales en servicios a Dios, todos son idolatría.

Dios dijo: "De acuerdo, ellos son todavía mis levitas, pero tienen que cargar con su pecado. Y la consecuencia de su pecado es que mientras sean ministros en mi santuario y estén a cargo de las puertas de la casa, ellos ministrarán solamente a la casa."

Servirán las ofrendas y todos los sacrificios para el pueblo. De cierta manera, podríamos decir que, estos levitas,  ilustran también a todos los que acercan a la gente a Cristo a través de su sangre sin ministrar primero a Dios. A los que anteponen la obra, al Señor de la obra. Estos creyentes, aunque establezcan la paz entre Dios y el pueblo y evangelicen a la multitud, se estarán perdiendo de lo mejor.

Por eso Dios añade acerca de aquellos levitas, "No se acercarán a mí" (vers.13). Medita un momento lo que esto quiere decir: Estos levitas todavía podrán ministrar la casa, pero no disfrutarán de un verdadero sentimiento de proximidad con Su Dios aún siendo Sus ministros. Podrán hacer la obra del Señor, pero no podrán ministrar al Señor de la obra.

Para alguien que entienda lo que significa ministrar al Señor, esta debe ser la más terrible consecuencia con la que haya que cargar. Esto no tiene por qué sucederle a nadie hoy.

Los otros sacerdotes mencionados en esta escritura son los denominados hijos de Sadoc (vers.15). Y ya que Sadoc significa "justo" y que Jesucristo es el único justo, cuán significativamente estos hijos de Sadoc representan aquellos cristianos que vendrían y que pondrían la ministración a Dios en primer lugar en sus vidas.

Estos hijos de Sadoc, dice esta parte de la Escritura, se mantuvieron fieles en el cuidado del santuario del Señor mientras que los otros sacerdotes de los israelitas guiaban a perdición a Israel anteponiendo otros asuntos primero.

Dios dice de estos hijos de Sadoc: "Ellos entrarán en mi santuario, y se acercarán a mi mesa para servirme, y guardarán mis ordenanzas". (vers.16).

Dios dice que se acercarán a Él así por haberle ministrado antes que a nada ni a nadie. Solamente los que le ministran así poseen el más precioso de los ministerios: La ministración para el Señor.

Nada nos debe privar de nuestro ministerio al Señor.

Deja que lleguen catástrofes, permite que venga la depresión, que se instale la recesión, deja que venga lo que quiera, ¡nosotros jamás debemos parar de ministrarle ante todo y sin cesar! Antes de comer, antes de cenar, antes de desayunar, antes de cualquier cosa, nosotros debemos ministrarle ante todo. Nada puede obstaculizarnos ni se debe entremeter en ese sagrado y permanente tiempo con Él. Si permites que algo interfiera ahí, serás robado de tu privilegiado tiempo de adoración. Si dejas que algún compromiso se entrometa, saldrás perdiendo, pues serás robado de la plenitud de gozo que hay en Su Presencia.

Había un hombre que había escrito muy buenos libros acerca de la Biblia. Empleaba seis horas diarias de su vida es su estudio de la Biblia. Un día fui a verle y le pregunté, “¿Cómo puede usted hacer eso?” Y él respondió, "tomándome el tiempo, sencillamente."

Esta es una declaración bastante simple y real. Él empleó 100.000 horas de su vida estudiando la Biblia y pronunció muchísimos comentarios sobre ella. Todo porque no permitió que nada, ni nadie interfiriese o le distrajera de su estudio de la Biblia.

Eso es exactamente lo que debemos hacer nosotros. Si somos suficientemente cuidadosos, tomaremos este  tiempo y nos aferraremos a él. Dios se mantiene recordándonos cuán celoso es Él, y sólo a los hijos de Sadoc, el remanente fiel que se presentó para ministrarle, les fue permitido mantenerse en Su Presencia.

Ezequiel declaró la Palabra del Señor posteriormente con un aviso muy interesante:

                                          Y cuando entren por las puertas del atrio interior, se vestirán vestiduras de lino; no llevarán sobre ellos cosa de lana, cuando ministren en las puertas del atrio interior y dentro de la casa. Turbantes de lino tendrán sobre sus cabezas, y calzoncillos de lino sobre sus lomos; no se ceñirán cosas que los hagan sudar. (Ezequiel 44:17-18).

Aquí, por tanto, se declara que cuando los sacerdotes se introdujesen en el patio interior, ellos debían vestirse sólo con piezas de lino y no debían traer nada en su cuerpo que fuese de lana cuando ministraban delante de la Presencia de Dios.

Nuestro Dios es un Dios celoso y nosotros somos Sus adoradores. Por tanto, Él no permite que contaminemos Su gloria con nuestro sudor.

Pero, ¿Qué representa el sudor?

La clave para entenderlo se encuentra en el Nuevo Testamento:

                                          Pues mirad hermanos vuestra vocación, que no sois muchos sabios según la carne, ni muchos poderosos, ni muchos nobles; sino que lo necio del mundo escogió Dios, para avergonzar a los sabios; y lo débil del mundo escogió Dios, para avergonzar a lo fuerte; y lo vil del mundo y lo menospreciado escogió Dios, y lo que no es, para deshacer lo que es, a fin de que nadie se jacte en Su Presencia. (1ª Corintios 1:26-29).

¡Observa el paralelismo tan bello que se da con Ezequiel 44!

Los sacerdotes debían llevar turbantes de lino, calzoncillos de lino, así que nada podrían vestir que les hiciese sudar. Está claro que la carne es la que suda y no el espíritu.

Dios nos está diciendo que Él no quiere ver ningún tipo de obra de la carne. Ninguna carne podrá jamás jactarse en Su Presencia.

Dios no puede utilizar, como instrumento Suyo, a hombres y mujeres que se estriben en sus habilidades carnales y que confíen en sí mismos. El procura a aquellos que se  apoyan sólo en Él, en todas las cosas que emprendan. De esta manera, Dios es Quien recibe toda la gloria y no el hombre. Toda nuestra educación y entrenamiento tienen que llevarse y ser depositadas en la cruz, juntamente con todos nuestros pecados, para que ninguna carne se vea tentada a jactarse en sí misma, sino que el Espíritu Santo y sólo Él, pase a ser la única sabiduría para nuestras vidas.

Pablo declaró, hablando acerca de sí mismo:

                                         Pero cuantas cosas eran para mí ganancia, las he estimado como pérdida por amor de Cristo. Y ciertamente, aún estimo todas las cosas como pérdida por la excelencia del conocimiento de Cristo Jesús, mi Señor, por amor del cual lo he perdido todo, y lo tengo por basura, para ganar a Cristo. (Filipenses 3:7-8).

Nada que produzca sudor puede penetrar en la Presencia de Dios. Dios está harto de servicios y adoraciones carnales y se encuentra procurando incesantemente personas que le ministren a Él en el poder del espíritu.

Eso es por lo que Jesús le dijo a la mujer Samaritana:

                                       Mas la hora viene, y ahora es, cuando los verdaderos adoradores adorarán al Padre en espíritu y en verdad; porque también el Padre tales adoradores busca que le adoren. Dios es Espíritu; y los que le adoran, en espíritu y en verdad es necesario que adoren. (Juan 4:23-24).

Dios está procurando gente que le ministre, que le adoren en espíritu y en verdad.

Nuestra función más importante es ministrar a Dios. Y esa ministración debe anteponerse a todo lo demás. Jesús nos enseña esto utilizando una parábola.

                                           ¿Quién de vosotros, teniendo un siervo que ara o apacienta ganado, al volver él del campo, luego le dice: Pasa, siéntate a la mesa? ¿No le dice más bien: Prepárame la cena, cíñete, y sírveme hasta que haya comido y bebido; y después de esto, come y bebe tú? ¿Acaso da gracias al siervo porque hizo lo que le había mandado? Pienso que no. Así también cuando hayáis hecho todo lo que os ha sido ordenado, decid: Siervos inútiles somos, pues lo que debíamos hacer hicimos. (Lucas 17:7-10).

Aquí vemos mencionados dos tipos de trabajos para nuestro Señor: Arar el campo o apacentar al ganado y el trabajo de servir al Maestro.

Cuando regresamos del trabajo diario en el mundo, se nos manda primeramente que ministremos a Dios, que procuremos Su deseo antes de satisfacer el nuestro.

Lo que nos pide que hagamos es: "Prepárate para servirme a Mí, hasta que haya acabado de cenar Yo, después cuidarás de ti."

Este no es un retrato fiel de la vida de muchos cristianos. Después de un fastidiante día de trabajo, llegamos a casa, leemos el periódico o vemos las noticias y nos sentamos a comer con la familia. Después de cenar, jugamos con los hijos y les leemos una historia de la Biblia antes de que se vayan a la cama. Entonces los metemos en la cama y les decimos buenas noches. Esto nos deja unas dos o tres horas de tiempo libre para trabajar, descansar, y conversar antes de que felizmente cerremos nuestros ojos para pasar la noche.

Nos sentimos satisfechos, calientitos y repletos. Sin embargo, mientras descansamos tan confortablemente, El Señor se encuentra todavía sin cenar en la mesa y lleno de hambre.

No ha sido ni calentado ni alimentado. Ni tampoco ha sido ministrado. Sus anhelos no le han sido satisfechos. ¡Dios no lo quiera!! Necesitamos arrepentirnos.

Él busca gente que le ministre. Está hambriento de nuestra adoración y alabanza. Precisamos arrepentirnos y ponerle a Él primero y prepararnos para ministrarle a Él.

Debemos aprender a acercarnos a Él y decirle: "Señor, no vengo con otro propósito sino el de adorarte a Ti, Yo estoy muy cansado esta tarde, pero antes de irme a la cama esta noche, Señor, he venido a ministrarte a Tí.” Y después que lo hayamos puesto primero a Él y de que lo hayamos ministrado hasta que se dé por satisfecho, todavía tenemos que darnos cuenta de que "somos siervos inútiles, porque simplemente hemos hecho lo que debíamos hacer."

Necesitamos ir a Dios y decirle: "Padre, perdóname por haberte dejado a un lado y pensado sólo en mí mismo. Verdaderamente lo siento. Quiero volver a mi primer y más importante ministerio, mi ministración a Tí. Pero preciso de Tu ayuda. Ayúdame a levantarme y a esperar en Tí. Ayúdame, cuando vengan tantas cosas que parezcan reclamar mi tiempo y atención, para ponerte a Ti primero, no importa lo que eso cueste, todo dejaré a un lado."

La adoración está antes que el trabajo. El Señor de la Obra está antes de la obra del Señor. Para tener un campo externo ministerial que florece lleno de frutos, tenemos que poner nuestro campo interno a ministrarle primeramente. Porque es a medida que le ministremos a Él, que Él nos ministra a nosotros y a través de nosotros. Si buscamos primero el Reino de Dios y Su justicia, todas las cosas que necesitemos vendrán por añadidura (Mateo 6:33).

Cultiva la Presencia del Señor, Acércate a Su Presencia, y deja que Su Presencia te inunde y repose en ti.  

Traducción libre por Juan Luis Molina y Claudia Juárez Garbalena

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