CRUCIFICADO CON CRISTO Por E.W. Bullinger
Traducido
por:
Helena
Aillón y Juan Luis Molina
“Yo
he sido crucificado con Cristo, y aunque ahora siga vivo, ya no soy yo quien
vive, sino Cristo vive en mí; y la vida en la carne la vivo por la fe del Hijo
de Dios, Quien me amó y se dio a sí mismo por mí.” (Gálatas 2:20).
“No permita Dios que yo me gloríe, a no ser
solo en la cruz de nuestro Señor Jesucristo, por quien el mundo me ha sido
crucificado a mí, y yo al mundo. Porque en Cristo Jesús ni la circuncisión vale
nada ni tampoco la incircuncisión, sino solo una criatura nueva” (Gálatas 6:14,
15).
En
estas últimas palabras el Apóstol Pablo resume su importante carta a las
Iglesias de Galacia, y resalta o enfatiza la gran suma y sustancia, la esencia
y contenido del Evangelio de Cristo, y de la verdadera Cristiandad. Esto es lo
contrario, lo enteramente opuesto al mundo y a la religión del mundo. El mundo
es todo lo que se opone o resiste al Padre (1ª Juan 2:16). El mundo siempre
estará dispuesto a sustentar la religión, e incluso a la Cristiandad, con la
condición de que se le permita alterarla, y adaptarla y que le imponga sus
propias marcas. Y en medio de todas las
edades, los cristianos han deseado aliarse y pactar con esta condición, y han
permitido que sus sagrados depósitos hayan sido con ella manipulados.
A
los tales les dice Pablo: “Todos los que desean hacer una feria o espectáculo en
la carne, os obligan con ruegos a que os circuncidéis; y eso solo para que
dejéis de sufrir persecución por la cruz de Cristo” (Gálatas 6:12). Era el miedo
del mundo lo que constreñía a los cristianos a someterse a la circuncisión.
Ellos mismos permitieron hacerse malos judíos con tal de no seguir siendo
perseguidos siendo buenos cristianos. “No os maravilles”, dijo Cristo, “si el
mundo os aborrece”; pero en sus seguidores fue creciendo el cansancio de ser
despreciados y repudiados, y por eso le dieron oídos a los pactos de paz del
mundo, y aceptaron los términos del mundo para ganar para sí la seguridad y el
lujo del mundo. Pero el mundo ha quebrado siempre su promesa, ¡y la seguirá
quebrando todavía más y más! “La amistad con el mundo es enemistad contra Dios”.
No podemos comprar la paz con el mundo sin perder la paz con Dios. ¡Su obra
final será desnudar y destruir esa iglesia, que ha comprado paz a costa de
desobedecer al Señor, y por someterse y conciliarse con los requisitos del
hombre!
El
consejo de S. Pablo aquí es, que la mera religión sin Cristo es vana, sin provecho
alguno, es indigna. La circuncisión es inútil sin Cristo, y la incircuncisión
es inútil sin Cristo, esto es, la vieja naturaleza de todas formas es vana e
inútil. La idea del hombre siempre es que es alguna cosa, que algo provechoso
se puede hacer de ella. Por eso no se cansan en esfuerzos. En un periodo se
llevan a cabo restricciones, en otro, libertad. En un tiempo se reduce la
disciplina, en otro, se deja sobresalir la indulgencia. Una escuela emite sus
avisos, e intenta recluirse en monasterios; otra cree en el desarrollo del
hombre, sin embargo ninguna modificación aparece en el hombre natural; será
solamente posible en una “nueva creación” (2ª Corintios 17).
Debemos ser hechos de nuevo
El
hombre debe ser moldado de nuevo, hecho nuevo. Este es el gran punto sobre el
cual incide con tanto énfasis aquí el Apóstol. Él dice: “¡De aquí en adelante
que nadie me cause molestias, porque yo porto conmigo en mi cuerpo las marcas
del Señor Jesús!” (Gálatas 6:17). Existe una doble referencia en sus palabras,
cuando se traducen más detalladamente: “A mí no me administréis vuestras amputaciones
(circuncisión – amputar el prepucio de carne)” No
preciso de ellas para nada, yo estoy crucificado con Cristo. No son marcas ni
estigmas hechos por el hombre sobre la carne las que quiero, sino las marcas
del Señor Jesús. Él fue crucificado por nosotros, “molido por nuestras
iniquidades”, y aquellos que están crucificados con Cristo tienen Sus marcas en
sí mismos, y a los tales bien se les
puede decir “la gracia de nuestro Señor Jesucristo sea con vuestro espíritu”
(vers.18). Este es el clamor del Cielo para todos lo que están crucificados con
Cristo, esta “gracia” en ellos y con ellos es la “marca” y “emblema” que el
mundo jamás podrá tolerar y aprobar.
El
mundo amenaza con pérdidas a todos los que estén así con las mismas marcas del Señor.
Pero, ¿qué es lo que Él Mismo les dice de esto? “Procurad primeramente el Reino
de Dios y Su justicia y todas estas cosas os serán añadidas”. “Dios suplirá todas
vuestras necesidades”. No precisamos temer nada por no complacer al mundo; en Cristo
desaparecen todas las excusas. “No estéis pensando, diciendo, ¿qué comeremos? ¿O
qué beberemos, o qué vestiremos?...Así que no penséis en mañana; porque el día
de mañana traerá sus propias cosas en qué pensar” (Mateo 6:31, 34). Esto es
directriz divina, y la directriz divina tiene la promesa de esta vida, así como
también de aquella que está por llegar.
Así
vemos que el argumento del Apóstol se basa en la declaración de nuestro Señor.
Vemos que la única cosa en que podemos realmente gloriarnos es en la Cruz de
Cristo, por la cual nosotros estamos crucificados al mundo, porque estamos
crucificados con Cristo, y esto puede significar peligros y tiempos muy duros.
Pero existe un punto muy importante conectado con este asunto, y es, que es una
muy personal e individual decisión. El Apóstol dice: “Yo y Yo mismo”. “Yo estoy
crucificado con Cristo… Él se ofreció a Sí Mismo por mí.” (Gálatas 2:20). Esta
es la Gloria del Evangelio. El mundo habla acerca del “hombre”, y seguirá
endiosando al “hombre”; pero Dios, al mismo tiempo que ha condenado al “hombre”,
salva los “hombres”. Los hombres se pierden ellos mismos en las masas, e
intentan pasar desapercibidos y ser parte entre la multitud; pero tan pronto
como Dios habla, Él separa el uno de otro, y trata y se relaciona con almas
individuales.
El
Evangelio no trata con las masas como tales; selecciona de entre las masas “un
pueblo (o gente) para Su Nombre”. La Cruz se relaciona a todos aquellos que
están crucificados con Cristo. No se trata de que tú hayas nacido en un país
donde se dignifique la Cruz; no es que tú y que yo mantengamos algún tipo de
relación con alguna iglesia que porten o exhiban la Cruz; no es que lleves una
cruz colgada al cuello, sino que permanezcas y estés en una vital unidad con el
crucificado, entonces puedes decir: “Yo he sido crucificado con Cristo”. ¡Oh Dios
mío, qué maravillosa expresión! ¡Qué misteriosa verdad hay, cuando un pecador
se sumerge en esta vital experiencia! Ahí entonces para él estos 2,000 años se
esfuman, y se halla y considera a sí mismo estando sobre el Calvario en Cristo.
Tan
real es esta gran verdad que la misma escena de la crucifixión llega a hacer
parte de nuestra experiencia. Bajo el punto de vista Dios, a Sus Divinos ojos,
el pecador salvo se identifica con Cristo. Todo lo que obtiene de Dios está en
Cristo. Ha sido “escogido en Cristo”, aceptado en Cristo, redimido en Cristo, y
representado por Cristo. Este gran hecho
no es solamente verdad para cada pecador salvo, sino en cierta medida y en
parte las mismas experiencias de Cristo se hacen nuestras. Hay o existe un
sentido en el cual pasan ellas a ser verdaderas en nuestra experiencia.
Rechazo
Tomemos,
primero, Su repudio. Él fue “repudiado, rechazado por los hombres”, ¡no
repudiado del Padre! No. Debemos hacer la distinción que la Escritura de verdad
hace. No es como se dice habitualmente que el Padre escondiese Su rostro del
Hijo, sino que era Dios airado contra el hombre. “Levántate, oh espada,
contra…el hombre que es Mi compañero” (Zacarías 13:7): “contra el hombre”, no
contra “Mi Hijo”. “El Hijo del Hombre” fue “repudiado por los hombres”, y el
alma penitente, el pecador convicto de pecado, posee esta experiencia. El
primer pensamiento del tal es: “Yo soy maldito delante de Dios”. Nunca antes
había el pecador conocido el peso terrible del Divino repudio hasta que la Ley
Santa del Santo Dios sea escrita por el Espíritu Santo en las carnales tablas
de su corazón. Aquel que ha sido crucificado con Cristo se introduce en la verdadera
posición y en medida y en parte dentro de la experiencia de las tinieblas que
desbordaron los cielos cuando Cristo como hombre pendía colgado en la cruz,
siendo hecho maldito (o maldición) por nosotros. La muerte producida por la ley
se concretiza de repente; la conciencia ahora se aviva y despierta por primera
vez; el pecado ahora se ve por primera vez
cómo aquello que le separa de Dios; y el pecador se aborrece a sí mismo,
a medida que así va introduciéndose en la primera experiencia de lo que es
estar crucificado con Cristo.
Aceptación
Pero, en segundo lugar, gracias
a Dios, hay otra experiencia. Hay otra visión de la Cruz
de Cristo, una visión Divina,
la de la aceptación. Si en Su bautismo y transfiguración el testimonio del cielo fue: "Este es Mi Hijo amado, en quien
tengo tanta complacencia", seguramente
así fue también aquí
cuando el Amado fue acepto; porque
la santidad de Dios fue entonces
evidenciada, la ley de Dios fue entonces, honrada, la majestad de Dios fue, entonces, magnificada y las
mismas palabras son pronunciadas sobre
cada pecador que puede decir:
"He sido crucificado con Cristo". El Padre en el cielo declara
de Él y de los tales: "Este es
Mi hijo amado, en quien tengo complacencia", y esto, justo porque él es "acepto en el
Amado". ¡Oh, qué poderosa
realidad hay en
esta gran verdad! ¡Cuán grandes son
los méritos de este Salvador quien
ha tomado así
el lugar del pecador, para que el pecador pueda permanecer
firme en esos sus méritos! No es de extrañar que de los tales el Espíritu Santo haya escrito: "No hay ahora ninguna condenación para los que estáis en Cristo Jesús". ¡Qué perfecta satisfacción se nos presenta y ofrece! ¿Quién
puede medir la respuesta gloriosa
a la ley, la evidencia de la santidad de Dios, la cual el hombre (que
hace poco no era más que un pobre y desamparado paria pecador) trae delante
de Dios, él
está capacitado para decir: "He
sido crucificado con
Cristo". Ah, esto es luz
que disipará nuestras
tinieblas: toda nuestra esclavitud y miedo se disiparía de
repente si tan sólo pudiéramos comprender
lo que significa ser "crucificado
con Cristo".
Sus palabras llegan a ser las
nuestras
Pero más que esto está contenido en la verdad: no
sólo los actos de Cristo y la posición
de Cristo son nuestros, sino Sus palabras y locuciones
se convierten en parte nuestra. Sabemos lo que es clamar: "Dios mío, Dios mío, ¿por qué me
has desamparado?" Es nuestro grito de sentida indefensión, y dice así, si Dios nos repudiase para
siempre, "justo y verdadero
es Él". No podemos encontrar ninguna razón en nosotros mismos, ningún fundamento para
nuestra aceptación puede ser hallado en lo vivido en el pasado o en nuestros sentimientos
actuales. Si de alguna manera somos salvos, debe haber sido por gracia, y
solamente por gracia; y se muestra que incluso este
grito desesperado es el resultado de la
vida que se nos ha otorgado, porque aunque gemimos, lo hacemos diciendo: "Dios mío, Dios mío". Esto es el principio
y el fin, es decir, todo lo demás está asegurado cuando podemos decir: Dios mío. Pero la plenitud de nuestra
indignidad absoluta nunca la experimentamos hasta que esta vida y luz se nos imparte. Fue
cuando Dios dijo: "Hágase la luz", que se evidencio la ruina y la desolación en todo su horror, y lo mismo sucede con el
pecador. No hables acerca de arrepentimiento o constricción como si de una
preparación se tratase para la venida de Cristo, porque si “hemos sido
crucificados con Cristo”, tenemos por cierto que experimentaremos el horror de
ésta gran oscuridad, pero será acompañada con la esperanza: “Dios mío”.
Luego otro clamor: "Consumado es". ¡Qué bendita es esta confesión
para Cristo y para nosotros! Aquel que está crucificado con Cristo puede ponerlo sobre sus labios,
y reclamarlo como suyo propio. Su salvación está consumada, la obra está
completa y perfecta, nada se le puede
añadir ni nada se le puede sustraer. Por supuesto, si nos refiriésemos a ser
salvos por nuestros propios méritos, nunca llegaría a estar concluida, y si dudamos en decir esto,
es una prueba de que estamos
confiando en nuestros propios méritos. Si estamos
tratando de ser salvos por cualquier
cosa que podamos producir, nuestro
descanso siempre será un disturbio.
Pero si somos salvados por Cristo,
en Cristo, con Cristo, "por el
amor de Cristo", entonces es presunción si no
admitimos en su completa extensión una declaración tal como
es esta: "Aquel que cree tiene vida eterna", "ha pasado de
muerte a vida", "no vendrá a
condenación". No es presunción proclamar estas palabras, pero es presunción e incredulidad también, si dudamos como pecadores salvos
en confesarlas.
Venid ahora, todos vosotros que estáis
procurando establecer vuestra propia justicia, todos vosotros que estáis
buscando algún otro camino para la gloria de Dios, escuchad este gozoso sonido de una salvación concluida para todos los que han sido
crucificados con Cristo.
El mundo y el crucificado
Nosotros
no podemos seguir todas las demás ideas que se reúnen alrededor del “Cristo
Crucificado”, pero hay otros dos hechos que no debemos omitir. El Apóstol dice,
“Por quien el mundo me es crucificado a mí, y yo al mundo” (Gálatas 6:14).
(1) ¿Cuál es la relación del mundo hacia el
crucificado? Ahora bien, se ve un muy solemne aspecto como lo ve el
Crucificado, y aquel que está crucificado con Cristo lo ve de la misma
manera (en parte y en medida). Esto es
algo más que una figura. ¿Qué quiso decir Pablo cuando dijo: “Si habéis muerto
con Cristo, y “estáis muertos”? No es que estemos realmente muertos, sino
judicialmente muertos a los ojos de Dios y bajo Su punto de vista, y por tanto
nosotros tenemos que reconocernos así. “Si habéis muerto con Cristo”, dice el
Apóstol. “Si habéis sido levantados con Cristo, poned la mira en las cosas de
arriba, no en las cosas de la tierra, porque habéis muerto, y vuestra vida está
escondida con Cristo en Dios” (Colosenses 2:20; 3:1-3). ¿Qué es lo que este
lenguaje lleva consigo? Tenemos que ser ciegos y sordos e indiferentes al
mundo, como lo estaba Cristo sobre la cruz. Estamos en el mundo, de hecho, pero
repudiados por él, no fuera de él. ¡Todas las burlas y distracciones caen en
oídos sordos, así como se levantaban desde Jerusalén y llegaban con el viento
hasta el Calvario! Si estamos crucificados con Cristo conoceremos algo de esta
experiencia; solo acuérdate siempre que es el efecto y no la causa de estar así
crucificado. Nosotros no podemos crucificarnos a nosotros mismos, no podemos
hacernos muertos. ¿Cómo es que el Señor Jesús ora? “Yo no oro para que Tú los
quites del mundo, sino para que Tú los guardes del maligno” (Juan 17:15).
“Déjame ver la vida”, dice el hombre del mundo, y se hunde en el pecado.
“Déjame ver la vida”, dice el pecador salvo, y se separa el mismo del pecado.
Solamente vive quien está crucificado y levantado con Cristo.
El
Gozo y el crucificado
(2). Aquellos que están crucificados con
Cristo conocen algo de Su regocijo sustentador. No se nos deja a la libre
imaginación en cuanto a lo que esto sea, sino que sabemos que “por el gozo que
le fue puesto delante, Él consiguió
soportar la cruz, sin tener en cuenta para nada el menosprecio” (Hebreos 12:2).
Grandes fueron sus sufrimientos, pero mayor todavía Su regocijo. Así será con
nosotros. Sólo esto sustentará del todo aquel que ha sido crucificado con
Cristo. Nunca sabremos la medida de Sus sufrimientos, pero sabremos algo de Su
regocijo. Porque un regocijo se aparece delante nuestro, y nos capacita para
despreciar el menosprecio y soportar el sufrimiento, y confesar que “los
sufrimientos del tiempo presente no son dignos de compararse con la Gloria
venidera que nos ha de ser revelada” (Romanos 8:18). “Esta leve tribulación
momentánea produce en nosotros un cada vez más excelente peso de Gloria” (2ª
Corintios 4:17). Solamente aquellos que han sido crucificados con Cristo pueden
verdaderamente decir: “Yo vivo” (Gálatas 2:20), y yo tengo la bendita esperanza
de la vida eterna. ¿Podemos proclamar esto? Si no podemos, ¿Qué es entonces nuestra vida? ¿La vida que tú estás viviendo
por ti mismo? ¡No llamemos a eso vida! ¡No denominemos a nuestros deseos
placenteros regocijo! Porque, ¿qué o cuál es nuestra experiencia sin Cristo?
¿No es sino una conciencia de desengaños presentes, y un futuro sin esperanza
alguna? ¿No es sino un corazón insatisfecho con meros objetos materiales y
terrenales? ¿Llamaremos vida a esto? ¡Claro que no! lo llamamos por su nombre,
que es muerte. No muerte con Cristo, no muerto al pecado, sino muerto en
pecados.
Así
quiera Dios que este testimonio por el Crucificado nos vivifique junto con
Cristo, para que seamos capaces de decir: “Yo he sido crucificado con Cristo, y
ya no vivo más yo, sino que Cristo vive en mí; y la vida que ahora vivo en la
carne, la vivo por la fe del Hijo de Dios, quien me amó, y se entregó a Si
Mismo por mí (Gálatas 2:20).
COMETARIO
SOBRE “CRUCIFICADOS CON CRISTO”
Por
Juan Luis Molina
Es
absolutamente Divino lo que el Padre nos cuenta a puerta cerrada. Y nada más
nos llama la atención cuando lo oímos. Me apasiona como el hilo de todo siempre
lo lleva Dios. Muchas veces, queremos levantarnos en medio de Sus relatos e ir
a contárselo a nuestros hermanos, y a todo el mundo, o por lo menos escribirlo.
Pero ahora veo que Dios muchas veces nos pide que le prestemos más atención a
lo que nos dice, y no tanto en los efectos que produce lo que hablemos o
escribamos a los miembros: “Mira, no lo hagas, no estés mínimamente preocupado
si hay alguien más oyendo Mi Voz a través de ti. Todo el que quiera oír la
verdad de Mi boca, lo oirá de todas maneras. ¡Todo está escrito ya! Y es Mi
promesa que todo aquel con hambre y sed de justicia será saciado. Yo me valgo
de mil medios para llegar a Mis escogidos. Pero Yo preciso de toda Mi intimidad
contigo a solas mediando Cristo entre los dos para manifestar todo Mi Poder”.
Así
que estoy absorto y postrado a los pies del Maestro, no me preocupo más por
iluminarle el entendimiento a nadie, de cada hijo Suyo se preocupa nuestro Abba
Padre; ¡y qué poderoso es el Señor para mantener firme a cada uno de Sus hijos
en Sus Brazos sanadores! Pero, es cierto, es imprescindible que cada uno de los
miembros aprenda de una vez por todas DIRECTAMENTE DE DIOS a través de Cristo
en Él. Es una cuestión de oír la Voz de Dios y nutrir a tu Cristo con ella.
Ayer
me repetía el espíritu que todas las características, frutos y manifestaciones
de nuestra nueva naturaleza son nuestras ahora. Esto no es presunción de
nuestra parte confesarlo, sino solo humildad de aceptar ser levantado en
Cristo. Él nos está dando a conocer cada día más nuestra herencia y Sus
propósitos. Y todavía hay muchas cosas de las que quiere que nos apropiemos de
Cristo. Tenemos la mansedumbre de Moisés, la fuerza de Sansón y la sabiduría de
Salomón, el discernimiento de Daniel, y el denuedo y amor que tenía David. Todo
eso y más, lo reúne ‘Cristo en nosotros’, y nos apoderamos de esos frutos suyos
cuando nos instruye e imparte el Espíritu de Dios. Cada uno lo determina por
sí, con Él, a solas con Él, y mediando solo en Cristo entre el Padre y cada uno
de Sus amados hijos; y ni a mí, ni a ti, ni a Su Iglesia, en esta sublime
fusión en el Espíritu, le incumbe verificar si algún miembro está firme en
Cristo con Dios o no. Nos incumbe a cada uno, y a cada uno solo y en
particular, sentarse o ausentarse de la diestra de Dios. Si estamos sentados en
Cristo miramos y conocemos al Padre y todos Su Propósitos; y hay un propósito
inmediato del Padre para cada hijo Suyo: Cualquiera que vea en Cristo su
colaboración con Dios hace parte de los escogidos con Su Dedo, para
identificarlos EN SU NOMBRE. Ya no se llaman ni pablo ni bernabé ni
juanluismolina, ni bullinger ni nada parecido. Todos los que se han
identificado con Cristo, se niegan a sí mismos porque a todos les ha demostrado
el Creador su total inutilidad y falta de provecho, en todas las cosas que
antes tenían como “ventajas” en la carne.
Ahora se han visto todos, con pelos y señales “Crucificados por fin con
Cristo” y cómo Dios destruyó del todo en la Cruz esa maldita carne. Así que
estamos tan absortos con lo que Dios ha hecho aparecer ante nuestros ojos,
cuando nos mostró nuestro final viejo y nuevo comienzo, que ya no podemos dejar
de admirar lo QUE SEGURAMENTE VEMOS DE LO ALTO y aguardarlo como “agua de Mayo”.
A estos, crucificados con Cristo, les reviste el Padre y hace que reciban
agresivamente todas Sus promesas, provechos, ventajas y bendiciones en Cristo. El
Cristo del que hacemos parte, vendrá como Rey de reyes y Señor de señores, y no
va a ser para perdonar al mundo y ni tener de él misericordia, sino que viene
(y vendremos con Él) como “espada vengadora” contra los opositores enemigos de
Dios: El Hombre y Satanás. Dios está juntando al Cuerpo de ese Cristo- Espada
vengadora. No está, como juzgan muchos cristianos, reuniendo una Iglesia para
que convierta al mundo, o haciendo con sus “buenas obras” que el mundo se
vuelva un “lugar” mucho mejor, para que los “hombres” puedan vivir. Esa
doctrina filantrópica no es más que un delirio. Una diarrea mental muy común
entre “los creyentes”. No pasan de ser los efectos de la copa envenenada e
intoxicación de la vieja Ramera Babilonia, y por detrás de los que sirven como
esclavos en el mundo comprometidos con esta “filantropía”, se burla y mofa el
gusano. Muchos en la Iglesia venden la sabiduría de Dios y sueltan Su espada
vengadora (Cristo), para comprar la paz del mundo. Pero si estamos crucificados
con Cristo, no hacemos parte en esas
marcas de la Iglesia, en la carne de “los hombres”. Tampoco las tememos ni les
hacemos caso alguno. Solo deseamos ya las marcas del Señor Jesucristo. Y Dios
entonces en las marcas de su cruz nos despertó un espíritu de Cristo en nosotros
nuevo, con poder ahora para levantarse cuando se lo indique Dios, y Cristo
estará muy en breve y equipado y dispuesto a desjarretar a la Bestia, a su
profeta, al Padre de ambos, y a todas sus huestes de maldad juntas, las cuales
forman millones de ángeles rebeldes que se dejaron seducir por él, como se dejó
persuadir el hombre – por el padre de mentira.
Nosotros
tenemos y traemos en Cristo la armadura necesaria para emprender esa
persecución contra Satán y sus huestes en el tiempo que el Padre ha determinado.
Y caerá en nuestras manos, y será encerrado con cadenas en el Abismo durante
Mil años. ¿Qué tiene que ver esta iglesia poderosa con toda la basura de ídolos
y diarreas mentales que reinan en el mundo y en los conceptos que predican
muchos en la Iglesia? ¿Qué otra cosa puede hacer quien contemple estos
escenarios Divinos, sino revestirse de Cristo y alabar adorando a Dios para que
sucedan en la tierra cuanto antes? Ahora
es Cristo quien vive su vida en nosotros, y por eso podemos ver detrás del velo.
Aquí se hallan las recompensas y los triunfos que nuestro Padre no quiere que
dejemos de contemplar. Eso le
exigimos…en Cristo: Nuestra recompensa se halla en que la Gloria del
Padre derrita en Su fuego y fulgor la vanagloria de Satán, del hombre y del
mundo. Nuestra recompensa es que ya nos mostró que así de fácil y así de
sencillo lo ha concluido todo, por y para Su Cristo, del cual hacemos parte
integrante. Ahora entendemos lo que significa redimir el tiempo: En Cristo,
pasamos del Calvario a la gloria, sin tener para nada en cuenta estos dos mil
años pasados, ni lo que venga de mañana.
En
el amor del Padre
Juan
Luis Molina
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