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LAS DOS NATURALEZAS EN EL HIJO DE DIOS. Por E.W. Bullinger (Capítulo 5)



Traducción castellana:
Juan Luis Molina
Con la colaboración de
Claudia Juárez Garbalena

CAPITULO 5

EL CONFLICTO ENTRE LAS DOS NATURALEZAS

Habiendo aprendido tantas cosas ya, separadamente, acerca de las características de las dos naturalezas, de Romanos 6:8 hemos de aprender ahora la experiencia y la doctrina sobre ellas, una vez que las dos existen juntas en la personalidad de cada uno. Esta doctrina se enseña claramente en Romanos 7. Todos y cada uno de los hijos de Dios tiene la experiencia, pero no todos Sus hijos conoce la doctrina. Esto no significa otra cosa sino perturbación, confusión, duda y ansiedad. Ningún descanso puede conocerse, ninguna paz se puede disfrutar a menos que aprendamos por nosotros mismos de la Palabra de Dios, cuál es Su propia explicación concerniente al conflicto entre las dos naturalezas. La experiencia de ese conflicto es confusión y desasosiego; y nada sino el conocimiento de la verdadera doctrina que le concierne puede removerlo; y, no solo lo remueve, sino que al mismo tiempo nos brinda la más grande garantía que podamos tener sobre la tierra de que somos hijos de Dios. La experiencia de este conflicto es la única cosa en la cual el verdadero hijo de Dios se diferencia del mero profesor religioso. Este último no sabe nada de ella; o del permanente sentido de corrupción interior que esta experiencia siempre crea. El hecho mismo, por tanto, de esta experiencia del conflicto, es la mejor, y de hecho, la única real garantía que tenemos de que somos “nacidos de Dios” (1 Juan 3:9); de que somos “Sus colaboradores” (Efesios 2:10); y de que Quien comenzó en nosotros la buena obra que Él lleva a cabo, la completará, y perfeccionará en nosotros (Filipenses 1:6). El correcto entendimiento de la doctrina concerniente a esta experiencia solo puede traernos paz y consuelo; y sin esa comprensión todo se vuelve un obstáculo, desasosiego, y confusión.  

Es en esto que se forma el tema de Romanos 7; Veamos cómo se establece en la estructura genera de la Epístola. Forma parte de un largo miembro que comienza en el cap. 5:12, y se extiende hasta el final del capítulo 8 (8:39). El tema principal es el pecado (o, la vieja naturaleza pecadora).
LA ESTRUCTURA DE ROMANOS 5:12—8:39.
A | 5:12-21. Condenación a muerte de muchos, a través de
| la desobediencia de uno: pero justicia y vida
| a través de la obediencia de uno: Jesucristo.
B | 6: l-7:6. Y no estamos en pecado, habiendo muerto en Cristo.
B | 7:7-25. El pecado en nosotros, aun habiendo sido levantados con Cristo
A | 8:1--39. Condenación del pecado en la carne:
| pero ya no hay condenación en aquellos que tienen vida y
| justicia en Cristo Jesús.
Por la estructura de este pasaje vemos que el conflicto surge a través del pecado (esto es, la vieja naturaleza pecadora) que está en nosotros, aunque estemos levantados con Cristo. Este es el tema del capítulo 7, desde el séptimo versículo: (no de todo el capítulo). Los primeros seis versículos del capítulo 7, pertenecen al capítulo 6; y el objetivo en el miembro B (cap.6:1—7:6), es mostrarnos que ya no estamos en, o ya no nos reconocemos como estando debajo de, la condenación del pecado, una vez que morimos en Cristo.
El objetivo del cap. 7:1—6 es mostrarnos cómo el señorío de la ley solo puede ser ejercido durante la vida (5:1). La muerte nos libra de ese reclamo contra nosotros (5:2). Eso se ilustra con el caso de una mujer casada que legalmente puede volver a casarse si el marido muere (5:3). La conclusión es que nosotros que hemos muerto con Cristo (5:4), estamos por tanto libres de la ley y podemos unirnos a Cristo en una nueva esfera, o plano, del todo diferente – en la vida de resurrección (5:4); y, habiendo muerto con Cristo, somos totalmente hechos libres de la autoridad, y poder, y reclamos de la ley.
Este último parágrafo tal vez pueda exponerse en la siguiente estructura:
ROMANOS 7:1-6
C | 7:1. El Señorío de la Ley durante la vida.
D a | 2. La muerte liberta a la esposa de sus clamores.
b | 3. Resultado – Se une con otro marido.
D a | 4. Nuestra muerte en Cristo nos liberta de sus reclamos.
b | 4. Resultado - Unión con Cristo.
C | 5,6. Liberación del Señorío de la ley por muerte.
El camino está ahora claro para aprender que, aunque ya no estamos más en nuestros pecados, el pecado sin embargo está en nosotros; y, que desde el momento que la nueva naturaleza se implanta dentro de nosotros, se revela la presencia de la vieja naturaleza; y comienza el conflicto entre ambas. “Estas dos naturalezas son opuestas entre sí, para que no hagamos lo que queramos” (Gálatas 5:17). Las dos naturalezas por tanto viven así lado a lado en una misma personalidad. Como el injerto de un nuevo tipo de rosa en un ramo, o de una manzana en un manzano, es solamente un árbol; pero todo lo que aparece y proviene del injerto es un nuevo tipo de fruto, mientras que todo lo que proviene del viejo ramo, que no es del injerto, es de la vieja naturaleza del viejo árbol, y debe ser cuidadosa y continuamente cortado con las tijeras de podar. Solamente “la Palabra de Dios” puede hacer eso, nada más lo consigue. “Es poderosa para partir (o dividir, separar) el alma (es decir, lo que proviene del alma natural, la vieja naturaleza), y el espíritu (esto es, la nueva naturaleza); y discierne (o juzga, y condena) los pensamientos y las intenciones del corazón (esto es, de la vieja naturaleza) (Hebreos 4:12).  
Es del corazón (o vieja naturaleza) que provienen los malos pensamientos (Mateo 15:18-20). La Palabra de Dios es “capaz de juzgar” esos “pensamientos e intenciones” y nos capacita también a nosotros para juzgarlos y condenarlos; ¡si! y nos capacita para discernir lo que provenga de la vieja, y lo que proviene y pertenece a la nueva naturaleza.
Así como las dos naturalezas se hallan en una misma persona, así también aquel “YO” en Romanos 7, se relaciona unas veces con una y otras con la otra. Por eso leemos (7:18) “Y yo sé (con toda seguridad por la Palabra de Dios) que en mí, estos es, en mi carne (mi vieja naturaleza) no mora el bien. Porque el querer (hacer) el bien está en mí, pero no (en la voluntad) el hacerlo. (19) Porque no hago el bien que quiero, sino el mal que no quiero, eso hago. (20) Y si hago lo que no quiero, ya no lo hago yo, sino el pecado que mora en mí. (21) Así que, queriendo yo hacer el bien, hallo esta ley: que el mal está en mí. (22) Porque según el hombre interior (la nueva naturaleza) me deleito en la ley de Dios. (23) Pero veo otra ley en mis miembros que se rebela contra la ley de mi mente (o nueva naturaleza), y que me lleva cautivo a la ley del pecado que está en mis miembros”. Aquí tenemos la misma explicita declaración: que la nueva naturaleza (denominada el “hombre interior” y la “mente”) se deleita en la ley de Dios; y mientras tenemos, al mismo tiempo, la vieja naturaleza (denominada la “carne”) que se deleita en obedecer su propia ley, y lleva a cabo una constante batalla contra la nueva naturaleza. El resultado de su incesante lucha es el estado miserable que lleva al propio ego a clamar desesperado en el versículo a seguir: “¡Miserable de mí!” que literalmente se traduce así “¡Oh que miserable hombre  soy! ¿Quién me librará de este cuerpo de (o reservado para) muerte? (25) Gracias doy a Dios (que me libró) por Jesucristo Señor nuestro.” ¡Sí! Él es Quien liberta a todo aquel que tenga este conflicto, en la única manera posible: o bien por Muerte, Rapto, o Resurrección. Solamente en el Rapto o Resurrección va a ser la muerte “sorbida en victoria”. Entonces ya no lamentaremos diciendo, “¡Miserable de mí!”. Sino que irónicamente diremos “¡OH muerte, ¿dónde está ahora tu aguijón?! ¡Oh sepulcro, ¿dónde está ahora tu victoria!” Ese será el final de esta batalla. Bien podemos clamar diciendo “Gracias le doy a Dios, que me libró a través de Jesucristo”. Este es ahora nuestro paciente grito de victoria y de fe. Pero el tiempo se acerca y ya está a la mano cuando lo que gritemos sea, “Gracias sean dadas a Dios, que nos otorgó la victoria a través de nuestro Señor Jesucristo (1ª Corintios 15:54-57).
En vista de esta bendita esperanza, bien puede esta revelación terminar con la exhortación: “Así que, hermanos míos, estad firmes y constantes, creciendo en la obra del Señor siempre.” No os dejéis mover por los varios episodios y experiencias del conflicto. Regocijaros en la presente garantía de la gracia en cuanto a nuestra perfección en Cristo Jesús; Regocijaros en la promesa de la futura victoria, cuando seamos transformados y hechos iguales a su glorioso cuerpo en gloria. Así seremos libres para conectarnos a la obra del Señor, ¡sí! “abundando” en ella. No intentando más con esfuerzos exterminar la enemistad, ni obtener alguna temporal victoria con la cual nos sobrepongamos a ella; sino mirando hacia delante a la gran victoria final que Él ha prometido “otorgarnos”.  
Una cierta clase de enseñanza de una santidad moderna en esta esfera de verdad le roba toda su belleza y poder. Esta enseñanza  se da cuenta y asume el hecho del conflicto en nuestro interior, pero nos embarca en la vana esperanza de mejorar o erradicar la vieja naturaleza. Siendo así, en el mejor de los casos, lo único que hace es que nos ocupemos en nosotros mismos, y mantenernos siendo ignorantes de lo que la Palabra de Dios nos asegura enfáticamente de que la vieja naturaleza, o la carne, nunca podrá ser cambiada en espíritu; y suponiéndose que pudiera, ¿Dónde va o termina? ¿Qué es lo que pasa a ser? Es solo “carne”; y nada puede acabar con la carga o el peso de la “carne” sino la muerte y resurrección, o rapto. No importa la cantidad de entrega o esfuerzo, o creencia que pongamos, porque nada puede tomar las riendas de “la carne”. Es nacida de la carne, y es carne. Es demasiado pesada. ¿Cómo podría ser erradicada? ¿Y erradicada de qué?  Son este tipo de confusiones en las que nos  metemos, en el momento que comenzamos a usar términos que no son de la Escritura, sino extraños a la Escritura; sin embargo, en se caso, el término “erradicación” no sería  solamente extraño a la Escritura, sino contrario a la Escritura. La palabra de la Escritura es “liberación” y “victoria”, y eso, no victoria sobre los “pecados” como tal, sino sobre “el “pecado” en sí mismo, sobre su cuerpo reservado para muerte. Esta “liberación” solamente será experimentada en el rapto o resurrección. Somos liberados de nuestros “pecados” aquí, y ahora. Nuestra salvación a través de, y en, Cristo nos garantiza eso mismo. Es por eso que Él se entregó (Romanos 4:25). Así lo ha remitido Dios (Romanos 3:25). Eso es todo lo que ha sido perdonado y cubierto  (Romanos 4:7; Colosenses. 2:13). Ya no estamos en nuestros traspasos y pecados.  Es cierto que en un tiempo estuvimos así, como está escrito en Efesios 2:1--3 – Y Él os dio vida a vosotros, cuando estabais muertos en delitos y pecados, en los cuales anduvisteis en otro tiempo, siguiendo la corriente de este mundo, conforme al príncipe de la potestad del aire, el espíritu que opera en los hijos de desobediencia (o incredulidad);  entre los cuales también todos nosotros vivimos en otro tiempo en los deseos de nuestra carne, haciendo la voluntad de la carne y de los pensamientos, y éramos hijos de ira, lo mismo que los demás”: “porque por estas cosas viene la ira de Dios sobre los hijos de desobediencia (o incredulidad) (Efesios 5:6). “Pero ahora en Cristo Jesús, vosotros que en otro tiempo estabais lejos, habéis sido hechos cercanos por la sangre de Cristo” (Efesios 2:13). Ahora ya no es una cuestión de “pecados”, sino de “pecado”.    
NO ESTAMOS EN NUESTROS PECADOS; PERO EL “PECADO” ESTÁ EN NOSOTROS.
Este es el gran tema de Romanos 7; nosotros sentimos sus inclinaciones y tendencias  y como nos conduce o arrastra al “pecado”; ¡sí! La vieja naturaleza se muestra y se manifiesta en toda su maldad debido a la presencia de la nueva. La nueva naturaleza parece perturbar la vieja, y hacerle oposición de forma muy amarga. Es como si el antiguo señorío se resintiese de la llegada del nuevo señorío. Hasta que el nuevo señorío derrame su bendita luz en el interior, no nos damos cuenta  o vemos lo profundo que es el poder del viejo. Hay muchos que se quedan atónitos descubriendo en ellos mismos tendencias y deseos que nunca antes habían experimentado ni sabido que tuvieran. Simplemente cargaban consigo estos deseos “en otro tiempo”, estando “muertos” a todos los sentimientos de su verdadera naturaleza, y terrible carácter. Pero ahora, hay una nueva voluntad dirigiendo los miembros. Los miembros se hallaban bajo el entero dominio de la vieja voluntad: pero han sido absueltos de su sumisión y de obedecerla. La vieja voluntad ya no tiene dominio sobre ellos (Romanos 6:14).  La vieja voluntad se halla en nosotros, y todo lo que puede hacer es influenciar nuestros miembros; sin embargo, ya no es ella la que tiene el control.
El conflicto entre las dos naturalezas se puede comparar a un barco, en el cual ha sido puesto a bordo por su dueño un nuevo Capitán. El viejo capitán llevaba al mando del barco mucho tiempo, y el odio hacia su patrón llegó a ser tan grande, que trataba al barco como si fuese suyo; y mantenía a toda la tripulación en total esclavitud. La tripulación siempre le había estado sometida, sin haber conocido alguna autoridad diferente; ni entendía nunca lo que sería servir en verdadera libertad. Algo acerca de esa libertad habían escuchado de tiempos a tiempos. Habían visto otros barcos pasando a su lado y observado que la manera de servir de los miembros era muy diferente de la suya. Sin embargo, ahora que el nuevo Capitán se halla al mando, han comenzado a notar la diferencia. El nuevo Capitán, de ahí para adelante, posee  el control del timón, el destino del barco y su carga. El barco es el mismo, la tripulación es la misma. Aun el viejo capitán se halla también a bordo todavía. El libro de instrucciones que trajo consigo el nuevo capitán dice que el viejo ha sido juzgado y condenado: pero la sentencia solo se llevará a cabo por las autoridades competentes, cuando el barco atraque en el puerto. No pueden ajusticiarlo en el barco ni echarle por la borda. Sin embargo, ya no es él quién “gobierna el timón ni conduce el barco”. De tiempo en tiempo intenta imponer su vieja influencia y retomar sus funciones, pero es en vano. ¡Sí! Es cierto que algunas veces se sale con la suya, y por veces consigue atraer para si algunos miembros de la tribulación, porque los conoce muy bien y sabe por el tiempo que los tuvo bajo su mando cuáles son sus debilidades,  y les lleva a cometer actos de insubordinación, de los cuales estos miembros después se avergüenzan y lamentan profundamente. Así les engaña de tiempo en tiempo. Sin embargo el viejo capitán no puede acceder a los escritos “planos de bordo”. Ahora están muy bien resguardados de él y a salvo, donde no alcanzan a tocarlos sus manos. No puede alterar el curso del barco; ni cambiar el puerto al que ahora se dirige. No puede leer el libro de instrucciones, y si lo abre no puede entenderlo (1ª Corint.2:14). En otro tiempo toda la tripulación del barco le servía de brazo ejecutor para sus órdenes, y habían llevado a cabo solamente su voluntad: pero ahora no hay más obligación de obedecer sus órdenes, ni de reconocer más su autoridad. Han sido de su tiranía librados; y de ahí para delante se hallan bajo las órdenes del nuevo Comandante. Tienen que “reconocer” que el viejo capitán ya ha sido juzgado y condenado, y que la sentencia solo aguarda para ser llevada a cabo cuando lleguen al puerto. En cuanto al poder que ejercía sobre ellos, se reconocen a sí mismos tan inútiles “como muertos” en todo lo que a él concierna o respecta, y con todo lo que intentando disuadirlos les ordene.
Este es el argumento de Romanos 6:17-19. “Pero gracias a Dios, que aunque erais esclavos del pecado, habéis obedecido de corazón a aquella forma de doctrina a la cual fuisteis entregados. Y libertados del pecado, vinisteis a ser siervos de la justicia. Hablo como humano, por vuestra humana debilidad (de vuestra carne): que así (en otro tiempo) como para iniquidad presentasteis vuestros miembros para servir (y operar) a la inmundicia y a la iniquidad, así ahora para santificación presentad vuestros miembros para servir a la justicia (para operar santidad)”.
Nosotros por tanto no hemos solamente sido liberados de nuestros pecados, sino que también hemos sido hechos libres en esta línea, o tipo de doctrina, si hemos “aprendido a Cristo” (Efesios 4:20).
Pero la cuestión es esta, ¿hemos “aprendido así a Cristo”? y ¿hemos alcanzado a conocer la maravillosa liberación que hemos obtenido en y a través de él? Esta es la aplicación que el Apóstol hace de esta “línea de doctrina” dada en Romanos 6. Después de hablar de cómo “andan los demás gentiles”, que no conocen esta liberación, se dirige a estos santos de Éfeso y les dice (Efesios 4:20): “Mas vosotros no habéis aprendido así a Cristo, si en verdad le habéis oído, y habéis sido por él enseñados, conforme a la verdad que está en Jesús. En cuanto a la pasada manera de vivir, despojaos del viejo hombre, que está viciado conforme a los deseos engañosos, y renovaos en el espíritu de vuestra mente (o nueva naturaleza), y vestíos del nuevo hombre, creado según Dios en la justicia y santidad de la verdad. Por lo cual, desechando la mentira, hablad verdad cada uno con su prójimo; porque somos miembros los unos de los otros” (Efesios 4:20-25).  
Este pasaje habla de lo que habían hecho en consecuencia de haber recibido la nueva naturaleza. No les está diciendo lo que tenían que hacer. No les estaba diciendo que dejasen de lado al viejo hombre. Eso ya se había hecho. Les está recordando lo que habían “aprendido” de, o concerniente a Cristo, y de la bendita posición del creyente en relación al conflicto entre las dos naturalezas. Esta es la “verdad” que los miembros del cuerpo único tenían que compartir hablando los unos con los otros (vers.25). Tenemos que recordarnos los unos a los otros que el viejo hombre ha sido depuesto de sus dominios, y que hemos sido puestos bajo el dominio del nuevo hombre. Los modos y tiempos verbales en este pasaje deben ser cuidadosamente observados. Pues si no conocemos la doctrina de las dos naturalezas, vamos a ignorar el alcance completo o cuadro del pasaje. Y si no discernimos su alcance, no podremos comprender los modos y tiempos verbales. Todos se hallan en el pasado o pretérito infinitivo, y no el presente imperativo. No son mandamientos para que nosotros hagamos lo que ya ha sido hecho. A estos santos efesios no se les dijo aquí que “echasen fuera” o que “pusiesen” alguna cosa; sino que todo había ya sido hecho tanto para ellos como para nosotros por Dios, el único mandamiento es que “hablemos” que hablemos acerca de esta preciosa “verdad” con los demás miembros del cuerpo único. Y si hemos “aprendido así a Cristo” (es decir, al Cristo espiritual o místico) y “le hemos oído”, y “hemos sido por él enseñados”, eso es exactamente lo que haremos. No es eso lo que haremos si oímos a los hombres, y somos por ellos enseñados. El hombre nos enseñará y nos dirá como debemos pasar nuestras vidas intentando “poner de lado al viejo hombre”, y cómo debemos esforzarnos en “implantar el nuevo hombre”. Nos querrá poner debajo de esta vana labor y así traernos a una nueva clase esclavitud: mucho más maligna y peligrosa porque luce como si fuera una buena obra. Pero no deja de ser una esclavitud. No es la “verdad” que aprendimos en Cristo. No es “la línea de doctrina” sobre la cual hemos sido liberados. No hemos sido liberados de una esclavitud para llegar a estar debajo de otra; por muy plausible que pueda parecer.        
Las doctrinas de los hombres o bien ignoran la doctrina de las dos naturalezas completamente, y se devotan a cumplir las reglas y reglamentos para controlar la vieja naturaleza (la única que él conoce): o entonces, cuando la doctrina se conoce, está viciada por no saber todo lo que “es enseñado por él” concerniente a nuestra presente liberación del dominio del viejo hombre ahora, a través del reconocimiento de fe (Romanos 6:11); y la futura y perfecta liberación de él en resurrección (Romanos 7:24, 1ª Corintios. 15:57); Por eso, las enseñanzas de los hombres pervierten la bendita doctrina prometiéndonos que, si nosotros seguimos sus métodos y fórmulas podremos tener control de la vieja naturaleza por nuestros propios actos de “sometimiento”: y así prepara el camino para ignorarlo por completo, y prescindir de la única liberación que Dios ha prometido por medio del rapto o resurrección “a través de nuestro Señor Jesucristo”; por sustituir la muerte como nuestra esperanza. Eso es por lo que “esta bendita esperanza” de la venida del Señor ha sido desde hace tiempo olvidada o perdida para la mayor parte de los creyentes. Eso es por lo que “la esperanza de la Resurrección” ha sido suprimida por la tradicional doctrina de muerte babilónica, y por lo que un “estado intermedio” ha sido tan universalmente sustituido por la Palabra de Dios.
Hay responsabilidades, bajo las cuales la doctrina concerniente a las dos naturalezas nos coloca, y hay preceptos prácticos conectados con ambas naturalezas: pero estos se hallan en perfecta armonía con las grandes lecciones que aprendemos en la escuela de la gracia, donde la propia gracia es al mismo tiempo nuestro Salvador y nuestro Maestro (Tito 2:11-13).




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