LA MAYOR NECESIDAD DEL CRISTIANO Por E.W. Bullinger
Traducción
por Juan Luis Molina
Con
la colaboración de Claudia Juárez Garbalena
Hay
una cosa que el cristiano precisa más que cualquier otra. Una cosa sobre la
cual todo lo demás reposa; y sobre la cual dependen las demás.
Es
cierto de la Palabra de Dios, y también de nuestra propia experiencia, que “no
sabemos bien lo que pedir”. Pero “el Mismo Espíritu nos ayuda en nuestra
debilidad” (Romanos 8:26). Él sabe por
lo que debemos orar. Él sabe lo que precisamos. Él hace intercesión por
nosotros y en nosotros, y en Efesios 1:17, tenemos Su oración contenida en estas
palabras: “que el Dios de nuestro Señor Jesucristo os de espíritu de sabiduría
y de revelación en:
El
conocimiento de él."
Ésta,
entonces, debe ser nuestra gran necesidad: Un
verdadero conocimiento de Dios.
Si
el Espíritu Santo ha puesto esta necesidad delante de todas las demás cosas,
debe ser más importante que cualquier otra cosa; claro que si, más que todas
las demás juntas.
Esto, es, lo que reside en el fundamento de
la Fe Cristiana; en la esencia de la vida Cristiana.
Es la esencia de toda confianza.
No podemos confiar en una persona que no conocemos. Al menos es seguro que no lo hagamos
así; y por regla general, no lo hacemos así.
Pero por otro lado, cuando conocemos una
persona a fondo, ¡no tenemos excusa para no
poder confiar en ella! No se requiere ningún esfuerzo para confiar cuando
conocemos perfectamente a una persona. La dificultad se halla entonces, en no
confiar.
¿Y
por qué, entonces, no confiamos en Dios? ¿No es clara la respuesta a ésta
pregunta? ¡Eso se debe a que no le
conocemos!
Así es como vemos que nuestra gran
necesidad es este conocimiento de Dios; el primer gran paso de nuestra carrera
Cristiana. Nuestra confianza irá siempre en proporción a nuestro conocimiento.
Si
nosotros conociésemos, por ejemplo, una billonésima parte de la infinita sabiduría de Dios, deberíamos vernos tan
repletos, que no solamente estamos “queriendo” Su voluntad, sino que estaríamos
anhelándola ardientemente. Nuestra
mayor felicidad sería dejar que Él cumpliese ya lo que nos ha preparado: Qué Él
lo haga todo en nosotros. Si lo conociéramos, diríamos así: “Señor, soy tan
necio e ignorante; Soy analfabeto y no sé nada, ni puedo hacer nada; solo veo
este momento presente; no sé nada de mañana. Pero Tú puedes ver el fin desde el
principio. Tú sabiduría es infinita, y tu amor es infinito; por eso Padre amado,
nuestro Salvador y Señor pudo decirte hablando de nosotros, siendo como era Tu
amado Hijo, “que Tú los has amado, a ellos, como también a mí me has amado”
(Juan 17:23). Lleva a cabo, pues, Tu propia voluntad. Este es mi deseo, el
deseo de mi corazón. Esto es lo que más añoro, por encima de todas las cosas”.
Esto
va más allá que un simple “querer”. Podemos estar dispuestos a alguna cosa,
porque no podemos evitarla. Puede incluso ser una baja manera de fatalismo cristiano.
Un mahometano puede así resignarse a la voluntad de su dios. Pero de lo que
estamos hablando, va mucho más allá del moderno evangelio de santidad; va más
adelante del mero “querer”.
Los
que están en esta más baja condición; no “queriendo”, sino “dispuestos a obrar y
esforzarse en el querer” no se dan cuenta que esta condición surge y proviene
de no conocer a Dios; no conocen cuan infinito es Su amor, cuan enorme es Su
sabiduría, cuan bendita y cuan dulce es Su voluntad. Si ellos supiesen alguna
de estas cosas, estarían gimiendo y bramando por Su sola voluntad y querer. El
único gran anhelo y ardiente deseo de sus corazones sería por Él: para que hiciese exactamente aquello
que Le place bajo Su punto de vista, en nosotros, y por nosotros, y a través
nuestro.
Sin
conocer éste secreto, los cristianos, en todas partes, se hallan obrando y laborando
para “tener voluntad” mirándose a ellos mismos; y procuran esforzándose por
algún “acto de fe” definitivo, que haga algo para sí mismos. En vez de meditar
acerca de Su sabiduría y Su amor, se dedican a pensar en sí mismos y en su
“entrega”.
Pero
toda esta labor es en vano. Aun cuando parece que tiene resultados. Son
solamente como las flores de papel imitando una planta. Pueden lucir naturales
y lindas; pero no tienen sabia, ni vida; ni fruto, ni semilla. Es un artificial
y ficticio intento de producir aquello que, si se conociese a Dios, se
produciría a su tiempo, por si mismo, sin esfuerzo alguno: Es cierto, el
esfuerzo se detendría y sobresaldría el gran poder de un verdadero conocimiento
de Dios.
El
problema que tenemos, y ese problema aparece cuando probamos nuestros corazones
a fondo, es que, en el fondo, lo que pensamos es que nosotros conocemos muchas cosas. Tal vez no lo confesamos delante
del mundo, y difícilmente lo admitimos por nosotros mismos. Pero ahí está el
problema; y la dificultad que tenemos esforzándonos por “tener el deseo”, es la
prueba de ello.
Si
realmente le conocemos a Él, y hemos creído que Él sabe y conoce mejor que
nosotros todas las cosas, y lo que es bueno para nuestro provecho, entonces no
habría ningún esfuerzo, sino
solamente un bendito, irreprensible e irrefrenable deseo por Su voluntad.
Antes
de seguir adelante considerando algunos otros efectos prácticos de este
conocimiento, debemos notar el hecho de que existen dos palabras en el original
para este conocimiento de Dios, dos verbos que significan conocer. Una vez que son usados algunas veces en el mismo
versículo, es muy importante que distingamos cuidadosamente qué es lo que el
Espíritu Santo resalta con tanto énfasis. Existen, de hecho, seis palabras
griegas que se traducen conocer, pero
estas dos son las más comunes.
1.
La primera, oida, significa conocer sin aprendizaje o esfuerzo; y se
refiere a lo que conocemos por intuición – instintivamente, o como algún hecho
o historia.
2.
La otra es ginosko, que significa adquirir conocimiento; por esfuerzo, o
experiencia, o aprendizaje.
La vida cristiana práctica
La
importancia de obtener conocimiento
de Dios es nuestra gran necesidad. Este conocimiento no es solamente la base de
confiar en Dios; no solamente el fundamento de la fe cristiana; sino de la vida
cristiana. La vida práctica cristiana y nuestro andar estarán en directa
proporción a nuestro conocimiento de Dios.
Vea
en Colosenses 1: 9,10, donde tenemos el resultado práctico de la oración en
Efesios 1:17. En Efesios 1:17 tenemos la oración propiamente. En Colosenses
1:9, 10, tenemos su aplicación para nuestra corrección e instrucción. Valora
cuidadosamente las palabras. “Por esta causa, también nosotros, desde el día
que lo oímos, no cesamos de orar por vosotros, y de pedir (“desear”) – ¿Deseamos
qué? “Que seáis llenos con el conocimiento (ginosco,
es decir, conocimiento adquirido) de su
voluntad en todo espíritu de sabiduría. ¿Por qué? ¿Con qué propósito? ¿Con qué
finalidad? “Para que podáis andar como es digno del Señor y agradándole en todo,
llevando fruto en toda buena obra, y creciendo en el conocimiento de Dios”.
Así,
pues, para andar como es digno del Señor, ¿debo primero conocerlo? Claro que sí.
Efectivamente es así. Si voy realmente a agradarle en todas las cosas, debo
saber bien qué es lo que le agrada. ¿Es esto todo lo que se necesita? ¿Es todo
lo que tengo que hacer? Si. Eso es todo. Entonces, ¿no tengo que ir de aquí
para allá; yendo de convención en convención? No, lo que tengo que hacer es
sentarme delante de la Palabra de Dios, y llegar
a conocerlo a Él a través de ese reposo.
No hay otra vía para llegar a conocerle. Y Él nos dio Su Palabra, y se revela a
Si Mismo dentro de ella, con el propósito de que podamos estudiarla y hallar en
ella qué es lo que le agrada; qué es lo que ama, qué es lo que detesta; qué es
lo que Él está haciendo. Nos la ha dado para conocer Su sabiduría, Su voluntad,
Su infinito amor, Su omnipotencia, Su fidelidad, Su santidad, Su justicia, Su
verdad, Su bondad y misericordia, Su paciencia, Su gentileza y elegancia, Su
cuidado, y todos Sus innumerables atributos de nuestro gran y glorioso Dios.
Observa
bien lo absolutamente necesario que es este conocimiento, si queremos agradar a
Dios.
No
podemos agradar a ninguno de nuestros amigos hasta que sepamos qué es lo que le
agrada. Si vamos a ofrecerle un regalo a cualquiera de ellos, de manera natural
pensamos, o tratamos de imaginarnos, qué es lo que precisa o le agradaría
tener. Si recibimos un convidado, tratamos naturalmente de acordarnos de qué es
lo que le agradaría comer o beber, o en qué desearían ocuparse o recrearse. Si
no podemos imaginarnos lo que pueda ser, entonces tenemos este tiempo con la
visita, y no sabemos si acertaremos con
él o si no acertaremos en nuestros esfuerzos por agradarle. Podemos vernos en
graves apuros y esfuerzos, y sin embargo, después de todo, hasta podemos
presentarle tal vez aquello que más detesta. Así sucede también con nuestro
Dios.
¿A dónde podemos acudir?
¿Cómo
vamos a saber cuáles son las cosas que le agradan a nuestro Padre? ¿Cómo vamos
a descubrir aquello que aprueba?
Solamente
por Su Palabra.
Aquí, y sólo aquí podemos obtener Su
conocimiento. Aquí solamente aprenderemos la plenitud de la oración del
Espíritu por nosotros en Efesios 1:17; y la bendita respuesta práctica suya en
Colosenses 1:9, 10.
Ningún
hombre trae ni tiene consigo este conocimiento de Dios de manera intuitiva.
Ningún ministro puede ni tan siquiera impartirlo, excepto en y a través del
ministerio de esa Palabra. Sus propios pensamientos son vanos y sin valor
alguno. Solamente al punto que sea capaz de hacernos entender esa Palabra es
que podrá ser de alguna ayuda nuestra. Dios se ha revelado a Sí Mismo en Su
Palabra escrita, las Escrituras de la verdad. El propio ministro puede estar
equivocado, y pasará muy fácilmente a ser un obstáculo en vez de servirnos de
ayuda. Dios se ha revelado a Si Mismo en Su Palabra escrita, las Escrituras de
verdad; y en la Palabra Viva Su Hijo, Jesucristo. Y es a través de la Palabra
Comunicada revelada en nuestros
corazones por el Espíritu Santo que comenzamos a adquirir Su conocimiento. El conocimiento de Quien es Vida Eterna.
Esta
es la única gran razón de por qué la Palabra Escrita se nos haya otorgado. No
se nos ofrece simplemente como un libro de información general, o de
referencias; sino que se nos da para que conozcamos al Dios invisible.
¿Por
qué la leemos? ¿Con qué objeto abrimos sus páginas? ¿Qué es, o qué buscamos,
cuando la leemos?
¿Leemos una porción que alguien haya
seleccionado para que leamos? ¿Leemos esa parte porque le hemos prometido a
alguien que así haríamos? ¿O será que la abrimos, y nos sentamos delante de
ella con el único objetivo central de
encontrar a Dios; de descubrir Sus
pensamientos; para obtener y adquirir el conocimiento de Su voluntad?
Todos
los que no estén así conectados hacen su propio dios sacándolo de su
imaginación y propios pensamientos. ¡Tienen que recurrir a lo que piensan que es su dios!
Son
millares los que hacen sus dioses con sus propias manos. Los sacan de la madera,
de la piedra, o de pan. Otros cuantos millares lo sacan de su propia mente. Sin
embargo, siendo como son ignorantes de la Palabra de Dios, son y se comportan
como ignorantes del Dios que se ha
revelado a Sí Mismo allí.
Si deseas recibir nuestras publicaciones directamente en tu dirección de e-mail o contactarnos escríbenos a: mirasoloadios@live.com
Es mucha la alegría y el gozo que traen a mi corazón el leer y releer estas traducciones del amado y admirado Dr. Bullinguer hechas por Uds.y que con tanto amor y dedicación hacen por nosotros, los que tenemos hambre y sed del conocimiento de Dios y su maravillosa Palabra. Muchas gracias.
ResponderEliminarEs el deseo (Dios quiere "thelos" sin imposición)
de que todos los hombres sean salvos y vengan al CONOCIMIENTO de la verdad.
Ese es el querer de Dios para todos los hombres y mujeres sin distinción de razas,idiomas,colores y fisonomías. Ser salvos, liberarse de esta discapacidad con que todos nacemos y solo podremos lograrlo a través del conocimiento de su Voluntad.
Las cosas del espíritu de Dios, para hombre "animal" (cuerpo y alma),son locura y lógicamente no las puede entender porque se han de discernir con algo que él no tiene que es: el Espíritu.
Entonces, debemos acercarnos a Dios creyendo que
Le hay, que El es galardonador de los que le buscan, sabiendo que hay un Mediador entre Dios y los hombres (Ntro.Sr. Jesucristo)y no otros mediadores/as y así salvar el tremendo obstáculo
de estar muerto (espiritualmente) y pasar de muerte a vida, se logra el Espíritu de Dios,es simiente incorruptible, es renacido, es un vivir en el mundo pero con ciudadanía en los Cielos.
Estoy compartiendo esto con aquellos que aún no han respondido al supremo llamamiento de Dios, o a los que como yo hace algunos años, incrédulo perdido, alguien con mucho amor y el Espíritu de Dios, me hablaron en estos términos, que no son otros que palabras contenidas en la Palabra y pude ver la luz a través de Su luz.
Estamos en tiempos de esterotipos, modelos, ejemplos para copiar (según el mundo),que mejor tipo para copiar!!!! que nuestro Sr. Jesucristo.
"Haya pues, (esto es una conclusión) en vosotros el mismo SENTIR que hubo en Cristo Jesús"
Este SENTIR es una predisposición a pensar con interés y CONOCIMIENTO, el mismo que tuvo el Sr. Jesucristo de la Palabra de Dios.
Por eso Uds. y yo no debemos cesar de orar para que seamos llenos del conocimiento (ginosco) de Su voluntad y que el Dios del Sr. Jesucristo nos de espíritu de sabiduría y de revelación en el conocimiento de El.
¿Con qué propósito? ¿Con qué finalidad? “Para que podáis andar como es digno del Señor y agradándole en todo, llevando fruto en toda buena obra, y creciendo en el conocimiento de Dios”.
Amén Dios les bendiga
Dios te bendiga querido hermano! Qué hermosas son LAS INMUTABLES VERDADES DE DIOS! Y QUÉ HERMOSURA LA DEL CORAZON DE NUESTRO ABBA PADRE! Su anhelo, se convierte en el nuestro! solo deseamos ver con los ojos y el corazon de Cristo!Esa nueva vida que florece en nosotros POR LA BENDITA Y MARAVILLOSA GRACIA DE DIOS!
ResponderEliminarUn gran abrazo Cacho!!! Dios siga alumbrando nuestro entendimiento! A EL SEA LA GLORIA!!!