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LA MAYOR NECESIDAD DEL CRISTIANO (2ª Parte) Por E.W. Bullinger


Traducción:
Claudia Juárez Garbalena y Juan Luis Molina


            Debemos adorar a Dios en espíritu

            Veamos el poder de esta verdad, en la forma en que es aplicado a lo que se denomina “Adoración Pública” o “Servicio Divino”. ¡Cuántos aún adoran “al Dios no conocido”, sirviéndose a sí mismos, y hacen lo que es agradable solo ante sus propios ojos, estudiando sólo lo que les gusta! Ignorantes de la gran verdad de Juan 4:24: “Dios es espíritu, y los que le adoran en espíritu y en verdad es necesario que adoren” (es decir, verdaderamente en espíritu), ellos hablan del tipo de servicio que prefieren, y dicen: “no me gusta esto para nada”, o “esto me gusta mucho”, como si “los lugares de adoración”, así llamados por ellos, fueron abiertos simplemente para que las personas entren y hagan lo que les plazca, despreciando y sin tomar en cuenta las palabras “es necesario”, que abarcan toda la esfera de lo que debe ser adoración.

            La adoración “debe” ser (como dice la versión inglesa), o es “necesario” que sea sólo con el espíritu. No podemos adorar a Dios - Quien es Espíritu - con los ojos, mirando lo que se hace en estos servicios. No podemos adorar a Dios con nuestra nariz, por oler el incienso, ya sea ceremonialmente o utilizado de otra forma. No podemos adorar a Dios con nuestros oídos, escuchando música, por muy bien que pueda ser “presentada”. ¡No! La adoración no puede ser con cualquiera de nuestros sentidos, o por todos ellos juntos. Debe ser espiritual, y no sensorial. Los adoradores deben ser adoradores espirituales, porque “el Padre tales adoradores busca que le adoren” (Juan 4:23).

            ¿Cuántos de estos adoradores frecuentan nuestras iglesias y capillas? ¿Cuántos de ellos siguen adorando “al Dios no conocido” (Hechos 17:23)?

            ¿Será posible que, si se conoce al Dios verdadero  -al grande, al Altísimo y Santo Dios, que no habita en templos hechos por manos humanas, al Dios que habita la eternidad,  al Dios que nada de lo que está bajo los cielos se esconde, y que en Sus propios ángeles halló iniquidad (refiriéndose a los ángeles caídos)- será posible, nos preguntamos, que todo aquel que le conoce pueda imaginar, por un momento, que Él esté “buscando” o pueda estar satisfecho, o aceptar o considerar a una congregación que torna la Biblia en “un libro de palabras”, y escuchan, por ejemplo, a una chica cantando un solo, sosteniendo la más alta nota que puede alcanzar, manteniéndola el mayor tiempo que le sea posible!? ¿Será posible que pensemos que esto es lo que el Majestuoso e Infinito Dios está buscando? ¿Será ésta la ocupación del corazón para con Él, que Él dice que nos “es necesario” tener? ¡Ciertamente que no! y cuanto mayor es la ignorancia de Dios, más vanos y más degradados llegarán a ser las cosas que acompañan a lo que se llama “Adoración Pública”.

            Un verdadero conocimiento de Cristo

            Hasta ahora hemos hablado sólo de un conocimiento de Dios: el Padre. Pero es igualmente de gran importancia que adquiramos un verdadero conocimiento de Cristo. Este es el primer objetivo del cristiano, como también su mayor necesidad. Esto se expone con notable claridad y fuerza en Filipenses 3. En el versículo noveno tenemos nuestra posición en Cristo expresada en las palabras:

“Ser hallado en él”.
     Esto se explica cómo no teniendo nuestra propia justicia, sino la que es por la fe de Cristo, “la justicia que es de Dios por la fe”.

            Vestidos de esta justicia, nada de nosotros mismos es visto o considerado por Dios. Es como las piedras del templo, fueron cubiertas primero con madera de cedro, y la madera de cedro fue cubierta con oro. A continuación, se añade, “no se veía la piedra”. Estas palabras no debieran ser necesarias ni siquiera por gramática, o por lógica, pues ¿cómo podía ser vista la piedra si estaba doblemente cubierta? ¡No! las palabras se añadieron amablemente para enfatizar lo que ilustran por comparación, y para recalcar en nuestra mente el bendito hecho de que, cuando somos cubiertos con la justicia de Cristo no hay nada que sea visto de nosotros mismos en nuestra posición delante de Dios. Estamos efectivamente “en los lugares celestiales en Cristo”, y somos hermosos en toda Su hermosura, perfectos en toda Su perfección, aceptados en todo Su mérito, tan justos como Él es justo, sí, es cierto, tan santos como Él es santo, y tan amados como Él es amado. Todo esto está incluido en estas palabras: “ser hallado en él”.

            Y estando así “hallados en Él” en nuestra posición, tenemos en los versículos 20, 21 nuestra esperanza; la cual, es llegar a ser:
Como Él es

            En la gloria de su resurrección y ascensión en Su venida. De ahí que “esperamos al Salvador, al Señor Jesucristo, el cual transformará el cuerpo de la humillación nuestra, para que sea semejante al cuerpo de la gloria suya, por el poder con el cual puede también sujetar a sí mismo todas las cosas”.

            Esta es nuestra “bendita esperanza”. Nos hemos referido a ella aquí, aunque no en el orden en que aparece en este capítulo, con el fin de mostrar qué es lo que se encuentra entre el principio y el fin de nuestra carrera cristiana. ¿Qué es lo que va a ocupar el lugar entre estos dos? ¿Qué es lo que debe ocupar nuestros corazones desde el momento en que estamos en Cristo, quien es nuestra vida, hasta el momento en que seamos hechos iguales a Cristo, quien será nuestra gloria? ¿Cuál es el único objetivo que tiene que llenar para siempre nuestros corazones y ocupar nuestras mentes?

 “Que podamos llegar a conocerle a Él”.

            Este es a partir de ahora el gran objetivo del cristiano. Nada más que este fin: el de llegar a conocer a Cristo (porque esta es la palabra que se usa aquí, en Filipenses 3:10). Así como el versículo 9 contiene la explicación de las palabras “ser hallado en él”, así también éste versículo (10) contiene la explicación de cómo y por qué tenemos que llegar a conocer a Cristo. De manera que nosotros no le conocemos mas según la carne; sino que llegamos a conocerlo como el resucitado; como la Cabeza de la Nueva Creación en la resurrección (2 Corintios 5:16,17).

            Porque así es cómo este conocimiento se explica: "a fin de conocerle, y el poder de su resurrección". No estamos hablando de conocer meramente el hecho histórico de su resurrección, sino el “poder” de la misma: es decir, lo que este tremendo poder ha hecho por nosotros. Pero, ¿cómo podemos llegar a conocer este "poder"? ¡Ah! sólo a través de experimentar en “la participación de sus padecimientos”: al aprender que cuando Él, la Cabeza del Cuerpo, sufrió, todos los miembros de ese Cuerpo sufrieron en una misteriosa y bendita “participación con Él”. Así llegaremos a conocer cómo hemos “llegando a ser semejantes a él en su muerte”. Sólo cuando hayamos aprendido lo que sufrimos cuando Él sufrió, y que morimos cuando Él murió, podemos empezar a aprender cómo hemos sido también resucitados con Cristo, y “llegaremos a conocer el poder de su resurrección”.

            ¡Cuán pocos de nosotros sabemos lo que este “poder” es, y cómo nos separa de la vieja creación, y nos asienta en la nueva creación, donde "todas las cosas son hechas nuevas por Dios" (2 Corintios 5:17). Este es, pues, nuestro objetivo, llegar a conocer todo lo que Cristo ha hecho para nosotros en el poder de su resurrección.

            Qué sorprendentes debieron ser estas palabras mientras llegaban a los oídos de los griegos (ya que ésta fue la primera ciudad que Pablo pisó en Europa). Ellos habían sido educados en el gran lema del legislador Solón, el más sabio de los siete sabios de Grecia. Su lema fue puesto según ellos para encarnar  la esencia de toda sabiduría, y éste consistía de sólo dos palabras, que fueron talladas en la entrada a las escuelas y colegios de Grecia:

“Conócete a ti mismo”.

            Sin embargo, qué necias son estas palabras. Porque ¿cómo puede uno saber cualquier cosa de sí mismo, considerándose a sí mismo? Si el individuo mira a los demás, entonces él puede ver lo diferente que es de ellos, y cuán mejor o peor puede ser que ellos.
            Pero es sólo cuando nos comparamos a nosotros mismos con Cristo, quien es la sabiduría y la gloria de Dios, que aprendemos lo que realmente somos, y cuán lejos nos encontrábamos de esa gloria (Romanos 3:23). Es sólo cuando nos pesamos en "la Balanza del Santuario," o por el lado de la plomada de la perfección, que podemos ver, y llegar a conocer, nuestra condición absolutamente perdida y arruinada. Por tanto, este nuevo lema tronó desde los cielos en los los oídos de aquellos que buscaban conocerse a sí mismos.
“A fin de conocerle”.
            Sí, este es nuestro único objetivo. Esto es lo que tendrá el gran poder transformador sobre nuestras vidas. Cada momento empleado en la búsqueda de conocernos a nosotros mismos es un momento perdido, y no sólo perdido, sino que servirá para distraernos y alejarnos de la única cosa que por sí sola puede hacernos lograr nuestro objetivo y nos enseña quienes somos nosotros mismos. Tratar de conocernos a nosotros mismos, no sólo es un fracaso en el intento, sino que dejamos de conocer a Cristo, el único que puede enseñarnos a conocernos a nosotros mismos.

            Y sin embargo, ¿cuántos pasan sus vidas en ésta búsqueda inútil? Van de un lado a otro para oír a este hombre o aquel otro. Y, son constantemente dirigidos a esta ocupación en sí mismos, en la entrega o compromiso a sí mismos, y a examinarse a sí mismos, esto sólo les lleva a tener problemas, o bien, a una alegría que dura sólo mientras el entusiasmo y los sentimientos se mantienen.

            ¡Oh pero qué cosa tan buena es estar ocupado con Cristo!; tenerlo a Él como nuestro objetivo, y el poder de Su resurrección en nuestras vidas. Esto es lo que tendremos, e irá siempre en forma creciente mientras más llegamos a conocer a Cristo.

            Una vez más, ¿qué fue lo que llevó al mundo pagano a toda su oscuridad, corrupción y pecado? Sólo esto: “A ellos no les pareció retener el conocimiento de Dios. Profesando ser sabios, se hicieron necios, y cambiaron la gloria del Dios incorruptible en semejanza de hombre corruptible" (Romanos 1:22,28).

            Es igual con las personas hoy en día que, ignorantes de Dios como Él se ha revelado a Sí Mismo en Su Palabra, hacen su dios, algunos de ellos con sus propias manos, o en su propia cabeza, vanamente imaginando que Él es lo que ellos creen que Él es, y adorando, como los paganos, “al Dios  no conocido”, alguien como ellos mismos.

            ¿Qué fue lo que llevó a Israel por el mal camino y trajo sobre ellos toda clase de penas y sufrimientos? Isaías comienza con el dictamen Divino, que reúne en la forma más breve la gran causa en la que reside la raíz de todo:

            “El buey conoce a su dueño, y el asno el pesebre de su señor; Israel no entiende, Mi Pueblo no tiene conocimiento.”

            Veamos cómo el Señor Jesús confirma esto en Lucas 19:42-44, mientras Él se lamentaba por Jerusalén. Todo se resume en las palabras de apertura y cierre:

¡Oh, si también tú (Israel) conocieses,
a lo menos en este tu día, lo que es para tu paz!

            Y luego, dirigiéndose a la razón para tal juicio, Él añade: “Por cuanto no conociste el tiempo de tu visitación.”

            ¿Y cuál será el fin glorioso de Israel en el día de su restauración? ¡Ah! entonces sucederá que: “Y no enseñará más ninguno a su prójimo, ni ninguno a su hermano diciendo: Conoce a Jehová: porque todos me conocerán, desde el más pequeño de ellos hasta el más grande, dice Jehová” (Jeremías 31:34).

            Y ¿cuál será la gloria de la Creación, y la paz y el gozo de toda la tierra? Esto lo resume todo:

“La tierra será llena del conocimiento de Jehová,
Como las aguas cubren el mar "(Isaías 11:9).

            ¿Y cuál es el secreto que nos hace capaces para gloriarnos sólo en el Señor, y disfrutar de sus bendiciones en este día de nuestra visitación? Se da en Jeremías 9:23,24:

Así dijo Jehová: No se alabe (o se gloríe) el sabio en su sabiduría,
ni en su valentía se alabe (gloríe) el valiente,
ni el rico se alabe (gloríe) en sus riquezas.
Mas alábese (gloríese)
en esto el que se hubiere de alabar (gloriar):
en entenderme y conocerme.

            Así se nos vuelve a recordar, y se nos trae de vuelta al único gran deber, que debería por tanto, absorber nuestros corazones y mentes, y llenar nuestros días y años: esto es, ser constantes en nuestro estudio de la Palabra de Dios, la cual se nos ha dado por un único, gran, expreso, poderoso y superior propósito: la revelación de Sí Mismo, con el fin de que podamos:

Llegar a conocerlo.


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