LAS DOS NATURALEZAS EN EL HIJO DE DIOS Por E. W. Bullinger. Capítulo 7. NUESTRAS RESPONSABILIDADES RESPECTO A LA NUEVA NATURALEZA
Traducción castellana:
Juan Luis Molina
Con la colaboración de
Claudia Juárez Garbalena
Nuestras responsabilidades en cuanto a la
nueva naturaleza son exactamente las opuestas a las de la vieja naturaleza.
Nuestra primera responsabilidad en cuanto a la vieja naturaleza fue reconocerla
como habiendo muerto con Cristo. Así que nuestra primera gran responsabilidad en
cuanto a la nueva naturaleza es:
1. CONSIDERARNOS O RECONOCERNOS VIVOS
en una nueva especie de vida (Rom. 6:11).
Esta
nueva naturaleza es vida: Nueva Vida, vida espiritual, vida divina, vida eterna
(Romanos 6:4-23). Y tenemos que reconocer que ahora estamos "vivos",
y viviendo en esta nueva vida: es decir, viviendo en un nuevo plano de vida,
de, y para Dios, y que esta vida se halla "en Cristo Jesús". No se
encuentra en "Jesucristo", como dice la Versión A.V. Cómo haya sido
posible que esta versión dijese “Jesucristo” es incomprensible, porque no se
pone en cuestión en ninguna de las demás lecturas en el griego. Es clara e
indiscutiblemente "en Cristo Jesús", porque del creyente nunca se
dice estar "en Jesús". No es en el Jesús muerto, sino en el “Cristo”
ascendido y viviente que ahora estamos. Y debemos “considerar” ahora, por la fe
(no por sentimientos), que realmente permanecemos delante de Dios en esta nueva
especie de vida. Entre tanto que fijemos nuestros ojos en nosotros mismos,
nunca seremos capaces de “reconocer” esa vida, porque no vamos a ver ninguna
razón por la cual nos haya Dios tenido que ofrecer este maravilloso “don”. No vamos
a ver ningún motivo para eso en nada de lo que hayamos hecho.
Si vamos a llevar a cabo este reconocimiento tendremos
que “creer a Dios”. En Efesios 2:4-6, Dios nos ha exhortado ampliamente a
hacerlo así; porque allí nos recuerda que fue cuando aun éramos hijos de ira e
incapaces de tener buenos pensamientos, o que pudiésemos hacer buenas obras, entonces
fue que “Dios, siendo rico en misericordia, por el gran amor con que nos amó,
aun cuando estábamos muertos en delitos y pecados, nos dio vida juntamente con
Cristo (por gracia sois salvos), y juntamente con él nos resucitó, y asimismo
nos hizo sentar en los lugares celestiales con Cristo Jesús, para mostrar en
los siglos venideros las abundantes riquezas de su [Su] gracia en su bondad
para con nosotros en Cristo Jesús. Porque por gracia sois salvos [hemos sido
hechos salvos] por medio de la fe; y esto no de vosotros, pues es don de Dios; no
por obras, para que nadie se gloríe (Efesios 2:4-9). Si no es por “obras”,
entonces ciertamente no es por sentimientos. Es sólo a través de la fe que
podemos entrar en, y disfrutar, esta preciosa declaración de una salvación
consumada. Pero esto nos lleva a otra de las responsabilidades, que se da en el
siguiente versículo (Ef. 2:10). “Porque somos hechura suya, creados en Cristo
Jesús para buenas obras, las cuales Dios preparó de antemano para que
anduviésemos en ellas”. Por lo tanto:
2.
DEBEMOS
ANDAR EN ESTA VIDA NUEVA (Rom 6:4).
El
griego aquí para la palabra "nueva", es kainotes, novedad. Proviene de kainos,
nueva (no habla de ser joven, o fresco, o hecho recientemente; que sería neos; sino, como siendo una nueva
hechura, y diferente de lo que había sido hecho anteriormente; nuevo, en el
sentido de reemplazar u ocupar el lugar de aquel que había sido primeramente
hecho. Kainotes se usa sólo en
Romanos 6:4, y 7:6, pero en cada caso se utiliza la palabra en una asociación o
conexión diferente.
En
Romanos 6:4 se refiere a nuestro andar (y en 7:6 a nuestro servicio).
1.
En cuanto a nuestro caminar, este consiste en andar en "novedad de
vida": es decir, viviendo en un plano nuevo y diferente de vida. Ya no
solamente tenemos la vida física, sino ahora también, la vida espiritual. Ya no
es la vida derivada del primer Adán, sino la vida que se deriva del postrer
Adán, Cristo. Una esfera de vida totalmente nueva. La primera era de la tierra,
terrenal: la postrera es divina en su origen, su trayectoria y su final.
Nuestra sede de gobierno ahora está en el cielo, y nuestro “caminar” debe ser
regido por ese gobierno celestial, y no por cualquier autoridad que tenga su
origen en la tierra. Mientras caminamos por el mundo debemos pensar y a
recordar que estamos en él, pero que no pertenecemos a él, y, como todos los
que caminan son responsables de considerar y ver dónde van, así debemos nosotros “aguardar por
el Salvador, el Señor Jesucristo” (Filipenses 3:20, 21): y esto es lo que
gobierna nuestro caminar.
2.En
Romanos 7:6 esta nueva esfera de vida se utiliza en relación con el servicio:
Pero ahora estamos libres [sin carga] de la ley, por haber muerto para aquella
en que estábamos sujetos, de modo que [ahora que somos privilegiados]sirvamos
bajo el régimen nuevo del Espíritu [es decir, en el nuevo campo de la nueva
naturaleza] y no bajo el régimen viejo de la letra [de la ley]; y nuestro
servicio surge por un motivo completamente nuevo, y la otra forma de servir se
ha vuelto vieja y anticuada, y caducada. Ahora, este servicio no proviene de
algún deber, sino por amor, no por la observancia de normas y reglamentos, sino
por alegría, no por votos o promesas, sino en perfecta libertad de acción, no
como siervos, sino como hijos. Esta esfera totalmente nueva de servicio viene a
nosotros con la nueva naturaleza, y nuestra responsabilidad de aquí en adelante
es servir a Dios en este plano y línea de servicio. A menos que estemos muy atentos,
nos encontraremos constantemente cayendo en la esclavitud de la antigua letra,
y actuando en un espíritu de siervo en lugar de un espíritu de filiación.
3.
Sin embargo, hay un tercer paso relacionado con esta “novedad de vida”, o nueva
esfera, a la que la nueva naturaleza nos trae, y este, se halla en conexión con
la adoración. Se habla de ello en Gálatas 5:25, y sucede o es consecuencia de
un pensamiento adicional de vivir en esta nueva esfera espiritual. Tiene que
ver con nuestro caminar y adoración, mientras estamos "en Cristo", y
no de acuerdo a las ordenanzas religiosas del mundo.
“Si vivimos (de acuerdo) por el espíritu (o nueva
naturaleza), andemos (de acuerdo) también por el espíritu” (Gálatas 5:25). Es
decir, nosotros, los que tenemos esta nueva naturaleza, tenemos que andar de
acuerdo a ella; y el verbo que se traduce “andar” aquí es una palabra diferente
de la que teníamos en Romanos 6:4 y 7:6. Es stoicheo,
y siempre quiere decir andar de acuerdo a reglas y regulaciones religiosas;
y posee una referencia a los ritos religiosos externos, ordenanzas y
ceremonias. El sustantivo stoicheo aparece
solamente en dos de las siete Epístolas a la Iglesia, esto es: Gálatas y Colosenses,
ambas son correctivas, y lo que corrigen son los errores doctrinales que surgen
por ignorar las doctrinas de Romanos y Efesios respectivamente. Aparece dos
veces en cada epístola (Gál. 4:3, 9, y Col. 2:8, 20). Tres de las cuatro veces
se asocial con la palabra “mundo”, cosmos,
y siendo así se refiere a lo externo y material, en contraste con, y en
oposición a, lo que es interno y espiritual.
La incerteza en cuanto a su significado, tanto en la Versión
A.V. como en R.V, se muestra por la traducción tan inconsistente que le dan. En
la R.V., en Gálatas, la traduce en el texto como “elementos”, y “rudimentos” al
margen; mientras que en Colosenses es “rudimentos” en el texto, y “elementos”
al margen. La R.V. lo hace así también (como la A.V. traduce en Colosenses) en
todos los cuatro pasajes.
La palabra se refiere a todo lo superfluo que se hace
exteriormente en las observancias religiosas; a todos los hechos o actos
religiosos que tengan que ver con la carne, o la vieja naturaleza. Así que la
responsabilidad que se nos pone delante y tenemos en Gálatas 5:25 nos dice que,
una vez que ahora vivimos en una nueva esfera de vida, así por eso andemos de
acuerdo a la nueva naturaleza espiritual; y no siguiendo, o andando en, o de
acuerdo a, los ceremoniales religiosos externos del mundo: ni de instituciones
establecidas, ni de rituales judíos y ayunos, ni de comidas y bebidas, y
lavamientos de vasos; ni días y meses, y años (Gálatas 4:10, 11; Colosenses
2:16, 17; Romanos 13:1-9); ni de acuerdo a tradiciones babilónicas.
Tenemos por tanto tres distintas responsabilidades en
cuanto a nuestro andar de acuerdo a la nueva naturaleza: Vida, Servicio, y Adoración;
y tienen que ver, respectivamente, con lo que es Interior, Exterior y dirigido
hacia lo alto. En cuanto a la esfera Interior, andamos de acuerdo a la nueva
esfera de vida, dentro de la cual nos introduce la nueva naturaleza (Romanos
6:4). En cuanto a la esfera exterior, servimos de acuerdo a la misma novedad
espiritual o nueva naturaleza (Romanos 7:6). En cuanto a la esfera de lo alto,
“adoramos a Dios en (o de acuerdo al) espíritu” y no de acuerdo a las
tradiciones religiosas y ordenanzas y mandamientos de hombres (Gálatas 5:25;
Colosenses 2:20-22). Estas son las tres
mismas esferas que se resumen en Tito 2:11-13; y estas son las mismas lecciones
que la gracia enseña. Porque la gracia no solamente nos trajo salvación, sino
que nos enseña que “habiendo huido de los impíos y mundanos deseos (esto es,
todo lo que produce la vieja naturaleza), deberíamos vivir sobria, justa y
piadosamente en este presente mundo: aguardando la bendita esperanza, hasta la
gloriosa aparición de nuestro gran Señor y Salvador Jesucristo”. Aquí se nos
enseña cómo vivimos en nuestra nueva esfera, o plano de vida.
1. En cuanto al mundo interior, nuestro andar debe ser en
“sobriedad”. La palabra griega es sophronos,
con auto-control sobre todos nuestros deseos, y una digna limitación sobre
todos nuestros miembros. Nada más, y nada menos que eso, es lo que se denomina
“evangelio de moderación”. Limitar este auto-control únicamente al deseo que se
crea por la sed de beber alcohol, significa perderse el punto completo de la
sentencia, y dar consentimiento a todos nuestros demás deseos de la carne, y de
la mente, sin restricción alguna y sin control; o, actuar pensando que pueden ser
consentidos o pasados por alto. Pero lo mayor incluye a
lo menor. Y el verdadero
evangelio de moderación incluye no solo auto-control sobre la bebida, sino sobre
la comida, vestuario, lectura, gastos, ahorros, viajes, intereses, visitas,
canciones, etc.; y eso incluye todo el terreno de lo que se denomina “pureza”.
Abarca todos y cada uno de los aspectos de nuestra vida diaria; no solamente
los deseos poco educados de la carne, sino también los deseos refinados de la
mente; incluye no solamente lo ilegal, sino también lo que es legal. Controla
no solamente lo que es permitido por las leyes, sino también lo que es
conveniente y bueno.
La perversión que el hombre ha hecho del término
“sobriedad” es el resultado de andar de acuerdo a la carne, y no de acuerdo al
espíritu. Mantiene el control de uno de los deseos y da rienda suelta a todos
los demás. El dinero que no se gasta en la bebida puede gastarse en
inmoralidades. El dinero que se ahorra en la bebida puede perderse en juegos de
suerte. Y así la mera ética reformadora se resume solo a quitar del árbol una
hoja muerta aquí, y alguna fruta podrida allí, mientras que el error sigue
residiendo en la raíz. No es reformas o remiendos lo que necesita, sino
regeneración. Una persona que posea un “carácter refinado” está muy lejos de
ser un pecador salvo. Tales obras refinadas solo son digna de ser utilizadas en
el mundo: pero no es la obra de la Iglesia de Dios trabajar en reformar o
refinar el carácter. Un ministro del Evangelio no puede ocuparse con eso sin
descuidar la más grande, y única obra para la cual fue comisionado. ¡No! El
andar, de acuerdo a la nueva naturaleza, asienta de una vez por todas
cuestiones tales como estas para los hijos de Dios, e incluye o abarca
absolutamente todo: mientras que un andar, de acuerdo a la carne se ocupa solo
con una cierta parte de la totalidad. En cuanto al mundo interior, por tanto,
nuestro andar tiene dominio propio en todas las cosas.
2. En cuanto al mundo exterior, nuestro andar ha de ser dikaio, justo. Y esto, no solamente de
justicia, sino proveniente de la justificación. No porque las leyes lo requieran
o mandamiento alguno de hombres lo imponga, sino porque es el deseo de la nueva
naturaleza. No por algún sentido del deber, sino por el poder del amor. No como
siervos, sino como hijos. No como impulsados por compromisos, o sacrificios, o
votos, sino como constreñidos por la nueva naturaleza interior para andar
justamente con respecto al mundo exterior.
3. En cuanto al mundo de lo alto, nuestro andar ha de ser
“devoto o piadoso”, (es decir, tiene a Dios como su principal y único
objetivo). Consistirá, por tanto, no en las ordenanzas y ceremonias de las
tradiciones religiosas del hombre, sino en las actividades de la nueva
naturaleza. En una palabra, es solamente Cristo, en lugar de todo lo que se
conoce con el nombre de religión. Es Cristo, y ni siquiera la “religión cristiana”,
que hace parte de las demás religiones; sino Cristo, o el verdadero Cristianismo.
Así, y solo así podremos cumplir con esta responsabilidad en cuanto a nuestra
nueva naturaleza, y ser de aquellos “quienes (de acuerdo) al espíritu (o la
nueva naturaleza), adoran (o sirven) a Dios; y se glorían en Cristo Jesús; y no
tienen confianza alguna en la carne”. (Filipenses 3:3).
3. La tercera responsabilidad en cuanto a la nueva
naturaleza es ALIMENTARLA Y NUTRIRLA CON SU ALIMENTO APROPIADO.
Así como la vieja naturaleza de carne se alimenta y nutre
por aquello que le es ajeno a ella (porque no puede alimentarse de sí mismo),
así también sucede con la nueva naturaleza. Su alimento debe provenir de fuera.
Requiere ser constantemente abastecida con el alimento provisto y adecuado para
ella. Ese alimento es la Palabra de Dios. Por eso se nos enseña como a niños de
pecho recién nacidos que, deseemos la pura y no adulterada leche de la Palabra,
para que podamos crecer a través suyo (1ª Pedro 2:2). La Palabra de Dios es el
alimento de la nueva naturaleza. “No solo de pan vivirá el hombre, mas de cada
una de las palabras que sale de la boca de Dios, vivirá el hombre”
(Deuteronomio 8:3). Hay en ella toda clase de alimentos. Leche para los niños
chicos, y viandas para los fuertes: consuelo para la tristeza, ayuda para la
debilidad. Igual que un niño desea la leche pura, a así el recién nacido hijo
de Dios necesita y anhela la leche de la Palabra. Este es el único alimento de
la nueva naturaleza; pero debe ser “pura”: la Palabra viviente, el Señor
Jesucristo; y la Palabra escrita, “las escrituras de la verdad”. No hay una sin
la otra. “Yo soy el pan de vida”; esto es, el pan que soporta o sustenta la
vida. “El pan de Dios es Aquel que desciende del cielo” (Juan 6:33, 35, 48-51).
Y por eso, acerca de la palabra escrita de Dios, dijo Jeremías: “Fueron
halladas Tus palabras y yo las comí, y Tu palabra me fue por gozo y alegría a
mi corazón” (Jeremías 15:16). Si esto pudo ser dicho así por alguien que se
hallaba bajo al Pacto antiguo, ¿cuánto más no debe ser confesado por aquellos
que se hallen bajo el nuevo pacto, y por los que posean una nueva naturaleza?
Si al maná del cielo se le denominó “comida de ángeles” ¿cuánto más no podrá la
Palabra ser denominada “el pan de Dios”?
La nueva naturaleza solo puede ser nutrida apropiadamente
siendo alimentada por la Palabra. No puede depender en las palabras del hombre,
ni en todas sus “grandes ideas o pensamientos”. La nueva naturaleza no viene
hambrienta de razonamientos humanos, ni de literatura mundana. Todo eso, en el
mejor de los casos, haría un “hombre destacado entre los hombres”; pero todo
aquel que se alimente de las Escrituras respiradas de Dios llega a ser un
“hombre de Dios” (2ª Timoteo 3:17), enteramente preparado para cualquier
emergencia que aparezca; listo para enfrentar cualquier dificultad; equipado
para todos los conflictos; provisto contra todos los peligros; armado contra
toda tentación; preparado para todas las tribulaciones. El Hijo de Dios,
Jesucristo, cuando se halló en medio de la prueba, se apoyó y recostó sobre la
Palabra de Dios. Sus primeras palabras ministeriales fueron: “Escrito está”; y
su primera declaración se hallaba en las palabras de la Escritura (Deuteronomio
8:3). Tres veces lo pronunció el Señor en esa solemne ocasión, y cada una de
las veces fueron las palabras de la Escritura.
En su última declaración ministerial (Juan 17), tres
veces vuelve a referirse a esta Palabra. “TU PALABRA es verdad” (5:17). “Les he
dado TU PALABRA” (5:14). “Les he dado las PALABRAS que Tu me diste” (5:8). Aquí
otra vez tenemos las “Palabras” y la “Palabra”; porque la Palabra se compone de
palabras; y es imposible tener la una sin las otras. Si las palabras se falsifican, se viola toda
la Palabra. No es de admirarse que veamos tantos cristianos debilitados e
incapaces de resistir el mal y en producir el bien. Tan manifiesta es su debilidad
que las reuniones especiales, y “Misiones” y “Convenciones”, que organizan se llevan a cabo con el expreso objetivo de
“profundizar la vida espiritual”. Eso nos da y provee la evidencia de lo bajo
que se halla el estándar o modelo de la vida espiritual, y la insatisfactoria
condición de multitudes de cristianos. Estos son los motivos que confiesan para
la necesidad de tales esfuerzos especiales que hacen. Pero ni aun la expresión
“profundizar la vida espiritual” es de la Escritura. No argumentamos que no sea
bíblica, porque lo que quiere decir es correcto. Pero muestra un completo
olvido de la Palabra que declara que esta nueva naturaleza es “perfecta” y
“divina”, y no puede por tanto ni ser “profundizada”, ni incrementada. Puede
ser, eso si, nutrida, y alimentada y fortalecida, pero eso solo será posible
hacerlo por el manjar en la Palabra de Dios, y no por escuchar las palabras de
los hombres. Es a través de la “exposición” de la Palabra, y no por la
exhortación de hombres, que la nueva naturaleza pueda ser fortalecida y pueda
guardarse y mantenerse en buena sanidad espiritual. Es por poner sus ojos en
los asuntos de lo alto, y no por atender o fijarlos en las cosas de la tierra.
Es por escudriñar las Escrituras, no por el examen o búsqueda de uno mismo.
Todos los demás y más bajos medios que puedan ser adoptados solamente tienden a
alimentar y remendar la carne: y la trampa es de lo más sutil y peligrosa,
porque suenan a cosas “buenas”, tanto en materia, y forma y motivo.
Además, estas Convenciones se realizan de vez en cuando,
con considerables intervalos de tiempo entre sí; y depender de ellas sería como
vivir a dieta de ayuno durante un espacio de tiempo, y después en un solo día
darse un gran banquete. De esa forma, en el mejor de los casos, sería una
alimentación muy irregular, por no decir una insana manera de vivir. Ya había
santos de Dios, y un noble ejército de mártires y renombrados en el ministerio
de la Palabra de Dios, y una hueste de testigos fieles testigos, antes de estos
días que vivimos actuales de “Misiones”,
y “Convenciones” y Sociedades. Ya antes hubo otro tipo de protestantes que
reconquistaron para nosotros grandes libertades que no tienen precio. Si, mucho
antes de estos días con nuestras modernas Sociedades Protestantes, que fueron
inventadas con el único propósito de defender y preservar lo que aquellos otros
habían ganado para nosotros. Todas estas modernas invenciones actuales son sin
duda alguna una confesión y prueba del bajo estado en que hemos caído. La
mayoría, en vez de alimentarse de la Palabra por sí mismo, prefieren escuchar
el resultado del estudio que otros hayan obtenido. Es como si una persona atendiese solo a lecturas acerca de
la dieta, y de la química de los alimentos, en vez de comer, y digerirla y reunir
con su nutrición las fuerzas y el vigor necesarios para sus deberes diarios.
Vivir así, de la excitante literatura y libros de hombres, tanto sea de tipo
sagrado como seculares, es como si una persona pretendiese vivir de dulces y
pasteles y cremas en “bandejas adornadas”, en vez alimentarse de los productos
fortificantes que dan vida, los verdaderos alimentos. Esto es por lo que muchos
permanecen en desigualdad en cuanto a las oportunidades y responsabilidades de
la vida cristiana. Esto es por lo que hay tantos que no tienen poder contra las
tentaciones. Le dan muy poca comida a la nueva naturaleza. La alimentan con
algún tipo de alimento insano sacado de sus experiencias, o de las experiencias
y biografías de otros hombres. Comparten “buenos” libros, libros de hombres y
cancioneros, que solo producen fermentación en vez de digestión; porque tales
alimentos no pueden ser asimilados por la nueva naturaleza. ¿Es de extrañar que,
con este tipo de dieta, y con el hecho de que la Palabra de Dios se consuma de
forma tan irregular y a raros intervalos, o en tan escasos momentos, que haya
tantos cristianos sin manifestar un más alto concepto de sus derechos filiales,
de los altos y magníficos privilegios que poseen siendo hijos de Dios: o
exhibiendo un verdadero sentido de sus responsabilidades en el mundo en el que
se moldean sus vidas y se hayan del todo perdidos?
Recordemos entonces, que, para darse uno cuenta del privilegio
de ser hijos de Dios, la palabra de Cristo debe “morar dentro de nosotros
abundando en toda sabiduría” (Colosenses 3:16). La Palabra Escrita y la Palabra
Viva son el único alimento de la nueva naturaleza, y nuestra nutrición no debe
ser irregular ni descuidada, obteniendo simplemente un pedazo aquí y otro allá.
Nosotros no tratamos nuestro cuerpo físico así: ni hace parte de nuestros hábitos
alimenticios diarios: porque todos sabemos demasiado bien que el alimento
apropiado debe ser consumido regularmente, masticado despacio y bien digerido,
para que pueda ser asimilado y pase a hacer parte nosotros mismos. Pues
igualmente debe ocurrir con respecto a la nueva vida espiritual, la cual se nos
ofrece en el don de la nueva naturaleza. Cuando nuestra condición espiritual se
halla debilitada por descuidar su necesario alimento, entonces nos sentimos
tentados a suplir su vacío con toda suerte de remedios o remiendos para obtener
la fuerza necesaria y salud. Muchos echan mano de medicinas de charlatanes, las
cuales abundan tanto en lo religioso como en el mundo natural. Toda suerte de
novedades y modas en cuanto a “tratamientos” recomendados por los “profesionales”,
y toda suerte de “comidas” se publicitan como siendo los “mejores” para la
salud. El “pan de vida” de Dios que ha
provisto para nosotros, contiene todo lo que nos es necesario. Pero nosotros lo
tratamos como si tratase del “maíz” de
Dios, que ha provisto para nuestra vida natural. En la molienda de este grano,
el hombre ha construido molinos que le elimina de forma automática, cuando lo
muele, casi todo el alimento que Dios le puso dentro. Lo que queda en su
mayoría solo “almidón de maíz” (esto sin hablar acerca de las materias
perjudiciales que le añaden); y como este almidón está fuera de toda proporción
a la diastasa, que es aquella parte de la saliva que puede digerirla, lo que
hace es fermentar en el estómago en vez de ser digerida: por eso, sus restos
que permanecen en el organismo, no son sino la causa de muchos males y
enfermedades. Entre tanto que así sucede, nuestro sistema es tan pobremente
nutrido, que nuestra salud general se ve por eso afectada: padecemos de pérdida
del cabello, o de los dientes; sentimos generalmente que estamos “de mal humor”;
y entonces es cuando recurrimos a los variados anuncios de medicinas y
“alimentos”, y muchos son los que contraen los conocidos “hábitos de drogas”, y
no pueden hacer nada sin tales apoyos o accesorios para su vida natural.
En cuanto al asunto del pan (que para una basta mayoría
es prácticamente inalcanzable), el hombre está comenzando a darse cuenta de su
error, y está intentando remediarlo. ¿Pero qué es lo que hace? En vez de adoptar
el propio y obvio medio, y de escoger lo que Dios ha provisto en el grano de
trigo que contiene todo lo necesario, y eso en su justa medida, se dedica a
mezclar varios tipos de “panes”, a los cuales les atribuye nombres resonantes.
Los incautos degustan estos nuevos panes de moda; y, aunque la comida que les
dan les salga más cara, no hallan ni alcanzan con ella el resultado que ellos
pretendían. Todo esto es la gran realidad de lo que sucede en frente a nuestros
ojos actualmente; y tiene su equivalente en el mundo espiritual. La Palabra de
Dios es puesta de parte, o añadida con, o sustraída de, por el hombre de varias
maneras. La leche de la Palabra se pone en algún sitio “apartado”, y lo que no
sea creído por este sector o por aquel otro se elimina cuidadosamente o se
suprime. Los substitutos del hombre se comen; y cuando nos damos cuenta que nos
hallamos débiles, o sin salud, entonces, en vez de enfrentar la causa de todo
el problema (que es la falta de cuidado de alimentarnos de la simple dieta de
la Palabra de Dios), escogemos antes continuar con el mismo sistema que ha
producido estos tristes efectos, y procuramos remediarlos recurriendo a las
prescripciones de hombres, y adoptando sus recomendaciones. Una parte
recomienda algún nuevo tipo de
“tratamiento”: otros adoptan “retiros”, que son una especie de “cura de
reposo”: Algunos los toman como “estimulantes”, y, aunque eviten cuidadosamente
las cosas del mundo material, recurrirán a las estimulantes y entusiastas
“misiones” y “reuniones”. Otros actuarán como si la continua práctica de la
“confesión” de los males que les deploran pudiese erradicarles o sanarles de estos
males; mientras que otros, una vez más, actúan como si una “convención” en la
que se practican estas cosas pudiese cumplir y traer en evidencia lo deseado. Al
mismo tiempo, se confiesa abiertamente por los mismos promotores de estos modernos
métodos que la vida Cristiana se halla en un bajo estándar; mientras que la
vida espiritual y la fuerza protestante resistente se encuentran también en un
nivel muy bajo. Igual que un caballo mal alimentado, que no deja de ser azotado,
así estos mal nutridos y débiles creyentes tienen que azotarse a sí mismos; y van
a sentarse al lado de las multitudes para que otros aviven sus funciones o
deberes; en vez de ser como un caballo bien nutrido, que no necesita de
espuelas para nada, y que solamente requiere de guía y buena rienda. Pero todo
esto no es lo único malo, ni tan siquiera la peor de sus representaciones.
Porque lo peor sucede, cuando, en esta baja condición de fortalecimiento
espiritual, nos comprometemos en la obra espiritual del Señor, y nos sentimos obligados a realizarla con la
energía o esfuerzo de la vieja naturaleza: con la carne. Esto es lo que lleva a
muchos de manera natural a adentrase en grandes conflictos; hasta que,
finalmente, se quedan y terminan “desesperados”, y son “puestos de parte”, o se
“resquebrajan” y a todo le dan fin.
Ojalá que podamos hacerles ver la única y simple causa de
todos estos males, los cuales son universalmente reconocidos, admitidos y
deplorados. La existencia de estos males es un vivo testimonio por los mismos
esfuerzos que se hacen en todas las direcciones para remediarlos. La raíz de
todo el problema es la falta de interés o descuido del medio divinamente
señalado: la nutrición dependiente en la Palabra de Dios. Este es el instrumento
por medio del cual se implanta la nueva naturaleza; y este es el único medio
por el cual puede ser sustentada, nutrida y fortalecida. Esta Palabra de Dios es
de valor y provecho, solamente en la medida que nos alimentemos de ella por
nosotros mismos; y que la asimilamos haciendo una buena digestión de ella.
Nadie puede hacer eso por nosotros. No se piense, pues, que podemos vivir por
mirar y observar a otras personas comer o que podamos aprender por meramente
observar y copiar sus obras. Tenemos que hacer nuestra propia investigación de
la Palabra, y “marcar” nuestra propia Biblia, y hacer nuestros propios cuadros
y análisis. Es cierto que podemos ser guiados e instruidos en este cometido por
otros; y podemos ser estimulados por sus trabajos y ejemplos; pero cada uno
tiene que hacerlo por sí mismo, y debemos aprender por nosotros mismos de la
Palabra. Después de que la hayamos podido oír por otros, debemos alimentarnos con
ella por nosotros mismos para que podamos ser fortalecidos con ella. Todo lo
que podamos precisar para nuestra sanidad espiritual se halla en la Palabra de
Dios: y el Espíritu Santo que la inspiró está con nosotros, para enseñarnos y
para inspirarla en nuestros corazones. Pongamos toda nuestra dependencia sobre
Él. No le desairemos al buscar soporte en el hombre. No te apoyes en nuestros
propios escritos. Aprende de ellos y escúchalos solamente al punto que
glorifiquen a Cristo y magnifiquen Su Palabra. Lo único que podemos hacer es
ser una guía y poste de señalización para decirte dónde se haya la comida, y
donde residen los “verdes pastos”, y señalarte la utilidad, la dulzura, el
poder, la verdad y los beneficios de este alimento celestial; y decirte dónde
puedes encontrar lo que es apropiado para tus necesidades. Nosotros no poseemos
el monopolio de este asunto. Solamente tenemos la misma Palabra para
alimentarnos de ella por nosotros mismos. Podemos preparar la comida, y
cocinarla para ti, pero no podemos comerla por ti; eso lo tienes que hacer tú
por ti mismo. Es después de todo, una simple cuestión de dieta, en lo
espiritual, así como es, tan frecuentemente, en la esfera física; y la salud de
ambas debe ser determinada y conocida por el mismo examen: el “apetito”. El
apetito en el mundo natural es el signo de buena salud. Su ausencia es el signo
de lo contrario. Pues así sucede también en el mundo o esfera espiritual. Nuestro
apetito o deseo de ser alimentados en la Palabra de Dios es la medida de
nuestra salud espiritual. Por esta medida podemos examinarnos nosotros mismos.
Eso actúa como el termómetro clínico que nos capacita para encontrar y
demostrar nuestra verdadera condición espiritual.
Todo
depende de nuestro apetito espiritual por nuestro único alimento espiritual: la
Palabra de Dios. Solamente a medida, no simplemente de que la comamos, sino que
la digerimos, y asimilamos, por nosotros mismos, solamente así nos servirá de provecho.
Es igual que el dinero, solamente tiene valor a medida que lo disfrutemos y nos
beneficiemos, o que podamos obtener satisfacción de él. Podemos tener un millón
de dólares en el banco, pero si nunca usamos nuestro libro de cheques o gastamos
el dinero, las meras monedas no son para nosotros más que “cuentas”, o
permanecen meramente como un lote de papeles en un libro. Dios no quiera que esa
sea nuestra relación hacia Su Palabra. En ella tenemos todo lo que nos capacita
para “andar en novedad de vida”. Aquí es donde encontramos toda la armadura
necesaria para enfrentar cada conflicto que aparezca, toda la fuerza precisa
para emprender cada servicio, todo el consuelo para cada uno de los pesares,
todos los recursos para cada necesidad. Ojalá que esta preciosa y preciada
Palabra pueda ser no solamente nuestra armadura, o nuestra despensa, sino
nuestra mesa. Ojalá que pueda, por la gracia de Dios, verdaderamente
capacitarnos para decir:
“Aderezas mesa delante de mí en la presencia de mis
angustiadores: Unges mi cabeza con aceite; mi copa está rebosando” (Salmos
23:5).
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