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LAS DOS NATURALEZAS EN EL HIJO DE DIOS Por E. W. Bullinger (Capítulo 4).



Traducción castellana:
Juan Luis Molina
Con la colaboración de
Claudia Juárez Garbalena


CAPÍTULO 4
EL CARÁCTER Y EL FIN DE LA NUEVA NATURALEZA

Ahora estamos en una posición que nos permite considerar lo que se nos enseña en cuanto a la nueva naturaleza en sí misma. Hemos visto sus varios títulos y características; y ahora deseamos aprender lo que dice acerca de su carácter y fin.

1. NO PUEDE SER MODIFICADA.

En este respecto es igual que la vieja naturaleza: Lo que es nacido del Espíritu,  espíritu es”, y permanece siendo espíritu (Juan 3:6). Ningún poder conocido podrá jamás cambiarla o modificar en carne; o alterar sus características. Es divino en su origen, y perfecto en su naturaleza (1ª Juan 3:9; 5:18). Su origen es el Espíritu de Dios (6:63). Su instrumento es la Palabra de Dios (1ª Pedro 1:22, 23; Juan 6:63). No se altera o afecta por ningún tipo de fragilidad, enfermedad, o pecado de la carne. A través suyo somos hechos hijos de Dios; y es el emblema nuestro de que Dios es nuestro Padre. El don de la nueva naturaleza, o espíritu, es denominado nuestro “sello”, que se hace nuestro por convicción o creencia (13) (Efesios 1:13). Una vez que verdaderamente aprendemos y creemos este hecho bendito pasa a ser muy difícil, si no imposible, que oremos así: “no quites de nosotros Tu Santo Espíritu.” (14) ¡No! Dios no puede quitarnos a Sus hijos ese nuevo espíritu que ha puesto dentro de nosotros: porque “tanto los dones como el llamamiento de Dios son irrevocables” (Romanos 11:29). Si Israel, aunque cortado (no echado fuera) durante un cierto tiempo, “son amados por causa de los padres” (Romanos 11:28), los hijos de Dios son amados por causa de Sí Mismo. Porque, como está escrito en Romanos 8:30: “A los que Dios predestinó (para ser conforme a la imagen de Su Hijo, 5:29) a estos también llamó: y a los que llamó Dios, también los justificó: y a los que justificó, también Dios los glorificó”. La Gracia nos asegura la gloria: porque “el Señor da gracia y paz” (Salmos 84:11). Si el Señor da la gracia estamos ciertos que también nos dará la gloria. Debe ser así. Dios no nos ha hecho “perfectos en Cristo Jesús” (Colosenses 1:28) para después juzgarnos “imperfectos”. No hizo que Cristo fuese nuestra justificación y santificación (1ª Corintios 1:30) y después se volvió atrás y deshizo Su propia obra.

Si es que estamos “completos” en Cristo (Colosenses 2:10), no podemos llegar a estar incompletos. Dios no reniega o se olvida de la obra de Sus propias manos (Salmos 138:8). Este misterio, o secreto fue “ordenado por Dios delante del mundo”: y de él se declara haber sido “predestinado antes de los siglos para nuestra gloria” (1ª Corintios 2:7). Podemos estar plenamente seguros por tanto que Su propósito no puede y no pretende acabar en fracaso; y que acabará en “nuestra gloria”. La nueva naturaleza, dada por la pura gracia de Dios, acabará necesariamente en la gloria eterna de Dios. Proviene de Dios, y debe volver a Dios. Esta nueva naturaleza no puede perderse – ¡No!, ni aun por el pecado: porque incluso esta contingencia está prevista en 1ª Juan 2:1, 2. “Si alguno hubiere pecado, abogado tenemos para con el Padre, a Jesucristo el justo, y él es (y permanece siendo) la propiciación por nuestros pecados”. Es en esta conexión, con el pecado, que se nos recuerda que Dios aun sigue siendo nuestro “Padre”; y que aun seguimos siendo Sus hijos: que nuestra comunión no se quiebra por eso. ¿Y si alguien peca? ¿Qué es lo que ocurre? En ese caso no se nos dice lo que somos, sino lo que Cristo es. No se nos recuerda lo que hayamos hecho, sino lo que él hizo. No se nos dirige hacia nosotros mismos y nuestra confesión, sino que se nos dirige a Cristo y su posición. Nuestros pensamientos no se ocupan con nuestra humillación, sino con la “propiciación” de Cristo: y así sucede siempre delante del Padre; porque allí es donde está Cristo, y allí estamos también nosotros en Cristo. Nuestra confesión la realizamos de una vez por todas  cuando, por gracia, tomamos el lugar del pecador perdido (1ª Juan 1:9); y cuando nos depositamos en las manos de Cristo por la fe, como siendo la ofrenda del pecado, él se apropió de nosotros los pecadores perdidos. Y entonces fuimos “sellados” (en esta creencia); y nuestra condición y posición delante de Dios fue asegurada y confirmada por el don de la nueva naturaleza. Tan asegurada se halla nuestra posición en Cristo que dos Abogados, o Consoladores, se nos han adjudicado. La palabra es Parakletos y significa, uno llamado a estar de nuestro lado para socorro, confort, abogacía, o para cualquier cosa que vengamos a precisar. Aparece solamente en los escritos de Juan, y se traduce “Consolador” en su Evangelio, y “Abogado” en su Epístola.

Pero el hecho es que Cristo nos dice en el Evangelio que tenemos un Abogado (el Espíritu Santo) con nosotros, para que no pequéis: y el Espíritu Santo nos dice en la Epístola que tenemos otro Abogado (Jesucristo el justo) con el Padre, si hemos pecado. Así que todo está claro de antemano, previsto y cubierto o provisto; y nada puede echar fuera este maravilloso don de Dios. Dios nunca reclamará de vuelta Su don, ni quitará ese espíritu, o nueva naturaleza, que ha implantado en nosotros, Sus hijos, cuando fuimos sellados como Sus hijos.

2. La nueva naturaleza es “VIDA Y PAZ” (Romanos 8:6). El cuerpo muere (es decir, reconocido como muerto) por causa del pecado, pero el espíritu (o nueva naturaleza) vive a causa de la justicia. El don de la nueva naturaleza para los que han muerto en Cristo, son por tanto justificados en Su justicia, es “vida eterna”. Esta es precisamente la razón de por qué Jesucristo dijo, “Y no perecerán jamás, ni nadie los arrebatará de mi mano” (Juan 10:28). Esto se dice debido a que habían recibido el don de vida eterna. Así como el fin de la vieja naturaleza es “muerte”, de igual forma el fin de la nueva naturaleza es “vida”, -- “vida eterna” que no tiene fin. Por eso está escrito que, “aquel que siembra para su carne (la vieja naturaleza) de la carne segará corrupción: pero aquel que siembra para el espíritu (o nueva naturaleza) del pneuma segará vida eterna” (Gálatas 6:8). Esto envuelve una tercera verdad, y hecho, en cuanto al fin de la nueva naturaleza, que será la más grande y el más bendito resultado de poseer este precioso don, esto es: 

3. El resultado y final de la nueva naturaleza será en RAPTO o RESURRECCIÓN (Romanos 8:11). Porque, “Si el pneuma (es decir, el don del espíritu, o nueva naturaleza) de aquel que levantó de los muertos a Jesús mora en vosotros, el que levantó de los muertos a Cristo Jesús vivificará también vuestros cuerpos mortales por el pneuma (o espíritu: esto es, la nueva naturaleza) que habita en vosotros”.

Observe que, dos veces en este mismo versículo, se menciona la resurrección del Señor: primeramente, el hecho de su propia resurrección, como “Jesús” (el humilde, el humillado en la muerte); después, la doctrina de que fue levantado o ascendido en, o como “Cristo” el glorificado, la Cabeza del Cuerpo (1ª Corintios 12:12); Así también es necesario que se dé la resurrección de todos los miembros de este Cuerpo. Se debe precisamente a que estos miembros posean “espíritu Divino” o pneuma-Christou (Romanos 8:9): que son reconocidos como habiendo sido ascendidos, cuando él, la Cabeza del cuerpo, ascendió. Eso es lo que significa conocer “el poder de su resurrección” (Filipenses 3:10). Y eso es algo muy diferente de lo que se enseña por tradición en el día de hoy. La posesión de esta nueva naturaleza, si tan solamente entendemos su contenido, es la certeza y segura garantía de que seremos realmente hechos de nuevo; y que este cuerpo mortal de nuestra humillación será transformado igual que el glorioso cuerpo del Cristo ascendido (Filipenses 3:21). No es de extrañar que aquellos quienes no entiendan la doctrina de las dos naturalezas, tampoco comprendan nada de la doctrina de la resurrección. No es de admirarse que sean engañados por falsas esperanzas, tanto de esta vida como de la venidera. En esta vida están poseídos por la falsa esperanza de mejorar aquello que no se puede mejorar, y en cuanto a la otra vida, posen la falsa esperanza de una gloria a parte de la resurrección, lo cual no podrá jamás realizarse. La una es una obra en vano; y la otra es una esperanza sin fundamento. Las dos juntas, hacen vana las seguras y ciertas palabras de la Escritura: porque, será cuando estemos “revestidos de aquella nuestra habitación (o cuerpo espiritual) celestial, que la mortalidad será absorbida por la vida” (2ª Corintios 5:2-4). Y, siendo en resurrección, no será hasta entonces, y por tanto, tampoco a la hora de la muerte, que “este (cuerpo) corruptible se vista de incorrupción, y este (cuerpo) mortal se vista de inmortalidad” (1ª Corintios 15:54).

Los tradicionalistas subvierten esta preciosa verdad; y nos aseguran que todo esto tiene lugar a la hora de la muerte. Así le privan a la doctrina concerniente a la nueva naturaleza de su gloriosa corona, que es la bendita esperanza de que Aquel Mismo que levantó a Cristo de los muertos, también levantará nuestros cuerpos mortales por el mismo espíritu que habita en nosotros (Romanos 8:11). Es así que la bendita esperanza tanto del rapto como de la resurrección se hace nula por decir prácticamente “que la resurrección ya se efectuó” en los que durmieron (2ª Timoteo 2:18). En vez del lenguaje Escritural ser suficiente para los propósitos de los modernos maestros, estos lo que hacen es recurrir al lenguaje de los paganos y espiritistas. Adoptan su terminología en vez de las seguras y ciertas palabras de Dios. 

Así la palabra del hombre “pasar” (como pasar a una vida superior), se pone y se sustituye, por la palabra de la Escritura “duermen”. “No muerte” se pone en vez de la palabra de Dios “muerte”. Y una presente “transición” se pone en vez de una futura “traslación”.

 “No hay muerte,
lo que si hay es transición.”

Estas falsas expresiones son provenientes del espiritismo, y las citaciones también las hacen los poetas unitarios platónicos; y ambas están en clara contradicción al lenguaje de la Palabra de Dios. Es lo que se denomina en la Escritura “adulterar la Palabra de Dios” (2ª Corintios 4:2). El texto que se usa es “él fue traspuesto, porque lo traspuso Dios” (Hebreos 11:5); y esto (en Génesis 5:24) se expone en otras palabras “y desapareció, porque le llevó Dios”. Pero estas palabras se emplean en la Escritura hablando de Enoc. Enoc fue tomado y trasladado (temporalmente)” eso es en realidad lo que dice Hebreos 11:5, porque hablando también de Enoc junto con la “nube de testigos” en Hebreos 11: 13 dice “conforme a la fe murieron todos estos”; y esta forma de decirlo en Génesis 5:24 lo confirma. Sin embargo estas palabras se usan hoy en día hablando de alguien que ha muerto. ¿Qué es esto sino negar del todo la resurrección; y decir prácticamente que (para los fallecidos al fin y al cabo) “la resurrección ya se ha producido? (2ª Timoteo 2:18). ¿Qué es esto sino las enseñanzas de aquellos cuyas palabras carcomen como gangrena…que se recrean pervirtiendo la verdad en error…y pervierten la fe”, no de algunos, sino de muchos?

Un eminente fisiólogo americano hizo una vez una declaración acerca del “artículo de la muerte” – una breve crítica suya en un semanario religioso acaba así:

“Un alma despierta para sí misma debe encontrar en la muerte o bien el momento de reencuentro con un juez, o el momento de correr hacia un Salvador. Eso puede que sea una vieja fábula, pero es una doctrina verdadera”. Si, es cierto, es “viejo”: tan viejo como Génesis 3:4; pero no es “verdadero”. Puede que sea una “doctrina”, y tal vez sea “teológica”, pero no es “Escritural”. La Escritura nos asegura (de una de estas dos clases cualquiera que sea) que “nosotros los que estemos vivos y permanezcamos (en el momento de la venida del Señor)",  no precederemos a los “que durmieron” (1ª Tesalonicenses 4:15). Sin embargo, de acuerdo a la “doctrina vieja” anterior, nosotros precederemos a los que durmieron; porque así, sin resurrección, y sin rapto, “saldremos corriendo hacia el Señor”. Pero de acuerdo a esta enseñanza será por muerte, y no por estar vivo y permanecer hasta la venida del Señor. De acuerdo a la “doctrina” anterior, 1ª Tesalonicenses 4:15 debería haberse escrito:

 "Nosotros que estamos vivos y permanecemos…seguiremos a los que ya nos han precedido”.    
Sin embargo, así no está escrito. Y para aquellos quienes se contenten con las palabras de Dios continuarán aferrándose a “la bendita esperanza” y a “esperar de los cielos a Su Hijo” (1ª Tesalonicenses 1:10). Nosotros no cambiaremos esta “bendita esperanza” que Dios nos ha dado en Su Palabra, por esta esperanza falsa y sin fundamento; que fue concebida por el gran enemigo de la verdad; nacida en Babilonia; nutrida por la tradición; y sustentada por los religiosos de todas clases. Una falsa esperanza que es común a los idólatras paganos, a los espiritistas y a todo gran falso sistema de religión: pero que es desconocida para la cierta y segura Palabra de Dios. Bien dijo el Señor hablando de esta misma doctrina de Resurrección: “Erráis, ignorando las Escrituras, y el poder de Dios” (Mateo 22:29).

Esta es la conclusión, en 2ª Corintios 5:1-9 (que comienza con la palabra “porque”), de la declaración que se inicia en 2ª Corintios 4:14 con las palabras “sabiendo que Aquel que levantó al Señor Jesús, a nosotros también nos resucitará con Jesús, y nos presentará juntamente con vosotros”.

Este es el glorioso fin de la nueva naturaleza. Así como la vieja naturaleza acaba en muerte y corrupción, de igual forma la nueva naturaleza acabará en rapto o resurrección. Porque “la paga del pegado es muerte, pero el don de Dios es vida eterna, por Jesucristo nuestro Señor” (Romanos 6:23). El primero es el juicio de Dios; el otro es la gracia de Dios. El uno es el “pago”; el otro el don de la “gracia”. Este don lo poseen, y lo disfrutarán, solamente aquellos a quienes les sea “ofrecido”. El Señor Jesús en Su última oración declaró que el Padre le había dado poder “para darles vida eterna a todos los que me diste” (Juan 17:2, 6, 9, 11, 24): porque está escrito: “Y este es el testimonio: que Dios nos dio vida eterna; y esta vida está en Su Hijo. El que tiene al Hijo tiene la vida; el que no tiene al Hijo de Dios no tiene la vida (1ª Juan 5:11, 12). Estas palabras establecen una verdad Divina universal; y son verdad no solamente para la Iglesia, sino para todos aquellos a quienes este “don” les ha sido “dado”. Especialmente verdad, por tanto, para aquellos que están “en Cristo”, hijos de Dios, herederos de Dios y coherederos con Cristo.



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