LOS DERECHOS DEL SEÑOR JESUCRISTO Por el Dr. E.W. BULLINGER.
(En la Conferencia de Dundee, en junio de
1894.)
Traducción: Juan Luis Molina y Claudia Juárez
Es característico del
hombre que sea educado y entrenado para un objetivo –y ese es, defender y exigir firmemente sus derechos.
Esta es la única parte de su educación que tiene pleno éxito, y por todas
partes vemos al hombre defendiendo sus derechos. La mujeres, también, están
ahora levantándose demandando sus derechos; y los pueblos hacen lo mismo. ¿No
será tiempo de que alguien se levante reclamando los derechos del Señor
Jesucristo? Todavía no ha logrado Sus derechos en este mundo, pero
sin duda alguna va a tenerlos; y ahora deberían ser los hijos de Dios los que
den testimonio de esos derechos y quienes deberían hablar por Él durante su
ausencia mientras esos derechos se encuentren en suspense. Lo que ahora me
propongo es presentarlos aquí en conexión con Sus cuatro títulos: El Hijo del
Hombre, el Hijo de Abraham, el Hijo de David y el Hijo de
Jehová.
“EL HIJO DEL HOMBRE
(Adán)”
Con respecto al hombre,
sabemos que fue creado con dos grandes objetivos. Primero, para tener dominio
sobre toda la tierra; y, en segundo lugar, para que tuviese comunión con
Jehová. No preciso alargarme demasiado sobre este punto. Es algo que no precisa
de aprobación alguna, porque el hombre siempre está listo para adquirir el
mayor grado de dominio que pueda sobre la tierra, aunque le tenga sin cuidado
alguno cultivar su comunión con Jehová. El hombre perdió estos derechos y
privilegios en la caída, a través de adulterar la palabra de Jehová. Todos
sabemos las consecuencias de esa caída. El pecado se introdujo en el mundo, y a
través del pecado la muerte. Toda la creación se vio envuelta en esa terrible
calamidad, como vemos en los efectos que estamos sufriendo hoy en día, y en las
influencias que nos envuelven constantemente a nuestro alrededor.
Ahora bien, hay un gran
principio sobre el cual Jehová siempre actúa: Él jamás remienda nada de lo que
el hombre estropeó, ¡jamás! Él nunca repara o remienda nada de lo que el hombre
haya arruinado, sino que siempre hace algo nuevo, algo fresco y reciente.
Vayamos ahora a la casa del alfarero con Jeremías (Jer.18), y
allí podremos comprobar esta maravillosa lección que Jehová nos enseña.
Jeremías vio que el alfarero estaba haciendo un vaso, y ese vaso se
quebró en la rueda, y volvió a hacer otro nuevo, según le pareció mejor al
alfarero. Esta es la escena que Jehová le mostró a Jeremías, y su
estricta interpretación pertenece a Israel, porque una vez que Israel se había
quebrado y arruinado, Él no iría a remendar a la nación, sino hacer algo nuevo:
Darle a Su pueblo un nuevo espíritu y un nuevo corazón. El mismísimo principio
se aplica a todo lo que el hombre ha quebrado y arruinado; se aplica a toda la
creación. Jehová no va a remendar esta tierra, sino que está haciendo un nuevo
cielo y una nueva tierra. Él no remienda al hombre viejo, sino que hace
un nuevo hombre.
Los hombres siempre intentan
remendar al viejo hombre, y se envuelven y están absorbidos con proyectos para
mejorarlo. El hombre se afana y ocupa queriendo reformar al mundo, sin embargo
Jehová ya lo maldijo en su día, y no habrá bendición alguna para el mundo hasta
que vuelva Jesucristo y remueva la maldición, cuando haga un nuevo cielo y una
nueva tierra. Estos cuerpos mortales jamás serán reparados; todos acabarán en
la muerte si el Señor no vuelve antes por Su gente; y todos los que no sean de
Cristo están destinados, no solo a descender a la muerte, sino también a acabar
en la destrucción eterna. Pero nosotros, los que somos de Cristo, aguardamos
por nuestros nuevos cuerpos, cuerpos gloriosos, semejantes al cuerpo glorioso
de Cristo Jesús. Esta es nuestra bendita esperanza.
Así que la esperanza de
la creación está puesta no sobre hombre alguno, sino en el Hijo del
Hombre, la Simiente de la Mujer, el Segundo Hombre, el Segundo Adán, el Señor
proveniente del cielo. Solo Él será quien restaure todas las cosas, y esa
obra le pertenece sólo a Él por derecho. Ese es
precisamente Su especial cometido.
Él vino y fue despreciado
como el Hijo del Hombre. Por tanto, en consecuencia de ese repudio todas las
cosas se hallan ahora en suspense, y nosotros esperamos que el Señor Jesucristo
obtenga Sus derechos siendo como es el Hijo del Hombre. Aguardamos
el cumplimiento del Salmo 8, que hasta ahora todavía no se ha cumplido. Todavía
no vemos que todas las cosas estén sujetas a Él, pero en breve
llegará el día en el cual todas las cosas se pongan bajo los pies del Hijo del Hombre. Este Hombre, después de haber
ofrecido un único sacrificio para siempre por los pecados, se sentó a la
diestra de Jehová, esperando desde entonces este cumplimiento. Y nosotros
también estamos sentados con respecto a toda la obra asociada
con nuestra salvación y aguardando, si es que verdaderamente estamos en
comunión con Él; esperando, no que nos vengan cosas buenas terrenales (que es
siempre nuestro pobre y egoísta punto de vista), sino aguardando que le sean a
Él entregados Sus derechos en este mundo, para que domine sobre él. Ese dominio
es suyo por derecho, y el viene para ejercitar este maravilloso dominio sobre
toda la creación. Todavía no vemos que todas las cosas sean sujetas a Sus
pies.
EL HIJO DE ABRAHAM
Ahora vamos a verle bajo
el título el Hijo de Abraham. Las naciones de la tierra habían
fracasado prácticamente, de la misma forma que lo hizo el hombre; fueron tan
perversos en su ruina que Jehová tuvo que destruirlos con el juicio del
diluvio. Después, entonces, Jehová se propuso hacer otra nación, e hizo una
nueva de la simiente de Abraham. No podemos demorarnos ahora observando su
llamamiento, o su vida, pero observaremos que, en Génesis 15, Jehová estableció
un pacto incondicional con Abraham. Debemos señalar estos pactos
incondicionales y diferenciarlos de aquellos que fueron delimitados bajo
condiciones, porque el hombre no ha cumplido nunca ni guardado ningún pacto que
haya hecho: (Han quebrado todos Mis pactos). Sin embargo, Abraham
se dispuso a hacer un pacto con Jehová. Dividió los sacrificios, y estaba
preparando convenientemente todas las cosas, cuando Jehová lo detuvo poniéndole
a dormir. En su sueño Abraham vio los símbolos de la presencia divina pasando
entre aquellas piezas del sacrificio, y aquel pacto fue realizado
incondicionalmente, un pacto eterno, el cual por tanto no podría nunca ser
quebrado. Es ese pacto, el territorio le fue ofrecido a
Abraham.
En Lucas 1 Jehová habla
del hijo de Zacarías, y de las misericordias que había prometido a los
padres. ¿Qué fue lo que les recordó? Su santo pacto. ¿Cuál pacto? ¿Sería el
pacto que Él hizo con Abraham otorgándole el territorio, una vez que nunca
llegaron a poseer la tierra de la manera como Jehová había mencionado en
Génesis 15? Israel había fracasado de igual modo que el hombre fracasó. Justo
igual que las naciones fracasaron. Israel fracasó a la hora de entrar a poseer
el territorio, y con el paso del tiempo fueron de ella expulsados. Después
vino el Hijo del Hombre como heredero del territorio. El
vino a los suyo (a sus posesiones) pero los suyos (su
propio pueblo) no le recibió. Él llegó siendo, como era, la
semilla de Abraham. No dice a sus simientes, como si hablara de
muchos, sino de su simiente, la cual es Cristo, pero sus derechos
fueron repudiados. Mientras Él estaba vivo, no tenía lugar donde
recostar su cabeza, y cuando murió le sepultaron en la tumba de otra
persona. Así, por tanto, Sus derechos como el Hijo de Abraham se
encuentran ahora en suspense. Así es como están las cosas en la “cuestión del
territorio”, queridos hermanos. La gente habla acerca de la cuestión del
territorio, pero esta cuestión no quedará resuelta hasta que el Hijo de
Abraham vuelva. Y la “cuestión del Medio Oriente”, que ocupa
continuamente los pensamientos de los políticos, no será resuelta hasta que
el Hijo de Abraham, nuestro bendito Señor Jesucristo, obtenga
Sus derechos.
EL
HIJO DE DAVID
Pero he aquí que Él
también era el hijo de David. Aquí tenemos la cuestión del
trono. El gobierno de Israel era una pura teocracia. Jehová fue su Rey, y el
pecado de Israel consistió en el repudio de Jehová como su Rey. No simplemente por
desear tener un hombre como su rey. Jehová no era el rey de las demás naciones,
no tenían a Jehová como su rey, pero
Israel sí que, de una especial manera, lo tenía. Y si usted lee la historia de
Israel encontrará que este es el punto que se resalta. Saúl fue ungido, pero
pronto fue puesto de lado. Es muy instructivo leer la historia de la unción de
David. (1 Samuel 16). Jehová les dio un rey en medio de Su enfado, y lo desechó
en Su ira. Después escogió a David. Eso es lo que significa cuando dice que
David era “un hombre conforme a su corazón”. Esto no quiere decir, como los
infieles no se cansan de repetir, que todo lo que David hizo en su vida fuese
conforme al corazón de Dios, sino que David fue el hombre que Jehová eligió.
Por eso está escrito de los otros hijos de Isaí: “Jehová no ha elegido a estos”, mientras se presentaban uno a uno en
frente de Samuel. Samuel preguntó a Isaí si estos eran todos sus hijos, y él
respondió: “Queda aun el menor que
apacienta las ovejas”. Así las guardaría Jesucristo después. Así guardaría
el verdadero David a Sus ovejas.
No
precisamos ver de cerca la historia de los reyes. Los reyes ha sido siempre un
fracaso. El mundo todavía no ha visto nunca un rey apropiado, porque el hombre
con su naturaleza caída nunca ha llegado a tomar el poder sin usarlo para su
propio beneficio. Usted haría lo mismo. Los hombres no pueden hacer un uso
correcto de los dones de Jehová, mientras
más grande sea el don que el hombre reciba, peor es el fracaso con respecto a
ese don. Es por eso que, en 2 Samuel 7, Jehová vuelve a hacer otro pacto incondicional con David. Este es el
capítulo del gran reino, y corresponde a Génesis 15, que es el capítulo de la
tierra. Como “hijo de Abraham” el
Señor Jesucristo es el heredero de la tierra, como “Hijo de David” Él es el heredero al trono.
Si vamos al libro de
apertura del Nuevo Testamento (Mateo), leemos, El libro de la genealogía de Jesucristo, hijo de David, hijo de
Abraham. El Señor Jesucristo vino como el último heredero de la familia de
David; con él acaba la genealogía; El fue repudiado como el Hijo de David. De él leemos que
el cetro real no saldría de Judá hasta que Shiloh llegase. Shiló vino, y
Shiloh murió, y entonces el cetro fue quitado. No fue quitado anteriormente,
una vez que la línea de David fue siendo siempre preservada; pero ahora que el
Señor Jesucristo yacía en la tumba sin vida, el cetro real fue quitado. Por
tanto, si el Señor Jesucristo no fuese el
Hijo de David, no habría esperanza alguna para Israel; no habría Rey para
Israel. La línea genealógica de David expiró en el Señor Jesucristo, que yacía
en la tumba, y allí acabaría toda esperanza para Israel; es decir, hubiese
acabado si Jehová no le hubiese levantado de entre los muertos como el Hijo de Jehová. El pueblo había
dicho, “no tenemos otro rey, sino Cesar”;
y han tenido un Cesar por su rey desde entonces, y su yugo ha sido amargo.
En este momento, los derechos reales del Hijo
de Jehová se encuentran en suspense. Pero llegará el día en el cual el va a
poseerlos y ejercerlos, y aquel que tiene derecho a reinar vendrá a tomar el
cetro real y ejercerá su derecho sobre una creación gloriosa.
EL HIJO DE JEHOVÁ
Ahora
toda esperanza se centra en Él como el Hijo resucitado de Jehová. Siendo como
es Hijo de Jehová Él debe obtener sus derechos. El Hijo de Jehová vino a este
mundo, y fue rechazado como el Hijo de Jehová, de la misma forma que fue
rechazado como "el Hijo de Abraham",
y como "Hijo de David", y
como “el Hijo del Hombre”. El Hijo
del Hombre vino. "En el cumplimiento
de los tiempos Jehová envió a su Hijo, nacido de mujer”. “Vino a los suyos, y
los suyos no le recibieron”. Ellos lo rechazaron. Ellos dijeron: “No queremos que éste hombre reine sobre
nosotros”. Y le llevaron a la muerte. Ellos dijeron: “Este es el heredero; venid, matémosle, y apoderémonos de su heredad”.
Esto es un gran misterio. La Escritura
nos dice que fue por ignorancia que ellos lo hicieron. Dice, en Hechos 13: “no le conocieron”. Y dijo el Señor
Jesucristo: “No saben lo que hacen”.
Sin embargo, una cosa sabían bien, sabían que él era inocente. El ladrón dijo:
“Él no ha hecho nada malo”. La esposa
de Pilato dijo: “No tengas nada que ver
con ese justo”. Pilato les dijo: “Yo
no encuentro ningún delito en él”. El centurión dijo: “Ciertamente este era un hombre justo”. E incluso Judas dijo: “Yo he pecado entregando sangre inocente”.
No le conocieron,
pero podrían haberle conocido. El Señor les había dicho: “Erráis, ignorando las Escrituras”, y es por eso que cometieron ese
terrible error. Ese fue el secreto de aquel grave pecado; ellos no conocían las Escrituras. Yo no
debería estar sorprendido de cualquier error que usted pueda cometer, o de cualquier
error en el que usted pueda caer, si usted ignora las Escrituras. “Erráis ignorando las Escrituras”. Ellos
erraron, no porque no tuviesen las Escrituras, sino porque no quisieron
conocerlas. Ese fue su pecado.
Ese
fue la falta que Cristo corrigió, incluso entre sus discípulos. Él dijo: “!Oh insensatos y tardos de corazón para
creer TODO lo que los profetas han dicho!” Ellos no creyeron “todo”. Ellos solo creyeron la parte que
quisieron creer, y rechazaron el resto.
Eso
es precisamente lo que la mayoría de los “cristianos” están haciendo hoy en
día. La Iglesia cree una parte de las Escrituras, no toda, y por tanto cada uno
es tan culpable como los judíos lo fueron rechazando los derechos del Señor
Jesucristo.
Los
judíos dijeron cuando él vino, que él no era suficientemente bueno, por tanto
lo rechazaron. La Iglesia dice hoy que el mundo no es suficientemente bueno
para Cristo; y de buena gana mantendrían a Cristo fuera.
Los
judíos aminoraron todas las profecías concernientes a los padecimientos de
Cristo, la Iglesia aminora todas las verdades relativas a la gloria futura de
Cristo, pensando que así honran a Cristo, repudiando tales “puntos de vista carnales”.
Los
judíos escogieron para sí solo una porción de la verdad y pusieron de parte el
resto, y así invalidaron o dejaron sin efecto las Escrituras. La Iglesia hace
la misma cosa hoy en día y deja de lado o repudia otra porción. Los judíos
dijeron: “Cuando el Mesías venga, subyugará
el mundo para nosotros”. La Iglesia dice: “Que el Mesías se quede donde está, y nosotros subyugaremos al mundo, y
lo convertiremos para Él”.
Así que todos son
igualmente culpables, si bien que la incredulidad judía no es tan mala como la
incredulidad cristiana.
Viene
un tiempo cuando “el Hijo del Hombre se
sentará en el trono de Su gloria”. Todavía no se ha sentado en él. En
Apocalipsis 3:21 está escrito: “Al que
venciere, le daré que se siente conmigo en mi trono, así como yo he vencido, y
me he sentado con mi Padre en su trono”. El está sentado ahora a la diestra
del Padre, en el trono del Padre, “esperando”
el tiempo en que se siente en Su propio trono. Él no está reinando todavía.
Pero nuestros amigos dicen: “Oh, sí, Él
reina en nuestros corazones”. Pero este no es el tema principal de la
profecía, sino que Él va a reinar sobre “el
trono de David”, sobre toda la tierra, y sobre todos los reinos de la
tierra. Sí, dele gracias a Jehová si es que Él reina en su corazón; pero esa no
es la cuestión que aquí estamos tratando. Además, la Iglesia no puede brindarle
un trono, incluso aunque tuviese el poder para ofrecérselo.
Él solo puede recibirlo de
parte de Jehová. Cuando estuvo en la tierra la gente quiso hacerle rey, pero él
no podía aceptar ese trono de ellos. Él lo recibirá de la manera apropiada por
Aquel que tiene el derecho de entregárselo. Además, la Iglesia sin él es
absolutamente incapaz, y nada puede hacer sin Él en el mundo.
Ya hemos visto que fue
repudiado como el Hijo de Abraham, como
el Hijo de David, como el Hijo del Hombre y como el Hijo de Jehová. Pero, sin embargo,
Él declaró “Mi consejo permanecerá, y haré
todo lo me he propuesto”. La demandas del Heredero se mantienen en suspense.
En Hebreos 1, se le denomina
el “Heredero de todo”, y los derechos
reclamados del heredero no fueron satisfechos por el evangelio. No se alcanzan
por nada de lo que el evangelio pueda cumplir. Incluso suponiendo que todo el
mundo se convirtiera, y que todas las iglesias se llenasen, aun así no puede
haber un milenio sin Cristo. Él es el centro del milenio. Y, además, aquel no
sería el mundo con la condición que los profetas predijeron; la maldición no
sería de esa forma removida; la muerte no sería destruida; no cesaría el
quebranto de los corazones.
Nada puede satisfacer el
reclamo del heredero, a no ser el cumplimiento de las escrituras de verdad. Los
políticos bien pueden predicar acerca de la paz universal; pero paz no habrá hasta
que el Príncipe de paz venga. La
crueldad y la opresión van a continuar existiendo hasta que el Hijo del Hombre venga para remover la
maldición en la tierra. ¡Oh, bendita esperanza, queridos amigos! ¡Qué gran
bendición es pensar acerca de estos gloriosos “derechos” del Señor Jesucristo!
¿Cuál ha sido la única consecuencia
del repudio de la Iglesia hacia estos derechos? ¡La Iglesia a sí misma se ha
metido en serios apuros! Todas las cosas se hallan en una tremenda confusión
por la terrible apostasía que asienta en su seno. La corrupción eclesiástica
sobreabunda. Solamente la bendita esperanza del retorno de Cristo puede
solucionar el problema de todas las falsas religiones, porque todas las falsas
religiones usurpan los derechos del Señor Jesucristo. Usurpan Sus derechos
Sacerdotales, puesto que reclaman para sí el perdón de los pecados. Usurpan Sus
derechos Reales, puesto que quieren gobernar el mundo. Usurpan Sus derechos
como Profeta, porque anulan Su palabra y la sustituyen por sus tradiciones.
Pero una vez que usted se apropia de los derechos del Señor Jesucristo, y da
testimonio de Él, esto le pone fin a toda la falsa religión. Nada hay que
asiente en usted estos derechos de manera eclesiástica, política y socialmente,
excepto esta preciosa verdad. Nada queda para la Iglesia y para el mundo sino
el juicio, el tremendo juicio, el cual descenderá brevemente sobre la cristiandad
apóstata.
Ahora, por tanto, el Heredero
está aguardando por su heredad; el Rey está esperando por Su trono; el hombre está
a espera del dominio universal; el tabernáculo de David está aguardando para
ser erguido; el templo para ser edificado; los judíos aguardan por su
territorio; y así espera todo hasta que llegue el tiempo en que se cumpla la
gloriosa profecía: “Miraba yo en la
visión de la noche, y he aquí con las nubes del cielo venía uno como un hijo de
hombre que vino hasta el Anciano de días, y le hicieron acercarse delante de
él. Y le fue dado dominio, gloria y reino para que todos los pueblos, naciones
y lenguas le sirvieran; su dominio es dominio eterno, que nunca pasará, y su
reino uno que no será destruido” (Daniel 7:13-14). Amén.
E.W. BULLINGER
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