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LA NATURALEZA DE LA CREENCIA- FRAGMENTO 4 DEL LIBRO "UNA ASOCIACIÓN PODEROSA-LA COMUNIÓN DE LOS CREYENTES" Por Ken Petty

CAPÍTULO TRES


Hebreos 11:1:
Es, pues, la fe la certeza de lo que se espera, la convicción de lo que no se ve.

La palabra “fe” podría haberse traducido como “creencia”. La palabra “certeza” proviene de la palabra griega hupostasis, de hupo, que significa “debajo de”, y stasis, que significa “estar de pie”. Por lo cual, esta palabra hupostasis la podríamos definir como lo  que está de pie debajo de aquellas cosas que son objeto de nuestra esperanza. Es por tanto el suelo o la base sobre el cual se edifican nuestras esperanzas. Por ejemplo, ahora estamos esperando nuestros nuevos cuerpos. La base de nuestra esperanza, no es algo que podamos ver con nuestros cinco sentidos, la base de nuestra esperanza es la creencia o convicción de la promesa dada en la Palabra escrita de que tendremos esos nuevos cuerpos. Una vez que no se puede ver aquello por lo que esperamos, no podemos jamás edificar la esperanza sobre una realidad visible. La palabra que se traduce “certeza” era usada muy a menudo por los griegos con el sentido de “titulo de propiedad”. Entre los griegos, hupostasis  se utilizaba para definir un término legal de todo el conjunto de documentos concernientes a la propiedad de una persona, estos eran depositados en archivos y constituían la prueba de propiedad.

La versión Berkeley de la Biblia traduce así Hebreos 11:1: “Pero la fe forma un suelo firme para aquello por lo que se tiene esperanza, una convicción de realidades que no se ven”. Y Wuest hace la siguiente traducción: “Ahora bien, la fe es el título de propiedad de aquello por lo que se tiene esperanza, la prueba de las cosas que no se pueden ver”. Una vez que no estamos presentemente en posesión de las cosas que esperamos, la única prueba que tenemos de que son nuestras es creer que Dios es fiel y verdadero a Su Palabra y a Sus promesas. Solo por esto estamos convencidos de esas cosas, aun cuando no las veamos.

Las palabras “lo que se espera” se refieren a todo lo que no poseemos presentemente. Esperar siempre indica algo que se encuentra en el futuro. Este versículo combina convicción y esperanza. La convicción o creencia es el titulo de propiedad que nos garantiza las cosas que son objeto de nuestra esperanza. ¿Se puede decir que un título de propiedad nos hace poseedores de los bienes? Claro que sí, ¿Indica posesión inmediata? No necesariamente. Yo podría tener el título de propiedad de mi camioneta, pero si alguien se la hubiera robado, ellos tendrían posesión de ella, aunque yo fuera el legítimo dueño. Imaginemos, por ejemplo, que pagué en efectivo la totalidad del dinero para la adquisición de un mueble a un carpintero de buena reputación y de quien he recibido un talón de compra. Una vez que el carpintero no tenía disponible en sus almacenes el mueble encargado, me dio un plazo de seis semanas para entregármelo en mi domicilio. La factura de compra prueba que yo soy el propietario de dicho mueble, pero todavía no lo tengo en mi posesión. Hasta que llegue a mi casa, tengo la esperanza, o sea que estoy en expectativa confiada de que se va a entregar el sofá a mi casa. De la misma manera, como creyentes renacidos, tenemos ciertas promesas de cosas que no serán obtenidas en esta vida presente, tal como el nuevo cuerpo y nuestra herencia plena. Tenemos el título de propiedad para esas cosas, aunque no tenemos actualmente posesión de ellas.

JEREMÍAS ADQUIRIÓ UN CAMPO


El capítulo 32 del libro de Jeremías contiene un registro de la compra de un campo a su primo. En aquel tiempo el ejército de Babilonia tenía cercada la ciudad de Jerusalén, y Jeremías acababa de profetizar que Judá sería derrotado por sus enemigos y usurparían toda la tierra. Esa era la circunstancia que reinaba cuando Dios le dijo a Jeremías que comprase la tierra y de que cerrase el negocio con la evidencia de testigos.

Jeremías 32:6 Dijo Jeremías: Palabra de Jehová vino a mí, diciendo: 32:7 He aquí que Hanameel hijo de Salum tu tío viene a ti, diciendo: Cómprame mi heredad que está en Anatot; porque tú tienes derecho a ella para comprarla.
32:8 Y vino a mí Hanameel hijo de mi tío, conforme a la palabra de Jehová, al patio de la cárcel, y me dijo: Compra ahora mi heredad, que está en Anatot en tierra de Benjamín, porque tuyo es el derecho de la herencia, y a ti corresponde el rescate; cómprala para ti. Entonces conocí que era palabra de Jehová.
32:9 Y compré la heredad de Hanameel, hijo de mi tío, la cual estaba en Anatot, y le pesé el dinero; diecisiete siclos de plata.
32:10 Y escribí la carta y la sellé, y la hice certificar con testigos, y pesé el dinero en balanza.
32:11 Tomé luego la carta de venta, sellada según el derecho y costumbre, y la copia abierta.
32:12 Y di la carta de venta a Baruc hijo de Nerías, hijo de Maasías, delante de Hanameel el hijo de mi tío, y delante de los testigos que habían suscrito la carta de venta, delante de todos los judíos que estaban en el patio de la cárcel.

A cambio de diecisiete siclos de plata, Jeremías recibió el título de propiedad.

Versículos 13-15:
Y di orden a Baruc delante de ellos diciendo:
Así ha dicho Jehová de los ejércitos, Dios de Israel: Toma estas cartas, esta carta de venta            sellada, y esta carta abierta, y ponlas en una vasija de barro, para que se conserven muchos días.
Porque así ha dicho Jehová de los ejércitos, Dios de Israel: Aún se comprarán casas, heredades y viñas en esta tierra.

Que tiempo tan inoportuno para comprar una propiedad – Justo cuando tu enemigo está preparado y listo para conquistar la tierra. Sería como invertir en acciones antes de un derrumbe en la bolsa. Jeremías se cuestionaba el porqué Dios le movió a realizar esta compra, por eso le preguntó, y Dios le dio esta respuesta:

Versículos 16, 24-28, y de 42-44:
Y después que di la carta de venta a Baruc hijo de Nerías, oré a Jehová, diciendo:
He aquí que con arietes han acometido la ciudad para tomarla, y la ciudad va a ser             entregada en manos de los caldeos que pelean contra ella, a causa de la espada, del hambre y de la  pestilencia; ha venido, pues, a suceder lo que tu dijiste, y he aquí lo estás viendo.
¡Oh Señor Jehová! ¿Y tu me has dicho: Cómprate la heredad por dinero, y pon testigos; aunque la ciudad sea entregada en manos de los caldeos?
Y vino palabra de Jehová a Jeremías diciendo:
He aquí que yo soy Jehová, Dios de toda carne; ¿Habrá algo que sea difícil para mí?
Por tanto, así ha dicho Jehová: He aquí voy a entregar esta ciudad en manos de los         caldeos, y en mano de Nabucodonosor rey de Babilonia, y la tomará.
Porque así ha dicho Jehová: Como traje sobre este pueblo todo este gran mal, así             traeré sobre ellos todo el bien que acerca de ellos hablo.
Y poseerán heredad en esta tierra de la cual vosotros decís: Esta desierta, sin hombres y sin animales, es entregada en manos de los caldeos.
Heredades comprarán por dinero, y harán escrituras y las sellarán y pondrán testigos, en tierra de Benjamín y en los contornos de Jerusalén, y en las ciudades de Judá; y en las ciudades de las montañas, y en las ciudades de la Sefela, y en las ciudades del Neguev; porque yo haré regresar sus cautivos, dice Jehová.

Poco tiempo después de que Jeremías comprase esta heredad, el ejército de Babilonia tomó la ciudad. Él poseía el título de propiedad, la prueba de que era suya, incluso aunque que no pudiese estar en una física posesión de ella. El verdadero título de propiedad, no obstante, no era el documento legal sino su convicción y creencia en lo que Dios le había dicho. La evidencia que le daban los cinco sentidos en cuanto al momento de la compra se encontraba completamente desprovista de esperanza. La nación iba a ser entregada al pillaje y a la destrucción sin que se vislumbrase posibilidad alguna para su restauración. Pero la esperanza de Jeremías, sin embargo, fue aquella restauración. Creencia fue el título de propiedad de las cosas por las que tenia esperanza, la prueba de lo que no se podía ver.

Ya hemos visto en nuestro estudio anterior que el periodo por el que se prolongó la cautividad de Israel fueron setenta años. Jeremías probablemente no estaría vivo al final de estos setenta años. Los herederos de Jeremías podrían entonces usar ese título de propiedad para tomar posesión de la tierra. Vamos a suponer, no obstante, que ellos no supiesen que Jeremías hubiese adquirido la tierra o que no se atreviese a reclamar aquello que le pertenecía por derecho. Aunque tuviesen el título de propiedad, no podría beneficiarse de su derecho legal sobre la tierra.

Hasta que cualquier cosa llega a estar disponible, podemos creer la promesa y esperar por su cumplimiento. Pero una vez que se hace disponible, nos apropiamos de ella por la creencia. Puesto que creer es el título de propiedad para recibir las cosas que no están presentemente disponibles, se debe tomar posesión de aquellas cosas que sí están disponibles ahora. Así que, por su propia naturaleza, debemos concluir que, la creencia debe ser agresiva.

LA PROMESA DE LA TIERRA DE CANAÁN A ISRAEL


Vamos a considerar ahora la promesa de la tierra de Canaán a los hijos de Israel.

Éxodo 3:7 y 8:
Dijo luego Jehová: Bien he visto la aflicción de mi pueblo que está en Egipto, y he oído su clamor a causa de sus exactores; pues he conocido sus angustias,
Y he descendido para librarlos de manos de los egipcios, y sacarlos de aquella tierra a una tierra buena y ancha, a tierra que fluye leche y miel, a los lugares del cananeo, del heteo, del amorreo, del ferezeo, del heveo y del jebuseo.

Observe los dos aspectos de la promesa de Dios. Primero les dijo que los sacaría y los libraría de la esclavitud que sufrían en Egipto. Y en segundo lugar que los traería e introduciría en la tierra prometida.

Éxodo 4:28-31:
Entonces contó Moisés a Aarón todas las palabras de Jehová que le enviaba, y todas las señales que le había dado.
Y fueron Moisés y Aarón, y reunieron a todos los ancianos de los hijos de Israel.
Y habló Aarón acerca de todas las cosas que Jehová había dicho a Moisés, e hizo las señales delante de los ojos del pueblo.
Y el pueblo creyó...

Este pueblo de Israel tuvo la promesa de Dios y cuando ellos la creyeron, recibieron el título de propiedad. En ese momento, todavía se encontraban en Egipto, a muchos kilómetros de distancia de la tierra de Canaán. Ya que todavía no estaba disponible tomar posesión de la tierra, solamente podían tener esperanza en la promesa. Pero, mientras que Dios los estaba sacando de Egipto, el ejército de los egipcios los persiguió hasta el Mar Rojo y fue destruido.

Éxodo 14:21-31:
Y extendió Moisés su mano sobre el mar, he hizo Jehová que el mar se retirase por recio viento oriental toda aquella noche; y volvió el mar en seco, y las aguas   quedaron divididas.
Entonces los hijos de Israel entraron por en medio del mar, en seco, teniendo las aguas como muro a su derecha y a su izquierda.
Y siguiéndolos los egipcios, entraron tras ellos hasta la mitad del mar, toda la caballería de Faraón, sus carros y su gente de a caballo.
Aconteció a la vigilia de la mañana, que Jehová miró el campamento de los egipcios desde la columna de fuego y nube; y trastornó el campamento de los egipcios,
Y quitó las ruedas de sus carros, y los trastornó gravemente. Entonces los egipcios          dijeron: Huyamos de delante de Israel, porque Jehová pelea por ellos contra los egipcios.
Y Jehová dijo a Moisés. Extiende tu mano sobre el mar, para que las aguas  vuelvan sobre los egipcios, sobre sus carros y sobre su caballería.
Entonces Moisés extendió su mano sobre el mar, y cuando amanecía, el mar se    volvió en toda su fuerza, y los egipcios al huir se encontraban con el mar; y Jehová derribó a los egipcios en medio del mar.
Y volvieron las aguas, y cubrieron los carros y la caballería, y todo el ejército de Faraón que había entrado tras ellos en el mar; no quedó de ellos ni uno.
Y los hijos de Israel fueron por en medio del mar, en seco, teniendo las aguas por            muro a su derecha y a su izquierda.
Así salvó Jehová aquel día a Israel de mano de los egipcios; e Israel vio a los egipcios muertos a la orilla del mar.
Y vio Israel aquel grande hecho que Jehová ejecutó contra los egipcios; y el pueblo temió a Jehová, y creyeron a Jehová y a Moisés su siervo.

Hasta este punto llegaba la colaboración del trabajo entre el Señor y su siervo Moisés. El pueblo solamente está dispuesto a creer solo cuando ve señales y maravillas. Sin embargo ellos lo hicieron, creyeron que Dios los traería la tierra prometida.

Éxodo 15: 1-21:
Entonces cantó Moisés y los hijos de Israel este cántico a Jehová, y dijeron:
Cantaré yo a Jehová, porque se ha magnificado grandemente;
Ha echado en el mar al caballo y al jinete.
Jehová es mi fortaleza y mi cántico, y ha sido mi salvación. Este es mi Dios y lo   alabaré; Dios de mis padre y lo enalteceré.
Jehová es varón de guerra; Jehová es su nombre.
Echó en el mar los carros de Faraón y su ejército; y sus capitanes escogidos fueron hundidos en el Mar Rojo.
Los abismos los cubrieron; descendieron a las profundidades como piedra.
Tu diestra, Oh Jehová, ha sido magnificada en poder; Tu diestra ha quebrantado al         enemigo.
Y con la grandeza de tu poder has derribado a los que se levantaron contra ti.
Enviaste tu ira; los consumió como a hojarasca.
Al soplo de tu aliento se amontonaron las aguas; se juntaron las corrientes como en un montón.
Los abismos se cuajaron en medio del mar.
El enemigo dijo: Perseguiré, apresaré, repartiré despojos; mi alma se saciará de ellos; sacaré mi espada, los destruirá mi mano.
Soplaste con tu viento; los cubrió el mar; se hundieron como plomo en las impetuosas aguas.
¿Quién como tú, Oh Jehová, entre los dioses? ¿Quién como tu magnífico en  santidad, terrible en maravillosas hazañas, hacedor de prodigios?
Extendiste tu diestra; la tierra los tragó.
Condujiste en tu misericordia a este pueblo que redimiste; lo llevaste con tu poder a tu santa morada.
Lo oirán los pueblos y temblarán; se apoderará dolor de la tierra de los filisteos.
Entonces los caudillos de Edom se turbarán, a los valientes de Moab les sobrecogerá temblor. Se acobardarán todos los moradores de Canaán.
Caiga sobre ellos temblor y espanto; a la grandeza de tu brazo enmudezcan como  una piedra; hasta que haya pasado tu pueblo, Oh Jehová, hasta que haya pasado este pueblo que tu rescataste.
Tú los introducirás y los plantarás en el monte de tu heredad, en el lugar de tu  morada, que tu has preparado, Oh Jehová, en el santuario que tus manos, Oh  Jehová, han afirmado.
Jehová reinará eternamente y para siempre.
Porque Faraón entró cabalgando con sus carros y su gente de a caballo en el mar,            y Jehová hizo volver las aguas sobre ellos; más los hijos de Israel pasaron en seco  por en medio del mar.
Y María la profetisa, hermana de Aarón, tomó un pandero en su mano, y todas las          mujeres salieron en pos de ella con panderos y danzas.
Y María les respondía: Cantad a Jehová porque en extremo se ha engrandecido: Ha echado en el mar al caballo y al jinete.
  

LA CREENCIA DE ISRAEL SE EROSIONA EN EL DESIERTO


Continuando la narración, encontramos que tan solo tres días después de esta tremenda alegría la actitud de Israel cambia por completo.

Versículos 22-24:
E hizo Moisés que partiese Israel del Mar Rojo, y salieron al desierto de Shur; y anduvieron tres días por el desierto sin hallar agua.
Y llegaron a Mara, y no pudieron beber las aguas de Mara porque eran amargas, por eso le pusieron el nombre de Mara.
Entonces el pueblo de Israel murmuró contra Moisés, y dijo: ¿Qué hemos de  beber?

¿Adónde se fue todo el entusiasmo y toda la confianza que habían depositado en el Señor? Tal vez para ellos al desierto de Shur hubiese sido mejor darle el nombre de “no estamos tan seguros”. Tres días en el desierto bastaron para que su confianza comienza a evaporase. Sus gargantas sedientas les dificultaban acordarse del milagro  del Mar Rojo. Es fácil ser creyente tipo Mar Rojo; pero se hace difícil ser un creyente tipo desierto. La verdadera prueba de nuestra creencia se da cuando somos confrontados con los obstáculos y desiertos de la vida. ¿Será que Dios puede ser fiel a sus promesas en medio de circunstancias negativas de los sentidos?

Versículos 25 y 26:
Y Moisés clamó a Jehová, y Jehová le mostró un árbol; y lo echó en las aguas, y   las aguas endulzaron, Allí les dio estatutos y ordenanzas, y allí los probó.
Y dijo: Si oyereis atentamente la voz de Jehová tu Dios, e hicieres lo recto delante de sus ojos, y diereis oído a sus mandamientos, y guardares todos sus estatutos,  ninguna enfermedad de las que envié a los egipcios te enviaré a ti; porque yo soy Jehová tu sanador.

Dios suplió todas sus necesidades, pero comenzando a probarlos se verificó hasta que punto estaban dispuestos a seguir creyendo, cuando se encontraban cara a cara con las dificultades del desierto.

Éxodo 16: 1-3:
Partió luego de Elim toda la congregación de los hijos de Israel, y vino al desierto  de Sin que está entre Elim y Sinaí, a los quince días del segundo mes después que salieron de la tierra de Egipto.
Y toda la congregación de los hijos de Israel murmuró contra Moisés y Aarón en  el desierto;
Y les decían los hijos de Israel: Ojalá hubiéramos muerto por manos de Jehová en la tierra de Egipto, cuando nos sentábamos a las ollas de carne, cuando comíamos  pan hasta saciarnos; pues nos habéis sacado a este desierto para matar de hambre a  toda esta multitud.

Aquí estaban, pocas semanas después de que hubiesen presenciado el gran milagro del Mar Rojo. Recuerde que habían dejado atrás la tierra de Egipto con su título de propiedad de la tierra prometida, pues habían creído la promesa de Dios. Pero no estaban asidos ahora a aquel título de propiedad tan fuertemente como antes. Ahora, en vez de esperar la herencia prometida, lo que esperaban era morir de inanición en el desierto. ¿Cómo podían estar seguros de que no morirían de inanición en el desierto? ¿No habían recibido la promesa de parte de Dios de que los introduciría en una tierra donde fluía leche y miel? ¿Les habló algo sobre que enterrarían sus cuerpos muertos en tal tierra? Si Dios los va a llevar hasta la tierra prometida, debió ser necesario que Él tome cuenta de todas sus necesidades hasta que lleguen. Todo lo que tenían que hacer era creer y estar seguros de la promesa de Dios. Dios los está probando, y parece que ellos están fracasando en la prueba.
Dios los volvió a probar más adelante enviándoles el maná diariamente, pero aun así ellos no aprendieron a confiar en Sus promesas. Durante cerca de un año y medio, anduvieron los hijos de Israel a través del desierto. Durante ese periodo, solamente podían tener esperanza por la tierra que Dios les había prometido.

DOCE HOMBRES ESPÍAN LA TIERRA


Ahora vamos a estudiar un registro que sucedió muy poco tiempo antes de que pudiesen entrar y tomar posesión de la tierra prometida.

Números 13:1-3:
Y Jehová habló a Moisés diciendo:
Envía tu hombres que reconozcan la tierra de Canaán, la cual yo doy a los hijos de          Israel; de cada tribu de sus padres enviaréis un varón, cada uno príncipe entre    ellos.
Y Moisés los envió desde el desierto de Parán. Conforme a la palabra de Jehová; y         todos aquellos varones eran príncipes de los hijos de Israel.

Todos estos hombres que fueron enviados a espiar la tierra eran príncipes en las respectivas tribus y líderes de los hijos de Israel. Eran hombres con una enorme influencia que inspiraban mucho respeto en la congregación de Israel, desde el versículo 4 hasta el 15 se nos dan a conocer sus nombres, pero los únicos que vale la pena recordar son los de Caleb y Oseas (Josué). Los otros diez hombres resultaron ser un fracaso que envenenaría a toda la congregación con su incredulidad.

Versículos 16-20:
Estos son los nombres de los varones que Moisés envió a reconocer la tierra y a    Oseas hijo de Nun le puso Moisés el nombre de Josué.
Los envió, pues, Moisés a reconocer la tierra de Canaán, diciéndoles: Subid de    aquí al Neguev, y subid al monte,
Y observad la tierra cómo es y el pueblo que la habita, si es fuerte o débil, si poco o numeroso;
Y cómo es la tierra habitada si es buena o mala; y cómo son las ciudades habitadas, si son campamentos o plazas fortificadas;
Y cómo es el terreno si es fértil o estéril, si en él hay árboles o no; y esforzaos, y tomad del fruto del país.

Moisés los envió para que reconociesen la tierra. Estos hombres fueron para saber si la tierra era fructífera, y la fuerza y el número  de sus habitantes. Fueron para recoger y traer de vuelta toda esta información. Su misión no incluía determinar si los hijos de Israel estaban, o no, capacitados para tomar la tierra. Puesto que, eso ya había sido prometido por Dios.

Versículos 21-27:
Y ellos subieron, y reconocieron la tierra desde el desierto de Zin hasta Rehob, entrando en Hamat
Y subieron al Neguev y vinieron hasta Hebrón; y allí estaban Ahimán, Sesai y Taimai, hijos de Anac. Hebrón fue edificada siete años antes de Zoan en Egipto.
Y llegaron hasta el arroyo de Escol, y de allí cortaron un sarmiento con un racimo  de uvas, el cual trajeron dos en un palo, y de las granadas y de los higos.
Y se llamó aquel lugar el Valle de Escol, por el racimo que cortaron de allí los hijos de Israel.
Y volvieron de reconocer la tierra al fin de cuarenta días.
Y anduvieron y vinieron a Moisés y a Aarón, y a toda la congregación de los hijos de Israel, en el desierto de Parán, en Cades, y dieron la información a ellos y a   toda la congregación, y les mostraron el fruto de la tierra.
Y les contaron, diciendo: Nosotros llegamos a la tierra a la cual nos enviaste, la que ciertamente fluye leche y miel; y este es el fruto de ella.

El fruto que trajeron era la prueba que confirmaba la promesa de Dios, era una tierra abundante.

Versículos 28 y 29:
Más el pueblo que habita aquella tierra es fuerte y las ciudades muy grandes y     fortificadas; y también vimos allí a los hijos de Anac.
Amalec habita el Neguev, y el heteo, el jebuseo y el amorreo habitan en el monte, y el cananeo habita junto al mar, y a la ribera del Jordán.

Aquí comienzan los problemas, “mas” es la palabra “pero”. Cuando Dios hace una promesa, no hay “pero” que valga. Debemos mantener bien lejos nuestros “pero”. Diez de los hombres que fueron a reconocer la tierra volvieron con una temida  enfermedad. Tenían un terrible “itis”, pero no era bronquitis, ni pancreatitis ni meningitis. La enfermedad que les afligía era la enfermedad de la incredulidad:  amalecitis, heteítis, jebuseítis, amorreítis y cannaneítis. Como vemos, era una enfermedad sumamente contagiosa.

Versículo 30:
Entonces Caleb hizo callar al pueblo delante de Moisés, y dijo: Subamos luego, y            tomemos posesión de ella; porque más podremos nosotros que ellos.

Caleb hizo callar al pueblo, porque los otros hombres los habían agitado. Estos diez hombres no estaban sólo dando los hechos. Ellos obviamente estaba enturbiando los hechos. Las palabras de Caleb estaban de acuerdo con las Palabras de Dios. Él les había prometido aquella tierra. Durante el último año y medio tuvieron el título de propiedad de la tierra por la cual habían tenido esperanza. Ahora estaban en posición para tomar posesión de la tierra. Caleb dijo: “Subamos luego, y tomemos posesión de ella”. Ya había pasado el tiempo para tener esperanza. Ahora era el tiempo de actuar conforme a su creencia. La creencia debe tomar posesión de aquellas cosas que están presentemente disponibles. No puede permanecer en la etapa de esperar.

Versículos 31-33:
Más los varones que subieron con él, dijeron: No podremos subir contra aquel pueblo, porque es más fuerte que nosotros.
Y hablaron mal entre los hijos de Israel de la tierra que habían reconocido,  diciendo: La tierra por donde pasamos para reconocerla, es tierra que traga a sus  moradores; y todo el pueblo que vimos en medio de ella son hombres de grande estatura.
También vimos allí gigantes, hijos de Anac, raza de los gigantes, y éramos nosotros, a nuestro parecer, como langostas; y así les parecíamos a ellos.

Estos diez hombres ofrecieron sus propios comentarios sobre los hechos. ¿Piensan ustedes que estos doce hombres que espiaron la tierra se habían dividido en dos grupos y fueron en diferente dirección? – ¿Acaso Caleb y Josué viajaron en una dirección y los otros diez fueron por otra dirección? ¿Sería posible que aquellos diez encontrasen grandes ciudades fortificadas con habitantes gigantescos, mientras que Caleb y Josué encontraron pigmeos armados de estacas que moraban en chozas de lodo? ¿Se dieron cuenta los diez de la imposibilidad de luchar contra los poderosos ejércitos que habían visto, mientras que Josué y Caleb estaban confiados en derrotar a los infelices con que se cruzaron en la parte que les toco espiar? Ciertamente que no.
La lección que podemos aprender de este registro es que no son las circunstancias mismas las que nos derrotan o nos permiten ser victoriosos; es el “cómo” miramos a la circunstancia. La totalidad de los doce vieron las mismas ciudades y los mismos habitantes. Pero las vieron desde perspectivas diferentes. Diez de ellos dijeron sobre lo que habían visto: “No estamos capacitados para oponernos contra aquellos habitantes, porque son más fuertes que nosotros”. Compararon la fuerza de sus enemigos con sus propias fuerzas. Simplemente dejaron a Dios fuera de sus cálculos. Dos hombres, sin embargo, dijeron: “Más podremos nosotros que ellos”, porque sabían que Dios estaba con ellos.
Los diez y, además, como veremos, la congregación de Israel querían que Dios destruyese al enemigo de la misma manera que lo había hecho en el Mar Rojo, así podrían entrar en la tierra sin librar ninguna batalla. No querían actuar ni andar por la promesa de Dios. Esperaban que Dios se encargara Él Mismo de todo. Este es el mismo problema que manifiestan muchos cristianos hoy en día. Están esperando que Dios se deshaga de todos los obstáculos en sus vidas. No se dan cuenta de que Dios se encarga de las circunstancias negativas en nuestra vida según actuamos, según tomamos el título de propiedad y reclamamos la posesión.

Traducción española por Juan Luis Molina 

Con una revisión de Claudia Juárez Garbalena

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