ORACIÓN Y DOMINIO - 2o. FRAGMENTO DEL LIBRO "UNA ASOCIACIÓN PODEROSA-LA COMUNIÓN DE LOS CREYENTES". Por Ken Petty
Santiago 5:17 y 18
Elías era hombre sujeto a pasiones
semejantes a las nuestras, y oró fervientemente para que no lloviese, y no llovió sobre la tierra por tres
años y seis meses.
Y otra vez oró, y el cielo dio lluvia, y
la tierra produjo su fruto.
Esto quiere decir que si Elías no hubiese
orado fervientemente para que no hubiese lluvia en esos tres años y medio, la
lluvia hubiese caído durante ese mismo tiempo. Recordemos que Elías le dijo a
Acab que la sequía permanecería de acuerdo a su palabra. El hizo esta
declaración en perfecta armonía y conjunción con Dios. Y cuando Elías lo dijo
tres años y medio después volvió la lluvia. Además, tenemos que tener en cuenta
y se nos dice que Elías era un hombre con las mismas fragilidades y
sentimientos humanos que nosotros. Estaba sujeto a los mismos temores y dudas
que nosotros. Pudo pensar que la tarea que se le dio era demasiado grande para
él. Y lo era. Pero Elías estaba en sociedad y comunión con Dios. Si Elías no
hubiese tenido esa estrecha asociación con Dios, la voluntad de Dios no se
podría haber llevado a cabo. Elías oró y actuó por revelación.
¿Por qué es tan necesaria la oración para
Dios? ¿Por qué, simplemente, no hace Dios aquello que determina? Porque Dios le
ha dado al hombre el dominio sobre la tierra. Orar no es meramente una
ocupación. Dios nos ha dado a nosotros autoridad. Algunas veces ejercitaremos
esa autoridad preguntándole a Dios si puede hacer algo para respaldarnos. Otras
veces la ejercitaremos actuando conforme a la Palabra que nos haya revelado.
Debemos pasar tiempo en oración para que cuando la situación lo demande,
podamos actuar con toda la autoridad.
1ª Reyes 18:41-46:
Entonces Elías dijo a Acab: Sube, come y
bebe; porque una lluvia grande se oye
Acab subió a comer y a beber, y Elías
subió a la cumbre del Carmelo, y postrándose
en tierra, puso su rostro entre las rodillas.
Y dijo a su criado: sube ahora, y mira
hacia el mar. Y él subió, y miró, y dijo: No hay
nada. Y él le volvió a decir: Vuelve siete veces.
A la séptima vez dijo: Yo veo una pequeña
nube como la palma de la mano de un hombre,
que sube del mar. Y él dijo: Vé, y dí a Acab: Unce tu carro y desciende, para que la lluvia no te ataje.
Y aconteció, estando en esto, que los
cielos se oscurecieron con nubes y viento, y hubo
una gran lluvia. Y subiendo Acab, vino a Jezreel.
Y la mano de
Jehová estuvo sobre Elías, el cual ciñó sus lomos, y corrió delante
de Acab hasta
llegar a Jezreel.
A los cinco sentidos no había señal de que
fuese a llover. Elías debió recibir una revelación audible de parte de Dios.
Entonces fue cuando le declaró al rey que llovería. Debió de estar plenamente
persuadido de lo que Dios le había revelado para poder haber hecho esta declaración.
Después de esta denodada declaración, Elías se puso en la cumbre del Monte Carmelo,
se postró y puso su faz entre sus rodillas. Esto coincide con el libro de
Santiago y su registro de que Elías oró para que lloviese. Después, siete veces
envió a su siervo para que mirase al cielo buscando nubes, y seis veces le dijo
su siervo que el cielo estaba limpio y sin nubes. A la séptima, su siervo le
dijo que apareció una pequeña nube en el horizonte. Inmediatamente después,
Elías envió su siervo a Acab para avisarle antes que la lluvia le hiciese
imposible la travesía. Elías sabía que no sería una lluvia suave, sino una gran
tempestad. Eso fue exactamente lo que sucedió, y sucedió de acuerdo a la
revelación que Dios le había dado a Elías. Elías oró, y Elías actuó. Ciertamente
que podemos ver la poderosa y estrecha relación que existe entre la oración y la
autoridad.
En Filipenses 2:13 se nos declara que es
Dios Quien trabaja en nosotros para que nuestro deseo sea el hacer lo que Él
quiere que sea hecho. Siempre que estemos conscientes de que Dios está
trabajando en nosotros, sabremos cuando debemos orar y cuando debemos ejercitar
nuestro dominio y orden para que las cosas sucedan.
Otro episodio que nos relata la autoridad
que se ejercita en la oración es la intercesión que Moisés hizo por el pueblo
de Israel después de que el pueblo se rehusase a entrar en la tierra prometida.
Esto sucedió poco tiempo antes de que la gente de Israel fracasase en su
intento de tomar la tierra sin el consentimiento de Dios y por ellos mismos.
Números 14:11-20:
Y Jehová dijo a Moisés: ¿Hasta cuando me
ha de irritar este pueblo? ¿Hasta cuando
no me creerán, con todas las señales que he hecho en medio de ellos?
Yo los heriré en mortandad y los
destruiré, y a ti te pondré sobre gente más grande y más fuerte que ellos.
Pero Moisés respondió a Jehová: Lo oirán
luego los egipcios, porque de en medio de
ellos sacaste a este pueblo con tu poder;
Y lo dirán a los habitantes de esta
tierra, los cuales dirán luego que tu, oh Jehová, estabas en medio de este pueblo, que cara a cara aparecías
tu, oh Jehová, y que tu nube estaba
sobre ellos, y que de día ibas delante de ellos en columna de nube, y de noche en columna de fuego;
Y que has hecho morir a este pueblo como
un solo hombre; y las gentes que hubieren
oído tu fama hablarán, diciendo:
Por cuanto no pudo Jehová meter este
pueblo en la tierra de la cual les había jurado,
los mató en el desierto.
Ahora, pues, yo te ruego que sea
magnificado el poder del Señor, como lo hablaste,
diciendo:
Jehová, tardo para la ira, y grande en
misericordia, que perdona la iniquidad y la rebelión,
aunque de ningún modo tendrá por inocente al culpable; que visita la maldad de los padres sobre los hijos
hasta los terceros y hasta los cuartos.
Perdona ahora la iniquidad de este pueblo
según la grandeza de tu misericordia, y como
has perdonado a este pueblo desde Egipto hasta aquí.
Entonces Jehová dijo: Yo lo he perdonado
conforme a tu dicho.
En este pasaje, la rebelión de los hijos
de Israel había llegado hasta tal punto que su destrucción era inminente.
Moisés, no obstante, entendía la naturaleza de Dios y sabía las promesas que le
hizo a Abraham por pacto. Su oración estaba de acuerdo a la voluntad de Dios, y
Dios los pudo perdonar en armonía con la palabra de Moisés. ¿Qué hubiese
sucedido si Moisés no hubiese andado en armonía con Dios? Y ¿Qué hubiese
sucedido si Moisés no hubiese estado firme por el pueblo delante de Dios?
Simplemente la destrucción de Israel no podría haber sido evitada.
Anteriormente hemos leído un pasaje de Ezequiel en el que Dios habría evitado
la destrucción de los hombres de Judá a manos del ejército de Babilonia si
tuviese encontrado un hombre que hubiese quedado firme en la brecha
intercediendo por la tierra, pero no encontró ni tan siquiera uno. Vamos ahora
a leer y a ver una promesa que Dios le dio a Jeremías concerniente a la
restauración de Israel.
Jeremías 29:10-14:
Porque así dijo Jehová: Cuando en
Babilonia se cumplan los setenta años, Yo os visitaré,
y despertaré sobre vosotros mi buena palabra, para haceros volver a este lugar.
Porque Yo se los pensamientos que tengo
acerca de vosotros, dice Jehová, pensamientos
de paz, y no de mal, para daros el fin que esperáis.
Entonces me invocaréis, y vendréis y
oraréis a Mí, y Yo os oiré;
Y me buscaréis y me hallaréis, porque me
buscaréis de todo vuestro corazón.
Y seré hallado por vosotros, dice Jehová,
y haré volver vuestra cautividad, y os reuniré
de todas las naciones y de todos los lugares de donde os arrojé, dice Jehová; y os haré volver al lugar de donde os
hice llevar.
Dios declaró que traería a los judíos de
vuelta a su tierra después de que pasasen los setenta años del cautiverio. Pero
para llevar a cabo esta labor, sin embargo, dijo que ellos deberían
primeramente orar delante de Su Presencia y de que lo buscasen de todo corazón.
Años después de Jeremías haber escrito esta promesa, Daniel, teniendo
conocimiento de la misma, la leyó y comenzó a trabajar en armonía con Dios para
que pudiera realizarse.
Daniel 9:2 y 3, y, 18 y 19:
En el primer año de su reinado, yo Daniel
miré atentamente en los libros el número
de los años de que habló Jehová al profeta Jeremías, que habían de cumplirse las desolaciones de Jerusalén
en setenta años.
Y volví mi rostro a Dios el Señor,
buscándole en oración y ruego, en ayuno, cilicio
y ceniza.
Inclina, oh Dios mío, tu oído, y oye; abre
tus ojos, y mira nuestras desolaciones, y la
ciudad sobre la cual es invocado tu nombre; porque no elevamos nuestros ruegos ante ti confiados en nuestras
justicias, sino en tus muchas misericordias.
Oye, Señor; oh Señor, perdona; presta
oído, Señor, y hazlo; no tardes, por amor de ti
mismo, Dios mío; porque tu nombre es invocado sobre tu ciudad y sobre tu pueblo.
Daniel comenzó a cumplir el requisito que el Señor
había establecido en la profecía de Jeremías. Si Dios pudiese haber hecho
alguna cosa antes de que Daniel cumpliese ese requisito, no hubiese precisado
de alguien que orase tan fervientemente. Daniel entró en aquella sociedad
necesaria con Dios para que se pudiesen cumplir los deseos de Dios en la
tierra.
Vamos a considerar ahora un registro del
Evangelio de Juan que nos demuestra la relación que existe entre la oración y
el ejercicio de autoridad en la vida de Jesús.
Juan 11:38-44:
Jesús, profundamente conmovido otra vez,
vino al sepulcro. Era una cueva, y tenía
una piedra puesta encima.
Dijo Jesús: Quitad la piedra. Marta, la
hermana del que había muerto, le dijo: Señor,
hiede ya, porque es de cuatro días.
Jesús le dijo: ¿No te he dicho que si
crees, verás la gloria de Dios?
Entonces quitaron la piedra de donde había
sido puesto el muerto. Y Jesús, alzando
los ojos a lo alto, dijo: Padre, gracias te doy por haberme oído.
Yo sabía que siempre me oyes, pero lo dije
por causa de la multitud que está alrededor,
para que crean que tu me has enviado.
Y habiendo dicho esto, clamó a gran voz:
¡Lázaro, ven fuera!
Y el que había sido muerto salió, atadas
las manos y los pies con vendas, y el rostro
envuelto en un sudario, Jesús les dijo: Desatadle y dejadle ir.
Jesús dijo, “Padre, gracias te doy por
haberme oído.” ¿Qué fue lo que le dijo al Padre? Obviamente, le pidió al Padre
poder levantar de los muertos a Lázaro. Y la respuesta debió de ser “adelante”.
Ahora bien, Jesús no estaba siempre levantando a todos los que morían, pero en
esta situación en particular, debió haber recibido la revelación de parte de
Dios. Actuó en sociedad con Dios, y ordenó a Lázaro que saliera de la cueva.
Jesús, después de orar a Dios ordenó que esto sucediese. Ejerció su dominio.
Anduvo a través de la autoridad que Dios le había conferido. El no dijo,
“Padre, si es tu voluntad, ¿Será que puedes levantarlo Tú de los muertos?” ¡No!
Jesús dijo con todo su denuedo, “Lázaro, ¡ven fuera.!”
El Señor Jesucristo nos enseñó que
nosotros podemos hacer lo mismo que él hizo.
Juan 14:12 y 13:
De cierto, de cierto os digo: El que en mi cree las obras que yo hago,
él las hará también; y aún mayores hará
porque yo voy al Padre.
Y todo lo que pidiereis al Padre en mi
nombre, lo haré para que el Padre sea glorificado
en el Hijo.
Observe la relación que existe entre la oración en
el nombre de Jesucristo y el necesario ejercicio de la autoridad para llevar a
cabo las obras que él hizo. Esta conexión entre la oración y ejercer la
autoridad nos capacita ahora para entender una sección del Evangelio de Mateo.
Mateo 21: 21 y 22:
Respondiendo Jesús, les dijo: De cierto os
digo, que si tuvieseis fe, y no dudareis, no
solo haréis esto de la higuera, sino que si a este monte dijereis: Quítate y
échate en el mar, será hecho.
Y todo lo que pidiereis en oración,
creyendo, lo recibiréis.
El versículo 21 habla de ordenar a un
monte que sea removido y después el 22 lo relaciona con la oración. Sin embargo
Jesús no les dijo, “Si oráis a Dios para que remueva esta montaña, será hecho”.
El les dijo a sus discípulos que hablasen directamente a la montaña, que le ordenasen
que se echase al mar. Existe una estrecha relación entre la oración y dar una
orden para que algo suceda. Muchas veces será a través de la oración que vamos
a averiguar cual es la voluntad de Dios. Y cuando la averiguamos, tenemos toda
la autoridad necesaria para dar una orden y que algo suceda. No tenemos que ser
como los hijos de Israel que, actuando agresivamente y por su propio impulso,
se fueron a la cumbre del monte sin que esa fuese la voluntad de Dios. No
podemos ordenar aquello que sea contrario a Su voluntad y esperar buenos
resultados.
Lamentaciones 3:37:
¿Quién será aquel que diga que sucedió
algo que el Señor no mandó?
Pero una vez que conocemos la voluntad de
Dios, tanto por su Palabra escrita como
a través de Su directa revelación, debemos tomar acción y llevarla a cabo.
Mateo 18:18:
De cierto os digo que todo lo que atéis en
la tierra, será atado en el cielo; y todo lo que
desatéis en la tierra, será desatado en el cielo.
Las palabras “atéis” y “desatéis” son
utilizadas para significar el ejercicio de autoridad. La traducción Reina –Valera,
nos da la idea de que todo lo que hagamos, será respaldado por Dios. Sin
embargo, Kenneth Wuest lo traduce: “Seguramente os estoy diciendo que lo que
prohibáis en la tierra, ya habrá sido prohibido en el cielo; y lo que permitáis
en la tierra habrá sido permitido en el cielo”. La New American
Estándar Bible refleja en sus
anotaciones, indicadas con corchetes a continuación, una traducción mas precisa
de los tiempos verbales griegos y del sentido de las palabras “atar” y
“desatar” en este versículo cuando dice: “En verdad os digo: Todo lo que atéis
[prohibáis] en la tierra, será [habrá sido] atado en el cielo; y todo lo que
desatéis [permitáis] en la tierra, será [habrá sido] desatado en el cielo”. La
clave para ejercer correctamente nuestra autoridad es permanecer en contacto
íntimo con Dios y conocer Su voluntad. No podemos actuar independientemente de
Dios, pero al ser nosotros a quienes se nos ha dado el señorío aquí en la
tierra, ejercemos autoridad para hacer cumplir la Voluntad de Dios. Las cosas
que están establecidas en los cielos pasan, así, a ser una realidad aquí sobre
la tierra. Esto es verdad, tanto para la voluntad de Dios que está establecida
en Su Palabra escrita como para Su revelación directa. Nuestro dominio debe
sujetarse a los límites que Dios impone en Su voluntad. La mentira original que
la humanidad creyó fue: “Y seréis como Dios” (Génesis 3:5). Intentar ejercitar
dominio apartándonos de la voluntad de Dios será actuar como si nosotros
fuésemos nuestro propio dios.
Tomar en consideración y observar la
relación que existe entre oración y el ejercicio de la autoridad nos capacita
para que entendamos un registro del Evangelio de Marcos.
Marcos 9:14-29:
Cuando llegó a donde estaban los
discípulos, vio una gran multitud alrededor de ellos,
y escribas que disputaban con ellos.
Y enseguida toda la gente, viéndole, se
asombró, y corriendo a él le saludaron.
El les preguntó: ¿Qué disputáis con ellos?
Y respondiendo uno de la multitud, dijo,
Maestro, traje a ti a mi hijo, que tiene un espíritu
mudo,
El cual, dondequiera que le toma, le
sacude; y echa espumarajos, y cruje los dientes,
y se va secando; y dije a tus discípulos que lo echasen fuera, y no pudieron.
Y respondiendo él, les dijo: ¡Oh
generación incrédula! ¿Hasta cuando he de estar con vosotros? ¿Hasta cuando os he de soportar? Traédmelo.
Y se lo trajeron; y cuando el espíritu vio
a Jesús, sacudió con violencia al muchacho,
quien cayendo en tierra se revolcaba, echando espumarajos.
Jesús le preguntó al padre: ¿Cuánto tiempo
hace que le sucede esto? Y él dijo: Desde
niño.
Y muchas veces le echa en el fuego y en el
agua, para matarle; pero si puedes hacer
algo, ten misericordia de nosotros, y ayúdanos.
Jesús le dijo: Si puedes creer, al que
cree todo le es posible.
E inmediatamente el padre del muchacho
clamó y dijo: Creo; ayuda mi incredulidad.
Y cuando Jesús vio que la multitud se
agolpaba, reprendió al espíritu inmundo, diciéndole:
Espíritu mudo y sordo, yo te mando, sal de él, y no entres más en él.
Entonces el espíritu, clamando y
sacudiéndole con violencia, salió; y él quedó como
muerto, de modo que muchos decían: Está muerto.
Pero Jesús, tomándole de la mano, le
enderezó y se levantó.
Cuando él entró en su casa, sus discípulos
le preguntaron aparte: ¿Por qué nosotros
no pudimos echarle fuera?
Y les dijo: Este género con nada puede
salir, sino con oración y ayuno.
Casi todos los estudiosos modernos y
traductores concuerdan en que hay evidencias textuales que garantizan la
omisión de las palabras “y ayuno.” (La totalidad del versículo 21 debe ser
también omitida). Y esto concuerda con la declaración que Jesucristo pronunció
diciendo que sus discípulos no debían ayunar (Marcos 2:18-20). Anteriormente
Marcos registró que los Doce “echaban fuera muchos demonios” (6:13), sin
embargo se encontraron con dificultades en esta circunstancia específica y con
este espíritu. Y cuando le preguntaron a Jesús por la causa de esta dificultad,
él les dijo, “este tipo de espíritu no puede ser echado fuera sino a través de
la oración”. Sin embargo Jesús no oró para que saliese fuera el espíritu.
Simplemente le reprendió y el espíritu salió. Su maestro estaba enseñando a los
discípulos una gran verdad y principio cuando se trata de ministrar a otros. Si
queremos andar con dominio y autoridad, nos es necesario mantenernos en
contacto permanente con Dios. Una vida de oración rica y efervescente nos
capacita para que sepamos con toda confianza y seguridad lo que tenemos que
hacer en cada situación. Jesús permaneció constantemente en contacto con Dios.
Él sabía perfectamente que lo que impedía la salida del espíritu era la
incredulidad de parte del padre del muchacho. Y Dios le mostró también como
lidiar con el padre. Jesús estaba instruyendo a sus discípulos diciéndoles que
si se hubiesen mantenido en contacto con Dios hubiesen podido averiguar la
causa del problema y echar el espíritu fuera del muchacho.
ASOCIACIÓN CON DIOS Y EL MINISTRAR SANIDAD
Y ECHAR FUERA ESPÍRITUS DIABÓLICOS
Tomemos el ejemplo de la sanidad física. La
voluntad de Dios siempre es sanar. Nosotros no necesitamos revelación de Dios
para que sepamos que Él quiere y desea la sanidad física para una persona así
como tampoco necesitamos que se nos revele que el deseo de Dios es que todos
los hombres sean salvos y vengan al conocimiento de la verdad. Sin embargo,
puede ser necesaria revelación para averiguar la causa de una cierta enfermedad
o la razón o el porqué de un individuo no recibe. La sanidad se extiende a todo
tipo de enfermedad.
Salmos 103:2 y 3:
Bendice alma mía a Jehová, y no olvides
ninguno de sus beneficios.
Él es quien perdona todas tus iniquidades,
el que sana todas tus dolencias.
Una vez que existen tantas personas
enfermas en este mundo hoy en día, sabemos que Dios todavía no ha podido
cumplir apropiadamente esta promesa sobre la tierra. En su ministerio aquí
sobre la tierra, Jesús, sin embargo, demostró que la voluntad de Dios es sanar
a todas las personas.
Hechos 10:38:
Cómo Dios ungió con el espíritu santo y
con poder a Jesús de Nazaret, y como éste
anduvo haciendo bienes y sanando a todos los oprimidos por el diablo, porque Dios estaba con él.
Jesús sabía que la voluntad de Dios era la
sanidad, y Dios le impartió el espíritu santo, que le capacitaba para sanar. Entonces,
¿quién realizaba las sanidades? Jesús. Las realizaba a través del poder que
Dios le había conferido.
Mateos 4:23:
Y recorrió Jesús toda Galilea, enseñando
en las sinagogas de ellos, y predicando el
evangelio del Reino, y sanando toda enfermedad y toda dolencia en el pueblo.
Mateos 9:35
Recorría Jesús todas las ciudades y
aldeas, enseñando en las sinagogas de ellos, y predicando
el evangelio del Reino, y sanando toda enfermedad y toda dolencia en el pueblo.
Estos versículos nos muestran claramente
que Jesús no se limitaba simplemente a sanar ciertos tipos de enfermedades y
dolencias. Sanaba cualquiera que fuese la enfermedad o dolencia. No había
ninguna, para él, que fuese “incurable”. ¿Quién predicaba? ¿Quién enseñaba?
¿Quién sanaba? No era Dios quién hacía todas estas cosas, sin embargo, era Dios
que le daba las palabras que Jesús predicaba y enseñaba así como era Dios que
le daba el poder y la autoridad para sanar.
Mateos 8:16:
Y cuando llegó la noche, trajeron a él
muchos endemoniados; y con la palabra echó
fuera a los demonios, y sanó a todos los enfermos.
Jesús sano a los enfermos y echó fuera todos
los demonios. No le pidió a Diosque realizara las sanidades ni le oraba para
que los espíritus se fueran.
Mateo 12:28:
Pero si YO por el espíritu de Dios echo
fuera los demonios, ciertamente ha llegado
a vosotros el reino de Dios.
Dios le dio el espíritu a Jesús y Jesús
después lo utilizó para expulsar los espíritus diabólicos.
Lucas 6:17-19:
Y descendió con ellos y se detuvo en un
lugar llano, en compañía de sus discípulos
y de una gran multitud de gente de toda Judea, de Jerusalén y de la costa de Tiro y de Sidón, que había venido
para oírle, y para ser sanados de sus enfermedades;
Y los que habían sido atormentados de
espíritus inmundos eran sanados.
Y toda la gente procuraba tocarle, porque
poder salía de él y sanaba a todos.
Lucas 9:11:
Y cuando la gente lo supo, le siguió; y él
les recibió, y les hablaba del reino de Dios,
y sanaba a los que necesitaban ser curados.
Si no era la voluntad de Dios sanar a
todos los individuos, Jesús no hubiera sanado a todos los que necesitaban ser
curados. Algunos hubieran sido sanados y otros no lo hubieran sido. Tendría que
haberle dicho a unos que Dios deseaba sanarlos y a otros que Dios no tenía ese
deseo para ellos. Tal vez Dios los estaría probando con aquellas enfermedades
(como dicen los religiosos). Esta mentira continua, hoy en día, siendo expandida
por muchos miembros de la Iglesia. La voluntad de Dios es la sanidad completa,
ahora mismo, de todo tipo de enfermedades y para todas las personas. Observe
que este versículo no nos dice que Jesús sanaba solamente a aquellos que
merecían ser sanados. La sanidad de Dios no está simplemente disponible para
aquellos que la merecen así como la salvación no está disponible solamente para
aquellos que merecen ser salvos, pues a los ojos de Dios, solo Uno la mereció.
Jesús tenía la autoridad para sanar, y él sanó a todos los que venían a él y a
todos a los que Dios le envió por revelación para que fuera a ellos.
Jesús también probó que el poder de sanar
y de echar fuera los espíritus no le fue dado solamente a él. También dio a
otros el mismo poder y la misma autoridad.
Mateos 10:1:
Entonces llamando a sus doce discípulos,
les dio autoridad sobre los espíritus inmundos,
para que los echasen fuera, y para sanar toda enfermedad y toda dolencia.
Marcos 6:7:
Después llamó a los doce, y comenzó a
enviarlos de dos en dos; y les dijo autoridad
sobre los espíritus inmundos.
Lucas 9: 1, 2, y 6:
Habiendo reunido a sus doce discípulos,
les dio poder y autoridad sobre todos los demonios,
y para sanar enfermedades.
Y los envió a predicar el reino de Dios, y
a sanar a los enfermos.
Y saliendo, pasaban por todas las aldeas,
anunciando el evangelio y sanando por todas
partes.
¿Quién predicaba? No era Jesús. ¿Quién
hacía las sanidades? ¡No era Jesús! Los Doce hacían las sanidades de la misma
forma que las hacía Jesús – por el poder de Dios. Exactamente igual que hacía
Jesús, también ellos permanecían en comunión con Dios. Y estaban en sociedad
con Jesús y entre ellos. Observe que Jesús los enviaba en parejas.
Lucas 10:1, y 17-19:
Después de estas cosas, designó el Señor
también a otros setenta, a quienes envió de
dos en dos delante de él a toda ciudad y lugar adonde él había de ir.
Volvieron los setenta con gozo, diciendo:
Señor, aun los demonios se nos sujetan en
tu nombre.
Y les dijo: Yo veía a Satanás caer del
cielo como un rayo.
He aquí os doy potestad de hollar
serpientes y escorpiones, y sobre toda fuerza del enemigo, y nada os dañará.
Cuando Jesús envió a los setenta,
nuevamente los envía en parejas. No solamente tenemos sociedad con Dios y con
el Señor Jesucristo sino que también somos socios unos con otros. Estos setenta
hombres fueron investidos con autoridad sobre todo espíritu diabólico. Su
responsabilidad era ejercer esa autoridad, No era la responsabilidad de Dios ni
del Señor Jesucristo ejercerla. Para estos setenta, la autoridad de utilizar el
nombre de Jesucristo era equivalente y tenía el mismo valor que poseía el
bordón para Moisés.
Marcos 16:17 y 18:
Y estas señales seguirán a los que creen:
En mi nombre echarán fuera demonios; hablarán
nuevas lenguas.
Tomarán en las manos serpientes, y si
bebieren cosa mortífera, no les hará daño; sobre
los enfermos pondrán sus manos, y sanarán.
Jesucristo prometió que el poder y la
autoridad para sanar y para echar fuera los espíritus diabólicos en su nombre
les sería ofrecido a todos los que creyesen. En el libro de Hechos, vemos el
registro que muestra a los apóstoles y también a otros ejerciendo su autoridad.
Hechos 5:12-16:
Y por la mano de los apóstoles se hacían
muchas señales y prodigios en el pueblo; y
estaban todos unánimes en el pórtico de Salomón.
De los demás, ninguno se atrevía a
juntarse con ellos; más el pueblo los alababa grandemente.
Y los que creían en el Señor aumentaban
más, gran número así de hombres como de
mujeres;
Tanto que sacaban a los enfermos a las
calles, y los ponían en camas y lechos, para que al pasar Pedro, a lo menos su
sombra cayese sobre alguno de ellos.
Y aun de las ciudades vecinas muchos
venían a Jerusalén, trayendo enfermos y atormentados de espíritus inmundos; y
todos eran sanados.
Exactamente igual que cuando Jesús
ministraba, todos los que venían a los apóstoles eran sanados de sus
enfermedades y libertados de la posesión de los espíritus diabólicos. La
voluntad de Dios de que todos sean sanados y librados de cualquier opresión se demostraba
y se demuestra constantemente. Las personas eran sanadas por manos de los creyentes
de la misma forma que Jesús mismo lo hubiese hecho. Los ciegos no eran sanados
solamente de un ojo. Ni los cojos salían andando solamente con una pierna.
Observemos ahora un registro específico de
sanidad.
Hechos 3:1-8:
Pedro y Juan subían juntos al templo a la
hora novena, la de la oración.
Y era traído un hombre cojo de nacimiento,
a quien ponían diariamente a la puerta del
templo que se llama la Hermosa, para que pidiese limosna de los que entraban en el templo.
Este, cuando vio a Pedro y a Juan que iban
a entrar en el templo, les rogaba que les
diesen limosna.
Pedro, con Juan, fijando en él los ojos,
le dijo: Míranos.
Entonces él les estuvo atento, esperando recibir
de ellos algo.
Mas Pedro dijo: No tengo plata ni oro,
pero lo que tengo te doy; en el nombre de Jesucristo
de Nazaret, ¡levántate y anda!
Y tomándole por la mano derecha le
levantó; y al momento se le afirmaron los pies
y tobillos;
Y saltando, se puso en pie y anduvo; y
entró con ellos en el templo, andando y saltando,
y alabando a Dios.
Pedro no le dijo al hombre: “¿Quieres que
oremos por ti? La única vez que aparece en el Nuevo Testamento una instrucción
específica para orar por la enfermedad se encuentra en el Libro de Santiago.
Santiago 5:14-16:
¿Está alguno enfermo entre vosotros? Llame
a los ancianos de la iglesia, y oren por
él, ungiéndole con aceite en el nombre del Señor.
Y la oración de fe salvará al enfermo, y
el Señor lo levantará; y si hubiera cometido
pecados, le serán perdonados.
Confesaos vuestras ofensas unos a otros, y
orad unos por otros, para que seáis sanados.
La oración eficaz del justo puede mucho.
Por tanto, no podemos excluir la relación
que existe entre la oración y la sanidad. En todos los demás versículos, sin
embargo, el ejemplo o exhortación nos dirige a que ejercitemos cada uno nuestro
señorío de sanar enfermedades. Esta es la norma que recibimos como cristianos.
La sanidad a través de la oración tiene más que ver con la manera en que se
llevaba a cabo la sanidad en el Antiguo Testamento que en el Nuevo.
Pedro le dijo: “Lo que TENGO te doy.”
Pedro pudo proferir estas palabras porque le fue dado tanto el poder como la
autoridad. Ejercitó el dominio que le daba estar en sociedad con Dios. Pedro
debió de haber recibido revelación del Padre para ordenar que sucediese esta
sanidad. ¿Quién realizó la sanación? Pedro fue quien la realizó. El sanó a este
hombre, pero, por supuesto, la realizó de acuerdo al poder de Dios y a la revelación
que había recibido. Pedro estaba en sociedad y colaboración con Dios.
Hechos 3:12:
Viendo esto Pedro, respondió al pueblo:
Varones israelitas, ¿por qué os maravilláis
de esto? ¿O por qué ponéis los ojos en nosotros, como si por nuestro poder o piedad hubiésemos hecho andar a
este?
Pedro (junto con Juan) hicieron andar a este
hombre, pero lo llevaron a cabo a través del poder y la santidad de Dios. John
G. Lake escribe refiriéndose al respecto:
“Una
y otra vez a través de todo el Nuevo Testamento, la Palabra de Dios nos dice: “Ellos los
sanaron,” “Los discípulos los sanaron,” etc. Debemos darnos cuenta que
ellos recibieron algo de parte de Dios. Ellos eran tan conscientes de esto como
Moisés estaba consciente de que
había recibido su bordón de parte del Señor. Dependía
de ellos utilizarlo, dependía de ellos utilizarlo para todo propósito. Pedro utilizó la vara de Dios
conscientemente para sanar al hombre de la puerta de la Hermosa. El no se puso a orar, ni le pidió a Dios la sanidad
del hombre, sino que le ordenó:
“En el nombre de Jesucristo de Nazaret levántate y anda” (Hechos
3:6). Y el hombre obedeció. Eso no
fue intercesión. Fue una orden. Fue la fe que habitaba
en el alma de Pedro que proporcionó los resultados.
Pedro
usó la vara. La vara en este caso fue la vara de fe. ¿En manos de quién se encontraba? En las manos de Pedro y
de Juan juntamente, y ellos utilizaron
esa vara de fe. La palabra fue dicha por Pedro. La orden fue dada por él. Incuestionablemente el alma de Juan estaba involucrada
en la exacta medida que la de Pedro. Por
la fe en Su Nombre, por la fe de los discípulos, el poder de Dios fue activado, y el hombre cojo fue
sanado.
Amados,
lo que mi alma ha deducido es lo siguiente: Existe un lugar de victoria, y un lugar de derrota, y el primero
es el lugar de la acción llena de fe, en donde
crees las cosa que Dios te dice, y donde realizas las cosas que El te manda, aceptando como siervo de Dios la
responsabilidad que Dios te ha encomendado. No
intercediendo como hizo Moisés, sino como en el caso de Pedro, a través de la fe que habitaba en su alma, ordenando
el poder de Dios sobre el hombre. Suponte
tu que Pedro hubiese orado
diciendo: “Oh Señor, ven y sana a este hombre”.
Esto sería la aceptación de su propia falta de confianza y de fe en lo que Jesús le había declarado a sus
discípulos que hiciesen: SANAD A LOS ENFERMOS.”
Vamos a considerar otro caso de sanidad en
un hombre cojo.
Hechos 14:8-10:
Y cierto hombre de Listra estaba sentado,
imposibilitado de los pies, cojo de nacimiento,
que jamás había andado.
Este oyó hablar a Pablo, el cual, fijando
en él sus ojos, y viendo que tenía fe para ser
sanado,
Dijo a gran voz: Levántate derecho sobre
tus pies. Y él saltó y anduvo.
¿Cómo podría haber sabido Pablo que este
hombre tenía la fe necesaria para ser sanado? Se encontraba en perfecta armonía
y sociedad con Dios, y Dios se lo reveló. Pablo no necesitó revelación de Dios
para saber que la voluntad de Dios era la sanidad de este hombre, pues sabía
que esa es siempre su voluntad, sanar a las personas.
Felipe fue otro hombre que anduvo en
armonía y sociedad con Dios.
Hechos 8:5-8:
Entonces Felipe, descendiendo a la ciudad
de Samaria, les predicaba a Cristo.
Y la gente unánime, escuchaba atentamente
las cosas que decía Felipe, oyendo y viendo
las señales que hacía.
Porque de muchos que tenían espíritus
inmundos, salían éstos dando grandes voces;
y muchos paralíticos y cojos eran sanados;
Así que había gran gozo en aquella ciudad.
Felipe realizó los milagros. Expulsó fuera
los espíritus y sanó a los cojos y a los paralíticos. Porque él anduvo en
sociedad con Dios y ejecutó el dominio que Dios le había conferido, hubo gran
gozo en aquella ciudad de Samaria.
Vamos a leer dos registros más para
concluir nuestro estudio sobre esta sociedad con Dios.
Hechos 28:8 y 9:
Y aconteció que el padre de Publio estaba
en cama, enfermo de fiebre y de disentería;
y entró Pablo a verle, y después de haber orado, le impuso las manos y le sanó.
Hecho esto, también los otros que en la
isla tenían enfermedades, venían, y eran sanados.
Observe que el versículo 8 no nos dice que Pablo
le pidió a Dios que sanase aquel hombre. Pero nos da la impresión,
aparentemente, que hubiese estado orando a Dios para que lo guiase en esta
situación específica. Dios le reveló lo que necesitaba saber y lo que
necesitaba hacer. Y a seguir, Pablo impuso sus manos sobre el padre de Publio y
lo sanó. Esta acción inspiró a otros que viniesen y recibiesen sanidad también.
Hechos 9:36-40:
Había entonces en Jope una discípula
llamada Tabita, que traducido quiere decir, Dorcas.
Esta abundaba en buenas obras y en limosnas que hacía.
Y aconteció que en aquellos días enfermó y
murió. Después de lavada, la pusieron en
una sala.
Y como Lida estaba cerca de Jope, oyendo
que Pedro estaba allí, le enviaron dos hombres,
a rogarle: No tardes en venir a nosotros.
Levantándose entonces Pedro, fue con
ellos; y cuando llegó, le llevaron a la sala, donde
le rodearon todas las viudas, llorando y mostrando las túnicas y los vestidos que Dorcas hacía cuando estaba con
ellas.
Entonces, sacando a todos, Pedro se puso de
rodillas y oró; y volviéndose al cuerpo
dijo: Tabita, levántate. Y ella abrió los ojos, y al ver a Pedro, se incorporó.
Pedro oró para recibir instrucciones de
Dios. Una vez que recibió esa instrucción para levantar a Tabita de la muerte,
le ordenó que se levantara. Debemos darnos cuenta que Pedro no le pidió a Dios
que la levantase. Ordenó que esto sucediese después de recibir revelación de
Dios y porque sabía que Dios ya había dado a cada uno de los renacidos el
dominio y la autoridad de ejercitar Su voluntad, y de que Su voluntad se lleve
a cabo aquí sobre la tierra.
Jesucristo fue el primero, desde Adán
antes de su caída, que anduvo con todo dominio en cada una de las situaciones
en que se encontró. Él dio su vida, precisamente, para que aquel dominio que
había sido perdido en la caída de Adán le fuese restaurado al hombre. Hombres
como Pedro, Juan, Felipe y Pablo anduvieron con este dominio. Lo mismo sucede
con nosotros. Entre tanto que permanezcamos en comunión con nuestro Padre
celestial, también experimentaremos esta sociedad poderosa con El.
Buenas tardes Claudia otra vez,
ResponderEliminarDe nuevo estoy sorprendido por sus trabajos de traducción de fragmentos de los libros del Rev. Ken Petty. ¿Tiene disponible esos libros?
Francisco Orantes
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