La Mujer en el Pozo- Orientalismo - Por Bishop K.C. Pillai
Del libro "Luz a través de una ventana Oriental"
Traducción al español por Juan Luis Molina
Con la colaboración de
Claudia Juárez Garbalena
Capítulo 7
La Mujer en el Pozo
En el Evangelio según S. Juan, capítulo 4, tenemos la historia de la mujer Samaritana con quien Jesús habló en el pozo. Yo quiero aclarar esta historia porque contiene algunas costumbres orientales muy interesantes que en ella se nos revelan; y además deseo defender el honor de esta mujer a quien muchos escolares de la Biblia europeos y americanos han equivocadamente deshonrado. Ella era una mujer virtuosa, y eso es lo que me propongo demostrar.
Y estaba allí el pozo de Jacob. Entonces Jesús, cansado del camino, se sentó así junto al pozo. Era como la hora sexta.
Vino una mujer de Samaria a sacar agua; y Jesús le dijo: Dame de beber. (Juan 4:6-7)
Este es el pozo que abrió Jacob de acuerdo a la historia en Génesis; era la hora sexta, la cual es al anochecer.
El hecho de que Jesús le hablase a la mujer samaritana no era nada extraordinario. A un hombre le es permitido y apropiado dirigirse hablando a una mujer en un lugar público, pero solamente para pedirle que le dé de beber. No debían tener, sin embargo, cualquier otro tipo de conversación, Así que esta es una ocasión inusual.
La mujer Samaritana le dijo: ¿Cómo tú, siendo judío, me pides a mí de beber, que soy mujer samaritana? Porque judíos y samaritanos no se tratan entre sí.
Jesús entonces comenzó a aclarar el motivo, explicándole que él mismo era el Cristo, aunque le llevó un cierto tiempo a la mujer darse cuenta de eso. Como Cristo que era, él tenía la autoridad necesaria de hablarle a quien quiera que fuese si así lo desease, tanto daba si la costumbre lo permitiese o no. Él es el salvador del mundo.
Respondiendo Jesús le dijo: Si conocieras el don de Dios, y quién es el que te dice: Dame de beber; tú le pedirías, y él te daría agua viva.
El “don de Dios” que Jesús menciona aquí es el espíritu. Pedro se refirió al espíritu en el día de Pentecostés diciendo (Hechos 2:38): “Y recibiréis el don del espíritu santo.” Y de nuevo, Pedro, reprendiendo a Simón el mago en Hechos 8:20, dice: “Tu dinero perezca contigo, porque has pensado que el don de Dios se obtiene con dinero.”
La mujer samaritana hasta ahora todavía no ha entendido la analogía, sin embargo, ella le dice a Jesús:
Señor, no tienes con qué sacarla, y el pozo es hondo. ¿De dónde, pues, tienes el agua viva?
¿Acaso eres tú mayor que nuestro padre Jacob, que nos dio este pozo, del cual bebieron él, sus hijos y sus ganados?
Respondió Jesús y le dijo: Cualquiera que bebiere de esta agua, volverá a tener sed,
Mas el que bebiere del agua que yo le daré, no tendrá sed jamás; sino que el agua que yo le daré será en él una fuente de agua que salte para vida eterna.
La mujer le dijo: Señor, dame esa agua para que no tenga yo sed, ni venga aquí a sacarla.
Esta buena mujer está tratando de entender, y ha estado conversando con Jesús de manera bastante inteligente, pero ella todavía no se ha dado cuenta de que el “agua viva” no es la que se saca del pozo. Por eso Jesús se propone probarle que él tiene el poder de percibir todas las cosas más allá de lo que lo que puede hacerlo la habilidad común humana. Él nunca le declaró abiertamente, “!Yo soy el Mesías!” Él ya sabía la historia de la mujer, porque, siendo como era uno con el Padre, él sabía todas las cosas que Dios le revelaba de antemano. Sin embargo trata con toda la situación haciendo un rodeo:
Ve, llama a tu marido, y ve acá.
Respondió la mujer y dijo: No tengo marido. Jesús le dijo: Bien has dicho: No tengo marido;
Porque cinco maridos has tenido, y el que ahora tienes no es tu marido; esto has dicho con verdad.
Aquí, por tanto, es donde se encuentra el versículo del cual los occidentales extraen y proclaman que esta mujer era una pecadora. Ellos no se dan cuenta de la costumbre oriental; porque si la comprendiesen nunca dirían eso acerca de esta mujer. En todas las partes de Oriente los casamientos eran concertados por los padres excepto en Samaria. Los samaritanos eran las únicas personas en aquel tiempo que tenían por hábito cortejar a la mujer. ¿Te das cuenta? “El que ahora tienes no es tu marido”, se refiere al hombre que ahora está haciéndole la corte a esta mujer. “El hombre que hay en su vida todavía no era su marido,” este es el significado de la frase. Ella aparentemente había tenido cinco maridos antes de aquel; todos ellos habían fallecido y ahora estaba viuda, siendo pretendida entonces por otro hombre. Pero eso no significa que ella esté viviendo en pecado con ese hombre.
También se ha dicho que esta mujer debía tener muy mala reputación una vez que se acercaba a sacar agua del pozo al anochecer. Es cierto que las mujeres en la mayoría de los casos sacan agua del pozo por la mañana, pero esa no es una razón por la cual ellas no puedan regresar al pozo a cualquier hora si se precisa de más agua. Yo he visto a mujeres de las más altas castas hindús yendo al pozo al anochecer porque la familia precisa de más agua.
Además, a cualquier persona sospechosa de estar viviendo en pecado, a un leproso, o a una prostituta no se le permite sacar agua del pozo de la ciudad nunca. Ellos tienen que vivir fuera de la ciudad, para que no contaminen a las demás personas. ¡Esta mujer no podría haber estado en el pozo de Jacob de ninguna manera si su reputación no fuese la adecuada!
Si esta mujer hubiese estado viviendo en pecado, Jesús le habría dicho: “No peques más y sígueme,” como le habló a otras personas que eran, de hecho, pecadores. Pero él no le dijo nada semejante a esta mujer. No le reprochó ni le reprendió por alguna cosa que hubiese hecho. Él sencillamente le declaro la historia de su vida para que pudiera darse cuenta que él no era un hombre común como los demás. Y ella comprendió aquel propósito en ese momento porque dijo:
Señor, me parece que tú eres profeta.
Nuestros padres adoraron en este monte, y vosotros decís que en Jerusalén es el lugar donde se debe adorar.
La mujer por fin entendió que estaba hablando con un hombre de Dios. Así que le quiere exponer una cuestión teológica que tiene en sus pensamientos. Los samaritanos subían a un monte santo para adorar, y los judíos decían que había que ir a Jerusalén. Ella quería saber quién tenía razón.
Jesús le dijo: Mujer, créeme, que la hora viene cuando ni en este monte ni en Jerusalén adoraréis al Padre.
Vosotros adoráis lo que no sabéis; nosotros adoramos lo que sabemos; porque la salvación viene de los judíos.
Mas la hora viene, y ahora es, cuando los verdaderos adoradores adorará al Padre en espíritu y en verdad; porque también el Padre tales adoradores procura que le adoren.
Dios es Espíritu; y los que le adoran, en espíritu y en verdad es necesario que adoren.
Le dijo la mujer: Se que ha de venir el Mesías, llamado el Cristo; cuando él venga nos declarará todas las cosas.
Jesús le dijo: Yo soy, el que habla contigo.
Finalmente, Jesús le esta declarando quién es él; ahora ella es capaz de entender y de aceptar, lo que él dijo, “Yo soy.”
En esto vinieron sus discípulos, y se maravillaron de que hablaba con una mujer; sin embargo, ninguno dijo: ¿Qué preguntáis? O ¿Qué hablas con ella?
Ellos estaban sorprendidos, ¿te das cuenta? no porque estuviese hablando con una mujer de mala reputación; sino porque él mantenía con ella la conversación, contrariamente a la costumbre de que, después de pedirle agua, no se siguiese hablando de otros temas en un local público como era aquel. ¡Los discípulos se hubiesen sorprendido aunque estuviese hablando con su propia madre!
Entonces la mujer dejó su cántaro…
Aquí tenemos una declaración que posee un tremendo significado. ¿Sabes? el cántaro de la casa de familia es un objeto sagrado en el Oriente. Tiene poco valor monetario, pero se guarda cuidadosamente debido a su valor sentimental. Los Orientales creen que el barro del cántaro tiene una analogía con el barro que está hecho nuestro cuerpo; el agua en su interior corresponde al espíritu de Dios que tenemos en nuestro interior. ¡Dejar atrás el cántaro sería como dejar para atrás la propia vida de alma del individuo!
Aun en el caso de que el cántaro por accidente se quiebre en el pozo, será recogidas cada una de sus piezas cuidadosamente y se llevan para la casa para darles diversas utilidades. Las piezas más grandes servirán de cazo; las que son un poco más pequeñas para transportar trozos de carbón en brasa de una casa a otra; y hasta las más pequeñas de todas sirven para raspar sobre las heridas porque se piensa que la arcilla del cántaro contiene propiedades curativas.
Te acordarás que Job hizo precisamente eso (Job 2:7-8):
Entonces salió Satanás e hirió a Job con una sarna maligna desde la planta del pie hasta la coronilla de la cabeza,
Y tomaba Job un tiesto para rascarse…
Las piezas que no pueden ser utilizadas son enterradas en el jardín.
Las mujeres de la ciudad donde esta mujer Samaritana vivía, nunca cometían el error de dejar atrás el cántaro en el pozo para ir donde quiera que fuese. Si lo hiciesen acarrearían la vergüenza de la casa. No era socialmente bien visto ni aceptable. Sin embargo la mujer samaritana dejó su cántaro. ¿Por qué? Pues porque había encontrado al Cristo. Una vez que había encontrado al Mesías, ella tuvo el deseo de despojarse de aquel peso para ir a contarle a los de la ciudad que allí estaba Cristo. ¡También nosotros como cristianos que somos, deberíamos estar deseosos de abandonar nuestro “cántaro” y de ir a predicar a otros!
Entonces la mujer dejó su cántaro, y fue a la ciudad, y dijo a los hombres:
Venid, ved a un hombre que me ha dicho todo cuanto he hecho. ¿No será este el Cristo?
Entonces salieron de la ciudad y vinieron a él.
Esta es otra prueba de que la mujer Samaritana era virtuosa y tenía buena reputación. Si así no hubiese sido, nunca podría haberse acercado de los hombres de la ciudad; si no hubiese sido grandemente respetada en la comunidad ellos no hubiesen creído su testimonio cuando les dijo, “Venid, ved un hombre…” y todo lo demás. A causa de esta mujer, podemos ver que muchos de los samaritanos de la ciudad también creyeron.
Y muchos de los samaritanos de aquella ciudad creyeron en él por la palabra de la mujer, que daba testimonio diciendo: Me dijo todo lo que he hecho.
Y creyeron muchos más por las palabras de él,
Y decían a la mujer: Ya no creemos solamente por tu dicho, porque nosotros mismos hemos oído, y sabemos que verdaderamente éste es el Salvador del mundo, el Cristo.
Qué final tan maravilloso, ¡que gran contribución tuvo esta mujer con toda su comunidad! Así quiera Dios que cada una de las personas que ha aceptado a Cristo como su Salvador personal, pueda hacer lo mismo que ella.
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