CRISTO EN EL HOMBRE NATURAL Por Juan Luis Molina
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De: Juan Luis Molina
Para: Mira sólo a Dios
Enviado: Miércoles, 26 de septiembre, 2012 11:17:41
Asunto: Cristo en el Hombre Natural
De: Juan Luis Molina
Para: Mira sólo a Dios
Enviado: Miércoles, 26 de septiembre, 2012 11:17:41
Asunto: Cristo en el Hombre Natural
Amadísimo Teófilo:
Leer y entender la
doctrina de Romanos es una consolación para nuestras almas desasosegadas. Aquí
se llega a una visión muy subjetiva de la perfección de Dios, y la inherente
corrupción del hombre. El eterno designio de Dios es salvar a los hombres y que
conozcan toda Su verdad, si ellos no le ponen obstáculos. La ley de Moisés para
los judíos, y la ley natural para los gentiles no fue sino un
pedagogo que los orientó hacia Cristo. Dios niega todo el valor a las fuerzas
del hombre en el proceso de salvación y justificación. Solo Dios obra en
Cristo en la nueva criatura por la fe sola, permaneciendo esta
criatura en la total y perfecta pasividad, porque todo hombre, como
Pablo, debe llegar a reconocer: Yo soy carnal, vendido como esclavo al
pecado. Porque....no hago lo que quiero, sino lo que no aborrezco... Y yo sé
que en mí, esto es, en mi carne, no mora el bien. Romanos 7:14-18.
Todo hombre, antes de
la venida del Redentor a su vida, tiene primero que aplicarse estas
palabras para poder del todo reposar en medio de su conciencia de pecado,
y confiar solo en Cristo. Movidos por el espíritu, ahora entonces sentimos un
desprecio absoluto a lo meramente humano. Tenemos horror a todo cuanto pueda
significar mérito propio y a cualquier actividad y colaboración del hombre con
Dios en el orden sobrenatural. La suma de la epístola de Romanos es destruir, y
extirpar, y desbaratar toda sabiduría y justicia de la carne, es decir, todo
cuanto pueda parecer tal a los ojos de los hombres y en nuestra propia conciencia...,
y plantar, y establecer, y magnificar el pecado...por eso dice Dios que lucha
contra los arrogantes que presumen de sus propias obras.
Cristo no engrandece
en nosotros sino el pecado que mora en nosotros. Magnifica y presenta vivo el
pecado original y sus efectos para que lo reconozcamos y aumentemos
en nuestra conciencia de pecado y no lo ocultemos delante de Dios,
persuadiéndonos firmemente de que, en el hombre, todo es corrupción y
desorden moral, con lo cual se evita cualquier peligro de confiar en las
propias "obras buenas", ya que el pecado no es solo la violación de
la ley, sino también el deseo ardiente natural que infecta TODAS LAS
OBRAS.
El cristiano o
miembro de Cristo, en el mundo, está alquilado para dos cosas: para humillar al
hombre y glorificar a Dios. Humillar al hombre hasta darle a conocer el abismo
profundísimo de su propia vileza; y, por el contrario, engrandecer y levantar
sobre los cielos la gracia, y el remedio o medicina, y los grandes beneficios
que Dios nos envió en Cristo. Y así, muchas veces, después de haber abatido y
desmayado al hombre por el conocimiento de su miseria, Dios en Su
espíritu lo revuelve y le resucita de muerte a vida, esforzando al hombre
en el conocimiento de este beneficio de una manera constante, mostrándole así
que mucho más motivo tiene en los méritos de Cristo para alegrarse y confiar
que en todos los pecados del mundo para desmayar.
Las acciones
naturales sin la fe de Jesucristo no son nada sino paja, heno y hojarasca, y de
nada, repetimos, de nada sirven todas sus obras en el orden
sobrenatural. El hombre desde las entrañas de su madre es pecador e injusto;
nace en iniquidad porque nace acompañado del deseo ardiente, el cual en su
carne no se borra con el bautismo de agua sino en el de fuego del espíritu que
le sepulta, y antes de eso, aun haciendo buenas obras, el hombre peca
siempre.
¿Qué se entiende por
pecado en el hombre o "pecado original"? Según las sutilezas
mañosas de los religiosos, es solo una privación o falta de la justicia
original; pero, según Dios, no solo es la falta de toda rectitud y fuerza en
todas las potencias del alma y del cuerpo; sino, además, la propensión o
inclinación al mal, la nausea del bien, el hastío de la luz y de la sabiduría,
el amor al error y de las tinieblas, la fuga y abominación de las buenas obras.
Y con ese pecado original con el cual nace desde las entrañas de su madre,
el hombre se identifica con el ardiente deseo intrínseco de transgredir, y este
infernal deseo persiste en todos los hombres hasta la muerte, todos, aun los
más santos, permanecen siempre en pecado, o, más exactamente, el pecado
permanece en ellos. En esta desesperación de su propia carne nace el reposo
dentro del hombre que cree.
Así que, el principio
fundamental es el de la sola fe o confianza en Cristo. Por la sola fe queda
el hombre justificado sin ningún mérito propio, sino que solo Dios
gratuitamente lo reputa de justo, deja de imputarle los pecados y le aplica los
méritos del Cristo. Así que Dios no le admite al hombre regeneración ni
santificación alguna a su alma por sus obras de
penitencia, sino que siempre le lleva a reconocer que precisa
del todo de la "nueva vida" renacida que le conecte con Él.
En esto se diferencia
propiamente la ley y el Evangelio de Pablo o de la Gracia: en que la ley
pregona lo que hay que hacer y omitir..., no dando más que el conocimiento del
pecado que irremediablemente habita en su sangre al hombre; mientras que el
Evangelio de la Gracia predica la total remisión del pecado y el cumplimiento
de esa ley solo en Cristo, y por Cristo dentro de él. Por eso, la voz de la ley
es: paga lo que debes; y la del Evangelio: Perdonados te han
sido en Cristo tus pecados. Toda ley es ley de muerte, de ira y de
pecado..., pero la fe quita el pecado, la ira y la muerte. Todo lo que sea ley
es aborrecible y contrario a la libertad en Cristo cuando sea ley y precepto,
aunque la ley en sí sea buena, justa y santa.
¿Cuál es entonces la
verdadera justicia? « Justicia Divina es la fe de Jesucristo...y el justo
es tal porque cree...Siendo, pues, la fe la justicia universal, todo pecado se
reduce a la infidelidad de no creer a Cristo». ¿Y quién es el verdadero
miembro despierto de Cristo? «Todo aquel que pone su confianza solo en Cristo,
desconfiando de sus propias obras, cualquiera que sea su condición u oficio».
El verdadero
cristiano no es en Cristo ni libre ni siervo, ni judío ni gentil, ni varón ni
hembra..., ni sacerdote ni laico, ni canónico ni vicario, ni rico ni pobre, ni
católico ni protestante, ni evangelista ni pentecostal, ni de este o de
aquel otro estado, grado u orden. Todas estas cosas no hacen fiel
cristiano a nadie en que se den, como tampoco su ausencia hace infiel al hombre
que no las tenga. Sino "una nueva creación" en Cristo.
No es oficio propio
del cristiano sino mostrar la sola gracia propia de su Cristo, que es la
plenitud y cumplimiento de la ley. Solo la fe, que no se apoya en las obras es
la que nos hace puros y dignos ante Dios. Y todo cuanto se hace sin esa gracia
es pecado aunque sean obras buenas. Consiguientemente, todas las virtudes de
todos los santos, juristas y teólogos, aunque en apariencia sean virtudes, en
realidad no son sino vicios que nada valen en cuanto a su salvación. Solamente
la fe vale para la salvación, y no puede suceder que la fe permanezca ociosa,
sino que vive y obra en Cristo y triunfa, y de ella fluyen espontáneamente las
obras de Dios en él...Pero se equivocan rotundamente los que primero se
disponen a borrar los pecados con las inútiles obras de penitencia para
regenerar su alma. Nadie recibe la gracia sino solo porque cree.
Tus pecados se te han
perdonado, la gracia en Cristo se te han conferido, y la gloria se te ha de ciertísimamente
dar. Así, pues, al cristiano le conviene, como a hijo de Dios que es, alegrarse
siempre, cantar en adoración siempre, no temer nada, estar siempre seguro y
gloriarse en Dios. Esta es la fe que trae tu Cristo y aquieta tu alma; ya
no temes el castigo, tanto es el gozo por la remisión de tus pecados. El júbilo
interno nace de este sentido de liberación del pecado en Cristo, de esta
seguridad total de estar en paz con Dios, y se transmite por contagio a nuestra
alma. Esto es sabiduría de Cristo que, si el cristiano no le pone obstáculo,
amanecerá como la aurora tras larga noche y oscura y enderezará tu mente
siempre hacia Dios.
En Cristo Jesús,
Juan Luis
Molina
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