¿CREEMOS A DIOS? Por E.W. Bullinger
Traducción Juan Luis Molina
¿Creemos
en lo que Él dice?
Por naturaleza, ninguno de
nosotros le cree. Ninguno de nosotros quiere obedecerle. La mente carnal es
enemiga contra Dios, y no se sujeta a la Ley y a la Palabra de Dios.
Todos
procuramos evadirla a través de varias maneras ingeniosas.
Algunos
niegan que haya un Dios que le hable al hombre.
Otros
creen que hay un Dios, pero niegan que haya hablado en Su Palabra.
Otros
creen que Él habló, y que la Biblia contiene dentro Su Palabra, pero niegan que
toda ella sea Su Palabra.
Otros
creen que la Biblia contiene la Palabra de Dios, pero no pueden decirnos cómo
buscarla o cómo distinguir Sus palabras, o dónde escuchar Su voz.
Otros la
reciben, y reciben sueldos y dignidades por eso mismo, pero niegan su Divino
origen e inspiración, y gastan sus energías en destruirla; declarando que sus
historias son mitos y leyendas, y viejas fábulas, y sus profecías las imaginativas
suposiciones de hombres mortales, o la obra de hombres que vivieron después de
sus cumplimientos.
Otros la
reciben, pero declaran que en su mayoría consiste de falsificación, y se pasan todo
el tiempo criticándola o escribiendo comentarios sobre ella. Ningún tipo de
hombres se hallan tan ocupados escribiendo acerca de la Palabra de Dios como
estos. Cortan con sus plumas las palabras, justo igual como Joacim las rasgó
con su cortapluma.
Otros se
contentan en usar la Biblia como un libro para cortar en pedazos, no para
encontrarle faltas, sino
procurando textos acoplables
a sermones y almanaques, o tarjetas de aniversarios, o autoadhesivos; justo
como Shakespeare y los poetas la usaron con el mismo propósito.
Otros
creen que es inspirada por Dios, pero tienen sus variadas escuelas de pensamientos en cuanto al tipo de inspiración
envuelta, y la naturaleza y medida suya.
Otros
creen, de hecho, como artículo
de fe, que es inspirada, pero sostienen que nadie puede realmente
comprenderla, y así se
esfuerzan en atribuirse todas las responsabilidades de creerla, sobre la base de
su ignorancia.
Otros
van un paso más adelante, y, mientras sostienen que, al mismo tiempo que nadie
en el mundo puede entenderla, la Iglesia (¡cualquiera que sea el significado de
esa expresión pare ellos!) si que puede. Estos procuran protegerse a sí mismos
al delegar su responsabilidad de creer a Dios por si mismos, a la Iglesia; y de
esta forma, mientras se rehúsan
a creer a Dios, ellos creen en el hombre, y devoran tragándose con credulidad todo lo que el hombre pueda decir.
Otros reciben la Biblia, como un buen
libro, pero se contentan con aplicarlo a la música; y lo tratan como si fuera
un libreto o un oratorio o cantata, o una canción o un solo. De esa manera, para ellos viene a
ser un libro donde seguir las
palabras, para cuando los intérpretes estén interpretando la música. Estos son los que
reciben el aplauso de los hombres por cantar con gran entusiasmo avisos
que ellos mismos ignoran; amenazando con lo que ellos no temen; mandando lo que
ellos desobedecen; profetizando lo que ellos no toman en cuenta; y haciendo
promesas por las cuales ellos no se inmutan.
Otros la
reciben, y la creen hasta un cierto punto y la evalúan, y hasta respetan las
Escrituras como la Palabra de Dios, pero no por una Divina o viviente fe, porque su fe no contiene la
evidencia de las buenas obras, que se manifiestan solamente en obediencia de fe.
Obediencia
de fe es la obediencia que procede de,
y es producida por, una fe viviente en el Dios Vivo. En otras palabras, es el
acto resultante, como si lo que se ha oído ya fuese verdad.
Nosotros
escuchamos, por ejemplo, lo que dice Dios acerca de nuestra condición por
naturaleza; que no solamente es que seamos criaturas arruinadas teniendo en
cuenta todo lo que hayamos
hecho, sino que además somos criaturas arruinadas, teniendo en cuenta lo
que somos por naturaleza.
¿Creemos esto? Si lo creemos, entonces actuaremos conformemente, y la creencia
nos hace sentirnos tan tristes y miserables, que llegamos agradecidamente a
creer lo que nos dice Él, cuando declara que ha provisto un sustituto para el pecador convicto;
y que Él ha hecho acepto aquel Único perfecto, en vez de o en lugar del
pecador.
Si
creemos esto, estaremos en paz con Dios; y nunca más afectados o preocupados
acerca de nuestra posición bajo Sus ojos; nosotros ya nada tenemos que hacer,
que no sea saber más y más de Aquel Uno, y darle gracias por lo que ha hecho
habiéndonos llevado para Su Gloriosa Presencia. Nunca más nos volveremos al
viejo lugar del cual hemos sido librados. Ya no le pediremos más veces que nos
perdone los pecados de los cuales nos ha librado, porque estaremos siempre
regocijándonos en Aquel Uno, en Quien TENEMOS redención a través de Su sangre,
el perdón de los pecados (Colosenses
1:14), y al mismo tiempo que le damos gracias por HABERNOS PERDONADO TODOS
NUESTROS TRASPASOS (Colosenses
2:13), olvidaremos y dejaremos de lado nuestra vieja ocupación de estar siempre
confesando nuestros pecados y orando pidiendo perdón.
¡Estaremos
mirando y anhelando seguir solo en frente, al LLAMAMIENTO
DE LO ALTO! (Filipenses
3:4).
Seremos
libres testigos por y para Él, y cometidos en Su servicio, no ocupándonos más
con nosotros mismos, nuestro andar, o nuestra vida. No juzgaremos ya más a
nuestros hermanos, sabiendo que el mismo Señor es Quien los halló a ellos también; y que son miembros del mismo cuerpo, y que todos vamos a ser reunidos y
llamados desde lo alto. Apreciaremos nuestra comunión con ellos aquí (si es que
nos dejan saber que brevemente estaremos juntos con ellos allí, en lo alto).
No
solamente sostendremos la preciosa verdad doctrinal asociada con Cristo la
Cabeza del Cuerpo único, sino las verdades prácticas asociadas con los miembros
de ese Cuerpo.
Procuraremos
aprender más y más y más de los propósitos de Dios conectados con el gran secreto concerniente a
Cristo y Su Iglesia, y nos
introduciremos en todo lo que concierna a Cristo su gloriosa Cabeza.
Tendremos
tal comprensión de Su maravillosa sabiduría con la cual ha ordenado todas las
cosas, que agradecidamente la preferiremos en vez de la nuestra.
Reconoceremos
que Su voluntad, manifiesta y producida de Su
eterno propósito, es tan perfecta, que la preferiremos a la nuestra, y
desearemos dejar de operar todo lo demás nuestro que nos concernía.
No
tendremos que entregarnos o
rendirnos a nada. Nada tenemos que hacer ni que ver
con ese nuevo miserable evangelio de la ocupación del ego; y,
todo lo asociado con su fraseología la dejaremos totalmente de lado, como estando muy por debajo y en
un plano completamente diferente de la experiencia Cristiana.
Cristo
será nuestro objetivo, y consideraremos o tomaremos o daremos todas las cosas, como perdidas, por la excelencia
del conocimiento de Cristo Jesús nuestro Señor. (Filipenses 3:8).
Si este
no es el resultado de nuestro creer a Dios, es una prueba positiva de que no
tenemos una fe viviente, y que todas nuestras obras
buscando santidad no pasan de ser sino obras
muertas, porque no obtenemos
esta bendita evidencia como el resultado solo de nuestra fe obediente.
Este es
el simple examen que tenemos entre las manos.
Sin la
Palabra del Espíritu Santo a través del Apóstol Santiago no poseeremos este
examen. Pero ahora que lo tenemos, y lo vemos, sería falta nuestra si no nos
beneficiásemos de él, y no lo empleásemos para nuestra bendición y paz y
descanso.
Si lo
empleamos, nos sentiremos extrañamente fuera de harmonía con todas las reglas
en la moderna Cristiandad, y con todo lo que caracteriza la
religión del día actual.
Nos
daremos cuenta de que su fraseología y terminología están basadas en un plano
más bajo de experiencia. Nos hallaremos a nosotros mismos en desacuerdo y
desconectados de muchos de nuestros compañeros creyentes; porque habremos
aprendido no de hombre alguno.
Habremos dejado perdida y abandonada la religión; pero eso sucederá debido a que habremos sido hallados en Cristo,
sabiendo bien lo que significa ser… HALLADOS
EN Él.
E.W. BULLINGER
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