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El Rey descendió. De Joseph Prince

Lucas 19:38 ¡Bendito el rey que viene en el nombre del Señor; paz en el cielo, y gloria en las alturas!

Cuando Jesús predicó el Sermón de la Montaña, dijo: “Amad a vuestros enemigos” (Mateo 5:44). Hoy tenemos problemas para amar a nuestro prójimo y mucho más a nuestros enemigos.

Jesús también dijo: “Si tu ojo derecho te es ocasión de caer, sácalo y tíralo lejos de ti. Si tu mano te es ocasión de caer, córtala” (Mateo 5:29–30). ¿Has visto a alguien que pelea a favor de la ley hacer eso? ¿Has visto alguna iglesia practicar eso? ¡Vamos, esa iglesia parecería una enorme sala de amputaciones!

Entonces, ¿qué estaba haciendo Jesús cuando dijo esas cosas?

Jesús estaba devolviendo la ley a su estándar puro y original, mientras los fariseos la habían reducido a donde era humanamente posible cumplirla. Por ejemplo, los fariseos pensaban que a menos que cometas adulterio físicamente, no has pecado, pero Jesús dijo que si miras a una mujer para codiciarla, ya has cometido adulterio con ella (Mateo 5:28).

Jesús demostró a aquellos que se jactaban de guardar la ley que era imposible que el hombre fuera justificado por la ley. ¡Él también dijo que en el momento en que te enojas con un hermano en tu corazón, has cometido asesinato (Mateo 5:22)! Verás, la interpretación definitiva e impecable de Jesús de las santas leyes de Dios lleva al hombre al final de sí mismo para que vea su necesidad del Salvador.

Ahora, quiero que captes una hermosa imagen de la gracia de Dios: la buena noticia es que Jesús no se detuvo allí. Predicó el Sermón de la Montaña y luego descendió. Hablando espiritualmente, si el Rey se hubiera quedado en la montaña, no habría habido redención para nosotros.

¿Estás recibiendo esto? Si Jesús se hubiera quedado en lo alto del cielo y decretado los santos estándares de Dios desde allí, no habría habido esperanza ni redención para nosotros. ¡Pero toda la alabanza y la gloria al Rey que eligió bajar del cielo a esta tierra! Descendió de la montaña. Descendió a la humanidad que sufre, llora y muere.

Al pie de la montaña vemos cómo se encontró con un hombre con lepra, una imagen de ti y de mí antes de que fuéramos lavados por Su preciosa sangre. Imagínate: un pecador inmundo, de pie ante el Rey de reyes. No había manera de que los estándares del Sermón del Montaña pudieran haberlo salvado. No había manera de que las normas puras y perfectas de los santos mandamientos de Dios pudieran habernos salvado. El Rey lo sabía y por eso descendió hasta donde estábamos nosotros.

En aquellos días, las personas con lepra eran consideradas impuras y dondequiera que iban tenían que gritar: “¡Inmundo! ¡Inmundo!" (Levítico 13:45) para que la gente supiera que debía correr hacia el otro lado para no contaminarse con la enfermedad. No hace falta decir que los leprosos no eran bienvenidos en los lugares públicos. Sin embargo, aquí el hombre con lepra estaba ante el Rey diciendo: “Señor, si quieres, puedes limpiarme” (Mateo 8:2). Nota que él no dudó que Jesús pudiera hacerlo; dudaba que Jesús quisiera hacerlo.

Sin dudarlo por un momento, nuestro Señor Jesús extendió la mano y tocó al hombre afligido, diciendo: “Quiero; sé limpio.” Y al instante su lepra desapareció (Mateo 8:3).

Ahora observa esto: bajo la ley, aquellos con lepra -los inmundos- hacen impuros a los limpios. Pero bajo la gracia, Jesús limpia lo inmundo. Bajo la ley, el pecado es contagioso. ¡Bajo la gracia, la justicia y la bondad de Dios son contagiosas!

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