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¿Cuál es tu respuesta a la voz de acusación? De Joseph Prince

 

Isaías 54:14 (KJV) En justicia serás establecido; Estarás lejos de la opresión, porque no temerás; y del terror, porque no se acercará a ti.

 Es importante que te establezcas en la justicia de Cristo, porque eso determinará cómo respondes a la voz de la acusación cuando estas creyendo a Dios para cosas grandes y estas confiando en Él por oraciones respondidas.

“¿Quién te crees que eres?”

“¿No recuerdas cómo le gritaste a tu cónyuge esta mañana?  ¿Por qué Dios debería darte favor en tu importante presentación en la oficina hoy?"

“Mira con qué facilidad pierdes la calma mientras conduces. ¿Cómo puedes tener el descaro de esperar que te sucedan cosas buenas?

“¿Te llamas cristiano? ¿Cuándo fue la última vez que leíste tu Biblia? ¿Qué has hecho por Dios?  ¿Por qué Dios debería sanar a tu hijo?”

¿Te suenan terriblemente familiares estas acusaciones? Ahora, cómo respondas a esta voz de acusación expondrá lo que realmente crees.  Esta es la prueba de fuego de lo que crees. ¡Aquí es el momento donde la teoría se vuelve realidad!

Una persona podría pensar: “Sí, tienes razón.  No merezco esto.  ¿Cómo puedo esperar que el favor de Dios esté conmigo para mi presentación en la oficina cuando fui tan duro con mi esposa esta mañana?” Ahora, esa es la respuesta de alguien que cree que necesita ganar su propia justicia y un lugar de aceptación ante Dios. Esta persona cree que puede esperar el bien de Dios solo cuando su conducta es buena y su propia lista de requisitos autoimpuestos se cumple al máximo.

Él probablemente irrumpiría en su oficina, todavía furioso con su esposa. Lo peor de todo es que se siente apartado de la presencia de Jesús a causa de su enojo y pensaría que no califica para pedir el favor de Dios para su presentación. Entra en la sala de juntas despeinado y desorganizado. Se olvida de sus puntos y pierde la secuencia, lo que hace que su empresa pierda esa cuenta principal.  Sus jefes están decepcionados de él y le dan una gran reprimenda.

Frustrado y avergonzado, conduce a casa como un maníaco, haciendo sonar la bocina en cada automóvil que no se mueve en el instante en que el semáforo cambia a verde. Cuando llega a casa, está aún más molesto con su esposa porque la culpa a ella de ponerlo de mal humor por la mañana, de su pésima presentación y por la pérdida de la cuenta mayor. ¡Todo es culpa de ELLA!

Ahora, mira la diferencia si esta persona piensa: “Sí, tienes razón. No merezco tener el favor de Dios en absoluto porque perdí los estribos con mi esposa esta mañana.  ¿Pero sabes qué?  No estoy mirando lo que merezco. Estoy viendo lo que Jesús merece. Incluso ahora mismo, Jesús, te agradezco que me veas perfectamente justo. Debido a la cruz y a Tu sacrificio perfecto, puedo esperar el favor inmerecido de Dios en mi presentación.  Cada uno de mis defectos, incluso el tono que usé esta mañana, está cubierto por Tu justicia.  ¡Puedo esperar el bien no porque yo sea bueno, sino porque Tú eres bueno! ¡Amén!"

¿Ves la asombrosa diferencia?  Esta persona se basa en la justicia de Jesús y no en su propia justicia o buen comportamiento. Se pone a trabajar dependiendo del favor inmerecido de Jesús, y supera la presentación y logra una cuenta importante para su empresa. Sus jefes están impresionados por su desempeño y lo marcan para la próxima ronda de promoción.  Conduce a casa con paz y gozo, sintiendo el amor y el favor del Padre. En consecuencia, es más paciente con otros conductores.

Ahora, ¿significa esto que él barre todas sus fallas y las pone debajo de la alfombra y finge que nunca sucedieron?  ¡De ninguna manera!  Este hombre, lleno de la conciencia de que el Señor está con él, encontrará en Cristo la fuerza para disculparse con su esposa por el tono que había usado con ella. Verás, un corazón que ha sido tocado por un favor inmerecido no puede aferrarse a la falta de perdón, la ira y la amargura.

¿Cuál de los relatos anteriores demuestra la verdadera santidad?  Por supuesto, es el segundo relato.  Depender del favor de Dios resulta en una vida de santidad práctica.  ¡Creer correctamente siempre lleva a vivir correctamente!

 Fragmento del libro "100 días de favor" de Joseph Prince

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