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LA PALABRA DE DIOS ES MEDICINA Rv. Keneth Hagin

 

Hebreos 4:12 Porque la palabra de Dios es viva y eficaz, y más cortante que toda espada de dos filos; y penetra hasta partir el alma y el espíritu, las coyunturas y los tuétanos, y discierne los pensamientos y las intenciones del corazón.

Oseas 4:6 Mi pueblo fue destruido, porque le faltó conocimiento.

Proverbios 4:20 Hijo mío, está atento a mis palabras;

Inclina tu oído a mis razones.

21 No se aparten de tus ojos;

Guárdalas en medio de tu corazón;

22 Porque son vida a los que las hallan,

Y medicina a todo su cuerpo.

23 Sobre toda cosa guardada, guarda tu corazón;

Porque de él mana la vida.

Como un médico prescribe medicina para un cuerpo enfermo, así también Dios ha prescrito Su Palabra para la sanidad de nuestro espíritu, alma y cuerpo. La Escritura declara que Su Palabra es vida para aquellos que la hallan, y salud para todo su cuerpo. Esto significa que no es simbólica, ni una figura retórica. Es una realidad viviente. La Palabra de Dios lleva en sí misma el poder mismo de Dios. Cuando la tomas en tu corazón, cuando meditas en ella, cuando la confiesas con tu boca, esta comienza a actuar como una medicina divina en tu interior.

Piénsalo de esta forma, los medicamentos que están en un estante no hace nada por ti hasta que los tomas según las indicaciones. De la misma manera, la Biblia cerrada sobre tu mesa no produce cambio alguno hasta que la abres, la lees, la crees y la declaras.

Verás no basta con escuchar la Palabra de vez en cuando, debe recibirse de una manera consistente. Así como el cuerpo a menudo requiere varias dosis antes que los síntomas desaparezcan, el espíritu también requiere una alimentación constante de la Palabra hasta que Su poder expulse la enfermedad, la desesperación, el miedo y la debilidad.

Dios nos ha dado Su receta eterna, “está atento a mis palabras, inclina tu oído a mis razones,  no se aparten de tus ojos; guárdalas en medio de tu corazón; porque son vida a los que las hallan, y medicina a todo su cuerpo” (Proverbios 4:20-22).

Esto significa que la sanidad no está lejos de ti. La sanidad no está encerrada en algún lugar distante, está cerca de ti, está en tu boca y en tu corazón. Cuando declaras: “por sus llagas he sido curado”, no estás repitiendo una frase, estás tomando la medicina de Dios.

Cuando meditas día y noche en Sus promesas, estás alimentando tu espíritu con una sustancia más poderosa que cualquier droga conocida por el hombre. Y a diferencia de la medicina terrenal, la Palabra de Dios no tiene efectos secundarios dañinos, ni fecha de caducidad, ni limitaciones. Enriquece cada fibra de tu ser: tu mente, tus emociones, tu cuerpo y tu espíritu, trayendo restauración y plenitud. Así que les digo hoy, tomen su dosis de la Palabra de Dios. Tómenla diariamente. Tómenla continuamente. Tómenla con fe. Rehúsate a permitir que la duda o el miedo te roben Su poder de tu corazón.

Guarda tu lengua porque tus palabras pueden liberar la medicina de Dios o cancelarla con incredulidad. Elige hablar vida, elige alinear tus palabras con Sus promesas. Mientras lo haces, encontrarás que la vida misma de Dios fluye a través de ti, vivificando tu cuerpo mortal, fortaleciendo tu mente y levantando o vivificando tu espíritu. El mismo Dios que habló y creó el mundo ha hablado palabras de sanidad para ti, Su palabra es medicina divina, eficaz y poderosa. Tómala, créela y observa cómo trae sanidad y fortaleza a cada parte de tu vida.

Cuando hablamos de la Palabra de Dios como medicina, debemos entenderla de la misma manera que entendemos como la medicina funciona a nuestro cuerpo físico. Porque así como el cuerpo responde a las prescripciones naturales, el espíritu, el alma e incluso el cuerpo responden a las prescripciones divinas que se encuentran en la Palabra de Dios. Y esto no es solo una ilustración poética, sino una realidad que puede ser experimentada por cualquiera que se aproxima a la Palabra de Dios con fe y consistencia. Porque la Palabra de Dios es viva, eficaz y llena de Su propio poder. Y cuando se toma en el corazón y se habla con la boca, comienza a trabajar desde adentro hacia afuera produciendo salud, paz, fortaleza y restauración.

Sin embargo, al igual que la medicina natural del mundo, debe ser aplicada regularmente, intencionalmente y con creencia. Porque una pastilla dejada en un frasco no puede curar. De la misma, forma una Biblia dejada cerrada en el estante no libera Su poder vivificante. Porque no es la mera presencia de la Palabra, sino la aplicación de ella lo que produce cambio. Por eso la Escritura dice “presta atención a mis palabras”, queriendo decir que les des prioridad, inclinar tu oído a ellas. Entonces permite que llenen tu visión y que permanezcan en medio de tu corazón, porque solo entonces van a llegar a ser vida para los que las encuentran y salud para toda su carne, demostrando que esta medicina divina no se limita solo al Espíritu, sino que llega al cuerpo físico, tocando cada parte de nuestro ser, y lo que es notable es que a diferencia de la medicina terrenal, la Palabra de Dios nunca caduca, nunca pierdes su potencial y no tiene efectos secundarios negativos, porque Su poder es eterno, es Su verdad inmutable y Su efectividad está garantizada para aquellos que se atreven a creer.

Y cuando confesamos que por sus llagas he sido curado, o meditamos día y noche en promesas de fortaleza y liberación, no estamos involucrados en repeticiones vacías, sino en un tratamiento espiritual permitiendo que la vida de Dios fluya en nuestra situación, desplazando la enfermedad, el miedo, la debilidad y la desesperación. Y esto requiere persistencia, porque así como algunas enfermedades tardan tiempo en responder a la medicina, así también el corazón debe ser saturado a menudo con la Palabra hasta que la fe se levante lo suficientemente fuerte como para anular la duda y la circunstancias. Y es a través de esta alimentación constante que se produce la transformación, de modo que incluso si los síntomas persisten, el hombre interior se fortalece y la esperanza se vuelve inquebrantable hasta que el hombre exterior finalmente debe alinearse con la verdad de la Palabra de Dios.

Porque Su Palabra no es solo información, sino una sustancia divina que lleva dentro el mismo poder creativo que habló a existencia el universo. Y ese poder puede dar forma a las galaxias, seguramente puede restaurar un cuerpo roto, calmar a una mente atribulada y revivir un espíritu cansado. Y por eso, cada creyente debe ver la Palabra como algo más que un material de lectura o una obligación religiosa, sino como una receta divina escrita por el gran Médico.

Y así como uno toma la medicina terrenal con agua, así debemos tomar la Palabra con fe. Porque la fe es la sustancia que activa Su virtud sanadora. Y cuando se combina con la confesión y la meditación, se vuelve imparable. Y lo más que es aplicada, lo más que penetra hasta que sus efectos se manifiesten exteriormente.

Así que nadie piense que la sanidad está lejos o reservada para unos pocos elegidos, porque Dios ya nos ha dado la medicina disponible gratuitamente cerca de nuestras bocas y corazones esperando solamente ser hablada, creída y vivida.

Y de esta manera descubrimos que la voluntad de Dios no es que Sus hijos sufran en enfermedad o en desesperación sino que caminen en plenitud. Y Él ha proporcionado los medios: Su Palabra, para llevarnos ahí.

Así que la invitación es clara, toma la Palabra diariamente, medita en ella, háblala con denuedo, guárdala contra la duda y observa como la vida misma de Dios fluye a través de ti, trayendo sanidad, paz, fortaleza y completa restauración, porque la Palabra es medicina divina, efectiva, eterna e infalible y funciona sin fallar cuando se aplica con fe.

Cuando comenzamos a entender que la Palabra de Dios es medicina, eso cambia la manera en que vemos nuestra vida espiritual y nuestras necesidades físicas. Porque muchas personas ven a la Biblia simplemente como un libro de lecciones morales o aliento espiritual, pero en realidad es un depósito de divino poder que fue diseñado para fluir en nuestras vidas y traer transformación en cada área. Y así como la medicina natural contiene elementos que trabajan para combatir las enfermedades y restablecer el equilibrio en el cuerpo, la Palabra de Dios lleva la vida y la naturaleza de Dios mismo.

Y cuando esa vida entra en nuestro espíritu a través de la meditación, la creencia y la confesión, comienza a obrar en maneras inicialmente invisibles pero lo suficientemente poderosas como para alterar el curso de nuestras vidas. Porque la Escritura dice que Su Palabra no vuelve vacía, sino que cumple aquello para lo cual fue enviada.

Isaías 55:10 Porque como desciende de los cielos la lluvia y la nieve, y no vuelve allá, sino que riega la tierra, y la hace germinar y producir, y da semilla al que siembra, y pan al que come,

11 así será mi palabra que sale de mi boca; no volverá a mí vacía, sino que hará lo que yo quiero, y será prosperada en aquello para que la envié.

Salmos 107:20 Envió su palabra, y los sanó, Y los libró de su ruina.

Y si Él ha enviado Su Palabra para sanar, entonces la Palabra lleva en sí misma todo el poder del cielo para traer sanidad, liberación y fortaleza. Pero así como la medicina natural debe ser tomada de acuerdo a las instrucciones y en la dosis correcta, también la Palabra debe aplicarse con disciplina y consistencia. Porque muchos fracasan no porque la Palabra carezca de poder, sino porque son descuidados en aplicarla y en lugar de alimentarse diariamente de las promesas de vida, paz y sanidad, solo la miran de vez en cuando preguntándose por qué no aparecen los resultados.

Dios ha dejado claro que debemos prestar atención a Su Palabra y darle prioridad sobre las distracciones y meditar en ella hasta que llene nuestros pensamientos, y hablarla continuamente hasta que transforme nuestra realidad. Y cuando se abraza esta práctica, la Palabra se convierte en algo más que conocimiento en la mente. Llega a ser una fuerza viviente en el corazón renovando la fortaleza, restaurando la paz, elevando la fe y sanando incluso el cuerpo físico, porque el diseño de Dios es holístico, alcanzando cada parte de nuestro ser. Y ese es el porqué no podemos separar lo espiritual de lo físico, porque cuando la Palabra entra al corazón afecta el alma con paz, la mente con claridad y el cuerpo con salud. Y con el tiempo, esto crea un ciclo de vida donde la fe fortalece la acción, y la acción refuerza la fe produciendo una plenitud o sanidad que ninguna medicina terrenal podría jamás lograr sola. Y aunque los remedios naturales tienen su lugar, están limitados por el tiempo y la ciencia, pero la Palabra de Dios es ilimitada, eterna y capaz de llegar a las causas invisibles de la enfermedad, la depresión o la debilidad abordando no solamente los síntomas, sino las raíces, desarraigando el miedo, rompiendo las cadenas de la desesperación y reemplazándolas con vida, gozo y fortaleza.

Es por eso que aquellos que constantemente toman la Palabra de Dios en sus corazones, a menudo testifican que ellos no solo reciben sanidad sino que viven en una salud sostenida. Porque la medicina de la Palabra no es solamente una cura, construye resistencia, fortalece la fe y mantiene al creyente fuerte contra futuros ataques, demostrando que Dios nos ha dado en Su Palabra una receta completa y eterna para la plenitud integral y sanidad.

Cuanto más profundamente abracemos esta verdad, lo más claro que se vuelve que la clave para experimentar el poder de la Palabra de Dios. No se trata de simplemente escucharla una vez, sino de sumergirnos en ella hasta que llegue a ser la influencia dominante en nuestros corazones. Porque cuando el corazón está lleno de ella, eventualmente fluirá por la boca, y las palabras pronunciadas tienen poder creativo ya sea para vida o para muerte.

Y cuando el corazón está saturado de las promesas de Dios, entonces la boca naturalmente libera declaraciones de sanidad, victoria y fortaleza que a su vez, hace cumplir o impone la realidad de la Palabra de Dios en nuestras vidas.

Porque la confesión no es una mera repetición, sino la liberación de medicina espiritual en la atmósfera de nuestros cuerpos y circunstancias. Y así como un médico insiste en que se debe completar todo el tratamiento de una receta, así nosotros debemos ser diligentes para seguir confesando, meditando y creyendo hasta que la Palabra haya completado plenamente su obra. Porque muchas veces la gente la abandona demasiado pronto, desanimada cuando los síntomas permanecen.

Pero la Palabra requiere perseverancia, porque actúa en lo invisible antes de manifestarse en lo visible, y la fe es el puente que nos mantiene firmes durante ese periodo de espera sabiendo que Dios no puede mentir y Sus promesas son seguras. Y cuando la duda intenta colarse, la respuesta no es abandonarla sino aumentar la dosis de la Palabra, justo como uno reforzaría la medicación enfrentando una enfermedad persistente, y esto significa pasar más tiempo en las Escrituras, más tiempo confesando versículos de sanidad, más tiempo alineando pensamientos y acciones con la verdad de la Palabra de Dios hasta que cada parte del ser esté completamente persuadida.

Y aquí es donde ocurre la transformación, porque cuando está convencido el corazón humano libera un flujo de fe que no puede ser detenido por las circunstancias, y este es el punto donde lo sobrenatural domina, donde lo que es imposible en lo natural, se vuelve realidad en el espíritu.

Y el cuerpo responde a la vida de Dios que fluye dentro de él, y la mente es renovada para resistir al miedo y la desesperación. El alma es levantada con un gozo inefable, demostrando que la Palabra de Dios es medicina no solamente de forma simbólica, no de forma abstracta, sino de una forma práctica y real, y continúa siendo eficaz para cualquiera que la aplique con consistencia, fe y perseverancia.

Porque así como la medicina funciona para cualquiera que la toma apropiadamente, también la Palabra de Dios funciona para cada creyente que se atreve a tomarla como su prescripción divina, confiando que traerá vida, salud y plenitud integral sin fallar.

Cuando profundizamos aún más allá en la exploración de la Palabra de Dios como medicina, nos damos cuenta de que el verdadero poder no solamente reside en leerla, sino en permitir que penetre profundamente en el corazón hasta que se convierte en una revelación personal. Porque la información por sí sola no trae transformación. Es cuando la Palabra echa raíces y se convierte en una verdad viviente en nuestro interior, que se libera Su poder sanador. Y este proceso es muy parecido a plantar una semilla en el suelo.

Porque si una semilla se queda en la superficie no puede crecer. Pero una vez que se entierra, se riega y se le da tiempo, comienza a brotar y a abrirse paso a través del suelo y produce vida. Lo mismo ocurre con la Palabra porque cuando la escuchamos de manera casual, puede inspirar por un momento, pero cuando es guardada en el corazón a través de la meditación y la repetición comienza a germinar, enviando raíces profundas al espíritu y produciendo el fruto de la sanidad, paz y fortaleza.

Es por eso que la Escritura nos instruye a mantener la Palabra en medio de nuestro corazón. Porque el corazón es la tierra donde crece la Palabra, y si permitimos que las distracciones, la duda o el miedo ahoguen ese suelo, la semilla no dará fruto. Pero si lo cuidamos, lo nutrimos y lo regamos continuamente con confesión y fe, con el tiempo, el corazón crecerá fuerte e imparable hasta que la sanidad y la vida que lleva se manifiesten exteriormente.

Y esta es una ley del espíritu que todo lo que se planta y se cuida en el corazón eventualmente se verá en lo natural. Entonces el creyente no debe desalentarse cuando los resultados no son instantáneos, porque así como las semillas naturales llevan tiempo para germinar, la Palabra trabaja silenciosamente en nuestro interior fortaleciendo la fe, construyendo resistencia y preparando el cuerpo y el alma para recibir una restauración completa. Y aunque el proceso pueda ser invisible, el resultado está garantizado.

Porque la Palabra de Dios no puede fallar lleva la propia naturaleza de Dios, Su propio poder y Su propia voluntad para con nosotros, y esa voluntad es siempre para vida, salud y plenitud integral, no destrucción o enfermedad. Y cuando esa verdad se establece en nuestro interior, la duda pierde su poder, porque el creyente ve ahora a la enfermedad no como el plan de Dios, sino como algo que debe arrodillarse a Su Palabra. Y este cambio de perspectiva es en sí mismo una forma de sanidad, porque la mente una vez nublada por el miedo comienza a abrazar la paz, y la paz permite que el cuerpo se alinee más rápidamente con la vida de Dios que fluye a través de Su Palabra, demostrando una vez más que esta medicina divina sana no solo el cuerpo sino el ser entero.

Otra poderosa realidad acerca de la Palabra de Dios como medicina, es que no solo sana condiciones existentes, sino que también sirve como prevención y protección; porque la medicina natural solo puede tratar los síntomas una vez que aparecen. Pero la Palabra fortifica el espíritu de antemano, construyendo un escudo de fe que resiste a la enfermedad, el miedo y la desesperación antes de que puedan echar raíces. Y ese es el porqué la meditación continua es tan vital, porque no se trata solo de esperar hasta que surjan los problemas para buscar las Escrituras, sino de hacer la Palabra una dieta diaria, de tal forma que nuestro sistema inmunológico espiritual se mantenga fuerte y listo para repeler cualquier cosa que venga contra nosotros. Y en este sentido, la Palabra no es solo una cura, sino también una vacuna inmunizando al creyente contra las mentiras del enemigo, contra la debilidad del miedo y contra los pensamientos destructivos que a menudo abren la puerta a la enfermedad.

Y cuando un creyente camina en ese flujo constante de la Palabra, su perspectiva sobre la vida misma comienza a cambiar porque ya no se ve a sí mismo como una víctima de las circunstancias, sino como un vencedor empoderado por la vida de Dios. Y esta nueva identidad fortalece el cuerpo y la mente. Porque la misma ciencia reconoce que los pensamientos y las emociones influyen en la salud, y cuando el corazón está lleno de la Palabra, rebosa de esperanza, gozo y paz que son fuerzas poderosas para el bienestar físico y emocional.

Aquí vemos que el diseño de Dios está completo, porque Su medicina no solo aborda la condición física, sino que remueve las raíces espirituales y emocionales que hay detrás de ella, limpiando el corazón de amargura, miedo y desesperación, y llenándolo de fe, amor y esperanza.

Y una transformación interior como esta, a menudo resulta en sanidad exterior, porque el cuerpo responde a la vida que fluye del espíritu. Y este ciclo de renovación continúa mientras la Palabra siga siendo central. Porque a diferencia de los remedios temporales, la Palabra nunca se agota, nunca se debilita y nunca deja de trabajar mientras se crea en ella y se la aplique.

Y es por esto que el testimonio más poderoso de cualquier creyente no es solamente que fue sanado una vez, sino que vive en salud sostenida diariamente por la medicina de la Palabra de Dios que lo fortalece ante cada desafío, y lo equipa para enfrentar la vida con denuedo, confianza y victoria.

Cuando miramos más profundamente la forma en que la Palabra de Dios funciona como una medicina, comenzamos a reconocer que uno de los mayores requerimientos es la consistencia. Porque así como ningún médico recetaría un medicamento para tomarse solo una vez y luego olvidarlo, así también la prescripción divina de las Escrituras requiere una aplicación intencional diaria para que la sanidad y la transformación lleguen a través de la dosis constante de la Palabra que se acumula con el tiempo hasta que se ve Su efecto por completo.

Y esta verdad resalta porque muchas personas fallan en obtener resultados no porque la Palabra carezca de poder, sino porque son irregulares en el uso de ella acercándose solamente en momentos de desesperación, y luego poniéndola a un lado cuando las cosas parecen mejorar.

Sin embargo la Palabra de Dios nunca fue pensada para ser tratada como un remedio de emergencia, sino como una fuente continua de vida, nutrición y salud, muy similarmente al alimento que sustenta el cuerpo día tras día. Y cuando un creyente se compromete a hacer de la Escritura una dieta diaria, escuchándola, hablándola y meditando en ella, la Palabra comienza a saturar la mente dura, limpiando los pensamientos negativos, debilitando las dudas y fortaleciendo la fe hasta una nueva realidad echa raíces.

Y con el tiempo esta consistencia produce resultados tan evidentes que incluso otros pueden ver la diferencia, porque el creyente no solamente llega a estar más sano en su cuerpo y mente, sino más fuerte en su espíritu, caminando en paz y gozo incluso en medio de los desafíos, porque la Palabra de Dios ha remodelado su mundo interior, y esa fuerza interior ahora gobierna el mundo exterior.

Es por eso que la Escritura compara la Palabra con el pan y el agua, porque no es opcional si no esencial para la vida. Y así como nadie come una vez y espera vivir fuerte para siempre, nadie puede leer la Palabra una vez y esperar una transformación duradera. En cambio los resultados pertenecen aquellos que perseveran, dejando que se convierta en parte de su ritmo diario hasta que sea inseparable de sus pensamientos, palabras y acciones.

Y cuando se alcanza este nivel de consistencia, la Palabra comienza a funcionar casi sin esfuerzo como un medicamento que está entrando plenamente en el torrente sanguíneo, esparciendo sanidad y vida a cada parte del cuerpo, a cada rincón de la mente y a cada herida del alma, demostrando que la fidelidad a la Palabra es la clave que libera Su poder ilimitado.

Otro principio importante acerca de la consistencia con la Palabra, es que crea resistencia y fortaleza en tiempos de prueba. Porque mientras la medicina natural puede tardar días o semanas en mostrar resultados visibles, la medicina divina es a menudo resistida por las circunstancias, los síntomas e incluso los intentos del enemigo de desalentarte.

Sin embargo el que se mantiene firme y se rehúsa a darse por vencido, es el que cosecha la cosecha de sanidad y restauración porque la Palabra no falla. Pero la gente a menudo falla en su persistencia y se da por vencida demasiado pronto cuando los resultados parecen demorar. Y ese es porqué la disciplina diaria de la meditación es tan vital porque mantiene viva la fe durante la espera recordándole al corazón las promesas de Dios, refrescando la mente con su verdad y alineando la lengua para seguir hablando vida en lugar de muerte.

Y a medida que esta disciplina es mantenida, el creyente comienza a notar pequeños cambios sutiles en la fuerza, la paz o la claridad, y aunque la completa manifestación pueda tomar tiempo estas pequeñas señales son prueba de que la Palabra está funcionando, y si se mantiene la constancia, el resultado completo seguramente aparecerá porque Dios es fiel para llevar a cabo Su Palabra.

Hebreos 12:11 Es verdad que ninguna disciplina al presente parece ser causa de gozo, sino de tristeza; pero después da fruto apacible de justicia a los que en ella han sido ejercitados.

Santiago 5:7 Por tanto, hermanos, tened paciencia... Mirad cómo el labrador espera el precioso fruto de la tierra, aguardando con paciencia hasta que reciba la lluvia temprana y la tardía.

8 Tened también vosotros paciencia, y afirmad vuestros corazones…

Y así como un proceso de medicina natural debe completarse para traer sanidad completa, así también el curso de la medicina espiritual debe llevarse a cabo hasta el final con paciencia, perseverancia y fe inquebrantable. Y cuando esto se hace, no solamente el creyente recibe sanidad sino que también desarrolla una resiliencia que se traslada a otras áreas de su vida.

Porque la misma disciplina que lo mantuvo fiel al aplicar la Palabra para sanidad, lo mantendrá fiel al aplicar la Palabra para provisión, guía, paz y victoria, creando un estilo de vida donde la Palabra es central, y Su poder es una experiencia continua.

Y de esta manera la consistencia con la Palabra de Dios se convierte más que en un hábito, se convierte en un estilo de vida, en un escudo de protección y una fuente de vida que asegura que el creyente camine no en avances ocasionales, sino en una salud sostenida, en gozo y fortaleza, prueba viviente de que la Palabra de Dios es medicina, y que cuando se toma la medicina fielmente siempre produce vida.

Cuando finalmente llegamos a ver a la Palabra de Dios como medicina en su sentido más completo, reconocemos que no solo está destinada a sanar y a restaurar, sino también a revelar el corazón mismo y la voluntad de Dios hacia Sus hijos. Porque la sanidad no es algo por lo que rogamos o estamos tratando de convencer a Dios para que nos provea, es algo que ya se nos ha ofrecido, ya asegurado y que ya está disponible en Su Palabra.

Y este entendimiento lo cambia todo, porque saca al creyente de una posición de desesperación, y lo coloca en una posición de certeza sabiendo que Dios desea plenitud integral tanto como desea la salvación, porque la misma Palabra que promete vida eterna a través de la fe en Cristo, también promete salud y sanidad para nuestras vidas terrenales. Y dudar de ella es debilitar la integridad de lo último, ya que ambas fluyen de la misma fuente divina, y cuando esta verdad queda establecida el creyente, ya no se pregunta si es la voluntad de Dios sanar, sino que simplemente toma Su Palabra como una receta escrita por un Padre amoroso que sabe exactamente lo que Sus hijos necesitan y esta certeza produce confianza.

Porque cuando sabemos que la sanidad es la voluntad de Dios, nos acercamos a la Palabra con expectativa en lugar de con vacilación, muy similarmente a un paciente que confía en las instrucciones del médico y toma la medicina prescrita confiadamente creyendo que va a funcionar. Esta expectativa por sí misma fortalece el proceso, porque la fe florece y prospera cuando se conoce la voluntad de Dios. Y cuando la fe es activada, el poder de la Palabra fluye sin ningún obstáculo trayendo sanidad, paz y restauración exactamente como se ha prometido.

Y de esta manera el creyente experimenta no solo alivio de la enfermedad o de los problemas sino de una intimidad más profunda con Dios. Porque cada acto de recibir Su Palabra como una medicina es también un acto de confiar en Su corazón, de apoyarse en Su fidelidad y de caminar en la realidad de Su amor.

Esto nos lleva a la más alta dimensión de ver que la Palabra de Dios es una medicina, ya no es vista meramente como una herramienta para resolver problemas, sino como un camino de vida porque una vez que el creyente ha experimentado la sanidad y el poder restaurador de la Escritura, se da cuenta de que nunca debería ser usada ocasionalmente sino continuamente moldeando pensamientos, guiando decisiones, dando energía a las oraciones y fuerza sostenida en cada temporada.

La Palabra deja de ser solamente una respuesta al problema, y llega a ser la atmósfera en la cual el creyente vive diariamente produciendo una confianza inamovible, un gozo firme y una salud constante que viene no de reaccionar a las circunstancias, sino de permanecer en la presencia de la verdad, y ahí es donde reside la verdadera victoria, porque cuando la Palabra de Dios es central, la enfermedad pierde Su poder para dominar, el miedo pierde su control, y el desaliento pierde su voz, porque el creyente ahora camina en alineación con la vida eterna de Dios, experimentando no solamente momentos de sanidad, sino un flujo continuo de salud divina, fortaleza y paz; y este fluir testifica al mundo que la Palabra de Dios no es solamente teórica sino práctica, no obsoleta, sino eterna; no débil sino poderosa, llevando el mismo poder cuando al principio Dios creó primero los cielos y la tierra, y si esa misma Palabra sostiene y mantiene unido al universo, entonces seguramente puede mantener unida la vida, la salud y la paz de cualquiera que se atreva a tomarla, a creerla y a vivir conforme a ella.

Entonces, el llamado es claro es a no dejar que la Palabra de Dios quede cerrada en una página o distante en la memoria, sino a tomarla diariamente con fe y en expectativa como la medicina más vital porque es vida a los que la hallan y medicina a todo su cuerpo, y cuando se abraza de esta forma, ¡nunca va a fallar! porque lleva la vida inmutable del Dios viviente, y esa vida una vez recibida transforma, sana, restaura y sustenta para siempre.

Proverbios 8:34 Bienaventurado el hombre que me escucha,

Velando a mis puertas cada día,

Aguardando a los postes de mis puertas.

35 Porque el que me halle, hallará la vida,

Y alcanzará el favor de Jehová.

Proverbios 9:11 Porque por mí se aumentarán tus días, y años de vida se te añadirán.

Efesios 3:20-21 Y a Aquel que es poderoso para hacer todas las cosas mucho más abundantemente de lo que pedimos o entendemos, según el poder que actúa en nosotros,

21 a él sea gloria en la iglesia en Cristo Jesús por todas las edades, por los siglos de los siglos. Amén.

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