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LAS DOS NATURALEZAS EN EL HIJO DE DIOS - Por E.W. Bullinger (Introducción y Capítulos 1 y 2)



Traducción castellana:
Juan Luis Molina
Con la colaboración de
Claudia Juarez Garbalena



INTRODUCCION 

“Lo que es nacido de la carne, carne es; Y lo que es nacido del Espíritu, espíritu es” (Juan 3:6).
Hoy en día escuchamos mucho hablar acerca de lo que se denomina “la enseñanza de Jesús”; y se hace un intento de establecerla por encima y en contra de la enseñanza de Pablo, sin tener en cuenta el hecho de que tanto los Evangelios como las Epístolas, ambos son dados por Inspiración del mismo Espíritu Santo. El hombre habla así, no porque desee saber u obedecer la enseñanza de Señor Jesús, sino porque desearían rebajar la autoridad de la enseñanza de Dios a través de Pablo, y verse libres de lo que ellos llaman la Teología Paulina. Confrontados cara a cara con la enseñanza actual del Señor Jesús, estos intérpretes no tienen en sí nada de su enseñanza. Se vuelven atrás, y ya no andan más con él (Lucas 4:28, 29). En Juan 3:6, tenemos la enseñanza del Señor Jesús sobre una doctrina fundamental. Establece una verdad eterna. Pero es la única verdad que el hombre natural no poseerá jamás. Esta verdad declara que, por naturaleza, somos todos a una descendientes del caído, Adán; somos engendrados en su imagen (Génesis 5:3); y participes de su naturaleza caída. Nacidos de la carne, poseemos la naturaleza del progenitor, y somos carne. Esta carne, “la enseñanza de Jesús” declara que “la carne para nada aprovecha” (Juan 6:63); y en ella “no mora el bien” (Romanos 7:18). Pero, como ya hemos referido, esta es la enseñanza que el hombre nunca recibirá. Púlpitos, plataformas, y medios públicos informativos, a una voz proclaman lo contrario; y declaran que hay algunas cosas buenas en el hombre, y que todo lo que hay que hacer es descubrirlas y evidenciarlas. 
Es contra esta mentira del diablo, el hacha de la verdad Divina se levanta, cuando el Señor Jesús declara que “lo que es nacido de la carne, carne es” que “la carne para nada aprovecha”; y que en ella “no mora el bien”. Si algo de bueno puede ser hallado en el hombre, debe antes haber sido puesto por Dios en su interior. Debe ser “renacido del Espíritu”; y cuando esa “cosa buena” es así nacida y hallada en un hombre, entonces se hace partícipe de la naturaleza del Progenitor. Es espíritu. Es Divino. Ahora bien, estas dos naturalezas son tan opuestas en su origen, natura, y carácter, que en cada una de sus diferencias posee diversos nombres en la Palabra; y cada nombre revela algunos rasgos nuevos y alguna verdad adicional. Veamos primeramente los nombres por los cuales el hombre, por naturaleza, es nombrado.

CAPÍTULO 1
LOS NOMBRES Y CARACTERÍSTICAS DE LA VIEJA NATURALEZA.
1. LA CARNE. Tal  como se expone en Juan 3:6 “Lo que es nacido de la carne, carne es.” Proviene por nacimiento generado a través de un progenitor caído. Concerniente a esta Carne, se nos dice que: “no puede agradar a Dios”. (Romanos 8:8); que “para nada aprovecha” (Juan 6:63); y que en ella “no mora el bien” (Romanos 7:18).
Ahora bien, esta es una verdad vital y fundamental. La cuestión es: ¿La creemos? ¿Creemos a Dios o al hombre? Si creemos a Dios, veremos que la gran mayoría de lo que se conoce por el nombre de “adoración pública” no es otra cosa sino solo vanidad. La verdadera adoración debe ser enteramente la del espíritu, o la nueva naturaleza. Debemos llegar a decir con María: “Mi alma magnifica siempre al Señor, mi espíritu se regocija en Dios mi Salvador”.
Es solamente siendo salvos que somos capaces verdaderamente de adorar. Si la carne de si misma “para nada aprovecha”, entonces está muy claro que no podemos adorar a Dios con ninguno de nuestros sentidos (que pertenecen todos a la carne). No podemos adorar con nuestros ojos por observar los sacramentos. No podemos adorar con nuestro olfato por oler el incienso. No podemos adorar con nuestros oídos por escuchar música; no, ni podemos adorar con nuestras gargantas por cantar. Todo lo que proviene de la carne “para nada aprovecha”. Dios no tiene ningún respeto hacia ella, y en vano delante de Sus ojos serán todos sus esfuerzos. Los cristianos Protestantes concuerdan con nosotros respecto al observar los sacramentos, o el oler incienso; pero ¿qué sucede con los demás sentidos de la carne? ¿Qué sucede con los oídos y gargantas? En todas las iglesias aparecen “cancioneros”; y con “1000 canciones”, y “bandas de música”, “solos”, y “coros”, y “contrabajos”, y el nuevo “Evangelio Musical”, han pasado esas iglesias a vivir en una moda, donde la “carne” parece haber abrazado universalmente el nombre de adoración. Pero a pesar de todo, “para nada aprovecha”. Esta corriente sigue su curso lado a lado con otra, cuyo clamor es “Sed llenos con el Espíritu.” Pero la “Palabra de la verdad” se divide incorrectamente. Pues un punto final está puesto después de la palabra Espíritu; y así señala que, si somos llenos por el Espíritu, será evidenciado efectivamente: por ejemplo “hablando entre vosotros  con Salmos, e himnos, y cánticos espirituales, cantando y alabando al Señor en vuestros corazones (no meramente de garganta para fuera ni dirigido a ninguna congragación). No se trata de un “oído musical”, sino que lo que se pretende, es un corazón para la música. De este título de la vieja naturaleza aprendemos que “la carne para nada aprovecha”. Esta solemne verdad, es fundamental para la cristiandad: mientras que lo contrario es fundamental para la religión. La religión tiene que ver con la carne: La cristiandad tiene que ver con Cristo y la nueva naturaleza (la cual es pneuma-Cristou o espíritu de Cristo). Pero tenemos más cosas que decir en esta materia y las diremos más adelante. 
Esta vieja naturaleza se denomina también:
2. “EL HOMBRE NATURAL”. Y se nos dice que “el hombre natural no percibe las cosas del Espíritu de Dios: porque para él son locura; y no las puede entender porque se han de discernir espiritualmente” (1ª Corintios 2:14).
En la estructura de esta porción de 1ª Corintios, versículo 14 mantiene una correspondencia con el versículo 8; que nos dice que “ninguno de los príncipes de este mundo conoció la sabiduría de Dios”, es decir, el gran Secreto – el Misterio – porque estaba “escondido” en Dios (Efesios 3:9), y ningún ojo lo vio, ni oído oyó. E incluso ahora que ya se ha “revelado” (1ª Corintios 2:10), el hombre natural no puede conocerlo, porque solo se puede discernir por el espíritu, o la nueva naturaleza en nosotros, creada e iluminada por el Espíritu Santo. Esto es conclusivo en cuanto al carácter, poder, inclinación y condición del “hombre natural”; que significa el hombre por naturaleza, en cuanto a ser nacido en el mundo. Después posteriormente, se le llama:
3. “EL VIEJO HOMBRE.” ¿Y qué nos dice sobre él? De él, se nos dice que esta “viciado conforme a los deseos engañosos” (Efesios 4:22). El viejo hombre está lleno de deseos o vicios. Estos deseos que tiene son engañosos y mentirosos. En todas las cosas son opuestos a Dios, contrarios a  Su Espíritu, y Su Palabra, y a la nueva naturaleza, que es el espíritu, cuando se implanta dentro nuestro. En este respecto, se le denomina:  
4. “EL HOMBRE EXTERIOR”. Es aquello que en él se ve, y que perece, su envejecimiento o desgaste (2ª Cor.4:16), y esto es “día a día”. Esto nos dice que entre tanto que estamos en la carne, debemos soportar esta “carga”: y que ninguna ordenanza conectada con aquello que perece, puede tener provecho alguno en aquel ámbito  donde todo es, y debe ser espiritual; es decir, del Espíritu. 
5. “EL CORAZÓN”, esto es, el corazón natural, que es “engañoso más que todas las cosas, y perverso” (Jeremías 17:9), tan mentiroso que está constantemente engañando y traicionándonos: tan mentiroso que nadie sino solo Dios puede conocerlo. El Señor Jesús tiene varias “enseñanzas acerca del corazón” del hombre natural en Mateo 15:19. “Del corazón proceden los malos pensamientos, los homicidios, adulterios, fornicaciones, hurtos, falsos testimonios, blasfemias.”
Bien pueden las Iglesias hablar acerca de “un cambio de corazón”; sin embargo, jamás se modifica. Se nos debe dar un “nuevo corazón”. Bien pueden hablar acerca del mejoramiento del corazón del hombre: sin embargo el viejo corazón no podrá nunca ser mejorado; y el corazón nuevo no precisa de mejoría alguna. Los espiritistas y teo sofistas bien pueden hablar acerca de “la parte divina del hombre”; y enseñar cómo esta “antigua idea Oriental, la cuna de todas las filosofías, se está introduciendo en las religiones del Occidente”. Este es un hecho real: pero es una mentira de Satán, que se levanta contra la verdad de Dios. Hasta el propio hombre se ve compungido a confesar y admitirlo algunas veces; y  reconoce que todos sus esfuerzos en mejorar “el corazón” del hombre acaban fracasando y son en vano.
Otro de los nombres que se le da a la vieja naturaleza en la Palabra de Dios es:
6. “LA MENTE CARNAL.” Este aspecto de la vieja naturaleza es aun más serio que los demás. Los demás relatan más bien a los actos, y condiciones, y carácter; pero este aspecto relata o respecta a los pensamientos; a las actividades mentales, y razonamientos e imaginaciones del hombre natural (Romanos 8:7). La evidencia de que son opuestos a los pensamientos de Dios es manifiesta hace ya mucho tiempo. “Todo designio de su corazón era de continuo solo el mal” (Gén. 6:5). Y Dios ha declarado, hablando de esta misma mente de la carne, que “Mis pensamientos no son vuestros pensamientos, ni vuestros caminos son Mis caminos” (Isaías 4:8). “La mente carnal” significa, como se muestra en Romanos 8:7, “los designios carnales” (phronema sarkos),  como se denomina en el Artículo noveno de la Iglesia de Inglaterra, el cual declara que “El pecado Original no se imputa solo a Adán (como los Pelagianos dicen vanamente); sino que es la falla y corrupción de la naturaleza de cada hombre engendrado naturalmente de la fuente de Adán; por lo cual el hombre está muy lejos de la justicia original, y es, de por sí, en su natura, inclinado para el mal, así que siempre lucha y se opone al espíritu; por eso cada persona nacida en este mundo es merecedora de la ira y maldición de Dios. Y esa infección de la naturaleza permanece activa, si, en aquellos que son regenerados; de donde se deduce que los deseos de la carne denominados en griego phronema sarkos que se manifiestan en toda su sabiduría, sensualidad, afección y deseos ardientes, no se sujetan a la Ley de Dios…” El Artículo noveno concuerda por tanto con la declaración categórica de la Palabra de Dios, la cual declara (Rom.8:7, 8) que esta “mente carnal” es “Enemiga de Dios.” No se sujeta a la ley de Dios, ni tampoco puede”. Y además, “no puede agradar a Dios”.  
La “mente” es la fuente de los pensamientos: y los pensamientos son la fuente de los actos. “La mente carnal”, por tanto, es aquella parte de la carne que piensa – y sus pensamientos son siempre contrarios a Dios, como las resumidas palabras del Artículo (enunciado arriba), “la naturaleza de pecado”.
Esto nos lleva al último de los nombres dados a la vieja naturaleza en la Escritura.
7. “PECADO”. Debemos hacer la distinción entre “pecado”, y “pecados.” “Pecado” es la raíz, “pecados” son los frutos. En Romanos, desde 1:16 hasta el cap. 5:11, es considerado “pecados” como lo que sale o proviene de la vieja naturaleza, con lo que trata; y se nos muestra cómo se ponen de lado, y cómo Dios puede ser justo, y al mismo tiempo ser Justificador del pecador que es salvo en el principio de la fe en vez del principio de la ley. Desde Romanos 5:12 hasta 8:39, es “Pecado” con lo que trata: la vieja naturaleza. Porque, aunque el pecador sea justificado en Cristo, aún se halla bajo las acciones de la vieja naturaleza, y experimenta el conflicto entre esta y la nueva naturaleza. El objetivo de esta sección es enseñarnos que aunque todavía veamos los frutos, tenemos que aun así considerar el viejo árbol como estando muerto, y reconocer que morimos en Cristo. Ningún cambio ha tenido lugar, no ha cambiado nada. La raíz todavía permanece. Lo que cambia es nuestra posición delante de Dios. Ahora nos mantenemos en un plano diferente: “andamos por fe”; y por fe reconocemos que, aunque la carne está vigente en nosotros, nosotros no estamos ya “en la carne”; y, a pesar de los frutos que veamos de vez en cuando, nosotros creemos aun así a Dios cuando Él nos dice que el árbol, se halla a Sus ojos, condenado. Un nuevo injerto le ha sido puesto, que solamente puede producir  “frutos para Dios”; mientras que todo lo que producía el viejo tronco (antes de ser injertado) no tiene provecho alguno, y está cortado por las manos del gran Jardinero. Nosotros somos Sus “administradores”. Él injertó en nosotros la nueva naturaleza; y nosotros le creemos a Él cuando nos cuenta todas las maravillas de la obra que Él ha producido. 

CAPÍTULO 2
EL CARÁCTER Y FIN DE LA VIEJA NATURALEZA

Habiendo considerado los varios nombres dados a la vieja naturaleza en la Escritura, ahora vamos a ver lo que dice acerca de la naturaleza en sí misma, y su fin.
La primera cosa que aprendemos es: 1. No puede ser modificada. “Lo que es nacido (o engendrado) de la carne, carne es”, y permanece siendo carne. Ningún poder conocido puede alterarla o modificarla en espíritu. Los hombres hablan acerca de un cambio de naturaleza; pero son solamente habladurías. No alteran el hecho. Los hombres no se cansan en sus esfuerzos para mejorarse; pero no recogen sino amargos fracasos y malas sorpresas: son incluso un ejemplo, exhibiendo el hecho de que ni la educación ni la religión pueden alterar la vieja naturaleza, ni es capaz de infundirle u originar una nueva. La carne puede ser altamente cultivada. Existen los “deseos refinados de la mente”, así como también los bajos “deseos de la carne” (Efesios 2:3): Ambos son igualmente “vergonzosos” (Efesios 5:13) para Dios; e igualmente están bajo Su “ira” (Efesios 5:3). La carne puede llegar a ser muy religiosa. De hecho, las dos cosas se compaginan muy bien y van juntas: porque la religión consiste de ordenanzas, ritos, y ceremonias. Se fundamenta en comida y en bebida. Se estriba en votos, y plegarias y jerarquías. Todo eso es externo, y proviene de carne. Todo eso es lo que reside en los poderes de la carne. Puede que observe los días, y las fiestas y los ayunos (Colosenses 2:16, 20, 21; Romanos 14:5, 6),  que se revele también en “Reglas diarias para practicar”; que se deleite en “ordenanzas”. Pero todo eso a lo único que ministra o sirve es a la carne; y, la carne religiosa “tiende” a esas cosas, tal como la irreligiosa “tiende” a los vicios. Este es el peligro de cualquiera de los denominados servicios religiosos en los cuales no hay nada más que ministraciones para la carne, o donde lo que proveen es hecho a través de la carne: Música encantadora, historias conmovedoras y chistes, promesas fervientes…todo eso pueden hacer los llamados “convertidos”: pero los fieles no pueden guardar lo prometido. Eso es por lo que hay un profundo empeño manifiesto acerca de cuantos de los tales “convertidos” podrán “permanecer” así. Pueden ellos permanecer así durante semanas, o meses, o años; pero nunca podrán permanecer eternamente. 
Todas estas cosas externas “perecen con el uso” (Colosenses 2:22). Son nacidas de la carne. Solamente “lo que es nacido (o engendrado) del Espíritu es espíritu” (Juan 3:6). “Todo lo que Dios hace será perpetuo” (Eclesiastés 3:14); y: “Toda planta que mi Padre celestial no plantó, será desarraigada” (Mateo 15:13). Esas palabras las dirigió el Señor hablándoles a los que su religión era de la carne, y consistente en lavamientos de vasos y hacer largas oraciones; para aquellos que honraban a Dios con sus labios, y suponían que el hombre se contaminaba por “lo que entra en la boca” (15:11). Fueron dichas concernientes a los “Escribas y Fariseos, que estaban en Jerusalén”, el lugar de las observancias religiosas (15:1): y son dichas hoy en día para todos los que “enseñan como doctrinas los mandamientos de hombres” (15:9); que hacen a los hombres ser religiosos operando dentro de ellos en los sentimientos de la carne: y procurando hacerlos santos por ordenanzas tales como “No manejes, ni gustes, ni aun toques” (Colosenses 2:21): y que tienen más en cuenta “lo que entra por la boca” (Mateo 15:11), que “lo que sale de sus corazones”; engañándose así y pensando que lo que entra tendrá un super poder espiritual, con el cual podrán influenciar lo que sale del corazón. ¡Pero no! La naturaleza del viejo hombre no puede ser modificada. “No se sujeta a la ley de Dios, ni tampoco puede”. Esto asienta todo el asunto de una vez por todas, para los que se sujetan a la Palabra de Dios en Romanos 8:7.   
Una vez que nos damos cuenta de este hecho, se hace imposible que oremos diciendo “Haz limpio nuestro corazón”; porque la cuestión que se levanta es esta, ¿Cuál corazón? ¿El viejo, o el nuevo? Si es el viejo, no puede ser limpio. Si es el nuevo, no precisa de limpieza alguna. Bien pudo David decir “Crea en mí un corazón limpio, Oh Dios”: pero eso es algo muy distinto. Un nuevo corazón creado es lo contrario de hacer limpio el viejo corazón. Este simple hecho y la verdad de la Palabra de Dios es un hacha puesta a la raíz de todas las modernas enseñanzas del “limpio corazón” de aquellos quienes, pensando ser justificados por la gracia, están procurando santificarse por las obras. Todos estos vienen a ponerse bajo la reprensión de Gálatas 3:3, “¿Tan necios sois? ¿Habiendo comenzado por el espíritu (o la nueva naturaleza), ahora vais a acabar (o perfeccionaros a vosotros mismos) por la carne?” Es la gran doctrina de las dos naturalezas en el hijo de Dios la que corrige todas estas enseñanzas de hoy en día, que llevan a muchos a los conflictos del alma. En vez de ver, en el conflicto que se lamentan, el suelo firme del todo asegurado, lo que procuran es tener las riendas de todo por vía de intentar cumplir aquello que es absolutamente imposible, por limpiar y mejorar la vieja naturaleza. Sobre todas estas enseñanzas, y todos estos esfuerzos, repican las campanas de la solemne sentencia: “NI TAMPOCO PUEDEN.”     
La segunda cosa que aprendemos es que la vieja naturaleza tiene solamente un fin:
2. ¡Su fin es la muerte! La carne, y todo lo que le pertenezca, es religión e idolatría. Su virtud y su vicio, todo acaba en muerte. Todo es temporal, y no por eternidad. “Todo muere en Adán” (1ª Corintios 15:22). “La mente de la carne es muerte” (Romanos 8:6). Estando en conexión con el cuerpo, se le denomina “este cuerpo de (o reservado para) muerte” (Romanos 7:24). Nada sino la muerte puede ser el fin de todo lo que sea de la carne. Es nacido de la carne. El “primer Adán” fue hecho del polvo de la tierra, y al polvo “retornarán” todos sus descendientes (Génesis 3:19).
El tercer hecho se desprende del segundo es que:
3. “Aquel que siembra para su carne, de la carne segará corrupción” (Gálatas 6:8). Todo esfuerzo por mejorar la carne, toda las provisiones que se quieran hacer para la carne, todas las ordenanzas ligadas con la carne, todo eso acabará en corrupción y muerte: Todas esas cosas “perecen con el uso” (Colosenses 2:22).Pero nuestro objetivo tiene un lado más feliz y bendito. Existe algo llamado la nueva naturaleza, como veremos en nuestro próximo capítulo.


"Las dos naturalezas en el hijo de Dios"
Por E.W. Bullinger


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